Capítulo 25
Los finos y elegantes ornamentos en los muros y las puertas del gran reino de Solum resplandecían contra la luz del sol en un magnifico tono que emulaba al dorado más puro y brillante de la Tierra. El viento caluroso soplaba con fuerza y casi parecía susurrar en un dialecto fantasmal, envolviendo así a todos en una sublime e irreal escena. Poco a poco, los mecanismos en los portones empezaron a moverse, un estruendo resonó entre la llanura, y fue ahí que la entrada principal de la ciudad se abrió para ellos. Pronto un pelotón de jinetes armados arribó a la entrada para recibir a los recién llegados, mientras que la pantalla de polvo dorado se disipaba.
—¿Segura que nos esperan? —interrogó Marco Ramírez mientras tensaba el agarre en la correa de su bestia y veía a todos los caballeros rojos acumulándose en la entrada y en las almenas de la muralla, aguardando a cualquier cosa que pudiera suceder.
Vestían estilizadas armaduras igualmente doradas que contrastaban en parte gracias a sus ropajes de color carmesí, algo mucho más cercano a una milicia, en contraposición con los Naha'la, que para ellos no eran más que unos simples bárbaros. Aun con el sol, Marco pudo ver sus ojos, resplandecían con un tono amarillo mucho más fuerte que el de los nativos, cual si sus iris estuviesen bañados de oro.
Pronto una gran formación de jinetes se posicionó en el lugar, rodeando la Nahali Khall y protegiendo la entrada de la ciudad por completo. Un profundo y ominoso silencio se mantuvo en el lugar, hasta que una imponente figura de armadura azul cabalgó en compañía de una pequeña envuelta en frazadas rojas. Era un humanoide de piel morena, cabello negro y múltiples marcas azules que desde la distancia apenas y se percibían como tatuajes, marchó hasta situarse frente a ellos y pronto los Ulkhali de las tribus se presentaron ante él.
Aquel hombre analizó detenidamente la horda Nalakih frente a él y después lanzó una ráfaga de palabrerías inentendibles, su lenguaje era sinuoso y mucho más relajado en comparación con el hosco hablar de los nativos. Sallah Nu se apresuró a traducir.
—Él es Mando Yábar, el Jhorakhen de esta ciudad —miró directamente a Marco—. Es el líder militar del reino, una especie de General. La mano derecha de la reina Hassana, nos da la bienvenida a Solum.
Marco miró a las tropas y después al estoico líder militar, quien aún se mantenía recio ante la situación. Bajó la cabeza y tomó las riendas de su Élabis con firmeza.
—Dile a Mando Yábar que estamos honrados de ser recibidos en su reino, dile que... que es mucho más hermoso que cualquier cosa en el universo.
—Terrestre —habló entonces el Jhorakhen Mando Yábar en un claro acento español que dejó atónitos a los forasteros, sonrió entonces—. El Ulkhali Marco Ramírez, tus hazañas han surcado las arenas de nuestro mundo hasta llegar a Solum, los estábamos esperando.
—¿Hablas nuestra lengua? —recriminó, y el Jhorakhen asintió con alevosía.
—No son los primeros humanos en llegar aquí —tomó sus riendas—. Vengan conmigo, la reina está ansiosa por conocerlos.
Espueleó un poco su Élabis y marchó de regreso a la entrada. Marco llevó su mirada hasta sus compañeros y a los impacientes nativos de la tribu, estaban famélicos, cansados y malheridos, necesitaban de Solum, y aun cuando no sabía si aquel lugar era una salvación o una trampa, ya no podía dar marcha atrás. Avanzó hacia las puertas, junto con toda la Nahali Khall tras de sí. Apenas y pusieron un pie dentro de la muralla, las arenas del inclemente desierto se fueron para dejar un suelo adoquinado y fino que les trajo de regreso la civilización. Pronto, edificios y estructuras imponentes se alzaron a su alrededor, los colores y las formas iban y venían y se entremezclaban en una fusión arquitectónica fantástica y surreal que recordaban mucho a la antigua cultura egipcia en los tiempos de los faraones allá en la Tierra. Torres, palacios, casas y estructuras de todos los tamaños posibles cubrían los alrededores, hechas de piedra fina y sillares de arena rocosa que contrastaban gracias a la inmensa cantidad de habitantes del reino.
Seres de todo tamaño y forma habitaban en él, desde humanoides casi idénticos a ellos, hasta criaturas extrañas ajenas a la imaginación. Cultura y vida de cualquier mundo puestas en un solo lugar.
Un gran conglomerado de ciudadanos se juntó en las calles, alabando y dándole la bienvenida a los Nalakih. El temor y la duda de los nativos y forasteros parecieron desvanecerse en el momento en que los habitantes de aquella ciudad los recibieron con total admiración. Proferían cánticos y rezos en cientos de lenguas extrañas y emocionales que llenaban los recovecos de Solum con un aura mística y poderosa que los envalentonaba y hacía sentirse gratamente recibidos.
—Cielos —expulsó Ben luego de alzar la mirada y ver como miles de pétalos rojos descendían desde las cimas de las torres más altas y caían por todo el lugar, cubriendo su camino como una tersa tormenta carmesí.
—El pueblo Solemi los estaba esperando —profirió Mando Yábar—. Estaban deseosos de conocer a sus salvadores, en especial a los neghechenis.
—¿Neghechenis? —preguntó Xirack. Sallah lo pensó un poco.
—Una palabra Solemi, desprendida de una antigua leyenda de las eras pasadas, es complicado traducirla con total exactitud, pero podría significar algo así como: guerreros del cielo.
—Parece que somos más famosos de lo que pensábamos —mencionó Dutch mientras se pavoneaba desde la cima de su montura.
—Desde que Scorn se levantó en armas, la venida de los neghechenis estaba destinada a cumplirse —atravesaron algunos largos callejones y pasillos hasta que arribaron a una amplia avenida repleta de gente—. Y cuando una gran bola de fuego cayó desde el cielo y trajo consigo un montón de forasteros venidos desde los mundos más allá de las estrellas, la gente empezó a hablar, cree que ustedes son los guerreros destinados a destruir a Scorn y brindar la paz una vez más a las Tierras Rojas —pasó a mirarlos directamente—. Así que... ¿lo son? ¿Son nuestros salvadores?
—Caímos aquí y pensamos que todo terminaría —empezó a decir Marco—. Quizás el distinto... nos trajo aquí por algo.
—Destino —replicó el Jhorakhen mientras acariciaba su mentón—. Esperemos que no se haya equivocado. Sería una lástima desilusionar a nuestro pueblo, y a nuestra regente.
Avanzaron por un buen tramo de la ciudad, hasta que dejaron atrás las calles y plazas del reino, pronto una sucesión de imponentes pilares se mostró, así como un camino recto hasta un monumental palacio hecho de gigantescas piezas rocosas en formas geométricas bien estilizadas que hacían que aquella estructura fuese una suerte de pirámide colosal. El agua a través de aquel puente repleto de pilares corría bajo sus pies en forma de un río, y brindaba una refrescante brisa que los alejaba cada vez más de aquel tortuoso páramo exterior del cual tanto habían tenido que sufrir.
Un centenar de figuras encapuchadas se mostró, así como también varios cientos de guardias de resplandeciente armadura que resguardaban una figura que yacía sentada en un trono dorado.
—Parece que encontramos a nuestra reina —reconoció Marco inmediatamente al verla.
Tambores e instrumentos de aire sonaron con fuerza, anunciando la llegada de los Nalakih ante la ciudad entera. Aquella figura envuelta en finos ropajes naranjas y dorados se levantó de su trono y avanzó un poco hasta llegar al mismo nivel que ellos.
—¡Ante ustedes, la reina Hassana Zandir, la última heredera de la Dinastía Zandir, Hija del Mar de Sal, soberana de Solum, heredera de las Tierras Rojas y dueña del Mundo Rojo! —recitó con firmeza el Jhorakhen Mando Yábar y una sucesión de tamborazos sonaron con fuerza.
—El gran reino de Solum les da la bienvenida, valientes viajeros —recitó ella con voz serena y firme. Se deshizo del manto que la cubría y dejó que un espléndido vestido de seda blanca con detalles dorados que hacían juego con su tiara y ojos resplandecientes se mostrara, era hermosa, de piel morena y grabados dorados que simulaban tatuajes cubriendo toda su esbelta y torneada figura—. Yo soy la reina Hassana Zandir, la última hija de Rhajak Zandir, y de parte de toda mi gente les doy la bienvenida a mi reino —inclinó la cabeza y todos sus siervos hicieron lo mismo.
Desmontó y se acercó a ella en compañía de sus amigos y el resto de los Ulkhalis. Dio una corta reverencia y la miró con ciertas reservas, era imponente e intimidante. Con una gran presencia, no le sorprendía que fuera la reina absoluta del lugar.
—Le agradecemos infinitamente su hospitalidad... excelencia.
—De pie, Ulkhali Marco —demandó ella con solemnidad. Se pavoneó por los escalones, siendo custodiada por cuatro guardias de robusta armadura azul y dos jóvenes pajes que sostenían su largo vestido—. Permítanme ver sus rostros, quiero que este momento se quede grabado en mis memorias hasta el final de mis días —tomó su cara desde la base del mentón y lo acarició—. Fascinante, siempre supe que los humanos compartían características notables con nosotros los Yhoggarianos, pero ahora que los tengo en frente, es casi como ver un reflejo —pasó por todos y cada uno de los allí presentes, poco le importaba que estuvieran sucios y cansados, estaba dichosa—. La Gran Diosa Azarah nos ha sonreído a todos este día, somos afortunados por tenerlos aquí —lamió sus finos labios—. Por favor, disculpen, sé que deben estar cansados, entren, mi reino y todo más allá del horizonte rojo es de ustedes.
Una docena de pequeñas figuras envueltas en capas rojas bajaron y se esparcieron por todo el lugar. Muchos nativos se pusieron nerviosos, pero Marco los hizo calmarse alzándoles la mano.
—Por favor, permitan que mis guías los escolten a sus aposentos. Descansen todo lo que quieran, en el momento en que se oculte el segundo rey rojo, nos reuniremos en el Gran Salón, he preparado un gran banquete para ustedes —avanzó hacia Ben y acarició su hombro—. Un humilde ofrecimiento, que espero marque el inicio de una fructífera alianza.
Sonrió, avanzó delicadamente hasta su trono y varios vasallos la elevaron. Pronto subieron los escalones y se perdió tras pasar la entrada de la pirámide. La legión de sirvientes en túnicas se esparció y empezó a recibir a los forasteros.
Dentro, los espacios de aquella pirámide resaltaban gracias a su inmensidad y elegancia, no era nada que no hubiesen visto antes, pero la finura en sus paredes y los detalles labrados en la piedra hacían de aquel palacio un lugar digno de recordar.
Un pequeño guía envuelto en túnicas y con una curiosa cabeza cuadrada le indicó el camino a cada uno y les permitió el acceso a sus dormitorios, poco después se fue de ahí.
—Santo cielo —exclamó el agitado Benjamin Wrax mientras pasaba su vista a través de la habitación.
—Mantengan los ojos abiertos, no nos entreguemos a esta gente todavía, al menos hasta conocer sus intenciones, ¿entendido?
—Claro —el grandullón se deshizo de su harapienta camisa y suspiró—. Si me disculpan, tengo un largo y placentero baño que tomar —entró en su habitación y los demás también.
La poca tecnología que conformaba los cuartos no era más que circuitos internos y mecanismos que hacían funcionar la energía eléctrica y los demás componentes de la habitación. La estancia yacía formada de amplios espacios, repletos de muebles y habitaciones adjuntas que cubrían todas las necesidades de los inquilinos.
—Bueno, estos tipos resultaron siendo más que un simple grupo de salvajes —reconoció él mientras acariciaba las paredes de piedra labrada y metal—. Quizás podamos conseguir una nave cuando esto termine, ¿o tú qué opinas? —buscó en la habitación pero no la encontró—. ¿Xi?
Vagó por los alrededores hasta que encontró un jardín exterior, un cubierto con vegetación multicolor y un hermoso estanque de aguas claras con el cual tenían una magnifica vista del reino. Retiró las cortinas que separaban el jardín del resto de la habitación y la encontró en la orilla, mirando hacia el horizonte mientras cepillaba su cabello con un curioso objeto que había hallado por ahí.
—¿Admirando el paisaje? —se situó tras ella y la rodeó delicadamente con sus brazos.
—Me recuerda a Kadem, la ciudad donde crecí allá en Dorma Prime. Era un lugar muy hermoso, lástima que nunca pude disfrutar demasiado de los alrededores luego de ser vendida a Gurum.
—Casi nunca hablas de tu hogar —la giró para mirar su rostro detenidamente.
—No hay mucho que contar que valga la pena, desearía que fuera distinto, pero... estaba deseosa de irme de allí —su mente divagó entre los recuerdos de su tortuoso pasado, mientras que con sus dedos rozaba las cicatrices en sus manos—. Allá en Kadem, la vida es cruel, los días son pesados y se sienten eternos, trabajar bajo el sol, aguantando horas y horas sin descanso, ni agua siquiera, eso quiebra a las personas.
—Pero a ti no. —Acarició sus hombros con delicadeza—. ¿Nunca pensaste en regresar?
—¿Alguna vez pensaste en regresar a tu antiguo hogar? —Marco negó sin pensárselo.
—Todos los que conocía o llegué a conocer están muertos, no tengo nada por que volver.
Su compañera no dijo nada, bajó la mirada y se quedó divagando entre sus recuerdos. La arena, el desierto, la hacían volver a sentirse frágil, la hacían recordar a aquella chiquilla que había sido vendida como un animal y que durante años había tenido que soportar un absoluto infierno para mantenerse viva. Una fugaz lágrima rodó por su mejilla, veloz la limpio y suspiró con fuerza.
—Desde que tengo memoria, siempre he sido una esclava, y desde que ustedes me rescataron me prometí no serlo nunca más. Si algún día el destino me hace regresar, entonces me encargaré de hacerlo cenizas.
Tras eso, se alejó de ahí y se encaminó al baño. Apenas y la puerta se cerró se deshizo de toda su ropa, contempló entonces su ser frente al reflejo del espejo, así como en aquellos días, el desierto no había sido nada benevolente con ella, su piel estaba quemada y dañada por la áspera arena, la sangre y la mugre se habían secado y las heridas poco a poco empezaban a sanar. Tomó aire y miró su cabello, estaba seco y maltratado por el ambiente y todo el tiempo que llevaba entre las dunas. Allá en su natal Dorma Prime, los esclavistas solían afeitar a todos los niños para evitar que se contaminaran de bichos y demás pestes, así como también para hacer medianamente tolerable el calor de los campos en los cuales trabajaban.
Pero cuando creció y fue vendida a un maestro, tuvo que recuperar su cabellera, a Gurum no le gustaban las mujeres sin cabello, las hacía ver varoniles y esas no se vendían bien, ni tampoco eran fáciles de sujetar cuando desobedecían y debían ser castigadas. Cerró los ojos y durante una fracción de segundos, aquellos amargos días regresaron, sujetó su enmarañada cabellera y negó con severidad. Sacó entonces una daga y sin perder tiempo la puso contra su sien y rasgó uniformemente, deshaciéndose de un buen porcentaje de aquella melena oscura. Siguió pasando la afilada hoja a través de su piel, sintiendo la ligereza y la sangre resbalando a través de su nuca, repasando cada tortuoso recuerdo cual si lo estuviese viviendo en carne propia otra vez. Acabó entonces con ambos lados de su cráneo totalmente afeitados, mientras que la única porción de cabello que decidió conservar terminó siendo una franja que —después de haberse bañado— complementó haciéndose una larga trenza.
Una trenza de guerrera, un recordatorio perpetuo de quien era y de quien no volvería ser jamás.
Marco abrió los ojos y alcanzó a percibir el techo por encima del agua en la que yacía sumergido. Se impulsó y emergió por completo, recuperando el aire y llevando su cabellera húmeda hacia atrás, retrocedió un poco y se extendió a través del estanque, llevando su mirada hacia el horizonte y todo lo que abarcaba el gran reino de Solum. El cielo estaba colorado con aquella surreal mezcla de colores rojizos suaves, iluminando tenuemente toda la ciudad y dotándola de una belleza innata.
Escuchó entonces las persianas moviéndose, se giró para encontrarla. No dijo nada, su expresión lo decía todo. Avanzó a través del jardín, luciendo su nuevo estilo y un fino vestido de seda que transparentaba ligeramente su desnudez contra el horizonte, buscó algo que decir, pero estaba conmovido ante su belleza. Xirack no dijo nada, se deshizo de aquel vestido y se sumergió en el agua y nadó hasta llegar con él. Estando uno frente al otro no emitieron palabra alguna, Marco alzó su mano y acarició tersamente su piel hasta llegar a su rostro, pronto, se entrelazaron uno con otro, uniendo sus labios y sus cuerpos, entregándose a la pasión contenida y al fulgor que profería aquel desértico paraje.
El líquido en el cual yacía sumergido lo revitalizó por completo, de manera física y espiritual. Se trataba de una suerte de agua curativa, una infusión de múltiples sustancias provistas por los sirvientes de la reina Hassana para sus invitados. Las altas temperaturas de Yogghar eran capaces de irritar la piel al punto en que esta se caía a pedazos. Las arenas a menudo se colaban en el sistema respiratorio y dificultaban el poder seguir a través del interminable desierto, mientras que el calor llegaba a hacer estragos en la mente de aquellos infortunados que caían en las arenas, llevándolos a sucumbir en la locura y en una inevitable muerte.
Los nativos eran fuertes, oriundos de un planeta hostil, por lo cual conocían bien cómo sobrevivir en él. De no haberse encontrado con los Nalakih's, y después con los nativos de Solum, quien sabe cuánto tiempo más habrían conseguido resistir allá afuera.
Burbujas brotaron desde su nariz y pronto la necesidad de recuperar aire llegó a él, así que salió del agua y abrió la boca, dejando que una gran bocanada de viento penetrara en su interior, recuperó el aliento y se inclinó hacia atrás en torno a la tina en la cual residía, retiró el excedente de aquel lechoso brebaje de su piel y cara. Y se quedó unos minutos mirando el paisaje, la imponencia de la ciudad, y como esta se fundía entre el desierto como una suerte de espejismo monumental y muy hermoso. Cautivado, siguió mirando la ciudad, dándose cuenta por fin que se encontraba muy lejos de casa.
Durante años deseó abandonar la Tierra y surcar el espacio, descubrir increíbles mundos y tener incontables aventuras junto con una valerosa tripulación. Al final, el destino lo había puesto de cara con todo lo que alguna vez había soñado, y ahora que todas sus aspiraciones se volvían realidad, no podía dejar de pensar en su planeta hogar, y como se encontraba pendiendo de un hilo gracias a la guerra y quienes la habían provocado.
—Lylum... —recitó ligeramente y sintió la brisa acariciando su cara. Provocándole un escalofrío que le hizo erizar toda la piel.
Se puso de pie y vislumbró el rojo atardecer de Yogghar, el cielo escarlata empapaba el reino poco a poco y le habría paso a la noche. Decidió salir de su baño y se reparó para la noche. Dentro de sus aposentos encontró bastante ropa, se colocó una playera de tela ligera de color blanco y unos pantalones del mismo material con acabados de cuero revestido.
—No es mi estilo, pero supongo que me valdrá para esta noche. ¿Tú qué opinas Derrick? —extendió sus brazos y modeló un poco para su pequeño primate alienígena. El pequeño Derrick estaba en una mesa, haciendo uso de sus cuatro extremidades para comer frutas sin parar, Ben sonrió y se acomodó el cuello—. Vamos —le extendió la mano y el pequeño alienígena saltó, desplegando sus membranosas alas con las que planeó hasta llegar con él y escalar hasta sentarse en su hombro.
Abandonó su habitación y avanzó por los pasillos del palacio real. Los grandes corredores de ladrillo fino y adoquines en el suelo se iluminaban gracias a una suerte de piedras que posaban en el techo y las esquinas de algunas columnas cilíndricas, como una suerte de lámpara mineral que producía una tenue iluminación natural.
—Fascinante —emitió, mientras analizaba una de aquellas rocas, la luz dentro de la misma era de carácter bioeléctrico.
Siguió su camino, observando los signos e imágenes labrados en los muros que evocaban el arte y la cultura de los Solemi a modo de runas antiguas y escritura indescifrable. Pronto sintió una corriente de aire vagando en el corredor y acarreando un ligero soplo fantasmal que le hizo saber que estaba yendo en la dirección correcta. No tardó en encontrar un amplio salón desprovisto de ventanas, en medio había una enorme mesa de piedra repleta de platillos y distintos tipos de manjares exóticos, la servidumbre envuelta en túnicas preparaba el comedor, mientras que el resto de la tripulación conversaban en un pequeño balcón que les proporcionaba una excelente vista del exterior.
El fulgor rojo se había ido, ahora la noche y el cielo se pintaban con un purpura profundo mezclado con una luminiscencia verde que resaltaba con grandiosidad en el cielo.
—Niño —saludó Marco—. ¿Qué tal tu habitación?
—Enorme —reconoció con cierto grado de emoción en sus palabras. Había pasado tanto tiempo durmiendo en las calles, que probar de vez en cuando las ostentosidades de la vida lo hacían sentirse casi como un príncipe.
—Debo decir que dormir en una cama otra vez me hizo sentir renacido —confesó Dutch. Se había recortado el cabello y la barba un poco, al menos lo suficiente para dejar de ser una maraña de cabellos desaliñados, ni Ben ni ninguno de sus amigos lo conocían lampiño.
—Solo espero que esta muestra de hospitalidad no nos juegue en contra —mencionó el Capitán Deckard mientras cruzaba los brazos.
—¿Piensas que nos traicionarán? —dudó Ramírez, mirándolo de reojo.
—Pienso que ya tenemos suficientes problemas en casa como para también tenerlos aquí.
—¿En dónde está Sallah y los demás Ulkhalis? —preguntó Ben tras no encontrar ningún nativo junto con ellos.
—Los ancianos me dijeron que era mi deber arreglar estos asuntos.
—¿Te delegaron la responsabilidad a ti? —cuestionó Deckard.
—Así parece. Creo que me corresponde ahora que piensan que soy una especie de mesías.
—Ante ustedes: la reina Hassana —enuncio Mando Yábar luego de abrirse paso en la habitación. Todos se pusieron firmes y la vieron emerger de un corredor.
Vestía un elegante conjunto de tiras de seda dorada y negra que dejaban al descubierto buena parte de su cuerpo, portaba además un fino velo negro que ocultaba la mitad de su rostro, además de una tiara brillante adornada con varias jemas y rubíes de colores verdosos.
—Mis más sinceras disculpas por hacerlos esperar —movía sus manos con gracia y estilo, digna de la realeza.
De aquel mismo pasillo emergió un encorvado anciano con marcas rúnicas pintadas en la cara, así como también un androide de asistencia. Los terrestres no pudieron evitar mostrar un rostro sorprendido al ver un remanente de su mundo mostrándose ante sus ojos.
—Ya conocen a mi Jhorakhen, Mando Yábar —el soldado hizo una reverencia ligera, desvió su mano hacia el anciano—. Este es Sanu. El consejero real, ha estado al servicio de mi familia durante generaciones, es mi asesor personal y mi más leal amigo.
—Un gusto, viajeros —recitó el anciano dando una cortés reverencia.
—Y este es BTX-38, mi androide traductor, gracias a él he dominado infinidad de idiomas, incluyendo el suyo.
—Un placer —el androide era algo viejo, estaba desgastado y en malas condiciones, pero conservaba a la perfección su funcionamiento y programa lingüístico.
—Adelante, tomen asiento. —Una vez que sus invitados lo hicieron, ella se sentó también—. Espero y los platillos resulten ser de su agrado. Me tomé la libertad de consultar a mis científicos al respecto, puedo decir que son completamente inocuos, no representarán ningún problema para su salud.
—Muchas gracias, alteza.
—No hay de qué agradecer, Ulkhali Marco —cruzó las piernas y entrelazó sus dedos—. Debo admitir que ustedes los humanos son sumamente fascinantes para mí. Son los primeros huéspedes de la Tierra que he tenido, así que espero y su estadía resulte de lo más agradable.
—Supongo que eso no será posible, tomando en cuenta las circunstancias por las que fuimos convocados ante usted, ¿no? —arremetió el Capitán Deckard mientras mordía una jugosa fruta. La mirada sagaz de la reina se dirigió a él, esbozó una sonrisa e inclinó la cabeza, dándole la razón.
—Ciertamente me hubiese gustado que esta unión fuese en una situación, digamos, menos... precaria.
—Convocamos a todos los pueblos libres más allá de las arenas para que se unieran a la lucha en contra de Scorn. Jamás hubiésemos previsto su llegada, viajeros —mencionó el consejero—. Su intervención aquí es, casi por obras del destino.
—Scorn he reunido un poderoso ejército —intervino el Mando Yábar—. Su poderío se extiende más allá de las Tierras Rojas, si sigue así, muy pronto Solum caerá, y nuestro mundo quedará a su merced. Por ello el pueblo Naha'la y los demás habitantes más allá de las dunas fueron llamados a luchar en contra de él.
—Este Scorn —irrumpió Dutch—. ¿Qué tan peligroso es?
—Bastante —enfatizó el Mando Yábar con cierto temor plasmado en su mirada—. Los Nagori siempre han sido una tribu peligrosa, son barbaros que únicamente viven para saquear y conquistar, pero desde que él asumió el mando absoluto de su pueblo, las cosas cambiaron.
—Nunca antes los pueblos libres se habían unido como ahora, Scorn ha convocado un gran ejército, la gente lo sigue y apoya por el miedo y el temor a ser destruidos. Scorn es poderoso, cruel y muy peligroso, al pasar las eras, incontables pueblos y civilizaciones han caído bajo su jheki, y ahora que ha conseguido el poderío de todos los clanes Nagori, solo Azarah sabrá qué pasará con nuestro pueblo —recitó el anciano consejero mientras se frotaba las manos con preocupación.
—Convoqué a los Naha'la ya que son un pueblo unido y fuerte, capaz de hacerle frente a esta amenaza —habló Hassana—. Necesito su ayuda para hacerle frente al ejército de Scorn —una genuina preocupación se dibujó en el semblante de la reina—. Si Solum cae, las Tierras Rojas y todo Yogghar estarán condenados.
—¿En cuánto tiempo llegarán? —preguntó la fiera de Dorma Prime.
—Con cada puesta de sol, sus fuerzas se aproximan cada vez más a nuestro reino. Nuestros informantes prevén su llegada en cinco rotaciones lunares estándares.
—Poco más de dos semanas terrestres —concluyó entonces el Jhorakhen, viendo a los forasteros.
—Mierda —recitó Ben, mientras un escalofrío recorría su espalda y llegaba hasta su nuca.
—Dos semanas —habló la reina—. Tenemos dos semanas para preparar todas las defensas de la ciudad y también crear una ofensiva contra Scorn —tomó aire y suspiró—. El poder de la Dinastía Zandir ha disminuido con el paso del tiempo, soy la última de mi estirpe. Si Scorn consigue adueñarse de mi reino, la última familia noble en todo Yogghar acabará por extinguirse, todo mi linaje perecerá, por ello los necesito —recorrió con sus ojos dorados a cada uno de los forasteros reunidos—. Lo veo en sus ojos, son guerreros natos, no por nada la Gran Diosa Azarah los trajo a nuestro mundo, es su destino.
—No se lo tome mal, alteza —Marco carraspeó—. Pero ya tenemos una guerra en nuestro mundo como para implicarnos en una aquí también.
—La guerra causada por el regreso del hijo de las sombras, lo sé. Aun en nuestro lejano mundo, su llegada no pasó desapercibida. Necesitamos de su ayuda, si no peleamos mano a mano, Scorn cubrirá las arenas con la sangre de incontables inocentes, incluyéndolos —hizo una pequeña pausa para beber vino—. Quizás este no sea su hogar, pero esta batalla ya es suya, aun si lo quieran o no.
—¿No tenemos opción entonces, hm? —arremetió Deckard. La reina Hassana meneó la cabeza de lado a lado.
—No si quieren regresar a su hogar —concluyó el Mando Yábar.
—La Casa Zandir aún tiene recursos, podemos luchar esta guerra, pero no sin apoyo. Ayúdenme a derrotar a Scorn y a recuperar mi mundo, y a cambio les brindaré toda mi ayuda para que puedan regresar a su hogar, incluso, les proporcionaré tropas si lo necesitan. Sea cual sea el caso, estarán luchando por su libertad.
—Entonces creo que nuestras opciones son escasas —Marco tomó su copa y bebió igualmente de aquel afrutado y fuerte brebaje—. Bien, cuenten con nosotros.
Una sonrisa se plasmó en el semblante de la reina. Y aunque cierta duda se cernía entre su grupo, no tenían más opción, debían luchar.
—La Diosa nos sonríe. Con su intervención, el curso de la guerra cambiará por completo.
—Una cosa, su alteza —irrumpió el nuevo Ulkhali de improviso—. Si vamos a intervenir, necesitaremos el apoyo de su gente, deberá proporcionarnos todos los medios posibles para lograr la victoria.
—Mi reino es suyo, neghechenis. Lo que necesiten, se hará.
—Bien —levantó la copa y bebió una vez más.
Luego de la cena, el Mando Yábar comenzó con un plan de ofensiva en contra de las fuerzas de Scorn, situando las defensas en los puntos estratégicos del reino, Xirack, Dutch y Deckard se quedaron con él para discutir lo que harían con respecto a la llegada del ejército, mientras, el dubitativo Marco Ramírez se excluyó, abandonó el salón y salió hacia un jardín externo desde donde se tenía una vista imponente de la ciudad, estaban casi en la cima de aquel palacio en forma de pirámide, la belleza y solemnidad de aquel mundo le daba nostalgia, pues no podía arrancarse de la mente la idea de tener que hacerle frente a otro tirano cuyo poder se mostraba más elevado que el de ellos.
—Carajo —murmuró mientras se sostenía del barandal de piedra.
—¿Hermoso, no lo cree? —recitó la reina regente mientras se contoneaba hasta él.
—Sí, lo es.
—Las leyendas de Solum y las Tierras Rojas siempre han estado marcadas por la muerte y el caos, desde que tengo memoria, siempre oí las historias de los tiranos y los poderosos quienes han subyugado a esta gente, incluso mis antepasados no eran muy diferentes, todos parte de una larga lista de dictadores a quienes nunca les interesó el bienestar de su pueblo —cruzó los brazos, las tiras en su elegante conjunto ondearon a causa del viento.
—El poder corrompe a las personas.
—No si se tiene voluntad, Ulkhali —Marco solo alzó las cejas—. Su historia admirable, digna de una saga. Venció al poderoso Rhollo en un combate mano a mano y se convirtió en el Ulkhali, su fiereza rivaliza con la de Scorn, con usted en mi bando, la guerra puede cambiar a nuestro favor —tomó aire y suspiró—. Esta gente cree en mí, pudieron darle la espalda a los Zandir de una vez por todas, pudieron irse con Scorn, pero no, depositaron su confianza en mi juicio y respetaron mi derecho a gobernar, no puedo fallarles, no puedo permitir que él destruya todo esto.
—Esperemos, su alteza, de que su gente haya tomado la decisión correcta.
—Una vez que termine todo esto —alzó su mano y acarició su brazo—. Será momento de elegir a alguien para que me ayude reinar —Marco la miró de reojo, sus ojos indicaban astucia.
—Pensé que su consejero le ayudaba en eso.
—No un consejero, Marco —acarició su pecho y deslizó su mano hasta dejarla bajo su mentón—. Sino un rey.
Sonrió tenazmente y después se alejó de ahí. Dejando a Marco con muchas más preguntas y dudas de las que alguna vez creyó tener.
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