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Capítulo 30

El eclipse se hallaba casi en su punto máximo, cubriendo la estrella madre del planeta Yogghar con una sombra ominosa que duraría varias rotaciones hasta nuevamente traer de regreso la luz al yermo perpetuo que componían las arenas de aquel mundo lejano, tanto de su hogar, como de cualquier otro lado que hubiera conocido antes. Era en aquellos momentos en los que finalmente podía entender por que les llamaban las Tierras Rojas, el desierto más allá de Solum era un océano de sangre que se perdía en el horizonte, un espectáculo sombrío que dejaba en claro la hostil naturaleza de aquel mundo perdido entre las estrellas. La brisa soplaba, agitando su cabello oscuro y largo mientras cerraba sus ojos para dejarse llevar por el canto de las arenas, algo parecía llamarle entre la brisa, una voz fantasmal que clamaba su nombre, se perdió entre la nada, agudizando su oído hasta que pudo escuchar claramente aquello que lo llamaba, lo podía sentir casi tan cercano como una presencia que susurraba a su lado, abrió nuevamente sus ojos y suspiró.

En eso se escuchó un aleteo cercano y el primate extraterrestre cayó sobre su hombro. Ben giró la cabeza y acarició a su peculiar compañero mientras este emitía sonidos y ronroneos que solamente pudo interpretar como de gusto y apego hacia él, después le regaló una fruta y él se quedó otra para sí mismo, masticó mientras veía las dunas en el horizonte danzar, se agitaban parsimoniosamente como las aguas de un océano de sangre al ser llevadas con el viento, elevándose en las alturas y llenando el panorama del atardecer con una ligera bruma carmesí.

—Dicen que el desierto llama a aquellos cuyo destino está por llegar —profirió Sallah Nu. Se paseó a través de los aposentos de Ben, luciendo prendas de seda y cuero que acentuaban su figura femenina de manera excepcional, muy distintas a su vestimenta de batalla que solía portar habitualmente como parte de los Naha'la. Las marcas de batalla y sus viejas cicatrices sobre su piel brillaron gracias al fulgor carmesí en el cielo.

Ben alzó la vista, viendo aquel orbe de fuego siendo cubierto por la oscuridad casi por completo, muy pronto todo quedaría en sombras, y en menos de un par de rotaciones estándares Scorn atacaría al fin. La batalla más grande de aquel mundo estaba por llegar, tiempo atrás habría estado cagándose en los pantalones de solo pensar en la idea de los ejércitos de aquel tirano arribando a las murallas de la ciudad, llenando de fuego los edificios y hogares, mascarando a sus habitantes y cubriendo las calles de sangre. Pero ya no era aquel chico, al menos ya no más, ahora su mente divagaba en demasiadas ideas que no le dejaban pensar sobre la posibilidad de una inminente muerte gracias a Scorn. Su mente estaba ocupada en un pensamiento, un instinto primal, una necesidad enfermiza y casi sobrenatural que le decía que debía salir de aquel planeta y llegar con Lylum lo antes posible. Había estado teniendo extraños sueños, soñaba con ella, la veía entre las estrellas, nadando como un ángel de luz que le llamaba y le incitaba a seguirla por toda la eternidad. Mientras más lo analizaba menos sentido tenía, pero las palabras que aquella curandera la había dicho aquella noche en la Antesala de la Luna empezaban a crear un eco cada vez más fuerte en su mente.

«Tú y ella están unidos por la eternidad.» Le había dicho aquella bruja, le había contado además lo que el universo le susurraba, lo estaba llamando, grandeza veía en su futuro, era imposible para él poder creer que las estrellas y el cosmos le mostrasen su destino, cuando para él era más indistinguible que su reflejo en aguas agitadas. Quizás tenía razón, algo mucho más grande deparaba para aquel menudo mecánico, y algo le decía que aquella voz entre el viento tenía algo que ver, quizás al fin estaba escuchando su llamado. Tomó aire y se giró hacia su compañera, parecía meditabunda como él.

—Hay algo extraño entre la brisa, puedo sentirlo susurrando en mis oídos, nadando entre el viento, está llamándome. ¿Qué es?

—El desierto te convoca, debes obedecer su llamado, pocos son los afortunados en ser elegidos por las arenas. Quizás busquen mostrarte algo.

—¿Y si es una trampa?

—El desierto de Yogghar es un lugar peligroso, pocos son los afortunados que llegan a él y no sucumben ante su presencia, pero te ha elegido por algo, Benjamin Wrax, te llama, debes responder a su llamado, es el destino que aguarda por ti.

—Desde que llegué aquí he cambiado mucho, no soy el mismo desde que abandoné la Tierra, el miedo no me domina más, pero... hay algo que me perturba de todo esto, siento que algo malo está por suceder.

—Más allá de esas dunas existe un lugar, una grieta que guía a una caverna en el subsuelo del desierto, la Ajjak Thai, la Caverna de los Susurros, es un sitio sagrado para todos en Yogghar, pero pocos son los que se aventuran a acercarse allí. Para mi pueblo y las demás tribus nómadas de las arenas es un sitio que alberga un inmenso poder, magia para algunos, brujería para otros. Durante las eras muchos guerreros han visitado ese lugar y jamás han salido, pues se habla de un mal antiguo que habita en aquel lugar, una aberración hambrienta que custodia los secretos de aquel ancestral recinto, muchos le han enfrentado, pero pocos han sido capaces de sobrevivir sin haber sucumbido a la locura. Ahora es tu turno, debes enfrentar esta última prueba que el desierto tiene para ti, solo así demostrarás quien eres en realidad. —La guerrera extendió su mano y la dejó sobre su hombro, viendo como aquel aterrado cachorro que había caído desde las estrellas se había vuelto en alguien mucho más fuerte—. Busca la Ajjak Thai y hazle frente a tu destino.

-

Aquel joven terrestre habría de tomar una decisión, pero la noche seguiría su curso, ahora la oscuridad era absoluta, un ligero tono rojizo dominaba las alturas, un manto que sumía el palacio en una tenue luz sangría que lo dominaba todo casi como si estuviesen bajo el influjo de algún hechizo sobrenatural. La brisa sopló fuertemente. Agitando las persianas en los aposentos de Marco y Xirack, pero ninguno de ellos estaba adentro, yacían afuera, en la terraza, justo al lado de sus estanques y el jardín exterior. Una ligera flama proveniente de una hoguera artificial iluminaba los cuerpos desnudos del par de guerreros que yacían unidos sobre una cama mientras hacían el amor contra el horizonte. Xirack gemía, alzándose sobre él mientras Marco acariciaba sus pechos y se levantaba para besarlos con enjundia, así como sus labios, se aferró a ella e intensificó sus embestidas, el sudor sobre su piel le otorgaba un brillo que refulgía en contraste contra el rojo del cielo. Ella encajó sus manos sobre su espalada y dejó salir una melodía cargada de lujuria que le hizo despotricar y seguir durante un buen rato hasta que ambos llegaron al éxtasis. Y cuando hubieron acabado tan solo quedaron desnudos en aquella cama, mirando las estrellas.

—¿Tienes miedo? —preguntó Xirack mientras acariciaba delicadamente el pecho de Marco con sus dedos. El mercenario dibujó un semblante de indiferencia y pareció negar, aunque algo en su mirada parecía indicar que no lo sabía con certeza.

—No hay tiempo para el miedo, Xi. Ya no más —aseguró mientras recorría suavemente su espalda con el dorso de sus dedos. Xirack se incorporó un poco, cubriendo sus senos con una sábana ligera y mirando a Marco con un semblante que pocas veces había visto en ella. Él alcanzó su rostro con ambas manos—. ¿Qué sucede?

—¿Qué crees que sucederá cuando esto termine? ¿Crees que volverá todo a la normalidad, que regresaremos a ser forajidos? ¿Yendo de allá para acá a través de las estrellas, sin rumbo ni final?

—Ya nada volverá a ser como era antes, Xi.

—Y es justamente eso lo que me preocupa —se levantó de la cama. Aquel manto blanquecino con el que se cubría pareció envolverla y dotarla con una pureza que hacía a Marco estremecerse. Avanzó hasta el borde de aquel balcón y observó la ciudad envuelta en rojo a causa del eclipse. Marco tomó aire y la siguió. Lentamente deslizó sus brazos por su cintura y besó su cuello delicadamente—. Digamos que luchamos por este mundo y logramos ganar, ¿después qué pasará? ¿Volveremos con Jonh y los demás y seguiremos luchando hasta el fin de nuestros días?

—Jonh nos necesita, nuestros amigos nos necesitan.

—Nada nos garantiza que estén vivos.

—Tampoco que estén muertos. —Hizo una mueca de desconcierto y sujetó a aquella mujer de los brazos—. Nos necesitan, Xi. Por eso debemos volver, debemos encontrarlos. —Ella desvió la mirada.

—Desde que esto comenzó no hemos hecho más que luchar por una causa y después por otra sin descanso. Sometiéndonos al juicio de aquellos que tienen poder por encima de nosotros, ¿somos héroes, o acaso somos esclavos? Yo ya no puedo notar la diferencia.

—Somos soldados, siempre lo hemos sido. Nacimos para pelear, es nuestro destino.

—¿Y qué pasa si quiero un destino diferente? ¿Qué pasa si ya no quiero luchar?

—Justo ahora no tenemos más opción que hacerlo —el rostro de su amada vaciló entre la tristeza y el enojo, Marco la sostuvo como si fuese la pieza de arte más preciosa en el universo y dijo:— Sé que no es lo que quieres escuchar ahora, lo sé. Pero debemos ser fuertes en estos momentos, resistir un poco más, libremos esta última lucha y después, después podremos irnos a donde sea —la esperanza brilló en los ojos de la guerrera de Dorma Prime—. Tiempo atrás te ofrecí una alternativa, podemos irnos de aquí, huir de todo, solo tú y yo, el universo es infinito, podemos ir a donde tú quieras, o podemos quedarnos, sea lo que sea que decidas, yo siempre estaré contigo, sin importar qué.

—¿Y qué pasará con los demás?

Marco sonrió, sintiendo un extraño deja vu, meneó la cabeza de un lado a otro de manera indiferente y se encogió en hombros mientras acariciaba a su amada con fineza.

—Creo que pueden cuidarse solos. —Mostró una sonrisa y ella también—. Resistamos un poco más, ¿de acuerdo? Solo un poco más.

La envolvió completamente en sus brazos, ella se pegó a él con tal fuerza como si sintiera que el desierto se lo arrebataría de alguna manera. Alzó la mirada y le dio un gran beso, Marco la imitó, después la cargó y la llevó hasta la cama otra vez. Y sus cuerpos se volvieron a fundir contra la luz sombría de aquel eclipse de sangre.

-

El desierto parecía cantar. Las dunas a su alrededor se meneaban con el vaivén de la brisa, agitándose en sintonía con el susurro espectral que traía consigo el viento de más allá de las Tierras Rojas. Cada paso a través de aquel manto de polvo enrojecido era dificultoso, vagaba a través de las dunas como un errante en medio de una cruda tempestad, envuelto en ropajes que únicamente dejaban al descubierto sus ojos protegidos con unos rudimentarios anteojos que Sallah Nu le había obsequiado antes de partir. El viento sopló con fuerza y levantó una gran columna de arena, pronto sus partículas se perdieron en el horizonte y parecieron fundirse con las estrellas en el cielo. Se detuvo en la cima de una pendiente para mirar más allá, allá donde el cielo y la tierra parecían unirse como uno solo, un espectáculo fuera de la realidad. Llevaba un rato caminando a través del desierto, pero lo que para cualquiera hubiesen sido horas para él fue como una eternidad.

De pronto sintió que con cada paso el desierto únicamente se hacía cada vez más y más extenso hasta un punto inacabable. Sin importar a donde mirara las arenas dominaban absolutamente todo a su alrededor. Mantuvo su mirada puesta en el camino, no tardó en discernir que las arenas parecían ondear en dirección contraria a su andar, como si las propias arenas le indicaran que debía dar marcha atrás y volver por donde había venido. El yermo a su alrededor parecía una entidad viviente que conspiraba contra él, haciéndolo dudar de su propia realidad. Yacía inmerso en un escenario onírico, donde los colores y las sensaciones perecían ajenos a cualquier cosa que hubiese experimentado antes.

Surcó un montículo de arena pero resbaló antes de poder alcanzar la cima, trató de levantarse, pero el manto de polvo fino a su alrededor le hizo resbalar una y otra vez, las arenas parecían conspirar en su contra. Se arrastró con fuerza, sintiendo como el desierto buscaba engullirlo y cubrirlo con la oscuridad eterna. Luchó con todas sus fuerzas, encajando sus uñas y rasgando la pendiente, haciendo uso de toda su fuerza hasta que finalmente logró alcanzar la cima de aquel montículo. Fue ahí que la encontró.

Salientes de piedra y formaciones rocosas erigidas a través de las eras se alzaban por encima del océano de arena, mostrando una estructura rudimentaria que conformaba la entrada de una oscura caverna que descendía hasta profundidades insondables. Aquel túnel parecía emerger desde el suelo sin razón aparente, como si aquello fuese una anomalía que no formaba parte del desierto conocido, un fallo en la realidad, algo que ciertamente no debía estar allí. Tomó aire y se despojó de los paños que cubrían su cara, así como también de sus anteojos. La brisa del desierto acarició su rostro burdamente como si se tratasen de pequeñas dagas que rasgaban su piel. Se deslizó por la pendiente y llegó a tierra firme, entonces avanzó hacia la Ajjak Thai. Aquella enorme estructura medía varios metros de altura, pero la profundidad del túnel era avasalladora, una profunda oscuridad auguraba aquella boca hecha de piedra. De pronto se había hecho más fuerte. Podía sentirlo, aquel llamado, aquella voz extraña y casi etérea que clamaba su nombre, venía de aquel lugar, para encontrarla, debía ingresar en la caverna.

Hurgó en su primitiva bolsa de viaje y extrajo una antorcha y también una piedra porosa con la cual pudo encenderla. Las llamas no parecieron hacer gran cosa en contra de la negrura de aquel espacio. Se acercó un poco más, el desierto —aun a pesar de las noches— guardaba cierto calor efímero, pero aquel lugar era frío, y la brisa que emanaba desde su interior era suficiente para helarle la sangre a cualquiera. Levantó la antorcha para que esta guiara su camino en medio de las sombras, desenfundó de igual manera una daga alargada y al fin entró en la caverna.

-

La actividad dentro del palacio había disminuido considerablemente apenas y el eclipse había llegado. La mayoría de los habitantes de Solum rendían tributo al sol negro que se alzaba en las alturas, quizás como un designio divino, o un presagio de un destino inminente. La primera noche que habían sentido que todo estaba paz, pero quizás tan solo se trataba de un momento de calma antes de la tormenta. En los últimos días decenas de exploradores habían estado trayendo noticias acerca del avance de las fuerzas enemigas. Las tropas de Scorn habían marchado sin descanso durante varias rotaciones, arrasando con aldeas y pequeños asentamientos de pobladores quienes no habían vaticinado en el mal que les acechaba, noticias sobre matanzas sin precedentes, ataques y saqueos en las regiones cercanas se habían dispersado en los alrededores como una plaga, donde fuera que pisara Scorn y su gente, lo único que quedaba detrás era muerte y cenizas. La gente estaba aterrada, se ocultaban en sus hogares, rezaban a sus dioses con temor e impotencia, preparándose para la inminente llegada del enemigo, pues este parecía acechar como una fuerza maligna que amenazaba con irrumpir en sus hogares y cubrir con la sangre de los inocentes todo reino. En aquellos días ya ni siquiera parecía una ciudad, sino una inmensa jaula en la cual esperaban su destino final.

Marco abandonó sus aposentos, dejando a Xirack allí para que pudiera darse un baño. Él tenía otra misión. Recorrió los largos pasillos de aquella estructura piramidal hasta que llegó a la sala principal, allí donde los diligentes se habían reunido para seguir trazando la estrategia de la batalla que estaba por librarse. El Mando Yábar conversaba con los líderes Naha'la de las tribus nómadas, Dutch discutía con los armeros y los miembros del primer batallón de ofensiva, aquellos paladines de flamantes armaduras doradas, planeaban la estrategia a seguir ni bien los soldados de Scorn se mostraran en el horizonte. Marco miró en todas direcciones hasta que encontró al Capitán Deckard en la distancia, hablaba con aquel androide personal de la reina. Cualquiera hubiese pensado que aquel soldado estaría trazando la trayectoria de la batalla desde mucho antes, con su expertiz militar y sus años en la lucha, contaba con que estuviera apoyándolos a buscar una buena estrategia a la hora en que comenzara la batalla, pero en su lugar se veía concentrado en algo más.

—Deckard —le llamó—. Hojalata —le dijo al androide—. ¿Qué ocurre? —pronto atinó a ver un montón de trastos metálicos puestos sobre la mesa frente él.

—Este androide dijo que logró interceptar lo que parecen ser comunicaciones provenientes de nuestro sistema —hablaba con emoción, era la primera vez en mucho tiempo que veía algo similar a la alegría en el recio semblante de aquel Capitán de la flota de la Federación Estelar.

—La fuente está dañada y los datos son inteligibles, pero parece provenir de un mensajero de la Federación Estelar —espetó la máquina entre chirridos y una ligera distorsión entre su voz.

—¿De la Tierra? —cuestionó Marco con apuro. El androide chirrió y lanzó algunas chispas entre sus circuitos.

—Como dije, no es posible determinar la fuente con exactitud, pero mis lecturas parecen indicar con una probabilidad de un 78.8% de que el mensaje fue enviado desde la Vía Láctea.

—Quizás se trate de algún remanente de la Federación, nos están buscando —un halo de esperanza pareció envolver al Capitán—. Por ello le encomendé a un comerciante local que me consiguiera lo que pudiera encontrar de tecnología de comunicaciones —ilustró señalando la chatarra que tenía acumulada—. Son piezas viejas y algo dañadas, fragmentos de naves de reconocimiento y algún transporte interestelar, pero si logro ponerlo a funcionar con suerte lograré establecer comunicación con la Federación —siguió trabajando en aquel proyecto.

—Quizás deberíamos concentrarnos en el asedio, ¿no crees?

—Esta batalla estuvo perdida mucho antes de que llegáramos —zanjó azotando una pieza de comunicador contra la mesa—. Lo mejor que podemos hacer es intentar buscar una manera de salir de aquí.

—No hablarás en serio.

—Abre los ojos, Ramírez. ¿De verdad crees que tenemos alguna oportunidad contra lo que viene? Esta gente depositó sus esperanzas en un montón de forasteros que nada tienen que hacer aquí. Nos miran y ven una suerte de esperanza —negó—. Una fantasía nada más, un cuento que se contaron entre ellos para sopesar la verdad, y esa es que nadie los podrá salvar de lo que viene.

—Esta no es solo su batalla, Deckard, estamos involucrados, aun si lo queramos o no.

—Habla por ti, Ulkhali Marco —el tono en que se lo dijo denotaba su inquietud—. Mi gente, nuestra, gente. Está muy lejos de aquí, ellos son quienes de verdad necesitan nuestra ayuda. Mientras más pronto logremos salir de este maldito desierto, más pronto recuperaremos nuestro verdadero hogar.

—Mierda. Y yo que pensé que serías diferente. Cuando te conocí eras un soldado de verdad, un Capitán de una nave de la Federación, un héroe, con la misión de servir y proteger a todos y cada uno de los mundos que los necesitaran, todas esas medallas, esos logros y títulos, no son más que mentiras. No eres más que un mentiroso usando un traje bonito con el que te engañas a ti mismo.

—¿Vas a hablarme a mí de honor? —dejó lo que hacía y se encaminó hasta encararlo—. No eres más que un criminal, un mercenario.

—Y aun así estoy dispuesto a luchar por esta gente. Quizás no lleve uniforme, pero sé bien cuando vale la pena luchar por algo, y por quienes lo necesitan.

—Pues si tanto vale la pena este lugar —tomó su peculiar proyecto y se retiró—. Quédate con él. Yo necesito volver a mi hogar.

-

Xirack se tomó un momento para admirar el paisaje antes de salir de su recamara. Aquel espectáculo en el cielo era sombrío, pero los colores que proyectaba sobre la ciudad le brindaban una tranquilidad que le traía de regreso sus antiguos días como esclava en Dorma Prime. De niña lo había perdido todo, su familia, su hogar, sus amigos, su paz, su vida, lo único que le quedaba era el cielo, aquel manto lleno de estrellas y mundos lejanos donde se imaginaba una vida mejor a la que tenía. A menudo se tomaba el tiempo en cada misión para mirar el cielo, cada nuevo mundo que visitaban era un nuevo cielo que se permitía conservar y atesorar en sus memorias, pues con ello podía recordarse a sí misma que las cadenas ya no estaban más. Ahogó sus lágrimas y abandonó su habitación para así recorrer el palacio, estuvo dando vueltas sin rumbo fijo en los inmensos pasillos y salones de aquel templo hasta que arribó a una recamara en la cual guardaban algunos de los tesoros más valiosos de la Dinastía Zandir.

Los pilares que cimentaban el pasillo principal yacían labrados con las historias y leyendas de aquel mundo y aquella importante dinastía. En su camino se encontró con una armadura dañada, cuyas huellas inmortalizaban en el metal la fiereza del guerrero quien alguna vez la portó. Siguió su camino, encontrando un hermoso cetro dorado en forma de una serpiente alada, aquel mismo depredador monstruoso que los había atacado en su camino a Solum, el Norakkha. Solo de recordarlo a Xirack le producía repelús. Algo captó su atención, siguió adelante hasta toparse de frente con una imponente escultura en la que se mostraba un hombre con ojos dorados, quien con estoica presencia alzaba su mano y un sol brotaba de esta. Xirack inclinó la cabeza y con sus dedos acarició la superficie bajo los pies de la estatua, donde en una sucesión de símbolos se leía algo inteligible para ella.

—"Aquí yace el rey Jaddakk Zandir, hijo de las arenas y del sol" —exclamó de pronto una voz a sus espaldas. Xirack se encontró entonces con la reina Hassana—. El monarca más grande que Solum hubiera visto jamás, un guerrero formidable, un rey, mi abuelo, y un conquistador. —La reina se pavoneaba vistiendo un ligero vestido de seda rojiza que empataba con la luz del eclipse, así como una tiara dorada que acrecentaba aún más su belleza—. Mi abuelo destronó y asesinó al rey Tharuk Khan cuando tenía mi edad, arrasando así con la antigua Dinastía Sorin, asesinó a sus generales, acabó con sus herederos y con cualquier disidente que se opusiera a su nuevo mandato como el nuevo rey de Solum —se paró junto a ella y miró a su antiguo gobernante—. Jamás lo conocí, la vejez y la enfermedad acabaron con él poco antes de mi nacimiento, muchos lo veneran, otros aun después de muerto le temen, yo ni siquiera soy capaz de imaginar cómo era más allá de las leyendas que cuentan sobre él—esbozó una fugaz sonrisa que no tardó en desvanecerse en un rostro cargado de aflicción—. Cuando las personas me miran, siento como si lo miraran a él. La última de los Zandir, la única capaz de llevarnos a la gloria, o a la destrucción.

—He conocido muchos tiranos a lo largo de mi vida —habló la guerrera de Dorma Prime—. El poder transforma a las personas en quienes son realmente. Puedes ver como la maldad crece en ellos, los vuelve despiadados y viles. Pero en sus ojos no veo eso, majestad, veo algo más.

—No quiero ser como mi abuelo, ni como mi padre. Este reino ya ha sufrido demasiado a causa de hombres vacíos que no pudieron con el poder que se les entregó, lo único que quiero es el bienestar de mi pueblo, ahora y para siempre. Y Scorn es el único que se interpone en mi camino para lograrlo. Llegará muy pronto, ¿no es así?

—Eso me han dicho.

—No sé si estoy preparada para lo que viene.

—Debe estarlo. Esta será la mayor prueba para demostrar si es digna o no de portar la corona, ahora más que nunca es cuando debe ser fuerte.

—Admiro tu valía, Xirack Kattani —extendió su mano y acarició su rostro suavemente—. Admiro ese fuego dentro de ti, es admirable y digno de reconocerse, de ser por mí erigiría una estatua en tu honor, solo para recordarme quien debo ser —alzó su otra mano y apresó delicadamente su rostro—. Tu llegada ha sido el más valioso regalo de todos, nunca antes había conocido a alguien con tanta fortaleza como la tuya. Si la batalla termina, podrías quedarte aquí, conmigo, tenerte a mi lado en el trono, sería la más grande dicha que Azarah podría darme.

—No puedo quedarme —apartó sus manos lentamente—. Se lo agradezco, majestad, de verdad, es solo que... no pertenezco aquí.

—¿Y a donde perteneces entonces?

—Justo eso me pregunto cada noche antes de dormir.

—Como dije, admiro tu valía, Xirack Kattani. Fuiste prisionera tanto tiempo que ahora sientes que no perteneces a ningún lugar.

—En un principio, cuando fui salvada de la esclavitud, me sentí en deuda eterna con el hombre que me liberó. Era muy joven e ingenua, el poco honor que aún conservaba me hizo entregarle mi vida sin cuestionarme nada, y por ello pasé de una prisión a otra sin siquiera percatarme. Le entregué mi sangre, mi alma, mi corazón, todo de mí. Luché junto a él, sangré con él y por él, hasta que inevitablemente acabé enamorándome de él, o al menos eso era lo que creía. Ahora me doy cuenta que no era mi corazón, sino mi alma la que estaba en deuda con él, y eso me hizo cambiar y creer que lo que había era suficiente. Daría mi vida por él y sé que él haría lo mismo por mí, pero... pero creo que esa deuda la saldé hace mucho tiempo. Ya... ya no lo amo, al menos no como antes. Y Marco, bueno... él es otra historia.

—Los hombres son criaturas cínicas, admiran la belleza pero no ven más allá de un espectáculo efímero que con el pasar del tiempo se extinguirá, pero él es distinto, jamás había visto a alguien amar tanto a una persona como el Ulkhali te ama a ti.

—Lo sé, sé que él haría lo que fuera por mí, entregaría su alma por mí de ser necesario, pero aun con todo eso no me atrevo a amarlo como él lo hace conmigo, no puedo. Sería... sería como ponerme las cadenas otra vez, y ya no quiero eso —de pronto las lágrimas llegaron a ella—. No puedo amar al único hombre que me ha amado de verdad, y eso me parte el corazón.

—Un corazón tan atormentado como el tuyo solo anhela solo una cosa, y esa, es libertad. Lo supe en cuanto tuve la oportunidad de conocerte. Ningún hombre te la dará, debes buscarla por ti misma, ya has luchado los suficiente, Xirack, permítete ser libre al fin.

-

Las sombras lo envolvieron por completo. De pronto la única luz que lo arrancó de la penumbra fue aquella antorcha que poco a poco parecía menguar su fuerza a medida que descendía por aquella caverna. El túnel era húmedo, frío, y con una inmensidad que rebasaba su imaginación, apenas y podía guiarse a través de los toscos peldaños de piedra que descendían hacia las profundidades de aquella cueva colosal. Estando entre las sombras, no supo con exactitud cuánto tiempo estuvo bajando, las dimensiones que componían el interior del túnel parecían cambiar constantemente, haciéndose amplias como el propio desierto, para después apresarlo en un aplastante corredor cuyo final no parecía llegar pronto. Hasta que súbitamente se encontró con el final, los peldaños conducían a una sección mucho más amplia de aquella gruta, un espacio insondable cuyas amplitudes tan solo podrían ser reveladas en más de una era. Bajó hasta llegar a terreno llano, donde la piedra y las arenas convergían en una superficie medianamente similar a un puente, o al menos eso le pareció ver.

Rozó con sus manos las estalagmitas que se erigían desde el suelo como los colmillos de una titánica bestia. Sintiendo como a cada paso a través de aquel corredor la estructura parecía flaquear y empezar a crujir, amenazando con colapsar ni bien bajara la guardia, polvo áspero y una pútrida fragancia se colaban por su nariz a través de la poca brisa que soplaba por el lugar. Siguió avanzando hasta llegar a una sucesión de estructuras devastadas por el tiempo que parecían lo más cercano a una suerte de plataforma circular, pudo atisbar a su alrededor pilares, derruidos y demacrados por la corrupción del paso de las eras, igualmente formaban parte de aquella edificación la cual parecía coincidir como los remanentes de algún extraño centro ceremonial, quizás perteneciente a una civilización primigenia de la cual tan solo restaban recuerdos yacidos en la arena y las sombras de aquella caverna olvidada. En el centro se hallaba algo, un pozo, lo suficientemente profundo como para hundir su brazo entero en él, alzó la llama e iluminó un fluido negro que expelía un aroma peculiar, similar al aceite de motor que usaban las naves interestelares que durante años había reparado y del cual ya tan acostumbrado estaba. Siguió sus instintos y hundió la antorcha sobre el líquido negro, pasaron algunos segundos hasta que una enorme flama emergió de aquel pozo, iluminando todo a su alrededor con un fulgor antinatural que centellaba en un tono esmeralda, el cual crecía anómalamente hasta casi alcanzar el techo. Aquellas llamas le cegaron, alzó su mano para cubrirse, se echó para atrás pues el calor era abominable, pero ni bien dio dos pasos escuchó algo crujir bajo sus pies, con la nueva luz sus sentidos parecieron agudizarse, fue así que se dio cuenta que desde hacía rato aquella sensación extraña se sentía bajo sus pies, cual si hubiese vagado a través de un camino hecho de ramas secas y muertas que crujían al ser pisadas, descendió lentamente la mirada y fue cuando se encontró con un panteón a su alrededor.

Aquella plataforma estaba cubierta de miles de huesos, de todos los tamaños y formas, sin importar a donde llevara sus ojos tan solo podía ver los remanentes de aquellos cuya travesía había llegado a su final en aquel oscuro pozo. Respiró agitadamente, dio un par de pasos hacia atrás, sujetando con todas sus fuerzas su espada. El miedo lo invadió, y aquella paralizante sensación se apoderó de su cuerpo como una potente neurotoxina, forzándolo a quedarse quieto, mientras temblaba sin parar. Ahora podía escucharlo de nuevo, aquella voz, aquel canto fantasmal, eran los huesos, aquel océano de restos que conformaban la cripta bajo sus pies, clamaban por él. Lo siguiente que escuchó provino desde la oscuridad que le circundaba en aquella plataforma, una sucesión de siniestros picotazos a través de las paredes rocosas de la caverna, más pronto que tarde Benjamin Wrax supo que aquel escalofriante sonido eran pasos, algo merodeaba en la oscuridad.

—¿Quién eres tú? Aquel que ronda en la oscuridad —clamó entonces una voz siniestra y distorsionada con un eco biomecánico que le recordaba a la vacía voz de los androides de servicio allá en la Tierra, mientras su andar se hacía cada vez más claro—. ¿A qué has venido? —Ben alzó la mirada, encontrando entre los claroscuros que le conferían las llamas de aquel pozo una silueta alongada que reptaba sobre su cabeza con una velocidad casi imperceptible, su exoesqueleto ennegrecido parecía resplandecer en contra de aquellas llamas con una tonalidad purpura, decenas de patas afiladas como las de un arácnido la fijaban al techo y le permitían caminar por la superficie como si la gravedad no existiera para ella. Pudo escucharla reír, sus siniestras carcajadas revotaban entre los muros de la caverna como un eco diabólico que solo anunciaba la muerte.

—Vine porque mi destino me llama. Me ha traído aquí.

—¿Destino? —sus risas imperaron a través de la caverna—. Sí... ya he escuchado eso antes. Durante mucho tiempo he habitado este lugar, he visto con el pasar de las eras como incontables guerreros han venido aquí persiguiendo la gloria que el destino les ha prometido. Todos creen que tienen la fuerza y el coraje suficiente para invadir mi recinto y enfrentarme, buscando su fútil gloria.

—Yo no busco ninguna gloria. —De pronto la oyó detenerse, se giró lentamente y ante la luz de las llamas esmeralda pudo ver aquel horror inefable que se ocultaba entre las sombras manifestándose ante sus ojos.

Se alzaba como una suerte de gusano que se meneaba de un lado a otro con una parsimonia aterradora, habría de medir quizás cinco o seis metros de altura, no podía saberlo con exactitud, el resto de su cuerpo con la forma de un monstruoso quilópodo se perdía entre la negrura de la caverna, impidiéndole ver el final. Aquella alargada extensión de patas insectoides culminaba en un torso pálido y vagamente humanoide, como el de una mujer, poseía dos brazos finos y torneados, pero también dos aberrantes tenazas como de escorpión, los cuales hacía chocar entre sí, liberando así un sonido estremecedor. El resto de su forma gozaba de una aberrante belleza espectral, digna de una matriarca del inframundo, su figura era hipnótica, pero su rostro no poseía ningún rastro de humanidad, era apenas un armazón, un cráneo vagamente femenino carente de rasgos más allá de una boca con dientes puntiagudos que se unificaba en un rostro sin ojos, tan solo una suerte de grotescas protuberancias óseas que parecían converger hasta formar una especie de corona hecha de hueso negro y resquebrajado formaban su cara. Aquel horroroso espectáculo le hizo quedar petrificado, ahora podía entender las leyendas que le había relatado Sallah Nu, acerca de aquel mal ancestral que anidaba en aquella cueva más allá del tiempo.

—¿De verdad? —sonrió maliciosamente haciendo sonar sus enormes y afiladas tenazas. Serpenteaba de un lado a otro, rodeándolo con su cuerpo de ciempiés, mientras Ben le seguía de cerca, aferrándose fuertemente su espada—. Ciertamente no eres como los demás que han venido aquí antes, eres más pequeño y más frágil, detecto el miedo en ti, es embriagador, y ciertamente exquisito. Pero no importa por qué razón hayas venido, igual me alimentarás a mí, o a mis retoños.

—Vine porque es mi destino.

—No existe ningún destino —se meneó violentamente cerrando cada vez más su espacio con su cuerpo insectoide—. No hay grandeza ni mucho menos gloria, solo muerte y caos. —Lo enroscó rápidamente como una serpiente y lo levantó hasta que pudo acariciar su rostro con sus gélidas manos cadavéricas—. Así que dime, ¿qué has venido a buscar con tanto ahínco, insecto?

—Mi-mi verdadero propósito —expulsó entre dolorosos jadeos.

—Interesante —mostró su larga lengua ennegrecida y se permitió saborearlo—. Quizás sí seas diferente a los demás. Pero aun así no importa, perecerás de todas formas, no hay criatura viviente en Yogghar que haya podido derrotar a Griloth, la Gran Madre Tejedora, y menos lo hará un insignificante insecto como tú —abrió sus fauces y se empezó a acercar para arrancarle la cara de un mordisco mientras se burlaba maliciosamente de él.

—¡Yo no soy un insecto! —batalló y se meneó como una sanguijuela salida del agua hasta que logró liberar su mano y así arremeter directamente contra ella, logrando enterrar su daga en la monstruosa cara de la criatura Griloth. La Gran Madre Tejedora expulsó un abominable rugido cargado de dolor y se echó para atrás, soltando en el proceso al joven guerrero. Ben cayó contra los huesos y se irguió—. ¡Mi nombre es Ben, perra!

La criatura le rugió de nueva cuenta, adoptando una pose amenazante que abarcó todo su rango de visión. De pronto serpenteó y se arrojó contra él. Ben saltó a tiempo y rodó a través de los restos, viendo como aquella monstruosa bestia había chocado contra uno de los pilares, causando una gran sacudida y ocasionando algunos derrumbes en toda la estructura. La bestia Griloth bramó y sacudió su extenso cuerpo con el cual mandó un coletazo que lo sacó volando hasta que terminó en el borde de la plataforma. Alcanzó a enterrar la daga antes de caer a la insondable oscuridad. Enterró sus manos en la superficie y escaló dificultosamente hasta que logró llegar a la superficie, Griloth llegó hasta él como una sombra y le atacó llevando su pinza contra él. Raudo antepuso su daga y logró evitar que aquella tenaza lo partiera en dos, cortó con todas sus fuerzas, causándole heridas severas a la criatura, ahora su daga estaba manchada con su sangre ennegrecida.

La criatura se zarandeó con fuerza, los huesos se agitaron y de entre la espesa manta hecha con los restos óseos de los caídos Ben pudo ver como la cola con punta de aguijón de aquel ser se enfilaba hacia él. Ben Wrax se echó contra los huesos, y entre estos alcanzó a ver una empuñadura, veloz la arrancó, encontrando una espada de tamaño similar al arma que llevaba consigo. Levantó ambas armas y no tardó en encajarlas contra la carne de aquella bestia. Escuchó los lamentos de Griloth, así como su furia creciendo a la par que sentía su carne siendo brutalmente lacerada por el filo de sus armas. Se levantó y pronto la bestia arremetió contra él con sus tenazas. Bloqueó los ataques rápidamente, anteponiéndose a su patrón de ataque como tantas veces Marco le había enseñado a hacerlo en sus intensas sesiones de entrenamiento. Registró en milisegundos las acciones de su enemigo, reconociendo su estrategia y aprovechándola a su favor para generar una buena ofensiva, como Sallah Nu le había instruido. Pronto los ataques de la monstruosa madre insecto se volvieron claros, podía anticiparse a sus ataques y corresponder con la misma fuerza, interceptando sus golpes y arañazos brutales capaces de partirlo en dos, enfrascándose así en una danza mortal de la cual ninguno parecía rendirse.

La bestia enfiló su pinza contra él una vez más, Ben pegó salto y se alejó del filo hasta que este acabó incrustándose contra un pilar. Griloth bramó y luchó para separarse, pero se había quedado prensada de la estructura de roca. La oportunidad brilló como una supernova, por lo que el guerrero de la Tierra tomó su espada y la puso en alto hasta que la dejó caer contra ella con la fuerza de un bólido de destrucción masiva, logrando cortar de tajo su enrome tenaza. La bestia Griloth aulló de dolor y se apartó dando violentos tumbos mientras se desangraba, al buscar apaciguar su dolor descuidó su defensa, por lo que Ben arremetió hundiendo su espada contra su cuerpo y rajando su carne de lado a lado con un corte demasiado profundo que le causó una herida letal a la criatura.

—¡MALDITO INSECTO! —bramó la monstruosa Griloth sacudiéndose violentamente y haciendo vibrar toda la estructura. Ben se apartó un poco y la Gran Madre Tejedora se alzó una última vez, apuntándole con su mano humanoide—. ¡¿Quién crees que eres?! ¡No eres más que una simple alimaña para mí! —serpenteó velozmente y cargó en su dirección—. ¡No eres nada!

La primera estocada por parte de su tenaza gigante logró desviarla con toda la fuerza que pudo condensar en su revés, después desvió su espada y el filo acabó cercenando su mano humana, se echó para atrás y empuñó su arma con ambas manos hasta clavarla con todas sus fuerzas contra su pecho, la afilada hoja navegó por su carne, destrozando su interior y alcanzando a brotar por su espalda. La gran criatura liberó un agónico bramido y tras varios segundos acabó por colapsar frente a él. Y lo que otrora había sido la más grande oscuridad de Yogghar ahora se desvanecía frente a él. Ben Wrax avanzó lastimeramente hasta llegar a ella, y arrancó la daga, causándole una hemorragia masiva que pronto acabaría por matarla. La criatura solo agonizó.

—Jamás creí ver a un ser capaz de anteponerse a mí, he vivido demasiado tiempo, pero esta es la primera vez que he de morir de verdad. Dime, ¿quién eres en realidad, criatura? —recitó en un débil cántico que cada vez se apagaba más y más.

—Solo soy un humano —se paró encima de ella y alzó la daga de nuevo—. El humano que te venció. —Enterró de nueva cuenta su hoja contra ella, y tras una violenta sacudida y un último suspiro, Griloth, la Gran Madre Tejedora dejó atrás esta vida.

Arrancó la daga del cadáver de Griloth y vio su maltrecha hoja hecha añicos por el combate, estaba bañada en sangre tan negra como el alquitrán, esta le había caído por todas partes, le quemaba como si se tratase de un corrosivo ácido. El joven guerrero se apartó, dando tumbos hasta que colapsó frente al pozo del cual emanaba aquella llama sobrenatural, aquel brillo esmeralda parecía ser lo único que lo alejaba de las sombras que cada vez cobraban más fuerza, envolviendo todo su alrededor. Entre espasmos y exhalaciones vio como algo de vaho emergía desde su boca, aquella caverna se había vuelto fría de pronto. Escuchó un eco entre las sombras y de entre la oscuridad vio emerger a aquella curandera que le había mostrado su futuro en la Antesala de la Luna.

—Tú... —musitó débilmente.

—Ciertamente eres más excepcional de lo que hubiera imaginado —mientras avanzaba, aquella forma de Nalakih fue desapareciendo hasta convertirse en una inhumana silueta de casi dos metros, tan pálida como un espectro y envuelta en una túnica blanquecina que solo revelaba un fino espectro de su fantasmal ser. Como si fuese una aparición.

—¿Quién eres?

—He tenido demasiados nombres a lo largo de las eras, más no soy más que una simple espectadora, un susurro en medio del caos eterno, una sombra alejada del tiempo y la existencia que conoces, soy La Voz de los Muertos, la Korash Dhum. La única capaz de ver lo que es y lo que será, hasta el fin de los tiempos.

—Me trajiste aquí solo para morir... —expulsó una tos violenta y algo de sangre junto con esta—. Ahora entiendo que para encontrar mi verdadero valor debía entregar mi vida a una causa mucho más grande, pero ahora nada de esto parece tener un fin en particular.

—Escudriñé entre las insondables sombras del tiempo lo que podría llegar a ser, vislumbré en el tejido de la realidad quien eras, y también quien podías llegar a ser. El universo te llama, terrestre, el destino del universo aguarda por ti, esto no es más que el inicio de tu travesía —alzó su mano y Ben pudo sentir como una fuerza salida de este mundo se apoderaba de su cuerpo. Podía sentir sus huesos siendo reparados en cuestión de segundos, sus heridas cerrándose a tal velocidad que pronto el dolor se sintió como un recuerdo lejano, y su corazón volviendo a latir con la fuerza de un huracán.

Dio una enorme bocanada de aire y se incorporó gracias a la electrificante sensación de su cuerpo albergando energía otra vez. Se sentía como si hubiese nacido de nuevo. Logró ponerse de pie una vez más y contempló aquella visión frente a él.

—¿Por qué me ayudas?

—La batalla más grande que el universo hubiera conocido se aproxima, el duelo entre la luz y la oscuridad, Khroll ya ha partido, y no descansará hasta convertirse en la fuerza de destrucción más grande de todas, si logra su cometido, nada podrá detenerlo, ni siquiera Lylum. Debes llegar a ella, juntos podrán ponerle fin.

—¿Cómo?

—Pocos han sido los mortales como tú los que han sido capaces de derrotar a un ser primordial —ambos miraron a Griloth—. Y menos a una fuerza tan oscura como esta. En tus manos yace la herramienta adecuada para esta tarea que el destino te ha encomendado. —Rebuscó en los alrededores hasta que encontró aquella daga cubierta de sangre oscura. La levantó y el fuego del pozo pareció llamarle—. Hazlo.

Llevó la espada contra el fuego y las llamas oscuras le envolvieron cual si hubiesen cobrado vida, el calor fue mortal, gritó y sollozó mientras las flamas convertían aquella hoja en algo más. Entonces la sacó, encontrando su piel intacta y aquella nueva arma que la oscuridad le había entregado.

—Las sombras te han concedido un regalo único, Benjamin Wrax, una herramienta, forjada entre las llamas oscuras y la sangre de un ser de la noche, un arma con la capacidad de asesinar cualquier cosa, incluso a un primordial.

—Una espada oscura —recitó mientras alzaba aquella nueva arma. El metal se había purificado entre las sombras, volviéndose tan oscuro y brillante como la obsidiana, en su interior un fulgor oscuro como aquellas mismas llamas esmeraldas brotaba iluminando su mirada a través de la afilada hoja que parecía ser capaz de cortar lo que fuera en el universo—. Un arma capaz de matar a Khroll...

—Ahora ya conoces tu destino, Benjamin Wrax. —Levantó su mano y le apuntó con un dedo anormalmente largo y pálido—. Elige sabiamente la senda que tomarás de ahora en adelante, pues esta podría llegar a cambiar el destino del universo tal y como lo conoces. No te equivoques, terrestre, el resto de tu travesía no será nada sencillo, dolor, pena y muerte aguardan por ti, debes estar preparado para hacerle frente a lo que se avecina. El universo entero depende de ello.

Ben Wrax vio desaparecer aquella fantasmagórica visión entre las sombras de la caverna, después, el silencio dominó absolutamente todo y la luz de las llamas esmeralda se extinguió por completo. De pronto aquel humano se sintió insignificante ante la profunda oscuridad que le rodeaba, el miedo atenazó su corazón una vez más y el frío se hizo presente en una gélida brisa que calaba hasta lo más profundo de sus huesos. Hasta que aquella espada centelló de nueva cuenta y con su luz de un antinatural de un intenso color verde vio iluminado su camino. Se tomó unos segundos para admirar aquella hoja, viendo en esta su reflejo más claro que nunca, así como también la promesa de poder acabar con el mal que asolaba con el universo.

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