XVI.
sixteen;
GODRIC
James estaba soñando con snitches y quaffles hasta que todo se distorsionó.
Pasó de estar jugando un partido de quidditch, de regreso a sus días en Hogwarts como capitán del equipo de Gryffindor, a estar rodeado de personas de vestidos elegantes, máscaras que cubrían gran parte de su cara y un candelabro de oro colgando del techo estrellado. Podía sentir el suave roce de un antifaz encima de sus mejillas, generándole un poco de picazón por la tela de la que estaba hecha.
Una capa roja, tan roja como los estandartes que tenía de Gryffindor en su habitación de adolescente, colgaba de sus hombros hasta el suelo, enrollada alrededor de su cuello y una capucha subida, cubriendo su cabeza. Las personas que llenaban el espacioso salón parecían reconocerlo, estrechando su mano y sonriéndole alegremente, el olor a vino e hidromiel desprendiendo de ellos.
Las risas y la música armonizaban todo el ambiente, las conversaciones siendo murmuros en comparación a la notable diversión del baile y el choque de las copas de vidrio unas contra otras.
— Es divertido ¿cierto? — preguntó una voz desconocida a su lado. Cuando James se giró, un niño de 11 años le sonreía con ligereza; al igual que James, una capa le colgaba de los hombros y una espada de plata se ocultaba en los pliegues escarlatas. Tenía cabello azabache y la máscara, también negra, cubría la mayor parte de su cara, excepto unos intensos ojos azules que destellaban a la luz de las velas — Todo lo que pudo haber sido si la comunidad mágica fuera considerada con aquella que les dio los dones que jactan poseer.
— ¿Si fuéramos considerados? — repitió James, completamente extrañado de las palabras de aquel niño.
— Sí — asintió el niño, encogiéndose de hombros y clavando su intensa mirada azulada sobre una de las tantas parejas, revoloteando en la pista de baile al sonar de la música — Se dejan llevar por lo que tienen y olvidan sus verdaderos orígenes. Ahí es donde todo se derrumba, James — entonces, el gran candelabro que iluminaba la habitación se suelta de su base, cayendo encima de la pareja y aplastándolos bajo el peso del oro. James se estremeció, las risas de los demás retumbando en sus oídos, observando la escena como si no fuera nada más que un espectáculo — Es casi utópico. Podrían haber problemas y no importaría, porque saben que hallarán la solución y su vida normal no se detendrá.
— ¿Qué demonios es esto?
— Los que quieren destruir a Magia están ganando la partida — continúo el niño, llevando la mano hacía el mango de su espada cuando otro candelabro, salido prácticamente de la nada, aplastó a un par de parejas. James notó que no había sangre, ni restos, solo un destello de polvo que era alejado por el viento — Y no se dan cuenta de ello.
El resto de invitados seguían danzando, sus risas cada vez más audibles. El vino era derrochado, dejando una mancha de oscuridad en el suelo que se extendía, siguiendo el rastro de las parejas que seguían siendo aplastadas bajo el peso de los candelabros caídos. Y era como si nada pasara, porque las conversaciones solo se intensificaban y la música subía de volumen.
— No les interesa — murmuró, sorprendido.
— Se creen superiores — anunció el niño, sacando la espada de su funda. James notó el apellido grabado en ella, completamente sorprendido cuando el niño se quitó la máscara y un rostro que James vio al espejo a la edad de 11 años le devolvió la mirada — Solo los dignos mantienen a Magia viva.
Pudo sentir el fuego destellando en su mano antes de verlo, el calorcillo del poder circulando por sus venas mientras la flama crecía, avivándose y cubriendo la sonrisa de Godric Gryffindor. Uno de los candelabros se tambaleó, pero cuando las chispas se agradan, el sostén del candelabro se refuerza, manteniéndolo alejado de los invitados.
— ¿Lo ves? — preguntó Godric, volviendo a guardar la espada. James está demasiado estupefacto para reaccionar, su boca seca y sus ojos virando del candelabro al niño a su lado — Magia existe. Ellos dejan de arruinarnos.
— ¿Quiénes son ellos? — logró decir, pasando saliva para dar algo de humedad a sus cuerdas vocales. Godric ladeó la cabeza, la eterna mirada de bambi confundido, como una vez la llamó su madre, grabada en sus orbes azules — ¿Quiénes intentan destruir la magia?
— No — Godric sacudió la cabeza — No la magia. A Magia.
— ¿Como una persona?
— Bueno, Salz quería verla así — Godric se rió de pronto, sus dedos jugueteando con el borde de la espada que sobresalía de la funda. James no quiere saber a quién es Salz, por lo que se contiene de preguntar. Se encuentra muy ocupado tratando de entender que está hablando con el verdadero Godric Gryffindor para intentar dejar que su cerebro reciba otra información — Pero sí, Magia. ¿Quiénes crees que perseguían a Morrigan Sayre cuando llegó a Inglaterra?
James había tratado de olvidar lo ocurrido a petición de Morrigan. El par de mujeres que la atacaron esa vez, y que seguramente la siguieron todo el viaje de América al puerto de Southampton, estaban buscando a alguien. Morrigan dijo que mencionaron a una tal Konstantinova, pero que ella no conocía ninguna así que no entendía por qué fue emboscada.
James lo habló con William, sin embargo, William no le prestó mucha atención (en lo que James sabía de la situación, William solo lo ignoró) y le dijo que Morrigan estaría segura si se mantenía de su lado. La situación nunca se repitió, por lo que James siguió los consejos de William y mandó el recuerdo a lo más profundo de su cabeza.
— ¿El par de ancianas buscan destruir la... quiero decir, a Magia?
Godric se soltó a reír de nuevo.
— Las personas así llevan vivos tanto tiempo que ya no podría considerárselas personas — explicó, recibiendo una copa de vino que flotaba sobre una bandeja de plata. James tuvo la leve sensación de deber quitarle la copa de las manos, tal vez su instinto de padre. Se tuvo que recordar que el niño frente a él probablemente había vivido más que el propio William — Pero son más que un par de ancianas. Son miles de ellos. Su líder está ayudando a quienes destruyen el mundo mágico siendo magos mismos.
— Voldemort — dedujo, frunciendo el ceño de forma repentina.
— ¿Quién? — Godric imitó su expresión, sacudiendo la mano luego de unos segundos en silencio — Ah, sí. El descendiente de Salz. Sí, él. Que no te sorprenda si va tras alguno de tus hijos, James.
— Harry y Rose no tienen el tatuaje — replicó James al instante, algo tenso pensando en esa posibilidad. Si Voldemort sabía de sus habilidades, y las habilidades que sus hijos podrían heredar, los querría por más que solo la simple profecía acerca de Harry.
Godric sonrió.
— ¿Estás seguro de eso?
James despertó de sobresalto.
— Uhm... — White se quejó, removiendo la cabeza sobre su pecho. James parpadeó varias veces, estudiando la borrosa estructura del rostro de su novia, que arrugaba la nariz y enterraba la frente contra su piel — cinco minutos más.
James suspiró, tratando de calmar el latir acelerado de su corazón. Uno de sus brazos estaba enrollado alrededor de la cintura de White, manteniendo a la chica pegada a su torso. El cabello rubio de White daba picazón a la barbilla de White, por lo que usó su mano libre para acomodar los mechones. La risa de la rubia vibró contra su piel, generando la reacción inmediata que provocó la leve sonrisa de James.
— Buenos días — murmuró, besando la coronilla de su cabeza. La repentina realización de que tenía a White entre sus brazos lo hizo dejar de lado el extraño y preocupante sueño que tuvo con Godric Gryffindor.
White sonrió levemente.
— Me haces cosquillas — balbuceó, parpadeando de forma perezosa. Su iris gris se alzó hacía James, acariciando su mejilla con la uña dedo pulgar — ¿Por qué despertamos tan temprano?
— ¿Qué hora es? — James ladeó la cabeza, tomando sus gafas de las mesas de noche. Tuvo que cerrar los ojos unos segundos y luego volver a abrirlos, acostumbrándose a la visión nítida.
White soltó un gruñido desdeñoso.
— Temprano.
James se rió, irguiéndose en la cama para alcanzar su varita. White bufó indignada, dándose la vuelta y cubriéndose con la manta, alejándole de las piernas de James. Él sonrió, acariciándole el hombro mientras conjuraba un tempus.
6:30.
— Bueno, sí es temprano — aceptó, mordiéndose el labio inferior al escuchar la maldición que soltaba su novia. Divertido de su actitud, volvió a dejar la varita en su lugar y se acostó de nuevo, asegurándose de envolver las piernas de White con las suyas y aplastándola con sus brazos. Ella se quejó, dejándose abrazar al notar que no desistiría — ¿Interrumpí tu sueño de belleza?
— Sí.
— ¿Me perdonas?
— No.
James la miró indignado, provocando la risa de la chica que se apresuró a cubrirse con las mantas mientras James le hacía cosquillas. White pataleó, removiéndose en la cama queriendo sacárselo de encima, fracasando en el intento cuando James la inmovilizó.
— Di que me perdonas y te dejo en paz — ordenó James, sonriendo al escuchar las intensas carcajadas que soltaba White.
— ¡Ya, te perdono! — obedeció, jadeando por la falta de aire y regalándole a James una mirada ofendida al verlo alejarse, riéndose de su desgracia — Eres malo conmigo.
— Tal vez — concedió, acercándose a las cortinas cerradas y abriéndolas de golpe. White soltó otra grosería, dándose la vuelta en la cama y refugiándose bajo las sábanas — Mira, intento de vampiro, el sol no te va a quemar.
— Los rayos del sol son dañinos.
— A esta hora no.
White se enderezó en la cama, sosteniendo la manta contra su pecho para cubrir su desnudez. A James le hizo gracia que lo intentara, luego de tantas veces que la había visto sin ropa.
— Mira, aquí la experta en cuidado de la belleza soy yo — protestó, lanzándole una almohada a la cara viendo su sonrisa. James la atrapó antes del impacto, sin borrar su expresión para exasperación de la rubia — Así que déjame dormir. Mis energías se apagan si no duermo más de diez horas.
James no pudo evitar recordar a Remus, regañándolo la primera vez que Harry abordó el tren a Hogwarts porque él y los niños se durmieron bastante entrada la madrugada por estar viendo películas.
El tren a Hogwarts...
— ¡Mierda! — chilló, corriendo hacía el baño y alistando todo para darse una ducha rápida.
White frunció el ceño, aún desde la cama viéndolo ir y venir por toda la habitación.
— ¿Qué sucede?
— Es primero de septiembre — maldijo, sacando apresuradamente del armario una muda de ropa. White lo miraba, sin terminar de entender — Harry y Rose tienen que abordar el tren a Hogwarts a las diez.
— Son las 6 — replicó, acariciándose la cara para sacarse el sueño. Levantó los brazos, tratando de desperezarse al ahogar un bostezo.
— El viaje en auto dura dos horas — la explicación de James quedó un poco ahogada bajo el sonido de la regadera. White tuvo que recordarse que no estaban en Londres, como sucedió el verano anterior, por lo que seguramente James tenía razón de estar tan apresurado. James evitaba hacer una aparición en Potter Manor, no le gustaba la idea de que rastrearan la casa.
— Yo los despierto — sugirió, saliendo de la cama y colocándose las bragas, que habían caído al suelo la noche anterior mientras James la desnudaba. Ella ni siquiera había recordado que Harry y Rose debían partir a Hogwarts esa mañana, le sorprendía lo fácil que resultó para James moverse tan rápido.
Se acomodó en una bata de seda que amarró el camino hacía la habitación de Harry, que quedaba al final del pasillo, a la derecha, junto a la de Rose. Tocó tres veces la madera, sin oír ningún sonido aparente de respuesta.
Tras cinco minutos de espera, Harry abrió. No tenía gafas y la almohada estaba grabada en su mejilla. Sus ojos verdes se veían nublados por el sueño, soltando un bostezo de cansancio al tallarse el ojo con la mano.
— Eh, hola — balbuceó, estirándose. — ¿Qué sucede?
— James quiere que se alisten ya — explicó, recostándose en el marco — El viaje a Londres dura dos horas. Se supone que tendríamos que salir antes de las ocho.
— Ah, sí — Harry asintió, cubriéndose la boca para ahogar un bostezo. Se veía más dormido que despierto, lo que hizo bastante gracia a White — Si despiertas a Rose, deja que ella te abra. No le gusta que entren a su habitación sin permiso.
White estuvo a punto de abrazar a Harry. Se le habían acabado las ideas para no regarla con Rose.
— Entendido — sonrió, revolviéndole el cabello a Harry antes de alejarse a la puerta en diagonal. La de Rose.
La puerta era blanca, a diferencia de la de Harry que era marrón. Se amarró el cabello tras dar tres toques, esperando a que hubiera movimiento dentro del cuarto como Harry le había sugerido. Al abrirse, solo fue unos centímetros, dejando entrever el ojo de Rose.
— ¿Te desperté? — preguntó, enterrando sus uñas en la palma de su mano con nerviosismo. Rose negó, mordiendo su labio al abrir la puerta otro poco — James quiere que se alisten ya, y bajen a desayunar.
Rose asintió, dándole una sonrisa floja antes de cerrar la puerta.
White suspiró. Al menos no la miró como si le fuera a contagiar la segunda versión de la Peste Negra.
Casi tres horas después, cruzaban la barrera al andén. White cargaba los jaulas de Hedwig y Mercurio, las lechuzas mascota de Harry y Rose. James tenía los baúles, llevándolos a la parte trasera del tren donde se encontraba el cargamento. White visualizó a Bill, acompañado de su novia Fleur, a lo lejos junto a los Weasley, por lo que dejó a James y se acercó a la pareja.
James volvió con sus hijos. Harry veía su walkman, acomodándole los audífonos. Rose se alzaba en puntilla de pies, tratando de ver sobre las cabezas de los demás padres que dejaban a sus hijos.
— ¿A quién buscas, cielo? —preguntó, cruzándose de brazos al llegar frente a ella —¿A Ginny? La vi hace unos minutos, está más allá...
— No —Roselyn sonrió tensamente. Jugaba con sus propios dedos y tragaba saliva, nerviosa —Papá ¿No sabes si mamá vendrá?
James carraspeó, no muy seguro de cómo responder a esa pregunta. Antes de partir, Lily (o su médico, más bien) había llamado a James. Le explicó que tuvo una recaída y había sido internada, por lo que no podría ir a despedirse como, estaba seguro, le prometió hacer a Roselyn.
No le gustaba para nada ver esa ilusión decaer en los ojos de su hija, por lo que fingir una sonrisa es lo único que le queda por hacer para que no se sintiera tan mal.
— No, Rose —negó con la cabeza, sin poder mirarla a los ojos al hablar —Ella no vendrá. Lily... Lily estaba ocupada.
— Ocupada siendo una mala madre —masculló la voz de Harry, rodando los ojos mientras guardaba el walkman.
A diferencia de Roselyn, James sabía que a Harry realmente no le importaba si Lily iba o no. Harry nunca fue un niño cercano a Lily, menos cuando tomó consciencia de lo que pasaba a su alrededor y se dio cuenta que Lily los abandonó. James trató de que Harry entendiera lo que sucedía a Lily, no le gustaba ver el odio que le profesaba, pero Harry se aferró a su postura. Todo lo que él entendía es que Lily no se preocupó por ellos, más que para hacer la vida de James y su trabajo como padre imposible.
— No digas eso de tu madre, Harry —advirtió, mirándole con reproche a través de las gafas cuadradas.
— A ella no le importa decir lo mismo de ti —señaló Harry, impaciente. James muchas veces escuchó los reclamos de Harry, que no entendía cómo él, que se llevó la parte más difícil del trabajo tras la separación (criar a dos niños pequeños, con una posible depresión a cuestas, a los 22 años siendo el veterano de una guerra que se llevó a personas preciadas y la mayoría de su felicidad), podía seguir defendiéndola —White es más madre nuestra durante el último año que ella en 16 años, papá.
—¡Escuché mi nombre! —White aparece detrás de Harry y le abraza por los hombros, su eterna sonrisa radiante grabada en las delicadas facciones. Usa ropa muggle, como siempre lo hacía. James ya se había acostumbrado al sentido de la moda de su novia, que estaba inspirado, según le dijo, en la serie televisiva Friends. Más específicamente, en Rachel Green. James no sabía quién era esa, pero White se veía preciosa en esa ropa así que no la cuestiona —¿Por qué esas caras largas? Pensé que querían volver a Hogwarts.
— Sinceramente, White —Harry se relajó al instante. Harry, a diferencia de Roselyn, tenía una buena relación con ella —¿Tú alguna vez querías regresar a Hogwarts?
White fingió pensarlo, lo que provocó una risa inmediata de parte de James que trató de contener. James había pasado mucho tiempo sin tener una relación que se denominara estable, o una relación. Sin embargo, con White era todo tan diferente que no podía evitar la sensación de calma que lo poseía al mirarla. Su sueño y Godric y lo que sea que quisiera advertirle le importaban poco en ese momento, rodeado de sus hijos y la chica que lo hizo sonreír una vez más.
Sus ojos buscaron a Rose, que se acariciaba el brazo con incomodidad.
— ¿Pasa algo, Rose? —preguntó, acercándose a ella una vez más.
— La gente nos mira —señaló, eludiendo lo obvio que resultaba la afirmación.
— Eso es porque soy extremadamente guapo —dijo Harry, colocando una sonrisa fácil. Harry había cambiado desde que conoció a Morrigan, actuaba más como un adolescente y no como el chico melancólico al que James ya se acostumbró. Parecía más feliz, menos tenso, incluso al enterarse de la horrible profecía que condenó su vida cuando era un bebé.
— O tal vez porque papá trajo a su novia quince años menor — murmuró Rose, cortante.
La sonrisa de White disminuyó al instante, al igual que la frescura de Harry y la calma de James. Roselyn no los miró a ninguno a los ojos, claramente avergonzada de las palabras pronunciadas. Había pasado mucho tiempo desde meses desde la última vez que hizo un comentario parecido acerca de White.
— Lo siento — se rascó la mejilla, jugando con las mangas del suéter verde que utiliza para cubrirse del frío — Yo... iré a buscar a Ginny.
— Ten cuidado, Rosie — pidió su padre, pellizcando el brazo de Harry al notar que murmuraba algo, posiblemente lo loca que estaba Roselyn por decir tal cosa frente a White.
Rose le hace un ademán vago de despedida y pasa entre el gentío, tratando de distinguir la cabellera roja característica de los Weasley.
Harry rodó los ojos.
— Esa niña — susurró, estirando el cuello sin querer enfrentarlos. White había clavado los ojos en el suelo, sin mirar a ninguno — ¡Oye, Hermione!
White suspiró, acomodándose el cabello mientras William se detenía junto a James y Harry corría tras la muchacha castaña.
— Iré con Bill — avisó, dándole una sonrisa antes de alejarse.
William le palmeó el hombro, frunciendo el ceño al notar su cara.
— ¿Viste un muerto o qué? — se burló, cruzándose de brazos. James se talló los ojos, algo cansado de la situación. — Ay, no me digas. Rose sigue terca en odiar a White.
— No sé qué hacer — masculló, sintiéndose frustrado.
— No hagas nada — William se encogió de hombros. James lo miró confundido — Puedo decirte muchas mentiras y las creerías, Jimbo, pero no lo hago cuando te digo que me caía mal Evans porque estaba contigo. Luego me cayó mal porque te causó una depresión. Ahora me cae bien White, porque es una buena chica y te está sacando de ese cascarón de tristeza. Y fue antes de Pansy, así que tómalo de esta forma: no puedes hacer nada para que a tu hija le caiga bien tu novia, pero sí puedes dejar que vea por si misma lo que Harry, tú, Isolt y yo vemos en White.
James asintió, mordiéndose el labio para procesar la información. Sabía que William tenía razón, sería la misma Rose quien debía aceptar a White, James no podía obligarla a nada. Pero de verdad hablaría con ella, porque esto de hacerla mal no estaba funcionando en absoluto.
— ¿Te caía mal Lily porque yo estaba con ella? — repitió, tratando de borrar la tensión. William frunció el ceño y luego rodó los ojos, dejando que se riera — Eres un cliché, Sayre.
— Ah, cállate — William lo empujó.
White volvió. Parecía más feliz, por lo que James tomó de nota mental agradecerle a Bill por lo que sea que le haya dicho. Era fácil darse cuenta que Bill y Tonks ciertamente, tenían cierto poder sobre White que ella no parecía notar. Era la misma White despreocupada que James conoció en el bar alrededor de ellos.
— Tengo que abordar — William hizo una seña militar, caminando de espaldas hacía el tren — Nos vemos, parejita.
James se giró a ella cuando William se alejó por completo.
— Sé que debo darle tiempo — dijo White, acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja.
James negó, tomando sus mejillas y plantando un suave beso sobre sus labios.
— Hablaré con Rose — prometió, dejando caricias que hicieron a White sonreír de forma temblorosa — Es mi hija, y entiendo sus razones para que no le agrades, pero eso tampoco le da derecho a hacerte sentir mal. No dejaré que te haga sentir mal, White. Si estoy contigo es porque quiero, es mi decisión. Ella debe respetar eso, así como yo respeto su decisión de no aceptar lo nuestro. Te quiero.
No sería la primera vez que James lo dijera en voz alta, pero sí era la primera vez que las palabras tenían tanto peso. Al menos era la primera vez que afectaba a White de la manera en que lo hizo. Incluso rodeados de personas, se sintió como si solo estuvieran ellos dos.
Solo eran él y White.
James estaba bien con eso.
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