Al escribir, me hago llorar a mí
Mírame ahora que las mariposas lloran. Soy un cadáver en busca de su veneno. Quisiera vivir pero ni siquiera lo intento. Quise morir y fracasé en el intento. Soy solo dialecto simulando labia, me estanco en tristeza absoluta, un ser corruptible con alas cortadas. Sé que nunca saldré de la miseria así como el homofóbico nunca saldrá del closet; saco las garras porque me persigue el odio. Soy un ente nauseabundo, naufragando en sollozos. No merezco esta vida, esta vida no me pertenece. Empecé a personificar mi estado pero ahora la depresión es inherente.
Voy navegando sin rumbo, sin retorno, a la deriva en un mar metidabundo. A veces no siento el pecho, a veces no siento los ojos. A veces no me siento yo, no me siento persona. Mi estado es la cobardía y la inercia, estoy estancado en incombustible decadencia. Me quiero morir. Me quiero matar. Solo sé gastar el dinero que no me pertenece.
Le dije a mi novio que tendría una recaída. Mírame, la estoy teniendo. Estoy golpeando mi cuerpo contra el realismo. La realidad la percibo con los dedos, tengo los ojos cerrados; entonces no veo las masas amorfas de carne que se acercan a mi boca y me obligan a tragar mis palabras. Como Dante, en un infierno incapaz de sentir. Como el Quijote, batallando con mi propio infierno, mis demonios. Dorian quebrando la pintura y echándole fuego. El problema soy yo, siempre lo he sido.
No existe ecuación que desarme mi ansiedad. Solo sabe temblar entre huesos. Soy un fantasma escondido en la cobija, con miedo a su propio reflejo. Ya no me pertenezco, ya no...
Tengo miedo.
No respiro.
Soltame.
No soy tuyo, no soy vos,
no te pertenezco.
Este cuerpo que carga mi alma ya no lo reconozco.
Mi estado es tan confuso como la neblina.
Quisiera dejar existir, dejar de sentirme.
¿cuándo hallaré la respuesta?
Empiezo a creer que no existe una, que solo mi alma existe en este estado taciturno. Soy un fantasma, una fragancia rancia, la depresión apoderándose de mi carne. Eso soy, soy lo que esta enfermedad ha hecho de mí. No me permite sentir, la felicidad no sé si existe. No veo con mis ojos lo que ellos perciben, soy neuro-divergente. Voy contra la corriente, siempre traté de caber pero hasta los zapatos me raspan los pies. No soy yo, no me pertenezco. ¿Quién soy? ¿Por qué no me encuentro? ¿Por qué soy incapaz de hallarme? ¿Por qué siempre que intento buscarme... acabo llorando?
¿Quién me ha condenado a esta vida? Si dios no existe. No sé cómo transmutar la materia, me desconozco. No sé cómo cambiar mi estado o quizás solo estoy huyendo de los matices entre mis fallos. Soy gris, un hematoma a punto de explotar. Dime, ¿por qué mis versos son tan tristes? Quisiera cambiar el tema pero solo soy capaz de hundirme en mí, en mi cuerpo, en esto que me aqueja, me condena, me mata. Me estoy muriendo, que bueno
que nadie lo ve, nadie lo nota. Nadie se da cuenta del dolor interno, de la sangre desbordada a lo interno, de los mares de lágrimas. ¿Quién soy? Porque, a día de hoy, luego de haber asistido a cuatro guías recetándome terapia, soy incapaz de hallarme. Solo recito la balada que pide mi cuerpo, el cansancio es el único turista cuerdo en medio de mi encrucijada.
Dime, ¿por el bien de quién sigo escribiendo? Si solo sé llorar cuando me leo. Solo sé deshacerme en lágrimas. Desconozco la salida y la veracidad del sátiro, no hay laberinto capaz de albergar el dolor de mi alma. A veces es muy poco, a veces se desborda.
¿Por el bien de quién he creado estos versos? Solo hay metáforas tristes, tratando de evadir el contexto. Yo solo soy el pretexto de una vida abandonada a la insania, un quejido desecho de desesperación en un sistema tan jodido como los índices de serotonina en mis venas. Quiero llorar.
Quiero llorar y darme un abrazo, eso quiero. Quiero saber qué soy y por qué no he muerto. Quiero saber porqué no me he muerto, si no soy digno de ser el mejor guerrero...
Soy incapaz de tomarme en serio.
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