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Capítulo 12 ♛

Caine

Miraba el vasto horizonte, donde lo que fingía ser el sol se ocultaba entre aquellas montañas oscuras y siniestras, llenas de obstáculos y trampas para que el pobre cristiano que se atreviera a salir o querer entrar muriera desgarrado por los horrores que se escondían dentro del profundo y lúgubre bosque que Freya mandó construir hace años.

—¿Dónde estabas? —esperé que llegara hasta mí para encararla. La quería ahorcar y que dejara de respirar pero para mi mala suerte no moría. No moría. Maldecía la hora en la que me vine a meter en este lío y del que ahora me era tan difícil poder salir.

—Fui a dar una vuelta —le dije sin ánimos de estar discutiendo. En este momento lo que menos quería era pelear con ella, llegar a odiarla mucho más de lo que ya lo hacía.

—¿A dónde? —se cruzó de brazos frente a mí.

—Freya...—le pedí con un tono de voz afable, tranquilo, sin levantar la voz —. Ahora no —bajé el brazo y ella lo cogió apretando mi mano. Buscaba una imagen, un pedazo de memoria que le dijera donde estuve y con quien —. No vas a encontrar nada —la empujé contra la pared en un gesto brusco. Algo que ella disfrutó en demasía porque un jadeo abandonó su garganta.

—Me gusta cuando eres rudo —subí la mano a su garganta para apretar solo lo debido —. ¿Estás enojado, Caine Morningstar? —acercó su cuerpo al mío.

—Cierra la boca —la miraba a los ojos. No había nada bueno en ellos, ni una pizca de bondad o divinidad como la tenía Bryony o hasta la misma Enid. Freya era el mal en su más pura esencia y la maldita disfrutaba tanto ser quien esparciera la oscuridad por la tierra.

—Bésame, Caine, hazlo —sin dudarlo ni un segundo apreté mis labios a los suyos. Su lengua bífida salió filosa para enlazarse con la mía en un baile perverso cargado de pasión y deseo, porque eso es lo único que había entre ella y yo. Yo lo sabía y ella más que nadie estaba consciente de eso.

Sin soltar su garganta me acerqué mucho más, quería devorarla por completo, saciar mis deseos bestiales que me pedían follarla sin piedad, pero cada que cerraba los ojos la veía a ella, su cabello corto y rubio, sus ojos color miel, esa boquita que me incitaba a pecar y me pedía a gritos profanar su cuerpo, el templo al que le iba a rezar el resto de mi vida.

Abrí los ojos y ahí estaba ella, no era el demonio de Freya, era ella, una Edevane quien se robaba mis suspiros y mis sueños para convertirlos en pesadillas cada vez que despertaba y no la encontraba a mi lado.

—Caine —sus labios se abrieron lentamente, se mojó los labios y parpadeó, tan despacio que aquel movimiento se me hizo abrumador e hipnótico.

—Dios —la miraba a los ojos —. Eres tan hermosa —acuné sus mejillas entre mis manos sin dejar de observarla ni un segundo. Me parecía la cosita más dulce y hermosa de todas, perversa y encantadora, fascinante y maravillosa —. Me encantas —sonrió.

Bryony iba a tener que poner un hechizo sobre su hija para que no pusiera mis sucias manos sobre ella. Porque el día que naciera sería mía y de nadie más, pero por desgracia tendría que esperar dieciocho años para poder tocarla o tan siquiera pensar en la posibilidad de acercarme.

—Caine...—parpadeé y su imagen desapareció frente a mis ojos, trayendo solo desgracia a mi vida. Me aparté de Freya poniendo distancia entre nuestros cuerpos. Ni siquiera podía pensar en la posibilidad de poner mis manos en ella cuando de nuevo aquella chiquilla se metía en mis pensamientos —. ¿Qué demonios pasa contigo?

—Déjame en paz, me hartas —le di la espalda y desaparecí de su vista para adentrarme en las profundidades del infierno. Solo quería desaparecer de ese lugar, ya no estar atado a su existencia, a este sitio que me recordaba los peores años de mi vida pero al que regresaba cada vez que necesitaba pensar con claridad.

Las puertas del abismo se encontraban cerradas, selladas de esquina a esquina para que ninguno de los príncipes pudieran salir y reclamar lo que era suyo. ¿Por qué no los mató? ¿Acaso la leyenda era cierta? Tal vez era verdad que solo entre ellos se podían matar ya que su padre los maldijo de esta manera por rebelarse, por darle la espalda y seguir a su hermano, mi padre. Al fin y al cabo Dios no era perfecto tampoco y no era tan bueno, por supuesto que no, de ser así no hubiera mandado a mi madre lejos de ese bastardo, no la hubiera condenado a vivir entre humanos y ser la reina de los brujos y madre de los demonios. Aunque ella también se lo buscó, porque su conocimiento fue una maldición más que una bendición.

—¿Dónde estás? —le pregunté a la nada. Apoyé las manos en las puertas de madera reforzada y suspiré. Dentro estaban los hermanos de mi padre, pasando por el mismo infierno por el que yo pasé una eternidad, toda una vida por rebelarme, así cómo él lo hizo.

Tal vez estaba en nuestro destino que todos los Morningstar se rebelaran en contra su creador.

Lorian

—¿Qué? —fue lo primero que pude preguntar en el momento que mi madre nos dijo que los Edevane ya no iban a vivir con nosotros. Mi corazón dejó de latir un segundo para seguir su movimiento pausado.

—En este momento deben estar limpiando la casa —explicaba mi madre.

—Pero...—miraba a Titi, esperando que me dijera algo, lo que fuera. Buscaba ayuda en sus cafés luceros pero en ellos no había nada más que dudas al igual que en mí. Deslizó la mano por encima de la mesa y cogió la mía sin decir nada.

—Sé que te llevas bien con Enid —habló mamá sirviendo la comida. Se giró para poner los platos sobre la mesa y justo en ese momento papá iba entrando, sonrió al vernos y fingí estar feliz pero por dentro mi corazón era una pasita fea y arrugada —. Hola, cariño —se saludaron con un beso en los labios.

—Sí, debe ser eso —Titi apretó mi mano de nuevo y saludó a mi padre que se lavaba las manos —. ¿Y cuándo se van? —le pregunté.

—¿Quién se va? —papá miró a mamá confundido.

—Bry, Enid, Corban y Bór —le respondió —. Los mellizos abrieron la reja y rompieron el hechizo, ahora han decidido regresar a su casa —suspiró.

—Sabíamos que eso podía pasar —comentó papá a lo que mi madre medio sonrió. No le gustaba tanto la idea de que su mejor amiga se fuera.

—Lo sé. Además estarán a solo unos minutos de casa —asintió y se sentó frente a nosotras.

—¿Dónde está Boone? —miró el lugar vacío de mi hermano.

—Debe estar en la mansión, ayudando —nos limitamos a comer y dejar a un lado el tema de los Edevane, sé que detestaba a Corban y no lo quería a mi lado pero por alguna razón sadomasoquista tenía la idea de que tal vez si nos acercábamos los suficiente cabía la mínima posibilidad de que él y yo...Pues nos lleváramos bien.

Demonios. Era mi compañero y estábamos peor que los perros y los gatos.

—No has dicho ni una sola palabra de todo esto —murmuró Titi a mi lado. Nos encontrábamos acostadas en la cama, mirando el techo con la música de fondo. Seduction de Alesana sonaba bajo, pero con esa voz lacerante de fondo, provocaba que mi corazón doliera mucho más.

—Creo que no tengo nada que decir —murmuré también. Titi apretaba mi mano con delicadeza.

—Puedes decir lo que sea, al menos di algo. Tu silencio me aterra —giró la cabeza para mirarme.

—Te soy sincera —asintió y la miré —. Pensé que tal vez si nos conocíamos un poco más me iba a terminar gustando una pizca, pero él lo único que quiere es estar lejos de mí. Lo más lejos que se pueda —acepté con dolor. Pasé saliva, tragándome ese nudo de pena y tristeza —. ¿Qué va a ser de mí, Titi? Voy a morir, será así.

—No digas eso —se escuchó molesta —. No vas a morir.

—Estoy condenada y lo sabes —sacudió la cabeza y negó a llorar.

—Jamás voy a dejar que mueras por su culpa, antes lo mato —sonreí y me abrazó fuertemente. Para ser solo una bruja tenía mucha fuerza.

A los lejos, en lo más profundo del bosque escuché ruidos, gritos y llantos que provenían de algún lugar.

—¿Escuchaste eso? —Nos separamos y me puse de pie rápidamente. Me asomé por la ventana pero no se alcanzaba a ver nada. Titi llegó a mi lado y ambas miramos a través del vidrio pero no había nadie. El sol casi se metía permitiendo que todavía hubiera un poco de luz.

De nuevo aquellos gritos lacerantes llegaron hasta mí. Ramas rompiéndose, pisadas fuertes y súplicas.

—Ahí está de nuevo —le dije a Isla pero ella no lograba escuchar nada. Apagué la música y abrí la ventana.

—¿Qué haces? —puso una mano en mi brazo —. ¿Qué crees que haces? —señalé el suelo y ella negó de inmediato —. No lo hagas.

—Titi —saqué medio cuerpo fuera de la habitación pero Titi se aferraba a mi brazo con la intención de no soltarme.

—Mejor hay que decirle a tu padre, es el oficial, la ley en este lugar.

—Esto es algo de demonios, Titi —me suplicaba con la mirada pero yo me negaba a ceder.

—Loo —me pidió una última vez antes de arrojarme al vacío y caer de pie sin un rasguño. Miré a Titi quien salió despacio por la ventana y con mucho cuidado bajó por una enramada que se encontraba a un lado —. Estás loca, demente —seguimos el rastro que me conducía a quien sabe donde. Una de las ventajas de ser un licántropo era mi excelente audición y olfato, así que no se me dificultó encontrar el camino por el que aquellos seres habían pasado.

—No hagas ruido —le pedí a Titi, venía detrás de mí abrazada a su cuerpo, temblando y mirando a cada lado —. No va a pasar nada.

—Usualmente dicen eso cuando están a punto de morir descuartizados —se quejó.

—Deja de ver tantas películas —me reí.

—Las películas te advierten de momentos como este, que se supone debes evitar para que el asesino psicópata no te atrape —negué con la cabeza. Levanté el brazo a la altura de mi pecho, observé el suelo, usando mi magia pude apreciar tres pares de pisadas que se iluminaron de color amarillo, dos eran grandes, como las de un hombre y la otra era pequeña, pero no iba caminando sino que la llevaban arrastrando.

—¡Por favor! —Titi se detuvo de golpe —. ¡Ayuda! —era una mujer —. ¡Ayuda!

—Loo —Titi se aferró a mi brazo con tanta fuerza que enterró sus dedos en mi piel, atravesando la tela de mi suéter —. ¿Qué hacemos? —preguntó trémula, casi colapsaba por el miedo.

—No temas —la miré a los ojos. Negó, pero antes de que pudiera hacer o decir algo ya estaba transformada en un lobo de pelaje rojo —. Quédate aquí —sacudió la cabeza.

—Ni loca te voy a dejar —me agaché para que subiera a mi lomo y eché a correr lo más que mis patas podían dar. Esquivaba los árboles con Titi en mi lomo, corría a través del bosque, daba grandes zancadas y el viento atravesaba mi pelaje —. ¿Dónde están? —me detuve de golpe al ver a dos hombres en medio de un claro a la mitad del bosque. En el suelo yacía una chica joven, quizá era unos años más grande que yo pero no más de dos o tres.

Titi se bajó y ambas nos quedamos mirando unos segundos en los que aquellos seres, que no eran humanos rodeaban a la chica, enfundándole más miedo del que ya recorría sus huesos y piel. Llevaban puestas unas túnicas negras que cubrían sus rostros y cuerpo, ni siquiera sus pies se alcanzaban a ver. Uno de ellos levantó el brazo dejando ver un cuchillo que brilló con la luz de la luna.

—Loo —miré a Titi y su pose de ataque me dijo que lo teníamos que hacer antes de que ellos terminaran lo que vinieron a hacer a este lugar —. No te voy a dejar —asentí y un parpadeo ya estábamos sobre ellos protegiendo a la chica que yacía en el suelo, casi desnuda y aterrada.

El sujeto que tenía frente a mí (el del cuchillo) se quitó la tela que cubría su cabeza, permitiéndome verlo detalladamente, era rubio y no era feo pero no era humano, sino un demonio que dejó ver sus ojos negros, cubiertos por la oscuridad.

—¿Qué le iban a hacer? —Titi detrás de mí, cubriendo mi espalda y yo la suya, protegiendo a esa chica indefensa.

—Un sacrificio para Freya —dijo el otro tipejo —. Y ustedes no lo van a arruinar —espetó.

—No les vamos a poner las cosas fáciles —habló Titi. Fue la primera en atacar a su rival, mientras que yo me daba tiempo a contemplar a la presa. Era como un juego en el que el lobo estudiaba los movimientos de la gacela, escuchaba el latir errático de su corazón, la sangre correr por sus venas, el movimiento de sus ojos, cada paso que daba.

Va a intentar apuñalarme. Eso hará.

Pensé en el momento que Titi detrás de mí se defendía con uñas y dientes. Para ese momento, justo ese momento el demonio saltó frente a mí, unos metros despegado del suelo con el cuchillo en alto dispuesto a enterrarlo en mi costado, pero fui más rápida y abrí el hocico atrapando su cuerpo entre mis colmillos filosos que no dudé en enterrar y apretar. La hoja del cuchillo me rasgó la pata izquierda pero eso no fue impedimento para que lo desgarrara y llevara contra el tronco de un gran árbol para ahí destrozar su cuerpo por completo. Arranqué su cabeza de raíz, un brazo que fue a dar metros más allá y toda su ropa. Estaba llena de rabia y solo quería sacarlo a como diera lugar.

Miré de reojo a Titi, quien estaba anclada al suelo con aquel sujeto frente a ella de rodillas, sus manos apresando su cabeza haciéndolo sufrir. Di un par de pasos hasta llegar a él y arrancar su cabeza como si se tratara de un muñeco de plástico. Levanté la mirada cuando sentí otra presencia, además de la chica que yacía en el suelo, hecha bolita temblando de miedo.

Detrás apareció Corban, quien no dejaba de mirarme y observar la escena frente a él. Me pasé la lengua por los dientes, mostrando mis colmillos, dejándole saber que no era el único peligroso aquí y que yo también podía ser letal. Quedé frente a él, cuando el dolor por la herida me caló los huesos y caí al suelo.

Corban

Su perfume atravesó mis fosas nasales, provocando un estremecimiento en mi piel. Estábamos en la mansión, arreglando todo para cuando nos mudemos, limpiando y quitando unas cuantas telarañas en las esquinas de las paredes. En ese momento giré la cabeza hacia una de las ventanas y aquel perfume se intensificó mucho más. Boone y Enid venían bajando las escaleras con algunas cajas con basura y cortinas sucias.

—Ahora regreso —les informé saliendo de la propiedad. Corrí lo más rápido que pude, atravesando el frondoso bosque que se extendía a lo lejos. Me detuve de golpe al escuchar algunos gemidos lastimeros, se podía sentir el dolor emanar de alguna parte, así que me acerqué lentamente hacia el claro en medio de aquella oscuridad.

Mis ojos se enfocaron a una loba de pelos rojos, grande, con patas largas y bastos luceros azules.

Conejita.

Se acercaba a mí, pasando su lengua por los dientes. Miré detrás de ella y en uno de los árboles había restos de un hombre, su cabeza a un lado arrancada por completo de su cuerpo o lo poco que quedaba de él. A su lado se encontraba Isla, de rodillas mirando otro cuerpo sin cabeza y unos pasos más allá una chica que lloraba hecha bolita en el suelo.

Lorian cayó al suelo, Isla se apresuró a su amiga, me agaché notando una herida en su pata izquierda. En ese momento Lorian regresó a su forma humana, dejando su cuerpo al descubierto, la misma que cubrí con la chaqueta que llevaba puesta.

—No me toques —apartó mi mano en el momento que hice el amago de poner la chaqueta sobre sus hombros.

—Hace frío, no seas necia —me miró ceñuda. Estaba molesta y no me quería a su lado. A regañadientes obedeció y dejó que le ayudara a ponerse en pie para salir de este lugar.

—¿Qué vamos a hacer con la chica? —preguntó mirando sobre su hombro. La pobre mujer temblaba por el miedo, aterrada sin poder moverse de su lugar.

Le hice una seña a Isla que se acercó a su amiga porque no podía sostenerse por la herida que tenía en la pierna izquierda.

—Ven aquí —le dije a la mujer que nos miraba horrorizada —. ¿Cuál es tu nombre? —quité los cabellos de su rostro, tenía unos bonitos ojos de color esmeralda.

—Mi-mi nombre es Cecile.

—Bien, Cecile —puse mis manos en sus sucias mejillas —. Vas a ir a casa, vas a olvidar todo lo que pasó esta noche y los días atrás. Vas a regresar a tu casa sin hablarle a nadie, sin detenerte y cuando llegues te vas a dar un baño y vas a dormir. ¿Entendiste? —asintió lentamente —. Ahora ve.

Pasó al lado de Isla y Lorian, sin mirarlas y desapareció entre los árboles y la maleza. Regresé con ellas y salimos del bosque a los pocos minutos.

—¿Qué se supone que hacen a estas horas de la noche en medio del bosque matando personas? —pregunté. Salimos a la calle que se encontraba sola pero bien iluminada.

—Nada —respondió Isla. Las miré mal a las dos. Lorian se quejaba porque iba descalza y sin ropa, temblando por el frío pero sin decir nada.

—¿Nada? ¿Cómo que nada? Mataron a dos hombres.

—No eran dos hombres —dijo Lorian —. Eran dos demonios que querían sacrificar a esa pobre chica como un tributo para Freya —se abrazó en el momento que el frío azotó su cuerpo.

—Como sea, de todos modos los mataron —les dije. Lorian se quejó de nuevo ya que el suelo estaba cubierto de piedritas —. ¿Puedes dejar de ser una niña malcriada y puedes dejar que te ayude? —me detuve de golpe. Iba dos pasos adelante pero se detuvo y masculló un sí que sonó más a un gruñido.

—Está bien —me acerqué a ella y la cargué en mis brazos para llevarlas a un lugar seguro —. ¿A dónde vamos? —preguntó curiosa.

—Vamos a un lugar seguro, donde te pueda curar —nuestros ojos se encontraron y desvió la mirada —. Además necesitas ropa —miré su cuerpo semidesnudo y sus mejillas se pintaron de color carmín, del mismo color de su cabello.

—Pues ya qué —a un lado escuché a Isla reírse bajito. Venía a nuestro lado, sin decir nada pero nos miraba a cada rato.

Lorian tampoco decía nada, evitaba mirarme, o tocar de más pero cuando casi se cae de mis brazos se aferró a estos como si fueran su ancla. Reí un poco. Llegamos a la casa de Camille, que en este momento se encontraba en la mansión arreglando todo para regresar a vivir allá.

La dejé en el suelo cuando cruzamos la puerta y encendí las luces de la sala. Las dos entraron tímidas, aunque ya conocían este lugar y Lorian ya había estado aquí muchas veces.

—Déjame revisar la herida —le pedí. Se sentó en el sofá subiendo los pies, levantando la chaqueta para poder observar la herida que no era muy grande pero sí profunda. Con los dedos palpé alrededor de esta, sangraba poco y lo bueno es que no era letal.

—¿La puedes ayudar? —le pregunté a Isla. Me miró unos segundos y después miró a su amiga.

—¿Me viste cara de curandera o qué? —reí sin mostrar los dientes.

—Entonces me toca a mí —froté mis manos una con la otra y las acerqué a la pierna de Lorian, pero antes de tocarla me detuvo enroscando sus dedos alrededor de mi muñeca.

—No me toques —me miraba atenta, con coraje.

—No te voy a tocar, no te quiero tocar —le aclaré. Bufó y sus ojos pasaron de su ya habitual color azul a uno ámbar que tampoco me disgustó.

Soltó mi muñeca y solo así pude poner mis manos sobre la herida. Estas emitieron un color blanco brillante mientras la herida sanaba de a poco. Tanto Lorian como Isla miraban atentamente lo que hacía, hasta que aparté mis manos de su pierna y me corrí unos centímetros lejos de ella. Entre más lejos estuviéramos, mucho mejor.

—¿Qué hacían ahí, poniendo su vida en peligro? —enarqué una ceja.

—Escuché gritos y no dudé en ir en su ayuda —encogió un hombro.

—¿Así sin más? ¿No te pusiste a pensar en que podía ser una trampa? —ambas se miraron cómplices —. No lo puedo creer —me froté la frente con dos dedos.

—No lo pensamos —musitó. Como si temiera que le fuera a hacer algo, aunque la idea de darle unos buenos azotes no me pareció mala idea —. ¿En qué tanto piensas? —se cruzó de brazos.

—En nada —me puse de pie rápidamente yendo a la cocina por una cerveza. Camille tenía la casa llena de botellas de whisky, coñac y quien sabe que más tipo de alcohol así que no se me hizo raro que en la nevera hubiera una puerta llena de latas y botellas con cerveza.

Se dijeron algo que no quise escuchar y me quedé en el comedor mirandolas platicar.

—Corban —dijo Isla —. ¿Puedo pasar al baño?

—Por el pasillo a mano izquierda —señalé y se puso de pie. Desapareció por el pasillo y me acerqué a Lorian —. Tu padre va a estar muy molesto cuando se entere que andas en el bosque a media noche matando demonios —me miró por encima de su hombro.

—No te atrevas a decirle nada —se cruzó de brazos —. Si dices algo...

—¿Qué me vas a hacer? —quedé frente a ella sentado en el sofá. Subí el brazo al respaldo del sofá, mirando a Lorian que seguía cada uno de mis movimientos.

—Nada, ¿qué quieres que te haga? —alcé una ceja.

—Nada —murmuró sin mirarme a los ojos, lo que me dijo que mentía y de una manera tan descarada.

—Fingiré que te creo —la miraba atento. La herida ya había sanado por completo —. No deberías andar por ahí en el bosque, ¿se te olvida que hay una secta cazando personas?

—¿Se te olvida que he vivido en este lugar toda mi vida? ¿Qué me puedes decir que no sepa ya? —se puso altanera —. No eres nadie para decirme lo que tengo o no que hacer. Creo que esta noche quedó demostrado que me puedo cuidar sola —se mantuvo de brazos cruzados. De sus labios no borraba esa sonrisa arrogante que tanto la caracterizaba, y por alguna extraña razón me gustó verla en ese estado. No era vulnerable y lo demostró, tampoco se arrepintió de matar a esos demonios y creo que al final teníamos mucho más en común de lo que yo quería aceptar.

—Te voy a decir la verdad, pensé que eras una niña más frágil e inocente —le confesé lo que en algún momento llegué a pensar de ella.

—Pues yo sigo pensando que eres un imbécil —se puso de pie —. Voy a buscar ropa —subió las escaleras sin mirar atrás. Isla no tardó en salir del baño, fue a la cocina por una cerveza y se sentó en el sofá frente a mí.

—Dime que no te vuelve loco —se llevó la botella a los labios y bebió sin dejar de mirarme.

—¿Tu amiga? —entornó los ojos.

—¿Quién más? Pues claro que ella. Lorian es una hermosa persona y si hizo eso sin pensarlo fue para ayudar a esa chica —empezó a explicar —. Dudo mucho que tú hubieras hecho algo.

—No me conoces —la señalé con un dedo en alto.

—No y tampoco sé si quiero hacerlo. Todo lo que Lorian me ha dicho de ti no es nada bueno —seguía atacando sin piedad —. Ha pasado toda su vida esperando por ti y ahora que te encontró te portas de esta manera —me miró despectiva —, eres todo un caso Corban Edevane —negó con la cabeza.

—¿Terminaste? —rodó los ojos —. Quiero mear —me mostró el dedo medio y me puse de pie para ir al baño. Subí al baño de una de las habitaciones de invitados y cuando salí pasé frente a la habitación donde se encontraba Lorian. Ya se había vestido y se miraba al espejo que estaba anclado a la pared. Me aparté y bajé las escaleras, Isla miraba las fotos que tenía Camille en la sala.

—Eras un niño encantador —me mostró el portarretrato donde estábamos Enid y yo en Islandia, teníamos unos siete años en esa foto —. Ahora eres un ser despreciable —dejó la foto en su lugar.

—Sabes que nada de lo que me digas me importa, ¿verdad? —me crucé de brazos —. No me interesa si te agrado o no, me tiene sin cuidado, Isla —iba a decir algo pero la presencia de Lorian la detuvo.

—¿Nos vamos? —la miré de arriba abajo.

—Tus padres deben estar preocupados por su retoño —pasó a mi lado, bufó y salió de la casa, detrás de ella lo hizo Isla y después yo.

Caminamos de regreso a la casa de los Cyrus, donde de seguro ya estaba mi madre y Enid. Salí tan deprisa sin dar explicaciones y ahora no podía decir el porqué llegaba con Lorian e Isla, tendría que mentir para salvarle el pellejo a esa pequeña conejita pelirroja.

Empujé la puerta y dejé que Isla y Lorian entraran primero. Cerré la puerta encontrándome con Curtis, que me echó una mirada de odio que entendí a la primera.

—¿Dónde estaban? —les preguntó a Lorian e Isla —. Las buscamos en su habitación y solo desaparecieron —el pobre Curtis se veía preocupado por su retoño.

—Salimos a dar una vuelta —ahora su mirada felina se quedó fija en mí.

—¿Estaban juntos? —preguntó sin dejar de mirarme.

—Nos encontramos en la puerta —expliqué pasando a su lado. No me iba a quedar para darle explicaciones a Curtis, lo mejor que podía hacer era mentir para salvar a Lorian pero me iba a deber una.

Fui a la cocina donde mi madre junto a Boone y Thea preparaban la cena. Me senté en una de las sillas bajo la atenta mirada de los tres.

—¿Por qué te fuiste así? —preguntó Boone, mamá me miró también.

—Me aburrí —me encogí de hombros.

—Te voy a jalar las orejas, Corban Edevane —levantó una cuchara de plástico que no dejaba de agitar en el aire. Me dio risa verla así porque seguía pareciendo de veinte años pero ya tenía la madurez de una mujer de cuarenta años —. Al menos hubieras avisado que ya no ibas a regresar —se quejó.

—No tengo móvil, madre —dije lo que era más que obvio.

—Pues compra uno —respondió con el mismo tono de voz —. Tienes dinero así que mañana quiero que compres uno para que te comuniques —señaló.

—¿No se supone que deberías decirme que no quieres que use móvil? —alcé una ceja y cogí una manzana.

—No soy una madre normal, cariño —adoraba cuando me decía cariño. Siempre fue una madre amorosa y comprensiva.

Estaba claro que no era una madre normal, porque no era humana, era bruja, demonio, tenía un poco de divinidad y solo faltaba que fuera vampiro como Enid y yo. Y no olvidemos el hecho de que gracias al cielo no era un licántropo, ya tenía suficiente con los tres que vivían bajo este techo.

Terminamos de cenar y cada uno fue a su habitación, Luci junto a Eamon llegaron tarde y ya no cenaron con nosotros. Esta era nuestra última noche aquí ya que al otro día íbamos a llevar todas nuestras cosas a la mansión y dormir ahí como debía ser ya que esa era nuestra casa, el lugar donde el cuerpo de nuestro padre yacía al igual que el de Morgan y Bastian. Era una pena tener la casa para nosotros y no poder compartirla con el hombre que puso de su semilla para que Enid y yo naciéramos. Sabía lo mucho que mi hermana lo necesitaba y cuánto anhelaba sacarlo del lugar donde su alma se encontraba encerrada, por ella es que estaba haciendo todo esto, siempre haría lo que fuera por verla feliz.

A media noche no podía dormir, percibía una extraña sensación en el pecho, un sentimiento de devastación que me impedía cerrar los ojos y dormir como tanto deseaba. Salí de la cama para abandonar la habitación que fue mía solo por unos días, crucé el pasillo desierto y bajé a la cocina, donde, para mi mala suerte, me encontré con Lorian, quien preparaba un sándwich gigante. Al verme hizo el mismo gesto que yo y rodó los los ojos con hastío.

—Tú tampoco me agradas —respondí. Fui a la nevera para coger un poco de jugo y miré que más podía comer pero no había mucho, carne cruda, pescado y verdura. No me apetecía comer carne congelada, me gustaba más la fresca.

—Lo bueno de todo es que mañana te vas y no te voy a volver a ver —dijo. Me senté frente a ella. Me estiré para coger una tajada de jamón, quiso golpear mi dorso pero fui mucho más rápido que ella.

—Lo bueno es que no te voy a tener que ver —respondí a su ataque —. Ni tener que soportarte —fue hacia la nevera para sacar lechuga y quien sabe que más cosas. Pude apreciar sus piernas largas, su delgada cintura debajo de esa blusa delgada que me permitía ver sus pezones.

Sálvame de esta tentación.

Regresé a mi lugar en cuanto se dio la vuelta.

—Ya somos dos que piensan lo mismo. Vas a dejar de apestar esta casa a sangre —arrugó la nariz con asco.

—Y yo ya no voy a oler a perro mojado —mis palabras no la amedrentaron ni un poquito y aquella fue mi intención pero me llevé una gran sorpresa al darme cuenta de que no era así.

—Al menos yo no dejo cuerpos por ahí sin una gota de sangre —chasqueé la lengua.

—No, tú les arrancas la cabeza —eso fue un golpe bajo pero no me arrepentí.

—Vampiro acosador.

—Conejita siniestra —una sonrisa pretenciosa adornó mis labios. Guardó todo para sentarse frente a mí y devorar su sándwich.

—Eres un idiota, Corban Edevane —me deslicé cerca. Mi mirada siempre fija en la suya, no parpadeaba, atento a cada uno de sus movimientos.

—¿Sabes? Me gusta mi nombre ser pronunciado por esa boquita —De inmediato el color carmín se dibujó en sus mejillas pecosas y evitó mirarme a toda costa.

—Imbécil —devoró su sándwich sin decir nada. A veces me miraba de más y otras solo fingía no hacerlo, como si no pudiera sentir su mirada clara clavada en mi rostro.

Lorian Cyrus me sorprendía cada día que pasaba a su lado, pero me negaba a ceder y darle todo el control de esto. No le iba a facilitar las cosas al destino, no así. 


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