VII.
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ESCUELA DE JAMES PARA
RECLUTAS NOVATOS
White se derrumbó al suelo por séptima vez en media hora.
— Ten compasión de mí — jadeó con agitación, llevándose una mano al pecho y verificando que su corazón no sufriera un infarto por la cantidad de latidos que daba a milésimas de segundo — Cruza mi corazón y déjame morir.
— Llegué a pensar que no había persona más dramática que Sirius hasta que te conocí — opinó James, acercándose a su posición e hincándose en los pies con tal de asegurarse que respiraba correctamente. Una gota de sudor se deslizó por su frente, debajo del flequillo de su alborotado cabello negro, y se lamió los labios para darles algo de humedad.
White y James estaban entrenando desde comienzos de mes: levantarse a las 8 de la mañana, trotar por los bloques de Grimmauld Place una hora y media, regresar al número 12 para pasar las siguientes cuatro horas sometiéndose al infierno absoluto. Tenía la completa certeza de que su condición física había mejorado, o lo hizo lo suficiente. Al menos podía aguantar dos horas de duelo extremo con él. Aunque no lo pareciera, James tenía demasiados trucos bajo la manga y si no fuera una serpiente, White podría decir que no hubiera pasado nunca de quince minutos.
La intensidad que empleaba la magia de James desequilibraba la suya, y a White le dolía el orgullo admitirlo, lo que le obligó a tratar de no humillarse tanto. Él no fue compasivo sólo porque era su primera vez en duelos de entrenamiento: no, así no era como James trabajaba. Le destrozó el culo (no en el sentido que están pensando, pervertidos) y prosiguió a destrozarle los huesos también; de acuerdo con sus propias palabras, White le pidió que le enseñara a defenderse de las amenazas mortales. Eso involucraba conocimientos de peleas físicas; usar sus puños; olvidar la magia e ir a lo muggle.
Según James (y Sirius y Remus lo respaldaron), los mortifagos se volvían un desastre una vez que se vieran despojados de su varita, a menos que pudieran dominar la magia sin ella. Como las posibilidades de que ese fuera un resultado eran muy nulas, James aprovechó cada oportunidad que White le daba de quitarle la varita y esperar a que se defendiera a golpes de él. Salió mal. La última que vio a Atenea, ella le preguntó si debía tener unas palabras con Sirius para recordarle que el maltrato intrafamiliar era un delito.
James se rio mucho cuando le contó, cosa que golpeó su orgullo tras darse cuenta que no mentía. El primer día, después de que él logró desarmarle, no duró cinco minutos en pie.
Lo que era muy patético para un Black, así que se esforzó aun más.
— ¿Atenea nunca te dijo que no debías acostarte en el suelo cuando estás tan agitada? — retó Tonks, pasándole a Remus unos galeones. White entrecerró los ojos, no sabía qué habían apostado esos dos, pero con Tonks en la ecuación no significaba algo bueno.
— ¿Qué tiene eso? — preguntó Sirius, dándole un mordisco al chocolate que acababa de quitar de la mano de Remus que no tenía el dinero de Tonks.
— Mi mamá me decía de niña — dijo Tonks, mientras su cabello pasaba a ser más alargado y de un color chocolate oscuro, en un contraste al habitual peinado rosa chicle de puntas que prefería. Se parecía muchísimo a Andromeda de esa manera, lo que debía ser unas de las razones de Tonks para nunca ir al natural. Ella era quisquillosa en ese sentido. — que hacerlo podría ocasionarte un infarto.
— ¡Mejor! — chilló White, cubriéndose los ojos con su antebrazo. Se sentía pegajosa y ya quería darse una ducha, sentía el sudor cayendo por partes que ni siquiera sabía que podía sudar, maldita sea — ¡Así dejaré de aguantar este sufrimiento que llaman vida!
— Amén — apoyó Remus, recuperando su chocolate en un movimiento rápido que tomó a Sirius desprevenido y lo mandó fuera de la silla que ocupaba.
Tonks, que lo escuchaba quejarse y maldecir el nombre de Remus desde el suelo, estalló en carcajadas, acompañando la leve sonrisa que se asomaba en el rostro cicatrizado y la expresión divertida de James, de cuclillas junto a White, mirando a Sirius sobre su hombro como si se preguntará cuánto tiempo tardó para comportarse de manera infantil desde ayer.
— Arriba — ordenó, quitándole el brazo del rostro. White se quejó entre dientes, cerró los ojos y regresó a su ejercicio favorito para calmar su respiración agitada. Le dolía el costado del cuerpo luego de un puñetazo certero que James encajó en su caja torácica; no era bonito, porque los músculos de ese hombre no eran sólo adorno.— Vamos, avanzaste demasiado estas semanas; ayer me tomaste desprevenido y conseguiste marearme con esa patada. Todavía me duele. ¿Qué es lo que te ha distraído hoy?
— Tus bíceps — respondió al instante, más por auto reflejo que porque fuera verdad.
White reaccionó a tiempo para ver a James dándole un vistazo a sus brazos, que estaban desnudos porque ese día optó por usar una camiseta sin mangas que se le pegaba al torso por el sudor, dejando entrever sus pectorales y parte de la llamarada del tatuaje del león en su espalda, haciendo juego a las pecas y lunares que sobresalían de sus omoplatos descubiertos.
— Y estoy muy bien con ellos — continúo diciendo White, alargando su mano para palmar el brazo de James — Están perfectos, de verdad. Bien formados y nada grotescos...
James se rió.
— Estás parloteando.
— Sí, parloteo — White se apartó el cabello de la cara e hizo una mueca desdeñosa. — Ew, odio el sudor. Me hace sentir rara, sucia. Odio sentirme sucia. Excepto en la cama, porque ya sabes lo que dicen, entre más... — James levantó la ceja. White tomó la acción como una orden a su cerebro para detenerse. Casi le agradeció por ello. A veces no sabía cuándo detenerse, era vergonzoso. — Dime que calle, por favor.
— Creo — comenzó James, dejándose caer por completo al suelo. Se sentó en diagonal a White y apoyó el mentón sobre la muñeca, mirándole fijamente y haciéndole sentir exhausta. Llevaban cinco horas metidos en el cuarto de dibujo; White perdió su varita hace menos de veinte minutos y sus piernas estaban agarrotadas de dolor. No iba a poder caminar bien hasta el fin de semana. — que no te gusta estar encerrada.
— No me digas, Sherlock — ironizó White, colocando los ojos en blanco con exasperación. Él no se inmutó. Soltó un suspiró y se enderezó, apoyando el peso de su torso en sus codos. — Detesto estar aquí. Al principio fue divertido, los objetos oscuros lo hacían divertido ¿Sabes a lo que me refiero? Me gustan las cosas antiguas y misteriosas, estar rodeada de ellas era un sueño. Mamá nunca me dejaba acercarme a los objetos oscuros que ella tiene en casa y tenía que ingeniármelas con tal de conseguir siquiera el aspecto para investigarlos por otros medios. ¿Este lugar? Podía ir y venir y estudiarlos cuando me diera la gana. Tenía libertad, y luego...
— Luego te hirieron y no has salido para nada más que ir a San Mungo — asintió James, comprensivo. Sus ojos avellana se cerraron cuando las gotas de sudor tocaron sus parpados, apartando las gafas para limpiarse con la camiseta. White notó la pequeña cicatriz que tenía en la esquina de la ceja que era cubierta por el grueso marco negro, sobresaliendo de su flequillo desordenado. — Debe sentirse como estar en prisión.
— No he estado en prisión, aunque te sorprenda, pero creo que así se sentiría — dijo White, encogiéndose de hombros. Dejó a su cuerpo caer contra el suelo de nuevo y permitió a los huesos de su espalda crujir de cansancio crónico. Iba a dormir cinco días después de hoy; y mataría al primero que intentara despertarle. — Créeme, agradezco incluso que Bill haga el esfuerzo de venir y pasar tiempo conmigo. De lo contrario, habría asesinado al elfo doméstico.
James volvió a reír.
— La idea de asesinar a Kreacher es tentadora — admitió, ladeando la cabeza y mordiéndose la mejilla interna derecha. Parecía muy pensativo — Recuerdo que, durante los veranos, Sirius solía mandarme una carta por día de cada una de las diferentes maneras que se le ocurrían para que Kreacher cumpliera el sueño de tener su cabeza en la pared.
— Ese elfo es demasiado raro — declaró, un resoplido incrédulo salió de sus labios al pensar en la actitud excéntrica de Kreacher.
— Ha pasado mucho más tiempo del aceptable aquí — dijo James, haciendo tronar su cuello. White se estremeció un poco de escucharlo. Atenea le recriminaba siempre que podía su manía de provocar ese sonido conscientemente, y constantemente, sólo para hacerla enfadar. No se detuvo hasta que su madre adoptiva le dijo que se le torcerían los dedos como continuara. — Igual que todos nosotros. Enloquece a cualquiera.
— ¿Lo dices desde la experiencia?
James guardó silencio, considerando la idea de seguir hablando. Él hacía eso a veces, y una vez que notó el patrón, comenzó a dividirlo en "cosas que James está dispuesto a decir" y "cosas que harán que te hechice si insistes". Cuando White decidió que este entraba a la última categoría; se quedó viendo la discusión que Sirius y Remus mantenían, con Tonks haciendo comentarios casuales de fondo sólo para incentivar la indignación de Sirius y la exasperación de Remus. Sin poder evitarlo, una risilla divertida escapó de sus labios. Ellos parecían niños pequeños cuando se peleaban.
— Lo vi en Sirius — dijo James, después de unos minutos simplemente observando la pared al otro extremo. Lo miró con sorpresa; no había esperado que se lo contara. Incluso si lo no pareciera, James podía llegar a ser muy reservado, más de lo que la gente le daría crédito. — Teníamos 16 cuando escapó. Se fue a vivir a mi casa, mis padres lo querían como a un segundo hijo. Me dijo que ya no tenía la capacidad de aguantar aquí, ahora entiendo por qué.
— Y dejó a Regulus atrás.
Él se tensó; sus piernas se flexionaron hacia su pecho y las rodeó con sus brazos. White cerró los ojos, esperando que alguien por una vez le hablara acerca de su hermano mayor muerto. No se atrevió a mencionárselo a Sirius luego que lo viera destruir uno de los vasos de whisky al mirar el nombre bordado de Regulus en el árbol genealógico, y ciertamente Andromeda y Atenea no eran buenas fuentes de información, dado la reacción de cada a una a él.
— Regulus no quería que lo salvaran, White — murmuró, con los hombros rígidos. — Si las cosas hubieran sido diferentes, Sirius no habría puesto un pie fuera de esta casa sin estar seguro primero de que Regulus lo seguiría. Se adoraban, te lo aseguro, pero tenían una relación difícil. Que se uniera a los mortifagos y a Voldemort... eso no fue culpa de Sirius, ni lo que ocurrió después.
Las palabras eran cortantes, filosas. No había lugar a replica y al mismo tiempo advertía que si intentabas una replica, ibas a terminar mal. Era la clase de actitud que James tomaba cuando se frustraba o se enojaba; la Orden sacaba a relucir ese lado suyo con más frecuencia de lo que White creería saludable. De cierta manera, James se mantenía alerta y a la espera de un ataque, incluso aquí, donde debían estar a salvo. Como si no supiera cómo no pelear.
— Creo que agradezco ser el producto de una infidelidad — comentó, su voz baja y suave. Ahora que su respiración ya no era un completo desastre, White se dignó a abrir los ojos, observando con interés la expresión de estoica frialdad que él tenía. Regulus era un tema complicado, no sólo para Sirius. Mordió su labio inferior y jugueteó con la liga de amarrar el cabello en su muñeca. — No sé nada acerca de Orión, excepto el total de galeones que colocó a mi nombre en la herencia. Demonios, los retratos de Walburga me quitaron las ganas infantiles de tener una madrastra y convivir con mis hermanos. Siempre hemos sido mamá y yo, supongo que ella es lo único que tengo.
— Eso no es cierto — replicó James de inmediato. Sus cejas oscuras se juntaron en una línea de desconcierto cuando agitó la mano e hizo un ademán en dirección de la pelea infantil. — Tienes a Sirius, que no lo parece, pero en realidad le gusta la idea de una hermana. También tienes a Tonks, esa chica te adora con su alma. No la había visto tan feliz en cuatro años como ahora que está contigo. Incluso le caes bien a Harry, y caerle bien a mi hijo es una hazaña por si sola ¿Sabes?
— Ese niño me llena de orgullo — bromeó White, recordando la carta que a James le había llegado días antes desde Hogwarts acerca del comportamiento de Harry y su manera de tratar a la nueva profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras. White no se había reído tanto como ese día cuando James mencionó que Harry le dijo a la mujer que su nacimiento fue un trágico accidente.
James sonrió levemente, probablemente recordaba lo mismo.
— Y bueno... — siguió diciendo, restándole importancia a sus palabras con su expresión — Me tienes a mi también. Créeme, no estaría aquí enseñándote a patear traseros si no fuera así.
— AWWW — chilló White, agudizando su voz. James arrugó el ceño y se quejó, mirándole con fingida molestia al notar su expresión llena de ternura — ¡Sabía que me querías!
— ¿Quién quiere a quién? — preguntó Sirius de pronto, ignorando su pelea con Remus.
— A ti nadie, seguramente — dijo White de inmediato, ganándose un quejido ofendido de parte de Sirius.
— Más personas de las que puedes contar, azul.
— No me llames azul, cualidad emocional.
— No me llames cualidad emocional, morado.
Oh, White odiaba muchísimo su nombre.
Y tenerlo era claramente culpa de ese perro de malas pulgas. La broma de los colores había sido gastada por Bill años atrás, y de no ser porque Tonks sintió compasión, nunca se habría detenido hasta que White lo hubiera obligado detenerse (que lo pensó, muchas veces, pero se le quitaban las ganas cuando recordaba que los hechizos de ese calibre eran ilegales) o algo peor, como lanzarlo de la torre de astronomía para que aprendiera a guardar silencio.
El tiempo que llevaba en Grimmauld Place pareció alargarse, y aunque James le distrajera con su entrenamiento de duelo y peleas o simplemente un día Sirius rodó escaleras abajo porque Kreacher pasó demasiado cera al limpiar, el aburrimiento de White sólo se hacía mayor, y sus ansias de salir de la casa no se detenían. La piquiña en su piel pasó de ser psicológica a real, y sentía que enloquecería como pasara un día más allí dentro.
Entonces, el retrato de su antepasado Phineas Nigellus Black los despertó una madrugada con una noticia desde Hogwarts: el ataque a Arthur Weasley.
— ¿Quién dio la alarma? — reclamó James, saliendo de su cuarto apresuradamente. Solo llevaba un pantalón viejo, lo que hizo a White preguntarse cómo demonios dormía de esa forma con el frío que hacía en aquella casa en esa fecha y esa hora.
Se había reunido con Sirius frente al retrato de Phineas Nigellus, que iba y venía de su lienzo en Hogwarts a aquel trayendo y llevando la información de parte de Dumbledore sin emitir queja alguna. Y White escuchó a Phineas Nigellus quejarse durante siglos una vez, le sorprendía que supiera cuándo callarse.
— El viejo no quiere decirnos — gruñó Sirius, de muy malhumor. Se restregó el ojo con los nudillos y soltó una sarta de groserías que, de no ser porque conocía a Tonks enojada, hubieran escandalizado a White. — Mandé un patronus a Molly con las instrucciones de Albus. Deben esperar a que San Mungo lo notifique antes de ir. Los chicos vendrán en la chimenea, sólo deben reunirlos.
White notó la mirada que compartían James y Sirius.
— Esto tiene que ver con Harry ¿no? — preguntó, indecisa. James agachó la cabeza y Sirius desdeñó su comentario de forma lúgubre.
James se acarició la parte trasera de su cabeza, repiqueteando su pie contra el suelo con preocupación. White notó que un hilo dorado recreaba el movimiento de los dedos sobre el cabello, como si alguna clase de fricción generara chispas sin que James siquiera lo notara (o sí lo hacía y no le importaba).
Si White no pensara que despertarse a esa hora le hace alucinar, hubiera jurado que el tatuaje de león acababa de agitarse y la llamarada intensificarse cuando James dio la vuelta y se perdió escaleras abajo en dirección a la sala, sus manos chispeando al cerrarlos en puños.
— Sí tiene que ver con él — murmuró Sirius, dándole una mirada desconfiada al lienzo vacío de Phineas Nigellus para después seguir el mismo camino que James a la planta baja, White detrás suyo mordiéndose la uña del dedo pulgar.
En la sala, James ya estaba arrodillado a un lado de la chimenea, sosteniendo un tazón de polvos flu que lanzó sin reparo, la llamarada verde se enfureció cuando la sustancia hizo contacto en la estructura. Por instinto, retrocedió unos pasos e hizo el intento de esconderse a espaldas de Sirius, que observaba atentamente a su mejor amigo. James murmuró entre, como si le molestara. Ambos hermanos Black sólo tuvieron el tiempo de quedarse mirando cuando, de repente, él estiró la mano y la hundió entre la intensa flama esmeralda.
— ¿¡Qué demonios, James!? — gritaron ambos.
— ¡Sal de ahí, pedazo de inútil! — gritó James, tirando su brazo hacía afuera. White se dio cuenta, sintiendo las ganas de vomitar revolver su estómago y darle un sabor horrible a su saliva, que una mano se removía con fuerza para tratar de escapar del agarre fiero de James. — ¡WILLIAM, SAL DE AHÍ O JURO QUE HAGO ARDER TU CULO!
Con un último jalón, el cuerpo completo de un adolescente salió disparado a la alfombra, respirando agitadamente mientras se colocaba de pie y lo maldecía entre dientes, limpiándose el polvo de su pijama. Tenía piel pálida, ojeras, intenso cabello negro azabache y ojos chocolate brillante que le recordaron a los de Morrigan, aunque el pensamiento se evaporó tan rápido como fue formado en su mente. Era la persona del espejo, de quien hablaron Morrigan, Harry y James mientras White estaba en San Mungo.
De cerca, se parecía más a Harry de lo que le dio crédito; aunque la mirada que mostró era una que definitivamente sólo le vio a James antes cuando se enojaba.
— Estaba durmiendo — se quejó, acariciándose el hombro. Su iluminado iris encontró el par de replicas grisáceas confundidos y bufó, entre dientes: — Hola, Sirius, desconocida que se parece a Sirius.
— William — reconoció Sirius, regalándole a William una mirada evaluativa de absoluto desprecio. — ¿Por qué traes a la basura aquí, James?
— Basura será tu... — comenzó el adolescente, enseñando sus dientes de forma amenazante hasta que James estiró su brazo y le golpeó la nuca. — ¡Eh! ¿Por qué fue eso? — entonces, William replanteó su posición, dando un paso hacía atrás cuando James le miró con intenciones asesinas. — Vale, lo siento. ¡No puedes culparme completamente! ¡A penas respiro y Harry ya ha desaparecido! Es difícil cuidarlo, demonios ¿Cómo puedes con él y Roselyn?
James se acarició el puente de la nariz, White podía estar segura de que estaba conteniéndose para no ahorcar al adolescente.
— Necesito una explicación — pidió, alzando sus manos para pedir tiempo. — ¿Quién eres tú?
El adolescente hizo un puchero falso en dirección de James.
— ¿No le has contado de mí? Cruel — e ignorando la posible respuesta de James, centró su atención en White una vez más — Soy William Sayre. Familiar de Isolt... eh, Morrigan. A veces olvido que solo Harry la llama Isolt.
— Todavía estoy necesitando una explicación — interrumpió, la confusión abrumaba su cerebro y le hacía sentirse fuera de lugar. Dedujo que era familiar de Morrigan tras la extraña conversación en San Mungo, pero aun no juntaba del todo las piezas. Lo iba a atribuir a la hora.
— El chico sólo existe para molestar, es la única explicación que necesitas de él — murmuró Sirius oscuramente.
— No soy un chico — le espetó William, de malhumor. Una pequeña sonrisa comenzó a crecer en su rostro, habiéndose reconocido fácilmente en la indignada aclaración. Supremacía del espectro trans, de lujo. — lo otro tal vez sea verdad.
— ¿Tal vez? — repitió Sirius, con sarcasmo evidente.
James gruñó, finalizando la discusión antes de permitirle llegar más lejos: Sirius y William cerraron las bocas y se tragaron lo que dirían por la advertencia del sonido hecho. White también quería esa habilidad, pensaba emplearla con Tonks y Bill.
— William me prometió, antes de ir a Hogwarts, que iba a cuidar de Harry y Roselyn por lo peligroso que era la situación para ellos — y cuando James dijo aquello, White no se convencía que sólo estuviera refiriéndose al Señor Oscuro. La manera en que actuaba tampoco le hizo fácil ignorarlo. El adolescente daba la impresión de querer desvanecerse lejos del radar de James, que tenía cara de querer estrangularle. — Por eso le dejé ir. No está cumpliendo su parte del trato.
— ¡Dame crédito! — se quejó William, rodando los ojos — Ellos son tan escurridizos como tú en Hogwarts, carajo. Incluso peor. Rose no es el ángel de Merlín que me dijiste era, eso fue un engaño cruel. Ambos salieron a ti, James, llevan lo problemático tatuado en la frente.
White se preguntaba por qué James confío en, precisamente, un adolescente para cuidar de otros adolescentes.
— En lo único que debían de parecerse a Evans — masculló Sirius.
— ¿Quién es Evans? — preguntó White.
— La ex esposa de James — respondió William, cruzándose de brazos — En esta casa no nos gusta la ex esposa de James — White podía jurar que James, al alzar los ojos al techo y suspirar, estaba cuestionándose en qué momento decidió involucrarse con aquellas personas. White también quería conocer la respuesta — De cualquier forma, no sé por qué me despertaste tan desconsideradamente de mi merecida siesta...
— Atacaron a Arthur — explicó James, como si le costara ser civilizado. La sonrisa de William se borró de inmediato y lo escuchó atentamente. El cambio de actitud fue camaleónico, lo que White apreció, replanteándose su idea anterior. Viéndole así, se podía hacer una idea de por qué le confío algo tan importante como la seguridad de sus hijos. — Y estoy seguro que Harry está involucrado si los sacaran de Hogwarts.
— ¿Lo harán? — repitió William, acariciándose el mentón escéptico.
En un remolino, Harry, Roselyn y los hermanos Weasley cayeron pesadamente sobre la alfombra a los pies de ella y su hermano mayor vivo. James suspiró de manera exagerada y volvió a prestar atención a William, que sonrió con nerviosismo y retrocedió otro paso lejos de él. Movimiento inteligente, las intenciones asesinas sólo aumentaron en su expresión caótica.
— Ya están aquí esos mocosos traidores a la sangre — murmuró Kreacher desdeñosamente, sobresaltando a White al sentir la nariz del elfo arrastrarse junto a su pierna — ¿Es verdad que su padre está muriéndose?
— ¡FUERA! — su voz y la de Sirius ordenaron al mismo tiempo, las miradas de ambos siguieron los pasos del elfo que se arrastró escaleras arriba, yendo despacio al buscar captar alguna información de vital importancia.
— Bueno — William se acarició las manos, deseando salir del campo de visión de James. Se veía muy feliz de saltar a través de las llamas con la única intención de alejarse del malhumor de este; si White no tuviera tanto miedo al fuego, lo habría considerado también. — Están aquí, a salvo, sin contratiempos. ¿Puedo ir con Isolt? Ella aún está ahí, me imagino... — la preocupación regresó a su tono al no recibir respuesta del resto de adolescentes, que lo observaron con expresiones en blanco. — ¡Oh, vamos! ¡Me fui a dormir tres horas!
— Ve — gruñó James.
William hizo una seña militar y se dejó caer a la chimenea, desapareciendo por red flu al mismo tiempo que James agitó su mano (lo suficiente para que White lo viera) y la llamarada se le tragó entero. Decidió archivarlo en la sección de su cerebro llamada "no le dará importancia porque no quiero enloquecer", concentrándose de nuevo en el grupo reunido, con tal de alejar el fuego encendido lejos de su visión grisácea.
— ¿Qué ha pasado? — preguntó Sirius, estirando una mano para ayudar a Roselyn a levantarse. — Phineas Nigellus nos ha dicho que Arthur está gravemente herido.
— Pregúntaselo a Harry — sugirió uno de los gemelos.
— Sí, yo también quiero enterarme —dijo el otro. White hizo nota mental de que debía aprender a diferenciarlos.
Los gemelos y Ginny miraban fijamente a Harry. Los pasos de Kreacher se habían parado en la escalera.
— Fue... —empezó Harry —. Tuve una... especie de... visión...
Entonces, les contó todo de lo que iba su visión. White se estremeció al oír el ataque brutal de la serpiente. James se veía extremadamente perturbado, y las llamas mandaban sombras extrañas a los bordes de su rostro. Sirius parecía que iba a vomitar. White sí que estaba conteniéndose de hacerlo; aunque eso tenía más que ver con la chimenea y el aspecto de James a la luz del fuego.
— ¿Está nuestra madre aquí? —le preguntó un gemelo a Sirius.
— Mi patronus debe haber llegado ya a la madriguera — contestó Sirius. — Tal vez Dumbledore vaya en persona a explicarlo. Lo más importante era sacarlos de Hogwarts antes de que Umbridge pudiera intervenir.
— Tenemos que ir a San Mungo —dijo Ginny con urgencia, y miró a sus hermanos, que, naturalmente, aún iban en pijama— ¿Pueden dejarnos unas capas o algo?
— Espera ¿Están pensando ir a San Mungo? —la atajó White.
— Podemos ir a San Mungo si queremos —le dijo un gemelo con testarudez—. ¡Es nuestro padre!
— ¿Y cómo van a explicar que sabían que Arthur había sido atacado antes incluso de que lo supieran el hospital o su propia esposa? — preguntó Sirius, bufando con desdén.
— ¿Qué importancia tiene eso? —preguntó el otro gemelo acaloradamente.
— ¡Importa porque no queremos llamar la atención sobre el hecho de que Harry tiene visiones de cosas que ocurren a cientos de kilómetros de distancia! —repuso Sirius con enfado. Roselyn se sobresaltó y se aferró a la mano de su hermano —. ¿Tienen idea de cómo interpretaría el Ministerio esa información?
Era evidente que a Fred y George no les importaba cómo lo interpretara el Ministerio. Ron, por su parte, seguía lívido y callado.
— Podría habérnoslo contado alguien más... —insinuó Ginny—, o podríamos habernos enterado por otra fuente que no fuera Harry.
— ¿Ah, sí? ¿Por quién? —preguntó Sirius con impaciencia—. Escuchen, su padre ha resultado herido mientras trabajaba para la Orden, y las circunstancias ya son lo bastantes sospechosas para que encima sus hijos lo sepan sólo unos segundos después de que haya ocurrido. Podrían perjudicar gravemente los intereses de la Orden...
— ¡Nos trae sin cuidado la maldita Orden!
— ¡Nuestro padre se está muriendo!
— ¡Su padre ya sabía dónde se metía y no va a agradecerles que nos pongan las cosas más difíciles para seguir actuando! —replicó Sirius, tan furioso como ellos—. ¡Esto es lo que hay, y por eso no pertenecen a la Orden! ¡Ustedes no lo entienden, pero hay cosas por las que vale la pena morir!
— Bien, esto se salió de control — intervino White, empujando un poco a Sirius al verlo con intenciones de saltar sobre los gemelos — Será mejor que se calmen. Él estará bien, está tomando esos riesgos bajo su propia voluntad...
— ¡Qué fácil es decir eso estando encerrada aquí! —le espetó uno de los gemelos—. ¡Yo no veo que tú arriesgues mucho el pellejo!
White ni siquiera dudó en alzar su mano y estrellarla contra la mejilla del chico, pero James se le adelantó antes de que pudiera completar la acción, colocándose frente a ambos gemelos y cubriendo a White con su propio cuerpo.
— Mira, te sugiero que le bajes al tono — ordenó, frunciendo el entrecejo. James era casi el doble de alto que los dos adolescentes, lo que resultaba bastante intimidante viéndolo desde la perspectiva de White — y cuando pases tú una guerra, ven y háblanos de esa manera. Hasta el momento, a ella la vas a tratar con respeto. ¿Están preocupados por su padre? Bien, vivan ahogándose en esa preocupación porque va a ser lo único que sentirán si Voldemort llega a tomar el poder. No saben absolutamente nada de cómo es esto y si Sirius está diciéndote que se quedan aquí, es porque aquí se van a quedar. Si no hay noticias de Molly, grita todo lo que quieras y sigue mirándome así, Fred, pero la decisión se mantiene.
— No nos puedes ordenar — masculló el otro gemelo, George, si James no se había equivocado diferenciándolos.
— ¡SE VAN A QUEDAR AQUÍ!
La flama esmeralda creció a tal punto que tocó los bordes de la alfombra; las sombras inundaron el resto de la sala. White se echó hacia atrás, viendo las chispas que expulsaba el cuerpo sin camisa de James, con el ceño fruncido para contener una reacción peor dirigida a los gemelos.
Y el león se movía, junto a la llamarada.
— Papá... — llamó Harry, escondiendo a Roselyn detrás de él al ver la expresión asustada de la niña.
James parpadeó, y todo pareció calmarse. Los músculos de su espalda se relajaron y él inhaló hondo, regresando a la realidad donde sus hijos lo estaban viendo perder el control. White no se sorprendió cuando notó el esfuerzo que hacía para regresar a sus cabales, simplemente murmurándole algo al oído de Sirius, que asintió y se perdió en la cocina.
— Pueden esperar aquí, o tomar una habitación — dijo, ignorando las miradas resentidas que le daban tres de los cuatro Weasley. Él sólo se concentró en Roselyn, que temblaba de miedo. Harry le permitió acercarse a ambos, y White vio, sin saber qué hacer, cómo James envolvía a la niña en un abrazo al que Harry se vio arrastrado con rapidez. — ¿Quieren chocolate caliente?
— Sí — Rose balbuceó, aferrándose a su padre.
— Soy muy grande para el chocolate caliente — Harry protestó, pero su voz quedó ahogada contra el torso de James, y la queja olvidada cuando Sirius volvió de la cocina, dos tazas en mano de chocolate humeando con un olor riquísimo. Harry pareció no recordar el motivo por el que vinieron a Grimmauld Place tan rápido, se concentró de inmediato en el olor. — Eh ¿Es el del tío Moony?
— Remus olvidó su chocolate especial ayer — explicó Sirius, revolviéndole el cabello rojo a Roselyn. Ella le dio un largo trago a su taza antes de reemplazar los brazos de James por los de Sirius, quien se encontraba muy a gusto abrazándola y sirviéndole de calentador.
James asintió satisfecho con la comodidad evidente de sus hijos y continúo ignorando a los Weasley, excepto a Ron para susurrarle algo al oído. El varón menor tragó saliva y se unió a sus hermanos en el comedor después de darle un vistazo de inseguridad a Harry, que lo ignoró felizmente. Sirius y James compartieron una mirada fugaz, y Sirius suspiró, antes de anunciar que prepararía abrigos para ellos. Rose lo siguió como un dragón a su entrenador y Harry se arrastró detrás de su hermana, los dos bebiendo de las tazas.
— ¿Quiero saber? — White murmuró, acercándose a James.
Él lanzó un suspiro de cansancio. De repente, las bolsas de ojeras bajo sus ojos avellana fueron tan evidentes que retorció, como no hacia hace meses, el corazón de White. Sin poder contenerse, colocó las manos encima de sus brazos y masajeó un poco, concentrándose únicamente en la expresión de su rostro. James se desinfló; aliviado por el gesto de apoyo.
— No dejaré que vayan a San Mungo si eso significa arriesgar a Harry — respondió, con una sonrisa amarga. La neblina en su mirada se mantuvo durante tres parpadeos antes de desaparecer, apreciando la cercanía que tenían. Las manos frías de White se calentaron sobre su piel cálida. — Yo también reaccioné así, en su momento, pero la realidad es cruda y no le importa a quien pierdas. No podemos permitirnos pasos en falso sólo para asegurarles un momento con su padre muriéndose.
— Suena cruel.
— La guerra es cruel — le recordó, encogiéndose infelizmente de hombros. — Las personas mueren, los soldados son reemplazados...
— No les vayas a decir eso.
— Nunca me atrevería — James soltó un bufido ofendido. White sintió su cuerpo vibrar de risa a la infantilidad exagerada, disfrutando un poco de haberse alejado del fuego, y que la magia que le rodeaba viniera de él, sólo de él. — Sólo tienen que entender.
— Son niños, James. — le advirtió, con una ceja arqueada. — Ni siquiera han salido de Hogwarts aun. Tampoco lo presiones.
— No va a haber tiempo de ser dulce si las cosas continúan así en el futuro — se defendió, el ánimo por los suelos mientras lo decía. James elevó la mirada al techo y la mantuvo ahí unos buenos cinco minutos, luego volvió a bajar y se concentró en ella. White sintió que el rostro le ardía repentinamente, dándose cuenta de lo cerca que estaban el uno del otro. — Quiero menos que nadie tener que decirles a esos chicos que no podrán ver a su padre antes de morir, pero no tenemos más opciones, White. La seguridad de mi hijo es mi prioridad.
— Lo sé — murmuró, sin querer apartarse. — Lo sé.
Sus manos chispearon de nuevo, el contacto piel a piel provocó electricidad. Y al igual que en San Mungo, a White no le importó un reverendo comino el repentino ardor que corría a través de sus venas, todavía hipnotizada por el destello de relámpagos azules que iluminaron los ojos de James.
— Papá... oi — Harry se detuvo abruptamente. Ambos se apartaron de un salto y miraron en dirección del chico, que abrió la boca, la cerró de nuevo y sólo sacudió la cabeza antes de decir: — Espero que Rosie no se haya dado cuenta, porque arderá Troya.
— Harry...
— Oye, no quiero saber — interrumpió a James, levantando las manos en señal de paz. Los ojos esmeraldas del chico siguieron el movimiento incómodo de White, luego regresó a su padre, que se llevó las manos a la cadera en señal de exasperación. — Sólo asegúrense de mantener el cariño donde Rose no los encuentre. Me caes bien, White, y no quieres verla fuera de sus cabales. Se parece mucho más a Lily, te lo prometo.
El recuerdo fugaz de Lily Evans lanzándole vasos de vidrio a James a la cabeza regresó a su mente. Se estremeció, mientras James le advertía con voz resignada a su hijo:
— Deja de llamar así a tu madre, Harry.
— Meh — Harry se encogió de hombros. — Sirius quiere hablar contigo, yo me aseguraré de que Rosie duerma la siesta y esperaré a que William de señales de vida.
Para cuando James y Harry salieron de la habitación, este último sin dejar de darle vistazos por encima del hombro, White se dio cuenta que el fuego de la chimenea seguía encendido, las flamas danzando, a la espera de ser liberadas una vez más. Soltó un suspiro frustrado y las apagó con un movimiento de mano, apresurándose a regresar a su habitación con el corazón latiendo a mil por horas, el tacto de James grabado en su piel.
¿En qué mierda se había metido?
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