Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

| oo.




INFINITY'S PROLOGUE
the shadow' curse




Altair Black tenía unos 6 años cuando casi fue incinerada viva.

Aquel día, su madre, Atenea Selwyn, estaba muy molesta con ella porque la llamaron del colegio muggle al que asistía a la mitad de su sesión de spa mensual y le dijeron que la pequeña mocosa demoníaca, el absoluto terror de sus profesores de primaria, le había cortado el cabello a una de sus compañeras de clase con una tijera de seguridad para niños. Por obvias y justas razones, tal comportamiento no era permitido en una institución de renombre como era Madame Bersalle's Academy For Young Ladies de Londres, y solo la movida de una gran suma de dinero consiguió mantener el puesto de Altair intacto.

A Atenea casi se le salió una vena de la rabia que sentía mientras la niña parloteaba excusas y pataleaba berrinchudamente los asientos de cuero del auto muggle. Atenea no le había dirigido la palabra a su hija desde que entró, dos horas atrás, a la oficina de la directora de Madame Bersalle's Academy. Altair comenzaba a aburrirse por ser ignorada como si fuera un knut a la izquierda para su madre; nunca le gustó que le relegaran al silencio, y menos lo hacía en este momento.

—¡No fue mi culpa! —Altair protestó—. Esa odiosa se lo buscó.

La bruja israelí inhaló hondo mientras trataba de acordarse del método de cinco pasos, para no estallar de ira con niños presentes, que se le enseñó durante su formación como tutora mágica. Por supuesto, ser institutriz y ser una madre eran dos cosas muy diferentes, lo que Atenea tuvo que aprender a las malas desde ese primer día que permitió a Orión meterse entre sus faldas a pesar de que Walburga estaba rezongando sobre Sirius (ella siempre tenía algo que decir sobre Sirius) a solo unas habitaciones.

—No puedes ir cortándole el cabello a las personas solo porque te molestan —reprendió Atenea, exasperada—. Y deja de patear el asiento. 

—¡Ella empezó, mamá! —El tono de Altair se alzó con agudeza. La indignación que burbujeaba en su temperamento desde que esa fea mocosa se rio de uno de sus dibujos y le llamó "bruja horrible" volvió, a la par de su molestia por ver a Atenea hacerse de parte del engendro de satán, como decidió nombrarla ingeniosamente—. Ella fue grosera conmigo, todas ellas son groseras conmigo y me dicen que soy un demonio y que Dios me hará quemar en el infierno. ¿¡Por qué me ignoras!?

El auto se detuvo bruscamente frente al porche de la casa en Nothing Hill, dada a ella por Orión, y Atenea se recordó a si misma que había tenido a su cargo a niños peores que Altair (con esto se refería a Sirius y Regulus) antes de "retirarse" por un parásito estomacal en forma de bebé, el título de "la amante" a sus espaldas y una suma grande galeones para mantenerlas a ella y su hija por el resto de sus vidas.

—No me levantes la voz, White Altair —reprendió de nuevo. Sus ojos marrones vieron el puchero infantil a través del espejo retrovisor, y Atenea supo que se venía algo peor en cuanto supiera la decisión que tomó en el camino—. Estás castigada, olvídate de esa fiesta de cumpleaños que me pediste.

— ¿¡Qué!? — los ojos grises tormentosos que caracterizaban un linaje entero lleno de psicosis y locura se abrieron de par en par, mirando a la bruja como si ella acabara de cometer la peor de las traiciones. El dramatismo les venía de familia, pensó, preparándose para el estallido de la niña que no tardó en llegar con forma de grito: — ¡Me prometiste, me prometiste, me prometiste! ¡Quiero mi fiesta!

—Es la segunda vez que te pido que bajes la voz. —El tono de Atenea era de pura advertencia ahora. No llegó tan lejos en el área del cuidado de niños sin aprender unos cuantos trucos; aunque sabía que la mayoría no funcionaban tratándose de los niños Black—. No quiero tener que hacerlo una tercera. Con gritar no vas a hacerme cambiar de opinión, estás castigada.

Altair se aseguró de golpear con fuerza la puerta del auto mientras bajaba de este, y también se aseguró de pisotear cada paso que daba hacía la casa, lo que creó un extraño eco sobre el concreto y la cerámica que sabía haría enfadar a su madre. Altair siempre obtenía lo que quería, cuando lo quería, sin importarle cuál fuera la opinión de Atenea. En ese entonces, lo que quería era su fiesta de cumpleaños, esa de la que estuvo fantaseando desde comienzos de octubre.

Estaba tan frustrada que no notó el cierre de la puerta con pasador. 

—Si veo una sola cosa destruida ahí dentro, lo juro por Merlín...

—¡No quiero hablar contigo! ¡Vete!

Su mano agarró uno de los cojines de la cama y lo lanzó con mala puntería en dirección a la puerta cerrada, golpeando en su lugar la lámpara sobre la cómoda que se hallaba cerca del marco. El sonido del cortocircuito le hizo detenerse en su caminata rabiosa por toda la habitación, el enojo olvidado ahora que el objeto muggle roto cayó hacía la alfombra. Su respiración se cortó, hipnotizada por el inicio del desastre que ocurría frente a ella.

Los cables que conectaban a la lámpara con el enchufe de luz se desgarraron, expuestos de tal manera que creaban chispas de electricidad a cada roce entre ellos, cuando una onda de choque estatizó la alfombra. Altair saltó a su cama del puro susto, viendo como los cables seguían chocando el uno al otro hasta que consiguieron el más mínimo destello de fuego puro.

Y la cómoda estalló en llamas.

El primer grito horrorizado que pegó fue suficiente para alertar a Atenea y a todos los vecinos de Nothing Hill, que olisqueaban el humo escapar por la ventana abierta de la habitación del segundo piso. Altair estaba tan horrorizada por la situación que no pensó en la posibilidad de escaparse al techo del porche, así al menos sobrevivir al fuego. No, ella se quedó ahí, sintiendo que la piel se le ennegrecía y sus órganos se consumían cuando el fuego ni siquiera había alcanzado la cama. 

—Hereje.

—Demonio.

—Bruja.

—Quémenla en la hoguera.

—¡No! —Altair se lamentó, llevándose las manos a los oídos para acallar las voces que parecían provenir del mismo fuego. No eran voces que recordara incluso de forma vaga, o que hubiera escuchado alguna vez. Eran voces desconocidas, sangrientas y perversas que pedían que le mataran, como todas las niñas de su clase en Madame Bersalle's Academy—. ¡No, no! ¡Váyanse!

—Hereje.

—Demonio.

—Bruja.

—Quémenla en la hoguera. 

—¡Déjenme en paz, no quiero oírlos! —chilló Altair—. ¡Mamá, sácame de aquí! ¡Ayúdame!

La puerta se volvía pedazos por un hechizo bombarda desde el otro lado. Atenea observó con pavor el avance del fuego en dirección de su hija, que lloriqueaba y se cubría inútilmente del humo usando sus pequeños brazos. Atenea lanzó un hechizo para apaciguar las llamas el tiempo suficiente que le permitiría sacarle de la habitación; pero ante sus ojos estupefactos, solo consiguió precipitarlo con más potencia hacia Altair. 

—¡No te muevas de la cama!

Ninguno de los hechizos de Atenea para detener el fuego dio resultado. Entre más se esforzaba, entre más magia fluía de su varita; más rápido se movían las flamas naranjas. El anillo que rodeaba la cama consiguió que la niña entrara en pánico completo, paralizada y sin poder reaccionar a otra cosa que no fuera gritar por ayuda, ahogándose con la falta de oxígeno en su habitación. Apresuradamente, Atenea aplicó un encanto anti-fuego sobre sí misma y corrió dentro; el simple cosquilleo que sintió mientras atravesaba las llamas le aseguró que había funcionado. O al menos eso pensó, hasta que colocó a Altair en sus brazos y sintió la primera quemadura extenderse por su hombro. 

Fue como si la protección fuera inservible ahora que la sostenía. Altair gritó aterrorizada de ver la piel de Atenea desprenderse del resto de su torso, pero la bruja colocó todo su esfuerzo en no prestar atención al dolor y el humo inhalado. Dio media vuelta y corrió al pasillo, atravesando las paredes de llamas con su propio cuerpo para asegurarse que el de la niña no sufriera el efecto de estas. 

—Mamá... —Altair sollozó cuando tropezaron en lo alto de la escalera. Atenea luchó por sostenerse del barandal, luchó por lograr llegar a la puerta de la calle; pero sus piernas le fallaron y se quedó ahí, tosiendo. Los pulmones de ambas quemaron en busca del oxígeno que ya no había—. ¡Mamá! ¡Por favor!

—Agácha... agáchate —ordenó Atenea, con sus últimos esfuerzos. Las rodillas le temblaban y el dolor de las quemaduras ya era insoportable; ni siquiera podía sostener su varita y menos aparecerlas en otra dirección. Altair tosió también, viendo al fuego precipitarse desde su habitación hacia ellas—. Respira... respira contra el suelo. Oxígeno... hay oxíge...

El latigazo del fuego las alcanzó, atravesando el cuerpo de Atenea. Los chillidos de la niña se reanudaron cuando, por primera vez, supo lo que era estarse quemando viva. La forma envuelta en llamas de su madre se tambaleó unos dos pasos, y ambas cayeron escaleras abajo. El golpe de la madera le rompió las costillas, el de su cabeza debió haber sido suficiente para matarle. El pequeño ovillo que era Altair rodó hacia la puerta, deslizándose en un charco de su propia sangre lejos de Atenea.

Lo último que los ojos grisáceos vieron antes de perder el conocimiento fueron unas grandes perlas azules llenas de remordimiento; mientras el hombre frente a ella, de cabello azabache y aura dorada, le pedía que aguantara la respiración.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro