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Capítulo 27 ♛

Lorian

Los días transcurrían como una larga tortura de la que era presa en mi propio cuerpo, que dejó de luchar y se convirtió en mi peor enemigo. Ya no podía ponerme en pie sin sentirme mareada, sin sentir que los huesos se me iban a romper en cualquier momento. Cada día sentía que mi esencia se perdía en un lugar remoto, dentro de toda la oscuridad que me rodeaba. Cada día pensaba que iba a morir, que ese sería mi último día en la tierra pero por alguna razón seguía con vida solo para sufrir de estos dolores que me laceraban el cuerpo. Bryony era una gran ayuda con sus poderes curativos pero poco podía hacer ya, no servía de mucho cuando me estaba pudriendo por dentro, cuando la magia se había esfumado y ya no quedaba nada dentro de mí.

—No estoy muy segura de hacer esto —musitó Isla detrás de mí. Era la primera vez en tanto tiempo que me miraba al espejo y lo que vi no me gustó. Mi cabello ya no brillaba, mis ojos ya no tenían esa luz, ahora eran solo dos pozos negros sin vida, mi sonrisa estaba apagada y me desmoronaba a pedazos, tan lento que le rogaba a Dios que terminara con este sufrimiento de una vez por todas.

—Por favor —tosí —. Solo una vez y ya, después no te voy a pedir nada —me sonrió a través del espejo, aquella sonrisa era sincera y leal. Pasó el peine por mi cabello pero entre los dientes se fueron más hebras rojizas de las que me imaginé —. Te das cuenta que estoy a nada de morir.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y lo que menos quería era verla llorar pero esta era la triste realidad; me estaba muriendo y no me quedaban muchos días a su lado.

—Loo...—su voz se quebró.

—No digas nada —palmeé su mano apoyada en mi hombro —. Solo ayúdame con esto.

—Cuando tus padres pregunten por ti, ¿qué les voy a decir? Es obvio que se van a dar cuenta que ni tú ni Corban están en la casa —peinó mi cabello mientras yo hacía un vago intento por cubrir la palidez de mi piel, que la muerte estaba más cerca, frente a la puerta de la casa, casi dando un paso para entrar y llevarme con ella.

—Les dices que no sabes donde estamos y ya. No tienes que dar explicaciones —rodó los ojos.

—Está bien, pero cuídate mucho y cualquier cosa me llamas —asentí.

—¿Está todo listo?

—Tal y como lo pediste —me puse de pie, sosteniéndome del tocador para que Titi mirara mi atuendo que consistía en un vestido rojo con margaritas, una chaqueta de mezclilla y unos botines.

—¿Cómo me veo? —dio un paso atrás y sonrió, con los ojos aún cristalinos.

—Te ves hermosa y no miento.

—Más te vale —tosí de nuevo. Sentía clavos en la garganta —. ¿Vamos?

—Te llevo —dejó el peine en su lugar y me entregó su mano para ayudarme a salir de la habitación.

Cada paso que daba se sentía como una tortura, como si mi cuerpo estuviera siendo presionado entre dos paredes y me rompiera los huesos por dentro. Bajamos las escaleras y con su magia aminoraba un poco el dolor pero este seguía presente, negándose a querer irse. Bajamos y Corban esperaba a un lado de la puerta, se veía nervioso y con gran razón, no le dije de mis planes así que no sabía lo que estaba pasando.

—Si necesitan algo me llaman, suerte —juntó sus manos a la altura de su pecho y nos dijo adiós con la mano.

Salimos de la casa y subimos al auto que les habían regalado a los mellizos pero que solo Corban usaba ya que Enid era más de caminar.

—No me dijiste a donde vamos —cruzamos la reja que separaba la casa de aquel camino que se perdía entre los árboles.

—Es una sorpresa.

—No me gustan las sorpresas —puse la mano en su pierna —. Pero por ser tú lo paso —le sonreí. Cogió mi mano para acercarla a sus labios y dejar un tierno beso en mi dorso —. ¿Qué clase de sorpresa es?

—Por eso es una sorpresa —tosí de nuevo. El pecho me dolía.

—Podemos regresar si no te sientes bien —sugirió.

—Puedo aguantar lo que sea.

Quería que esta noche fuera especial y que después de hoy pasara lo que tuviera que pasar, no importaba si mañana moría, esta noche me iba a entregar a Corban en cuerpo y alma, sería suya y él sería mío.

Para toda la eternidad.

—¿Alguna vez has pensado como será el día que te marque? —le indiqué por donde ir. Conducía despacio para evitar que el auto se moviera y provocarme dolor.

—No sé, últimamente no he pensado en eso, pero —levantó un dedo —, me gustaría que no te contengas, pero pienso que te puedo hacer daño.

—Sé que no lo harás —me miró de reojo.

—Eso es lo que planeaste junto a Isla, ¿verdad?

—Corban, no podemos cambiar lo que está pasando pero sí podemos mejorar toda esta mierda, ¿no crees? —suspiró. Sus dedos se asieron al volante con fuerza.

—No creo que sea buena idea.

—Y yo creo que sí.

No dijo nada, se mantuvo en silencio hasta que llegamos a aquel lugar donde pasaremos la noche juntos, donde nadie nos pudiera interrumpir. Era una reserva con pequeñas cabañas, rodeadas de árboles y flores que le daban vida a este lugar, a lo lejos se escuchaba el ruido del agua chocando contra las rocas ya que el lago no quedaba lejos de aquí. Corban detuvo el auto y se bajó para ir a la recepción donde le entregaron las llaves de la cabaña que íbamos a ocupar. Regresó por mí y me ayudó a salir.

—Cuidado —me tomó del brazo e inspiré fuerte para llenar mis pulmones con oxígeno limpio. Casi empiezo a toser pero me contuve porque estaba segura que iba a querer regresar a la casa con tal de que estuviera bien, pero Corban no se daba cuenta que nada estaba bien.

Caminamos hasta la cabaña que Isla se encargó de arreglar. Nos detuvimos para que abriera la puerta, cuando esta cedió me dejó pasar primero. Era de día todavía así que se veía la habitación completa, las velas en el suelo y la mesa, la botella con vino, las copas y la comida a un lado.

—Hay que agradecerle a Isla por esto —le dije. Cerró la puerta detrás.

—No tenían que hacer nada de esto —dijo. Dejó las llaves sobre la mesita. Lo primero que hice fue quitarme la chaqueta aunque tuviera frío.

—Sí teníamos que hacerlo. Esta es nuestra noche.

Me miró por unos segundos que se me hicieron eternos. Dio un paso y otro más hasta que estuvo frente a mí, su mano ascendió a mi mejilla apartando un mechón de mi cabello opaco. Sonrió tan dulcemente que aquel gesto me derritió el corazón.

—Tienes razón, gracias por esto —dejó un beso sobre mis labios y me abrazó con delicadez, creo que él pensaba que si me apretaba más a su cuerpo me podía hacer daño pero no creo que en la vida alguien pudiera provocarme más daño del que Freya ya había hecho en mí.

—Solo quiero estar a tu lado, no pido más —se apartó unos centímetros sin separarse demasiado, sentía frío cuando estaba lejos de mí.

—Te amo, Lorian Cyrus, te amo más que a mi vida, más que a nada en este jodido mundo —con su mano abarcó desde mi oreja hasta mi nuca. Sus dedos se hundieron en la parte baja de mi cabello, su piel estaba tibia mientras la mía cada vez era más fría y sin brillo.

—Y yo te amo a ti, Corban Edevane —apoyé mis manos sobre su pecho —. Y por ese amor que proclamas y juras como verdadero te voy a pedir una cosa, solo una y nada más.

—Lo que sea que me pidas lo haré, por ti —sonreí. Cogí el cuello de su camisa con mis manos en puños que poca fuerza tenían en ese momento.

—El día que llegue lo inevitable tienes que romper cualquier lazo que nos una. No debe quedar nada de mí en ti, nada que te pueda atar a lo que fui antes.

—No me pidas que haga eso, ¿sabes lo que significa? —asentí mordiendo mi labio.

—Lo sé perfectamente. Debes continuar con tu vida, Corban, debes olvidarme —negó con la cabeza.

—Tú eres una persona difícil de olvidar y no quiero hacerlo, no cuando significas mi mundo, cuando todo empieza y termina contigo.

Una sonrisa triste se trazó en mis labios, observé los suyos con hambre y voracidad, aquella que enardecía cada parte de mi ser. Pasé el pulgar sobre su labio inferior y soltó un suspiro que me dolió en el pecho.

—Nunca te podré olvidar, Loo, ni por más que lo intente te podré sacar de mis memorias, no quiero hacerlo —negó con la cabeza y dejó caer un par de lágrimas que rodaron en sus mejillas y cayeron por su barbilla.

El corazón se me apretó en el pecho, se suponía que este día tenía que ser especial y yo lo estaba arruinando todo con mis estúpidas palabras.

Tonta, tonta.

—No hablemos de eso, te lo pido. Solo te suplico que esta noche nos olvidemos de todo lo malo, ¿sí? —asentí mordiéndome el interior de la mejilla.

—De acuerdo.

Devoró mi boca con ferocidad, con una hambre que no conocía, ansioso y sediento de probar mis labios una vez más. Su mano abarcaba mi nuca y debajo de mi oreja, con la otra me sostuvo de la cintura, me apretó a su cuerpo y solté un jadeo que provino de mi garganta al sentir su erección apretarse en mi vientre. Jamás había sentido algo así pero con Corban todo era tan irreal y mágico que dudaba que fuera verdad, pero lo era.

—No te puedes imaginar las veces que soñé con este momento —juntó su frente con la mía y suspiró sobre mis labios —. El día que decidieras entregarte a mí, en cuerpo y alma.

Bajé mis manos para rodear su cuerpo con mis brazos, deslicé las palmas por su chaqueta de cuero negro y me detuve en la espalda enlazando mis dedos entre sí. Hundí el rostro en su cuello e inspiré fuerte para llenar mis pulmones de su colonia y el aroma que su cuerpo desprendía, olí a madera y sangre, también a tierra mojada. Olía a hogar. Mi hogar. Quería grabar por última vez el olor de su cuerpo, quería quedarme con este momento y con todos los buenos que tuvimos antes de mi apresurada partida.

Sentí un cosquilleo que me acarició la piel y miré en dirección a la ventana, me sentía observada, como si alguien estuviera mirando cada uno de mis movimientos.

Ella está ahí, esperando para llevarme.

—Bésame —alcé la barbilla —. Bésame por favor —no esperé una respuesta de su parte porque fui yo quien tomó la iniciativa y devoré sus labios con ansias, lo atraje a mi cuerpo y lo llevé hacia la cama donde caímos juntos al colchón rebotando una vez.

—Loo —me interrumpió pero no podía escuchar.

—No hay tiempo —hablé desesperada, con un hilo en la garganta. Me puse a horcajadas sobre su cuerpo y le quité la chaqueta con premura, los dedos me picaban y el corazón me martilleaba con vehemencia dentro de mi pecho. El dolor empezaba a mermar mi cuerpo pero las ansias por culminar con este momento impedían que este ascendiera y se quedara atascado en un lugar ajeno.

—No vayas tan deprisa —me pidió —. Seré yo quien te trate como la reina que eres —giró para quedar arriba de mí y esta vez fue su cuerpo el que cubría el mío como un manto perfecto de músculos y testosterona —. Tenemos toda la noche, mi amor.

Ojalá que sea toda la noche.

Una sonrisa bastó como respuesta y así empezó con lo suyo. Primero me quitó los botines, sus manos ascendieron por mis tobillos y pantorrillas, se detuvieron detrás de mis rodillas y sentí su aliento rozar mi piel. Se acercó para quitarme la chaqueta y me hizo sentar en la orilla para quitar uno a uno los botones de mi vestido. Alzó una ceja al ver el inicio de mi sujetador que era de un rosa pastel con encaje. Levantó los ojos a mi rostro y sonreí con las mejillas ardiendo en color carmín. Se encontraba metido entre mis piernas quitando los botones del vestido y cuando por fin los quitó todos me apreció de los pies a la cabeza.

—Eres tan hermosa. No sé como me pude resistir todo este tiempo, solo quería tocarte y besarte —abrí los labios unos milímetros y me mordí el interior de la mejilla —. Acuéstate.

Obedecí y me recosté en el colchón. Cerré los ojos soltando un suspiro y puse las manos en mi estómago, la piel me cosquilleaba, las manos me sudaban, las entrañas se me apretaron. Sus labios dejaron pequeños y mojados besos en mis muslos, ascendieron hasta llegar a mi entrepierna pero no se detuvieron ahí, continuó hasta llegar a mi ombligo, lo rodeó para subir por mi estómago apartando mis manos y se detuvo en el valle de mis senos.

—Seré delicado y suave contigo, no quiero hacerte daño.

—Haz lo que tengas que hacer —le dije para pasar saliva —. Esta noche no hay restricciones, solo sé tú.

—No quieres que sea yo, te lo aseguro —reí por lo bajo y me cubrí el rostro con las manos.

—¿Recuerdas lo que dijiste aquella noche?

—¿Cuál de todas las noches? —indagó. Repartió besos en mi clavícula. Besos mojados que me hacían humedecer también. Con los dedos desabrochó el sujetador, que para su buena suerte tenía el broche al frente, pero conociendo a Corban estaba segura que eso no era ningún impedimento para él.

—Cuándo dijiste todo lo que me ibas a hacer —me cubría el rostro para no ver el momento en el que apartó el sujetador a los lados y observó mis pequeños senos frente a él.

—Recuérdame lo que te dije —pidió —. No me acuerdo.

Claro que se acordaba, solo quería que lo repitiera.

—Dijiste que te ibas a perder en el paraíso que guardo en medio de las piernas, que me ibas a morder y azotarme mientras me follabas como el animal que eres —metió uno de mis senos a su boca, chupó mi pezón y lo acarició con la punta de su lengua —. ¿Eso harás?

—¿Quieres que lo haga? —murmuró soplando en mi pezón, que se puso duro al contacto de su aliento en mi piel. Cogió el otro para chuparlo con el mismo ímpetu y suavidad.

—¿Lo quieres hacer?

—Sabes que sí. Si me lo pides lo haré —su voz era baja, lenta y ronca. Él al igual que yo estábamos cegados por el placer y el deseo que nos embriagaba, nos tenía borrachos de lujuria. Sentí como se deslizó hacia arriba y quedó a mi altura. Sus ojos tenían el rojo de la sangre enmarcados en sus iris que antes eran azules. No lo había visto en este estado pero me gustó verlo en su plena naturaleza vampírica. Debajo de estos se marcaban pequeñas y delgadas venas negras que difuminaban en sus pómulos.

—Eres hermoso —puse mis manos en sus mejillas —. Mi monstruo favorito —sonrió y sus colmillos filosos se asomaron entre los pliegues de sus labios —. Hazme el amor, Corban, te lo ruego.

Sin pedir más se puso de pie, se deshizo de la ropa que llevaba puesta quedando solo en boxers que nada ayudaban a ocultar la evidente y gran erección que se marcaba debajo de la delgada tela. Me lamí los labios en un acto reflejo al notar como se acomodaba el miembro con una mano. Se acercó y enterró la rodilla en medio de mis piernas, deslizó ambas manos por mis muslos y cogió mis bragas para sacarlas de mi cuerpo y dejarme desnuda frente a él.

—Eres jodidamente hermosa, Loo. La más bonita de todas las mujeres que existen en este mundo —se dejó caer despacio abriendo mis piernas con sus manos en mis rodillas. Restregó su miembro sobre mi sexo que ardía y pedía que me penetrara de una vez. Sus roces eran ligeros mientras me comía la boca, feroz. Sentí uno de sus dedos invadir mi sexo que estaba húmedo e hinchado, pegué un respingo al sentir la punta deslizarse dentro, los sacó solo un poco y de nuevo me embistió con rudeza. Ya dentro los movía de arriba abajo, en círculos, torturándome con el placer que aumentaba mi ritmo cardiaco y estas ansias que me crepitaban la piel. Su pulgar apretó ese botón hinchado, lo acariciaba con la punta y esta la restregaba de arriba abajo.

—Me estás matando —cogí una de las almohadas y la mordí con fuerza para controlar los espasmos que amenazaban con desatar el éxtasis en mi cuerpo —. Corban —me calló con un beso, apretando sus labios contra los míos.

—No te vas a correr, no todavía —amenazó tajante. Sacó sus dedos, se quitó el boxer y me penetró de una estocada, chocando sus caderas contra mi pelvis. Abrió mis piernas mucho más y me sorprendió la elasticidad que poseía y de la que no era consciente. Metió los brazos debajo de mis rodillas, fue así que me penetraba, sacaba su miembro y lo metía de nuevo. Estaba cegado por el deseo, por la perversión que yacía dentro de él y que ocupaba todo su ser —. Si pudieras ver la unión de nuestros cuerpos —jadeó.

Cerró los ojos con fuerza. Su pecho agitado, su respiración irregular. Me sostenía con fuerza pero sin llegar a lastimarme. Mis dedos se aferraron a las sábanas que quería rasgar con mis uñas, abría la boca en busca de oxígeno porque sentía mis pulmones colapsar pero obligué a mi cuerpo a no ceder y dar más de lo que podía dar en ese momento. Me sentía morir por el placer y también por la enfermedad que me estaba matando cada día. Eché la cabeza hacia atrás y dejé que solo los sonidos de sus jadeos inundaran aquella habitación, se escuchaba como una bestia a la que le habías dado una dosis de lo que más le gustaba.

—Eres tan estrecha, mi amor, tan pequeña. Siento que te voy a romper en dos.

Y no lo dudaba, y tampoco sabía si todos los de su especie eran así pero Corban estaba bien dotado con un miembro que apretaba con mis paredes y abría mucho más con su grosor. Soltó mis piernas pero sin salirse, solo se acomodó arriba hundiendo su rostro en mi cuello.

—Hueles tan bien. Deseo tomarte y probarte —la punta de su lengua acarició mi piel, la chupó y succionó con los labios.

—Muérdeme, hazlo —una de mis manos viajó a su nuca y la otra a su espalda para intensificar más los movimientos de su pelvis.

—No sabes lo que dices —susurró cerca de mi oreja —. No tienes ni idea de lo que puedo hacerte.

—Lo quiero comprobar.

Yo también estaba cegada, jadeante, a la espera para saber lo que se sentía ser mordida por un vampiro, quería que probara mi sangre y esta fuera parte de él también.

—Te vas a arrepentir de tus palabras.

—No lo creo —escuché una risita, le siguió un silencio que se expandió y se quedó suspendido en la atmósfera. Después, con una lentitud que no le conocía hundió sus colmillos en mi cuello, gemí al mismo tiempo que me embestía furioso. Succionaba mi sangre con un hambre que no sabía que tenía.

Una sensación desconocida se tejió en mi vientre bajo, era fuerte y abrasadora, algo que no sentí en toda mi vida pero que prometía dejarme suspendida, pidiendo más y más. Aquella sensación, sus colmillos filosos succionando mi sangre, el sabor metálico en mi lengua y la atmósfera cargada de pasión y deseo culminaron en un orgasmo que me sacudió desde los pies hasta el último de mis cabellos. En ese momento no había dolor, no sentía nada más que la magia de su cuerpo ceñido sobre el mío. Se separó unos centímetros solo para jadear y cuando miré su rostro tenía sangre en los labios, en sus dientes manchados, en las esquinas de su boca. Se pasó la lengua por los labios saboreando la sangre espesa que era como una droga para él.

—Dios —fue la primera vez que le escuché pronunciar aquella palabra —. Sabes tan bien —se acercó de nuevo. Sus fluidos brotaban de mi sexo, resbalaban por mis muslos y manchaban las impolutas sabanas que cubrían la cama.

Cayó a mi lado rodeando mi cintura con su brazo, acercándome a su tibio cuerpo. Dejó algunos besos en mis hombros desnudos y continuó hasta llegar a mi muñeca girando esta para olisquear mi piel.

—Eres una droga, mi amor, una deliciosa droga que no me voy a cansar de probar cada día —no sabía si era el calor del momento, pero sus palabras solo lograron avivar aquella llama de pasión y perversión que seguía encendida y se negaba a apagarse.

Sin pedir permiso y sin profesar una palabra más enterró sus colmillos en mi muñeca, una vez más el dolor laceraba mi piel, ardía como el veneno pero se sentía tan bien que no lo detuve, solo dejé que saciara su sed de mi sangre hasta que estuviera satisfecho.

Me hubiera gustado decir que hicimos el amor tantas veces quisimos pero aquello sería mentir, esa noche apenas me pude poner en pie para ir al baño. Corvan tuvo que ayudarme a limpiarme y recostarme en la cama porque me sentía morir. Y si aquella tragedia llegaba, si esa noche la muerte venía por mí estaría encantada de irme con ella. Pasé los últimos días de mi vida con las personas que amo y me amaron en ese momento. Tuve todo lo que quise en esta vida y fui feliz.

Abrí los ojos perezosamente, aún me encontraba en la cabaña pero Corban no estaba a mi lado. Dentro del baño se escuchaba el sonido de la regadera así que supuse que estaba dándose una ducha. Salí de la cama y entré al baño, pero Corban no estaba ahí y lo más extraño de todo esto es que no me sentía mal, ya no me dolía el cuerpo, ya no sentía que los huesos se me iban a romper con cada paso dado. Ya no me sentía morir.

Cerré la puerta y giré sobre mis talones, mi espalda chocó contra la puerta al ver frente a mí a un hombre, Mi respiración se agitó, mis manos sudaban, mi pecho subía y bajaba. Era alto y delgado con los pómulos marcados y la piel casi grisácea, debajo de los ojos tenía marcadas ojeras negras que contrastan con lo pálido de su piel. Vestía completamente de negro, como sus grandes ojos que eran dos pozos sin fondo. Miré su mano izquierda, sostenía una hoz, con la hoja afilada, curva y larga. Tan guapo como tétrico.

—¿Qui-quién eres? —de pronto la atmósfera se sintió tan fría que la habitación parecía un congelador.

—Es hora de irnos, Lorian —aquella voz cruda y ronca provocó escalofríos en mi piel —. Tu momento ha llegado.

—No —jadeé horrorizada. Extendió su mano para que la cogiera pero me negaba a hacerlo porque sería dejar de luchar, darle la victoria a Freya y eso no estaba a discusión —. No voy a ir contigo a ningún lado.

Una especie de neblina se extendió por el suelo de la habitación, mi respiración salía en forma de vaho que se perdía arriba de mi cabeza.

—¡No voy a ir contigo! ¡Vete, vete! —dio un paso atrás y en un parpadeo Freya apareció frente a mí. Una especie de resplandor rojo la iluminaba, acentuando mucho más la maldad de su ser.

—Mi querida niña —pegué la espalda contra la pared, como si pudiera fundirme con la madera y así desaparecer de su escrutinio —. Tan bonita como rebelde.

Mi boca se selló, no podía hablar, no podía gritar.

—Tú solo eres el medio para conseguir lo que quiero y más tarde que temprano ese vampiro que tanto jura amarte cederá a mis peticiones —negué con la cabeza. Freya chasqueó la lengua antes de hablar —. Oh sí, claro que lo hará. Lo siento tanto —dijo burlesca —, pero solo así Corban va a ceder y hará todo lo que le pida. Vamos querida amiga, su hora no ha llegado, todavía.

Ambas desaparecieron frente a mí, dejándome sola de nuevo con este miedo que me tenía paralizada. Mi cuerpo se sacudía y por más que quería despertar no podía, se sentía como si me encontrara suspendida en un largo sueño.

****

Su cuerpo se agitaba, se sacudía y no podía despertarla. Se encontraba en un profundo sueño que la alejaba de mí. Tenía miedo pero este no nubló mi vista, al contrario, el miedo me abrió los ojos y pude vestirla rápidamente para sacarla de ese lugar. Su cuerpo lánguido en mis brazos, sus bonitos ojos cerrados, la sangre seca en su nariz, yo corriendo a través del bosque para llegar más rápido a la casa y atenderla. En ese momento no me importó que el auto se quedara en la cabaña, ahora solo importaba ella.

Llegamos a la casa y la puerta de la cocina se abrió estrepitosa, mamá esperaba detrás.

—Llévala a la habitación —sin preguntar nada subí y la recosté en la cama. Mamá y Caden no tardaron en subir y entrar.

—No sé que tiene —me llevé una mano a la cabeza —. Estaba dormida y de repente empezó a convulsionar, le salía sangre de la nariz y después no despertó —cubrí mi boca con ambas manos.

Mamá se sentó al lado de Loo, cogió una de sus manos y cerró los ojos con fuerza.

La puerta se abrió de nuevo y un furioso Curtis entró yéndose en mi contra.

—¿¡Qué le hiciste a mi hija!? —en otro momento lo hubiera arrojado contra el suelo por tocarme pero hoy estaba roto y no tenía fuerzas para nada. Solo quería que Lorian despertara —. ¡Responde!

Mamá siseó levantando un dedo.

Caden cogió a Curtis de los hombros y lo sacó de la habitación para llevarlo al pasillo.

—Le vuelves a poner un dedo encima a mi hijo y te juro que te corto las manos.

—Mira como está mi hija —señaló a Lorian quien no daba señales de querer despertar —. Toda la culpa es de tu hijo —espetó. El agarre de Caden en las ropas de Curtis se hizo fuerte.

—Lo único que mi hijo ha hecho es cuidar de ella cada día así que no culpes por nada —la sangre hervía y quemaba su ser.

—Freya quiere a Corban y mi hija es el medio para llegar a él. ¿No tiene la culpa de nada? —Caden iba a decir algo pero Bór junto a Eamon y Luci llegaron para separarlos.

—No hagan esto, no aquí —habló Luci. Curtis se apartó y entró a la habitación. Pasados unos segundos mamá soltó su mano y suspiró, fue un suspiro cargado de tristeza y dolor. En ese momento supe que nada iba bien y que las cosas no se iban a arreglar.

—Lo siento pero no hay nada de que hacer. Sus órganos están fallando, su corazón está débil y solo debemos esperar lo inevitable.

El rostro de todos se transformó, pasó de la ira al miedo y la desolación. Curtis en particular se rompió en ese momento, cuando le dijeron que su hija estaba a nada de morir.

—No, no, no me digas eso —mamá se hizo a un lado cuando se acercó a Loo y cogió su mano con cuidado —. Tiene que haber algo que podamos hacer, no voy a dejar que mi hija muera.

—Hemos hecho todo lo que está en nuestras manos —arrastró la mirada en mi dirección. Me encontraba en una esquina de la habitación, la espalda pegada a la pared, llorando como no lo había hecho nunca.

—Tú —dijo enojado —. Tú puedes salvarla.

—No sé de que hablas —murmuré.

—No voy a dejar que mi hijo vaya con Freya —intervino mi madre.

—¡Pero sí condenas a mi hija a una muerte segura! —escupió cual perro rabioso —. ¿Quién merece la pena vivir? ¿Mi hija que no le ha hecho daño a nadie o Corban quien es un asesino, cruel y despiadado?

—Eso no está en discusión, Curtis —se metió Caden —. No vamos a sacrificar a nadie —ignoró las palabras de Caden.

—Ustedes ya han decidido sobre la vida de mi hija —apretó su mano —. Si la amas como dices hacerlo ve con Freya, únete a ella y a nosotros déjanos en paz.

—No voy a dejar a Lorian —aparté las lágrimas de mis mejillas —. La amo.

—Solo eres un bastardo egoísta —masculló con los dientes apretados.

No me dolieron las palabras de Curtis, me dolió que siguiera creyendo que no amaba lo suficiente a su hija como para no hacer lo que sea por ella. Daría mi vida de ser necesario con tal de verla bien, sana y salva de cualquier mal.

Salí de la habitación encontrándome con Enid en el pasillo, preguntó que sucedía pero la ignoré y salí de ahí. No quería ver a nadie, no quería saber nada de nadie.

Todos ya sabían lo que estaba pasando con Lorian, llamaron a Isla para que viniera a despedirse de ella y como era de esperarse estaba deshecha, todos los estábamos. Thea rogaba al cielo que su hija saliera de esta, era capaz de venderle su alma a Freya con tal de que Lorian se recuperara pero sabíamos que ella no quería nada de nadie que no fuera yo. Todos lo sabían y nadie me dijo nada, me ocultaron la verdad cuando pude hacer esto desde el inicio y evitarnos todo este dolor.

Escuché pasos caminar en mi dirección. Ya casi amanecía, el sol dejaba ver los primeros rayos de luz detrás de las montañas que se iluminaban a su paso. Caden llegó hasta mí y se quedó de pie a mi lado, miré de reojo sus zapatos y en un segundo estaba sentado a mi lado.

—Gracias por lo que hiciste hace rato.

—Eres mi hijo, te voy a defender a ti y tu hermana de quien sea.

—Pero Curtis es tu amigo.

—Nadie toca a mis hijos —zanjó. Ambos observamos como la noche daba paso al día, a un nuevo día.

—¿Por qué nadie me dijo los verdaderos planes de Freya? —indagué.

—¿Iba a cambiar algo si lo hacíamos?

—Cambiaría todo —respondí —. ¿Te puedo preguntar algo?

—Dime.

—¿Qué harías tú por mi madre? —soltó una risita.

—Creo que le preguntas a la persona incorrecta. Cuando sacrifiqué mi vida por ella y lo haría de nuevo sin pensarlo.

—Y ahora que sabes todo lo que perdiste todos estos años, ¿no te arrepientes de dar tu vida por la de ella? —negó con la cabeza.

—No, porque más que perder he ganado mucho —lo miré directamente a la cara —. ¿Por qué me preguntas esto?

—Porque quiero estar seguro de la decisión que voy a tomar —me quise poner de pie pero cogió mi suéter para que me quedara en mi lugar.

—Corban, sé que me tienes rencor por no estar con ustedes todos estos años pero te amo, eres mi hijo y te amé desde el primer segundo que supe que era padre.

—Lo sé y no te odio —sonrió.

—Piensa muy bien lo que vas a hacer porque entregarse a Freya no es cualquier cosa, le darás tu obediencia, tu voluntad, tu alma...—lo detuve.

—Mi alma no podrá tenerla jamás porque esa le pertenece a Lorian, hoy le entregué mi alma a ella.

—¿Y tu obediencia? Freya no es tonta, hijo.

—Lo es si cree que después de todo lo que hizo se va a salir con la suya.

—¿Qué estás planeando? —frunció el ceño.

—Lo sabrás a su tiempo —hice el amago de ponerme en pie pero esta vez fui yo quien no lo hizo —. ¿Te puedo pedir un favor?

—Lo que sea.

—Dile a mamá y a Enid que las quiero con el alma y que nunca quise que las cosas terminaran así pero que así debe ser. Que me perdonen por esto pero era necesario para salvarle la vida a Lorian —asintió con la cabeza. Una sonrisa triste se dibujó en sus labios.

—Hijo —su mano ascendió por mi mejilla —. Te quiero y me siento orgulloso de ti.

—Yo también te quiero a ti, papá. Sé que no vas a decir nada hasta que sea el momento correcto, ¿verdad?

—Es una promesa de un padre a un hijo.

Esta vez me puse de pie y avancé por el pasillo, metí las manos a los bolsillos de mi pantalón y me detuve frente a la puerta de la habitación donde reposaba Lorian. No había nadie cuidando así que entré cerrando la puerta.

—Me hubiera gustado quedarme más tiempo —me senté en la silla al lado de la cama —. Compartir más momentos como ayer —pasé el dorso de su mano por mi mejilla —. Pero no va a ser posible, tengo que irme y dejarte, tengo que romper cualquier lazo que me ate a ti y sé que una parte de mí va a morir en el momento que lo haga pero es necesario para que tú estés bien. No sé si me puedes escuchar, espero que sí. Solo quiero que sepas que eres mi todo, por ti mataría, por ti sería un buen hombre solo para merecer tu amor. Y tal vez me odies por lo que estoy a punto de hacer pero no hay otra opción. Te amo, Loo, te amo como el calor de mil soles, te amo una galaxia completa, el universo entero. Te amo más que a mi propia vida porque todo empieza y termina contigo.

Me puse de pie, me acerqué y dejé un cálido beso sobre sus labios agrietados.

—Ég elska þig litla morgunsólin mín. Hugsaðu um mig því ég mun ekki gleyma þér.*

*Te amo mi pequeño sol de la mañana. Piensa en mí porque yo no te olvidaré.

Aparté los cabellos de su rostro antes de abandonar la habitación, miré en dirección al pasillo y papá se encontraba en el mismo lugar donde lo dejé. Regresé a su lado pero esta vez no me detuve, salté desde el segundo piso aterrizando en el jardín trasero. Metí las manos en los bolsillos de mi suéter y me adentré en el bosque ante la mirada de mi padre que seguía sentado en su lugar.

En ese momento y con el corazón hecho piedra rompí cualquier lazo que me unía a Lorian, ya no la podía sentir y saber como se encontraba, ya no la podía escuchar en mi cabeza, su olor se había esfumado y el calor de su cuerpo me abandonó. Mi rostro era una máscara de indiferencia y crueldad como lo era antes, como debió ser siempre. Desde ese momento rompí cada una de las promesas que le hice, conocerían lo peor de mí pero no me importaba con tal de que Freya cumpliera y le regresara la vida.


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¿Qué tal el capítulo?

Espero les estén gustando los capítulos finales, quedan 12 a partir de este : (

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