Capítulo 5
Estuvieron sobrevolando el cielo de la urbe durante algunos minutos, los cuales se sintieron interminables, a donde sea que miraban solo había destrucción.
Más de alguna vez las naves de la Federación caían en picada como aves moribundas, rascacielos se desplomaban sobre el suelo, cubriendo todo de humo. De repente Jonh miraba hacia las calles, su sorpresa y miedo no se hicieron esperar, lo que se libraba en las calles era una masacre.
Miles de personas buscando sobrevivir al fuego cruzado de la Federación y el ejército de Khroll.
Volteó hacia el Stack que los había acorralado en aquella calle, buscó un comunicador y se lo puso.
—Creí que estaban evacuado todo —habló fuerte y claro para que pudiera menguar el sonido de la batalla y las hélices del transporte.
—Lo hacen. Pero evacuar un planeta de emergencia no es nada sencillo —le respondió sin mucho a expresar. Volvió a su posición, Jonh nuevamente miró hacia abajo, parecía el infierno. Una marejada interminable de almas que se enfrentaban sin piedad en busca de la supremacía a consta de todo.
—¡Muy bien, gente, prepárense para descender! —avisó la Stack de armadura cereza. Al instante todos buscaron mirar a donde habían llegado. Parecía una sección de la ciudad totalmente protegida por las fuerzas de la Federación al igual que por una enorme de barrera láser que cubría todo como un domo. El transporte traspasó el domo sin ningún problema, sobrevoló el área hasta que finalmente llegaron al destino, un edificio, una colosal estructura perteneciente al Senado Universal, más específicamente al Departamento de Asuntos Universales, el sitio designado para la ley y la justicia, al menos en California.
—Nos metimos en la boca del lobo... —soltó para sí mismo y agachó la cabeza. Si bien la Federación y prácticamente todos los organismos de justicia a nivel universal estaban lidiando con Khroll, no podía dejar de sentir miedo, al fin y al cabo eran criminales, incluso, terroristas.
El transporte finalmente aterrizó sobre una pista en el techo del colosal edificio, los Stacks los hicieron bajar lo más pronto posible.
—¡Rápido, por aquí! —les indicó el Stack que los llevó ahí.
Comenzaron a recorrer la pista, los vehículos y transportes aéreos iban y veían, a la par que los soldados realizaban decenas de tareas en tiempo record, esperando de alguna menara que acelerara su victoria en aquel conflicto.
Entraron en el lugar, el cual estaba lejos de parecer una base de operaciones, si bien había soldados por doquier, el sitio estaba en descontrol, mientras los llevaban por un deteriorado pasillo de luces parpadeantes Jonh temió lo peor, no que lo asesinaran, o a su grupo, sino que le arrebataran a Lylum.
Volteó con ella y la tomó de la mano, sintió como el calor electrizante recorría su cuerpo y tembló. Ella lo miró confundida.
—Pase lo que pase, quédate cerca de mí, ¿sí? —articuló una sonrisa no muy alentadora, aun así ella asintió.
Entraron en un enorme salón, repleto de personas que portaban atuendos de altos mandos de la Federación, el miedo en Jonh incrementaba cada vez más.
Aquel amplio salón tenía un ventanal enorme, el cual proporcionaba una vista estratégica de toda la ciudad y de la nave de Khroll, avanzaron hasta una mesa, donde todos los que estaban reunidos le prestaban atención total a una sola persona.
—Señor —habló el Stack y aquel hombre se giró. De una edad mayor, deducible por sus ojos experimentados y las canas en su cabellera castaña, con una mirada seria y un uniforme con tres estrellas de plata y una dorada en su hombro derecho—. Soldado K-1237, reportándose —erguido alzó su mano hasta su frente, los Stacks y Shepard hicieron lo mismo. El hombre les secundó.
—Descanse, soldado —recorrió con sus ojos a los presentes y levantó ligeramente una ceja al encontrarse a Shepard.
—Ante ustedes; el Teniente Coronel Marcus Mendoza, oficial al mando —presentó uno de sus soldados. El Coronel caminó frente a ellos.
—Usted, al frente —le ordenó a Shepard con voz autoritaria. Le hizo caso al instante, nuevamente saludó y lo miró con respeto.
—Señor.
—¿Cuál es su nombre?
—Soy el Comandante Robert Shepard, de la Nexus, señor.
—¿La Nexus? Fue destruida. —Reviró, dudoso, mas no sorprendido de verlo ahí.
—Logramos escapar, señor, debíamos llevar a...
—Al Último Guardián a Stronghold, lo sé —esta vez centró su atención en Lylum—. ¿Me imagino que es usted, verdad, señorita?
Nerviosa se refugió tras Jonh, se sentía intimidada ante aquel hombre, no como lo que sintió con Takeshi, no, el Coronel Mendoza era diferente, el temor que ella sentía al estar frente a él no era porque pudiera lastimarla, más era porque lo que él representaba, tanto para sus soldados, como para el Senado Universal. Una pieza clave en la lucha por el dominio de la Tierra y posiblemente el universo entero.
—Tranquila, no busco hacerle daño, a ninguno de ustedes —se paró firme, en especial frente a Jonh—. Le agradezco que mantuviera a estos individuos con vida, Comandante Shepard, ahora, les conseguiré transporte y una unidad de apoyo para que pueda proseguir con su misión hacia Stronghold.
Entonces un grupo de soldados sujetó a Jonh y a su tripulación.
—¡Ey, ¿qué sucede?! —exclamó alarmado.
—Tranquilo, Teniente Riley... Solamente serán escoltados hacia un cubículo en lo que planeamos el siguiente paso.
—¡No me iré sin ella! —sujetó firmemente su centellante la mano, el Coronel sonrió.
—Puede llevársela —cedió, despreocupado. Aquello lo sorprendió enormemente—. Usted no es ningún prisionero, Riley, confíe en mí.
El Coronel regresó a la mesa junto a los altos mandos, mientras que ellos fueron sacados del lugar y llevados por una serie de pasillos, y tal vez todo pudo ser una trampa, pero algo en los ojos de Shepard le decía que debía tener fe.
Arena caliente era todo lo que se veía, miles y miles de kilómetros de árido desierto hasta donde alcanzaba la vista. En el cielo, los dos grandes soles brillaban con intensidad sobre todo el panorama, el viento que ocasionalmente soplaba era seco y caliente, más parecía agotar de manera más rápida las energías de los exploradores que brindarles un alivio siquiera momentáneo.
Marco alzó su mano y cubrió un poco sus ojos, era tal vez la décimo sexta vez que miraba a los alrededores, y nuevamente era la décimo sexta vez que no divisaba nada, nada a excepción del infértil océano de arena que los cubría a todos. Limpió el sudor de su frente y siguió a los demás.
Llevaban alrededor de dos horas terrestres caminando sin descanso, casi ciento cincuenta soldados acompañaron a Deckard en la expedición, la cual, definitivamente no pintaba para ser rápida, ni sencilla.
Miró hacia atrás, la hilera de soldados se veía distorsionada por las ondas de calor que había, volteó hacia su lado, desde hacía rato que Benjamín intentaba hacer funcionar un radar extraído de la Nexus.
—Deja eso ya, chico, te hará enloquecer —sacó un contenedor con agua y dio un ligero trago, Ben no dejó de tratar con aquel artefacto, hasta que Marco le entregó el agua con un ligero golpe.
—Lo siento —guardó el radar en la mochila que le sacó a un cadáver—. Pero estoy seguro que puedo hacerlo funcionar.
—¿Y luego qué? ¿Encontramos la tierra prometida y salimos de aquí? —el joven mecánico se quedó callado, bajó la mirada un poco y tomó algo de agua.
—Solo... no quiero morir aquí.
—Bebe eso —apuntó hacia la botella—. Y no lo harás, al menos si no te la acabas en un solo día.
—¿Crees que estaremos mucho tiempo aquí? —algo en los ojos del mecánico le hacía considerar el mentirle, pero necesitaba ser realista para no hacerlo sufrir, al menos mucho más.
—No lo sé niño, no llevamos ni un día de expedición y muchos ya parecen estar deseando regresar —regresó su mirada al horizonte y suspiró—. Solo no te preocupes, anda, hay que seguir.
El mecánico se adelantó un poco más y nuevamente volvió a intentar hacer algo con el radar. Por su parte, Marco caminó un poco hasta estar a un lado de Xirack.
—Hola.
—Hey —respondió jadeante.
—¿Qué tal estás? —miró su pierna.
—Pues al menos ya puedo caminar, eso es bueno —sacudió un poco su extremidad y siguió caminando.
—Bien, solo asegúrate de seguir tomando tus medicinas —de vez en cuando cojeaba al andar, por ello Marco se preocupaba, pero Xirack era dura como una piedra, una lesión no la haría detenerse.
—Ya me estoy cansando de los putos desiertos —comenzó Xirack—. Suficiente calor hacía en Dorma Prime como para continuar aquí —volteó con Marco, él solo sonreía discretamente—, tú no pareces muy afectado.
—Se podría decir que estoy algo ''acostumbrado'' a este tipo de ambientes —ella arqueó las cejas—. Bueno, yo crecí en México, específicamente en lo que alguna vez se llamó Tijuana, no hacía tanto calor como aquí, pero no dejaba de ser un ambiente caliente. Luego de que los océanos se contaminaran solo había dos cosas que importaban allá, el agua y las drogas, para mi mala fortuna yo traficaba la segunda.
Todos los días era salir bajo un incandescente sol, montado en un vehículo y pasar las fronteras repartiendo por el desierto esa porquería —se detuvo un segundo, tal vez la nostalgia le había hecho recordar demasiado. O el calor ya empezaba a hacerlo delirar.
—¿Cómo terminaste ahí? —aquello lo devolvió a la realidad. Marco levantó los hombros.
—¿Creí que ya te había contado esa historia?
—No con tanto detalle. Sigue.
—Bien —suspiró y se rascó la cabeza—. Jamás conocí a mis padres, a veces me preguntó quiénes fueron, tal vez los buscaba la policía o los Stacks y por eso no pudieron tenerme, o tal vez solo eran dos putos adictos que no podían hacerse cargo de su propio hijo... Bueno, al menos tuvieron la decencia de dejarme en la puerta del orfanato. Ahí me crie, durante quince años nunca estudié, nunca tuve fe, mucho menos intenté enderezarme para no terminar como cualquier otra basura que vivía de la calle, no. En lugar de eso me volví el mayor dolor de culo que jamás hubieran visto las monjas del lugar, más para la hermana Mercedes, quien era la que por lo regular pagaba mis fianzas y me sacaba de la cárcel. Y cuando un niño es criado en un ambiente así por lo regular acaba en un lugar, me junté con gente mala pero que ganaba dinero, así que seguí, al menos hasta que me encerraron algunos años por asalto y asesinato.
—¿Fue tu primero? —dudó intrigada y Marco asintió con pesadumbre.
—Lo recuerdo completamente. Yo y... otro sujeto debíamos recuperar un cargamento que originalmente nos habían robado a nosotros. Entrar y salir, nada complicado, al menos hasta llegar al almacén donde lo ocultaban. No creo que tuviera más de veinte años, ni siquiera era más grande que nosotros, tal vez estaba ahí para ganarse algunos billetes o el respeto de algún idiota, pero ahí estaba. Creo que en ese momento ninguno supo qué hacer y solo actuamos por instinto, aquel chico quiso dispararnos, pero... Yo fui más rápido, desenfundé mi pistola y jalé el gatillo —suspiró cerrando los ojos brevemente—. Bien, supongo que no hay necesidad de recordar eso, debemos concentrarnos en lo importante.
Xirack no preguntó más, bien había escuchado esa historia decenas de veces, pero nunca con semejante detalle y con ese rostro tan nostálgico por parte de su compañero. Marco siempre tenía una sonrisa, pero desde que las cosas habían cambiado por completo, no recordaba con exactitud cuándo la había visto por última vez. Siguieron caminando durante mucho tiempo más, el calor disminuyó una vez que el cielo se comenzó a tornar multicolor, anunciando así el atardecer, el viento, que ahora más fresco se sentía, pasaba lentamente agitando la arena, un espectáculo hipnótico para cualquiera que prestara algo de atención.
Benjamín miró hacia el cielo y contempló las estrellas, se veían mucho más cerca que en la tierra, igual que los planetas vecinos, cerró sus ojos unos instantes y suspiró. Entonces un ligero escándalo comenzó a sonar en las cercanías, volteó hacia adelante y contempló como uno de los soldados caía rendido en la arena. Rápido lo fueron a auxiliar, pero algo en el rostro de los demás sobrevivientes le hizo saber al instante que ya no había salvación para él.
—El primero de muchos —soltó Dutch apareciendo a su lado. Ben lo miró con un toque de inocencia y bastante incertidumbre, él solo levantó los hombros—. Frente a la adversidad, la vida separa a los fuertes de los débiles, mira con atención, chico, ese sujeto no pasó del primer día, prepárate, en un ambiente tan hostil como este la mayoría no lo logrará. Y Deckard lo supo desde el momento en que aterrizamos.
—¿Moriremos?
—No lo sé —sacó uno de sus últimos habanos que no se destruyeron en el choque. Lo encendió y fumó—. Pero si pasa, al menos quiero irme con la frente en alto.
—Chicos —los llamó Marco, ambos se acercaron—. Creo que descansaremos aquí esta noche, así que aprovechen y duerman un poco.
Se sentaron sobre la arena y durante un par de horas más ahí siguieron. Comieron y bebieron un poco, debían racionar los suministros lo más que se pudiera. Mientras, Deckard y algunos sobrevivientes más enterraban a su compañero caído, incluso hicieron una especie de funeral, por unos instantes la idea de morir fue lo único que habitó la mente de Benjamín, sintió deseos de llorar por la sola idea de cerrar sus ojos y nunca despertar, entonces una brisa sacudió su cabello, miró el desierto y como la arena parecía elevarse a través del cielo y perderse entre las estrellas, y algo lo tranquilizó.
No recordaba de dónde, pero una vez escuchó a alguien decir «de polvo eres, y en polvo te convertirás» y con una ligera sonrisa se recostó mirando al cielo. Si es que iba a morir, el convertirse en polvo y flotar hacia las estrellas era lo más hermoso que jamás hubiera imaginado.
Durmió finalmente, gracias al desierto que lo arrullaba con su suave canto, pero eso le fue arrebatado cuando una ligera alarma sonó. Agitado se levantó, igual que casi todos en el improvisado asentamiento.
—¿Qué es eso? —inquirió Deckard, quien ya incluso había desenfundado su arma.
Benjamín buscó entre sus cosas y encontró el radar, que era lo que emitía el sonido, abrió los ojos de par en par y miró a sus amigos.
—¿Qué sucede? —Le cuestionó Marco Ramírez tras verlo tan asombrado.
—Tengo señal... e-estoy recibiendo señal de algo —un escalofrío recorrió a Deckard por completo al oír sus palabras.
—¿Qué quieres decir? —inquirió nuevamente el Capitán de la ya fallecida Nexus.
—Creo-creo que encontré algo que nos pueda ayudar.
Al escuchar eso, Deckard escupió una risita, y después, estalló en sonoras carcajadas que hicieron eco en el vacío del desierto, abrazó con todas sus fuerzas a Ben y todos se alzaron en una celebración.
Benjamín también sonrió, tal vez el destino le había sonreído luego de mucho tiempo.
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