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Capítulo 37 ♛

La brisa de la noche acariciaba sus mejillas mientras esperaba en medio de la nada, con las manos metidas dentro de los bolsillos de su sudadera. El suave viento movía los mechones de su cabello de un lado hacia el otro. Miraba al frente, sin perder de vista aquel punto donde había mantenido sus ojos fijos durante algunos minutos. Estaba segura que por ahí aparecería Freya, lo había sentido cómo una monstruosa sensación que crepitaba su piel y le producía temblores en todo el cuerpo. Apretaba los dientes junto con la mandíbula, asegurándose de no demostrar miedo ni nervios, aunque estos dos calaban sus huesos y se detenían en la boca de su estómago. No estaba segura de lo que sucedería esta noche, aunque estaba consciente de que sería una masacre y que más de uno iba a terminar muerto haciéndole compañía a Bór y Eamon. Pensó en cuánto los extrañaba, no había pasado ni una semana y el dolor no se quería ir, se arraigó a ella recordándole lo que perdió y lo que no podía recuperar. Quería que ellos regresaran, que volvieran a su lado y que cada uno fuera feliz a su manera, pero con vida, con ella a su lado, compartiendo bellos momentos como lo hicieron antes de que toda esta mierda llegara a sus vidas.

Viró la cabeza hacia atrás, sintiendo la presencia de Boone, quien se encontraba escondido entre los troncos al igual que su familia, quienes solo esperaban una señal para atacar y terminar con esta guerra que ya la tenía cansada y un poco hastiada. Regresó a mirar hacia el frente y soltó una pesada exhalación alzando los hombros de arriba hacia abajo de nuevo. Se centró en la figura femenina que caminaba hacia ella, con ese porte altivo y déspota que tanto la caracterizaban. Enid rodó los ojos y pensó que era una estupidez que Freya vistiera de esa manera cuando había ido a pelear no a dar una pasarela de moda. Llevaba puesto un largo vestido negro con adornos dorados, joyería del mismo color que adornaban sus manos y cuello, era hermosa sin duda alguna, pero lo que tenía de bonita lo tenía de perversa.

Estúpida narcisista.

Sus ojos se abrieron grandes cuando detrás apareció su hermano, encadenado del cuello, manos y pies cómo si fuera un animal. Se mantuvo impasible en su lugar, sin embargo, por dentro estaba sufriendo por verlo tan acabado y triste. ya no poseía esa sonrisa altanera que siempre llevaba dibujada en los labios, su ropa estaba sucia y rota, manchada de sangre, cómo si hubiera peleado una y otra vez, en medio del pecho tenía un gran agujero, producto de la espalda que Freya clavó en su pecho aquella noche, cuando lo apartó de ella y lo vio desaparecer.

Se miraron a los ojos, pero en los de él ya no había nada, ni diversión, o altanería, mucho menos maldad, lo que tanto lo caracterizaba. Sus luceros eran cómo dos pozos vacíos y sin vida. Sintió un dolorcito lacerante en el pecho, sus ojos se aguaron y tuvo que tragar saliva para pasar el nudo que se había formado en su garganta. Freya se detuvo unos metros frente a ella, observó a su alrededor, buscando a los demás, mas no los pudo encontrar y era raro que solo apareciera Enid, que su familia la hubiera dejado sola, tampoco era tonta, sabía que no iban a tardar en aparecer.

—Aquí estás —masculló con la mandíbula apretada. La quería masacrar y sacarle los ojos desde la raíz, quería arrancarle las extremidades y bailar sobre sus cenizas después de prenderle fuego y escupir sobre sus restos. Nunca en su vida había odiado tanto a alguien cómo a Freya.

—Pensé que ibas a venir con toda tu familia.

—Esto es entre tú y yo, imbécil así que vamos a terminar de una vez por todas con esta mierda. Te daré lo que tanto quieres, pero suelta a mi hermano y deja a mi familia en paz —Corban negó rápidamente abriendo los ojos tan grandes cómo era posible.

—No le des nada —habló Corban, asustado, lleno de miedo por lo que Freya pudiera hacerle a su hermana. Él más que nadie sabía de lo que era capaz. Lo torturó, lastimó y humilló a más no poder, lo obligó a pelear con sus demonios más fuertes y estos lo pisotearon hasta casi morir, había días que ni siquiera se podía poner en pie y lo tuvieron que llevar arrastrando a su celda, lo dejaron sin comer ni probar ni una gota de agua. Si alguien sabía lo cruel que Freya podía ser era él, vio su peor lado y no quería que Enid pasara por lo mismo, era su hermana y la amaba con todo su corazón —. ¡No, no le des nada! —repitió en un penetrante grito que le caló en la piel.

—¡Quiero que todo esto termine de una vez por todas! —le respondió. Corban negó de nuevo, sabía que esto era una locura y que estaba lejos de terminar, menos si le daba lo que Freya tanto quería, a él se lo arrebató y nada había mejorado, al contrario —. Te lo voy a dar con una condición —levantó un dedo en su dirección —. Vas a dejar a mi familia en paz.

Freya sabía que eso no iba a pasar, en cuanto Enid le diera lo que tanto quería la iba a matar, después iría a por su familia y después con los pocos mortales que todavía quedaban por ahí, ayudados por las brujas, brujos y vampiros. Enid estaba consciente de que la mataría, después a su familia y quien sabe que pasaría después, sin embargo, no iba a permitir que se saliera con la suya, ya no más.

—Está bien es un trato —no le creyó, pero fingió hacerlo. Era más fácil hacerle creer que confiaba en ella cuando en realidad no era cierto. No creía en ninguna de sus palabras —. Dame lo que te pido y tu familia se puede ir en paz —dijo serena. Enid se acercó hasta llegar a Freya, se detuvo frente a ella y le echó una mirada a su pobre y deteriorado hermano.

¿Qué te han hecho?

Le miró con esos ojos tristes y aguados, Corban sintió un dolorcito en el pecho y quiso llorar, pero tenía que ser más fuerte de lo que nunca fue, su hermana corría peligro y no podía dejarse caer de nuevo.

Freya extendió su mano esperando que Enid hiciera lo mismo, pero ella esperó unos segundos, solo necesitaba unos segundos más para empezar con el plan que había estado tramando días atrás. Levantó la mano lentamente hasta que las puntas de sus dedos rozaron con los de Freya, quiso coger su mano, pero en su lugar agarró su muñeca con bastante fuerza mientras una sonrisa ladina se dibujaba en sus labios estirando la comisura derecha. Freya empezó a gritar desesperada y cayó al suelo de rodillas, sus venas se marcaban desde su brazo hasta su garganta, el dolor recorría su piel y huesos, ardía cómo mil infiernos dentro de ella.

—¿Qué-qué me estás haciendo? —los espasmos sacudían su cuerpo —. ¿¡Qué haces!?

—¿Creíste que nadie te podía lastimar? —sus pies se hundieron en el suelo fangoso —. Creíste que nadie te podía producir dolor —escupió —. Pero no te imaginaste que el mismo demonio que te podía dar lo que tanto querías sería la misma que te haría gritar, maldita perra.

Usando su mismo peso cogió a Freya por el brazo, la levantó del suelo haciéndola volar por los aires y estrellando su cuerpo contra el suelo, la obligó a ponerse de rodillas.

—¿Y tú creíste que iba a venir sola? —escupió sangre a sus pies.

—No podía esperar menos de ti, siendo una cobarde necesitas quien peleé por ti, imbécil —sus demonios la rodeaban en un círculo. Eran cientos de ellos, quienes solo esperaban una señal de su reina para atacar a matar. Sin decir nada la arrojó por los aires con todas sus fuerzas, la vio volar y aterrizar llevándose algunos troncos a su paso. Se incorporó apoyando una rodilla en el suelo y limpiándose la esquina del labio, tenía una gota de sangre en la punta del dedo y la chupó sin dejar de mirar a Enid. Bastó una sutil señal de parte de la rubia para que sus demonios atacaran a Enid, pero en ese momento las cadenas de Corban cayeron al suelo y junto a su hermana se defendieron de aquellos que los querían lastimar. Los demás se hicieron presentes y fue Bryony quien la cogió de los cabellos para llevarla al lado de sus hijos.

El viento empezó a soplar con fuerza, cómo si una gran tormenta estuviera próxima a caer sobre todos ellos y tal vez era lo que necesitaban en ese momento, que el agua lavara todo el mal que estaba pudriendo su hogar.

—Lastimaste a mis hijos, mataste a dos de mis mejores amigos y te metiste con mi familia —la arrastraba por el suelo sin importarle el daño que le provocaba. Ella también la lastimó y mucho. Mientras más demonios mataban más salían de las profundidades del infierno, no importaba si los quemaban o masacraban, si les cortaban las extremidades o los destrozaban por dentro, más de ellos salían.

—¿Crees que te tengo miedo? —la soltó y dejó caer al suelo, postrándose frente a ella.

—No, no espero que me tengas miedo —se agachó a su altura —. No conoces el significado de esa palabra, ¿verdad? —no borraba esa sonrisa malvada —. Pues lo vas a conocer —agarró su cabeza entre sus manos y dejó salir toda la oscuridad que llevaba dentro, la que heredó de su padre y la cual la consumía cada día de su vida e intentaba mantener a raya.

Mientras ella la lastimaba mentalmente, sus hijos, su esposo y todos los demás peleaban por mantenerse con vida, usaban sus poderes y su magia, armas que habían encontrado por ahí y que servían para lastimar (mas no para matar) a los demonios, pero estos seguían saliendo del suelo. Boone corría esquivando a algunos demonios de clase baja, se concentraba más en atacar a los de clase alta, herirlos para que Enid los terminara de matar con su magia oscura. Caden usaba el fuego del infierno y los consumía desde las entrañas, los lobos los herían y los brujos terminaban por matarlos. Camille y Morgan eran las más felices haciendo esto.

—¡Hacía tanto que no me divertía de esta manera! —gritó Camille. Detrás de ella se encontraba Morgan con su arco, soltaba flechas hechizadas que mataban a los demonios en cuestión de segundos convirtiéndolos en cenizas. Camille se apoyó de los hombros de Morgan, cogió impulso y saltó tan alto agarrando a uno de los monstruos que Morgan no pudo matar con sus flechas, le arrancó la cabeza y Morgan terminó por matarlo.

—Somos el mejor equipo, cariño —dejó un beso sobre los labios de la rubia y desapareció en una ráfaga dejando cuerpos a su paso. Morgan negó con la cabeza y soltó una flecha dando en su punto.

El dolor era agudo y se profundizaba en su columna, le impedía pensar o ver más allá de lo que tenía en frente, solo sabía que era una guerra que sus demonios estaban perdiendo y no podía permitirlo, estaba nada de conseguir lo que tanto había estado buscando, por lo que su padre murió y no iba a dejar que todo eso se fuera a la mierda.

Todos se pusieron en su contra y no era para menos, encerró a los príncipes en un horrible lugar, le quitó a Lucifer sus poderes al igual que a su hijo y tal vez merecía lo que estaba pasando, pero tampoco es que le preocupara mucho, era mucho más poderosa que todos ellos y con tan solo un chasquido podía acabar con todos ellos. Sin embargo, tenía las manos atadas, tiraban de ella como si fuera una muñeca de trapo que estaba a nada de romperse. Sus brazos estaban a punto de ceder, sentían como se los arrancaban lentamente, luchaba con todas sus fuerzas, pero eso no bastaba, Bryony le hacía daño, su oscuridad era aterradora y abrumante, nunca había sentido nada así y no quería admitirlo, pero sí estaba sufriendo.

—¿Lo sientes? —sus manos apretaban su cráneo, podía jurar que lo escuchaba romperse, agrietarse por la fuerza ejercida. Sus luceros ya no eran azules, eran completamente negros, ya no había nada de la Bryony dulce y tierna, este demonio que tenía en frente era desconocido y de temer —. Eso sentí cada vez que me quitaste a alguien —ejerció mucha más presión, tanto que la hizo gritar. Uno de sus brazos cedió y se rompió, quería gritar, pero se contuvo, no les iba a dar el gusto de verla suplicar, aunque eso es lo que más quería —. Cuando obligaste a mi hijo a irse a tu lado, cuando mandaste matar a Bór y Eamon —su voz se rompió al final —. ¡Quiero que también sufras! —ambas soltaron un grito desgarrador que después trajo consigo un silencio abrumador y arrojó a Bryony varios metros lejos de ella.

El viento continuaba soplando con gran fuerza, cómo si un tornado se fuera a desatar en pocos segundos. La luna era partícipe en lo más alto del firmamento, siendo cómplice de lo que esa noche sucedía. Se incorporaron lentamente, agarrándose la cabeza y mirándose entre ellos, levantaron la mirada y en pocos segundos sus facciones cambiaron cuando se dieron cuenta que tenía a Enid y Corban del cuello, levitando unos centímetros del suelo.

—Tenemos que hacerlo, es ahora o nunca —le dijo Enid a su hermano.

—No, no lo entiendes —respondió él —. No es tan fácil

—Me lo debes —Corban negó con la cabeza. No quería matar a Freya y condenarse a vivir toda la eternidad en el infierno, ese no era su plan, no quería eso para él y para Lorian —. Corban —Freya los observaba sin entender nada de lo que decían. Los soltó del cuello y ambos cayeron al suelo sobándose la zona dolorida.

—¿¡Creyeron que sería fácil matarme!? —les preguntó —. ¿No saben que no puedo morir? —se mofó en sus caras.

Bastó un poco de su magia para hacerlos caer a todos de rodillas y someterse ante ella. Enid y Corban compartían miradas cómplices, sabían lo que tenían qué hacer, pero él no estaba tan seguro de hacer esto.

—Es ahora o nunca.

—No entiendes —repitió.

—¿Qué es lo que no entiendo? Estamos hablando de matarla y deshacernos de ella para siempre. Solo así vamos a librar a nuestra familia de esa plaga —Corban miró a Freya, daba un patético discurso de lo fuerte que era y que nadie la podía lastimar. Pensó que esta vez no tenía que ser egoísta y que si la única manera para deshacerse de ella, aunque se condenara de por vida entonces lo haría.

—¿No te importa morir? —Rápidamente negó con la cabeza.

—No, con tal de matarla.

—Hagámoslo entonces —Enid sonrió. Era ahora o nunca.

—No me pueden matar, mi padre supo hacer bien su trabajo...—se calló de golpe cuando sintió un dolor en lo más profundo de su ser.

—Cierra la puta boca —masculló Corban en su oreja. Le atravesó el pecho sacándole la piedra que tenía por corazón.

—¿Crees que no puedes morir? —Enid se postró frente a ella —. Qué equivocada estás —apoyó sus manos en sus hombros.

Un hilo de sangre resbaló por una de sus comisuras, aquella sonrisa petulante se borró en el momento que todo empezó a cambiar, para ella. No sabía exactamente lo que pasaba, solo sabía que no tenía la misma fuerza y que se sentía morir. La gran luna llena pasó de ser un hermoso color brillante a uno oscuro que ensombreció todo a su paso, el viento soplaba con más fuerza, los troncos de los árboles eran arrancados desde la raíz, remolinos se formaban llevándose las cenizas de los demonios muertos.

—¡Enid, no! —escuchó a la distancia. Sabía que era su madre, sin embargo, no podía verla con toda la neblina que se había formado a su alrededor. Se encontraban en medio de un gran remolino formado por magia oscura, relámpagos y truenos ensordecedores. Sus cabellos se pegaban a sus labios, observaba a su hermano sabiendo que no debía temer y que todo estaría bien, que estando a su lado nada malo podía pasar. Los gritos lacerantes de su madre retumbaban en sus oídos, pero nadie los iba a parar. Freya estaba siendo consumida lentamente, su piel se pegaba a sus huesos, su magia había desaparecido por completo y la oscuridad que se había apoderado de Bibury ya no estaba. Una última mirada de victoria se dibujó en sus ojos, sabían lo que estaba por suceder.

—¿Tienes miedo? —le preguntó Corban a su hermana.

—No, no tengo miedo.

Y esas palabras bastaron para que terminara con esto de una vez por todas. Un fuerte estruendo sacudió los cimientos, una ráfaga de viento frío y un destello brillante que los cegó por una fracción de segundos. Bryony se aferraba a la ropa de su esposo, lloraba desconsolada observando el lugar donde debían estar sus hijos y solo quedaba un gran agujero.

—¿Qué pasó? —Caine se acercó, con la esperanza de que ellos estuvieran bien, sin embargo, no había nada donde antes se encontraban Enid y Corban. Solo el silencio y la suave brisa de la noche los acompañaba. 

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