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CAPÍTULO DIECISIETE -halloween y los niños

【CAPÍTULO 17】

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HALLOWEEN AND THE KIDS
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EL DÍA DE HALLOWEEN ERA UN MOTIVO DE FESTEJO ENORME EN TODO ESTADOS UNIDOS, DE LOS MEJORES Y MÁS CONOCIDOS. Así como también en el resto del mundo. Todas las personas decoraban sus hogares y vecindarios con adornos terroríficos (o lo que se acerca), las calles estaban llenas de adultos que iban y venían de diferentes fiestas, niños disfrazados pidiendo el tan conocido Truco o Trato, y las golosinas abundando por doquier.

Siendo Metrópolis una ciudad tan viva, todo lo contrario a los campos de Montana donde solo habían pocos pobladores de aquí para allá, para Haley esa celebración se había convertido en algo genial. Era lo más parecido y a la vez distinto a la Navidad que hubiera visto jamás.

Tanta era su emoción, que prácticamente había obligado a su novio y mejor amiga a decorar su balcón con murciélagos de goma y luces amarillas, por supuesto, con la presencia de Lyla ya tenía el escenario completo.

No obstante, decidió que para ser su primer Halloween en la ciudad no quería disfrazarse de nada, echando a perder los deseos de Clark por verla vestida con un traje vampireza o cualquier otro tipo de criatura que fuera condenadamente sexy.

Ante ello la castaña solo negó varias veces, entornando los ojos con burla. Todos los hombres eran igual de fantasiosos, pero ya luego de encargaría de sorprenderlo...

Le había dejado un mensaje de texto donde le explicaba que ese día iba a atrasarse en llegar a casa, debido a que acordó ayudar a una amiga con un asunto pendiente para cumplir esa tarde.

Diana la recogió en un taxi justo delante de las oficinas del Daily Planet, sonriéndole desde la ventanilla y haciéndole una seña con el dedo para que la siguiera. Ya de camino, aprovecharon el momento para tener una charla agradable, de esas que cualquier grupo de chicas necesita para pasar el rato.

— Creí que estarías feliz de verme después de tantos días ¿Dónde estuviste que no dabas señales de vida?

La castaña rió, contenta:

— No he ido a ningún lado. El trabajo me está consumiendo muchísimo eso es todo. Mas ahora en esta época del año donde son solo festejos: Halloween, Acción de Gracias, Navidad... ¡Todo lo relacionado con el mundo del reportaje explota!

— Sí, seguro. Déjame reír mientras te escucho mentirme otra vez.

— No es mi culpa que no creas en mis palabras, Prince —rió, apartando la vista hacia el cristal.

— Cambiando de tema... —aportó la pelinegra para atraer su atención de nuevo— ¿Puedes decirme por qué te impresiona cada cosa que ves afuera? Me estás comenzando a asustar.

— Es que es fantástico. La forma en la que arreglan todo, las personas, la cantidad de chuches, calabazas. En donde vivo apenas y ponen algunas luces. Muy pocos niños salen afuera a por el truco o trato porque los vecinos son tan tacaños que ni caramelos compran. Es en serio, nunca había visto tantos colores exceptuando la fiesta de Navidad o el día de mi cumpleaños, allí sí todo el pueblo celebra a lo grande.

— ¿Y cuando es tu cumpleaños?

— El 4 de julio.

La historiadora miró hacia el techo del auto entre negaciones ¿Cómo no se le había ocurrido antes?

— Cariño, apenas saliste del útero y lo primero que gritaste fue ¡América!

— Sí, me lo han dicho —asintió— Por cierto ¿A dónde me llevas? Estamos bastante lejos del centro y Clark se preocupará si no aparezco pronto en casa.

— Sé paciente, te agradará el... —la tranquilizó, dejando sus palabras a medias en cuanto su mente procesó la nueva información— ¿Y quién es Clark?

— ¡Oh! Es mi novio. Luego te lo presentaré, estoy segura de que te agradará —exclamó como si fuera lo más natural del mundo. Llevaba mucho tiempo tratando de acostumbrarse a la idea de utilizar la palabra “novio” en su vocabulario, y tenía que aceptar que le gustaba mucho.

La señorita Prince abrió mucho los ojos en medio de su gran sorpresa, entendiendo a la perfección el por qué su amiga llevaba aquella cara de perdida todo el tiempo.

— Es bueno oír que te llevaste al chico, Hals. Bien por tí —se giró, justo cuando el auto se detuvo frente a un gran edificio de pocas plantas— ¡Hemos llegado! Ya puedes bajarte y verlo por tí misma.

Haley, sin entender aún qué rayos estaban haciendo en un vecindario como ese, se bajó del vehículo para rodearlo y posicionarse justo al lado de su amiga.

Ambas observaron la fachada pobre y poco cuidada de las paredes de aquel sitio, al igual que el jardín desecho de la entrada, como si la falta de trato hubiese hecho que las flores y arbustos se marchitaran. A su cabeza solo pudo llegar la imagen de la vieja biblioteca del condado, en su hogar, que para la poca fortuna de los pobladores acabó derrumbándose el pasado año. Se habían perdido muchos libros, pero gracias al cielo las personas dentro se salvaron.

Aquel tipo de edificaciones eran peligrosas en un estado tan deplorable como ese.

— Es el Orfanato Bogart. El único en la ciudad —le explicó Diana sin apartar la vista del lugar— La alcaldía hace poco le comunicó al Consejo de Estado que los ingresos para mantener en pie este sitio estaban decayendo, el dinero solo alcanza para que los niños tengan una vida estable aquí dentro hasta que alguien los venga a buscar. Desafortunadamente, muy pocas personas lo hacen y también puedo contar fácilmente el número de casas de acogida con mi mano derecha.

La castaña suspiró profundamente, pensando en la cantidad de menores que se encontraban sin amparo, y ahora allí ¿Cómo debían sentirse en cuanto a sus vidas? ¿Estarían bien o su cuidado era tan horrible como el aspecto del propio orfanato?

No podía decir que comprendía bien el asunto, porque nunca había pasado por nada parecido y ni siquiera quería imaginarlo. Pero era inevitable no sentir lástima.

— Creí que nos dirigíamos hacia algún tipo de reunión aburrida.

Diana negó:

— Hace unos días escuché sobre este lugar y decidí que les daría un pequeño presente de Halloween —sonrió— He donado trescientos mil dólares como fondos monetarios para gastar en una buena renovación.

— D, eso es un acto muy generoso —exclamó— En serio.

— Eso es muy poco comparado al resto de personas que siguen sufriendo en el mundo, pero quiero creer que si ayudo a estos pequeños, voy a aportar otra pequeña parte para que la humanidad sea mejor

Ambas intercambiaron una mirada comprensiva, llena de complicidad.

— ¿Quieres entrar?

— Imagino que nos permitan verlos a todos.

— Claro, porque yo he traído el saco de Papá Noel conmigo —agregó, recogiendo la caja que el chófer había depositado a sus espaldas— El muy bastardo se nos adelantó un mes y aquí dentro están todos los obsequios para los niños que han sido buenos este año ¿Has sido una buena chica, Hals?

— A menos que tengas un tarro de Nutella en esa caja no creo ganarme el aprecio del abuelo.

— Venga, entremos.

Esa tarde fue como si por primera vez hubiera sido partícipe de un momento mágico, y ni siquiera podía comparar el día que conoció a Clark con su experiencia vivida en el Orfanato Bogart. Por tan solo tener toda esa cantidad de rostros angelicales estudiando con atención cada uno de sus movimientos mientras la encargada las presentaba, Haley pudo percibir que una sensación de calidez la llenaba. Una que solo sentía cuando veía la carita de Elias.

Eran quince niños en su totalidad, y llegó a aprenderse el nombre de cada uno mientras repartía a partes iguales los dulces y caramelos que llevaban dentro de una bolsa enorme. Los sonidos de risitas y aplausos se escuchaban en medio del reducido salón de visitas, porque mientras ellos disfrutaban de sus regalos y los disfraces que Diana les había llevado, no dejaban de agradecerles de la forma más inocente posible.

A veces les pedían un beso en la mejilla, o simplemente les regalaban un abrazo rodeándolas por la cintura, porque si algo sabían reconocer era una buena obra que debía ser recompensada, así fuera con lo poco que podían entregar.

En un momento en el que todos se separaron para jugar, Haley sintió como un débil agarre tiraba de su pantalón con insistencia. Cuando miró hacia abajo se encontró con los ojos ámbar de un encantador ángel.

— ¿Qué ocurre, cielo? —preguntó con una cálida expresión.

La niña dudó unos segundos, pero luego alzó ante sus ojos un objeto brillante y multicolor.

— ¿Puede ponerme mi tiara?

— Por supuesto, déjame ayudarte —respondió colocando la corona encima de su cabecita cuando ella le dió la espalda— Ya está. Toda una princesa.

— Gracias, señorita.

— De nada ¿Cómo te llamas, linda?

— Hayley, y tengo seis años —la mujer rió cuando la pequeña quiso mostrar la cuenta con sus dedos delante de su cara.

— ¿Sabes? Mi nombre es casi parecido, solo que sin la Y intermedia ¿Mucha casualidad, eh?

— ¡Sí, mucha! ¿Quiere venir a jugar conmigo?

— No me negaría. Vamos, vamos.

Había tenido experiencia con niños antes debido a que era muy joven cuando su sobrino nació, y hacer de niñera en las noches requería mucha energía y espíritu imaginativo para agradar. Por eso fue pan comido ganarse el cariño de los huérfanos.

Batió espadas, tomó el té y los ayudó a enfundarse en sus distintos disfraces mientras Diana la observaba desde un rincón.

Tendría que traerla la próxima vez que visitara ese lugar, de eso estaba segura. De lo contrario los niños, que no la olvidarían, iban a preguntar por ella todo el tiempo.

Debido a ese repentino apego, la joven reportera sintió sus ojos humedecerse a la hora de partir, cuando desde los ventanales, pequeñas manos se agitaban con emoción para despedirse de las dos.

— Sin duda han adorado los regalos y a tí —agregó la pelinegra, rompiendo el silencio en su camino de vuelta a casa— ¿Has pensado en ser madre?

— ¡Dios, no! —exclamó de golpe— Bueno, por lo menos no ahora. Me gustan los niños, pero no sé si quiera ser madre alguna vez. Quizás en el futuro, cuando sienta que soy lo suficientemente apta para una responsabilidad así.

— Ví que conociste a Hayley.

— ¿A tí también te pidió que le arreglaras el tocado?

Ella negó:

— No. Estuve hablando con la cuidadora y me dijo de ella y otros niños que fueron a parar allí luego de la Masacre en el Banco Provincial —Haley pudo jurar que su pecho se contrajo en el instante que la escuchó hablar sobre ese tema— Su madre trabajaba allí cuando ocurrió todo. Luego de eso, no hubo ningún pariente dispuesto a hacerse cargo de ella, y sin poder hacer nada más, la llevaron junto a los demás huérfanos del Bogart.

— No sabía... —susurró entrecortadamente— Es horrible.

— Lo sé, pero cuando pasan cosas así, no hay nada que podamos hacer.

Haley recordaba muy poco del día de la masacre, porque más que nada, la desesperación no le permitió pensar en otra cosa que en sus deseos de sobrevivir. Debido a ello no se percató de las demás personas que a su alrededor suplicaban por ayuda, o en otros casos, morían al instante.

Traer esas imágenes a su cabeza nuevamente causaban un impacto tremendo en su conciencia, porque se sentía mal consigo misma. No es que pudiera hacer algo en el estado de shock en el que se encontraba mientras se iba desangrando lentamente en el suelo, pero de haber podido hacer algo al estar consciente, hubiera tratado de salvarlos.

Esas eran las desventajas de ser solo humana.

Ver lo que las consecuencias de ese acto atroz causó para la sociedad era peor aún. Porque si malo fue no poder ayudar ese día, peor era ver cómo aún continuaba haciendo eco.

Al llegar a su departamento, el cansancio ya la estaba venciendo, por lo que cuando vio a su novio levantarse del sofá donde hacía unos minutos estaba acariciando el pelaje de su mascota, no dudó en lanzarse a sus brazos que la estrecharon con necesidad. Como si el hecho de pasar un día entero sin ella lo estuviera torturando.

Quería hablarle de lo que sucedió, de Halloween, de su encuentro con los huérfanos, de Hayley... pero estaba muy exhausta y triste para hacer otra cosa que no fuera aferrarse a su camisa y aspirar el aroma a pino de su colonia.

— Hals ¿Cariño, estás llorando? —ni siquiera se había percatado de ese detalle hasta que él lo dijo.

— Solo... abrázame y no me sueltes —sollozó por lo bajo, sintiendo cómo este obedecía apretándola contra sí— Clark...

— Dime, cariño...

— ¿Has pensado alguna vez en visitar un orfanato? —ambos se separaron un poco para mirarse directamente, él lo hacía con algo de ternura y ella solo intentaba deshacer ese nudo tan raro que tenía incrustado en el pecho— ...Porque sé de unas personitas que estarían muy felices de conocer a Superman.








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