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XX.



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JAMES Y WHITE






La relación de James y White comenzaba a sufrir algunas tensiones.

Unas pocas semanas antes de que acabara el año escolar de Hogwarts y de que Harry, Roselyn, Morrigan y William regresaran a la casa, James había estado tratando de asimilar la supuesta maldición que White pensaba tenía. Él ya pasó por una situación parecida, cuando el tatuaje apareció en su espalda y William... Ragnor, cómo carajos se llame, le explicó lo que pasaría si no lograba tomar el control del poder sobre el fuego, James se encontraba completamente seguro de que estaba maldito.

— No es una maldición — le dijo William, esa vez, con la voz adormilada y sus ojos cerrados. Estaban en la habitación de James, procurando no hacer mucho ruido para no alertar a sus padres. James tenía su cabeza recostada contra el pecho de William, dejando que le acariciara el cabello con pereza — Una maldición es lo que yo tengo, James. Ve el fuego como... como un regalo de la magia.

— No entiendo — James arrugó el ceño, enderezándose y confrontando a William. Seguía sin mirarlo, aunque eso no impidió a James rodar sobre él y sentarse encima de sus caderas. William se quejó, parpadeando y frunciéndole el ceño al ver su expresión enfurruñada — Tu inmortalidad es una maldición, pero mi fuego y lo que sea que haces con el agua, ¿no lo es?

— No — declaró William, apoyando los hombros en el espaldar de la cama. James dejó que sus ojos vagaran sobre el pecho desnudo de William, encontrando el borde la cola de la serpiente deslizándose desde su cadera. William lo notó, lanzando un suspiro lleno de cansancio — Mi inmortalidad es un tormento, James. Lo que hacemos no. 

— Me dijiste que podríamos matar a alguien — recordó James, ladeando la cabeza.

William sonrió, como si le causara ternura la terquedad de James para no dejar el tema.

— Eso es si no lo controlamos, James — explicó, estirando su mano y acariciando una de las patas del león estampada en su omóplato. James se estremeció, desde que adquirió el tatuaje era sensible a cualquier toque sobre esa zona particular. Como si la magia de este se activara hasta por el más mínimo roce — Mi maldición, la inmortalidad, no puedo controlarla. Cuando mueras, seré siendo el chico de 16 años que estás viendo ahora — James intentó no estremecerse, no le gustaba que William pensara tanto en eso si de alguna u otra manera afectaría su relación — Pero el poder sí se puede controlar. ¿Ves la diferencia?

James sintió la calidez de unos dedos suaves delineando el tatuaje, devolviéndolo a la realidad. Estaba en la sala de estar de Potter Manor y trataba de leer el libro que tenía en sus manos, sin éxito ante la distracción que le generaban sus recuerdos de William. Giró la cabeza, encontrándose la mirada extrañada de White al masajear sus hombros.

— Estás tenso — murmuró, sonriendo de lado al oír el leve crujido de los huesos de James bajo el masaje de la rubia — ¿Qué sucede?

— Estaba pensando en lo que dijiste de la maldición sombra — relató, ignorando de forma deliberada el repentino congelamiento de su novia — Cuando era adolescente, William me contó mucho de las maldiciones. Se pueden romper si se halla la forma, White. Yo solo... intentaba ver qué podía hacer.

— Bueno, no es como si fuera algo inmediato — White intentó bromear, sus ojos la delataron al rodear el sofá y recostarse sobre las piernas de James. Él no pudo dejar de mirarla, el brillo del iris gris cuando trató de ocultar sus verdaderos sentimientos y colocó una sonrisa valiente en su cara — Si es que de verdad la tengo, cosa que no sabemos. Solo es algo que afecta la apariencia física.

— Pudiste morir — dijo James, frunciendo el entrecejo.

— Y tendré más cuidado — asintió White, como si fuera muy obvio — Te lo prometo, James. Tendré cuidado de no acercarme al fuego. Además, aún tengo que averiguar que sucedió esa primera vez. Galatea debió habérmelo echo olvidar porque era una de las pocas situaciones que nos unía. Ya no me afectará, así que no es lo importante ahora.

— Sí lo es — James sacudió la cabeza, White no quería hablar del tema solo por lo mucho que se le dificultaba hablar de sus sentimientos. James no era tonto, y conocía a White. Podía notar lo aterrada que estaba, incluso si lo ocultaba — Podría volver a ocurrir si no...

— Ya te dije que tendré cuidado — White rodó los ojos, acariciando su mejilla y dándole otra sonrisa dulce. James quiso protestar, callado por el dulce sabor de los labios de su novia — De verdad, estoy bien.

James no le creyó, pero dejó pasar el tema para no empezar a discutir de nuevo. White y él tuvieron un altercado verbal bastante fuerte hacía ya una semana. ¿El tema? Lily. White le hizo explicarle, o al menos explicarle por encima, la razón de que James se alterara tanto a cada mención de la pelirroja.

Él le había dicho lo frustrado que lo tenían las intenciones de Lily respecto a sus hijos y sus intenciones de intervenir. Lily ha querido apartarlo de Harry y Roselyn desde que se divorciaron, cosa que lo dejaba de muy malhumor. Su idea para protegerlos era quitárselos a James, en primer lugar, y luego llevárselos lejos, donde nadie podría encontrarlos. Ni siquiera él.

James, claramente, no quería que le arrebataran a sus hijos.

— Bueno... — White chasqueó la lengua, furiosa de continuar hablando. Ese día habían estado en la cocina, mientras James preparaba la cena y ella lo observaba sentada en la isla — ¿Nunca pensaste que tiene algo de razón?

James se congeló. Algo que detestaba, pero es que de verdad, detestaba, era que le dijeran cómo debía o debió haber criado a sus hijos.

— ¿Qué? — balbuceó, parpadeando varias veces y soltando el cuchillo.

White no pareció notar su molestia.

— Sí, quiero decir... — se acomodó el cabello, aparentemente aburrida y mascando una goma de mascar — Sé que está loca, y que está muy mal de su parte querer apartarlos de ti. A lo que me refiero a que tiene algo de razón es que... para Harry y Roselyn hubiera sido mejor no involucrarse en el mundo mágico. Piénsalo de esta manera — añadió, sacudiendo su mano al vislumbrar el brillo de molestia en los ojos de James — Harry me contó que le han pasado muchas cosas desde que entró a Hogwarts. No está a salvo allí, James. Y, vale, que Roselyn no me habla, pero debe ser bastante difícil para ella verse involucrada solo porque su hermano es Harry Potter.

— ¿Qué estás tratando de insinuar?

White, en ese momento, se dio cuenta de la fibra sensible que había tocado. Hizo una mueca y volvió a acomodarse el cabello, desviando los ojos unos segundos sin querer encontrar la mirada fría de James.

— Lily estuvo en un extremo, James — intentó mejorar la situación, dando un suspiro fuerte y regulando el mal presentimiento que le dejaba seguir el tema — Sin embargo, tomaste el otro extremo para llevarle la contraria. Sé que has hecho lo imposible por protegerlos, lo he visto, cariño. Solo que...

— No hice suficiente — asintió James, cerrando su mano en un puño mientras trataba de controlar su temperamento — ¿Eso es lo que quieres decir?

Discutieron a gritos hasta que White dejó la cocina, alegando que no quería seguir diciendo palabras hirientes de las que se arrepentiría después. Después de tres días sin dirigirse la palabra, solo unas cuantas miradas vagas durante reuniones de la Orden, James recapacitó, por si mismo y también porque Sirius intentó matarlo cuando se enteró. Era claro que esa discusión había afectado a White, que dejó de comportarse como ella misma incluso estando con Bill, Tonks y Fleur, lo que llamó la atención de Sirius que, junto a Remus, convenció a James de explicarles la situación.

James se acarició el hombro, aún le dolía luego de la cantidad de maromas que tuvo que hacer para esquivar los hechizos por parte de Sirius. 

Había sido más por orgullo que por no saber que White tenía la razón el detrás de su discusión. Existían esas veces, en medio de la madrugada oscura, que se sentía tan hundido dentro de su mente que llegaba la conclusión de que fue un asco como padre. Al ver a Lily tan dispuesta a irse y apartar a sus hijos de él, se cerró en su pensamiento de que podía protegerlos estando en el mundo mágico, de que era un padre apto para Harry y Roselyn y Lily no tenía ninguna justificación de querer quitarle a James el derecho de verlos.

Sabía que White tenía razón, aunque le dolía admitir que solo por sus problemas personales con Lily arruinó la vida de sus hijos.

Besó el hombro de su novia y enterró la cara contra su omóplato.

— Vamos a la cama — murmuró White, levantándose y tomando la mano de James.

Él suspiró, sentía los párpados pesados y aunque en otro momento hubiera estado encantado de hacer el amor a White luego de su discusión, no tenía ganas ni de respirar.

— Preciosa...

— Vamos — insistió, entrelazando sus dedos y acariciándole el cabello. James la abrazó de las caderas, recostando su cabeza contra la piel desnuda. White llevaba un crop top que cubría las partes importantes de su torso, aunque por el frío invernal debería estar abrigada hasta el cuello — Solo, ven conmigo a la cama.

James no se resistió, dejándose arrastrar por White escaleras arriba. Al llegar a su habitación, frunció el ceño con confusión viendo el aparato muggle contra una de las paredes, de frente a la cama. Era lo bastante grande para cubrir el espacio de una mesa redonda individual, aunque no lo suficiente para que el peso del objeto fuera demasiado para la mesa. 

— ¿Qué demonios?

— Cuando cumplí 13 — explicó White, quitándose los zapatos y desabotonando su falda de tela escocesa. James la miró extrañado, viéndola tomar otro aparato muggle, muchísimo más pequeño, de la mesita de noche y presionar uno de los botones. La pantalla negra brillo, lo que hizo a James parpadear incrédulo al ver unas fotos mágicas muy raras, sonido incluido, reproduciéndose en la pantalla — Comencé a pasar algunos días en casa de los Tonks. A Atenea no le hacía mucha gracia, quería alejarme de los Black el mayor tiempo posible.

— Eso le salió mal — murmuró, quitándose la camiseta y acostándose junto a ella, acomodándose los lentes al prestar atención de las imágenes en movimiento del aparato muggle.

— Ya sabrás — bromeó, dándole un beso en la comisura del labio mientras James la miraba divertido — La cosa es que, Ted, el papá de Dora, me enseñó a usar las maravillas que crean los muggles. Es un hijo de muggles, como Sirius de seguro te habrá dicho — James asintió, Sirius estaba muy entusiasmado cuando su prima Andromeda escapó con su novio y se convirtió en la otra deshonra de la familia —Una de ellas es esto. Se le llama televisor. Puedes ver películas con él.

James volvió a asentir. Sí sabía de las películas, Roselyn siempre sonreía al hablar de ellas. Sobretodo de una que salió ese mismo año, El Jorobado de Notre Dame si no se equivocaba. Sabía por ellos que Lily, en las salidas que tenía permitidas pasar con ellos, los llevaba a ver películas. Aunque Harry decía que iban a un cine y los muggles eran unos estafadores por cobrar tanto por un paquete pequeño de palomitas y soda.

— ¿Y compraste un televisor?

— Amo tener sexo contigo, pero uno de estos días se nos acabarán los condones.

— Bah, existen las pociones — James rodó los ojos, restándole importancia.

— Sí, y la disfunción eréctil.

James chilló horrorizado.

— ¡Retráctate! 

White se rió a carcajadas, dejándose caer en la cama con James sobre ella, dejando besos alrededor de su rostro y haciéndole cosquillas. Aunque su discusión los hirió por igual, tras las cosas que se gritaron el uno al otro, ambos estaban arrepentidos de sus acciones y querían arreglarlo lo más rápido que pudieran, porque les hacía daño a los dos. Sus orgullosos eran grandes impedimentos, y aquella era el por qué seguían sin disculparse, incluso si trataban de olvidarlo.

Al final, White dio un suspiro hondo.

— Lo siento — murmuró, quedándose quieta al sentir la respiración de James contra su cuello.

— Yo debería disculparme — respondió, sacudiendo la cabeza — No debí haber dicho todo eso. No lo merecías, White.

— Está bien — ella sonrió, acariciándole la mejilla con ternura — elegiste la decisión que creías correcta en su momento, James. Nadie tiene todo el conocimiento de padre a los... ¿Qué? ¿Cuántos tenías? ¿21? Querías proteger a tus hijos sin alejarlos de sus raíces. Hiciste lo que pudiste.

— Solo que — James suspiró, recostándose su frente sobre la de ella. White esperó a que se decidiera continuar, preocupada por su expresión y la indecisión de sus ojos — Tenías razón. Ellos no están a salvo en Hogwarts, los arriesgué por llevarle la contraria a Lily y ahora...

— Oye — White lo cortó, besándolo con lentitud y ternura — Eres un padre excelente, James. No lo olvides solo porque una niña que no sabe nada de cuidar hijos te dijo algo sin ponerse en tus zapatos. Yo solo llegué hace un año, tú estás con ellos hace 16 años. Los conoces mejor que nadie y solo tú sabrías lo que es mejor.

¿Cómo no podría estar enamorado de White Black?

Porque, al verla a los ojos, James descubrió lo que ya tenía pensado desde hace días, cuando decidió que prefería tirarse a batallar un dragón sin varita que seguir extrañando su presencia, con sus brazos alrededor de ella. James se enamoró de White y no le queda más claro que en ese momento, sonriéndose mutuamente y besándola con unas ganas tan inmensas que olvidaron la razón de la televisión encendida.

Porque aunque White lo había dicho, ella también lo amaba a él.

Y eso era lo que les importaba ahora.






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