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Capítulo 23

Abrió los ojos de golpe, y la incandescente luz de los soles en el cielo le cegaron al instante, volvió a unificar sus parpados luego de que el calor arremetiera contra sus inexpertas retinas, entonces las imágenes azotaron en su mente con la fuerza de una poderosa tempestad. Destellos de luz vagaron a toda velocidad, como si se estuviese desplazando por un túnel a través de un viaje hiperlumínico a la velocidad de la luz, largó unos jadeos y después la magnífica imagen de Lylum se plasmó entre la negrura inmensa del espacio sideral, como una maravillosa epifanía que se fundía entre los astros, se revolcó entre la arena y se levantó, agitado miró a su alrededor y solo vio el inmenso océano de arena. Sujetó su frente y palpó el sudor que corría a cantaros y le bañaba por completo, agitó su cabeza y trató de alinear sus ideas, pero por más que lo intentaba tan solo perduraba en su pensamiento las visiones que aquella curandera le había hecho ver y de las cuales aún se encontraba dudoso si habían sido tan solo eso, visiones, o quizás algo más.

—¿Qué demonios? —murmuró, aun aturdido y sintiendo una inmensa sed en la garganta, lamió sus agrietados labios y sintió entonces algo sobre su hombro—. Cielos, Derrick —miró al peculiar primate alienígena y negó nuevamente—. Me espantaste.

El ser meneó su cabecilla y se apresó de su cuello cual si se tratara de una rama. Un cuerno sonó con fuerza y rápido se levantó, atolondrado se tambaleó entre la arena hasta que subió a una colina y pudo advertir con sus propios ojos como una horda de guerreros Nalakih se movilizaba a través de la llanura, recorrió su cabello y se mantuvo expectante, observando la impresionante procesión que marchaba rumbo a lo que parecían ser unas enormes picas arenosas en la distancia.

—Cielos... —parpadeó múltiples veces, asegurándose así que en verdad se encontraba consciente.

—¡Sigues vivo! —vociferó una exaltada voz tras él. Se giró y encontró a Dutch encima de un Élabis, portaba ropajes de cuero y tela ligera, similar a los demás Nalakih's, se notaba contento.

—¿Dutch? —preguntó, el hombretón largó unas risas , descendió de su bestia y llegó hasta él.

—Niño, hasta que decides mostrar tu escuálido trasero, llevamos toda la mañana buscándote —palmeó sus hombros y lo incitó a seguirlo. Un grupito más de jinetes se aproximaba a su posición.

—¿Qué está pasando?

—Nos estamos movilizando —clamó entonces Marco Ramírez, estoico se alzaba desde el Élabis del Ulkhali, aquel con la cresta roja, igualmente vestía ropajes de cuero y tela sencilla que apenas cubrían su piel del incesante calor—. Marchamos rumbo a Solum, si seguimos, es posible que lleguemos en dos noches terrestres estándar más.

—Estoy confundido —profirió el muchacho, al lado del nuevo Ulkhali estaba Xirack, así como también Sallah Nu.

—Fue una noche loca —habló Dutch, sacó de su montura una cantimplora hecha de cuero y se la arrojó. Ben la abrió y bebió con efusividad, los jinetes se rieron.

—¿Lo fue? —limpió el excedente de sus labios—. Estoy algo confundido, desorientado y tengo una horrible jaqueca.

—Eso significa que lo fue —aseguró Sallah Nu—. Te fue mejor de lo que esperaba, más tratándose de tu primera noche como un Nalakih oficial.

—Entonces no fue un sueño...

—No, no lo fue —Marco avanzó hacia él, llevando una segunda bestia consigo—. Rápido, chico, trépate de una vez, tenemos un largo camino por delante.

—¿A dónde vamos exactamente? —llegó hasta el ser azulado y se subió con algo de dificultad. Marchó con el resto hasta la colina y admiró toda la Nahali Khall avanzando como un impresionante organismo viviente.

—Ya te lo dije, Solum —cruzó sus brazos por encima de la montura—. Si queremos salir de aquí, entonces la Reina del Desierto es nuestra mejor opción.

—¿Iremos a...?

Marco no dijo nada, solo levantó las cejas y empezó a marchar, Xirack y Sallah le siguieron. Dutch avanzó junto a él.

—Creo que ya lo entendiste, muchacho, vamos a la guerra —palmeó a su montura y galopó hasta arribar junto con ellos. El pequeño Derrick bramó y se agitó sobre su hombro.

—Carajo —tomó las riendas—. ¡Arre! —palmeó igualmente su criatura y galopó hasta reunirse con los demás.

Extraño. No había otra forma para definir como era el estar allí presente, habían llegado como sobrevivientes de batalla, apenas capaces de mantenerse vivos en un inclemente mundo que no dejaba de ponerles obstáculos, tuvieron que atravesar un sinfín de óbices, pero parecía que el esfuerzo finalmente había valido la pena, eso, o el destino les había sonreído a pesar de los malos ratos.

Marco, junto con los otros Ulkhalis de las demás tribus dirigían el grupo, mientras que los recientemente coronados jinetes se pavoneaban a través de los nativos que nunca imaginaron que lograrían sobrevivir al azote de Rhollo. La arena se levantaba como un manto etéreo que se mezclaba con la calurosa brisa de la llanura, el sonido de la marcha resonaba entre la tierra y el escándalo de la enorme tribu tan solo acrecentaba los ánimos del terrestre que los guiaba.

—¿Qué es eso? —cuestionó Xirack, posando su certera mirada en él. Marco frunció el ceño y se encogió en hombros—. Eso, en tu cara.

—No sé de qué hablas.

—¿Es acaso una sonrisa? —jugueteó, mientras él asentía, dándole indirectamente la razón. Ella soltó unas risitas.

—Bien, me atrapaste, supongo que después de toda la mierda que tuvimos que pasar, me sorprende que esto no sea un sueño.

—Creo que alguien está orgulloso de sí.

—Mira quien habla —la escaneó de pies a cabeza, vestía ropajes de tela y cuero curtido que acentuaban sorpresivamente su figura y la hacían resaltar de entre las demás nativas—. Tan solo te falta una corona.

—Oh, ¿ahora soy tu reina o algo así?

—Si quieres le digo a Dutch, estoy seguro de que no se negará a la corona, ya lo conoces —ella galopó hasta él y le brindó un amistoso empujón—. ¡Oye!

—Sigue hablando y dormirás en la carpa de los ancianos —amenazó con cierto aire de frivolidad rebosando entre sus palabras, Marco asintió.

—A la orden, mi reina —tomó su mano y la besó.

Ben alzó las cejas, de alguna manera sabía que aquello pasaría tarde o temprano, lo percibió en ellos desde que los conoció, una suerte de conexión, algo que estaba destinado a pasar pero no dejaba de ser curioso, durante un tiempo aquel grupo tan solo le había significado un escaparate, un grupo de inadaptados mercenarios que se habían reunido por obras del destino y que a su vez lo habían acogido entre sus filas, pero ahora el panorama se vislumbraba diferente, como si finalmente hubiese encontrado aquello que buscaba desde hacía mucho tiempo, un lugar al cual podía pertenecer, un grupo, quizás, una familia.

Dejó sus cavilaciones de lado en el momento en que una gran sucesión de columnas rocosas se mostró frente a la caravana, era como ver un gigantesco sendero hecho de muros y estacas de piedra que se cruzaban cual si se tratara del espinazo semi hueco de una gran bestia ancestral. Entrecerró los ojos, pero aquella maraña de espolones no lo dejaba ver que se ocultaba a la distancia.

—Nos acercamos al Valle de Karakthum —profirió la guerrera Sallah Nu—. Dicen que por las noches los espíritus vagan entre las rocas, y guían a los infortunados viajeros a una horrible muerte.

—Eso no suena en lo absoluto a un lugar que me gustaría visitar.

—No hay más opción, el Valle es el único sendero directo que conduce a Solum, todos los nómadas y viajeros que aspiren a conocer la magnificencia del gran reino dorado deben pasar por aquí, como una prueba, para ver si son dignos.

—¿Hay acaso un sitio aquí que no sea una potencial trampa mortal?

—¿En Yogghar? —negó—. Lo dudo, este mundo es cruel y despiadado, por ello la gente de aquí es así, tan solo los fuertes prevalecen. No es fácil crecer aquí, pero tiene sus recompensas.

—¿Te refieres a ese reino del que tanto hablan? ¿Solum?

—Así es, pocas son las veces en que nuestra gente es bienvenida en las puertas de aquella gran ciudad, pero los tiempos cambian, y ahora somos la única alternativa que tiene la Reina para ganar este conflicto.

—Todavía no entiendo cómo es que nosotros podríamos significar una ventaja para ella, suena como alguien influyente, uno pensaría que tendría el apoyo de todos en este lugar.

—La Dinastía Zandir es poderosa, o más bien... lo fue, hace tiempo, fue gracias al fallecimiento del Rey Rhajak Zandir que el mandato de Solum y de todas las Tierras Rojas quedó en el limbo, nunca tuvo hijos que heredasen el trono, tan solo Hassana, he oído historias, es fuerte, y de gran carácter, pero no está lista para gobernar, por ello nos necesita, por ello necesita a todos de su lado. Necesitamos ganar la guerra, de lo contrario, Scorn cubrirá las arenas con la sangre de todos nosotros.

—Me recuerda a alguien —masculló temeroso y se acomodó en su montura.

Se adentraron en lo más profundo del valle. Las enormes paredes de piedra emergían de entre las arenas como si fuesen la mandíbula de una criatura colosal, el viento silbaba y las sombras jugueteaban en las pedregosas paredes que conformaban aquel cañón de arena y roca. La caravana poco a poco tuvo que empezar a adaptarse al estrecho espacio, forzando a las hileras a juntarse y conglomerar mucho más el lugar, llegando a un punto en que lo único que se podía ver era una larga fila de figuras atascadas que nadaban entre la arena.

El calor incrementó, y los ventarrones de arena empezaban a llenar el lugar como una pantalla perpetua que ralentizaba el paso y creaba un atascamiento. La gente de la Nahali Khall empezó a alborotarse, las bestias a bramar y a mostrarse agitadas, mientras que el viento caluroso soplaba con fuerza a través del valle.

—Algo no anda bien —arremetió Marco mientras sujetaba su montura. Algo merodeaba entre las paredes, podía sentirlo—. Sallah, envía algunos exploradores, que averigüen qué está pasando.

—Claro —avanzó entre la corriente hasta ver a algunos jinetes que gritoneaban desde una pendiente elevada—. ¡Nhagaro, niaghj lagjem ussaramh!

En eso, una veloz saeta surcó el viento y acabó enterrándose en la garganta del jinete, este expulsó una violenta cantidad de sangre hasta que cayó de su montura y murió. El otro reaccionó sacando sus armas, pero más proyectiles empezaron a caer por el lugar. Veloces figuras surcaban entre los colmillos de piedra y disparaban contra la caravana, primero diezmaron a los vigías y guerreros, y después empezaron a disparar indiscriminadamente contra toda la gente.

—¡Nos atacan! —vociferó Sallah, saltó de su montura y rápido corrió hacia uno de los misteriosos atacantes.

Este le apuntó con su arco y disparó sin dilaciones. Pero la hábil guerrera Nalakih saltó hasta rodar sobre el suelo y evitar el impacto. Rauda se puso de pie, eludió sus ataques y acabó rajándole el cuello con una feroz estocada.

Se agachó para verlo bien, ocultaba su rostro con algunas telas oscuras que complementaban un conjunto, más que una armadura, aquel parecía una suerte de atuendo para pasar desapercibido, pronto supo de quienes se trataba.

—¡Nagori!

—¡Mierda! —Marco espueleó a su criatura y se adentró entre las filas.

Xirack, Dutch y Ben acabaron por seguirle. Avanzaron justo en la refriega, los Nagori disparaban desde terreno alto, aprovechando la vista y su posición para obtener una ventaja estratégica, o al menos durante el primer ataque, pues cuando el pánico se desató, la arena subió como neblina e imposibilitó su vista, obligándolos a bajar y atacar directamente.

Al igual que los Naha'la, los Nagori eran fieros guerreros, pero en comparación con los hombres de las arenas, estos mostraban tácticas de combate mucho más cercanas a una suerte de fuerza militante, más que una tribu nómada que luchaba para saquear y subsistir. Ellos luchaban utilizando métodos de combate más estilizados, estrategias e incluso formaciones enteras que evidenciaban su dominio en el campo de batalla.

Marco galopó con fuerza a través de la refriega, huyendo de las flechas y haciendo que todos siguieran adelante, en eso un proyectil aterrizó cerca, pasando peligrosamente a través de su brazo y dejando un corte sobre su piel. Volteó hacia las pendientes y vio como más flechas caían por parte de sus atacantes, se cubrió con el escudo, pero su bestia acabó perforada en el cuello y en el lomo, cayó, y acabó siendo sometido a la fuerza del animal que le aterrizó encima. Su grito apenas y alcanzó a percibirse gracias al escándalo causado por la emboscada, gimoteó, mientras buscaba separar su pie del pesado animal, pero era demasiado, sumado al hecho de que la marea de nativos pasaban y más de una vez recibía un golpe que lo dejaba más confundido de lo que ya estaba gracias a la caída.

—Carajo —masculló apretando fuertemente los dientes y palpando el sabor de la sangre en sus labios. Miró como más de ellos salían de entre las picas y se aproximaban a él, instintivamente buscó por un arma, pero tarde recordó que las pistolas habían quedado muy atrás.

El Nagori más cercano desenfundó una suerte de espada y corrió hacia él con toda la intención de cortarle la cabeza. Pero Xirack saltó desde su Élabis y lo atajó primero, juntos rodaron sobre la arena, ella desenfundó un par de dagas y rauda se aproximó a él. El guerrero lanzó múltiples cortes y estocadas que ella contrarrestó con fuerza y habilidad, alejó su sable y le dio una patada al pecho, corrió hacia él, eludió un último ataque y de un tajo cortó su estomagó y cuando su adversario se agachó para sostener su herida; remató encajándole la otra daga en la base de la nuca. Tomó sus armas y arrojó una hacia otro atacante cercano, evitó a otro y se barrió para hacerlo caer y una vez que estuvo en el suelo lo asesinó con una puñalada certera en el cuello. La sangre salpicó y la bañó hasta la cara.

—Dios —exclamó el sorprendido mercenario. Ella se acercó y empezó a jalar al animal de las patas. Marco empujó con todas sus fuerzas y finalmente acabó libre otra vez—. Cásate conmigo.

—Primero salgamos de aquí.

—Buena idea —desenfundó su hoja curva y siguió adelante.

Era como luchar en medio de una estampida. Las bestias y los nativos corrían envueltos en una vorágine de pánico y desesperación que dejaba el terreno inestable y repleto de obstáculos. Desenfundó su sable curvo y surcó la marea de arena hasta que la figura de un guerrero Nagori se plasmó ante sus ojos cual si se tratara de un desenfrenado espíritu, corría veloz, con una daga en cada mano, sus ojos resaltaron entre las arenas como un par de veloces hazes de luz verdes que presagiaban únicamente la muerte. Raudo alzó el escudo y bloqueó el primer impacto, lo movió y desvió el brazo de su atacante, aprovechó la situación y hundió el sable en el costado del guerrero.

Arrancó su arma y siguió adelante, viendo como la batalla seguía su curso sin parar. Levantó la espada y le hizo a frente a otro que emergió de una columna, intercambió feroces estocadas contra él, hasta que ambos quedaron cara a cara en un duelo de fuerzas, aguardando por aquel que no resistiera mucho más y acabara siendo impactado por el filo de las armas. Marco apretó los dientes, gruñó, desvió el arma de su enemigo y le asestó un cabezazo, el Nagori se echó para atrás, así que pegó un salto y de un solo tajo le cortó el cuello, su cabeza acabó apenas sostenida gracias a algunos tendones y ligamentos cartilaginosos.

Continuó luchando, al igual que la mayoría del pueblo Naha'la. Era Ben quien no se había bajado de su montura a pesar del caos, daba vueltas de un lado a otro, tratando de mantener su Élabis a raya, pero la criatura estaba desesperada por salir de ahí. Sostuvo las riendas y trató de mantener el control, entonces centró con su mirada a un enmascarado Nagori trepando a una de las múltiples carrozas repartidas por toda la caravana, este asesinó a quienes iban encima y con premura se encaminó a su posición.

—¡Carajo! —se deshizo de las riendas, pero antes de bajar; aquel nativo se arrojó sobre él y lo derribó.

Rodó a través de la arena y el guerrero se arrastró para alcanzarlo, pataleó con la esperanza de quitárselo de encima, pero el Nagori escaló a toda prisa hasta posicionarse justo frente a él, le acomodó un par de golpes que lo zarandearon, después desenfundó una daga y la enfiló contra su cuello. Ben atrapó sus manos e hizo un esfuerzo inhumano para resistir su avance, pero el guerrero estaba ganando, al final, lo máximo que pudo hacer fue desviar un poco la hoja hasta que esta terminó incrustada sobre su hombro.

Soltó un lastimero sollozo que resonó con la fuerza de un rugido bestial. El Nagori arrancó su navaja y se preparó para atacarlo de nuevo. Pero Ben no perdió tiempo, tomó un buen puño de arena y la arrojó contra los ojos de su atacante, este acabó cegado y soltó su arma. El mecánico la tomó y la llevó hasta encajarla contra su cuello. El asesino Nagori alzó su mano y atrapó su garganta, pero no pudo hacerle nada a causa de las pocas fuerzas que le quedaban en su agónico cuerpo. Impactado, el joven terrestre se apartó del cadáver, limpió la sangre que le había quedado encima y se precipitó para encarar a otro atacante. El Nagori llegó con él y trató de cortarlo con un sable, Ben se escurrió entre tropezones hasta que vio un cadáver cercano, llegó con él y rápido levantó el escudo, antes de que el sable de su adversario lo alcanzara primero. Hizo fuerza y vio una daga oculta entre los pliegues del escudo, la tomó y cuando tuvo una oportunidad, la encajó contra el estómago de su atacante, este no murió, así que la arrancó y la hundió contra su ojo con todas sus fuerzas.

Exaltado miró a su segunda víctima, no tardó en sentir pánico y muchas nauseas, pero su intento por regurgitar se vio frustrado gracias a que no había desayunado nada, y también por la horda de siniestros jinetes que avanzaban yendo a su dirección como una mortífera estampida.

—Ay carajo —exclamó y empezó a correr.

El suelo vibraba y los gritos amenazantes de aquella tribu enemiga le incentivaban a subir la velocidad y no detenerse por ningún motivo. Siguió adelante, sintiendo las heridas y la sangre sobre las plantas de sus pies ya descalzos a causa del deterioro en su calzado por el brusco suelo agrietado del valle. Escuchó el galopar de una bestia cerca de él y pensó en lo peor, entonces un fuerte tirón lo llevó hasta terminar encima de un Élabis.

—¡¿Dutch?!

—¡Mejor agárrate, niño! —tomó las riendas y espueleó su montura. La bestia bufó con fuerza y siguió adelante.

Los amplios muros del valle se transformaron en un largo pasillo por el cual la Nahali Khall se abrió paso a toda velocidad, tratando de huir de la horda Nagori que había ido en su caza. El viento soplaba con fuerza y la arena se elevaba por todo el lugar como una marea desértica.

—¡Dutch! —clamó el aterrado muchacho que se aferraba en su espalda. El hombretón se giró un poco y vio a varios jinetes Nagori acercándose con sus armas listas y enfiladas en su dirección.

—Mierda —gruñó—. ¡Encárgate!

—¡¿Cómo?!

Ni siquiera pudo obtener una respuesta. Uno de los jinetes desvió su hoja contra él. El mecánico se echó para atrás y por puro milagro alcanzó a sujetar los ropajes de su compañero para no acabar cayendo, se incorporó en el asiento y rápido buscó por la alforja hasta que sacó una lanza corta. El Nagori se aproximó nuevamente, pero el muchacho mandó la hoja contra el cuello de su bestia, esta gruñó y se lamentó con fuerza, perdió la estabilidad en sus patas y acabó estampándose contra una piedra.

Otro de los Nagori desenfundó una suerte de lazo con un afilado arpón en la punta, lo meneó varias veces y lo arrojó en su dirección, la velocidad y la distancia apenas y pudieron separarlo del mortífero filo de aquella arma. Nuevamente buscó en la alforja de la montura hasta que sacó una cantimplora de madera llena de aquel poderoso licor. La arrojó contra el jinete y este acabó cayendo de su montura. Ben sonrió. Pero el grito de uno más sonó a su izquierda, aquel nativo estuvo a punto de acabarlo, de no ser porque una flecha se incrustó sobre su espalda y lo derribó a tiempo, alcanzó a ver su cadáver rodando a través de la arena y a una solitaria jinete saltándolo. Sallah Nu apareció en su campo de visión, tomó otra flecha y apartando sus manos de las riendas de su Élabis se dispuso a abatir a todos los perseguidores que tenían cerca.

—¡Sigan adelante! —clamó Marco. Él y Xirack iban en una carreta.

La carrera a través de aquel cañón siguió durante varios minutos. Jinetes Naha'la y Nagori caían por igual a través del campo, pintando el panorama y las arenas de sangre multicolor. El pequeño primate chilló y se escondió entre su ropa, Benjamin se sujetó con más fuerza y toda la horda acabó dando una intempestiva vuelta hacia la derecha, viendo así el final del cañón y dándole la bienvenida al verdadero Valle de Karakthum.

El sol más grande se ocultaba en el horizonte, mientras que el imponente rojo gigante se mantenía a la vista de todos, bañando de rojo todo el panorama y pintando las sombras de la horda sobre las arenas. Pronto, un potente ventarrón provino desde el noroeste, una pantalla de arena se levantó y durante algunos instantes el valle pareció oscurecerse, cual si los astros encima de sus cabezas se hubieran esfumado. Entonces algo sonó, una suerte de rugido monstruoso tan potente que hizo a todos temblar.

Benjamin alzó la mirada y con absoluto horror lo vio. Gigantesco, con el tamaño de un Carguero de la Federación Estelar o quizás más grande gracias a su monumental envergadura y ofidia figura se prolongaba hasta los límites de su rango de visión, no tenía miembros inferiores ni superiores, más bien parecía que sus esqueléticas y alongadas patas superiores se fusionaban con las membranas rojizas que componían sus alas, su escamosa piel era marrón, con ligeras tonalidades naranjas que lo hacían resaltar contra el sol cual si llevara puesta una poderosa armadura echa de roca mineral. Su rostro compartía todos los rasgos de un reptil, pero en tamaños abismales, lo cual a acrecentaba su horrida bestialidad, la criatura alada extendió sus alas y rugió nuevamente, haciendo vibrar el valle por completo.

¡Norakkha! —vociferó un aterrado anciano desde una carreta cercana. Latigó a los animales que lo llevaban arrastrando, pero aquella criatura voló con más fuerza y con la potencia de sus alas consiguió llevárselo, así como a todo lo que había a su paso.

Se deslizó a través del viento como una serpiente y nuevamente descendió, tocó la superficie y se abrió pasó por el valle con las fauces bien abiertas, lo que no acababa entrando en su boca, terminaba destruido por la gran figura serpenteante de aquel monstruo volador.

Algunos trataban de atacarla, pero su duro exterior era impenetrable para cualquier arma convencional. La serpiente alada se deslizó por el lugar, arrasando con todo a su paso. Marco volteó y vio a aquella monstruosa criatura rugiendo y dirigiendo sus fauces cada vez más cerca a su posición.

—Maldición, maldición —musitó agitado, estaban yendo muy lento, debía aligerar la carga. Buscó por toda la cerreta hasta que encontró unos cuencos de madera y cuero que contenían un aceitoso brebaje dentro, prácticamente era todo lo que llevaban.

Se movilizó dentro de la batea con las demás vasijas y tomó una, se aproximó a la salida, pero el agitado trayecto le hizo acabar soltándola sin querer, aquel recipiente reventó y largó su aceite por un buen tramo del camino, pero no advirtió a que una vez que aquella monstruosa bestia le pasara encima, fuera suficiente para crear una mínima chispa y causar que el fuego se alzara. La bestia rugió levantó sus alas y se alejó de la superficie hasta que el fuego en su alargado cuerpo de víbora se apagó.

Se mantuvo volando durante un tiempo, hasta que decidió cambiar su rumbo, se inclinó y con sus alas arrasó con todo lo que estaba a su alcance. La horda Nagori acabó por desistir, se dispersó, y como aterradas cucarachas abandonaron el valle y dejaron que la Nahali Khall lidiara con el demonio alado. El monstruo rugió, y se inclinó esta vez a la derecha, pasando sus alas a través de la arena y los jinetes, provocando derrumbes y caídas que condenaban a todos los que estaban en su proximidad.

—¡Xi! —la guerrera se giró para verlo—. ¡Cuando te de la señal, suelta la carreta!

—¡Pero Marco...!

—¡Solo suéltala! —rápido destapó todas las vasijas, viendo como el aceite empezaba a desbordarse por la superficie y a bañar la madera—. ¡A mi señal! —la criatura rugió nuevamente y descendió hasta caer sobre el suelo una vez más. Todo vibró.

Aquel demonio de ojos amarillos abrió sus fauces y exhibió su impresionante colección de colmillos alojados en la inmensa caverna que constituía su boca, los cuales rápido empezaban a aproximarse a su dirección. Apretó los labios con fuerza, se aproximó al borde de la carreta que apenas era delimitado con algunas cuerdas y un mecanismo que jalaban los Élabis. Se preparó, y cuando la criatura estuvo a nada de cerrar sus fauces, gritó:

—¡Ahora!

La guerrera de Dorma Prime cortó el mecanismo que unía a las monturas con la carreta y esta se empezó a desprender. Marco alcanzó a saltar hasta aterrizar sobre la bestia en la cual galopaba ella, resbaló a cusa del aceite, pero antes de caer, ella lo atrapó y con todas sus fuerzas lo impulsó hasta quedar a salvo. Volteó hacia atrás y vio como la mordida de la bestia causó la suficiente chispa para hacer estallar todo el cargamento. Una poderosa explosión azotó en el interior de aquel demonio alado, haciendo frenarse de repente y forzándolo a soltar un lastimero alarido que resonó a través de todas las Tierras Rojas. La gran serpiente alada se alzó, rugiendo con dolor y exhibiendo su boca envuelta en llamas, en aquel momento se vio como un dragón.

La criatura no pudo con el fuego, desplegó sus terroríficas alas, abandonó el valle y se perdió entre las alturas.

—¿Se fue? —exclamó la incrédula jinete mientras recuperaba poco a poco el aliento. Él asintió, limpió el sudor de su frente y la miró con alivio.

—Así parece.

—Marco.

—¿Sí?

—Necesitamos unas vacaciones.

—Y que lo digas —se dejó caer sobre su espalda y se mantuvo así hasta que el trayecto a través del valle se normalizó.

Para cuando el segundo sol bajó sobre el horizonte, todo se cubrió todo con tinieblas, la Nahali Khall se movilizaba a vuelta de rueda. El asedio de la horda Nagori los había debilitado, mientras que el sorpresivo ataque de aquella serpiente monstruosa los había dejado con muchos menos números de los que habían pensado. Restaban miles de nativos Naha'la, pero en contraposición con las fuerzas de Scorn, no parecían ser suficientes.

—¿Qué era esa cosa? —cuestionó Deckard a la nativa Sallah Nu. Aun tratándose de un experimentado marine de la flota de la Federación, cuyas vivencias serían apenas equiparables a las leyendas de los antiguos héroes de la humanidad, su encuentro con aquella bestia lo había dejado bastante marcado, la imagen del demonio alado no se desprendería de él sino hasta el final de sus días.

—El Norakkha —enunció—. Es el depredador más fuerte de todo Yogghar. Algunos lo veneran como un dios, mientras que la gran mayoría le teme y reza a la Gran Diosa Azarah por no topárselo nunca.

—Quizás debiste mencionar eso antes de meternos a su territorio. Se veía muy molesto, y hambriento —reconoció Dutch. Recordando cada detalle de aquel escabroso encuentro.

—Todo el valle y sus alrededores le pertenecen. Por lo regular no aparece a menos que se le moleste, pero nuestro encuentro con los Nagori pareció enfurecerlo mucho —volteó hacia la maniatada horda de exhaustos y malheridos Nalakih's—. Es un milagro que consiguiéramos salir de ahí con vida —suspiró y esbozó una pequeña sonrisa—. Parece que nos traes suerte, Ulkhali Marco.

—Hm, suerte, claro.

Siguieron con su trayecto hasta que una imponente estructura se mostró en la lejanía, en un inicio pensó que se trataban de algún muro de rocas, o quizás alguna edificación sedimentada gracias al pasar del tiempo. Pero la luz que de esta emanaba era muy diferente a la bioluminiscencia de cualquier mineral en Yogghar. Ben prestó atención y vio aquella conjunción de edificaciones que se alzaban entre el negro de la noche con luz y alucinante armonía.

—¿Qué es eso? —lanzó la pregunta con la misma curiosidad que un niño. La guerrera esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—Finalmente, hemos llegado. Ahí está, el gran reino de la luz, Solum.

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