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XVII.


seventeen;
LILY EVANS









White veía a James ir y venir por el bosque boquiabierta. 

— ¡Esto es asombroso! — exclamó, riéndose de forma incrédula cuando el majestuoso ciervo detuvo su andar, postrándose frente a ella e inclinando su cabeza, como una reverencia. A pesar de que James podía hacerse pasar de un animal cualquiera a la perfección, sus ojos avellana, que tenían una fina línea en ellos, a consecuencia de los anteojos, seguían siendo humanos. Mantenían esa chispa de burla y satisfacción propia al lograrla dejar sin palabras — Sabía que el poder en ti no era normal. ¡Eres un animago!

La estructura del cráneo del ciervo se balanceó, en un extraño cabeceo que cautivó a White. Algo enternecida, no solo porque los animales siempre le encantaron, si no porque James decidió compartir un secreto de tal magnitud con ella, se arrodilló frente a él y estiró su mano, esperando permiso de su parte para acariciar las inmensas cornamentas que coronaban la parte superior de su cabeza.

— Eres increíble, James Potter — balbuceó, sonriendo cuando los ojos del ciervo brillaron. El remolino de sentimiento en ellos delataba por completo su verdadera naturaleza y White no pudo sentirse más encantada que antes, su ensoñación viéndose entorpecida en cuanto resonó en todo el claro el ladrido de un perro inmenso, que saltó hacía James y lo arrastró al suelo con él — ¡Eh, chucho malo!

Una risa genuina distrajo a White de la escena. Remus Lupin, lleno de cicatrices y la misma túnica vieja y remendada a la que ella se acostumbró verle, descendió al claro, una sonrisa sardónica tirando de sus labios cuando el perro ladró de nuevo, esta vez hacía ella.

— Veo que James decidió contarte — señaló Remus, sus ojos ambarinos volviendo a la escena. 

White se giró, asombrada y extrañada cuando notó que el ataque del perro se había detenido. En realidad, estaban jugando, toreándose el uno al otro y chocando sus cabezas como un extraño saludo animal.

— ¿Qué demonios?

— Es Sirius — informó Remus, y para White tuvo sentido todo. Por supuesto, el chucho pulgoso debía ser su hermano. — ¿Te ha dicho algo más? 

— No, solo me dijo que bajara al bosque — White soltó un bufido, algo indignada de no haber recibido más palabra de parte de su novio que aquellas que ahora la mantenían sorprendida. 

Remus sonrió.

— Por supuesto — aceptó, escondiendo las manos en los bolsillos de su pantalón. — A James le gustan las demostraciones triunfales. 

Sus hombros se veían tranquilos y bajos, no tensos como White lo veía siempre en Grimmauld Place. Al parecer, había algo en la mansión Potter que jugaba un papel importante para todos aquellos en la vida de James. 

White no lo descubría aún, pero suponía que luego de años de amistad, Remus y Sirius sentirían la casa como propia. Su verano viviendo allí le enseñó que incluso William, a quien no conocía de mucho, y Morrigan, que según dijo Harry llegó hace poco a Inglaterra, adoraban el lugar. Más que nada el bosque. Admitía que estar aquí le estaba brindando algo de calma, viendo a James y Sirius en sus formas animagas jugar como niños pequeños.

— Lo noté — White se rió, recordando la vez que James le demostró el alcance completo de su control sobre el fuego y Protego Diabolica. Había sido aterrador, como si sus pulmones se llenaran de humo y la quemaran. James no volvió a intentarlo cuando notó lo mucho que afectaba a White, aunque ella no podía recordar por qué la afectó tanto en su momento.

James tenía el control total de la situación ese día, y White lo sabía muy bien. No terminaba de comprender por qué se aterró tanto durante aquella ocasión. 

De cualquier forma, su novio podía ser dramático cuando quería. A palabras de Sirius, James era una Reina del Drama. Por supuesto que Remus y James opinaban por igual que la verdadera Reina del Drama era Sirius, lo que a White le parecía una total realidad aunque su hermano se mostrara indignado cada vez que lo insinuaban. 

— ¿Ya terminaron, niños? — preguntó Remus, estirando sus manos cuando el perro corrió hacía él y se le tiró encima, casi escalando sobre Remus mientras se sostenía de los hombros. Remus dejó que el perro le lamiera la cara, riéndose por la hiperactividad que mostraba el animago — Canuto, que asco. Lávate los dientes. 

El perro le ladró indignado, sus grandes patas golpeando el pecho de Remus. White pensó que aquello debía doler, pero Remus parecía muy acostumbrado a la situación y no lo sintió, acariciando el hocico y logrando calmarlo con sus caricias.

— ¿Canuto? — repitió, confundida.

— Cornamenta — dijo James, que había vuelto a su forma humana mientras ella no miraba. Se acomodaba la ropa, quitándose algunas hojas que tenía encima, señalándose para hacer más obvia la información — Lunático — movió la barbilla a Remus, que sonrió ligeramente a White cuando sintió los ojos grises sobre él — Y Canuto. 

— ¿También eres un animago? — inquirió White, extrañada. Algo en la situación no le cuadraba.  

Remus siguió acariciando a Sirius, que restregaba su hocico en el costado de su cadera. La rara muestra de apoyo por parte del perro, funcionó. Remus se relajó lo suficiente para seguir hablando.

— No — declaró, jugando con las orejas de Sirius, que comenzó a dar vueltas alrededor de él, gruñendo entre sus grandes colmillos y dándole vistazos a White, casi con posesividad y protección hacía el hombre — Lo mío es más una... maldición.

— Venga, Remus — apremió James, cruzando los brazos sobre el pecho. Se veía repentinamente molesto y no muy contento con lo que iba a decir — Pasarán años y seguirás odiándote por eso — Sirius ladró en su dirección, centrando sus ojos caninos en él — Sabes que tengo razón, Siri.

— Una maldición ¿Como la licantropía? — sugirió White de repente, cortando lo que sería una buena respuesta por parte de Sirius. Remus, James y el perro miraron hacía ella, esperando que continuara hablando — Bueno, ahora tiene sentido que nunca asistías a una reunión el día previo, durante y después de Luna Llena.

— ¿Ya lo sabías?

— No cuestiones mi inteligencia, James — White se llevó la mano al pecho, sintiéndose un poco ofendida por la insinuación — No creí que ustedes fueran animagos, pero la licantropía era obvia.

— Entonces — Remus tragó saliva. Se veía asustado en ese momento — ¿No te importa?

— ¿Debería? — White sacudió la cabeza — Ya les dije que fui a un campamento hippie. Ahí no solo te enseñan las formas de consumir LSD ¿Saben? Parte de la filosofía es ser feliz y dejar a los demás ser felices. Ya saben, amor y paz y todo eso. Así como las personas pueden creer que es malo que tú seas un hombre lobo, también pueden ver como malo que yo esté en una relación con James. ¿Me importa alguna de las dos cosas? No.

Los merodeadores parecían mareados. White no pudo evitar sonreír con suficiencia al notar que los había dejado callados. Era tan divertido sorprender a la gente, las personas no dejaban pasar el hecho de que asistió a un campamento hippie, pero sí las ideologías que ellos manejaban y que por supuesto transmitieron a White. ¿Ya había dicho cuánto amaba sorprender a las personas?

— Me agrada más que Evans — declaró Sirius, una sonrisita en sus labios. White se había perdido tanto en sus pensamientos que ni siquiera notó cuando se transformó de vuelta a Sirius.

— Soy tu hermana.

— Y eres mejor que Evans, lo que te da más puntos — Sirius soltó una carcajada, que White iba a denominar carcajada perruna porque le sonó de sobremanera a sus ladridos, mientras palmeaba el hombro de James, que miraba a White embobado — Elegiste bien a la chica, hermano. 

James reaccionó solo para golpearlo, lo que provocó una risa ahogada de Remus y los reclamos de Sirius. Ambos comenzaron a empujarse, rápidamente rodando en el suelo con sus formas animagas, toreándose y dándose cabezazos cariñosos. 

— ¿Hacen eso seguido, cierto? 

Remus asintió, acariciándose el puente de la nariz con cara exasperación.

White se alejó, alegando que estaba hambrienta. Por lo que sabía, James quería contarles a sus amigos el poder del fuego, y White quería darles su espacio para que lo procesaran. Probablemente no ayudaba que le dijera a ella primero, pero White no culpaba a James. Le era obvio que él no entendía nada de lo que le sucedía con el tatuaje, y compartirlo le había aterrado durante años. 

Si Godric no hablaba con él rápido, White iba a revivirlo y a golpearlo por tardarse tanto. No sabía cómo, pero lo haría.

El timbre de la puerta sonó, lo que confundió a White. No creía que James esperara alguna visita, por lo que ella entendió, solo los merodeadores, aparte de ella y los chicos, sabían que Potter Manor se encontraba en Wiltshire. Se acercó a la puerta, tomando su varita que escondía en la bota como precaución extra. Cogió el pomo, sintiendo las sacudidas que daba por la fuerza que empleaba la persona tras la madera.

— ¡Sé que estás ahí, Potter!

Ah, no puede ser.

Abrió la puerta y se encontró a Lily Evans frente a ella.

— Ay, que mala suerte.

Al principio, Lily no luce como si pudiera reconocer a White. No le sorprendería, teniendo en cuenta que solo se han visto una vez y no por más de cinco minutos, y en ella, lo máximo que White dirigió hacía Lily fueron palabras de amenazas y miradas venenosas. Aún así, tras unos segundos de silencio, su cerebro hace click y la mira frunciendo el ceño.

— ¿Qué haces tú aquí? — reclamó. Los ojos verde de Lily, que se parecían tanto a los de sus hijos que mareaba un poco a White, viraron de ella a la gran escalera a mitad del vestíbulo. Traía ropa muggle, aunque no como la de White, que aprovechó la aparición del programa televisivo para tener inspiración infinita de su vestuario. Lily se veía como si hubiera agarrado lo primero que apareció en su camino y se lo colocó antes de salir — ¿Dónde está Potter?

— ¿Qué quieres?

— No me hables en ese tono — chilló. Sus ojos se veían locos. White pensó que llamarla mentalmente la loca pelirroja no estuvo tan errado como creyó — ¿Dónde está Potter?

— ¿Quién es, White? — James se asomó, quedándose de piedra al ver a su exposa allí, bajo el marco de la puerta y a su novia. White miró sobre su hombro, encontrándose una expresión de seriedad que no había visto antes de su parte — ¿Qué haces aquí, Lily?

— ¿Qué hace ella aquí? — dijo en cambio, sus labios frunciéndose de forma despectiva.

— Eso no es de tu incumbencia, Lily — advirtió James, acercándose a ambas. White retrocedió, dejando que enfrentara a la enloquecida pelirroja.

— Es de mi incumbencia si mis hijos están involucrados, Potter — gruñó Lily.

Los pasos de Sirius y Remus cortan el tenso silencio. Ambos estaban sonriendo y se ven confundidos de la postura que han tomado James y White, perplejos en cuanto logran distinguir a Lily a unos metros de ellos.

— Ay, que mala suerte — suspiró Sirius, rodando los ojos en cuanto el iris gris encuentra el orbe esmeralda, ganándose de inmediato la mala mirada de Lily.

— ¿Vas a responder? — demandó Lily, ignorando a Sirius tras un largo rato de guerras de miradas — ¿Qué hace ella aquí?

— Está viviendo aquí.

— ¿Con mis hijos?

— Ahora son tus hijos — los brazos de James, que habían caído a los costados de su cuerpo, se tensan en cuanto cierra las manos y las convierte en puños, como si se contuviera de tener otra reacción — ¿Dónde estabas cuando se fueron a Hogwarts?

Lily se quedó sin palabras. Su rostro comenzaba a colocarse rojo por la ira. White sintió un jalón repentino, dejándose arrastrar por Sirius a detrás de él y Remus. Quería replicar, pero la situación había cambiado por completo y no veía muy sensato de su parte involucrarse en la discusión.

Se colocó de puntillas para ver sobre el hombro de Sirius, que con su propio cuerpo la escondía de la atención de Lily.

— Tuve una recaída.

— Sí, llamó el doctor — respondió James, rechinando los dientes. Pudo notar, desde su lugar, que Remus escondía la mano en su túnica, buscando la varita. Sirius lo había imitado, tomando la propia escondida en el bolsillo de su pantalón — ¿Justamente ese día, Lily? Sé que le prometiste a Rose que irías porque preguntó por ti. Se lo prometiste, Lily. ¿Siquiera estás tomando los anti-depresivos?

Lily parpadeó. Sus ojos se habían nublado al oír la palabra empleada.

— No... Los anti-depresivos no sirven.

— Lily... — susurró Remus. Se movió, acercándose a la pareja. James no se apartó, pero si dejó que Lily viera a Remus, que adquirió un tono bajo y calmado a interceptarla. Eso pareció relajarla, o al menos fue así, hasta que siguió hablando: — Ya hablamos de esto. Tienes que tomar el medicamento, lo dijo el doctor.

— No sirven, Remus — insistió Lily. Sus manos temblaban y su expresión se volvió frenética, lo que aparentemente fue una alerta para Sirius de que debían retroceder, White con él al sentirse sostenida por su hermano — Me confunden y me hacen sentir peor. Estoy bien así. Y quiero ver a mis hijos.

— Ni siquiera los estás tomando — balbuceó James. Se había puesto furioso de repente, y White lo notó al escuchar el fuerte crepitar del fuego de la chimenea. Hacía menos de cinco minutos estaba apagada — Sabes muy bien cuál es el trato, Lily. Tomas los medicamentos y puedes ver a Harry y Rose. Los medimagos lo dijeron.

— ¡Los medimagos no saben nada! — gritó Lily. Sirius volvió a retroceder, haciendo tropezar a White al no notarlo. Lily la vio, lo que solo terminó por alterarla — ¿¡No puedo ver yo a mis hijos y ella si tiene permitido estar aquí!? ¡Son mis hijos!

— ¡También son los míos, Lily! — le gritó James de vuelta. El fuego se alteró una vez más, y White sintió su corazón dar un vuelco dentro de su pecho. Estaba muy alejada de la chimenea, metros de separación, pero era como si lo sintiera soplando su nuca.

Como si estuviera quemando los vellos de su piel.

— ¡No tienes ningún derecho a traer a alguna de tus zorras a vivir con mis hijos!

— ¡Eh! — chilló Sirius de repente, soltando a White. Su mano buscó desesperada su presencia al sentir la gota de sudor deslizándose por su cuello, dejando una línea imaginaria que ardió con todo su recorrido en la piel de White — ¡No hables así de mi hermana, Evans!

—¡Por supuesto que debía ser tu hermana! ¡Es que son el uno para el otro, Potter!

— ¡No te permito que hables así de ella, Lily, y menos en casa! — exclamó James, siendo retenido por Remus de acercársele a Lily para intimidarla.

— ¡No la quiero cerca de Harry y Roselyn!

— ¡La custodia la tengo yo por si no lo recuerdas! — James intentó soltarse de Remus, mientras Lily trataba lo mismo, porque Remus se metió en medio de ellos para que no saltaran encima del otro — ¡Yo decido quién ve a Harry y Rose y quién no! ¡Y no me estás dando ninguna razón para dejar que lo sigas haciendo!

— ¡Soy su madre!

— ¡Yo soy su padre y su tutor legal y estoy en todo mi derecho de acusarte de negligencia!

Eso fue todo lo que White pudo soportar. El fuego salió disparado de la chimenea, cubriendo la gran sala de estar, y ella gritó, llevándose las manos a la cabeza y dejando que sus rodillas se desplomaran al suelo, haciéndose ovillo mientras sollozaba por el repentino calor que sentía subir por sus venas.

Se estaba ahogando. Sus pulmones se llenaron de humo.

James se soltó de Remus y corrió hacía ella, sosteniéndola y viéndola toser de forma incontrolable sin saber qué hacer para calmarla. De reojo, sintió la presencia de Remus y Lily salir de la casa, Sirius de cuclillas a su lado tratando de entender lo que sucedía.

— Aléjalo — suplicó White. Se estaba colocando colorada, su nariz enegrecida y sus ojos temblorosas perdían piel — ¡Aléjalo de mi, por favor! ¡Détenlo! ¡Me quema!

Los ojos avellana de James lograron comprender lo que veía. Estaba siendo incinerada viva. Aterrado por completo, encontró la fuente del problema.

— Sirius, apaga la chimenea — ordenó, recibiendo la mirada extrañada de su mejor amigo — Apaga la chimenea.

Sirius reaccionó de la única manera que ha sabido hacer desde que ellos dos se conocen:

— ¿Qué pasará contigo si la apago?

Porque su mejor amigo no es tonto, y aunque James prácticamente no pudo decirles nada sobre lo que sucedía teniendo el tatuaje, ambos sabían lo que ocurriría en cuanto el fuego detuviera su destrucción.

Era él. El propio fuego que James creo en sus ataques de ira. Si se apagaba... James se consumiría con él.

— Está matándola — balbuceó, notando el gran dilema que Sirius comenzaba a tener. Sintió sus ojos quemar, y supo que estaba extendiéndose por él en cuanto White renovó sus gritos — ¡Apaga la maldita chimenea!

Sirius corrió a la sala de estar, perdiéndose de vista mientras James sostenía a White, tratando de mantenerla despierta a pesar del dolor que representaba para ambos la situación. James podía sentir todo lo que ella, desde la perspectiva que más lo aterró tratándose del tatuaje.

La perspectiva del destructor.

— Déjame sanarla — susurró una voz llena de dulzura, con una tranquilidad que James no había sentido en años. Fue como tener a su madre devuelta con él, ofreciéndole consuelo mientras James perdía la compostura por cualquier cosa. Esa paz que calmó la arrebatadora ira y lo obligó a alzar la vista. Una cabellera rubia y una sonrisa perlada fue lo único que logró distinguir entre las lágrimas — Ya no le va a doler.

James estaba soltando a White antes de sentir el latigazo. El aire salió disparado de sus pulmones y se sintió ahogado por la falta de este. Podía sentir su energía ser drenada, los párpados pesándole al sentir a su novia ser alejada de sus brazos y el destello del cabello rubio cegarlo.

— Todo va a estar bien — continúo diciendo aquella extraña y calmada voz femenina, el suave viento a su alrededor envolviendo a James mientras se dejaba caer al suelo.

Los gritos de Sirius fue lo último que escuchó James antes de perder la consciencia.












iba a decirles Feliz día de los inocentes pero no es 28 de diciembre y esto no es una broma upsie
Si están interesados en saber qué diablos sucedía en la época de los fundadores para que todo este verguero sucediera, Control de nuestro amado Godric ya está disponible en mi perfil gg
Vendo bolsas de aire y les consigo terapeuta si quieren xd

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