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Arya

De ninguna manera aceptaba lo que me insistían sin piedad una, otra y otra vez. Me negaba a compartir el mandato. Estaba a punto de heredar la empresa de mis padres, la que me pertenecía a mí por derecho, y no iba a ser capaz de saborear lo que se sentía tener el poder absoluto. Ellos no dejaban de presionarme para que firmara ese estúpido papeleo que me limitaría en todos mis planes. Deseaba cambiar parte del concepto de la empresa familiar, y a ellos no les gustaba aquello. No terminaban de aceptar que yo mandaría sobre ellos dos al cumplir mis veintidós años, y eso les escocía. Nunca me tomaron del todo en serio; era muy consciente de ello.

    Y ¿quién era yo? Bueno, pues no era una don nadie, ni mucho menos. De hecho, era bastante reconocida en Estados Unidos. Nací para serlo. Mis padres eran unos empresarios muy influyentes por el estado de California, y en general, eran famosos por todo el país.

    Mis padres lideraban una de las agencias de modelaje más populares del continente. Y pronto, yo sería quien proseguiría con el legado. No aceptaban dejarme sola al cargo de tan importante puesto, a pesar de todos mis años de cansados estudios y preparación. Pero aún así, con mis casi veintidós años, era una de las mujeres con las notas más altas del país, de esas que gobernarían su propio imperio. No había pasado toda una vida estudiando como una desgraciada para que entonces ellos tomaran la decisión de no fiarse de mí. Y todo porque era joven.

    Prefirieron forjar un acuerdo con una de las empresas más adineradas de Tailandia. Nada más y nada menos que Tailandia, que estaba a miles de kilómetros. Prefirieron hacer eso antes que fiarse de mí. No me valía la excusa de que era una chica muy nerviosa. Los negocios eran el mundo en el que me había volcado. ¡No me podían hacer eso! No podían por la simple razón de que, para rematar, lo hicieron a mis espaldas. Realizaron ese contrato varios meses antes de mi vigésimo segundo cumpleaños, informándome de ello a tan solo un mes de él. Por mucho que me opusiera, ellos ya no podían cancelar el trato, porque de ser así perderían una fortuna, y tampoco quería algo así.

    Pero allí me encontraba: en el salón de mi morada negándome a aceptar lo que ya no dependía ni de mí ni de ellos. Estaba furiosa. Mi sangre borboteaba. ¿Por qué se habían atrevido a hacerme tal acto de crueldad sin precedentes? Había sido una hija obediente desde siempre, con una ligera excepción de rebeldía que sufrí durante mi pubertad.

    —Espero que algún día comprendas el porqué de nuestros actos y que nos agradezcas por ellos, Arya —impuso mi madre para poner punto final a la disputa.

    —¡De ninguna manera os agradeceré por no confiar en mí! —grité para después salir del salón de estar, e instantes después de la casa.

    Necesitaba pasear para tranquilizarme. Había repetido esa acción desde una temprana edad, cuando me comenzaron a dejar salir a la calle sola y sin escoltas.

    Desde joven presenté síntomas muy claros de tener una ansiedad muy severa. Nací con el defecto de estresarme en exceso por cualquier pequeñez y no poder manejar bien cualquier situación sin sentir que me faltaba el aire y que las lágrimas se salían de mis ojos. Pero con ayuda profesional aprendí a manejarme mejor por la vida laboral. Solamente con sangre fría podría conseguir éxito en un futuro. Me preparé física y mentalmente para el día en el que llegara el momento de poder dirigir una empresa internacional sin querer ahogarme metiendo la cabeza en un váter. Dentro de los negocios, parecía una persona totalmente distinta a la que era fuera de ellos. Ese era el campo en el que mejor me desenredaba.

    Volviendo con el tema que me concierne, hablaré de lo que sucedió después.

    Bien, pues, llegué a mi hogar a altas horas de la noche tras llorar un rato a la orilla de la playa. Me sentía humillada y como si mi esfuerzo hubiera sido desechado.

    Al regresar a casa, mis padres se disculparon conmigo y yo con ellos. Tenía razón para enfadarme, pero les grité varias cosas que no venían a cuento y que sé que les pudo doler.

    Aunque nos reconciliáramos, eso no cambiaba el hecho de que todavía tenía que firmar un acuerdo con la heredera de la empresa Manoban: Lalisa Manoban. Siendo unos meses mayor que yo, era toda una emprendedora que había transformado la empresa de sus padres después de que estos murieran misteriosamente. Lo que ella había hecho con su empresa era algo parecido a lo que quería hacer yo, solo que mis padres me lo impidieron antes de poder siquiera oler la presidencia.

    En definitiva, creo que nunca llegué a olvidar lo que me hicieron.

    Dejando de lado el hecho de que me sentía más traicionada que nunca, podría decirse que los siguientes días mejoraron. Me hicieron llegar una carpeta con algo de información privada sobre la que sería mi futura compañera de negocios. Datos algo infantiles como su color, su animal y su número preferidos. O como su tipo de sangre o su signo zodiacal; cosas que no me interesaban ni lo más mínimo.

    No quería saber nada de esa tal Lalisa. De solamente pensar que tendría que compartir mis ideales con ella y esperar su aprobación, se me nublaba el ánimo; por lo que procuraba pensarlo cuanto menos. Pero entendí lo que el personal que se encargó de reunir esos datos quería hacer. Pretendían que me llevara bien con ella para que todo fuera más ameno. El primer paso para llevarlo a cabo era conocerla aunque fuera tan solo un mínimo, pero lo cierto es que me importaba un bledo saber que su animal favorito fuera el gato. Ya puestos a conocerla, me era más relevante saber cuáles eran sus aspiraciones para el futuro, porque claro estaba que su éxito sería incluso mundial si seguía ganando terreno tal y como lo estaba haciendo, pero quizás ese era el principio, nada más y nada menos, de lo que era su verdadero sueño. O a lo mejor era una chica que trabajaba sin parar con tal de olvidar la muerte de sus padres y así no prestar atención a su posible depresión. No tenía forma de saber nada de eso, y todo porque me habían entregado unos inútiles datos que no me revelaban nada acerca de Lalisa Manoban.

    Saber que su color favorito era el gris oscuro me bastaba para saber que posiblemente sería una mujer de rostro y personalidad feos. No se podía decir mucho más de alguien al que le gustaba un color tan apagado como lo era el gris. Y para colmo, ni siquiera era un gris común. Se trataba de un gris tirando hacia negro pero tampoco tan oscuro.

    Sí, era de hacer prejuicios.

    Con lo poco que sabía sobre Lalisa Manoban, me embarqué en un vuelo hacia Bangkok para firmar aquel endiablado contrato. Estaba curiosa por saber cómo sería aquella mujer de una edad tan cercana a la mía, aunque también deseaba no saber nada más de ella. Tenía un concepto muy horrible establecido en mi mente a causa de lo que cerrar ese acuerdo había provocado en mí días atrás, como que esa tal Lalisa era una mujer con la cara llena de horribles espinillas y las cejas pobladas. No tenía nada en contra de eso. No era de esas personas que discriminaban a otras por su aspecto, pero ya conjuntándolo con lo que esperaba que sería la peor de las personalidades, la situación cambiaba. Por otra parte, estaba ansiosa por conocer la verdad y comprobar si mi teoría era cierta.

    No podía dejar de mover mis piernas durante los primeros minutos después de que el avión despegara, todo porque le tenía pánico. Después caí dormida. Descansar durante los viajes era algo que adoraba hacer. Y más aún cuando había pasado malas noches por el tema con el que inició toda esta enrevesada historia. Desde luego, Lalisa Manoban era una mujer que le daría la vuelta a toda mi existencia, hasta entonces, poco emocionante a pesar de la vida poco humilde que llevaba.

    Debía comportarme profesionalmente. Aquel contrato lo significaba todo en aquellos momentos. Si metía la pata, porque por casualidad aquella Lalisa tenía poca sangre fría, podría meter a toda la empresa en un grave aprieto que podía evitar.

    Con eso en mente, aquella noche descansé en el hotel para estar lista para la reunión del día siguiente.

Lalisa

    Hacía unos meses que mis padres tuvieron contacto con una exitosa pareja empresarial proveniente de Estados Unidos. Iban a cerrar un trato, pero después fallecieron y eso no pudo ser.

    Rápidamente tomé su relevo, algo para lo que ya llevaba preparada desde hacía mucho, y establecí que acabar eso era una de mis prioridades. Pero en cuanto comprendí en qué consistía el acuerdo, me arrepentí de inmediato. No quería compartir todo el poder que ya tenía con una cría que probablemente no sabría desenvolverse en el mundillo y cuyos padres habían comenzado ese acuerdo con los míos.

    Esa niña sería un lastre en mi camino, nada más. Solo firmaría ese contrato por la sencilla razón de que es lo que mis padres habrían querido. Además, no me interesaba perder dinero por un estúpido papeleo. Solamente tenía que firmar y podría hacer a un lado de mis planes a la chiquilla.

    Preparé los puntos que discutiríamos en la víspera de nuestra reunión. Si quería terminar con eso cuanto antes lo mejor sería expresar mi punto de vista con convicción y rapidez. Era una mujer ocupada y lo único buena de la unión entre las dos empresas sería que, si la heredera de Roselle's era lo suficientemente tonta, podría encasquetarle más trabajo del necesario para poder escabullirme.

    Sentí que aquello sería hasta divertido. No, no; muy divertido. Ya tenía ganas de ver el enfurruñado rostro de la pequeña niña, aunque tampoco podía considerarla tan niña, ya que yo no le adelantaba por más de unos meses.

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