XXIX.
twenty nine;
LA SEGUNDA GUERRA MÁGICA
Charlie y Tonks tenían que aguantar a White mientras el resto ayudaba a los preparativos de la boda de Bill y Fleur.
— ¡Pero! — protestó la rubia, profundizando su mueca de aburrimiento. Tonks trata de peinar el desordenado cabello rojo de Charlie, que mantiene la cabeza contra el hombro desnudo de la metamorfomaga, y le da una mirada divertida, el puchero de White generándole a ambos una risita involuntaria — Tengo hambre y nadie me deja moverme de aquí ¿Tu mamá tendrá helado de chocolate, Charlie?
Charlie bostezó.
— No lo creo, Altair — negó el pelirrojo, sin moverse de la posición cómoda que ha adquirido, casi encima de Tonks. — Y tampoco iré a preguntar, está como una loca queriendo cortarme el cabello.
— Ya encontró a Bill — se lamentó Tonks, fingiendo mucho pesar. White soltó una risita recordando la cara de Bill cuando amaneció el día, se miró al espejo y se dio cuenta que la señora Weasley lo atacó con las tijeras a mitad de la noche, solo porque él nunca accedió a dejarse cortar el cabello para, según ella, estar presentable en la ceremonia de la boda — Sus pendientes del colmillo de dragón son lo próximo que intentará quitarle.
— Esos pendientes fueron un regalo mío — se quejó Charlie.
— Me cae mal tu mamá, Charlie — decidió White.
Charlie ahogó una risa, escondiendo el rostro contra los pequeños lunares en el hombro de la metamorfomaga. Siempre había sido bastante cariñoso, y luego de que se le pasara un poco el pánico que le provocaba la visible actitud recelosa que tenía James cada que alguien se le acercaba a White (tal vez el embarazo, o solo era una mierda celosa, Charlie no estaba seguro) y la oscura mirada que adquirían los ojos dorados de Remus en ocasiones, se había pegado como chicle a ambas, de la misma forma que hacia durante sus tiempos de Hogwarts.
— A mí también, a veces — aceptó, procurando que su voz ahogada solo fuera escuchada por ambas chicas — ¿Por qué crees que me largué a Rumania a la menor oportunidad?
Tonks soltó una carcajada, y la sorpresa cínica de White recorrió su pálido rostro ante la sonrisa inocente que le regala Charlie.
— ¡Sabía que esa fue la razón! — chilló, victoriosa.
A pesar de que la guerra era evidente, con todas las noticias de muerte y desapariciones (no tanto como lo había sido en su primer estallido, más de veinte años atrás), White se sentía como nueva cerca de sus mejores amigos. Tener a Charlie, Tonks y Bill, a quienes se les unía Fleur desde que la conocieron el verano anterior por Bill, junto a ella le provocaba a White una alegría evidente que James observaba sonriente, aliviado de que su hermosa esposa halla encontrado al menos un poco de paz al lado de personas importantes para ella.
Sirius le revuelve el cabello, notando lo perdidos que lucen los ojos avellana tras las gafas cuadradas. Lucen trajes de galas y están haciendo guardia cerca de la entrada de la madriguera, esperando que el Ministro de Magia, Scrimgeour, y su subsecretaria transferida de América, Tatia Sayre, la madre de Morrigan, termine su reunión de la lectura del testamento de Dumbledore con Harry, Ron y Hermione.
— ¿Sucede algo, cuernos? — preguntó, codeando el costado de su abdomen.
James se encogió de hombros.
— Nada — suspiró, sin despegar su mirada de White — Me gusta verla feliz.
Sirius entonces encuentra la razón detrás de su distracción. Inevitablemente, él también sonríe. Solo han pasado tres años desde que ambos conocen a White y la manera en que se hizo paso a sus vidas, de una forma tan profunda que ahora se les hace raro imaginar el futuro sin ella, refuerza el sentimiento de protección que comparten por la chica.
Es su hermana menor, Sirius no quiere cometer el mismo error que cometió con Regulus y sabe que James haría cualquier cosa por verla contenta.
— ¿Qué tal va el embarazo?
— Sigue aterrada — James sacudió la cabeza, intentando contener la risa. Le da un poco de ternura lo precavida que se ha vuelto White desde que Madame Pomfrey les dio la noticia, prácticamente no hace nada que pueda afectar al homúnculo en crecimiento (como ella y William lo llamaban), tanto así que incluso dejó de usar tacones. Tacones. White Altair Black, que ama los tacones más de lo que ama que James le lleve el desayuno a la cama, dejó de usarlos. Es hilarante. Él la adora. Sabe que tomó una buena decisión al casarse con ella solo por esos pequeños detalles que le demuestra — Aunque tiene varias excusas para nunca salir de la habitación.
Sirius se toca el vientre.
— Yo también quisiera hacer eso — balbuceó, haciendo un pequeño puchero.
James le palmeó el omóplato, consciente de que Sirius, toda la vida, ha amado la idea de quedar en estado de gestación. James no conoce exactamente la razón, solo conoce los deseos de su mejor amigo y le es inevitable sentirse mal por él, porque le resulta imposible cumplir su más grande sueño.
— ¿Quisieras hacer qué? — preguntó Remus, llegando junto a Sirius y mordiendo una barra de chocolate. Si nota que Sirius se acaricia la parte baja del vientre, ni siquiera lo menciona, ignorando (como ha hecho los últimos meses) la inminente tensión que se forma alrededor de ambos y la manera asesina en que la respiración de James se acompasa, tratando de calmarse para no dar dos zancadas y estrellarle la mano a Remus en la nuca — ¿Ya han salido los chicos?
— Aún no — dijo Sirius, tan ignorante de todo lo que ocurría como siempre. Los hombros de Remus se destensan, pero James se mantiene alerta. No saben qué es lo que sabe Sirius, o al menos, lo que es menos obvio que sabe. James le ha estado insistiendo al lobo idiota que hable con él, pero se niega, y solo porque el maldito cobarde también es su mejor amigo James no lo ha agarrado a puñetazos para que reaccione de una vez — ¿Qué pudo haberles dejado Dumbledore? Quiero decir, no tenía muchas pertenencias propias. Las cabras son de Aberforth ¿no?
— No me recuerdes lo de las cabras — James hizo una mueca. Él y Sirius se enteraron del problemita entre Aberforth Dumbledore y las cabras, por accidente, a los 14 años, mientras hurgaban en la biblioteca de Hogwarts los recortes de periódico que involucraban viejos estudiantes. Se le hizo raro ir a Cabeza de Puerco desde entonces — Y no lo sé, amigo, Dumbledore era un misterio.
A James, últimamente, no le agradaba mucho Dumbledore como lo hizo en tiempos anteriores. Harry estaba convencido de que debía hacer esa misión suicida que le encargaron solo (o al menos, solo con Ron y Hermione) y aquello era culpa del difunto director. Si James fuera menos respetuoso con los muertos, habría ido a escupirle a la tumba por guiar a su niño al camino de la muerte sin siquiera contar las opiniones de los demás (específicamente la de él, porque Harry es su jodido hijo y Dumbledore ya lo ha usado demasiado tiempo como su marioneta personal contra Voldemort).
— ¿Crees que deberíamos entrar? — Remus notó su preocupación, ofreciéndole un pedazo de chocolate que James llevó a su boca al instante, mordisqueando ansiosamente.
James se lo pensó. Scrimgeour había sido claro cuando dijo que solo quería hablarle a los tres chicos, y como ya eran mayores de edad, James no pudo negarse a permitirlo. Aunque quiso, y mucho, sobre todo por la persona que traía con él.
— ¡Morrigan! — chilló, viendo a la morena metida en el corral de las gallinas, espantando a algunas gallinas fuera de su camino. Si no malinterpretó la pequeña presentación que hizo Scrimgeour, Tatia Sayre ocupaba ahora el puesto que antes le perteneció a Amelia Bones. James no la conocía mucho para comprender las razones de su llegada a Inglaterra en plena guerra, pero si ella era, por lo menos, algo de buena madre, estaba aquí gracias a su hija.
Morrigan frunció el ceño, sacudiéndose la tierra de las manos en sus jeans.
— ¿Qué? — masculló, inflando una bomba de chicle.
James notó que sus mejillas se veían más rellenas de lo habitual, Morrigan siempre fue una chica de contextura delgada, como Harry. Trató de no pensar en eso. Sabía que ocultaba algo, pero también sabía que no diría nada a menos que estuviera preparada para hacerlo.
— ¿Qué hace tu madre aquí?
Morrigan bufó.
— ¿Y yo qué sé? Dejé de responder sus cartas cuando fui a Hogwarts. Ella está loca.
Sirius sonrió.
— Los problemas paternales abundan en esta familia — decidió, estirando su mano. Morrigan chocó los cinco, sonriente al notar la mirada exasperada (la de James tirando a divertida) que le enviaban James y Remus a Sirius — ¿Por qué me miran así?
— Nada en específico, Pads — James sacudió la cabeza, carraspeando para contener la risa.
White, Charlie y Tonks se levantaron al mismo tiempo. El pelirrojo se alejó hacía la entrada trasera de la madriguera, donde los gemelos estaban ayudando a su padre a sacar las mesas que usarían en la recepción. White y Tonks, por el contrario, se acercaron a ellos, la rubia refugiándose contra el pecho de James y soltando un suspiro exasperado.
— El pequeño engendro sigue dándome nauseas — anunció.
— La desventaja de los embarazos — dijo Tonks, levantando la ceja jocosamente al ver a White sacándole la lengua.
Remus se estremeció. James deseo no haberlo visto.
— Ya quisiera yo — susurró Sirius, volviendo a acariciarse el vientre bajo.
— Los embarazos están sobrevalorados — decidió Morrigan, con la nariz arrugada de disgusto. El cuerpo de White se quedó rígido, para sorpresa de James, que le acarició el cabello y trató de que lo viera al rostro. Sus ojos grises seguían fijos en la cara morena de Morrigan, que dio la vuelta al escuchar la puerta de la madriguera abrirse.
Scrimgeour, Tatia Sayre, Ron, Harry y Hermione salieron al aire libre. Tatia Sayre se parecía extraordinariamente a su hija; la misma expresión ceñuda, la piel caramelada y las facciones búlgaras. A James seguía dándole mala espina la razón de que estuviera en Inglaterra, y más al ver la mirada hastiada que dirige a Harry mientras se acerca a ellos, tomando la mano de Morrigan y llevándola con Ron y Hermione sin dar más que una sonrisa inquieta a James antes de alejarse.
— Morrigan la odia — señaló Tonks, apresurándose a explicarse cuando la miraron con extrañeza — A Madame Sayre.
— Dijo que no quería estar cerca de ella — susurró White.
La rubia se aferraba a James aún, tratando de no sentirse muy culpable por no haber dicho nada de la situación de Harry y Morrigan. Le prometió a su hijastro que no lo haría, y no quería que Harry dejara de confiar de ella. White y Tonks volvieron a mirarse, que la pelirrosa estuviera de alguna manera enterada no le resultó raro, Tonks era intuitiva y Morrigan presentaba signos de embarazo notables; la subida de peso, las nauseas, los antojos y el malhumor constante.
— No la culpo — dijo Sirius, ladeando la cabeza — Si entrecierras los ojos, verás que se parece a Walburga.
White y Tonks hicieron lo que dijo, estremeciéndose al mismo tiempo y fingiendo vomitar. Remus se acarició el puente de la nariz, como si no se sorprendiera de que realmente tenían esta conversación. James dejó escapar un sonido parecido a una risa ahogada y le acarició a White la parte baja de la espada, murmurándole al oído que ellos tres irían a ver a Kingsley.
— ¿Revisarán el perímetro? — preguntó Remus, mirándolas con preocupación.
— Estaremos bien — aseguró Tonks, colocándose de puntas y besándole la mejilla.
White no pasó por alto la manera en que Sirius, inconscientemente, quitaba la cara. James arrugó el ceño de inmediato, golpeando el hombro de su mejor amigo y apartándolo del resto, esperando por Remus lo suficiente lejos de ellas para que pudieran hablar de forma tranquila.
— Odio hacer guardias — decidió White, colgándose del brazo de Tonks y tratando de alejar su atención del comportamiento incómodo de James.
— No necesitas decirlo — Tonks se burló de ella.
Ambas sacaron sus varitas y avanzaron por el terreno. La madriguera estaba a las afueras de Devon, y los aurores habían instalado protecciones alrededor de la casa financiadas del Ministerio de Magia. Aún así, seguían desconfiados, no habían olvidado que había otro traidor a la Orden y ellos mismos hacían sus propias guardias, queriendo impedir otro ataque como el de Privet Drive.
— ¿Crees que esté molesto conmigo? — preguntó Tonks, de pronto. Su cabello rosa caía en puntas y sostenía la varita con fuerza. White se detuvo, mirándola confundida — James.
— ¿Qué? — White parpadeó, sorprendida — ¿Por qué lo dices?
Tonks hizo un gesto de obviedad.
— No lo sé, tiene un aura extraña cuando estoy alrededor. — la pelirrosa parecía despreocupada. Ciertamente, solo debía estar curiosa trayendo esto a la conversación. A Tonks nunca le importó mucho lo que pensaran de ella — Como si no me aguantara.
— Oh, Tonks — White se mordió el labio inferior — No es contigo, es...
— ¿Sirius? — sugirió Tonks. White sintió que algo pesaba en su vientre, y no era el feto. Esta es el tipo de cosas que intenta no hablar con Tonks, porque no quiere tener que elegir entre su hermano y su mejor amiga. James apreciaba a Tonks, le caía genial, pero él no dudaría dos veces para colocarse de parte de Sirius, sin comprender la cruzada en que se encuentra White — No soy tonta, Altair. Y no creas que olvidé nuestra conversación en invierno. Sé que algo sucedió entre ellos, pero Remus no habla de eso y Sirius actúa como si nada ocurriera. No puedes culparme por aprovechar la oportunidad ¿cierto?
White no podía, porque tenía toda la razón. Nymphadora Tonks podía ser una Hufflepuff, una orgullosa mestiza con ancestros muggles y una madre que no tuvo ningún reparo en pisotear toda su línea familiar por el amor de su vida. Sin embargo, al igual que ella y Sirius, seguía siendo una Black. Y una Black no dudaría nunca en elegir los momentos correctos para actuar. Ella tomó lo que quería y lo que la hacía feliz.
— Sigo pensando que no debiste hacerlo frente a todas esas personas — dijo White — Era algo que solo les importaba a ti y a él. Fue presión social, Dora, y un pozo muy bajo que no pensé que tocarías.
Tonks ni siquiera se inmutó. Incluso si quería sonar como un reproche, una pequeña sonrisa cruzaba el rostro de White. Le resultaba imposible estar contra Tonks, y menos cuando se veía tan radiante luego de lo que fueron meses deprimentes para ella, por la constante lucha de sentimientos que tenía acerca de ella y Remus.
Un ruido en la maleza captó la atención. Parecían voces, varoniles y entrecortadas. No se oían como si quisieran que alguien los notara allí.
White se movió rápidamente, acariciando la parte baja de su vientre. Tonks la imitó, aunque parecía no haber escuchado el ruido, alzó la varita y avanzó con ella.
— ¿Qué sucede? — preguntó, entre dientes.
— Escuché algo — devolvió White, en el mismo tono. Tonks avanzó a tres zancadas, escondiendo el cuerpo de White detrás del de ella. La rubia quiso colocar los ojos en blanco, pero no le sorprendió su reacción. — Venía de los árboles. Eran voces.
— ¿Estás segura? — Tonks entrecerró los ojos.
— Puedes creer lo contrario — bufó, reforzando el agarre de su varita. Sus ojos grises se movieron de un lado a otro entre la maleza, tratando de encontrar movimiento en ella. El leve destello de platinado la hizo detenerse — Pero no estoy loca. Escuché voces.
— Podemos decirle a Sirius — sugirió Tonks — él, James y Remus tomaran la guardia en unas horas.
White retrocedió. El destello del platinado no vino de su imaginación. Un rastro pálido, ojeroso y una expresión llena de pánico apareció entre todo el panorama verde, vistiendo lo que parecían túnicas negras y sosteniendo la característica máscara de los mortifagos.
Draco Malfoy la miraba como si ella fuera alguna clase de pesadilla para él.
No le fue difícil reconocerlo. Lo vio por primera vez casi un año atrás, en la plaza de Wiltshire, hablando con Roselyn. Sabía lo importante que él era para su hijastra y cómo las cosas terminaron, cuando no tuvo más remedio que unirse a los mortifagos y matar a Dumbledore para salvar su propia vida y la de su madre, Narcisa Malfoy. Atenea le habló mucho de ellos, en su niñez. Nunca los conoció personalmente, pero ahí lo tenía, frente a ella.
Y él estaba asustado.
Hubo un pequeño cosquilleo en su garganta, los músculos de sus mejillas tensándose al obligarse a no sonreír. Podía ser cruel, y lo sabía. Resultaba inevitable para White encontrarlo gracioso. Oh, cómo cambiaban las cosas en un par de años. Estaba segura de que si alguien le hubiera dicho a Draco Malfoy a los 15 años que se enamoraría de Roselyn Potter y arriesgaría su pellejo solo por verla, el chico habría enloquecido.
Era hilarante.
La sangre maldita de los Black hierve en las venas de White por reírse.
El karma era una perra.
White toca su vientre bajo de nuevo y mira a Tonks. Probablemente no ha visto a Malfoy, sin embargo, sabe que White está ocultando. La conoce demasiado para no notarlo.
— Claro — aceptó, volviendo a su cara indiferente. Tonks se colocó la varita en la oreja y no bajó la guardia, caminando a su lado hacia la carpa de nuevo.
Ninguna de las dos dice nada a Sirius de lo sucedido.
En su lugar, y algunas horas después, mientras Bill y Fleur tienen su primer baile como esposos y todos los invitados aplauden a ambos, White se acerca a su hijastra y se sienta junto a ella y Morrigan. La morena come casi atragantándose, sonriéndole con disculpa al ver la nariz arrugada de White viéndola.
— Estás hambrienta ¿eh? — murmuró, acercándose a ella y quitándole con un trapo de tela los residuos de las papas fritas que Charlie y los gemelos lograron contrabandear entre los aperitivos sin que Molly lo notara. Morrigan se colocó de un divertido color rojo, sintiéndose como una niña, pero sin replicar a White. Roselyn tosió divertida de la situación — No olvides respirar.
— Respirar está sobrevalorado en estos días — decidió Morrigan, y el ácido de su tono de voz ante su habitual humor negro logra hacer reír a la rubia.
— Oye — Roselyn parpadea horrorizada.
— No nos prestes atención, Rosie — White sacudió la mano, quitándole importancia — Solo entre serpientes nos entendemos.
— A veces me marea estar rodeada de Gryffindors — Morrigan colocó los ojos en blanco.
— Yo soy Hufflepuff — se quejó Roselyn, cruzándose de brazos y haciendo un puchero.
La forzada sonrisa que la morena dirigió a la pelirroja hizo la alarma en la mente de White estallar. Había decidido permitir a Morrigan tomar la decisión de hablar con ellos, sin embargo, la dirección que tomaba todo lo que sucedía no le gustaba para nada.
— Sigues siendo Gryffindor — señaló ella. Se quitó el cabello de la cara, notando la mirada que White le enviaba, y se levantó, jugueteando con su brazalete plateado de serpiente — Buscaré a William. ¿Quieres comer algo, Rose?
Roselyn negó, enrollando un mechón pelirrojo alrededor de su dedo mientras ella se alejaba.
— Se está comportando muy extraño últimamente — pensó la pelirroja en voz alta.
White acababa de ver el anillo que deslumbra en el dedo anular de Roselyn bajo la luz de las velas flotantes.
Es de plata y contiene una piedra negra, sobre la que reposa el grabado de un escudo de armas verde, detalles oscuros y plateados acompañándolo. La letra M reposa encima de un lema escrito en latín. Sanctimonia Vincet Semper. El escudo está atravesado por tres lanzas, dos diagonales y la otra vertical. A los costados hay dos dragones, reposando sobre las puntas inferiores de las lanzas diagonales. En la cima de todo, rodeando la lanza vertical como un caduceo, dos serpientes verdes enseñan la lengua venenosa.
— La pureza vence siempre — tradujo White.
Roselyn se sobresaltó, escondiendo de inmediato su mano. Parecía un poco asustada, mordiendo su labio inferior y negándose a mirarla a la cara.
— Yo...
— Creí que esos anillos estaban hechizados para que solo los Malfoy en sangre los llevaran — dijo White, recordando la historia que Atenea le contaba de niña.
La pelirroja no dijo nada durante unos largos segundos, tirando del pequeño pliegue del vestido rojo que se hacía en su vientre bajo. Cuando vio que White no iba a dejar el tema, lanzó un suspiro irritado y clavo los ojos esmeraldas en el suelo.
— Draco le quitó esa maldición cuando me lo dio — balbuceó. Aún parecía nerviosa — Fue el día antes de la muerte de Dumbledore.
— Una promesa — entendió White. Los Malfoy eran personas más de gestos y acciones que palabras — Que novio más complicado te conseguiste, Rose.
Ella enrojeció.
— No es... complicado — siseó entre dientes. A White le dio ternura, no sabía cuánto tiempo pasó con Draco Malfoy, pero definitivamente había aprendido algo de las manías de las serpientes — Solo hay que... saber... tratarlo.
— Sí, seguro — ironizó, disfrutando de la molestia que iluminaba su mirada esmeralda. Era divertido verla enojada, ahora que no la odiaba. Roselyn era casi el estereotipo de Hufflepuff cuando estabas bien con ella y White no lograba ignorar lo gracioso que todo esto le parecía — Él está aquí.
Roselyn se atragantó.
— ¿Qué?
— Afuera — informó White — Está con alguien más, pero no logré ver quién era. Estoy segura de que quiere hablar contigo.
Ella se levantó de su asiento, respirando agitadamente.
— ¿Está aquí? — repitió, con una sonrisa de tonta enamorada.
White suspiró. Alguien algún día debía hacerle un altar por ser casamentera de sus hijastros.
— Cerca del límite de las protecciones, en el bosque.
Roselyn salió corriendo de la carpa, lo más rápido que podía usando tacones.
— Ahora, si Kendra no hubiese muerto primero — decía una mujer, de apariencia mayor. Harry, que había sido puesto bajo poción multijugos para aparentar ser uno de los tantos primos Weasley, estaba allí, mirando horrorizado a la mujer, acompañado de un señor que White recordó era, de hecho, un amigo de Dumbledore. Hizo un memorando en el periódico, ella lo había leído hace casi una semana — habría dicho que fue ella la que mató a Ariadna...
— ¡Cómo te atreves, Muriel! —gimió el hombre mayor. Doge, si no le fallaba la memoria —. ¿Que una madre mate a su propia hija? ¡Piensa en lo que estás diciendo!
Instintivamente, se llevó la mano al vientre. Harry pareció haberla visto, pero seguía petrificado en la silla, viendo a Muriel.
— Si la madre en cuestión era capaz de encerrar a su hija durante años hasta el final, ¿por qué no? — Muriel se encogió de hombros—. Pero como dije, no concuerda, porque Kendra murió antes que Ariadna... de qué, nadie nunca ha estado seguro... Sí, Ariadna pudo haber hecho un desesperado intento de liberarse y matar a Kendra en el forcejeo. Sacude la cabeza todo lo que quieras, Elphias. Estabas en el funeral de Ariadna, ¿verdad?
— ¿Qué carajos haces escuchando a tía Muriel? — la voz de Charlie la sobresaltó, de repente. La expresión graciosa del pelirrojo se distorsionó un poco, viendo lo pálida que estaba White — ¿Estás bien?
— Creo que ella hizo cucú — dijo White, tragando saliva. La mención a la aparente niña muerta y su madre negligente le habían dado nauseas.
— Tía Muriel hizo cucú hace siglo y medio — señaló Charlie, tomando su brazo y acariciándole la espalda — Altair ¿Qué sucede? ¿Son las nauseas? Puedo llamar a Tonks para que te lleve a casa, a Bill y Fleur no les importará.
— No pasa nada, cariño — susurró White, tambaleándose un poco. Apoyándose contra Charlie, se quitó los zapatos de tacón bajo que había estado usando y trató de enfocarse otra vez — Es solo que la escuché diciendo algo horrible y todo me dio vueltas.
— Vamos, rubia — Charlie se arrodilló frente a ella y le quitó el cabello de la cara — Estás empezando a preocuparme. ¿Tengo que hablarle a James?
White sacudió la cabeza.
— No, y no te...
Roselyn entró corriendo a la carpa en ese momento. Tropezó quitándose los tacones y estuvo a punto de chocar contra el cuerpo de Charlie, de lo apurada que estaba acercándose a White. Tenía el rostro rojo por la carrera que hizo desde el límite del bosque y las mejillas manchadas de lágrimas secas. Charlie se enderezó, con los buenos reflejos que le dieron su tiempo jugando al quidditch, y la sostuvo por unos inquietantes segundos.
— ¿Rose? — Charlie parpadeó, desconcertado — ¿Has estado llorando?
— No hay tiempo — se quejó la pelirroja, agitada — Ellos vendrán. ¡Tenemos que irnos de aquí!
White sintió que todo su cuerpo quedaba congelado. No supo cómo fue capaz de colocarse en pie, sosteniendo fuertemente el brazo de Roselyn y compartiendo una mirada apurada con Charlie.
— ¿Qué te dijo Malfoy?
— ¡Draco me avisó que ellos vendrían! — Roselyn tomó a Charlie de la túnica y lo apretó entre sus dedos. Estaba temblando del susto — Dijo que debíamos escondernos. Charlie, tienes que decirle a los invitados que se...
En ese momento, algo grande y plateado apareció cayendo del toldo sobre la pista de baile. Grácil y brillante, el lince aterrizó con suavidad en el medio de los asombrados bailarines. Las cabezas se giraron, y aquellos que estaban cerca se congelaron absurdamente en medio del baile. Entonces la boca del patronus se abrió y habló con la fuerte, profunda y lenta voz de Kingsley Shacklebolt.
— El Ministerio ha caído. Scrimgeour está muerto. Están viniendo.
La Segunda Guerra Mágica inició aquel día.
White lo recordaría durante sus próximas pesadillas.
— ¡ALTAIR! — vociferó la voz de Tonks a los lejos. Los invitados habían chillados asustados y se apresuraron a desaparecerse, los encantos alrededor de la Madriguera se habían roto — ¡CHARLIE, SÁCALAS DE AQUÍ!
— ¿QUÉ PASA CONTIGO? — le devolvió el grito. No podía dejar de mirarla, no podía perder a su mejor amiga.
— ¡SOLO VETE!
Lo vio a lo lejos. Tenía la cara seria, la varita levantada y parecía tratar de camuflarse entre la multitud. White no recordaba que Bill lo hubiera invitado a la boda. ¿Qué hacía él ahí? ¿Qué buscaba?
Los mortifagos aparecieron con otro plop.
Remus y Tonks gritaron protego al mismo tiempo.
Toda la carpa era un caos, Charlie fue alejado por la multitud de ambas y White trató de aferrarse al brazo de Roselyn, que sostenía temblorosamente su varita y contenía gimoteo mordiéndose los labios hasta hacerlos sangrar. Los ojos grises de White seguían buscando a James, asustada de algo más hubiera sucedido.
— ¡Sal de aquí! — la voz de James resonó. De reojo, pudo verlo forcejeando con Harry. William y Morrigan luchaban contra un par de mortifagos, espalda contra espalda, tratando de repelerlos para desaparecerse sin testigos.
Era el plan de contingencia. Harry se iría, con Ron y Hermione, a completar la misión que Dumbledore les había encargado. William y Morrigan también tomarían su propio rumbo, a la casa de seguridad que James poseía en Londres Muggle. Si White estaba cerca de Roselyn y James no tenía tiempo para acercárseles, ella se la llevaría y no se arriesgaría a esperar que las buscara.
James se lo había hecho prometer aquella mañana, entre lágrimas desesperadas de White y el instinto protector que alteraba el sabbat viendo a su esposa vuelta un mar de dolor.
Sacudió la varita y creo un encantado escudo alrededor de ella y Roselyn, enviando un Stupefy al mortifago que tenía de frente. Le dio de lleno en el pecho, y por mero instinto se acercó a él y le pateó el costado de la cabeza, esperando haberle provocado una contusión.
Se giró al escuchar el grito ahogado de la pelirroja, encontrándola entre los brazos del chico Malfoy, que le cubría la boca y trataba de decirle algo al oído. White se distrajo cuando otro par de mortifagos se acercaron a ellas, lanzando maleficios y tratando de hacerse camino ante James. Una oleada de fuego la retuvo, alejando al enemigo de las dos.
Roselyn tenía el cabello resplandeciente, apresurándose a tomar la mano de White. James las miró, sonriéndoles quedamente antes de correr hacia Sirius, Remus y Tonks, que seguían luchando contra los mortifagos. Con los nervios hechos un desastre, White recordó la promesa que hizo a James.
Se desvanecieron de allí rumbo a Potter Manor.
maldita sea, llevo con este capítulo dos semanas y mi crisis de inspiración no se iba, pero bah, he vuelto. ¿Cómo están, kiwis? ¿Cómo las trata el infierno que llaman colegio?
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