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CAPÍTULO CATORCE -reescribiendo las estrellas

CAPÍTULO 14】

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REWRITE THE STARS
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AMBAS MUCHACHAS SE ENCONTRABAN ATAREADAS EN LA COCINA, ATRAVESANDO CADA ESPACIO A UNA VELOCIDAD CASI INCREÍBLE. Anne se encargaba de esperar por el pollo que estaba en el horno, mientras que Haley acababa de darle el toque final a la ensalada de vegetales, separando especialmente un poco en otro plato para su padre, quien la prefería sin nada de aceite o vinagre.

El sonido del aparato al culminar se unió con el timbre, alertándolas y haciéndoles pedir al cielo que no se tratara aún de sus invitados.

— Ya regreso —le dijo a su amiga, quien solo asintió y la vio correr hacia la puerta.

La castaña soltó un suspiro de alivio al ver que sus suposiciones habían fallado, y no era más que Clark Kent quien se encontraba detrás del umbral, sosteniendo un ramo de flores. Apenas la mirada de la joven se cruzó con la suya, le sonrió cálidamente.

— Hola.

— Hola —repitió, extendiéndole el colorido detalle que ella no demoró en tomar— pasaba por una floristería y se me ocurrió traerlas.

— Son preciosas, Clark. Gracias. Las pondré en un jarrón ya mismo.

La cabeza curiosa de la vecina se asomó por un costado de la pared para ver qué sucedía, y rápidamente curvó su boca de manera graciosa al ver la imagen del hombre que traía a su amiga loca, mirándola colocar el precioso bouquet de rosas encima de una mesa. Tal parecía que la joven Rogers tuviera algún tipo de encanto que lograba embobarlo por completo, porque esa expresión de idiota enamorado no era producto de su imaginación.

— Hola, pedazo de hombre —Anne salió de su escondite, tomándolo por sorpresa con su llegada.

— Hey, Anne —le saludó— ¿Cómo has estado? Hacía tanto que no nos cruzábamos.

— Pues como me robas a la chica la mayor parte del tiempo las posibilidades de tener una charla amena no son tantas ¿No es así, Haley?

— No digas tonterías, Anne —se burló con las mejillas completamente sonrojadas— Hemos tenido mucho trabajo, eso es todo. No pierdas la cabeza.

— No creo ser yo precisamente quien la esté perdiendo.

Era muy incómodo tener que actuar natural sabiendo que por dentro su sistema estaba a punto de colapsar. No solo tenía que tratar de que su familia no soltara ningún tipo de comentario borde delante de sus amigos, sino también debía impresionarlos para que se dieran cuenta de cuánto se habían equivocado al juzgarla como si no fuera suficiente.

De repente, unos continuos toques en la puerta los hicieron saltar a los tres por igual.

Había llegado la hora de enfrentarse al ejército.

Intercambiaron una mirada soslayo antes que nada, y acto seguido, Haley se apresuró en abrir otra vez. Recibiendo a una persona diminuta en primer lugar:

— ¡Tía Haley! —gritó el pequeño Elias saltando a los brazos de su tía, quien lo recibió gustosa bajo la vista de las demás personas que se encontraban esperando. Su familia.

— Enana. Ven a darme un abrazo —fue Peyton la segunda en abalanzarse sobre ella, llenando su cara de besos como si fuera todavía una niña. Después la liberó para separarse un poco y escanearla con detalle— Mírate nada más, pareces modelo ¿Cuando vas a regalarme esos tacones?

— Para navidad quizás. Antes no.

— Eres una aguafiestas —rió, dejándola a un lado para que sus padres pudieran saludarla también.

Haley se sintió ligeramente atemorizada cuando vio la cara de Joseph y Sarah Rogers, luciendo igual de serios y controladores como siempre fueron con ella desde que nació.

No era cuestión de estrés, nervios o la situación que atravesaban; sino de favoritismo. Y ellos siempre la habían tenido como la última prioridad de su lista. Dudaba mucho que la idea de venir hasta allí solo para verla fuese suya.

— Mamá... papá —sonrió, acercándose para darles un beso en la mejilla a cada uno.

— ¿Quiénes son tus amigos, Hals? —preguntó Sarah, sin prestarle mucha atención a su hija menor, ni siquiera después de tanto tiempo sin verla.

Haley tragó en seco, tratando de no meter la pata con alguna de sus quejas:

— Ella es Anne, mi vecina. Me ayudó mucho con la cena que preparé para ustedes —dijo, presentando a la rubia que dedicó una amable sonrisa a su madre.

— Ya sabía, tu nunca aprendiste a cocinar completamente. Mira que te lo dije, nadie quiere a una mujer que no sepa hacer nada

— Mamá... —le advirtió la mayor de los Rogers, regañándola con los ojos. Ya lo habían jodido todo al dejarla marcharse de Livingston, no iba a permitir que alejaran a su hermana más de lo que ya habían hecho.

— ¿Qué? Solo decía.

El ambiente era tenso, podía percibirse hasta en la mínima sensación de cada uno de los presentes en el salón. Pero se dijo a sí misma que mientras más rápido acabase, más pronto se irían.

— Y él es Clark. Un amigo del trabajo.

— ¿Qué tipo de amigo hay que ser para que te inviten a una cena familiar? —suspiró su padre, extendiendo su mano para estrecharla con la del chico— Soy Joseph Rogers. Un gusto.

— Igualmente, señor —aseguró el pelinegro. Creyendo que para ser la típica familia americana, con todo y sus costumbres, parecían bastante disfuncionales.

Sintió que alguien le tiraba de la tela de su pantalón, y cuando miró hacia abajo pudo notar cómo los ojitos azules del niño lo miraban con gran curiosidad:

— ¿Tú eres el novio de mi tía?

Tanto él como la aludida intentaron disimular el impacto que había provocado esa simple e inocente pregunta, pero afortunadamente Peyton estaba allí para dar las explicaciones a su atrevido hijo.

— Cariño, Clark es un amigo. Trabaja con tu tita en el periódico de la ciudad.

— Así es. Estoy ansioso por saber cuáles fueron tus “grandes avances” en el Daily Planet —Joseph alzó ambas cejas, sujetando la mano de su esposa entre las suyas— ¿Pasamos a comer?

Retornaron al comedor cerca de la cocina, la cual no era nada elegante, pero sí suficiente para la única persona que vivía dentro de aquel apartamento. Incluso cuando nunca en su vida habían poseído muchos lujos, sus padres se comportaban como si aquel sitio fuera un desastre. Poniendo sus expresiones de claro desprecio por cada pequeño detalle que no les agradaba de aquel encuentro.

Haley supuso que aún estaban furiosos porque ella había decidido dejarlos para estar allí. En ese lugar, con esas personas...

Nunca le perdonarían el haberse alejado, incluso teniendo la idea de que jamás sería libre a su lado. Esa era una de las razones por las cuales ella detestaba pasar tiempo con su familia.

El silencio se tornó espectral dentro de aquel sitio, tan solo el tintineo de los cubiertos en los platos era lo único que lograba escucharse de vez en vez, haciendo que la velada resultara un tanto seca y oscura.

Clark quiso decir algo para levantar los ánimos, por tal de que el rostro ensombrecido de la chica volviera a tomar algo de color, pero su hermana mayor se adelantó diciendo:

— La cena está exquisita. Hace tiempo no comía algo tan sabroso.

— Cariño, no hables con la boca llena. Es de mala educación —la silenció su madre, a la vez que limpiaba sus labios con una servilleta— Haley llevamos media hora aquí sentados y aún no nos has hablado de lo que haces.

La castaña levantó la vista de su plato, dirigiéndose a sus progenitores:

— Oh cierto. Creí que no sería tan relevante, pero ¿Les había contado que me ascendieron a reportera? —preguntó, sus ojos brillando de tan solo recordarlo.

La súbita carcajada que emitió Joseph acompañada por un golpe encima de la mesa causó un tremendo susto entre los que ahí estaban. No pudieron apartar los ojos de él hasta que recuperó de nuevo la compostura luego de tan agudo ataque de risa.

— ¿Tú? ¿Reportera? Cariño, si apenas has sacado un “Muy bien” en tus redacciones de la escuela  —miró a sus amigos— ¿Les conté que dejó la universidad?

— Por Dios, papá. Nos has asustado —exclamó Peyton después del sobresalto.

— Parece que no conoces lo mucho que me gusta bromear, querida —se volteó, posando sus ojos en el otro hombre de la mesa— Así que Kent ¿A qué se dedica tu familia?

El pelinegro se acomodó en el lugar. Conocía muy bien el tipo de juego que el señor Rogers estaba desarrollando, y no iba a caer en sus redes tan fácil. No se sentía intimidado por él, y mucho menos atemorizado por ese papel de hombre al mando.

— Bueno, mi madre vive en un pequeño pueblo de Kansas. En la granja donde crecí.

— ¿Y tú padre?

— Murió hace años, absorbido por un tornado.

Haley quería atravesarse con un tenedor, escabullirse bajo la silla o incluso deseaba tener poderes para desaparecer en ese instante. No podía ser cierto que lo estuviera haciendo de nuevo. No con él.

— ¿Qué haces tú entonces hijo?

— Soy periodista al igual que su hija. Trabajo para el Daily Planet hace dos años y vivo cerca del centro de la ciudad.

— ¿Y cuánto ganas por eso?

— Papá. Ya basta —lo detuvo, no quería escucharlo decir nada más.

— Necesito saber si realmente vale la pena que sea bienvenido en la familia y pueda darte también una buena vida, así como yo lo he hecho —se excusó, pero ya su hija se había levantado y lo estaba amenazando con los ojos.

— ¡Solo... cállate de una vez! —gritó, dejándolos a todos pasmados en el lugar— Nunca vas a cambiar. Tú no decides de quién puedo o no ser amiga. Además, nunca me has dado ninguna buena vida y él ni siquiera es mi novio ¡No estamos saliendo! He incluso si lo estuviéramos, no puedes decirme que es lo que debo o no hacer. Tengo 22 años y no soy tu jodida marioneta.

— Solo intento cuidarte, Haley Stephanie Rogers.

— Yo no necesito este tipo de cuidado. No lo necesito en lo absoluto. En los últimos cinco años me hubiera gustado tenerlos, pero ahora no. No tienes ningún derecho sobre mí. Tú no eres mi padre desde hace mucho, mucho tiempo.

Tras dar un estruendoso golpe a su silla, abandonó la habitación dando fuertes zancadas hacia su habitación. No podía expresar todo lo que estaba sintiendo, lo avergonzada e inestable que la habían hecho lucir delante de todos. Solo eso fue suficiente para que sus lágrimas comenzaran a correr y ella se desplomara en algún rincón de su habitación.

Mientras tanto, en el comedor todos continuaban estáticos, hasta que Peyton dejó caer su tenedor encima del plato, haciendo un sonido sordo en medio de las cuatro paredes que los rodeaban.

— Te dije que no hicieras esto, papá —bufó— ¿No podías controlarte solo por una noche?

— ¿Tú también vas a comportarte como una chiquilla malcriada, Peyton?

— Ya llevaste mi matrimonio a un divorcio. No voy a perder a Haley por tu culpa también.

Diciendo esto, salió en busca de su hermana pequeña, dando por concluida la problemática cena de esa noche.

Clark y Anne dedujeron que no quedaba nada más que hacer después de ver que los señores abandonaron el lugar junto con su lloroso nieto Elias, así que procedieron a fregar los platos y desechar las sobras que quedaron de la comida, mientras esperaban por tener noticias.

Minutos después, Peyton apareció y les dio las gracias por su paciencia. Debían de comprender mucho la situación para mostrarse tan firmes hasta el último momento.

Convencidos de que ella no iba a salir de ese encierro, decidieron marcharse momentos antes de que la mayor de los Rogers también lo hiciera. Dejándola sola, justo como quería estar en medio de tanto caos.

Clark pudo percibir cómo su corazón se oprimía dentro de su pecho, de dolor por todo lo que fue capaz de presenciar. Nunca habría podido imaginar que cuando su amiga le hablaba de lo conflictiva que era su familia fuera tan cierto hasta el punto de llegar al extremo. No iba a dormir tranquilo hasta que la viera otra vez, y no esperaría a la mañana siguiente en el Daily Planet, eso era seguro.

Por otro lado, en el silencio de su alcoba, la castaña continuaba encogida en una esquina, abrazando sus piernas con fuerza, como si así pudiera desaparecer. Haciéndose tan pequeña como Alicia.

Lyla maulló dulcemente mientras se acurrucaba junto a sus piernas, intentando darle apoyo, pero las lágrimas salían por sí solas. Incluso cuando ya no le quedaban ganas ningunas de llorar.

Si tan solo pudiera borrar esa noche de su existencia, sería genial.

Acarició suavemente el pelaje de su mascota y miró un poco distraída por la ventana. Sin contar los minutos que estuvo haciéndolo, no supo con exactitud si ya era tarde cuando lo vio aparecer en su balcón, levitando hasta que sus botas tocaron el suelo.

Se puso en pie de forma rápida y abrió la ventana de cristal para dejarlo pasar. No pidió permiso para abrazarse a su pecho, y mucho menos para deshacerse en llanto aferrada a él como si fuera la vida.

Superman, igualmente destruido, la rodeó con suma delicadeza. Esperando a que ella decidiera que era momento de detenerse.

— ¿Cómo te sientes ahora? —susurró contra su cabello, pero ella solo negó.

— Igual de miserable —sollozó— ¿Sabes? Me daría igual si se tratara de otras personas, como en el trabajo, pero ellos son mi familia. No puedo creer que tengan tan poca fe en mí.

— Ellos no te merecen.

— Entonces quién —se quejó, abriendo los brazos como si quisiera pedirle una señal a Dios— Soy un total desastre. Llevo mi vida entera tropezando tras cada paso que doy y aún así sigo porque no quiero volver a encerrarme en la misma jaula por el resto de mis días ¡Pero es tan difícil, maldita sea!... Es tan difícil que te entiendan... que tú mismo aceptes que puedes equivocarte cuando lo único que quieres es hacer las cosas bien.

Él cerró los ojos por un momento, asimilando sus palabras como suyas.

Bien sabía que era cierto, puesto que desde que decidió dedicarse a tener esa vida oculta como el héroe del mundo muchas cosas habían cambiado. Entre ellas la seguridad que antes tenía. Muchos eran los que lo adoraban, así como los que lo despreciaban por ser diferente.

Pero en cambio, odiaba cuando ella se aferraba a la idea de degradarse solo por los demás.

— No eres un desastre, Haley. Deja de decir eso.

— La gente me odia, Kal —contestó— Sinceramente, ni siquiera sé por qué estás aquí oyéndome lamentarme en vez de estar por ahí volando a donde sea.

— Estoy aquí porque me importas, y no voy a irme hasta que estés más calmada. No soy como tu familia y lo sabes.

— ¿Me estabas espiando otra vez, eh? Bueno, entonces seguro viste todo el espectáculo. Mi familia es un asco y yo lo soy el doble.

— Haley...

— Merezco todo lo que me dijeron por comportarme como una cría egoísta. Quizás deba trabajar en mis impulsos antes de cometer otra tontería.

— ¡Tú no te mereces nada de esto, ya deja de tratarte sí! —espetó el pelinegro, tomándola fuertemente por los hombros— No me gusta cuando te lastimas. Eres el ser más generoso que he podido conocer en esta Tierra, y digna de tantas cosas buenas. Mereces a alguien que realmente sepa valorarte.

— ¡¿Y quién va a ser ese alguien?!

— Yo —reveló de un solo golpe, provocando que ella frunciera el entrecejo y se alejara de su lado— y sé que no es suficiente, pero yo sí te quiero con todo lo que eres.

Ella agachó la cabeza y suspiró. Aquello debía de ser un sueño, ya se había quedado dormida en el suelo alfombrado muchas veces:

— No me conoces, Kal.

— Te equivocas. Sí que te conozco, e incluso mejor que tú misma —insistió— Si tan solo pudiera decirlo todo, que tuvieras conciencia de lo que realmente me sucede, sin tapaderas. Pero no es tan sencillo. Temo lastimarte de ser así.

— De todas las personas existentes en el mundo, tu serías la última en hacer algo como eso.

— Ya te lo he dicho, Hals. No es tan sencillo.

— Oh, sí lo es

— ¿Cómo puedes estar tan segura?

— No soy estúpida, Kal. —se puso delante suyo, colocando las manos en sus caderas— Puedo saber mucho más de lo que aparento.

— ¿Qué quieres decir con eso?

Demasiado cansada como para continuar con esa discusión, la castaña lo atrajo por el cuello hasta tenerlo a su altura, y de esta forma sus labios tuvieron acceso a los del hombre de acero. Quien al inicio se quedó congelado en el lugar, producto  de la sorpresa, pero luego acunó su rostro entre sus manos; profundizando aquella caricia.

Ambos disfrutaron de la suavidad de los labios del otro cuanto pudieron, separándose solo en el instante que sus pulmones clamaron por oxígeno nuevamente.

Algo había cambiado cuando lo besó, y lo sabía.

Fue en ese preciso período de tiempo en el que su mente no pudo procesar lo que sucedía a su alrededor, que ella aprovechó para colocar el objeto que traía escondido en la mesa de noche sobre su rostro.

Y cuando él volvió a abrir los ojos, se encontró con la adorable imagen de la joven sonriéndole medianamente a través de esos dos cristales.

— Hola... Smallville —murmuró, alzando su mano para acariciar su mejilla.

Desde hacía un tiempo aquel presentimiento rondaba por su cabeza, y ahora todo quedaba demostrado.

Era él. Siempre había sido él.




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