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V.




five;
SAN MUNGO




White despertó oyendo a los medimagos pasarse por la habitación.

Le costó salir de la repentina oscuridad, lo que le obligó a arrugar el gesto y dejar solo uno de sus ojos abiertos mientras se acostumbraba a la intensidad de la iluminación. El costado de su cuerpo ardía de puro dolor, y sus dedos hormigueaban, los huesos de su cuello haciendo ruido cuando intentó girar su cabeza para averiguar donde se encontraba, de donde provenía tanta luz. El olor de las pociones curativas le resultó familiar a White, sintiendo su espalda quejarse en el instante que hizo ademán de enderezarse.

— La regeneración del tejido no ha dado progreso — decía una mujer alta de cabello rizado castaño y piel tostada, un bronceado natural color marrón doradizo que debía verse increíble bajo el sol. A su lado, un hombre de la edad de White anotaba sus palabras en un pergamino de larga extensión, observando el extendido que ella le enseñaba. — Tendremos que mantener examenes constantes por si alcanzó a dañar alguno de los órganos vitales ¿Cómo reaccionó a las últimas pociones?

— Uhm — la vocecita del hombre pareció muy tensa, ahora que acababa de verle despierta encima de la camilla en la que estaba recostada. White tragó saliva, preguntándose si debía pretender desmayarse o esperar a que se distrajeran de nuevo para huir. Por supuesto, sus cavilaciones no llegaron muy lejos, ya que él agregó rápidamente: — Healer Mary...

Healer Mary giró la cabeza casi de inmediato, dándose cuenta de lo que sucedía. El pergamino de resultados se cerró de golpe y cayó en los brazos del hombre, que estuvo más feliz de lo que era normal de escaparse lejos. White parpadeó, sintiendo un mareo repentino al ver la vestimenta de la mujer que se acercaba; los tacones de punta resonaron en el suelo y la túnica blanca cerrada que cubría su ropa muggle se arrastró encima de la cerámica.

— Que bueno que despertaste — le dijo, analizando la pantalla de humo mágica que flotaba cerca de la camilla. White fue incapaz de mirarlo, porque la cabeza le palpitaba de dolor y náuseas, por lo que trató de enfocarse en Mary, que le regaló una sonrisa fugaz. — Creímos peligroso continuar administrando pociones sin que reaccionaras a ellas ¿Cómo te sientes?

— Como si me hubiera arrollado un gigante — respondió, carraspeando al oír su voz tan ronca. Tenía la garganta reseca y se sentía como si no hubiera hablado en meses. — ¿Cuánto llevo inconsciente? ¿Dónde estoy?

— San Mungo — informó, y el estómago de White se enrolló y dio volteretas por la horrible confirmación de su temor. Odiaba estar aquí otra vez. Hubiera preferido que le capturaran mortifagos, lo que asustaría a alguien cuerdo si lo decía en voz alta, pero actualmente no le importaba. San Mungo fue parte de sus pesadillas, de los peores años de su vida, recordándole lo que había ocurrido sólo porque era tan mimada que no podía aceptar no tener una fiesta de cumpleaños. Mary debió notar al menos una parte de sus pensamientos, ya que añadió: — Sí, leí tu historial. Ha sido un milagro que la maldición que te golpeó no activó algún residuo del accidente en ti, lo que nos preocupaba eran las pociones.

La mención sutil de lo que había ocurrido consiguió que los recuerdos regresaran a su mente. Las instalaciones del ministerio, los sonidos de las apariciones, la sangre que escurría de su herida... También recordó la forma borrosa de James defendiéndose de los mortifagos, la manera en que se aseguró de mantenerle despierta el tiempo que requiriera conseguirle ayuda. Antes de desmayarse, se encontró entre sus fuertes brazos; sintiendo la calidez de su presencia que contrarrestó el frío de la noche y le hizo pensar que estaba a salvo, al menos por unos segundos.

— ¿Dónde está James?

Mary cogió una de los viales vacíos en la mesa de noche y lo revolvió, su ceño frunciéndose ante el cambio de color de verde claro a azul oscuro. White trató de no retroceder cuando sacó la varita del bolsillo de su túnica, manteniéndola todo el tiempo al alcance de su mirada, e hizo un complicado movimiento con esta que envió un pequeño escalofrío a la magia de White. Aquello fue muy confuso. No se consideraba la persona más experta en la medimagia, pero sabía que los hechizos curativos no deberían provocar ni siquiera cosquilleos.

— Está dormido — la quijada de Mary se movió a su derecha, y White giró un poco la cabeza, viendo el bulto amorfo sobre un sillón individual que contenía a James. Su rostro era suave y sus labios estaban separados ligeramente, soltando resoplidos casi insonoros que coordinaban con su respiración. Lo único que podía ver de él era la cara; el resto de su cuerpo se hallaba oculto bajo un lío de mantas. Era una posición muy incómoda para caer dormido, pero James no daba indicios de encontrarlo molesto. — Se negó a irse desde que te internaron, y créeme, Sirius insistió toda la semana para que se tomara un descanso.

— ¿Toda la semana?

Mary soltó un suspiro de infelicidad.

— Tu historial no ayudó a tu recuperación — comentó, con una suavidad que sólo los medimagos más experimentados conseguían tener. Ahora que escuchaba la noticia, no le sorprendió que el chico, probablemente un novato interno, hubiera huido tan rápido como se le dio la oportunidad. White no dudaría que la mayor parte del personal del hospital estuvieran al tanto de su existencia, y que habrían pensando dos veces dirigirse a ella en esta situación. Le desconcertaba no reconocer a la mujer. — Soy Mary Macdonald, vine aquí porque James me lo pidió específicamente. Trabajo en Alemania.

— ¿Viajaste desde Alemania sólo para atenderme?

Mary sonrió por su escepticismo; y había un brillo divertido en sus ojos oscuros mientras continuaba la revisión a White. El cosquilleo de la magia encontró un lugar alrededor del cual enfocarse, el costado de su estómago que quemaba a la cercanía de los hechizos curativos. Mary debía ser muy buena ocultando su frustración; no mostró reacción alguna a esto y agarró el pergamino que apareció en el aire tras un chasquido de su varita. 

— Ya te dije, fue un favor personal. James se oía bastante desesperado en la llamada que me hizo; no dejó que nadie se acercara a ti hasta que yo llegué — Mary frunció el ceño a los resultados del pergamino, como si le ofendieran. — Esto es extraño. La maldición no ha tocado ningún órgano vital, sólo se estancó en tu torso. ¿Sientes mis hechizos, cierto?

— La magia curativa no debe provocar reacciones — murmuró.

— Eres lista, ya veo porqué James te quiere — Mary ignoró fácilmente su desconcierto y ató el pergamino con una hilo mágico dorado. White reconoció el procedimiento; sus resultados irían directo a los especialistas tan pronto como la medimaga a cargo lo considerara su última opción. Y los medimagos tenían su orgullo. — Los residuos no permiten el progreso de tu recuperación, pero tampoco te empeora. Sólo está ahí, por eso tu magia se altera con la curación. No había visto nada así antes...

— ¿Cuál fue la maldición?

Mary se detuvo. Ahí estaba otra vez: el conocimiento de los medimagos de que iban a decirte algo que no te gustaría. Puede que Mary Macdonald no haya estado en Inglaterra cuando White Altair Black fue internada en San Mungo con quemaduras de grado tres, cinco costillas rotas y un derrame cerebral, luego que los médicos muggles de uno de los hospitales más reconocidos de Londres se dieran por vencidos con ella y su madre; pero durante cinco largos años le atendieron los mejores sanadores del país. Si algo sabía White, era de noticias que no quería escuchar. 

— Protego Diabolica — explicó Mary. — O eso dijo James. 

— ¿No saben lo que fue? — su voz subió una octava de tono, el pánico repentino regresó. White odiaba perderse en sus recuerdos, odiaba la sensación de ahogarse que le inundaba siempre que cualquier cosa parecida a fuego se encontrara a menos de diez kilómetros de distancia. Estaba al tanto de lo que pasaría si su magia reaccionaba a los residuos del accidente, los medimagos se lo advirtieron los cinco años que estuvo aquí internada. Le aterraba pensarlo incluso. — ¿No lo dicen los resultados?

— Protego Diabolica es una maldición nueva, de hace menos de seis décadas — Mary estaba más calmada de lo que White se sentía, así que aprovechó toda su experiencia con pacientes aturdidos para continuar sin temer alterarle de nuevo: — Sólo su creador original conoce todos los secretos, variaciones y contra-maldiciones de ella. Y nadie le ha sacado una palabra a Gellert Grindelwald sobre esa endemoniada cosa desde que la usó por primera vez en los años 30. San Mungo hace lo que puede con lo que tenemos entre manos, y yo confío en James. Sé que no se habría equivocado en algo tan grave como esto, y mucho menos me hubiera pedido venir si no estuviera seguro de que yo sería capaz de salvarte cuando los demás no tienen idea de cómo proceder.

White lo miró. James tenía el sueño pesado (y debería saberlo, considerando la cantidad de cosas que tiró ese día en su apartamento durante su partida sin que se despertara); seguía profundamente dormido y no daba indicios de escucharles hablar, sólo se giró en su propio eje y movió sus manos entre sueños para abrazarse a si mismo encima de las mantas. Había bolsas de ojeras moradas y oscuras debajo de sus ojos cerrados, y a White se les estrujo el corazón. 

Él en realidad consiguió traer a una persona desde Alemania sólo para salvarle la vida.

— ¿Esta es la primera vez que se duerme aquí?

— Sí — la sonrisa de Mary se oía en su voz. White la miró, dándose cuenta del pequeño brillo descarado que tenían los ojos oscuros, como si supiera algo que ella no. — Aparte de sus hijos, no recuerdo haberlo visto alguna vez así de preocupado por nadie. Y yo estuve en el tiempo que Sirius se escapó de casa, eran años extraños de verdad.

Eso le colocó en marcha de nuevo.

— ¿Los conoce? ¿A Sirius y James?

— Fuimos a Hogwarts juntos, antes de que me mudara, y James y yo tenemos una historia — explicó con facilidad. Mary estiró la mano que contenía el pergamino, lo acercó sólo lo suficiente a la pantalla de humo que flotaba, y este succionó el pedazo enrollado. White arqueó una ceja, eso era nuevo. Decidió ignorar deliberadamente la insinuación de parte de la medimaga sobre ella y James. — No habría tomado un traslador a horas de la madrugada por cualquiera. ¿Altair, no? Me dijo que preferías Altair. ¿Puedes enderezarte? Quiero revisar el tejido en la herida, la regeneración es lo que me preocupa aquí. 

Mary se tardó unas dos horas en decidir qué poción podría hacerle más efecto, otras dos horas murmurando entre dientes groserías que cada tanto mencionaban de por medio el apellido Grindelwald por crear esa porquería de maldición (como ella lo llamaba) y unos treinta minutos en dejarle volver a recostarse sobre la camilla. Estar de pie era agotador, sobre todo porque la herida palpitaba aun. Le dolía incluso más que su propia cicatriz, encima de la clavícula, delineada en rojo por el fuego que consumió la casa de Nothing Hill hasta las cenizas. 

Apartó esos pensamientos de su cabeza y cerró los ojos, aun no se acostumbraba a la constante luminosidad blanca de San Mungo. Había una razón por la que White rehuía de la luz artificial, más de lo que rehuía del fuego. La red flu nunca fue de sus métodos de viaje favoritos.

— ¿Está despierta? — dos voces cuchichearon a unos metros de donde estaba, y la necesidad repentina de arrojarles la almohada en que se apoyaba le inundó. Decidió que el mejor curso de acción era fingir que dormía, aferrándose a la manta que le cubría el cuerpo, y esperó que continuaran la conversación: — Esto es tan estúpido, Nymphadora.

— Cállate, William, no me llames Nymphadora.

— No me llames William, lo juro por Merlín. Eres peor que mi madre, Tonks. 

White atribuyó la falta de reconocimiento inicial a su aturdimiento tras estar inconsciente una semana entera, por lo que no se ofendió consigo misma por haber tardado tanto en darse cuenta que esas dos voces le pertenecían a su mejor amiga y a su ex. Lo cual, claro, era completamente aterrador. Se esperó a Tonks, no a Bill, de todas las personas. Casi prefería a Atenea en su lugar, a quien le daría un infarto cuando se enterara que estaba en San Mungo otra vez.

Bueno, eso obtiene por dejarle de la nada y sin explicación alguna en Grimmauld Place. Un puchero de pereza se instaló sobre sus labios, el mohín cortando la discusión a unos metros de forma repentina. Demonios, se había delatado.

— Sabemos que no estás dormida, White.

— No me llames White, Nymphadora, tú y Charlie lo tienen prohibido — espetó, enderezándose con indignación. 

Cuando eran más jóvenes, cuando no había problemas entre ellos y lo único que les preocupaba eran los examenes de Hogwarts, o no hacer enfadar a la subdirectora McGonagall, bromearon día tras día de ser el cuarteto que aborrecía sus nombres hasta el último aliento. Eran Bill, Altair, Charlie y Tonks contra el mundo. Luego los buenos días acabaron; y aquí se encontraban de nuevo. Sin quererlo, tragó saliva al ver a Bill allí de pie, actuando tan incómodo como White se sentía. 

Tonks arrugó la nariz por el Nymphadora presente de su oración, el cabello rosa chicle desigualmente cortado parpadeó por un momento a rojo intenso; pero, para su sorpresa, se controló a si misma y lo dejó pasar al decir en cambio:

— Sirius recibió el patronus de Healer Macdonald ¿Cómo te sientes?

— Como en un mal día de cabello — decidió, luego de pensarlo unos segundos. 

Tonks se estremeció, consciente de lo que implicaba un mal día de cabello, e incluso Bill olvidó por un momento el motivo de su ley de hielo mutua; la mueca que le cambió la expresión delató que recordaba lo que era tenerle cerca cuando no se encontraba de buen humor. Aunque White no creció con los Black, se comportaba como uno, a palabras de Andromeda. El cabello era sagrado en su familia biológica.

— Te traje chocolate.

— El chocolate me engorda.

— Para eso sirve todo el ejercicio que haces, Altair — Tonks le guiñó el ojo, y White no pudo resistirse más tiempo, aceptando la barra de chocolate proveniente de una marca que recordaba alguna vez ver en las tiendas de Honeydukes, la única tienda de Europa que procesaba el chocolate al 100% negro, sin lácteos. Adoraba Honeydukes, y a Tonks el doble por recordarlo. 

— Te amo ¿Te lo he dicho ya?

— Deberías decírmelo más seguido — Tonks imitó su puchero (eran mejores amigas por algo, saben), y tiró del brazo de Bill para acercarse más a la camilla, sin importarle el pánico que al pelirrojo le cruzó por el rostro. White fingió no notarlo y destapó el envoltorio, lo que llamó la atención de la metamorfomaga. — No puedo creer que disfrutes enserio el sabor amargo.

Bill no se contuvo a si mismo cuando le vio morder la esquina de la tableta.

— ¿Cómo comes esa cosa?

— Es rico, y vegano — White se encogió de hombros, indiferente de las muecas que ambos amantes del chocolate blanco hacían, y luego se detuvo, el pensamiento momentáneo le bloqueó. Sus ojos fueron directo a la puerta cerrada y luego recorrieron la habitación, pero aparte de James que todavía dormitaba, no había nadie más. — ¿Se supone que puedo comer esto? Los medimagos son estrictos con las dietas de recuperación.

— ¿A quién le importa? — Tonks arqueó una ceja. — Mereces que te mimen luego de esta semana infernal. Sirius casi se fue a los golpes porque a alguien en la Orden no le pareció que James se desviara de sus obligaciones por estar aquí cuidándote. — y White, aunque notó ese resalto en la voz de su mejor amiga al decir la palabra, decidió dejarlo pasar. — James estaba muy preocupado por ti.

— Uhm.

Ambos visitantes compartieron una mirada, como si planearan algo y no estuvieran muy seguros de llevarlo a cabo ahora. Al final, la pelirosa no le dio el tiempo suficiente al pelirrojo de prepararse, porque exclamó a todo pulmón:

— ¡Weasley tiene algo que decirte! 

Tonks, el desastre natural que era, empujó a Bill hacia el nido de serpientes venenosas y se dio la vuelta, tropezando un poco con su propia túnica antes de poder escaparse por la puerta sin darles tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo. Cuando quería era buena escabulléndose, la bruja esa. El entrenamiento de aurores no ayudó tampoco a la causa de White de evitar momentos incómodos controlando el entusiasmo de Tonks. 

— Algún día pondré una maldición egipcia en su trasero — juró Bill, acomodándose bruscamente la chaqueta que lo cubría. A Bill siempre le sentó bien el cuero, incluso si White sentía la pequeña necesidad de quitarle esa cosa, quemarla y darle una cátedra de tres días de por qué el sintético era mejor que el normal. Los hippies hubieran estado muy orgullosos de ella, seguro que sí.

— Retiro lo que dije sobre amarla — se quejó, dándole otro mordisco lastimero al chocolate. Ninguno de los dos tuvo las agallas de mirarse a la cara (¿Y no era gracioso que uno fuera Gryffindor?), y permitieron a la incomodidad del silencio filoso asentarse entre ambos. Lo cual, mala idea, no hizo a White sentirse mejor consigo misma por haber arruinado la amistad bonita que tenían en Hogwarts. Ah, demonios, aquí viene la estúpida culpa. — ¿Qué querías hablar?

Él se rascó la nuca, ese gesto nervioso que había tenido la primera vez que le invitó a una cita en Hogsmeade durante quinto curso. Era la clase de gesto nervioso que caracterizaba a Charlie prefiero-a-los-dragones-antes-que-a-las-personas más que a Bill, pero que de alguna manera no se veía mal en él. Era su forma de decir, sin palabras, me gustas tanto que me olvidó de mi mismo y de que soy un maestro del coqueteo, porque Bill Weasley era de todo menos tímido.

El año que pasaron juntos fue uno bastante revelador, una aventura completa de la que no se arrepentía de nada; excepto de la forma que acabó, porque eso arruinó su amistad. White jugueteó con el chocolate entre sus manos, de vuelta a no creerse capaz de mirarlo a la cara, y esperó algún veredicto. El te odio que esperaba desde hacia ocho años.

Le agarró con la guardia baja las siguientes palabras de Bill:

— ¿Podemos olvidar lo que pasó? — preguntó, con cierto toque de súplica que le hizo alzar el rostro, pensando que acababa de alucinar. Él no había dicho eso. Sin embargo, Bill tenía otra idea de cómo llevar la conversación, ya que prosiguió: — Altair, cuando me sentí preparado para invitarte a salir no pensé que así acabaría nuestra amistad. Nunca lo hubiera hecho si lo sospechara. Era lo que menos quería que sucediera con nosotros.

— Bill, te engañé...

— Y continúas con eso — Bill rodó los ojos. — No fue un engaño, Altair. Déjame terminar — advirtió al notar sus intenciones de decir algo más: — No fue un engaño, yo no lo considero un engaño y menos deberías hacerlo tú. Deberías saberlo mejor — ella respiró hondo, preguntándose a qué venía esto repentinamente, aunque Bill no le dio tiempo de procesarlo. — Pero pareces tan... decidida a odiarte que me frustró. No estaba enojado contigo, y nunca me atrevería a estarlo, sólo estaba frustrado porque decidiste acabar nuestra relación por una razón que no tiene sentido.

— ¿El engaño no tiene sentido para ti?

Bill le miró, de esa forma que le miraba cuando creía que White estaba siendo obtusa apropósito. Su relación no fue perfecta ¿Una aventura y montaña rusa? Claro, era el único noviazgo que se atrevió a tener en su vida. Pero no eran perfectos juntos. Siempre sintió que, de alguna forma, se encontraba atada, con las alas cortadas. No le gustó. 

Probablemente el motivo por el que asistió a ese condenado campamento hippie y durmió con su maldito profesor. Anhelaba la libertad y era una adolescente estúpida y egoísta; aprovechó la oportunidad sin retractarse hasta que tuvo que enfrentarse cara a cara con la realidad de nuevo.

— ¿Podemos volver a ser amigos? — Bill suspiró. — Te he extrañado, y creo que aquí eres la única que no se da cuenta de que no te detesto.

No sabía qué responder a eso. Era consciente de que la tensión volvió los momentos incómodos más incómodos de lo que deberían; cada que se encontraban en Grimmauld Place. Era consciente del desgarre interno que sufría Tonks siempre que se veía obligada a elegir con quien estar entre los dos, porque no podían encontrarse cerca del otro sin huir de pánico. Era consciente de que también extrañaba a Bill, a su amistad, a lo que tuvieron una vez. Mientras que Tonks era como su otra mitad, Bill era su compañero en el crimen y su mejor amigo

Y lo había arruinado por completo. 

— Te dejaré pensarlo — él concedió, retrocediendo unos pasos. La opción segura, de darle su espacio y no forzarle a nada, colocó una pequeña sonrisa en su cara; nunca recibió de buena gana que le presionaran. Terminaba mal. — Sólo... prométeme que no me pondrás en espera como haces con las cosas que no quieres considerar.

Una risita escapó de sus labios, tirando de la punta del envoltorio de chocolate para no tener que mirarlo. Sí, él le conocía bien. Era el motivo por el que no funcionaron del todo: Bill le conocía y sabía qué botones tocar, quería enterarse de lo que ocurría si se encontraba mal de alguna manera. Un novio debía hacer eso exactamente, claro, pero White no trabajaba de esa manera. Los noviazgos no eran para ella.

— Lo prometo.

Bill le dedicó una última sonrisa antes de salir por la puerta. 

White se hundió bajo las sábanas de nuevo, deseando simplemente desaparecer durante otros ocho años. Era cobarde, pero le seleccionaron en Slytherin por más de una razón; su instinto de conservación era mayor que su cariño hacia las personas. A veces le avergonzaba actuar de esta forma; su método favorito de afrontamiento de los problemas era fingir que no existían los problemas, cosa de la que Atenea no ha dejado de recriminarle desde que era una niña. 

Un suspiro frustrado escapó de sus labios, acompañando el resoplido varonil que provenía del sillón a la derecha.

— Bien, eso fue revelador.

— ¿¡Estabas despierto!? — se quejó, saliendo de las sábanas de nuevo. James se revolvió el cabello y le dio una sonrisa que pretendía ser de disculpa, apartando las mantas que lo cubrían. Las gafas cuadradas, que había tenido encima de su regazo todo este tiempo, volvieron a su lugar habitual sobre el tabique de James mientras le oía refunfuñar con indignación: — ¿Cuánto escuchaste?

— Todo — James se encogió de hombros, y ante su mueca desconcertada, se apresuró a añadir: — Me desperté justo cuando llegaron, y bueno, no quería interrumpir, parecía bastante importante. 

— Y simplemente espiaste la conversación más horrenda que he tenido en mi vida, con mi ex novio.

— Sí — las mejillas de James se encendieron de pura vergüenza, y el gesto nervioso de revolverse el cabello regresó. No era justo, se veía tan lindo haciendo eso. No podía mantener su enojo por más tiempo si actuaba así. — Quiero decir, ya lo sospechaba, porque enserio actuabas muy raro con Bill cerca. Sólo fue esclarecedor oírlo viniendo de ti. ¿Por qué no te perdonas a ti misma?

Abrió la boca, con disposición a replicarle por horas sobre sus motivos, pero ningún sonido salió de sus labios. Las palabras de repente dejaron de existir, y no supo qué decir. ¿Cómo iba a explicar todo lo que había hecho de adolescente sin que le mirara como si fuera la persona más horrible del mundo? Porque White así se sentía al menos. No quería que James lo hiciera también.

— ¡Ah, pero sí viviste! 

White pudo haber abrazado a Harry en ese momento por ser un inoportuno. Él y Morrigan acababan de entrar a la habitación, uno junto al otro (porque al parecer esa era la única manera que les veía siempre: pegados como parásitos), dándole grandes sonrisas de lo que era una felicidad disimulada por saber que se encontraba estable, al menos, en términos médicos que ninguno de los dos adolescentes entendía muy bien.

— ¿Qué hacen aquí?

— Queríamos ver que no moriste antes de ir a Hogwarts — dijo Harry, como si no fuera la gran cosa, recibiendo un golpe en el brazo de parte de Morrigan — ¡Estoy diciendo la verdad, Isolt!

— Sí, pero dilo con más delicadeza — Morrigan le recriminó, y luego, como disculpándose con White por el comportamiento de Harry, prosiguió la explicación: — Obligamos a Bill y Tonks a traernos sin que la señora Weasley lo notara; no voy a acceder a limpiar esa casa nunca más. ¡Compramos flores!

— Te robé el dinero — añadió Harry, en dirección a James, que le frunció el ceño a su hijo con desconcierto. Ese chico simplemente admitió que acababa de robarle a su propio padre. A White le encantaba; tenía su aprobación si quería hacer algún movimiento con Morrigan, que se volvió su protegida desde que le venció en una partida de Blackjack con Sirius y Tonks hace unas dos semanas.

— Si tienes alergia a las rosas, fue idea de Potter — estableció Morrigan, e ignoró el puchero que Harry le estaba dando, a favor de la pequeña risa de White. 

— Me gustan las rosas.

— Entonces fue idea mía.

El puchero de Harry aumentó, aunque Morrigan sólo necesitó darle una sonrisa descarada para avergonzarlo y hacerlo apartar la cara, con la única intención de que no viera lo rojas que estaban sus mejillas. El amor adolescente, una maravilla. White ya tuvo una discusión entera con Sirius sobre cuándo creían que esos dos se juntarían, y Remus les apostó que no pasarían de las vacaciones de invierno sin que algo importante sucediera entre Harry y Morrigan.

— Deja de perturbar a la gente, Harry — advirtió James, para indignación del chico. — ¿Dónde está tu hermana?

La exageración fingida cambio a una de irritación verdadera más rápido de lo que White diría quidditch. Sólo eso fue suficiente para que tuviera una idea de lo que Harry iba a decir a continuación; él era bastante predecible cuando se trataba de cierto tema delicado entre los dos hermanos Potter, la única cosa por la que White los vio estar en desacuerdo durante el poco tiempo que tenía de conocerlos: 

— Se fue con Lily — la expresión de James cambió por completo a la mención de su ex esposa; pero Harry, que encontró más interesante el brazalete plateado de serpiente que Morrigan tenía alrededor de su muñeca, no lo notó en absoluto, concentrándose en la chica a su lado. — Dijo que quería estar con ella antes de que fuera septiembre.

— ¿Por qué no fuiste tú?

— ¿Para qué? ¿Para tener que soportarla diciendo lo mal padre que eres y que deberíamos pasar el resto de nuestra vida en una isla desierta donde sí puede protegernos? — Harry parpadeó, colocando un gesto repleto de frialdad — Prefiero estar encerrado en una clase de Pociones solo con Malfoy, papá. 

White trató de no sorprenderse con la actitud de Harry. Desde el inicio notó lo rápido que le molestaban las menciones a su madre, como si no soportara que el nombre de la loca pelirroja (Lily, tenía que recordarse) apareciera dentro de la conversación. A diferencia de Roselyn, su relación debía pender de un hilo, pensó White, viendo el ceño fruncido del adolescente.

Entonces, parpadeó de nuevo y el Harry que conocía, que se burlaba de su padre y picaba a Morrigan con su enamoramiento por él, avergonzándose cuando decían que era al revés (porque era cierto), volvió, reposando el brazo encima de los hombros de la chica a su lado.

— ¿No dijiste que hoy veríamos a William, papá?

Morrigan pareció interesada de inmediato, regalándole una expresión aguda a James. Él sólo suspiró, sin darse cuenta de la expresión confundida de White. Había escuchado el nombre William antes, y no era exactamente el de Bill. Lo recordaba gracias a la broma de la sopa pasada de sal después de la conversación que espió de James. El adolescente del espejo respondía a aquel nombre, y si no tenía la mente revuelta y confundía situaciones, hablaron de Morrigan ese día. Se preguntaba quién era. 

— Lo siento, chicos, ya saben que le gusta cambiar de idea a último minuto — les dijo James, encogiéndose de hombros impotente. Un bufido irritado escapó de Morrigan, a quien Harry observó un poco incómodo ahora. Tema delicado, al parecer. — Probablemente estará en Hogwarts con ustedes.

— El año pasado dijiste que probablemente volvería para las vacaciones de invierno — ella comentó, repiqueteando el pie en el suelo con impaciencia.

— Esa vez si tuvo una razón válida de no poder, Morrigan — James le dio a la chica una sonrisa de disculpa. 

Ella sacudió la mano y trató de no mirar a ninguno a los ojos, fingida indiferencia en su postura. Cuando notó de reojo que quería decir algo, James sólo le pidió con un gesto que esperara y lanzó a Harry una mirada significativa. El adolescente reaccionó casi al instante, emitiendo energía pura mientras preguntaba:

— ¿Podemos ir a ver a mi madrina?

James asintió, recostándose en la silla con expresión aliviada al ver a Morrigan salir de sus pensamientos.

— ¿Tienes madrina? — dijo Morrigan, dejándose arrastrar por Harry fuera de la habitación.

— ¿Quién es William? — preguntó White, sin esperar otro segundo cuando los vio perderse fuera del pasillo. James no le escuchó, la mirada perdida en un punto inexistente de la habitación, tal vez pensando en el tal William. Tragó saliva y cambio de táctica, sin querer que recordara lo que habían estado hablando antes de la aparición inoportuna de Harry y Morrigan. — ¿James?

— Uhm.

— ¿Qué es lo que sucede con Lily?

James siguió sin responder. Parecía más interesado en el suelo de mármol puro que en hacerle caso. White esperó pacientemente. Podía estarse metiendo dentro de un tema delicado y no quería forzarlo, pero él lucía como si necesitara a alguien a quien hablar.

— Nos enamoramos, nos casamos, tuvimos hijos — narró, con monotonía — Voldemort atacó nuestra casa, nos divorciamos, yo obtuve la custodia de Harry y Rose y ella me odia por eso. 

Esa era una sutil manera de decirle que no se metiera. 

White asintió.

— Ah, vale.

James notó lo que acababa de pasar. Se enderezó y le tomó de la mano.

— Lo siento — susurró, dando un apretón. White miró del agarre sobre su mano a él, mordiéndose el labio inferior con fuerza — No... no me gusta hablar mucho de Lily. ¿Si? No tiene nada que ver contigo.

— Claro — tragó saliva, sus ojos avellana adquirieron una luminosidad diferente al estar fijos en los suyos. La ligera sensación de chispas hizo a su piel arder, pero no fue capaz de apartarse. Lo que sea que tuviera la magia de James para hacerle reaccionar con tanta intensidad, White no quería que acabara. — No debí preguntar.

— No es tu culpa, a todos les da curiosidad el poco cariño de Harry por su madre — la sonrisa triste que cruzó por su rostro sacudió algo dentro de White. Se veía tan desolado, resignado y amargado, por lo que sea que ocultara su pasado, y ella no tenía idea de cómo ayudarlo. Las cosas eran más fáciles cuando era una perra sin corazón a la que no le interesaban los demás. Estúpidos hippies. — Es... es difícil. Él piensa que Lily no lo quiere o que ella actúa así apropósito, y Rose tampoco ayuda porque Rose adora a Lily y sabe que accederé a dejarlos ir con ella si Harry también quiere.

— Y él no quiere.

James desprendía calor a oleadas de potencia. No era doloroso, o sofocante, o lo suficientemente fuerte para que activara los residuos en White de su accidente. Era más como... liberador, de cierta forma. James transmitía a través de su magia lo que no decía a través de palabras. Y eso le fascinaba.

— Harry creció sin Lily presente — él se encogió de hombros, sin apartar los ojos de sus dedos entrelazados. La sensación de piel sobre piel era un poco callosa, a diferencia de la delicada porcelana que era la suya. White lo llamaba resultados de maniobrar una escoba constantemente. James debió ser jugador de quidditch en Hogwarts, un cazador en realidad. Tenía la misma textura que las manos de Charlie. — Dice que después de tantos años ya no la necesita, porque me tiene a mi. Con Rose es más complicado porque todavía guarda la esperanza de que su madre y yo volvamos a estar juntos.

— Rose no suena como si estuviera llevando muy bien el divorcio.

La risa de James no tenía humor.

— No, no lo hace.

El silencio fue ensordecedor, pero White no soltó su mano. James le daba la impresión de que lo necesitaba incluso más de lo que admitiría en voz alta; reforzó la fuerza del agarre y encontró interesante delinear el nudillo de su dedo pulgar con el suyo. Las chispas y la electricidad se calmaron, conforme pasaban los segundos, y la leve sensación de tranquilidad que agilizó la respiración pesada de White, al mismo tiempo que calmaba el dolor palpitante de su herida, le relajó por completo. 

Había algo inexplicable en la manera que James se aferraba, algo que White no podía sólo ignorar. No mientras él le veía así, como si tenerle presente lo mantuviera cuerdo. Como si necesitara a alguien presente para no enloquecer. Quien sea. El único requisito era que no lo dejara.

White se negó a ser la persona que lo haría.




que lindo Jhite, ahora sí podemos ver su relación florecer lpm, yo amo a este par mucho


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