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CAPÍTULO DOS -ojos oceánicos

【 CAPÍTULO O2

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OCEAN EYES
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SE DISPUSO A SEGUIR AL PIE DE LA LETRA LAS INSTRUCCIONES DE AQUEL HOMBRE QUE A PARTIR DE ESE DÍA SERÍA SU JEFE, AL MISMO TIEMPO QUE ESCRIBÍA VELOZMENTE EN UNA AGENDA PARA NO PERDERSE DE NADA. Haley estaba segura de que si no guardaba todo acabaría por olvidar la mayor parte, porque para ser joven tenía una cabeza que sufría de perdida de memoria a corto plazo.

Desde el momento en el que había abierto los ojos esa mañana se había preparado un café bien cargado, ligándolo con un poco de leche, y por supuesto, dándole atención a su pequeña bola de pelos que se acurrucó en sus pies mientras ella leía el diario del que pronto formaría parte. Lyla se frotó en el suelo recién terminado su desayuno, y la siguió incluso al baño, esperando a que su dueña terminara su ficha para que la arrullara hasta su camita especial.

Haley se decidió por un conjunto sencillo de blusa, chaqueta y pantalón negro en tono profesional; para dar una buena impresión el primer día y se marchó casi media hora antes de la de llegada laboral.

Por eso, cuando Perry White la vio plantada en las bancas de la entrada se sintió levemente impresionado. Aparte de que esa puntualidad lo hacía sentir orgulloso de tener empleados tan eficientes, y con el buen humor y entrega de Haley no hizo falta más para que le cayese bien.

Por eso, para todos los trabajadores y periodistas del diario que los vieron pasar les resultaba increíble que el señor White estuviera tratando a una empleada de forma tan educada. Sobretodo por él era de todos menos agradable.

Y aunque sus razones tendría para que esa chica fuera tan especial como para merecer los buenos tratos, no pudieron evitar sentirse resentidos.

Luego de dar varias vueltas alrededor y mostrar a la nueva secretaria su simulado escritorio hasta que pudieran agregarle uno con placa de metal incluida, White alzó una mano para llamarla.

—Haley ven aquí, quiero presentarte a alguien— la castaña ejecutó la orden al instante, parándose al lado de su jefe una mujer de cabello pelirrojo y apagado, que le sonreía con calidez— ella es Lois, una de nuestros más completos reporteros. Lo, ella es Haley Rogers.

—Es un verdadero honor conocerla, señorita Lane. Llevo años leyendo sus  artículos en internet, son asombrosos— lo interrumpió y antes de que la pelirroja pudiese decir nada.

—Gracias. Es agradable saber que aún el lado joven de América sigue leyendo este diario...— Lois intentó que sonara como un chiste, pero fracasó en el intento. Así que simplemente se limitó a cambiar el tema bajo la mirada molesta de Perry— ...¡Rogers! Como el Capitán América.

—Me lo han dicho toda mi vida— asintió— lástima que no tenemos nada más en común que el apellido.

—Sé bienvenida, y no dudes en preguntar si tienes alguna duda.

—Vale, tomaré su palabra.

A primera vista el resultó tremendamente agradable, un ser bastante tierno que no se compararía al alma de cualquier ángel. Eso fue lo que significó la castaña para Lois en aquel momento, se conocieron solo un momento y ya podía ver a través de esa carita que no escondía nada más que eso.

¿Podía haber un ser humano igual?

Puede que sí, pero eso Haley no lo sabía.

Ni siquiera sabía que la mitad de las personas en ese sitio ya la odiaban y eso era solo el comienzo, porque en los días venideros harían de su vida un infierno con tal de que la despidiesen, o en todo caso, que ella misma pidiera la baja con tal de expulsarla y a su jodida sonrisa de oreja a oreja.

Pero por ese día apenas y comenzaba a conocer el lugar espacioso y rodeado de personas.

Tan atenta a las palabras que intercambiaban los reporteros y su jefe cada vez que se cruzaban con alguien nuevo.

Conoció a Sally, la que traía siempre el café. A Josh, el encargado de traer los modelos de la imprenta, y a Emmett, el brazo derecho de Perry. Iban en dirección a su oficina cuando el cuerpo robusto y enorme de una persona se coló como un poste en sus narices y Haley cayó de cueces al suelo. Chocando su trasero con las frías lozas bajo una mueca de dolor.

—Auch, madre mía.

—Perdone, no ví por donde iba— la voz baja y varonil de su poste ahora le hablaba desde arriba, notándose algo nervioso y extendiéndole la mano para que la tomara— Déjeme ayudarle, menuda caída ha sido.

Haley tuvo que tomarse varios segundos para recuperarse del impacto que había causado en sus sentidos el ver aquel par de ojos oceánicos, tiernos y melosos que la detallaban con curiosidad.

El hombre no podría estar allí delante de ella. Es más, estaba segura de que era una visión sacada del chichón que verdaderamente le había causado la caída y ahora tenía un sueño raro con un dios condenadamente atractivo.

Cabello negro azabache, mentón muy pronunciado masculino, labios pequeños y una espalda que era toda una muralla en la que perfectamente podría abrazarse gustosa ¡Qué morbo del momento la tenía con la cabeza en las nubes! Incluso los lentes que portaba lo hacían mil veces más deseable.

Sin embargo, Rogers simplemente sacudió la cabeza, intentando regresar a la Tierra y aceptar la ayuda del otro.

Cuando su mano sujetó la de él, casi que fui un salto producto a la ráfaga de corriente 360 que la bañó y casi la hace cantar Mamma mia solo para probar si eso realmente era el mundo real.

Desafortunadamente, la presencia de Perry fue la aguja que explotó su burbuja. Haciendo que las profundas miradas entre ella y el desconocido se cortaran, al igual que la magia del momento.

—Ten cuidado por donde caminas, Kent. La señorita Rogers es nueva y debe ser bien tratada— dicho esto se giró hacia la castaña  para advertirle antes de irse— Nos vemos en cinco minutos.

—Vale— asintió, quedándose finalmente sola con Miss Universe Man— Hola, soy Haley Rogers, y no te disculpes por lo de hace un momento. Suelo tener una vista bastante mala. Tengo miopía, puede que al igual que tú.

Debido a toda la carrera que había formado con sus palabras, el hombre no le quedó de otro que echarse a reír.

—Clark Kent, pero puedes llamarme Clark para dejar de lado las formalidades. Trabajamos en el mismo lugar y puede que de vez en cuando nos crucemos, así que mejor tratarnos de tú ¿No crees?

—Por mí perfecto, Clark— dijo casi al instante de soltar su mano. Tanto tiempo sujetándola resultaba hasta incómodo— estoy segura que conmigo por los alrededores nunca se aburrirán.

—Vaya, eso espero. Ya de por sí este sitio es peor que un cementerio.

—Si necesitas algo puedes llamarme y yo iré a buscarlo. No solo tú, sino cualquiera que le haga falta un favor. No solo ayudo al señor White.

Decir su nombre fue como llamarlo, pues nada más mencionar la última letra el moreno gritó a todo volúmen desde su oficina: ¡Haley!

—Tengo que ir— suspiró con nerviosismo.

—Todo está bien, nos vemos luego— Clark sonrió una última vez. Una sonrisa que estaba segura sería la más hermosa del mundo.

Entonces la castaña salió caminando a toda pastilla, más temerosa de que el hombre de espalda ancha se diera cuenta de sus mejillas ruborizada que del regaño de su jefe por tardar tanto.











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