II.
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LA NOBLE Y ANCESTRAL CASA BLACK
White era una fanática empedernida de los objetos mágicos y la historia detrás de estos.
En su niñez, Atenea poseía todos estos objetos considerados malignos en casa que siempre consiguieron llamar su atención. White tenía una curiosidad innata que jamás encontró razón para detener si algo le interesaba. Obtenía lo que quería cuando lo quería y como lo quería, aunque Atenea renegara de ello todo el tiempo. Cada oportunidad de soledad que su madre le dio, White la aprovechó para acercarse a la vitrina de la biblioteca donde se almacenaban los objetos y se pasaba horas enteras admirándolos; imaginando los secretos que guardaban en esa apariencia antigua que los ocultaba a simple vista.
La antigua casa de los Black era como una gran vitrina que no podía evitarse el estudiar con curiosidad. La sensación de la magia oscura pesaba a su aura; como una promesa de que no saldría con la cordura intacta si tratara de pasar el límite de lo que era capaz de aguantar. Y en sus términos, eso era una invitación más que una advertencia.
— ¿Eso es un reloj egipcio de sol? — preguntó White, en un hilo de voz. Se acercó a la vitrina con impresión; solo había visto aquel tipo de objetos por ilustraciones de viejos libros que sacaba de la biblioteca a escondidas de su madre adoptiva, cuando se cansaba de hacer la tarea muggle y de fingir que apuñalaba con un lápiz a las niñas odiosas de su clase. E incluso si Atenea supiera, seguro que habría aprovechado que leyera libros en lugar de considerar la idea del asesinato. — Morgana bendita, esto es de hace 4.000 años. Se ve conservadísimo.
— Y nada higiénico — comentó Atenea, mirándole desde la entrada de la habitación desconocida a la que entró sin preguntar cuando se aburrió de esperarla en la sala de estar. No tenía idea de qué hacían aquí, considerando el historial, pero tras notar el museo gratis al que ingresó sin saberlo, no encontraba disposición a quejarse.
White se giró a verla.
Junto a Atenea, se hallaban de pie los dos hombres que la bruja israelí le presentó menos de cinco minutos atrás; cuando le encontró allí balbuceando acerca de objetos oscuros y sus fechas de creación. Uno tenía un cigarrillo en las manos y vestía ropa muggle que, de seguro, su mejor amiga Tonks amaría. El otro era el tipo de la cara bonita, pectorales bonitos y pecas que conoció en el bar de Soho donde trabajaba como bartman.
Decidió pretender que no lo reconoció sólo porque a White le dio la impresión de que él se desmayaría si hacía lo contrario, por lo que procuró guardar silencio y darle miradas de vez en cuando que lo colocaban bastante nervioso, a juzgar el movimiento constante de sus dedos ajustándose las gafas cuadradas sobre la nariz.
Le divierte que luzca tan anonadado. A White le gusta la atención, y cuando la atención es por impresiones que dejan mudo a alguien... Bueno, eso le acaricia el ego.
Se acercó más al vidrio de la estantería. Entonces, la pregunta cantarina de a quién molestaría si lo sacara de ahí y lo hurtara para estudiarlo cuando volviera a Nothing Hill comenzó a rondarle por la mente. Podía fingir ojos de cachorro en el momento que Atenea se diera cuenta; ser mayor de edad le daba la ventaja de evitar castigos que no tuvo de adolescente y menos de niña con su madre.
— ¡No abras...! — dijo el del cigarrillo, pero era demasiado tarde, White abrió la vitrina y el reloj lanzó un rayo en su dirección.
Le rozó el cabello, cortándole un mechón rubio del costado de su cabeza. El tipo de la cara bonita sacó la varita y desvaneció el rayo, cerrando la vitrina con otro movimiento de muñeca elegante.
White sonrió.
— Gracias, galán — ignoró deliberadamente las toses incrédulas del hombre del cigarrillo y la manera en que James le miró, como si estuviera frente a la mismísima Circe en persona. Era hilarante, aunque un poco ofensivo. Para no dejar que sus pensamientos se desviaran de nuevo, acarició el mechón de cabello ennegrecido que el rayo había golpeado, dándose cuenta de lo reseco que se sentía al contacto de su piel. Hizo un puchero de lamentación. — No es justo, tenía un tratamiento.
— A Altair le gusta gastar el dinero en tratamientos de belleza que no necesita — explicó Atenea a los dos hombres, recibiendo un gesto desdeñoso de White.
—Nunca se sabe cuándo te puedes quedar calva, mamá. —White sonrió con picardía a su exasperada madre, que le enseñó su habitual expresión cansada de los momentos que discutían sobre sus innecesarios tratamientos de belleza (palabras de Atenea, no de ella), y volvió a prestar atención del hombre del cigarrillo, que se veía repentinamente disgustado con su presencia—. ¿Qué? Me gusta sentirme bonita.
— Suenas como Cissy — declaró él, y su voz hizo evidente que no estaba contento de pensarlo.
— ¿Quién es Cissy?
— Tu prima — dijo Atenea, sin dejar pasar las muecas infantiles que él hacía a su lado. — A Sirius no le agrada porque se casó con un Malfoy a los 17.
White fingió estremecerse por pavor. Conocía por Atenea la fama de la familia Malfoy. Ellos no eran buena gente, según su madre, y posiblemente tampoco tengan remordimiento por no serlo.
—Ew, un Malfoy.
— Ya me cae bien — decidió Sirius, dejando caer lo que quedaba del cigarrillo y pisándole con la punta del zapato.
James alzó la mano y le pegó un manotazo amistoso a Sirius en la nuca, lo que se ganó de inmediato una protesta por parte de este que hizo a Atenea rodar los ojos con exasperación. White no apartó su atención del extraño trío de adultos, dándose cuenta del que se suponía era su hermano mayor era incluso más infantil que ella. Lo que quería saber era qué hacía James aquí; pasó un año entero desde la última vez que fue al bar.
Es más, White tenía curiosidad de por qué le trajeron aquí. Durante 25 años, Atenea no mostró deseos de dejarle forjar una relación con los únicos miembros de su familia paterna que no están del todo locos y siguen vivos. Tonks no contaba porque nunca le dijo que se había encontrado a su prima barra sobrina barra ya no tenía idea, durante su paso por Hogwarts, y mucho menos le habló de Andromeda. Tratándose de su madre, prefería elegir los argumentos que sabía perdería con cautela y no meter la pata. Atenea podía ser mezquina como se lo propusiera.
— Sabía que lo haría — dijo Atenea, recibiendo la atención de Sirius y James, que dejaron de golpearse el uno al otro como si fueran niñitos para mirarla. Era el efecto institutriz, o al menos a White así le gustaba llamarlo cuando quería molestarla. — De hecho, es por ti que lleva el nombre que lleva.
— Tiempo muerto — pidió, alzando su mano derecha. Parpadeó con indignación ante el recuerdo de todas las veces que se quejó con Atenea acerca de su primer nombre, del que nunca dejaba que nadie le tratara. Su paso en Hogwarts le volvió un as de maleficios por una razón, y esa era ser literalmente White Black. A la gente le encantaban los juegos de palabras y a ella le encantaba golpearlos en reprimenda. — ¿¡Por ti me llamo White!? ¿Qué te hice acaso? ¿Te vomité de bebé?
— Niña, yo te acabo de conocer — se quejó Sirius — ¿Cómo que por mi...? — entonces, miró a Atenea, como realizado— Oh...
— Me perdí a mitad de la conversación — declaró James.
— Ya somos dos — White sacudió la cabeza.
—Cuando tenía 10 años, Atenea me preguntó si me gustaría tener una hermana —explicó Sirius. Los ojos grises, que eran iguales a los suyos, estaban fijos en Atenea mientras trataba de mantener oculta una sonrisa—. Y le dije que sería cojonudo que se llamara White para presentarla como "White es la nueva Black".
Atenea asintió y James se acarició el puente de la nariz, murmurando algo que sonó como por qué no me sorprende a oídos de White. Ella arrugó la nariz.
— Supongo que Altair es por el gilipollas de Regulus — continúo diciendo Sirius, sin dejar de mirar a Atenea.
White giró sus ojos plateados de uno a otro, sin perder las sonrisas que estaban dándose. Envío el nombre desconocido de Regulus al fondo de su mente por futuras referencias. Andromeda lo mencionó una vez, y luego se le cayó de las manos un juego de porcelana japonesa para té cuando preguntó quién era. Ted le pidió que dejara el tema tras notar lo trastornada que estaba su esposa y White no se atrevió a molestarla de nuevo, por mucho que le picara la lengua hacerlo.
— ¿Soy la única que siente la tensión sexual? Porque... — James tosió tratando de cubrir una risita histérica, y verlo logró cierto sentimiento de satisfacción en White.
Desde que White trabajaba en ese bar muggle a escondidas de Atenea, podía decir que tenía cierto conocimiento sobre las clases de borrachos que llenan el bar día a día. Están los que sólo se emborrachan para pasar un buen rato, los borrachos que beben más whisky de lo que pueden respirar, los cavernicolas que no paraban de molestarle y sobrepasarse con su persona (alias los de la esquina)... Y luego estaban los borrachos como él.
A White no le gustaban los borrachos como James. Más por las razones que por ellos mismos. La mayoría de ellos sólo querían ahogarse de alcohol y olvidar las responsabilidades un rato. Siempre parecían demasiado cansados para ser normal.
La pregunta volvió a su cabeza. ¿Quién se divorcia de una cara tan bonita?
James sintió la mirada de White, y al instante carraspeó, alejando los ojos de todo lo que le rodeara. Un escalofrío le subió por la columna vertebral ante el fugaz contacto visual y se llevó la mano al borde de la clavícula, donde aun tenía la cicatriz que le provocó el día más horrendo de toda su existencia. Recordaba los paramédicos, recordaba la sangre que rodeaba su cuerpo, la madera resbaladiza de Nothing Hill, recordaba las perlas azules y el aura dorada. Recordaba el fuego.
No era algo que le gustara mantener presente en su vida, así que hizo lo que mejor le salía en este tipo de situaciones: desecharlo al fondo de su mente y esperar una rama de oliva que reenfocara su atención.
— Altair también es bastante liberal — dijo Atenea, frunciendo los labios con disgusto del comentario que acababa de soltar. A White le gustaba mucho hacer enfadarla, tenía su propio récord en ello.
— Fui a un campamento hippie cuando tenía 16 — se encogió de hombros.
— Que sólo le sirvió para hablar de liberación sexual, porque gasta mucho dinero en cosas materiales — terció Atenea, alisando la falda del vestido veraniego que usaba.
— Dije que fui a un campamento hippie, no que soy hippie.
Sirius y James le miraron luciendo muy divertidos. White sólo sonrió en dirección de ambos. Le alivio no sentir nada ahora que podía enfocarse en él de nuevo; hubiera sido muy vergonzoso tener que excusarse sólo porque el trauma de ser incinerada viva no era algo que superó. Lo prefería así.
— ¡Papá, papá! — gritó una voz adolescente desde afuera, y un chico, de unos 15 años, entró apresuradamente a la sala. Tenía el cabello tan revuelto como el de James y también usaba lentes, aunque los suyos, a diferencia de los de James, eran redondos, y sus ojos poseían un intenso color esmeralda — ¿¡Por qué la loca de la...!?
Calló de manera abrupta al ver a White. Se secó el sudor de las manos con el pantalón y frunció el entrecejo.
— ¿Quién es ella?
— Nadie que te incumba, Harry — le respondió James, cruzándose de brazos con exasperación. — Enserio ¿Qué problema tienes con Morrigan? Tienes que dejar de discutir con ella antes que destruyan la casa. No queremos soportar los gritos del retrato.
— Me incumbe porque se parece a Sirius — le respondió el chico, ignorándolo. A White le generó gracia su actitud, porque su relación con Atenea era igual. Tampoco hacia mucho caso de lo que Atenea le decía, a veces para molestarla y a veces para llegar sola a una conclusión (que era probable su madre ya le haya dicho). — ¡Papá, Isolt nos está lanzando bombas fétidas mejoradas por los gemelos!
Ah, cierto que tiene hijos pensó White, removiéndose con incomodidad en su lugar. Cuando despertó la mañana después del mejor sexo que ha tenido nunca; James le había estado abrazando como si la vida se le fuera en ello y eso le abrigó, de una manera muy extraña pero agradable, y luego vio el portarretrato en la mesa junto a la cama que ignoró durante toda su sesión de sexo alocado. Estaba el mismo chico de ahora, y una niña pelirroja con apariencia de ser un año menor. Que compartieran ese par de intensos ojos esmeraldas delataba su relación sanguínea, y que el niño fuera una mini-copia de James le confirmó que eran hijos de él.
Nunca se metió con un hombre mayor que tuviera hijos. No es que se arrepintiera, porque el sexo de verdad fue demasiado bueno, pero había elegido borrarlo de su mente y eso definitivamente no le preparó a conocer el niño. ¿Cómo hacían los padres con vida sexual activa para mirar a sus hijos a la cara? Mala pregunta, perturbadora pregunta, horrible pregunta; se reprendió.
— Dile a Molly entonces, Harry— dijo James, su tono de voz irritado.
El niño, Harry, parpadeó como si no creyera lo que acababa de escuchar.
— Estoy esperando que me digas una idea para devolvérsela a Isolt — explicó, colocando los ojos en blanco — No para hacer que maten a los gemelos. Sinceramente, papá ¿Dónde quedó el merodeador que eras?
A White le caía bien ese chico.
— Se perdió desde que se casó con Evans — se burló Sirius.
Al oír sus palabras, recordó la mención del divorcio de James la primera noche que se dignó a atenderlo, sólo porque quien lo hacía normalmente enfermó ese día. La celebración del aniversario de su divorcio. No le importaban los hijos, iba a superarlo bastante pronto; pero si se atrevió a mentirle con que era divorciado, lo iba a matar. Buen sexo o no.
Harry arrugó la nariz.
— No tendremos que pasar el fin de semana con ella ¿Cierto? — preguntó, recibiendo un suspiro cansado de James — ¡Tienes la custodia completa, papá!
Una exhalación aliviada escapó de sus labios. No le mintió, tenía un punto a su favor entonces. No habría podido vivir consigo misma si se enterara que se metió en la cama de un hombre casado, y de seguro que no le habría dejado vivir a él tampoco. No le gustaba la idea de herir una cara tan bonita.
James le miró durante una fugaz fracción de segundo, como si se asegurara que estuviera escuchando. El gesto no pasó desapercibido para Atenea, que de inmediato prestó atención de White. Oh, genial, ahora iba a tener que dar explicaciones.
— Hablaremos de esto luego. — decidió, en un clara advertencia al chico de que debía irse.
Harry salió refunfuñando de la habitación. Sirius miró a James divertido, cruzándose de brazos.
— La adolescencia, mi amigo.
— Vas a tener que tratar con lo mismo, Sirius — dijo Atenea, echándose el cabello castaño detrás de los hombros. — Altair tiene 25 y espíritu adolescente aún. Y se quedará aquí.
— ¿¡Perdón!?
Bueno, eso definitivamente también era una noticia para ella.
Sus oídos se desconectaron de la discusión iniciada entre Atenea y Sirius, y las risitas ahogadas de James por la indignación que este mostraba a la idea de tener que aguantarle más tiempo. White miró a su alrededor, concentrándose de nuevo en los objetos oscuros. Si iba a quedarse aquí, ya tenía una fuente de entretenimiento. Le salvó de robarlos y llevárselos a escondidas a Nothing Hill.
La vitrina donde contenía el reloj egipcio del sol pareció brillar conforme se acercaba a ella. Esta vez, nada reaccionó detrás del vidrio, y dejó que su uña delineara la capa de polvo que había encima del estante. Una pequeña mueca de asco le creció en la cara, y se decidió también a limpiar sólo para no tener una reacción alérgica a la mugre. A través del reflejo del vidrio, se dio cuenta que James ya no estaba tan concentrado en la discusión como al principio, porque le miraba.
Y White lo miró devuelta.
— Cuidado con lo que estás haciendo— le dijo Atenea, cuando la discusión acabó a su favor y Sirius aceptó a regañadientes hospedar a otra persona en esta casa del demonio, como la había nombrado. Los ojos de la bruja israelí seguían cada uno de sus movimientos mientras se despedían, y una vez que estuvieron fuera del alcance del oído de cualquier otra persona, se le enfrentó. White arqueó una ceja y pretendió no saber de lo que hablaba. — El papel de rubia tonta no te queda conmigo, Altair. No puedes creer que no me di cuenta de las miraditas que tú y el señor Potter estaban dándose allí.
— ¿Señor Potter? No sabía su apellido — confesó, saboreando las sílabas en la punta de su lengua. James Potter. Sonaba sexy. Todo en él era sexy al parecer. Oh, Merlín glorioso, apiádate de su alma. Atenea le pellizcó el codo, lo que le hizo saltar en su lugar. — Oye, no seas agresiva.
— Deja de perderte en tu perversa imaginación.
—No es perversa cuando ya sé lo que es capaz de hacer. —Ella se encogió de hombros con indiferencia, lo que en realidad no apaciguó a su madre. White hizo un puchero—. Tranquilízate, mamá, ¿sí? sé lo que hago. Ya no soy una niña.
— A veces me preocupa que no lo seas — terció Atenea, ignorando con maestría el gesto ofendido que le dirigió. La israelí suspiró de puro cansancio; después de tantos años de haberle criado y conocerle mejor que nadie, sabía que White no era de los que daban el brazo a torcer. Y mucho menos ahora que tenía un objetivo en mente. James Potter. El pobre hombre no tenía idea de a dónde se fue a meter involucrándose con una persona como lo era Altair Black. Atenea casi sintió pena de él. — Quiero que tengas cuidado. Los tiempos se han vuelto demasiado peligrosos.
—Ya lo sé, mamá.
— Y a ti te gustan demasiado los problemas.
—Ya lo sé, mamá.
— No dejes que James Potter se convierta en uno.
— ¿Qué tanto daño puede hacer una cara bonita? — sonrió traviesamente, riéndose al ver su expresión exasperada. — Estoy bromeando. Me gusta más su culo que su cara bonita.
— Altair — Atenea le reprendió por inercia, aunque sabía que era en vano el esfuerzo. Los ojos brillantes y locos de su hija, que heredó de sus aun más loco padre biológico, demostraban a la bruja que sus preocupaciones respecto a la situación eran justificadas. Tal vez debió de darle más advertencias a Sirius antes de simplemente soltar a Altair a su alrededor. Bueno, no es que tuviera tiempo para eso. — No quiero oír que causes ningún desastre aquí. Quiero que te comportes.
— ¿Sabes? Cumpliré 25 en dos meses, ya no puedes tratarme como si tuviera 10 — protestó, con indignación exagerada. Le gustaba mucho molestarla, ver cómo le estallaban los nervios fue de sus primeras fuentes de entretenimiento.
Atenea sacudió la cabeza en toda respuesta.
Cuando se fue, White volvió al vestíbulo principal de Grimmauld Place, viendo a una manada de adolescentes bajar por las escaleras apresuradamente, uno tras otro y casi de puntillas cuando pasaron frente a un par de gruesas cortinas cerradas. El retrato de su madrastra reacia, la bruja Walburga, que de acuerdo con Sirius gritaba siempre que se despertaba. Las historias de Atenea sobre ella disminuyeron sus ganas de siquiera intentar acercarse para molestar.
— Hola, extraña que se parece a Sirius — le saludó Harry, siendo el único del grupo que prestó atención de su presencia.
— Hola, chico que luce como James más joven.
Él sonrió.
— Insinúa a papá que está viejo y enloquecerá — se rió — Intentaremos escuchar la reunión de la Orden. ¿Nos acompañas?
Se encogió de hombros con diversión.
— No tengo idea de qué es la Orden pero ¿Por qué no?
Estar en el número 12 de Grimmauld Place no es tan malo como esperaba, después de todo.
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