Capítulo 35 ♛
Corban
No sabía cuánto tiempo llevaba encerrado en ese lugar, sin embargo, se sentía cómo un milenio ahí dentro. Las ganas por comer me consumían por dentro, quería enterrarle el colmillo a alguien y lo haría en cuanto tuviera la oportunidad. Debía mantenerme sereno ante la desesperación que atenazaba mi cuerpo. Estaba consciente de que lo que me estaba pasando lo tenía bien merecido y no me podía quejar con nadie, menos cuando no hablaba con nadie, Freya les había prohibido a todos bajar y alimentarme, no obstante, Thomas bajaba de vez en cuando para dejar un poco de comida y afinar los detalles de nuestra huida, para él era sencillo escapar, así cómo pudo bajar e infiltrarse y fingir ser un demonio, también podía salir ileso sin que nadie sospechara de él. Conmigo no lo era tanto, ya todos estaban informados de mi traición hacia Freya, así que no podía escapar así cómo así.
Aquel día esperaba sentado en el suelo, jugando con la daga que Luci nos regaló a Enid y a mí el día que nacimos. Me preguntaba cómo estaban allá arriba, qué estaban haciendo, qué sucedía en mi ausencia. Tal vez tenía bien merecido lo que me estaba pasando, pero no lo aceptaba y menos lo quería, no podía acostumbrarme a la idea de que mi familia me odiaba y no me quería a su lado, cuando yo anhelaba regresar y dejar atrás toda esta mierda.
Escuché algo de ajetreo allá afuera, así que me puse de pie y busqué en el corredor, algunos de los demonios que también estaban encerrados se asomaron para averiguar lo que sucedía. Todos ellos estaban aquí por no aceptar a Freya cómo su reina, los condenó al exilio y un castigo que no iban a olvidar nunca. De repente escuchamos gritos y explosiones, las rejas se abrieron y di un paso atrás, pensé en lo que me dijo Thomas, sabría cuándo era el momento de atacar e ir por sus demás hijos al abismo. Jalé la reja y salí junto con los demás demonios que corrían en la misma dirección. Al final del pasillo había una pila de demonios muertos, todos a manos de Thomas quien poseía la forma de una mujer. Las explosiones retumban en mi cabeza.
—¡¿Qué pasa?! —le grité.
—¡Es hora! Tú ve al abismo y yo por los poderes de Luci y Caine. Te veo en la que era tu habitación —asentí. Desapareció frente a mis ojos y corrí lo más rápido que pude hasta llegar a las puertas del abismo, así siempre estaba nevando y hacía frío, lo bueno es que no lo sentía si no iba a morir de hipotermia. Acerqué la cajita en la puerta y recité la oración que Thomas me dijo, la caja se empezó a mover de un lado al otro, emitió una luz tenue desde dentro y supe que era hora de regresar. De nuevo corría entre los soldados que se enfrentaban con los demonios que habían salido de su escondite, aquí abajo se había desatado una guerra que parecía no tener fin. Apenas pude llegar a mi antigua habitación Thomas no se encontraba dentro y temí que no hubiera conseguido lo que estaba buscando.
La caja que sostenía entre las manos se movía, cómo si tuviera vida, cómo si lo que yacía dentro quisiera salir a cómo diera lugar.
—Demonios, Thomas, ¿dónde estás? —observaba mi alrededor desesperado y aterrado de que Freya se diera cuenta de que esto era culpa nuestra y nos detuviera antes de poder salir con vida de este lugar. Estaba seguro que no iba a dudar en matarnos esta vez.
Escuchaba las explosiones más cerca y los gritos me retumbaban los oídos, el suelo me daba vueltas y las paredes cimbraban provocando estruendos por todo el lugar. Sostenía la cajita con ambas manos con toda la intención de no soltarla. De repente Thomas apareció en su forma humana femenina, sonreí feliz mientras cogía la cajita mientras transfería los poderes de Luci y Caine.
—¿De qué te ríes? —le pregunté —. ¿Qué es tan gracioso?
—Hace tanto que no hacía esto, todo era llenar papeles y estar encerrado en esa oficina, ya me hacía falta salir de ese lugar —sentí un pinchazo en medio del pecho. Me quejé llevándome una mano al pecho, el ceño de Thomas cambió por completo —. ¿Qué pasa?
—No sé, es algo raro —cómo si alguien me dijera "escucha", presté atención más allá de lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor. A lo lejos los gritos de Enid retumbaban en la paredes de mi oídos —. Enid —Thomas prestó atención al igual que yo lo hacía.
—No puede ser —murmuró —. Tenemos que irnos —lo detuve.
—No, no puedo dejarla aquí, está en peligro —puse una mano en su brazo —. Es mi hermana.
—Y Freya te va a matar cuando sepa lo que hicimos —dijo obvio y sabía que era peligroso quedarme y enfrentar a Freya, pero mi hermana se encontraba aquí y no la iba a dejar sola, no me importaba lo que pensara de mí, no la iba a dejar aquí —. ¡Corban! —el suelo se movía debajo de mis pies, en el techo se abrió una especie de portal con una intensa luz blanca.
—¡No, no me voy a ir sin ella! —cogí la caja rápidamente ante su mirada atónita, lo hice enojar.
—¿Qué crees que haces?
—Si quieres esto vas a venir por nosotros, no nos vas a dejar aquí —di un paso atrás.
—¡Niño insolente! ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?
—¡Estoy asegurando mi vida, eso es lo que hago! —rápidamente salí de la habitación —. Cuando yo te diga vienes por nosotros.
—¡No estoy a tu entera disposición! —le escuché decir a lo lejos.
Corrí lo más rápido que pude, esquivando cuerpos y cenizas que yacían en el suelo, los demonios que estuvieron encerrados habían atacado a los guardias de Freya y otros más se les unieron. En un momento todo se volvió un caos y una masacre, para cuando todo terminó el castillo era un cementerio.
Seguí el olor de Enid, teniendo cuidado de que nadie me viera para que le dijeran a Freya que había escapado, no quería que me viera y me regresara a ese horrible lugar, después de lo que pasó iba a redoblar la seguridad en las celdas y en todo el castillo.
—¡Suéltenme! —a los lejos vi a Enid siendo arrastrada por el suelo —. ¡Malditos, déjenme en paz! —les gritaba a los demonios que la sostenían de los brazos. Me quise acercar, pero eso sería revelarme y ponerme en peligro, tendría que esconderme para que me vieran.
Llevaron a Enid frente Freya, quien no se inmutó ante su presencia y solo la miró despectiva, de arriba abajo.
—¿Por qué? —le preguntó Enid. Lloraba desconsolada —. ¿Por qué nos haces esto? ¡Casi los matan! —bramó. Un fuerte dolor se instaló en mi pecho.
—¿No los mataron? —indagó. Hizo un puchero con los labios —. Yo quería que los mataran a todos y dejaran de joderme —Enid se encontraba de rodillas siendo sometida.
—Eres un asco, siento repugnancia y lastima por ti. Te hizo falta un padre y una madre que te amen, porque eso es lo que te hace falta, que alguien te ame —parece que mi hermana tocó una fibra sensible en el podrido corazón de Freya, porque su gesto cambió por completo.
—Cierra la boca, niña estúpida.
—Podré ser estúpida, pero al menos yo sí tengo una madre y un padre —Enid se regocijó en sus palabras cargadas de veneno —. A mí sí me quieren, pero a ti...—la miró de arriba abajo —. Estás sola...
—¡Cállate! —Freya se puso de pie.
—¡Estás más sola que un animal! ¡Estás sola y amargada, eres infeliz! —Freya se colocó frente a Enid, levantó el brazo tomando impulso y soltó un puñetazo en la mejilla de mi hermana. El golpe me dolió hasta a mí, pero eso no impidió que Enid continuara despotricando en contra de Freya —. ¿Crees que eso me duele? —soltó una risita burlona —. Ni siquiera puedes hacerlo tú sola, necesitas que alguien te ayude porque tú eres una inútil que no sabe hacer nada.
—¡Sáquenla de aquí antes de que la mate! —se la llevaron arrastrando quien sabe a dónde. Me esperé unos minutos antes de ir en busca de Enid, tal vez Freya tenía algo pensado, de todos modos, no nos íbamos a quedar mucho tiempo —. Necesito que preparen todo para el ritual, se hará esta noche sin importar nada —regreso a su trono.
—¿Y los cuerpos? —preguntó el demonio frente a ella.
—Limpien todo y que quede impecable cómo antes. Necesito la divinidad de esa perra —escupió. El demonio asintió y se alejó dejándola sola, cómo siempre estaba.
Seguí el rastro de Enid y llegué a una de las torres del castillo, no había estado aquí antes, pero sí había pasado por este lugar algunas veces. Me detuve en la esquina al ver que dos guardias escoltaban a mi hermana hasta una habitación, no tardaron mucho y salieron de nuevo diciendo quien sabe qué cosas. Esperé unos minutos para entrar, ni siquiera toqué la puerta, solo entré y cerré de inmediato. Enid no se sorprendió al verme, se encontraba triste y aterrada, no sé qué pasó allá arriba, pero lo que sea que sucedió la tenía en shock.
—Eres tú —se encontraba sentada en la cama con las piernas abrazadas con sus manos.
—¿Cómo estás?
—¿Cómo me veo? —respondió con otra pregunta. La verdad es que no se veía nada bien.
—Mal —me senté a su lado —. ¿Qué pasó? —desvió la mirada un par de segundos, que me bastaron para entender que las cosas no terminaron bien y que muy probablemente alguien murió allá arriba.
—No sé cómo entraron a la mansión. Había muchos demonios de todas clases, nos atacaron sin piedad, hirieron a Luci y Caine, lastimaron gravemente a Lilith y creo que murió, Eamon y Bór —tragó saliva. Esperaba que me dijera que estaban bien, pero no fue así.
—Ellos están bien, ¿no? —se limpió debajo de los ojos negando con la cabeza.
—Cuando bajé estaban tirados en el suelo, muertos —mi corazón se rompió en mil pedazos —. Mamá, papá...Todos pelearon hasta su último aliento, lo dimos todo por salvarnos, por mantenernos con vida. La mansión quedó destruida hasta los cimientos, solo quedaron escombros y cenizas. Nos rebasaban en número, en fuerza y poder. Lorian se quería transformar, pero no pudo, todavía no tiene la fuerza para convertirse.
—Dime que no es cierto —me puse de pie para arrodillarme frente a ella —. Dime que Bór no murió.
—Están muertos, Corban, Eamon y Bór murieron defendiéndonos. No queda nada más, hemos perdido la batalla —mi ceño se endureció.
—Perdimos la batalla, pero no la guerra —quise coger sus manos, sin embargo, se apartó.
—¿Es que no entiendes? ¡No hay nada más por qué luchar! ¡Se acabó, todo terminó ya! Ya, ¡ya! —lloraba desconsolada —. Le voy a entregar a esa maldita perra lo que necesita para que nos deje en paz de una vez por todas, si es lo que quiere se lo daré y que haga lo que se le plazca. Estoy harta de pelear y luchar en una maldita guerra que no tiene fin. Ya no quiero —se llevó las manos al rostro, sollozando, muriendo lentamente —. Estoy tan cansada de luchar y perder a quienes amo —me miró con los ojos cargados en lágrimas ácidas —. Por favor —cogió mis manos.
—No nos vamos a dar por vencidos, Enid —apartó los mechones de mi cabello a un lado —. Tenemos todas las armas para destruir a Freya de una vez por todas —le mostré la cajita y alzó una ceja.
—¿A qué te refieres?
—En el camino te digo —le ayudé a ponerse de pie —. Thomas me está ayudando —le dije.
—¿Thomas, el abuelo de mamá? —asentí.
—Ese Thomas. Así que no tienes que preocuparte de nada —comenté seguro —. Thomas, es hora —Enid frunció el ceño, mirándome raro, como si estuviera loco.
—¿Corban? —alzó una ceja —. ¿Estás bien?
—Estoy bien, Enid. Le dije a Thomas que estuviera al pendiente para sacarnos de aquí —le sonreí —. Está tardando demasiado —golpeé el suelo con la punta del pie —. ¿Por qué tarda tanto? —miraba el techo, esperando que de la nada se abriera un portal y nos sacara de este lugar —. ¡Thomas!
—Thomas no va a venir, Corban, tenemos que salir de aquí por nuestra cuenta —negué con la cabeza.
—Él va a venir —insistí —. No nos puede dejar aquí, somos su familia —Enid bufó y se cruzó de brazos.
—Solo estamos perdiendo el tiempo.
—¡Él va a venir! —le grité. Me sentí mal por hablarle de esta manera —. Lo siento.
En ese momento una luz brillante apareció en medio de la habitación, avanzamos trémulos hacia ella, con un poco de miedo, pero estaba seguro que era Thomas quien nos estaba ayudando una vez más.
—Vamos —empujé a Enid dentro de aquella luz.
—¿Cómo sabes que es seguro? —indagó con miedo.
—Es Thomas —comenté. Enid cedió y dio un paso dentro, giró medio cuerpo sonriéndome.
—Vamos a casa —su expresión cambió por completo en un par de segundos. Pasó de la felicidad al horror, no entendía por qué se encontraba aquí, pero lo entendí demasiado tarde.
El dolor se hizo presente en mi cuerpo cuando una espada atravesó mi pecho, incrustándose y saliendo del otro lado. Los ojos de Enid se abrieron grandes.
—¡No! —un grito desgarrador y ronco brotó de su garganta, sus ojos se llenaron de lágrimas y se llevó las manos a la boca —. ¡Corban!
—Enid —gemí despacio —. Llévate esto —le entregué la cajita en las manos. Sentía que me estaba muriendo, que todo dentro de mí se desvanecía poco a poco.
—Ven conmigo —caí al suelo de rodillas. No me podía poner en pie.
—No se va a poder hermanita —quien estaba detrás de mí me jaló lejos de Enid. Ya no podía escuchar, ni sentir nada, aquel dolor estaba desapareciendo al igual que yo.
—¡No, no!
—¡Vete! —con la poca magia que aún poseía la empujé lejos. Lo último que alcancé a escuchar fue su grito lacerante que me caló los huesos, después de eso no sentí nada más.
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