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Capítulo 22

Despertó de golpe, sintiendo como a través de su pecho nacía una avasallante sensación electrificante que rauda se esparcía y alcanzaba cada sector de su cuerpo, iluminándola como una nebulosa rosada con ligeros tintes de morado. Se incorporó, estaba agitada como nunca antes, ni siquiera en los momentos en las que su vida o la de sus amigos se batieron en duelo contra la muerte, percibió semejante marejada de adrenalina pura. Miró sus manos, estas temblaban, y así como el resto de su luminiscente cuerpo; exhibía un resplandor que manchaba las paredes de la solitaria habitación.

Imágenes fugaces atravesaron su memoria como un vendaval, momentos apenas entendibles que culminaron en una sola imagen, en la cual estaba ella, a mitad del inmenso vacío espacial, junto con el ser más inesperado de todos: aquel joven mecánico de San Francisco que había conocido gracias a Jonh y su tripulación. Apretó su cabeza, sintiéndose extrañada por semejante visión, aunque más que eso se hallaba extasiada, como si aquel sueño hubiese sido lo suficientemente poderoso para encajarse en lo más profundo de su ser, como si aquello hubiese sido de alguna manera... algo real.

—Ben —dijo entonces, recordando el nombre de aquel muchacho e incidentemente sintiendo un ligero escalofrío en su piel—. Ben.

Una fuerte sacudida la arrancó de su letargo. Se levantó y llegó hasta la ventana de la habitación, retiró la persiana tras activar un comando y observó hacia afuera, el panorama a estaba algo difuso, pero se podía ver la ciudad envuelta en humo y caos, la guerra seguía, y seguía mientras ella aún se mantenía ahí sin ayudar absolutamente a nadie.

Se apartó y buscó algo de ropa en una caja que le había entregado un militar, se hizo con un conjunto de tela color beige, así como también con una tela ligera de un color gris opaco, la cual se colocó encima y con ella cubrió buena parte de su cuerpo y cara, aunque el resplandor azul seguía traspasándose ligeramente a través de la misma. Suspiró, con ello no pasaría desapercibida del todo, pero era eso o nada. Abrió la puerta y vio que Altham no se encontraba ahí, seguramente había ido a entrenar, aprovechó entonces y se encaminó por un concurrido pasillo.

Llamó fuertemente su atención el hecho de que no solo había soldados ahí, a medida que avanzaba, gente y seres de todo tipo se mostraban, puestos en el pasillo, como si estuviesen esperando algo. Cada alma en el lugar se hallaba en la miseria, en sus rostros se percibía el dolor, así como el hambre y una gran desesperación que se elevaba hasta el techo como un aura melancólica que consiguió dominarla por completo.

—Por Dios —musitó desconsolada luego de ver a una mujer tratando de confortar a un grupo de niños que gimoteaban sin parar. El cuartel se sacudió con fuerza una vez más, los niños lloraron con más fuerza y la actividad se reanudó e intensificó. Avanzó entonces hasta encontrar a un soldado que lidiaba con algunos hombres desesperados—. Disculpe —le llamó amablemente, pero este ni siquiera le prestaba atención.

—¡Al final de la fila, por favor, hay un orden! —reclamó desesperado y siguió dialogando con la gente que se acumulaba como una turba.

Hizo caso omiso y marchó en dirección a un sujeto joven que descargaba algunas cajas de un vehículo carguero. Se cubrió lo mejor que pudo la cara y tocó su hombro.

—Disculpa, ¿qué está sucediendo?

—¿Eh? —el joven soldado se giró y miró con cierta duda a la chica, ella apartó la vista.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué hay tanta gente aquí?

—La evacuación principal no pudo completarse —siguió bajando caja tras caja del vehículo—. ¿Me ayudas?

—Oh, claro —le empezó a pasar algunas y ella las dejaba en apiladas.

—Sí, la evacuación inicial falló, aún quedan muchos ciudadanos por todas partes, están en las calles u ocultos, por eso los llamaron acá, muy pronto habrá una nueva evacuación.

—¿Tratarán de sacar a todos otra vez?

—Así es.

—Es demasiado arriesgado, la nodriza sigue activa y-y la batalla...

—Todavía continua, lo sabemos —bajó la última caja—. Pero no podemos dejarlos aquí, aun si la batalla no termina debemos sacar a estas personas y ponerlas en un sitio seguro. Debemos intentarlo, de lo contrario más inocentes morirán.

—Yo...

—Disculpa —tomó un par de las cajas—. Tengo que llevar algunos de estos suministros al comedor más cercano, no puedo perder tiempo —se acomodó para que el peso no le ganara—. No me vendría mal algo de ayuda.

Lylum asintió, se agachó y tomó algunas cajas. El soldado sonrió y se encaminaron juntos hacia la zona de los comedores. Los pasillos estaban a reventar de gente que desesperada buscaba respuestas, comida, asilo, o cualquier cosa para salir de ahí. A medida que avanzaba, pudo sentir la desesperación de los refugiados, así como la impotencia del ejército de la Federación que buscaba por cualquier medio entregar una solución al problema. Fue en el tumulto de gente que perdió de vista al soldado, acabó siendo llevada por la marea humana hasta salir de entre las filas que abarrotaban el lugar, se salió y chocó contra una pared.

—Dios —exclamó y se retiró la capucha que llevaba encima. Sintió entonces una presencia cercana, se giró y vio a un pequeño niño a su lado—. Hola.

El niño no respondió, ladeó su cabeza y tras analizarla detenidamente le ofreció su mano. Lylum la aceptó, entonces el pequeño se la llevó a través de uno de los callejones adversos que tenía aquel recinto.

—¿Me llevas con tu mamá?

Pasaron de largo entre los harapientos sobrevivientes que residían en aquel pasillo, hasta que llegaron a una intersección, donde un grupo numeroso de refugiados yacían de rodillas, parecían rendir tributo a algo.

—¿Oye qué pasa? ¿A dónde me... llevas?

Lámparas, velas y demás instrumentos brillantes reposaban en el suelo, justo frente a lo que parecía ser una suerte de altar. Apenas eran unas cajas con algunas flores algo marchitas adornándolas, igualmente había ofrendas y lo que parecían ser notas con rezos o quizás plegarias. Se acercó más y pudo ver con sus propios ojos la imagen que adoraban, era una figura femenina, que se alzaba del suelo y resplandecía con luz, mientras que su cuerpo celeste se mostraba con una gran divinidad que la hacía estremecer. La gente se arrodillaba, imploraba y pedía con ahínco que aquel ser los ayudara y protegiera a toda costa.

—No puede ser... —recitó entonces alguien a sus espaldas. Se giró y encontró a un grupo de personas que la habían reconocido—. Eres tú...

—¿Qué? —reclamó confundida.

—Por todos los cielos, eres tú, eres el Ángel de luz —se hincó al instante y la gente a su alrededor hizo lo mismo—. Eres el Último Guardián.

—¡Por favor, Guardián, protégenos! —exclamó una mujer, mientras se anclaba de sus tobillos y besaba sus pies.

—¡Por favor, mi Guardián, cuídanos, cuida a nuestros hijos, y líbranos de la oscuridad! —imploró aquel hombre mientras tomaba su mano y la besaba con enjundia.

La gente a su alrededor se acumuló como un grupo de feligreses, rezaban, imploraban, cantaban y demandaban con fuerza por un milagro, por una salvación, mientras que la pobre chica no hacía más que rendirse ante el asfixiante panorama que la rodeaba.

—Lo siento, lo siento...

—¡Por favor, mi Ángel, saca a mis hijos de aquí! —imploró una mujer con un parche sangrante en su ojo derecho—. ¡Toma mi vida si es necesario, pero sálvalos, te lo ruego!

—¡Lo siento, lo siento! —apartó su mano y se alejó de los fanáticos. Estos reaccionaron con desesperación, gimoteando o tirándose en el suelo cual si hubiesen cometido un error imperdonable—. Lo siento, lo siento de verdad.

Salió disparada de aquel lugar. Corrió desesperada hasta que llegó al pasillo principal y siguió corriendo sin parar, se escurrió entre las personas, buscando impaciente por un lugar en el cual pudiese respirar con más calma. Consiguió salir del congestionamiento, pero acabó chocando contra la espalda de un corpulento sujeto que no había visto.

—Oh, diablos —se quejó desde el suelo mientras sujetaba su nuca—. Lo siento, yo no...

—¿Qué mierda? —aquel ser se giró y se mostró. Era un Tholg, un ser humanoide de piel verde con ojos brillantes y múltiples protuberancias alrededor de su cráneo semi alongado que parecían similares a unos cuernos.

—Disculpa, yo no me fijé...

—Oh carajo, miren —le llamó a sus compañeros, un humano con prótesis biónicas y un Meeraqi de piel roja con franjas amarillas—. Es la maldita Guardián.

—Imposible —el sujeto de las prótesis se aproximó.

—Es ella mírala, ¿qué otra maldita perra azul has visto? —la levantó de un jalón—. Mierda, en verdad has causado un desastre.

—Yo-yo...

—Lo perdí todo —reconoció iracundo—. Gracias a ti.

La giró y la estampó contra una pared. Ella soltó un quejido, pronto la gente a su alrededor empezó a hacer revuelo de la situación. Entonces los soldados se percataron.

—¿Qué está pasando aquí? —vociferó un soldado tras ver el altercado.

—Púdrete, imbécil, esto no te concierne —reviró el Meeraqi.

—¡Suéltala ahora! —llegó hasta él y lo tomó del hombro. El extraterrestre gruñó, soltó a Lylum y volteó con el soldado.

—Bien, tú lo pediste —el Tholg le asestó un puñetazo al soldado y este voló hasta chocar contra una pila de cajas de metal. Entonces todo se volvió en caos.

De un segundo para el otro la gente perdió el control, algunos corrían para guarecerse, otros alborotaban a la multitud, los refugiados se peleaban entre sí y cuando los soldados buscaron intervenir; se encontraron con una gran turba enfurecida que utilizó el comedor como una zona de combate. Objetos volaban por los aires, gritos sonaban sin parar, sangre y locura, todo comprimido en un confinado espacio en el cual no había una salida clara.

Se arrastró a través de la turba, viendo de primera mano cómo la gente se molía a golpes y la anarquía acrecentaba más a cada segundo. Parecía un gusano, movilizándose entre el caos, se guareció bajo una mesa junto con una anciana y un niño alienígena y se mantuvo ahí, buscando alejarse del conflicto. Entonces la mesa salió volando y el Tholg se mostró frente a ella.

—¿A dónde demonios crees que vas? —enardecido tomó su cabello con fuerza y la arrastró hasta llevarla consigo. La soltó y le mandó un puñetazo que la estrelló contra el suelo—. Desgraciada —la sangre le hervía y cada molécula de su cuerpo demandaba sangre—. ¡Te mataré, maldita, te mataré!

Rugió en su cara. Entonces alguien apareció y le acomodó un certero rodillazo al extraterrestre, este largó algo de sangre, pero no se detuvo, lo tomó de la cara y lo estampó contra la saliente de otra mesa de metal, el alienígena cayó y soltó un quejido. Lylum, desorientada y lastimada centró con su mirada a Altham, quien remató al Tholg con una seguidilla de puñetazos que lo dejaron totalmente abatido contra el suelo.

Se apartó y limpió su nariz. Llegó con ella y se agachó, algo de sangre oscura bajaba por su nariz, pero además de ello parecía estar ilesa.

—¿Te encuentras bien? —acarició delicadamente su mejilla. Lylum abrió los ojos y apuntó tras él.

—¡Altham, cuidado!

Se giró, pero un sujeto aprovechó y le asestó un golpe con una barra de metal. Avanzó hasta ella y trató de atacarla, pero Altham se levantó, lo tomó por el cuello y con un movimiento lo catapultó hasta estamparlo contra el suelo, reaccionó y pateó a un último atacante que iba tras ella, en eso tomó la barra y como un fiel caballero se plantó para protegerla de cualquier amenaza.

—Muy bien —lamió sus labios y palpó el ferroso sabor de la sangre. Llevó sus ojos a través de los alrededores, y fijó a todos los hombres y mujeres que parecían listos para atacar y tratar de llegar a ella, endureció el rostro y apretó la barra—. Solo lo diré una vez: si alguien le pone una mano encima, lo lamentará.

La cosa estaba a nada de estallar, todos estaban listos para abalanzarse contra él. Pero antes de que todo se convirtiera en un baño de sangre: el Coronel Mendoza hizo acto de presencia, desenfundó una pistola y disparó dos veces al aire, consiguiendo finalmente acabar con el pandemonio.

—Muy bien —guardó el arma—. Ahora que estamos más tranquilos, les pediré a todos que guarden la maldita calma —centró con su fiera mirada a todos en el comedor—. Sé que tienen miedo, sé que están desesperados, estamos haciendo todo lo posible para terminar con esta locura, pero no podemos luchar afuera y matarnos entre nosotros aquí adentro, debemos permanecer en calma, acatar las órdenes y esperar. La situación es horrible, lo sé, pero solo unidos conseguiremos superarla, les pido que mantengan el orden, o de lo contrario no tendré más remedio que utilizar métodos más imprácticos para garantizar la seguridad de todos aquí.

Un buen grupo de soldados y Stacks armados se abrieron paso a través del lugar, acabando finalmente con el problema, disipando a la multitud enardecida.

—Mantengan la calma, mantengan el orden, y sean pacientes —imperó firmemente—. Ya pronto terminará todo.

Lentamente la gente empezó a disiparse. Altham soltó la barra y ayudó a Lylum a levantarse, analizó detenidamente su cara y vio que tenía una pequeña herida en la mejilla, así como también algo de sangre seca bajo su nariz. Observó al fiero Comandante y este tan solo meneó la cabeza de arriba a abajo. La retiró de ahí, no sin antes tener que lidiar con la ráfaga de miradas rencorosas y asombradas de la gente.

—Vamos, por aquí —la llevó hasta cruzar una sección custodiada por varios soldados. Entraron en lo que parecía ser una sala de estar para los militares, los uniformes de la Federación y demás instrumentos bélicos lo evidenciaban—. Vamos, siéntate, déjame revisarte —analizó su cara, pero el corte se había desvanecido como por arte de magia—. Bien —se apartó y tras humedecer una parte de su camiseta empezó a quitarle la sangre seca de la cara.

La chica se hallaba en shock, mirando con el par de estrellas que tenía por ojos el vacío, sin ninguna expresión sobre su fino rostro. Altham bajó la mirada.

—Lamento no haber llegado antes. No volverá a suceder, te ruego que me perdones...

—Es mi culpa —dijo, ignorando completamente lo que él le había dicho antes.

—¿Qué? —reaccionó al instante.

—Todo esto —su mirada se nubló con tristeza—, es mi culpa

—Oye, no te mortifiques, esa pelea no la causaste tú, no tienes porque...

—No entiendes —reclamó con tristeza—. Todo esto es mi culpa, es gracias a mí que Khroll está atacando y matando inocentes en todo el universo, es por mí que esta guerra comenzó, si tan solo no estuviera... nada de esto habría sucedido en primer lugar.

—Ey, escúchame —apresó su cara con sus manos—. Estás aquí porque el universo así lo decidió, es tu destino. Sé que no es lo que quieres escuchar, pero tú eres la única esperanza que tenemos para derrotarlo y restaurar el balance en el cosmos, te necesitamos, Lylum.

—No sé si puedo lograrlo.

—Claro que puedes —recitó con firmeza—. Yo creo en ti.

Gimoteó desconsolada, mientras veía directamente en los oscuros ojos de aquel inusual guerrero que había entregado su indeleble lealtad hacia ella, lo veía en él, estaba dispuesto a seguirla, a protegerla, a luchar e incluso morir por ella si era necesario. Su devoción le parecía tan irreal como la de los refugiados en aquel cuartel, más aun cuando no había hecho nada para ganársela.

—Esas personas, me miran y ven a un monstruo o a una especie de salvadora. ¿Qué tal si no soy lo que ellos creen?

—Eres el último regalo que nos entregaron Los Guardianes, eres la llave para encontrar la paz en el universo. Las personas necesitan algo en que creer, así que eligieron creer en ti, igual que yo.

—¿Por qué? ¿Por ser un Guardián?

—Es por el destino que cargas sobre tus hombros —apartó sus manos de su rostro—. Tu propósito te ha convertido en el eje central de todas las cosas, tienes la fuerza para detener a Khroll y traer la paz de nueva cuenta a todos nosotros. Lamentablemente eso te vuelve un blanco, allá afuera hay personas, personas que no buscan nada más que esparcir dolor y miseria a cada rincón del universo, buscarán detenerte, ya que eres un peligro para ellos.

—¿Un peligro? —cuestionó con amargura. Altham asintió.

—Un peligro, sí. Pero también una esperanza. Muchos te perseguirán, buscarán destruirte, pero la fe puesta en ti es más grande. La gente te seguirá y te apoyará incondicionalmente, pues eres la luz que nos sacará a todos de la oscuridad.

—Pareciera que crees más tú en ese cuento que yo.

—Bueno, ese es mi propósito —-talló su nariz, aún tenía algo de sangre seca en ella—. Desde que tengo memoria, mi vida a estado atada a La Orden y su credo, el credo de Los Guardianes, entregar paz y justicia, ese es y siempre será mi propósito, así como protegerte.

—La Orden —repitió pensativa—. ¿Dices que ellos nos ayudarán?

—Sí, al igual que yo, somos tus más devotos fieles. Por ello necesitamos llegar a Dunkai, ahí podrás hablar con los Jerarcas, ellos te mostrarán el camino a seguir para cumplir con tu destino.

—Suena a que son importantes.

—Lo son, ellos han regido a La Orden bajo los mandatos de Los Guardianes desde tiempos inmemoriales.

—Cuéntame sobre ellos, sobre esa Orden. ¿Cómo es que te uniste a ellos?

—En realidad, ellos me encontraron —llevó su cabellera alborotada hacia atrás y suspiró.

—¿Cómo? —recitó confundida. El guerrero se acomodó en su asiento.

—Bueno... —meditó—. Mi-mi pasado es algo borroso, no tengo una imagen clara de quienes eran mis padres, o siquiera si tuve, tampoco recuerdo bien mi hogar, solo recuerdo una villa, lejana a un reino blanco y muy bello. Un día unos bandidos atacaron el pueblo, ninguno sabía como defenderse, así que acabaron pereciendo contra ellos, recuerdo el fuego, los gritos, y el olor de la sangre de toda la gente que había sido cruelmente asesinada. Me escondí, pero no tardaron en encontrarme, recuerdo ver a aquel ser a los ojos y pensar que todo terminaría, pero cuando menos me di cuenta, ellos llegaron, nunca lo olvidaré. Se movían entre las sombras, blancos espectros que luchaban con una ferocidad superior a la de los bandidos, en cuestión de minutos acabaron con los invasores, pero habían llegado tarde, apenas unos cuantos logramos sobrevivir —acarició su barba, mientras que sus ojos se clavaban en sus visiones pasadas.

—¿Y qué pasó?

—Ellos me acogieron, me sacaron de aquel mundo y me llevaron a Dunkai, al Templo de los Eternos, donde crecí y aprendí todo sobre el credo, sus enseñanzas y su filosofía. Entonces lo entendí, aquel había sido mi llamado, yo debía convertirme en uno más de aquellos protectores, así que entrené, dediqué buena parte de mi vida a cumplir la misión de La Orden, hasta el día de hoy.

—Cielos —acomodó su cabello—. Pues espero de verdad que cumplas tu misión.

—Durante un buen tiempo, mi propósito fue cuidar a todos los seres frágiles a lo largo y ancho del cosmos, pensé que mi vida sería la de un soldado. Pero al final mi destino me llevó a encontrarme contigo, mi deber es protegerte y hacer que el balance se restaure. Una vez que lleguemos a Dunkai, estaremos más cerca de lograrlo.

Nuevamente el lugar se agitó sin control, algunos pedazos de escombro cayeron sobre la superficie y durante unos cortos instantes la luz parpadeó. Altham se apuró para protegerla de los derrumbes. Toda la instalación se agitó con la fuerza oscilante de un terremoto, durante un par de minutos, hasta que luego de un tenebroso intervalo; simplemente cesó.

—¿Qué ocurrió? —cuestionó ella con agitación.

—No lo sé —reconoció temeroso. Pronto una alarma azotó el recinto entero.

No tuvieron tiempo de hacer conjeturas ni nada por el estilo. La puerta principal se abrió y un grupo de Stacks se adentraron en el salón.

—El Coronel Mendoza los necesita —habló una Stack que se retiró el casco para verlos directamente, algo en su rostro indicaba que algo malo estaba sucediendo.

—¿Por qué? —interrogó el guerrero con premura.

—Nos están atacando, debemos invadir la nave de Khroll ahora, antes de que sea demasiado tarde.

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