XII.
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GALATEA
White estaba desayunando a gusto con Tonks.
— La cosa es ¿Cómo soportas las vigilancias que haces? — preguntó White, llevando la cucharada de cereales a su boca.
Tonks le había confesado quién le gustaba luego de muchas insistencias por parte de White. A veces se quejaba de que ella trajera el tema de regreso, pero enterarse que su mejor amiga, tras años preguntándole cómo podían interesarle los hombres mayores, resultara que gustaba de uno, era algo que White no dejaría pasar fácilmente.
— Si te respondo ¿Me dejarás en paz?
— Nop — sonrió, recalcando la p. Tonks torció los ojos, de la forma que lo hacía siempre cada vez que el actuar de White lograba exasperarla. Era un milagro que no quedara así para toda la vida tras la cantidad de veces que lo hacía al día — Se me ocurrirán otras preguntas.
— Eres odiosa.
— Así me quieres — se burló, con petulancia. Terminó de beber la leche y se reclinó en la silla, esperando por alguna respuesta por parte de Tonks. Aunque se quejara de sus preguntas, terminaría respondiéndolas. White amaba eso de Tonks. Demasiado Hufflepuff para hartarse.
— Buenos días, solecitos.
Sirius entró a la cocina. Había mucho buen humor en su mirada. Extendió ligeramente los brazos, como si abrazara a alguien, y se acercó a ambas.
White no terminaba de entenderlo, Sirius era muy raro en ocasiones. Incluso más que ella. Eso ya era decir bastante.
Detrás de Sirius, venía James. Se burlaba de su mejor amigo y sacudía la cabeza, revolviéndose el cabello con nerviosismo. White lo miró al instante, un brillo de coquetería en ella. Si James lo notó, la leve sonrisa que le regaló fue indicio de ello.
— ¿Quién come solo cereales al desayuno? — siguió diciendo, un gesto desdeñoso al pasar junto a White.
— Es de mala educación mirar el plato de los demás — señaló ella, jugando un mechón de cabello rubio suelto.
A la mañana intentó trenzarlo, cosa no muy fácil porque lo tenía por los hombros. No fue un fracaso total, aún así, los mechones sueltos le caían sobre la cara. White a veces se preguntaba por qué pensó que sería buena idea cortarse el cabello.
— A la niña le gusta cuidar de su cuerpo — dijo Tonks, mordiendo la tostada con mermelada.
— El ejercicio no lo es todo — puntualizó, dejando la cuchara en el tazón vacío. Se cruzó de brazos e hizo un puchero — La alimentación balanceada juega gran parte de la ecuación. Un cuerpo bonito y una vida saludable no vienen solos. Hay que hacer sacrificios en esta vida para
— ¿Y no te dan ganas de unas salchichas? — le picó Sirius — Unas deliciosas, grandes y grasosas salchichas.
— Cuando tu corazón se infarte por la grasa acumulada — acusó, entrecerrando los ojos de forma acusadora — voy a reírme mientras convulsionas.
— Eso es fatalista — se rió James, tomando asiento en la silla al lado de la de White.
— Realista — corrigió ella, encogiéndose de hombros.
Moody, Kingsley y Remus entraron al comedor en ese momento. Remus cargaba unos pergaminos enrollados, dejándolos rodar sobre la mesa hacía ellos.
— Debemos ver una manera de entrar — sugirió, recargando los antebrazos contra el respaldo de una de las sillas.
Sirius tomó uno de los rollos, abriéndolo y echándole un rápido vistazo. Se lo pasó a Tonks, que deslizó su varita encima de la tinta plasmada y lo estudio con detenimiento.
— Hay algo más... — gruñó Moody. Su ojo mágico giraba de un lado a otro.
Lo que fuera a decir Moody quedó en el olvido, pues un patronus con forma de cierva entró volando a través de la cocina. Ella, Ojo loco, Tonks y Kingsley saltaron fuera de sus asientos, varitas en mano esperando algún ataque.
James se quedó perplejo, pero levantó su brazo y los detuvo de hacer algún movimiento.
— Es el patronus de Snape — anunció, frunciendo el ceño confundido.
— ¿El patronus de Snape es una cierva? — repitió White, con incredulidad.
Se imaginaba cualquier cosa de su amargado ex profesor de Pociones. Hasta que no pudiera hacer un patronus. De todo, menos que fuera una cierva. Si a ella le preguntaran, le quedaría perfecto un murciélago. Iba con su esencia.
— El Señor Oscuro ha entrado a la mente de Harry Potter — la escalofriante voz de Snape resonó en la habitación. James perdió el aliento, sosteniéndose del borde de la mesa con mano temblorosa — Cree que tienen a Potter. En el Ministerio de Magia. Departamento de Misterios.
Sirius y Remus miraron a James. Estaba poniéndose cada vez más pálido. White cogió su mano, esforzándose por sacarlo de su mente.
— Informen a Dumbledore.
— ¡Kreacher! — vociferó White, reaccionando casi al mismo tiempo que tardaba el patronus en desvanecerse. El elfo apareció con un chasquido mientras Ojoloco, Kingsley y Tonks salían disparados fuera de la cocina. James seguía aferrándose a la mano de la rubia, Sirius y Remus rodeándolo con impaciencia.
— ¿La ama ha llamado...?
— Cuando llegue Dumbledore — lo cortó, frunciendo el ceño y observando con inquietud los brillantes ojos saltones del elfo — Dile que iremos por Harry al Departamento de Misterios. Es un orden.
— Doble orden — gruñó Sirius, tomando su varita del bolsillo trasero de su pantalón — Se lo contarás y lo pondrás en contacto inmediato de lo que está sucediendo.
— En cuanto Dumbledore esté en la casa, Kreacher, no una hora después — aclaró. Su confianza por el elfo doméstico no había aumentado con el pasar de los meses. Kreacher asintió de mala gana, desvaneciéndose fuera de su visión — Tenemos que irnos.
— ¿Por qué no contacto con nosotros? — murmuró James, subiendo las escaleras al vestíbulo. Se encontraba bastante perturbado.
— Salváremos a Harry — declaró White, dándole un apretón de apoyo — Lo prometo.
James no parecía consolado, pero asintió con decisión.
El camino al Departamento de Misterios no pudo antojárseles más largo. Había un millón de habitaciones a las que podían entrar y no sabían en cuál se encontraban los chicos, por lo que corrían a ciegas. Tuvieron suerte de encontrarlos con los cerebros. Ron parecía atontado, Ginny tenía un tobillo roto y Hermione y una niña rubia de la edad de Roselyn estaban desmayadas.
— ¿Dónde está Harry? — preguntó James al instante, acercándose apresuradamente a Ginny, que se quejaba en el suelo.
— Corrió... — jadeó la chica, señalando vagamente un extremo de la habitación — corrió hacía allá. Neville y Morrigan están con él. Los mortifagos los persiguieron.
Siguieron el camino indicado, Sirius abrió una puerta doble de forma brusca y entraron todos a la habitación.
Un mortifago intentó mover la varita hacía ellos, pero Tonks fue más rápida y le lanzó un hechizo aturdidor. En poco tiempo, la extraña sala se había llenado de hechizos por parte de ambos lados. White y Tonks luchaban por un lado con una mujer de cabello negro enmarañado, a quién reconoció de los periódicos como Bellatrix Lestrange. Se reía a cada rato y parecía encantada de poder con las dos, cosa muy aterradora para ser la primera pelea real de White.
Podía sentir su corazón latir contra su pecho, como si intentase salirse. El sudor le bajaba por el cuello y el frío ambiente de toda la habitación no la estaba ayudando a calmar sus nervios.
Si ese era su día de morir, muy probablemente lo haría pronto.
White no quería morir.
Un mortifago la tacleó, librándola de Bellatrix y causándole un problema mayor, porque su varita rodó lejos de su manos. Comenzó a patalear y sacudirse, esquivando las manos grandes del mortifago que intentó rodear su cuello y ahorcarla.
La varita del desconocido apuntó a su cabeza y White supo que era su final.
— ¡Protego Diabolica!
El despiadado fuego infernal golpeó a su agresor, que salió disparado lejos de ellas con la túnica ardiendo en cenizas. White respiró de forma agitada, arrastrándose por el suelo y tanteando para buscar su varita.
Por el rabillo del ojo, podía seguir viendo el recorrido que hacía el hechizo.
Cuando logró encontrar su varita se enderezó, esquivando un hechizo salido de la nada y viendo a James, controlando el fuego infernal que lo rodeaba a él y Harry, sirviéndole de escudo para las maldiciones que seguían llegando a gran velocidad.
Morrigan había hecho compañía a un niño gordito que White no tenía la menor idea quién era, pero la chica parecía estarse tomando enserio el hecho de que debía protegerse a ambos. Su varita estaba alzada y no dudaba en desviar los hechizos, con una precisión perfecta que los enviaba a demás mortifagos.
El sonido del cuerpo inerte de Tonks golpeando las piedras regresó a White a la realidad, viendo a Bellatrix Lestrange celebrar la repentina caída de la metamorfomaga.
Sirius se precipitó a su encuentro. White notó que James se había desconectado por completo de todo, porque no miró ni por un segundo el duelo al que se enfrascaba su hermano.
Así que ella lo hizo por él.
— ¿¡Tú de dónde sales!? — reclamó Sirius, dejando que ambos lucharan, hombro con hombro, contra Bellatrix.
— ¡Los hermanos están para ayudarse, creo!
Bellatrix ya no estaba riéndose. Se había tomado enserio enfrentarse a ambos. Sirius, por otro lado, parecía repentinamente enérgico al escuchar aquella palabra saliendo de sus labios. En casi un año, White jamás se refirió a él como su hermano.
Las cosas se silenciaron de repente. Los hechizos de Bellatrix fallaban, lo que solo hacía que se enojara más.
— ¡Vamos, tú sabes hacerlo mejor!
Un renovado haz de luz salió de la varita de Bellatrix, dando de lleno en el pecho de Sirius, a quien se le borró la sonrisa del rostro y una expresión de terror total cruzó sus juguetones ojos grises.
Fue como si el tiempo se ralentizara.
Creo que ya entendiste por qué te traje aquí.
Sin pensarlo, sin preguntarse una vez más por qué, soltó su varita y extendió su brazo, tomando la mano de Sirius y dejando que la arrastrara al arco de voces tras ambos, sus cuerpos atravesando el fantasmal velo en un círculo de desgracia.
Lo último que White escuchó del mundo de los vivos fue el grito desgarrador de James.
En el siguiente segundo, cuando creía que la oscuridad se la tragaría por completo, una risa divertida resonó en sus oídos.
— Godric tenía razón — anunció la voz de una mujer. White parpadeaba por la ceguera que le provocaba la repentina luz, tapándose los ojos con la mano y mascullando una sartera de groserías mientras se colocaba en pie — Mi espíritu reside en ti.
La mirada diabólica de una mujer castaña, rostro afilado y labios rosados la recibió.
White no tardó en reconocerla.
— Galatea.
Galatea sonrió, cruzando los brazos sobre el pecho.
— Por fin nos conocemos, White Altair Black.
maratón 3/3
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