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CAPÍTULO CUARENTA Y UNO -milagros

【 CAPITULO 41 】

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MIRACLES
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EL AMANECER SE MOSTRÓ POR COMPLETO CUANDO LOS PIES DE HALEY ROGERS TOCARON LA TIERRA HÚMEDA DE KANSAS. Delante de sus ojos los campos de la granja se veían incluso más bonitos bajo la luz de los rayos solares, casi tanto como un cuadro de óleo fresco o una fotografía para exponer en una galería de arte. La forma única en la que las plantaciones de maíz comenzaban a crecer de a poco, la silenciosa casa que se mantenía oscura a varios metros de distancia, el sonido de las hojas de los árboles alrededor... sin duda era un sueño en el que por primera vez podía sentir la presencia de Clark después de mucho tiempo.

A pesar de que ya no estaban flotando en el aire, la castaña no se atrevía a soltarlo o siquiera separar la mejilla de su pecho. De esa forma, podía sentir el latir fuerte de su corazón y asegurarse de que estaba vivo y a su lado, lugar del que nunca debió separarse.

Los golpes de la vida siempre terminaban causando grandes estragos, pero el destino supo recompensarla con su regreso, otorgándole al mundo una oportunidad de redimirse y a ella otra de ser feliz.

Y mientras su mente nadaba entre las aguas de sus pensamientos, la mirada del pelinegro se perdía en la vista de la granja y todo lo que le rodeaba. Seguramente admirando lo mismo que ella en esos momentos.

— Nos trajiste aquí —murmuró Haley en un hilo de voz— Lo recordaste.

— Este es mi hogar —respondió él, sin siquiera apartar la vista del paisaje. Acción que inexplicablemente logró sorprenderla.

— Y hablas.

Clark volteó su atención hacia ella, frunciendo el entrecejo con algo de gracia al tiempo que la juzgaba con sus curiosos ojos azules.

— ¿Antes no? —le dijo en tono bromista, y en ese momento fue cuando supo realmente que el hombre que quería había regresado al fin.

Haley no supo explicar toda la corriente de euforia que le recorrió el cuerpo desde los pies hasta la última célula de su cerebro, siendo ese tipo de sensación reconfortante que transmite paz, felicidad y calidez a su vez. La realidad que había perdido por mucho y ahora volvía a tomar de vuelta, mucho más completa que nunca en su vida.

De un solo movimiento envolvió su cuello con los brazos, atrayendo sus labios para besarlo pausadamente, de forma que ambos pudieran disfrutarlo. Y mientras esto pasaba, Clark no pudo hacer otra cosa que corresponder, saboreando aquel como si fuera el primero de todos y sintiendo a través de su suave tacto lo mucho que la había echado de menos.

Allí, bajo las últimas pinceladas del amanecer, Superman volvió a abrazar la vida al igual que si fuera un milagro... y Haley Rogers era solo un retazo de eso.

— Ven —lo llamó ella, caminando delante suyo con la misma gracia de un ángel— Vayamos a casa.

Ante el tentativo deseo de volver a tocar la madera del viejo portón perteneciente al lugar que lo vió crecer, el pelinegro asintió con una genuina sonrisa plasmada de forma reluciente en su rostro, y aún con sus pies descalzos comenzó a moverse y sentir el roce de la tierra fresca bajo las yemas de sus dedos.

Todo parecía demasaido vívido, pero a la vez tan irreal...

Suponía que regresar de la muerte tenía ese tipo de efectos, pero al ser él la única persona a la que podría dirigirse para lograr comprenderlo, sus probabilidades de acostumbrarse a la idea era un tanto cortas.

Sin embargo, solo le hizo falta volver a sentir la áspera y cruda forma de las hojas del maizal para convencerse de que, tanto él como ella, no estaban protagonizando ningún sueño con tiempo de caducidad.

La castaña achicó los ojos para verlo dirigirse con pasos lentos al interior del plantado, acariciando todo cuanto podía alcanzar con sus manos, al igual que un niño cuya curiosidad por conocer todo lo empuja a cometer acciones sin sentido. Acciones que en su mente no representan nada vano o erróneo.

Todo lo contrario, es la imagen más pura que pudiera tenerse del mundo.

Martha Kent, como cada mañana, atravesó la entrada de su casa para dedicarse a regar su jardín delantero. Esta vez llevando a su nieto de la mano para que pudiera pasar un rato en el columpio del árbol mientras ella hacía su trabajo.

Jonathan saltó los dos últimos escalones acompañado de Hank, que correteaba meneando su cola alrededor, y ambos se detuvieron junto a su abuela cuando esta quiso arreglar su abrigo para que el fresco aire de la mañana no pudiera traerle un resfriado.

El pequeño rubio le regaló una tierna sonrisa, antes de voltear su cabeza hacia ambos lados, y quedarse mirando fijamente las dos siluetas que estaban a pocos metros.

— ¡Mamá! —gritó con emoción cuando reconoció que una de ellas pertenecía a su madre— ¡Abela es mamá! ¡Mamá!

En el instante que Jonathan comenzó a correr en dirección a los maizales, Martha se quedó estupefacta al notar la presencia de Haley junto a ellos, acercándose con los brazos abiertos para encerrar a su hijo en un fuerte abrazo.

Y ella no se quedó muy atrás.

Apenas Clark fue consciente de que su madre se acercaba con las lágrimas empañando sus ojos, gritando su nombre al igual que un cántico y con una mano cubriendo su boca como si aún no pudiera creerlo; fue él quien dió el primer paso para sostenerla de las manos y acariciarle los nudillos con cariño.

— Dios mío... —exclamó Martha, no sabiendo si lo mejor sería reír o echarse a llorar— ¡Eres tú! ¡Realmente eres tú!

— Realmente soy yo, mamá —le respondió, sintiendo que le acunaba el rostro de forma maternal.

Esas palabras fueron todo lo que necesitó Martha para lanzarse a sus brazos y sentir el calor del cuerpo de su hijo nuevamente. El mismo que había sostenido cuando apenas era un bebé y el mismo que vió descender en una caja bajo tierra.

Tales pensamientos solo incentivaron a la aparición de más lágrimas, corriendo descontroladamente por toda la palidez de sus mejillas. Y mientras esto sucedía, dos pares de ojos observaban la escena con atención, sin perderse de nada. Unos felices y otros seriamente.

Fue la primera vez que la mirada de Superman se cruzó con la de Jonathan Bruce Kent.

— ¿Listo para conocer a tu hijo? —preguntó su madre, dándole una leve palmadita en el hombro.

A esas horas, la expresión de Clark era todo un poema.

— ¿Es... es él?

Tras recibir una confirmación mediante su asentimiento, el pelinegro se detuvo justo delante de del pequeño rubio, que continuaba abrazado a la cintura del pantalón de Haley.

Suavemente, la castaña se fue haciendo a un lado para que la atención fuera para Clark completamente. Sabía que Joni lo iba a reconocer, pues a pesar de nunca haberlo conocido, ella siempre se encargó de hacerle saber quién era su padre.

— JB ¿Sabes quién es?

Podría decirse que el propio Clark se encontraba mucho más nervioso y callado que el menor, pero ¿Cómo no podría? La última vez que lo había visto ni siquiera era un bebé completo, y ahora lo tenía justo delante, un niño precioso de carne y hueso con su misma mirada.

No podía explicar cuán afortunado se sentía en ese preciso instante.

— ¿Papá? —Jonathan pronunció casi extrañamente. Era la primera vez que le decía aquella palabra a una persona y no a un retrato.

Cuando vió al adulto sonreír abiertamente ante su dificultosa forma de hablar, el rubio lo copió y puso las pequeñas manitas en su rostro para intentar aprenderse a detalle las facciones del hombre, que ya sabía, era su padre.

Lágrimas no faltaron de parte de las dos mujeres, que enternecidas por la escena, entrelazaron sus brazos para compartir la emoción y el amor que flotaba en el aire. Sin tener en cuenta que quizás, fuera de aquellas murallas el mundo pudiera estarse cayendo a pedazos.

Más tarde aquella noche, cuando Clark se encontraba ensimismado mirando la granja desde la ventana de la habitación, pensó en que todavía debía averiguar la razón por la cual habían decidido traerlo de vuelta.

Pasar el día con su hijo, disfrutando de los momentos que le habían sido arrebatados con su muerte y pensando en aquellos que no había podido vivir a su lado, lo hizo tomar la decisión de luchar si era necesario para que Jonathan alguna vez pudiera estar orgulloso. Pero sobretodo, para que pudiera crecer en un mundo donde el amor y la paz fueran juntos de la mano, y que a su vez, aprendiera a luchar contra lo que era injusto.

Que sus ideales y los de su madre se vieran reflejados en él. Que fuera un hijo de América tanto como de Krypton.

Entonces, su mente recayó nuevamente en Haley. Seguro de que esta vez no habría nada en el mundo que lo separara de su lado.

La admiraba por haberse transformado en una madre amorosa y dedicada, sin dejar de lado su espíritu audaz que la llevó a convertirse en el tipo de guerrera que no solo se valía de una pluma y un papel para cambiar el mundo.

Siempre había sabido que esa delicada chica de Montana lograría grandes cosas, pero le sorprendió enormemente ver que fue incluso más lejos de lo que él creyó.

— Tomaré eso como un sí —susurró en baja voz, sorprendiendo a la chica que sintió llegar junto al umbral de la puerta.

—¿Qué? —Haley frunció el entrecejo, confundida.

— El anillo.

Rápidamente, la mirada de ambos se desvió hacia su dedo anular, donde descansaba el reluciente anillo de compromiso que él había ocultado y nunca pudo darle personalmente.

— De verdad volviste.

— Y me quedaré, ahora, mañana y hasta el infinito —pronunció, acercándose lentamente hasta tomarla de la cintura— Lo prometo.

Haley asintió, evitando su mirada, a pesar de que él la obligó a elevar el rostro para asegurarse de que lo estaba escuchando.

— Necesito saber por qué me trajeron.

— Pero acabamos de recuperarte.

— Y no voy a irme a ningún lado, esta vez no —acordó y su mano se deslizó por su mejilla en una delicada caricia— por favor, Hals.

— Hay tres cajas en las que parece depender todo el planeta, una fue la que utilizamos para traerte de vuelta, pero no pudimos protegerlas. Te necesitábamos, Clark. El mundo no está preparado ni siquiera con un equipo de metahumanos que lo protejan. No si Superman no está.

— El mundo siempre necesitará nuevos héroes —aclaró en tono bajo— No importa de dónde vienen o el pasado que cargan a sus espaldas, mientras su corazón siempre esté dispuesto a convertirse en una fuerza del bien.

He ahí una muestra del por qué siempre había sabido que existía algo especial en él, algo que lo diferenciaba de los demás hombres y no precisamente debido a la sangre que corría por sus venas.

Dios, lo amaba.

Eso era un hecho que no cambió, ni lo haría nunca.

— Mañana tengo que regresar a Gótica. Quizás tu-

— Cásate conmigo.

— ¿Cómo has dicho? —saltó ella, sorprendida por su repentina propuesta ¿De verdad estaba hablando en serio?

Clark le acunó rostro entre sus manos, y la besó de forma tierna, lenta y pasional. Transmitiéndole a través de ese gesto lo seguro que estaba de su decisión.

Las manos de la castaña se movieron por encima de su pecho, creando su camino, hasta enredarse en los cortos cabellos oscuros de su nuca. Permitió que su lengua se entrelazara con la suya en una batalla sin ganadores, que las manos del hombre le recorrieran la piel desnuda debajo de la blusa, y sus piernas por instinto se elevaron hasta enredársele en la cintura.

Como un último intento, él se separó de sus labios para admirar a la hermosa mujer que tenía en brazos, y con la respiración agitada, pronunció:

— Yo quiero que tú, Haley Stephanie Rogers, te cases conmigo.

Por supuesto, ella tampoco tuvo dudas a la hora de darle su respuesta.

— Sí.




AHHHHHHH!!!!

ESTOY GRITANDO MALDITA SEA ¿TAMBIÉN LO ESTÁN USTEDES?

Mientras estos dos romanticones están aquí dándose besitos, el resto de la liga está lidiando con un loco roba cajas. Así que esperen un gran desmadre en los próximos capítulos.

No puedo creer que ya casi nos acerquemos al final de esta historia. Sin duda el apoyo que ha recibido y todos los lectores que aún continúan leyéndola han sido como un regalo para una escritora como yo.

Les aseguro que no nos despediremos de Haley y Clark tan fácilmente. Pero por ahora solo me queda dar gracias por mucho y perdón por tan poco.

Nos leemos dentro de poco

Besos y abrazos,

Debbie

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