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VIII.




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NAVIDAD




White soñó con hogueras, una multitud y San Mungo.

Su incidente con el fuego había sido algo que nunca pudo superar del todo, la evidente aberración que sentía a siquiera las menciones del hospital mágico eran un gran ejemplo de ello. Pasó 6 años internada, hasta que se le permitió ir a Hogwarts, viendo a sanadores entrar y salir de su habitación todos los días, ahogándose en su propio magia a mitad de la noche cuando soñaba con las toxinas del humo en sus pulmones, escuchando alaridos de los internos de la academia porque se moría.

No era algo de lo que le gustara hablar mucho. Hizo lo imposible para que ninguna de sus compañeras de habitación en Slytherin le cuestionara las cicatrices de su cuerpo y los parches de piel rota a través de su pálida piel, no totalmente curada a pesar de los años que los sanadores pasaron para erradicar los restos del accidente. Si por White fuera, habría aplicado un obliviate a su cerebro con tal de no mantener el recuerdo de aquel horroroso día.

Hacía años que no soñaba con el fuego.

— ¡Debemos encontrarla! — chillaba una voz. White se agitó, mirando a su alrededor. Las herraduras de los caballos y el relinchar de estos acompañaban las ráfagas de viento, violentando los árboles y las ramas — ¡Debemos encontrarla!

A las agitadas y asustadas voces se sumaron gritos sanguinarios; demandas de muerte que White no comprendía del todo. Entonces vio una hoguera, y el cuerpo se le congeló. Su pecho subía y bajaba aterrorizado; su respiración entrecortada ante la vista de las llamas avivadas, la piel picándole de comezón. Podía oír algo crujir a sus pies, calidez calentando la planta de sus piernas desnudas.

— ¡A esta mujer se le ha condenado por ser intercesora del mal! — un hombre, al que White nunca había visto en su vida, alzó una antorcha encendida. Una multitud de lo que parecían pueblerinos lo rodeaban, hachas y crucifijos de madera en mano — ¡Por copular con el demonio y conspirar en contra de nuestro señor!

Los pueblerinos gritaron con más fuerza.

Una mujer castaña estaba amarrada a lo que lucía una cruz de madera. No veía a nadie a los ojos, y no se movió hasta que el primer hombre, el de la antorcha, pasó el fuego rozando su piel, provocando el sobresalto de la mujer. White se acarició el brazo, la confusión inundándole mientras veía aquella escena. ¿Por qué carajos soñaría con la cacería de brujas?

— ¿Cómo te declaras, bruja? — escupió sobre su rostro, manchándolo de saliva verdosa.

Los pueblerinos se rieron a carcajadas, la confianza que poseían aumentando por la seguridad desmedida de su líder.

— Aleja tu asquerosa presencia de mí, sucia pestilente — le gruñó ella, el cabello castaño mojado creando una capa que caía en su rostro cubriéndolo casi por completo. El hombre, enojado por las palabras pronunciadas, levantó su puño y lo estrelló en la nariz de la chica, salpicando sangre sobre su ropa dañada. La multitud aplaudió, lanzando los objetos punzantes hacía ella.

La desconocida castaña ahogó un quejido y bajó el mentón, dedicándose a observar sus piernas atadas. White se acercó, tratando de verla a la cara. Se suponía que la cacería de brujas no funcionaba ¿cierto? Se suponía que los muggles eran demasiado idiotas para identificar brujas de verdad. No comprendía lo que veían sus ojos dormidos.

— Esta mujer ha blasfemado el nombre de Dios — anunció el hombre, dándose la vuelta para enfrentar a sus seguidores — Se le encuentra culpable de brujería y pacto con el demonio. ¡Morirá en la hoguera!

Los cánticos pidiendo ejecución inmediata no se demoraron. Las personas alzaban sus hachas y crucifijos de madera, ufanos de la aparente inmovilidad de la mujer. Ella no había dado signo alguno de reaccionar ante la condena, la sangre escurría de su nariz rota sin detenerse. Entre las cortinas de su cabello castaño, White visualizaba una mácula purpura salpicando su mejilla.

La torturaron pensó, con el corazón agitado. El pómulo de su rostro ardió; aunque White no entendía la razón, mientras la desconocida alzaba la cara y veía a la multitud.  

— Son unos completos imbéciles — murmuró, y las voces de todos los pueblerinos se silenciaron. Ella se sacudió bruscamente, luchando contra sus ataduras. El sólo verlo provocó histeria colectiva, las personas retrocediendo y refugiándose entre los demás — Su intento inútil de detener los sabbats acaba de condenar sus vidas. ¿No se dan cuenta de lo que han hecho? Cuando la luna sangrienta alcance este pueblo, se vengarán de ustedes. 

— ¡Maten a la hereje! — gritó uno de la multitud.

Ella soltó una carcajada rota, lágrimas cayendo de sus ojos al mismo tiempo. Se veía tan desolada, tan resignada, que a White le inundaron unas ganas inmensas de lanzarse a la hoguera sólo para sacarla de ahí. Todo esto le resultaba extraño y familiar, su yo de cinco años había pensado que moriría gracias al fuego, y aquí tenía de frente a alguien que sabía con certeza que sucedería. Y era doloroso.

— No estarás para presenciarlo, Galatea — dijo el hombre, apuntando la antorcha a su cara. El rostro de la mujer se iluminó, y su sonrisa macabra logró estremecer a White. 

No perdieron el tiempo; el hombre dejó caer la antorcha sobre la base de la estructura que sostenía a la mujer, el fuego consumiendo la paja y la madera. Ella se sacudió y gritó, y White esperó inútilmente a ver el plop de una desaparición a través de la pared naranja doradiza ascendente. Porque así era como sucedían las cosas: los muggles no atrapaban brujas. Si era una real, estaba fingiendo para que los muggles no entraran en pánico, y se iría tan pronto como le pareciera justo.

¿Verdad?

— ¡NO!

Un hombre intentó correr hacía la hoguera, siendo detenido y golpeado por la multitud. El de la antorcha tomó una soga, lanzándola al pueblo que la amarró al cuello del recién llegado, arrastrándolo a una estatua cercana a la hoguera.

White siguió la mira suplicante del aldeano, perdida en el bosque que rodeaba el lugar. Un chico, un niño, montaba a caballo. Sus ojos azules brillaban de miedo, viendo al que tal vez era su padre, por el parecido, ser colgado. Apretó las riendas del animal y soltó unas cuantas lágrimas, horrorizado por la sanguinaria escena preparada.

El hombre pronunció unas últimas palabras mientras moría, colgando a un lado de la hoguera.

Huye, Godric.

— ¡Allá hay un hereje! — gritó alguien en la multitud. El niño, con los ojos cristalizados, alentó al caballo para comenzar a moverse y se alejó a través de la oscuridad del espeso bosque, perseguido por pueblerinos enfurecidos.

— Vamos — suplicó, entre dientes, devolviendo la vista al cuerpo consumido atado a la madera. Los gritos todavía seguían, y la vista del asesinato le revolvió el estómago, a pesar de que se negaba a creer que en realidad todo esto estaba sucediendo. — Vamos, desaparece. Ya no están aquí, puedes irte.

La mujer atada nunca se fue. Nunca hubo ese característico plop de la aparición, ni siquiera después de que cesaran los gritos. La paja en llamas cayó a retazos, esparciéndose por el suelo, arrastrada por el viento a los pies de otra mujer, cerca de una fuente a mitad de la plaza, vestida de blanco perla y con una sonrisa rota en su hermoso rostro.

— Cuando los non magicae atacaban, no había nada que los detuviera — dijo la mujer, a través de sus lágrimas de dolor.

— ¿Qué?

La mujer la miró. En sus intensos ojos azul opaco, White vio el fuego reflejado y un mundo entero consumido por las llamas; vio cuerpos despedazados, carbonizados; vio cadáveres sin rostro y una naturaleza enloquecida: terremotos, tsunamis y huracanes, seguidos unos de otros, arrasando con todo a su alrededor.

— Despierta, Altair.

White empezó a estremecerse por el calor, sacudiéndose y sintiendo que la piel se le caía. Quería gritar, pero ningún sonido salía de sus labios. Se volvía a sentir esa niña de cinco años que no hallaba la manera de escapar del fuego. Sus pulmones tomaron una última bocanada de aire limpio, y el ardor se extendió por completo.

— Eh, eh —la voz de James despertó a White, que tosió fuertemente y se aferró a él, sus manos sudando al buscar estabilidad — Tranquila, tranquila, solo fue una pesadilla.

White jadeó, gimiendo en silencio y apartándose las lágrimas de la cara. Escondió el rostro en la camiseta de James y sollozó contra su pecho, sus dedos temblando al sostenerse de su espalda. James se removió en la cama, rodeándole con sus brazos y acariciándole el cabello, apartando los mechones mojados del sudor mientras le susurraba palabras de aliento para que lograra calmarse. 

— Sólo fue una pesadilla — repetía James, sin detener sus caricias. White suspiró de forma temblorosa, asintiendo para hacerle saber que estaba escuchándolo — ¿Quieres hablar de eso? — negó, ahogando otro sollozo al recordar lo que acababa de presenciar — Está bien, no tienes que hacerlo si no quieres. Sólo fue un mal sueño, White.

Pero ya no lo sentía así. No terminaba de entender lo que había sucedido, porqué aquella bruja no pudo huir, o mucho menos lo que la rubia trató de decirle con esas últimas palabras; pero el fuego... Oh, eso era una cosa que White Altair Black nunca conseguiría olvidar. La resignación a una horrible muerte, esperar que los segundos pasen más rápido y pedir a cualquier deidad existente que no duela mucho, aunque te estés engañando a ti mismo. Entonces las llamas te alcanzarían.

Volvió a sollozar.

James no se movió de su lugar hasta que White logró detener el llanto, las palabras de aliento haciéndose cada vez menos inaudibles y volviéndose un arrullo tranquilizador para sus oídos. Cerró los ojos y disfrutó de la calma que le regalaba la voz ronca de James, prácticamente en su regazo. Él le rodeó con sus brazos fuertes, negándose a apartarle de su pecho, donde está escondida de todo.

— ¿Qué...? — White sorbió su nariz, respirando hondo para que el temblor de su voz no sea tan notable — ¿Qué haces aquí?

— Te venía a despertar — comentó James, jugando con su cabello. Sus labios cosquillearon encima de la sien de White al pronunciar la frase, y la voz le retumbó en la caja torácica, dedos ágiles apartaron mechones rubios de su cara. — La cena está hecha, creí que ya era hora de que te levantaras.

— ¿Cuánto he dormido?

— Todo el día — informó, sonriendo levemente al notar su ceño fruncido — Sirius pensó que el entrenamiento de ayer te había agotado y nos pidió que no te despertáramos. Pero tienes que comer algo, ya casi se hace de noche y todos se han ido.

— ¿A dónde fueron? — White se negó a apartarse de él también, estar allí le mantuvo atada al momento; no quería perder la cordura y que le viera así. No, suficiente fue la pesadilla para también someterlo a un ataque de pstd de White. Los sanadores habían dicho que sería muy peligroso, y no quería hacerle daño a James.

— Los Weasley querían visitar a Arthur — dijo James — Sirius, Remus y Ojo loco decidieron escoltarlos. Solo nosotros estamos aquí.

— ¿Por qué no fuiste?

James se encogió de hombros.

— Realmente no puedo estar tranquilo cuando mis hijos están con Lily — le explicó, en voz baja y plana. White soltó otro suspiro tembloroso, dándole toda su atención al movimiento suave del pecho de James de subida y bajada. Él debió de darse cuenta, porque recostó el mentón encima de su cabeza y continúo tarareando nanas. — Así que pensé que sería mejor si yo me quedaba aquí. Sirius y Remus me dijeron que los recogerían y traerían antes de irse a la vigilancia.

— ¿Me escuchaste gritar? — White relamió sus labios, sintiéndose pequeña al hablar, como si estuviera a menos de un segundo de cerrarse del mundo. Malditas pesadillas.

— Lo hice — confesó, con una pequeña mueca de disculpa en la cara. — Iba subiendo la escalera cuando empezó, por lo que corrí hasta aquí.

Un escalofrío le subió por la espalda, al recordar lo que se sentía ser incapaz de gritar. Como si se ahogara otra vez. Era de las cosas que más odiaba de las pesadillas: la incapacidad de salvarte, o de salvar a alguien más, o de huir. Tenías que quedarte a enfrentarlo; y White nunca fue una persona conocida por enfrentar sus problemas.

— Lo siento.

— No tienes nada de qué disculparte — James le reprendió, su ceño fruncido al mirarle a los ojos. — Sólo fue una pesadilla. No puedes disculparte por tener pesadillas.

— Me disculpo por molestarte.

La expresión de James se suavizó de inmediato ante eso.

— No eres una molestia, cariño — él murmuró, reanudando las caricias a su cabello. La sensación logró relajarle de nuevo, sus párpados cayeron y se abrieron con cansancio y pereza. Si James seguía, iba a quedarse dormida. — Te preparé cena navideña vegana ¿Sabes?

— ¿Si? — balbuceó, enterrando el rostro por completo contra su pecho. Si a James le molestó, ni siquiera dio indicio de ello, todavía permitiendo que sus manos suaves juguetearan con su pelo.

— Tampoco dejé que Molly se acercara a tu platillo.

La señora Weasley había estado muy escéptica a la dieta vegana de White, y una vez le sirvió estofado para la cena, a pesar de que Tonks tenía en manos un paquete de restaurante que le trajo especialmente al volver de la oficina de aurores. Un suspiro exasperado escapó de sus labios gracias al recuerdo, provocando la risa de James, que era probable pensó lo mismo.

— Gracias, no sé cuántas veces tengo que recordarle que no como carnes. Ella sigue diciendo que es sólo una fase — sus ojos se blanquearon. — Por supuesto, señora Weasley, atravieso una fase progre de ya once años. Tiene todo el sentido del mundo.

— Claro que sí — él bromeó, besándole la mejilla e ignorando lo que aquel sencillo gestó le provocó, al alejarse de la cama hacia la puerta. — Baja a la cocina cuando estés lista.

White no sabía cómo James podía darse cuenta de las veces que requería de un momento a solas; para recomponerse, para pensar, o sólo porque lo deseaba. Cualquier tontería fuera la razón, se daba cuenta y se aseguraba de que lo tuviera. James Potter era increíble de esa manera.

Se decidió a olvidar (al menos hasta que tuviera tiempo de investigar) la extraña pesadilla que había tenido; se levantó de la cama y corrió a darse una ducha para quitarse el sudor y el calor que cargaba. Se vistió con ropa abrigadora, asegurándose de hacer un hechizo de temperatura sobre su cuerpo, y bajó las escaleras de uno en uno, caminando de puntillas frente al retrato de Walburga.

James estaba en el sótano, sirviendo su cena de manera manual. Usaba un delantal rosa pastel atado a la cintura que decía "besa al cocinero" (¿Era acaso una invitación?); un cintillo blanco, que le había visto a Sirius hace unos días, para retener el flequillo de su alborotado cabello de caer encima de su frente; y tenía varios platos vacíos encima de la mesa.

— ¿Hiciste un banquete vegano para mi? — preguntó, con un toque de diversión y ternura en la voz.

— Bueno, no estaba seguro de tus preferencias — dijo James, apartando la mirada del sartén que desprendía un delicioso aroma a tofú en su mano. Él le sonrió, tal vez mirando por un minuto demasiado largo a su vestimenta no apta para el frío decembrino londinense; aunque White totalmente desfiló sus largas piernas frente a él. James carraspeó, antes de proseguir: — entonces fui a este restaurante del Soho que Tonks me dijo te gustaba, pregunté por recetas y me dieron un libro grandísimo. Hice un poco de todo.

— ¡Oye, es baba ganush! — chilló, inclinándose para agarrar un pedazo de pan pita y untarlo en la pasta. El primer platillo que probó, cuando comenzó su dieta vegana, fue mutabal, por lo que apreció el esfuerzo de James por hacerle todo esto. — Dioses, está delicioso.

— De nada — James sonrió muy ufano. — Le pregunté a los del restaurante cuál podría ser un buen aperitivo, y me dijeron que probara el mutabal, porque el hummus estaba sobrevalorado. No tengo idea de qué querían decirme con eso; pero de todas formas, también hice brochetas de champiñones balsámicos y tofú... — entrecerró los ojos al libro abierto sobre la mesa para leer el nombre de la receta. — Eh, tofú a la mostaza con salteado de verduras garam masala.

— El tofú es rico cuando está bien cocinado — dijo White, tras ver su mirada escéptica.

— Que buena suerte que sé cocinar — respondió, con un encogimiento de hombros. Sirvió el tofú encima de dos platos ya llenos de verdura; todavía tarareando y siguiendo las imágenes de procedimiento del libro de cocina. 

White se dio cuenta, como una tonta, que James tenía planes de acompañarle a la cena. ¿Y no era eso lindo? James ni siquiera era vegano, y probablemente disfrutaría más del pavo que Molly preparó para los demás. La señora Weasley podía ser muchas cosas; pero nunca una mala cocinera.

— ¿Cómo aprendiste? — consiguió decir, tras salir de su momento de realización. Nunca vio a James cocinar; aunque si lo pensaba bien, tenía sentido. Era padre soltero, no trabajaba y tenía dos niños a quienes cuidar, seguro que le quedó mucho tiempo para desarrollar habilidades y no ser un desastre al criar a Harry y Roselyn.

— Mi mamá me enseñó cuando era niño — narró James, tendiéndole un tenedor. White comió un poco y sonrió, porque sabia delicioso. James sonrió, notándolo — Decía que no siempre podía depender de un elfo doméstico, me mostró lo básico y el resto lo hice por mi cuenta.

— Yo tuve que aprovecharme de la herencia que Orión dejó a mi nombre — comentó White, sentándose a la cabecera de la mesa. Él no tardó en venir a acompañarle, en la silla de la derecha, los dos platos principales con el tofú frente a ambos. Sin embargo, se estiró para agarrar el cuenco de baba ganush y el de pan pita, dispuesta a seguir disfrutando de las maravillas de un mutabal preparado por James. — Apesto para la cocina. Y para ser un adulto funcional.

— No lo noté — él se burló, porque por supuesto había visto a Tonks ser su domiciliaria personal al traerle la cena cada día.

White alejó el cuenco de mutabal con toda la intención, ganándose una mirada indignada de su parte antes de que empezaran a pelearse también por el plato de pan. Al final, James logró distraerle con su bobo y bonito rostro inclinado, como si fuera a besarle en los labios, y le arrebató la pasta de las manos. Lo que, grosero; ella le sacó la lengua y se fue a por las brochetas.

El resto de la cena pasó sin mucho contratiempos, a pesar de que ocasionalmente le pegaba una patada al tobillo y James se la devolvía con toda la intención. Él le compartió varias anécdotas de sus Navidades en Hogwarts, la más divertida resultó siendo cuando tiraron a Sirius al lago negro en pijama. Aquello le hizo reír tanto que se ahogó con un pedazo de tofú, lo que sólo hizo reír a James. 

Por otro lado, White le contó de la vez que intentó hacer una Navidad hippie para sus compañeros de casa, Slytherin.

— ¿Cómo son las Navidades hippies? — preguntó James, confundido.

— Bueno, no es como una forma en si — reflexionó White, dándole un mordisco a las verduras — Es traer el espíritu hippie a la Navidad. Ya sabes, ser agradables con el planeta. Llevar una vida de amor y paz. Algún día te enseñaré a hacerlo.

— Esperaré eso — bromeó James, regalándole una sonrisa ladina.

Si el calor había vuelto, no era por su temor al fuego.

— De cualquier manera, les encantó la fiesta — alardeó, carraspeando para alejar la idea que le provocó la sonrisa de James — Y nunca les dije que saqué las ideas de un campamento muggle. Era lo más divertido de todo.

James se rió por otra media hora imaginándolo. 

Fue bastante agradable, pasar la cena con él y no sola, porque era una perra pretenciosa vegana. Además, James en realidad disfrutó de los platillos, sin fingir para ella. A la hora del postre, una mousse de chocolate del que James se vio obligado a mantener a Sirius alejado (al parecer, el loco ese era alérgico al chocolate, qué diablos), la pesadez que le generaba recordar su pavor al fuego se relajó, dejando a su pecho respirar de forma libre, sus pulmones inhalando el aire limpio con satisfacción.

— Dioses — gimió en voz alta, luego de darle una probada a la mousse. No había tenido la oportunidad de comer mousse desde que empezó el veganismo, y esto era la jodida gloria, así que fóllenle por su dramatismo. — Maldición, joder, quiero casarme con esta mierda.

— Oye, no llames mierda a la mousse — James se quejó, con una sonrisa divertida. — Y no creo que sea posible que te cases con un postre.

— ¿Me puedo casar contigo en su lugar? — lo miró, total seriedad en su rostro; incluso cuando James se atragantó activamente a su propuesta. — Hombre, tienes un don para la cocina. Un don. ¿Cómo conseguiste hacer mousse real vegana? Mamá trató de conseguir la textura cremosa y esponjosa sin huevo para mi cumpleaños 19, y no bromeo que lloré porque no lo logró. 

— Secreto del cheff — declaró James, el pretencioso bastardo, luego de que dejara de verse como una remolacha por su propuesta de matrimonio. — Hice muchas pruebas, y Remus aprobó este, que es una cosa, Remus es nuestro experto chocolatero por una razón. Me alegra que te gustara.

— Te amo — lloriqueó, volviendo a concentrarse en el mousse, sin notar que las mejillas de James se sonrojaban otra vez gracias a sus palabras.

El rostro distorsionado de la bruja asesinada le llegó de repente, como si ella no estuviera dispuesta a dejarle descansar otro poco del escalofriante escenario que presenció gracias a su pesadillas. Apretó la cucharilla que tenía en la mano y movió la quijada hacia la izquierda, tratando de pensar con claridad. ¿Quién había sido ella? ¿A qué se refería con sabbats? ¿Quién era esa mujer rubia?

Además, Godric. El hombre colgado había llamado a su hijo Godric. ¿Era el mismo Godric Gryffindor al que White ubicaba existencia o simplemente fue una coincidencia? 

— ¿Piensas hacer algo en lo que queda del día? — dijo James, mirándole atentamente. Su forma de articular le hizo saber que él no estaba ignorando su repentino malestar. White se esforzó por sonreírle.

— Quería ir a Nothing Hill, ya sabes, molestar a mamá — confesó. No era una mentira, pero tampoco una verdad. James debió elegir darle el espacio de pensarlo, porque sólo asintió, incitándole a continuar — No la he visto en tres meses. ¿Tú qué piensas hacer?

— Esperar a los chicos, supongo — James se encogió de hombros, jugando de manera distraída con la cucharilla. Su postre seguía casi intacto, lo que consideró un sacrilegio de inmediato, aunque no lo mencionó al ver su expresión melancólica. — En realidad, no hago mucho que no involucre a mis hijos.

— Estás totalmente dedicado a ellos ¿Eh? — murmuró, con la boca seca.

— Bueno, White, soy padre. Es mi trabajo estarlo — él señaló, sin darle mucha importancia.

El rostro de la mujer y las preguntas se nublaron para la mente de White, declarándole en la sección de "en otro momento". Si White tuviera la capacidad de hacer eso, hacia años hubiera enloquecido. Lo miró, y descubrió que James estaba mirándole de vuelta, con gran intensidad.

White delineó las venas sobresalientes de su muñeca izquierda. Le parecía excesivo que todo lo que hiciera James estuviera relacionado a sus hijos. No le malinterpreten, no conoce demasiado a esos niños y se ha interesado poco en la historia turbulenta que parece rodearlos (más que nada a Harry). Aunque le enternece ver lo importantes que son para él, a veces puede ser deprimente que el único enfoque que le ha dado a su vida actualmente son ellos. ¿Y qué pasaba con él? También tenía derecho a divertirse un poco.

Sin embargo ¿Qué sabe de hijos? Su padre le abandonó en los brazos de una amante porque, a pesar de ser él quién decidió serle infiel a su esposa con la institutriz, Orión Black no tuvo el interés suficiente para preocuparse por la crianza de White más allá de darle a Atenea acceso a una cuenta repleta de galeones.

Almacenó el pensamiento junto a la pesadilla. No era eso de lo que debía preocuparse ahora.

— ¿Quieres ir conmigo? — preguntó. James parpadeó con sorpresa. White se encogió de hombros — Mamá tiene Hidromiel y Glühwein de reserva en estas épocas.

Tras un rato de silencio, James sonrió otra vez.

— Me encantaría, White.





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