XIII.
thirteen;
volver a las raíces
White no terminaba de entender la situación.
El haber caído en el velo, sin varita y con la única sensación de que Godric no la eligió para hablarle solo porque era la novia de su descendiente, se esperaba cualquier cosa menos encontrarse a Galatea. Principalmente, porque no conocía a Galatea.
Podía nombrar una larga lista de personas que podrían presentarse ante ella como una alucinación de muerte. Galatea no estaba en las primeras. Verla morir y que su hijastro le hablara en sueños no era una gran razón para establecer una conexión ¿Verdad?
— Te preguntas por qué estás aquí — adivinó Galatea, paseándose por la sala.
White acababa de notar dónde estaban. Parecía la sala de estar de una mansión victoriana. Sobre la chimenea apagada había un cuadro desgarrado, solo dejando entrever un poco de la pintura antes colocada ahí. Todo era oscuro y frío, al estilo aterrador de Grimmauld Place, así que fue como si estuviera en casa.
— Sin ofender — aclaró, cruzando ambos brazos sobre su pecho — Pero lo que menos esperaba en mi muerte era encontrarme contigo.
Galatea sonrió. Una sonrisa genuina, real, casi divertida, no la macabra que tenía antes de ser incinerada viva.
— La cosa es, White...
White hizo una mueca.
— Altair — corrigió. Galatea detuvo su caminar, mirándola interesada por la repentina interrupción. White intentó ignorar el hecho de que había una inquietante cicatriz atravesándole la cara — Dime Altair.
— Tienes actitud — señaló, riendo entre dientes. — Me gusta. Lo hace más... significativo. Viste mi muerte y mi forma de enfrentarlo, y no te importa tan siquiera.
— ¿La verdad? — White cambió el apoyo del peso de su cuerpo de la pierna izquierda a la derecha — Ya estoy muerta. No tengo nada que perder.
Galatea sonrió con ironía. White se sacudió ligeramente al verlo.
— Porque estoy muerta ¿No? — inquirió, cada vez más confundida.
Ahora entendía lo que decía Godric sobre tener el espíritu de Galatea. Ambas eran escépticas y daban vueltas al asunto sin ir al punto. ¿Así se sentía Tonks cuando estaba con ella? Ciertamente, resultaría una de las razones por las que White no tenía muchos amigos.
— Hablando en términos técnicos — divagó, deteniéndose justo debajo del cuadro dañado. Había un pequeño destello de azul que comenzó a llamar la atención de White — Lo estás, al igual que tu hermano Sirius.
— ¿Dónde está?
— ¿Tanto te interesa? — Galatea levantó la ceja con sorpresa. White frunció el entrecejo, sin comprender — Pensé que no te interesaba nadie más que ti misma, Altair. Tu historial lo demuestra, al menos.
— Las personas cambian — puntualizó, riéndose sarcásticamente. Galatea sonreía otra vez — Bueno ¿Me dirás porque estoy muerta en términos técnicos?
— ¿Cambias por ti misma o porque no quieres decepcionar a alguien? — la pregunta la dejó callada de inmediato. Galatea había dado justo en el clavo. Y ella lo notó, dejando que sus ojos macabros la estudiaran de forma analítica — Sí, estás cometiendo mis mismos errores.
— ¿Errores? — repitió, incrédula.
— Enamorarte — explicó Galatea. Su sonrisa estaba deshaciéndose. — Enamorarte de un Gryffindor. O, bueno, los conocen ahora como los Potter. Son los mismos luego de casi un milenio...
— ¿Por qué eso es un error?
— Moriste porque amas a James Potter — declaró Galatea, sin dejarle tiempo a White de replicar cuando continúo diciendo: — luchaste con tu hermano porque sabes lo importante que es para él. Intentaste detener su caída, dejando que te arrestara en el proceso, porque has visto lo mucho que ha sufrido James tras el ataque del descendiente de Salazar Slytherin y no querías que siguiera haciéndolo.
— ¿Qué tiene que ver con todo esto? — reclamó, comenzando a sentirse incómoda al saber que todo lo que decía era cierto.
Galatea suspiró.
— Fue lo mismo que hice yo — indicó, como si fuera la cosa más sincera que alguna vez hubiera dicho. White no podía rebartirlo al escuchar el tono empleado — No debí estar ese día en el Sabbat. Estaba ahí por ella...
— La hermana de Godric — comprendió White, tragando en seco.
— Entregué mi vida para que ella pudiera tener la suya — dijo Galatea, y White supo que era verdad porque apretó su mano en un puño y rechinó los dientes por pura impotencia. Eran los mismos gestos que hacía ella cuando admitía algo que prefería olvidar — Huyó, y me atraparon. Sabía que moriría, pero no me importó. Perdí mi vida por amor, Altair ¿Crees que alguien como nosotras lo habría hecho?
— Sí, bueno... — White se encogió de hombros — El punto es que nadie sea como yo ¿Sabes? Y tal vez tengas razón, Galatea, sin embargo... Sin embargo — se lamió el labio inferior, forzando a sus cuerdas vocales a proseguir con la frase. Le costaba un infierno decir la verdad — no me arrepiento.
— ¿No te arrepientes de amar?
— Dicen que es mejor haber amado y perdido que jamás haber amado — aceptó. Galatea ladeó la cabeza con confusión — No sé quién lo dijo, pero alguien lo dijo. Lo que importa es que no me arrepiento ¿Contenta? Amo a James y si tuviera que saltar del Everest para que sea feliz, lo haré.
Ella lo dijo.
Y se sintió extremadamente exhausta al hacerlo. De una u otra manera, White siempre escondió sus sentimientos, porque la hacían sentir débil y no le gustaba sentirse así. El que empezara con un trauma al fuego lo empeoró todo. Tenía amigos, pero terminaban yéndose. Bill, Tonks, Charlie... se alejaron cuando dejaron Hogwarts y ella se quedó sola de nuevo ¿Qué tenía?
Tenía a James.
Y esa sensación de tragar un hierro hirviendo, no es como debería sentirse el amor. Sin embargo, White ya sabía que ella no era precisamente la más normal. Si sus sentimientos por James querían ser comparados a lo que podía destruirla, bienvenido sería.
Porque ella lo amaba. Lo ama.
Galatea no dijo nada al principio. Parecía haber encontrado algo más interesante en el rostro de White que responderle. Luego de lo que fueron unos largos minutos de contemplación mutua, habló por fin.
— Realmente tienes mi esencia en ti.
Entonces hizo lo que White menos esperaba que ella hiciera. Alzó la mano y bajó el cuadro desgarrado de encima de la chimenea. Mientras caía, el lienzo fue reparándose por si solo y generando una extraña pintura de Galatea, Godric, el padre de Godric y una niña a la que no le distinguió la cara.
— ¿Qué...?
— No era tu tiempo de morir, Altair — indicó Galatea, deslizando su dedo por el borde del marco dorado — Ni siquiera era el tiempo de morir de tu hermano. Magia me permitió llegar a ti, esta era la manera. Muerte en términos técnicos. A ella no le gusta que se metan con los hilos de vida, pero le prometí que no tomaría mucho.
— Espera — White sacudió la cabeza — Estás diciendo que... ¿¡Morí solo para que hablaras conmigo!?
— Para que te aceptes por completo — corrigió Galatea, en tono de obviedad. Tenía una sonrisa burlona en el rostro y White decidió que debía cambiar esas partes de si misma, porque verlas en Galatea estaba alterándola — ¿Cómo podrás seguir el camino que te espera si no puedes decir siquiera que amas al hombre? Godric tenía razón. Eres tan buena para él como yo para Basilio.
— Suena a basilisco — se rió, callando de repente al verla levantar la ceja — Uhm... Es el padre de Godric ¿No?
Galatea solo se acarició el puente de la nariz.
— ¿Cómo sobrevive el mundo conmigo otra vez en una versión más atrevida?
— ¡Oye! — se quejó, parpadeando indignada.
Sirius se tambaleó a su lado, de improvisto, y White lo pudo sostener a tiempo solo por sus reflejos. Se veía confundido y algo atontado, mirando a su alrededor con desconfianza y paranoia.
— ¿Dónde se supone que estamos?
— En el camino a casa — White sonrió. Sirius le regaló una mirada extrañada — Creo. ¿Cómo salimos de aquí?
Galatea repiqueteó sus nudillos contra el marco del cuadro. El Godric de la pintura sacó la lengua, y la niña a la que no podía distinguir la cara arrugó la nariz.
— ¿Quién eres tú? — preguntó Sirius, girándose hacía Galatea al escuchar a White dirigirse a ella.
— Tu salida de acceso, cariño — ironizó ella, entrecerrando los ojos con obviedad. — Venga, salgan de aquí. Magia me dió un tiempo límite para tenerlos presentes.
— No preguntes — recomendó White, acercándose al cuadro y arrastrando a Sirius, que en su estupefacción no estaba moviéndose por si mismo.
Galatea sonrió cuando Sirius pasó junto a ella. O su naturaleza era la coquetearía o realmente estaba echándole ojo a su hermano. Como las dos opciones le resultaban perturbadoras a White, sacudió la cabeza y lo arrastró a la pintura, que se abrió dejando paso a lo que parecía un camino oscuro.
— Por cierto — comentó, justo cuando White tenía medio cuerpo dentro del cuadro. Se regresó, interesada en lo que tenía por decirle — Hay un precio. Por su estadía aquí. Perderán algo...
— Dime otra cosa, porque estás preocupándome — pidió, arrugando la nariz.
— No te enfurruñes, te saldrán arrugas — advirtió, y de inmediato White relajó su gesto. Las arrugas serían su peor enemigo cuando comenzara a envejecer, maldita sea — Será mínimo, Altair. Nada de lo que debas preocuparte.
White decidió que tenía demasiado por ese día, así que solo siguió el camino atraves del cuadro y se aseguró de seguir el paso de Sirius.
Cuando comenzó a ver la salida, que se asemejaba bastante a lo que los muggles describían como la muerte, luz y túnel incluidos, se sintió succionada y mareada. Perdió el conocimiento y cayó rodando por el suelo, a travesando el velo que la llevó con Galatea en primer lugar.
Lo siguiente que supo al despertar, es que había mucha luz. Voces y oler a pociones curativas. Volvió a San Mungo.
Mary se inclinó al verla y White tuvo que parpadear varias veces para detallarla con claridad.
— ¡Está despierta! — anunció, sonriendo de oreja a oreja. White se quejó en voz baja por el aumento de las voces y tuvo que hacer un esfuerzo para enderezarse, sintiendo su espalda crujir. Mary se apresuró a ayudarla — Tranquila, tranquila. Llevas una semana postrada en esa camilla, querida, tómalo con calma.
— ¿Una semana? — repitió, carraspeando al oír su voz tan ronca. Le ardía la garganta y sentía que su cabeza estallaría en cualquier momento — ¿Qué sucedió?
— Volviste loco a James, niña — aseguró Mary, acomodando su manta y tomándole la temperatura. Su varita mágica se movía alrededor de White, pequeños destellos de colores con cada parte diferente de su cuerpo que recorría — No lo había visto así antes. Ni siquiera tratándose de Lily. Pensó que te había perdido.
— ¿Dónde... — tosió, por el dolor que le provocaba hablar — dónde está James?
— Remus lo está obligando a tomar chocolate caliente — dijo Mary, tomando su varita — Signos vitales en orden. No tienes fiebre, ni fracturas. Superficialmente, tu mente no tiene vacunas. ¿Podrías decirme quiénes son tus padres?
White calló unos segundos. Sus recuerdos seguían viajando de Godric a Galatea y de ambos a James. Quería ver a James. Eligió responder a Mary antes de que pensara que había algo mal con ella.
— Orión y Walburga Black.
Mary tosió, haciendo una mueca.
— Vaya padres tuviste ¿Eh? — se rió, sacudiendo la cabeza. White parpadeó, recostándose en la cama de nuevo — Vale, con calma. Estarás bien, te lo aseguro. Saldrás fácil de esta. Avisaré a James de que despertaste ¿Te parece?
White asintió débilmente.
Poco después, cuando White estaba a punto de quedarse dormida otra vez, sintió una caricia cálida sobre su cabello y tuvo que abrir los ojos de nuevo, saliendo lentamente de su sueño.
La sonrisa de James la recibió.
— Hola — susurró, temblando ligeramente. La mano de White buscó la suya, entrelazándola y dándole un apretón, que le asegurara que ella era real — Mary dijo que podrías salir de aquí pronto.
— ¿Lo haré?
James asintió. Su labio inferior se movía incontrolablemente. Sus ojos avellana se cristalizaron y tuvo que sonarse la nariz, que se colocaba un poquito roja. White sonrió como pudo, llevando sus manos entrelazadas hacía su boca para poder besar sus nudillos.
— Estoy aquí, James. Volví.
James soltó un jadeó, inclinándose y uniendo sus labios en un beso desesperado. White tomó sus mejillas y lo acercó aún más a ella, dejando que enredara los brazos alrededor de su cintura y diera un ligero apretón, asegurándose de que era real y estaba viva.
— No vuelvas a hacerme eso — pidió, enterrando la cara en el hueco entre su cuello y su hombro.
White sonrió, sintiendo cosquillas.
— Créeme, no quiero volver a repetir la experiencia.
James se rió, temblando. White le acarició el cabello y besó su sien, conteniendo sus ganas de llorar.
— Sabía que había algo raro entre ustedes.
Ambos se separaron. Sirius estaba en la camilla de su lado, mirándolos de forma acusadora. Aunque su cara estaba seria, sus ojos grises no. James torció el gesto.
— Cuando tú llevabas chicas a nuestro dormitorio en Hogwarts ¿Yo te molestaba? — retó James, con molestia.
— Sí — respondió Sirius, incrédulo — Todo el tiempo. Nunca me dejabas en paz. ¡Por algo dejé de llevar chicas al dormitorio!
James pareció sorprendido de la respuesta. White tosió, tratando de no reírse. Sirius estaba ofendido y miraba a James en busca de otro argumento que le rebatiera su enojo.
— Pero esos tiempos eran Hogwarts — dijo James, en cambio — Maduramos, Sirius.
— Maduramos tu culo — Sirius agarró la almohada en la que apoyaba su espalda y se la lanzó a James a la cara — ¡Es mi hermana menor, tú rompe códigos!
— ¡Solo buscas excusas para pegarme!
— ¡Merecido lo tienes, Potter!
Remus entró a la sala, mientras White se reía a carcajadas y James esquivaba los golpes débiles de Sirius, que le saltó fuera de la camilla para atacarlo de forma directa.
— ¿Por qué siempre que los dejo solos se comportan como niños chiquitos?
— ¡Está con mi hermana! — protestó Sirius.
Remus lo miró como si contuviera las ganas de golpearlo.
— ¿Hasta apenas te enteras?
Sirius ahogó un grito, ofendido, levantándose de inmediato para discutirle a Remus. White rodó los ojos, esos dos eran como un viejo matrimonio.
James murmuró.
— Y ni siquiera lo sabe...
— ¿Qué no sabe? — preguntó White, mirándolo con curiosidad.
James sacudió la cabeza.
— Te digo cuando salgas de aquí — sonrió, besando su mejilla.
White salió en menos tiempo de lo que creyó. Dos días después de despertar, Mary decidió que podría irse, lo que White pensó era genial porque ella odiaba mucho San Mungo...
Odiaba San Mungo.
Frunció el ceño de repente. ¿Odiaba San Mungo?
— Eh ¿Estás bien? — James le rodeó la cintura con su brazo, acariciando el de ella y mirándole preocupado.
— Sí — asintió, ignorando la sensación de opresión que tenía su pecho repentinamente — Lo estoy. ¿Qué querías decirme?
James miró a su alrededor. Estaban esperando el Expreso de Hogwarts, que arribaría en unos minutos. James le había pedido que la acompañara a recibir a Harry, Roselyn, Morrigan y William. Más de la mitad de la orden del fénix se ofreció a hacerles compañía, lo que James declinó en un principio, aunque White sugirió que podrían estar si se mantenían a una distancia prudente y no interrumpían la reunión familiar.
Ella probablemente ya lo estaba haciendo. Pero James la quería ahí, así que realmente no podía negarse.
— Bueno — James sonrió de repente. Entrelazó su mano con la de White y la llevó a su boca, dejando un beso sobre el dorso de esta. White rió al verlo tan feliz — Ya que, ahora es oficial. Y Sirius lo sabe, y sigo vivo. Pensé que... lo que dijiste de adultos, cuando empezamos. ¿Por qué no?
— ¿James?
Él suspiró.
— ¿Te mudarías conmigo?
FIN DEL PRIMER ACTO.
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