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XI.



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LOS CUATRO ELEMENTOS






White despertó en la plaza de su sueño sobre la hoguera.

— Ay, otra vez no — se quejó, consciente de que nadie podía escucharla. La mujer crucificada y los aldeanos repetían la escena que había estado carcomiendo sus nervios los últimos meses. Ellos cumplían el juicio (en realidad una condena, pero llamarlo juicio hace sentir a las personas menos culpables por ser unos idiotas) y ella los insultaba, casi gritándoles a la cara lo orgullosa que estaba siendo una bruja. — ¿Qué quieres de mí, eh?

— Atención.

White saltó sobre su eje, llevándose una mano al pecho y verificando que su corazón seguía latiendo luego de aquel susto. Un niño, no más de 11 años debía tener, la miraba. Sus grandes ojos azules, llenos de serenidad y seguridad, observaban interesados a White. Una espada le colgaba de la cintura. Tenía una capa y la funda de una varita se balanceaba junto a la de la afilada arma.

— Eres el niño — decidió, tragando saliva al ver de reojo el resplandor de la llamarada que consumía la vida de la inquietante mujer. Él asintió, su alborotado cabello negro cayéndole sobre la cara tras el tranquilo movimiento de su barbilla. Parecía satisfecho de que ella lo recordara — El niño en el caballo que perseguían los aldeanos.

— Me llamo Godric — se presentó, acercándose a pasos lentos hacía White. Debió haber notado su estupefacción, porque se detuvo, analizando la expresión de su rostro y regalándole una sonrisa ladina que, incluso por parte de un niño, se le hizo fiera y decidida. 

Dispuesto a todo lo que venía sobre él.

Ya había visto antes aquella sonrisa, era inevitable no relacionarlos cuando parecían tener ahora tanto en común. Ese aire de calidez propia despertó un poco todo sus sentidos, aunque no lo suficiente para aceptar de primeras la aparente conexión.

— ¿Godric? — repitió, tragando saliva. Escuchó, casi en el fondo de su cabeza, los gritos histéricos de la mujer y la algarabía de los pueblerinos. Al chico no parecía perturbarlo en lo absoluto — ¿Como... Godric Gryffindor?

Él asintió.

De pronto, para White tuvo sentido que ese niño de inquietantes ojos azules y hogareña sonrisa dulce fuera uno de los aclamados fundadores de su antigua escuela. Debía tener sentido o ella iba a enloquecer si no entendía lo que ocurría con aquel sueño tan terrorífico.

— Así se llamaba mi padre — narró Godric, dándose la vuelta y presenciando como el que White pensó, la primera vez que vio el sueño, el padre del niño corría a los aldeanos e intentaba detenerlos. Ella no comprendía cómo era capaz de verlo todo de frente sin mostrar alguna clase de malestar — Así me nombró mi madre la primera vez que me tuvo en brazos. Así me conocen todos los magos ¿no? Le dan mucha importancia a algo tan insignificante como intentar educar a futuras generaciones.

— No fue insignificante en esa época — protestó White, siguiendo los ojos azules a la escena del ahorcamiento. Se estremeció al verlo patalear, su rostro desfigurado colocándose púrpura por la falta de aire — Le diste un refugio a las nuevas generaciones. No debíamos ocultarnos en Hogwarts porque allí no corríamos peligro, allí nos estaban protegiendo.

— Salazar no pensaba aquello, señorita — señaló, sin inmutarse. A White se le hizo muy extraño que un niño le hablara con tal propiedad. Ya ni los sangre pura lo hacían. — Mantuvo presente hasta el último momento que no estábamos a salvo.

— ¿Por los hijos de muggles? — bufó, torciendo los ojos.

Godric giró la cabeza. Por primera vez, algo que se veía como confusión alteró la calma en sus ojos.

— ¿Eso les han dicho? — preguntó, desconcertado. 

White parpadeó.

— ¿Salazar Slytherin no repudiaba a los hijos de muggles?

— ¿Salz? — para sorpresa de White, Godric se soltó a reír. Una risa genuina y verdadera que tambaleó todo lo que ella creía saber sobre los fundadores — Oh, no. Salazar nunca despreció a los descendientes de muggles. Eran sus favoritos. Sus consentidos. Decía que los más desafortunados eran a quienes más debíamos colocar bajo nuestra ala. De ser por Salazar, ellos jamás tendrían que volver con sus padres. Salazar odiaba a la comunidad no mágica, señorita, no a sus hijos mágicos. 

— ¿Por lo que hacían a los magos?

La sonrisa de Godric flaqueó.

— Por lo que me hicieron — explicó, moviendo sus pies de un lado a otro. Parpadeó, la nostalgia brillando por su presencia, y observó a una versión de si mismo, un poco más pequeño, salir disparado a las profundidades del bosque montado a caballo — Por lo que hicieron a mi dulce Konstantinova.

White no tenía la manera idea de quién era esa chica. No lo interrumpió tampoco. Sin embargo, Godric volvió a guardar silencio. La hoguera seguía crepitando, aunque los gritos ya se habían calmado, y los pies del hombre colgaban sin signo alguno de lucha.

— ¿Qué... qué significa todo esto? — White se hizo nervios de acero y preguntó, carraspeando en medio de la frase para que su voz fuera clara. Los cristalinos ojos de Godric observaron el suelo, pensativo, asimilando la duda que salía de sus labios — ¿Por qué estoy viendo esto? ¿Por qué... por qué yo?

Godric no dijo nada al principio. Se limitó a alzar el rostro de nuevo y observar las últimas llamaradas. El fuego comenzaba a calmarse, sacudido por el viento y aplacado ante la fuerza de este mismo. Al igual que Godric, la energía se drenaba de las inquietantes flamas. 

— ¿Sabe lo que es un Sabbat, señorita?

— No.

Godric ladeó la cabeza. Si le sorprendió la respuesta, no lo demostró.

— El Sabbat era una festividad que se celebraba con cada cambio de estación — explicó Godric, reanudando su camino hacía la, casi, inexistente hoguera. White lo siguió — Se veneraban los cuatro elementos y se le agradecía a la Madre Magia por el poder que nos ha confiado para controlarlos. — White no tenía idea de que podían hacer eso. Los hechizos se relacionaban, de cierta manera, pero controlarlos sonaba a algo mucho más intenso de lo que les permitían sus habilidades — Cuatro Sabbat, cuatro estaciones, cuatro elementos. Un Sabbat nunca se detenía, por ninguna circunstancia. Eran demasiado importantes, demasiado extensos... Cuando se acercaba la luna sangrienta, significaba que era la hora. ¿Sabes lo que es una luna de sangre?

— ¿Un eclipse? — respondió, algo dudosa. Godric estaba diciendo tantas cosas que hasta se estaba cuestionando su propio nombre. 

Godric se rió. Fue una risa ahogada, muy extraña, pero ese gesto de revolverse el cabello y brindarle a White ese desdeñoso y divertido levantamiento de su labio inferior hizo que le revoloteara el corazón.

Carajo, el parecido era impresionante. 

— Los avances que se han hecho ayudan a comprender más nuestra vida — comentó, tomando el mango de su espada. White retrocedió por inercia al ver el resplandor de la plata bajo la latente llama. El carácter voluble del fuego estaba negándose a ser pisoteado. A Godric le parecía gracioso, por alguna razón — Pero también hacen olvidar los sagrados rituales. Una luna de sangre es algo demasiado grande para justificarlo con la umbra de la tierra, señorita.

— ¿Entonces qué es una Luna de Sangre? — replicó, arrugando la nariz.

Godric extendió la espada. La flama naranja se movió de tal manera que tocó el filo. Se hizo más intenso tras la acción de Godric. 

— La fragilidad de nuestra vida — respondió. Enfundó la espada una vez más, y el fuego se dividió en cuatro. White observó con incredulidad las formas que dibujaba ante sus ojos, danzando en círculos sobre el epicentro de la llamarada. — No les gusta ser ofendidos, señorita. Los Sabbat se celebraban para agradecer. Los muggles notaron el patrón. Decidieron que atraparnos en el acto era la mejor opción. Había una guerra y nos sacrificarían si así se libraban de sus males. Capturaron a Galatea, la quemaron en frente de mi padre.

White miró el bulto de cenizas. No sabía cuánto tiempo habían pasado allí, pero ya no podía ver signo alguno de que allí fue masacrada una chica, excepto por la sombra negra que se dibujaba en lo poco que quedaba de la cruz de madera. 

— Esto es horrible — balbuceó. Podía sentir la aglomeración de las lágrimas en sus ojos. Repentinamente, el hecho de que la mujer fue quemada y nadie pudo evitarlo la golpeó de sobremanera, como si ella lo hubiera vivido en sangre propia.

— Lo fue — Godric alargó su brazo, dejando que sus dedos tocaran las figuras de fuego — Cuando mataron a mi padre, me vi en la obligación de escapar. El Sabbat no se pudo celebrar. Cortamos el frágil hilo que unía la comunidad mágica con la magia. Y cuando se interrumpe el flujo de la magia... — cerrando su mano en un puño, alejó del epicentro a una de las figuras, abriendo la palma y dejando que la flema recorriera toda su mano, moviéndose de un lado a otro junto a él — se fragmenta.

— Por eso ya no podemos controlar los elementos — susurró White, comprendiendo de forma dolorosa. Godric alzó los ojos, y el brillo del fuego remplazó a la celestial marea — Los Sabbat fueron olvidados.

— En parte — confesó, chasqueando los dedos. Las figuras desaparecieron y nada más que una chispa iluminaba la oscura y aterradora plaza — Magia decidía quiénes serían dignos de portarla. Solo aquellos que nunca olvidamos, y mantuvimos presente lo que hizo por nosotros, seguiríamos en posesión de aquel bondadoso regalo.

Algo hizo click en medio del razonamiento de White.

— Los fundadores de Hogwarts.

— Y nuestros descendientes — continúo, sacudiendo ligeramente sus hombros — Una marca particular, que no tendría precedente o razón de ser, aparecería en ellos, mostrándolos como dignos. Se manifiesta dependiendo el deseo de la Magia, incluso siendo nuestros descendientes  podrían no tenerlo. Dependía de qué tan preparados estarían de tenerlo.

White recordó vagamente reuniones de la orden. Dumbledore hablaba mucho, pero solo pocas cosas de las que decía tenía sentido o importancia. Al menos, en primera instancia. Una de esas pocas cosas era el pasado de Voldemort que mencionó de pasada durante una sesión para decidir quienes harían la vigilancia. Al final, el mismo James le contó lo de Voldemort, pero eso era insignificante con la información que tenía en frente.

— Voldemort es descendiente de Salazar Slytherin.

— ¿Lo es? — Godric no se veía convencido.

— Habla pársel — dijo White. Godric siguió mirándola, sin reaccionar — Bueno, los Gaunt se regocijaban en ser descendientes de un fundador.

— Oh, los Gaunt — Godric parecía haber entendido. White torció los ojos — Sí, él no lo posee. Magia no lo creyó digno de su regalo.

— Gracias a Merlín — suspiró.

— Él sí merecía tenerlo — dijo Godric.

White parpadeó con sorpresa.

— ¿Merlín era un descendiente? 

— Rowena y Salazar querían tenerlo de protegido, señorita — Godric sonrió, como un anciano que recordaba los viejos y dorados tiempos de su vida. A White se la había olvidado que tenía la apariencia de un niño. Su forma de hablar seguía desconcertándola — No era un descendiente, pero fue bendecido con ese regalo. Se volvió algo arrogante al pasar los años, pero no es nada que su mujer no pudiera aplacar.

— ¿Merlín tenía esposa?

— ¿Qué están enseñando en Hogwarts esos maestros suyos?

White prefirió no responder. Ella se quedaba dormida en clases la mayor parte de las veces. Sacudió la cabeza, no era eso lo que quería decir.

— Los Potter son descendientes tuyos.

No era una pregunta.

Godric no parpadeó. Sabía que ella sabía. La cuestión volvió a ella ¿Por qué le mostraba aquello?

— Lo son — declaró, tras un par de minutos en silencio. — James, Harry y Roselyn son los únicos vivos que han sido tan dignos de portarlo como Magia me consideró a mí. Por eso se manifiesta de esa forma con ellos.

— ¿Y por qué no les hablas, entonces? — interrumpió de inmediato — ¿Por qué conmigo? A James le gustaría mucho entender todo esto. Tal vez una advertencia a Harry y Rose también sería útil...

— No puedo interferir en la vida de mis descendientes, señorita — cortó su reclamo, levantando la mano e indicándole de esa manera que lo dejara hablar. White se mordió la lengua y se obligó a prestar atención — Además, hay algo que me impide llegar a Harry. Comprender el don que tenemos y sus implicaciones es deber de ellos mismos. James no ha intentado eso.

— Le tiene miedo.

James nunca le había dicho eso, pero si White era la única persona fuera de él o sus padres, donde quiera que estén, que sabía la razón de ser del tatuaje, era una conclusión que se atrevía a hacer. Había notado lo incómodo que estaba teniendo aquella carga de poder. 

— Es naturaleza humana temer lo que desconocemos — dijo Godric, y White recordó ligeramente su conversación con James sobre la caza de brujas. Joder, se notaba que eran familia esos dos — Lo importante es que debemos...

— ¿Estar dispuestos a afrontarlo y no repetir el pasado?

— Sí — Godric sonrió de repente — ¿Cómo lo supiste?

— Tu tatara-lo-que-sea me lo dijo — comentó, cruzándose de brazos — James tiene tu filosofía. 

Godric se veía feliz de saberlo. White contuvo sus ganas de rodar los ojos con exasperación, otra vez.

— ¿Ves? — preguntó, girando la cabeza al espacio vacío a su lado — Te dije que eran dignos.

White decidió que dejaría pasar por el bien de su cordura.

— Aún no me dices por qué me elegiste a mi — reclamó, repiqueteando el pie contra el suelo. Acababa de darse cuenta que estaba descalza — Yo ni siquiera pertenecí a tu casa. 

Godric había recobrado la compostura, porque sonrió de forma ligera hacía White y volvió a mirar la madera quemada. Ella lo imitó, algo dudosa.

— Hay algo de Galatea en ti — mencionó, moviendo el mango de su espada. La figura de la mujer castaña que había sido quemada se movió sobre la ceniza, estirando su brazo y acariciando la mejilla de Godric, de forma casi maternal — Cuando mi madre murió tras su segundo parto y mi padre quedó viudo, se consiguió otra esposa que cuidara de mí y mi hermana. Terminó amándola de igual forma que amaba a mi madre, tal vez más.

— Galatea — adivinó White, parpadeando para descifrar la expresión que poseía el espectro.

Godric sonrió con calidez. Su sonrisa le recordaba demasiado a la de James.

— Nunca le reproché a mi madre haberse entregado aquel día — comentó, sus ojos azules recorrieron la estructura fantasmal del rostro de Galatea — Era la mujer que amaba. Su esposa. Murió con ella, así como debió haber muerto con mi madre. 

— ¿Y qué pasó contigo y tu hermana? No la vi... — White cayó de repente — No estaba muerta ¿cierto?

Godric suspiró, parecía muy cansado. Galatea se preocupó, o si los fantasmas se podían preocupar ella ciertamente lo hizo. Godric la despidió con una última y triste sonrisa, moviendo la espada y dejando que el espíritu se desvaneciera en la cenizas una vez más.

— Esos son tiempos tan antiguos — comentó, sacudiendo la cabeza — que no sirve de nada mencionarlos.

— Aprendemos del pasado ¿no?

Godric sonrió.

— Eres tan buena para James como Galatea lo fue para mi padre — decidió, colocándose de puntillas para quitar de la cara un mechón de cabello suelto. White tragó saliva — Es hora de que vuelvas, tal vez ya entendiste por qué te traje en primer lugar.

Godric no la dejó responder, el viento sopló sobre su cara y White se sintió caer, enderezándose en la cama con un grito atorado a mitad de garganta. Sudaba un poco y el repentino frío de la habitación la hizo estremecerse, respirando agitadamente ante el sobresalto que le provocó la manera tan brusca de Godric para hacerla despertar.

— Uhm... — la voz ronca de James llamó su atención. White giró el torso, viendo su pecho desnudo y su cara enfurruñada, uno de sus ojos abiertos para verla. Estaba nublado, lo que indicaba que el sueño no se le había ido como a ella. O tal vez era la falta de sus gafas. White no tuvo tiempo de cavilar un poco más el asunto cuando James tiró de ella fuera de sus pensamientos — Vuelve a la cama.

— Lo siento, no quería despertarte.

— No importa — balbuceó, enterrando la mitad de la cara en la almohada. Su brazo se alargó y acarició la espalda de White, brindándole calor otra vez. Ella sonrió, apartándose el cabello de la cara y colocándose de rodillas sobre la cama — ¿Tuviste otra pesadilla?

White se lo pensó. Godric no podía intervenir en la vida de sus descendientes... pero White no era Godric.

— Un sueño muy vivido — respondió, respirando hondo para calmar su respiración. James buscó su mano y jugó con sus dedos, un gesto nervioso que White ya le había visto antes durante las reuniones de la Orden.

— Odio esos — dijo James, su voz ronca rompiendo el silencio tétrico de la habitación — ¿Por qué no vuelves aquí y te hago olvidar un poco?

Ella sonrió, dejándose caer sobre su pecho y acercando sus rostros lo suficiente para que sus respiraciones se mezclaran. James sonrió victorioso, rodeándola la cintura con sus fuertes brazos y apretando ligeramente, uniendo sus cuerpos más de lo que ella pudiera creer posible. Estaban piel contra piel, ambos desnudos luego de una buena sesión de sexo alocado.

¿No sonaba bonito eso? A ella le encantaba.

— ¿Qué quieres hacer hoy? — preguntó, Godric y su conversación habían borrado el sueño de su cuerpo por completo.

James arrugó el ceño. Tenía los ojos cerrados y los mantuvo así cuando respondió.

— Decirle a Sirius de nosotros y esconderme detrás de Remus para que no me mate por meterme con su hermana — comentó, cubriendo un bostezo y doblando el brazo para apoyar la nuca contra su muñeca.

— Espera — White interrumpió — Aún no es formal un nosotros.

— ¿No lo es? — White negó. James abrió los ojos y sonrió divertido. — ¿Cómo podré hacerlo formal?

— ¿Quieres ser mi novio? — habló más rápido, desconcertándolo por unos segundos. A White se le hizo demasiado divertido la confusión de su rostro.

— Pensaba pedirlo yo — hizo un puchero, inclinándose y dándole un beso a White. Ella suspiró, disfrutando la sensación que le dejaban sus besos — Me gusta tu iniciativa. Sí, quiero ser tu novio.

— Bien, porque quiero un novio vivo.

James soltó una carcajada.

— Dile eso a Sirius — se quejó, sacudiendo la cabeza. Un mechón de cabello le cayó sobre la frente, y en su intento de quitarlo, se golpeó el costado de la frente con la mano. White tuvo que esconder el rostro en el pecho de James para que no la oyera reírse, aún así, él siguió balbuceando groserías. — ¿Por qué nos levántamos?

— Porque tenemos deberes como adultos — bromeó, colocándose en pie.

James se quejó.

— Devuélveme a mi adolescencia y no me saques nunca.

— Ño — sonrió, aniñando su tono y colocándose en pie. James rodó los ojos, viéndola desfilar desnuda por la habitación buscando su ropa.

Se movió, tirando de ella hacía la cama otra vez.

— Vamos, cinco minutos — pidió, dejando un beso sobre su torso.

White hizo un sonidito de satisfacción, permitiéndole repartir besos por su abdomen descubierto, subiendo sin separar los labios de su cuerpo. White enterró las manos en su cabello y tiró un poco, temblando ante la sensación de su lengua jugando entre sus pechos. James la levantó del suelo y se giró, cayendo a la cama.

— Uhm — balbuceó, removiéndose para acomodarse mejor. Sus piernas envolvieron la cadera de James, deslizando las manos sobre su pecho — Aún tienes bonitos pectorales.

James sonrió contra su clavícula, mordiendo ligeramente.

Entonces, tocaron a la puerta.

— ¡Oye, James, si te quedaste pegado a la cama de nuevo Remus aún sabe cómo hacer el hechizo para sacarte! — gritó la voz de Sirius, aporreando con su puño la madera.

James parpadeó, enderezándose de golpe y frunciéndole el ceño a la puerta.

— ¡No, gracias!

— ¡Bien! — dijo Sirius. White se tapó la boca con la mano para no soltarse a reír — ¡Oye! ¿Has visto a White? No está en su habitación.

Ambos se miraron.

— No, no la he visto — respondió James, mirándola mal al sentirla temblar de risa contenida.

— Bueno, esperemos que siga viva. Atenea me matará si se entera que perdí a la niña. —White rodó los ojos — ¿Bajas a desayunar?

— Enseguida.

Los pasos de Sirius se alejaron. White hizo un puchero.

— Se me quitó la calentura — se quejó, empujándolo fuera de ella. James bufó, sonriéndole cuando reanudó su tarea de vestirse.

— Cuando se entere, tal vez se ponga peor.

White se inclinó, dejando un casto beso sobre su labios.

— Si lo intenta, lo golpearé.

James se rió el resto de la mañana cada vez que lo recordaba.


El apodo Salz es utilizado por mi amada skyelost en su historia de Salazar Slytherin (que por cierto, deberían leerla, porque está buenísima).
Maratón 2/3 por el cumpleaños de mi bebé precioso James.

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