Capítulo 21
—Las estrellas cantan tu nombre, Marco Ramírez —enunció la Madre Curandera en su aplastante dialecto natal, mientras que la guerrera Sallah Nu le traducía—. La Gran Diosa Azarah te ha elegido, de entre el etéreo manto eterno del cosmos, te ha llamado, ahora, tu deber es completar la tarea que te ha encomendado aquí en esta tierra.
Lanzó unas raíces contra un caldero y una pantalla de humo emergió alcanzando el techo de la carpa, los ancianos proferían guturales sonidos a todo pulmón, mientras que las curanderas danzaban y cantaban con fuerza, meneando sus penachos de huesos y plumas con el vaivén de los tambores ceremoniales y los cascabeles. Estaba de pie, justo frente al ahogante caldero repleto de ingredientes que según la Madre Curandera, le darían la fuerza suficiente para poder acabar con su poderoso rival.
—La sangre demanda sangre —volvió a decir la anciana, solemne se plantó ante él, mostrando sus ojos grises y su intimidante pintura corporal que le hacía recordar a una suerte de hechicera antigua, tomó un cuenco repleto de un oscuro brebaje, mojó una brocha, y después le salpicó en la cara—. Azarah te ha traído hasta acá, forastero, eres su esbirro ahora y para siempre, suyo es tu cuerpo y espíritu —hundió sus manos en un recipiente lleno de otro líquido rojizo y con sus avejentadas manos empezó a pintar a través de todo su torso una sucesión de extravagantes símbolos que tan solo pudo deducir eran runas que le ayudarían en su combate, o al menos eso él esperaba—. Que ella te guie, te de fuerza, y te convierta en su campeón. Que la luz te guie hacia la eternidad y te convierta en el Ulkhali... —alzó su palma y con esta dibujó tres líneas en diagonal a través de su cara—... que cayó de las estrellas.
Los tambores cambiaron a una melodía profunda, marcada en cada tono como un potente impacto de cañón, los cánticos a su vez incrementaron mientras que el humo adoptaba un tono purpura que impregnaba todo en el lugar como una neblina calurosa que lo mantenía en trance durante el ritual.
—Vamos —Sallah Nu habló—. Dejemos que el ritual continúe —salió de la carpa y junto con ella también Ben, Dutch, Deckard y Xirack, pero Sallah la detuvo—. Tú quédate, te necesita.
Xirack asintió seriamente y la carpa se cerró. Por fuera, las hogueras estaban repartidas en toda la aldea, iluminando cada rincón, mientras que un camino hecho de madera y huesos marcaba el lugar en donde sería el combate: una suerte de corral hecho de vasijas de fuego y estacas curvas de hueso, los Naha'la danzaban alrededor del fuego, exhibiendo sus cuerpos manchados con la pintura ceremonial, así como sus extravagantes vestimentas de cuero y hueso que tintineaban con secos intervalos que componían toda una sinfonía ceremonial que presagiaba el combate. A lo lejos se podía ver una segunda carpa, la carpa de Rhollo, quien al igual que Marco estaba siendo asistido por algunos curanderos, preparándolo para el encuentro.
—Vengan —les indicó.
—¿Por qué apoyan a Marco? —se atrevió a preguntar el Capitán Deckard—. Pensé que odiaban a los forasteros, ahora están preparando a uno para ser un líder. Ni siquiera lo conocen.
—No importa quien seas, o de dónde vengas —empezó a decir la guerrera una vez que llegaron a un circulo en el cual algunos Naha'la danzaban y cantaban con fervor. Se agachó y de un cuenco extrajo algo de pintura, con la cual empezó a adornar su rostro—. Para nuestra gente el valor lo es todo, si demuestras fortaleza, entonces puedes aspirar a lo que sea. Cuando los encontramos, supe de inmediato que serían diferentes —sin aviso alguno, marcó la cara del despistado Ben Wrax, quien no dejaba de mirar la ceremonia—. Todo está por cambiar, y ustedes serán quienes nos ayudarán a alcanzar nuestro destino.
Un grupo de mujeres se levantaron, y sin dejar de menearse entre el ritmo de la música, despojaron de buena parte de su ropa a los forasteros y empezaron a marcarlos con la pintura ceremonial.
—¿Qué es esto? —cuestionó Ben, mientras que Sallah le quitaba la playera y dejaba sobre su pecho un circulo y múltiples líneas verticales.
—El corazón de la Diosa, el cual fragmentó para crear nuestro mundo —ilustró, rozando con sus dedos el círculo en su pecho, después siguió con las líneas—. Y sus lágrimas, con las cuales otorgó vida a cada uno de los seres sentientes de nuestro mundo.
Hundió sus manos en el brebaje y con sus dedos pintó sus ojos y bajó, manchándolo con un oscuro todo hasta llegar a la barbilla. Ahora lucia con la pintura de un nativo Nalakih.
—La sangre demanda sangre —volvió a decir—. Y esta noche las arenas tendrán un festín.
Sintió inmediatamente un escalofrío recorriéndole de pies a cabeza, miró en todas partes, contemplando el surreal espectáculo que el pueblo Nalakih estaba realizando, los guerreros saltaban y gritaban al vaivén de los tambores de cuero y los huecos instrumentos hechos de hueso, rugían, golpeando la arena y sus pechos, mientras que las mujeres se contoneaban semi desnudas ante el fuego que les iluminaba de forma tétrica, así como atrapante también.
—Hoy la Gran Diosa depara un nuevo destino para ustedes. Estén preparados.
En eso, un guerrero rugió, y el fuego de la hoguera se levantó esparciendo sus ascuas hasta que estas se perdieron en el manto de astros que adornaba sus cabezas.
Dentro, el ritual había culminado, tan solo la Madre Curandera y Xirack restaban, la anciana le entregó un bulto de cuero a Marco, lo abrió y con asombro encontró un escudo Nalakih y dos armas, uno era una suerte de sable de hoja semi curveada, adornado en la empuñadura con cuero oscuro y huesos que colgaban desde la base. Y el otro una daga de hueso con un acabado fino y muy afilado.
—Pertenecer a viejo Ulkhali —profirió la anciana—. Ahora ser tuyas —Marco asintió firmemente. La mujer también, y abandonó el lugar, dejándolos a ellos dos a la espera de que el duelo comenzara.
—¿Cómo te sientes? —preguntó ella acariciando la pintura que ya había secado. Adoptando una textura escamosa.
—Como en un sueño —confesó.
—Me imagino—se acercó y posó sus manos sobre su pecho, bajó la mirada y apretó los labios, después pasó a mirarlo directamente con la ternura que denotaría un cachorro—. No tienes que hacer esto.
—Xi.
—No, Marco, no lo hagas, no le debes nada a esta gente, salgamos de aquí antes de que... —la emoción acabó por hacerla soltar lágrimas, asombrado, Marco la sostuvo de los hombros—. No lo hagas, por favor —le imploró suavemente, rara vez la veía así de afligida.
—Sabes que tengo que hacerlo —sonrió condescendiente y acarició con ternura su rostro—. Todo estará bien, ese imbécil no sabe con quién se metió.
—No quiero que mueras.
—No lo haré.
—¿Lo prometes?
Tomó sus manos y las acercó hasta dejarlas contra su pecho, su corazón latía con fuerza. Y el calor que emanaba de este era tan solo equiparable con el brasero de aquella ceremonia.
—Lo prometo.
Un potente cuerno sonó, anunciando finalmente que el duelo ya iba a comenzar. Apretó los labios y tomó las armas que la curandera le había dado.
—Bien. Es hora —agarró el escudo, se colgó el sable y acomodó la daga tras su espalda con una correa.
—Marco —le llamó apurada una última vez, él se giró, Xirack llegó hasta él y con ambas manos tomó su rostro y lo acercó hasta llegar y besar sus labios como nunca antes. Aquel beso fue breve, pero para él se sintió como una eternidad. Se apartaron el uno del otro—. Vuelve.
—Lo haré.
Tomó aire, tronó su cuello y salió de la carpa. Los cánticos guturales sonaban a través de toda la Nahali Khall, el fuego guiaba desde dos caminos a los guerreros, justo hasta el lugar de encuentro, avanzó entonces, sintiendo sobre sus pies descalzos la arena que rozaba áspera contra su piel, la gente gritaba como salvajes, mientras que los ancianos y curanderos observaban desde sus asientos en una ligera elevación en la arena, el lugar donde ambos lucharían hasta la muerte.
La segunda carpa se abrió, y de esta emergió el imponente Rhollo, quien rugía y gritaba con poderío mientras avanzaba hasta la arena de combate, al igual que él, su desnudez apenas era cubierta con una suerte de taparrabo, igualmente estaba adornado con la pintura ceremonial, salvo que la suya en lugar de ser roja, se percibía en un oscuro tono verde, que emulaba la sangre de los nativos de Yogghar. Se plantó en el centro y con todas sus fuerzas rugió, consiguiendo alabanzas de sus allegados y más cercanos fieles, Marco arribó también, y lo único que hizo fue tomar arena y dispersarla entre sus palmas. Se miraron simultáneamente, sintiendo la embriagante sensación que provocaba la furia asesina rebosando desde sus corazones.
El anciano más sabio de la tribu se puso de pie, avanzó cojeando y con ayuda de un imponente bastón repleto de plumas multicolores y un cráneo de una bestia surreal, y lo levantó, silenciando los cánticos y los tambores. Habló entonces, así que Sallah Nu se apuró a traducir.
—Hoy, las arenas de Yogghar se pintarán con el color de la sangre, pues dos guerreros entran, pero tan solo uno saldrá, y quien prevalezca, se convertirá en el guardián de esta tribu. No se permite ayuda de ningún tipo, será la fortaleza de ambos quien definirá quien será el vencedor —el anciano los miró a ambos con detenimiento—. El combate termina cuando uno de los dos esté muerto.
Rhollo rio con malicia. Mientras que el terrestre mantuvo su semblante recio ante la multitud expectante y su imponente rival.
—El combate comienza al tercer golpe. Que la Diosa Azarah los proteja y le conceda la victoria al guerrero más digno.
El primer golpe de un enorme tambor sonó, Rhollo sonrió, uno de sus vasallos se abrió paso entre la gente y le entregó su enrome maso hecho de lo que parecía era parte de la quijada de alguna bestia, Marco desenfundó su arma y la sostuvo firmemente, apretando con ambas manos la empuñadura.
—Venga, amigo, acábalo —murmuró Dutch, Ben tragó saliva y escuchó el segundo golpe contra el tambor.
El par de guerreros se movilizó en el sentido de las manecillas del reloj a través de la arena, como si de dos depredadores merodeantes se tratara. Marco tomó aire, y vio todo pasar lentamente ante sus ojos, llegó hasta su gente y todo pareció detenerse, en eso, el último golpe sonó.
Rhollo rugió cual bestia y levantó su maso, después lanzó un golpe que Marco consiguió amortiguar anteponiendo el pequeño escudo que le había obsequiado la curandera. Pero no consiguió permanecer en pie y acabó impactando bruscamente contra la arena, el escudo había acabado severamente fragmentado. Levantó su arma y golpeó nuevamente, Marco se apuró y se deslizó sobre la arena, eludiendo a tiempo aquel impacto. La arena salió dispersada en el aire cual si un estallido hubiese azotado. Rápido se puso de pie y trató de atacarle, pero Rhollo antepuso su arma y bloqueó su ataque, en eso le acomodó un cabezazo que volvió a tumbarlo contra el suelo.
Cayó de espaldas y en el proceso soltó algo de sangre, se giró un poco y se arrastró lejos de él, con tan solo de verlo Xirack temió lo peor.
—¡Vamos amigo, ponte de pie! —animó Dutch.
—¡Cuidado, Marco! —alertó Ben.
El Ulkhali Rhollo tomó su arma y la encaminó contra él. Marco giró sobre la arena, tomó su sable caído y a la par que se levantaba: lanzó un corte certero contra el abdomen de la mole a quien buscaba derrotar. El pueblo Nalakih se volvió loco, los tambores regresaron, así como también la ira de Rhollo, quien tras palpar la sangre sobre su carne, se vio amenazado.
Marco tomó su sable y volvió a escupir sangre.
—¿Qué esperas, imbécil?
Nuevamente mandó un golpe contra él, Marco hizo todo lo posible por alejarse, eludió dos erráticos impactos más y atacó, mandando un corte contra su pierna, Rhollo se agachó con dolor, rápido se posó tras él y mandó un corte contra su espalda, pero el gigante guerrero reaccionó, y le asestó un contundente manotazo que lo alejó y le hizo soltar su arma en el proceso.
—¡Marco! —clamó Xirack. Él reaccionó, pero Rhollo le acomodó un puñetazo, se acercó cojeando hasta él y lo atrapó de la nuca, solo para asestarle más y más golpes—. ¡Marco, defiéndete!
—Maldición —musitó Deckard.
Recibió una seguidilla de poderosos impactos al rostro, y más pronto de lo que imaginó acabó bañado en su propia sangre. Rhollo lo soltó, a lo cual aprovechó y le escupió su sangre en el rostro para despistarlo, el gigante se apartó, así que arremetió, lanzándole un puñetazo que conectó certeramente contra su rostro, Rhollo cayó con ambas manos contra la arena, Marco intentó golpearlo nuevamente, pero el Ulkhali se abalanzó contra él y lo tumbó contra la arena, consiguiendo someterlo.
Marco le mandó un golpe al rostro, pero el enorme enemigo parecía que no sentía nada, sonrió y mandó un cabezazo, la roja sangre del terrestre cazarrecompenzas manchó su frente, en eso posó sus manos contra su cuello y empezó a apretarlo sin control. Marco manoteó como un loco, buscando hacer algo para que aquella mole lo soltase, pero el aire le empezó a faltar y sus fuerzas comenzaron a abandonarle igualmente.
—¡Marco, por favor! —sollozó Xirack y cual si hubiese recuperado la consciencia, abrió los ojos, buscó desesperado tras su espalda hasta que sintió la empuñadura.
Desenfundó la daga y la enterró contra la mejilla de su adversario, este gritó abriendo la boca de par en par, así que cortó y rebanó su carne aún más, dejando su dentadura y encías expuestas en una grotesca mueca permanente. Cuando las manos de su enemigo soltaron su cuello, se apuró y sujetó su larga cabellera, lo jaló y de un puñetazo lo puso sobre el suelo, raudo se posó encima de él y sin perder tiempo golpeó su cara una y otra vez. La sangre verdosa del Nalakih impregnó su cuerpo y puños, así como también el suelo en donde ambos yacían.
La tribu miró consternada como el forastero maniataba sin piedad a quien otrora parecía invencible. Alterado, Marco Ramírez se apartó y miró sus manos manchadas con la aceitosa sangre de su oponente, observó a su alrededor y buscó no desmayarse. En eso, la temblorosa mano del Ulkhali palpó la arena hasta que encontró una roca, la tomó con fuerza y arremetió contra Marco, derribándolo con un potente golpe que le hizo caer con la mirada clavada en el cielo.
Nuevamente todo pareció volverse lento, las estrellas brillaban con fervor, mientras que un cometa blanquecino pasaba por encima, rasgando con su fina y hermosa luz todo el panorama. Fue entonces que el sonido volvió, así como la realidad en sí, aturdido, miró de reojo como sus amigos gritaban y buscaban hacerlo reaccionar, así como también se topó con el gigante Rhollo, caminando malherido hasta sujetar su arma. Lanzó un gemido ahogado por la sangre que pululaba entre sus dientes y se volteó, y lento como un gusano se arrastró en dirección hacia su sable. Usó todas sus fuerzas, moviendo sus pies sobre la arena, y enterrando sus dedos con fuerza para conseguir un impulso que lo ayudase a alcanzar su arma, entonces el gran Ulkhali Rhollo rugió y alzó su arma una vez más.
—¡Marco! —gritó Xirack.
Marco gruñó, se giró y alcanzó a eludir el impacto echándose a un lado, meneó el sable y asestó un certero golpe contra las manos de su enemigo, cortándolas al instante. Rhollo gritó como nunca, cayó de rodillas contra la arena, mientras veía como la sangre desbordaba de sus muñones sin parar. Marco se paró imponente contra él, dejando la hoja contra su cuello.
—Pe-perdonar... ¡perdonar a Rhollo! —imploró el vencido Ulkhali, quien viendo la muerte frente a sus ojos, no pudo evitar sucumbir ante el miedo y mostrar su verdadero rostro.
Marco no dijo nada, apretó el mentón con fuerza y bufó como un toro enrabiado. Levantó el sable y de un solo tajo le cortó diagonalmente la cabeza.
La tapa de su cráneo cayó sobre la arena a pocos pasos de la gente, mientras que el resto de su cuerpo se mantuvo en la misma posición, lanzando sangre como si se tratara de una mórbida fuente con forma de cadáver. Todo se enmudeció. Ya ni siquiera los tambores sonaban. Marco se paró firmemente y bañado con la sangre de su enemigo pasó a observar a todos.
En eso se levantó el más viejo de los sabios de la tribu, estoico avanzó y con su bastón golpeó el suelo, una, luego otra, y otra vez, formando una sucesión de golpes que los demás ancianos secundaron, en eso la gente siguió con aquel retumbante ritmo, golpeando las arenas con sus pies, o lanzando golpes contra sus firmes pechos, pronto, toda la aldea resonó como una sola.
El anciano sabio alzó sus manos con grandilocuencia y agitó su bastón.
—¡Hiag Nallah Ulkhali Marco! —gritó, y todos secundaron en una poderosa y unificada voz.
—¿Qué significa? —preguntó Ben Wrax hacia su compañera. Sallah Nu sonrió.
—Todos alaben al Ulkhali Marco —respondió, dejando a los demás completamente perplejos.
El cadáver decapitado de Rhollo se mantuvo en el centro de toda la aldea, para que así todos pudiesen apreciar con lujo de detalle la brutalidad del combate, y para que a su vez, cualquier posible opositor tuviese una idea de lo que le esperaba en caso de atreverse a desafiar al nuevo Ulkhali terrestre.
La música y los cánticos guturales impregnaron la noche e hicieron el suelo temblar. Lo que otrora había sido una ceremonia, se había transformado en un festejo monumental, los Naha'la bailaban en torno a una gigantesca hoguera, asaban bestias y bebían embriagantes elixires sin control, entregándose a la salvaje naturaleza que les caracterizaba.
—¿En dónde está Marco? —cuestionó el inocente mecánico mientras levantaba la voz por encima del barullo.
—Lo llevaron a la carpa del líder —respondió Dutch, quien disfrutaba de una pieza de carne y un cuenco lleno del brebaje que todos bebían. Según él, era como probar un licor proveniente de las Colonias Exteriores.
—¿Crees que necesite ayuda?
—El Ulkhali Marco está siendo atendido por una docena de médicos y curanderos, expertos en el arte de la sanación —respondió Sallah Nu tras llegar al lugar. Se había despojado de sus ropas habituales y se había colocado un ligero conjunto de cuero que apenas y le cubría los atributos, ropa más ad hoc para la ocasión parecía ser.
—¿Y estará bien?
—Muchacho —Dutch apresó su cuello con su fornido y velludo brazo, bebió de su cuenco y lanzó un quejido—. Deja de preocuparte, ganó, ahora no hay nadie que nos moleste. De hecho... —contento vio como varias nativas llegaban con él y se mostraban bastante afectivas—... creo que esto nos favoreció.
Le entregó su bebida y se marchó con dos de ellas.
—¡Relájate, niño, y disfruta la fiesta!
Miró a su alrededor, todos estaban unidos, ya fuese por el baile, la bebida o por el sexo, no importaba en qué dirección posara sus ojos, todos disfrutaban de la noche, saciando sus apetitos voraces y carnales ante la luz de las estrellas y los planetas vecinos.
—Carajo —exclamó, elevó su cuenco y le dio un trago. El brebaje era fuerte, pero funcionaría para hacerlo entrar en ambiente—. ¿Qué está pasando allá? —preguntó, ya más zarandeado por el licor que era rápido en surtir efectos.
Justo en la carpa del Ulkhali, decenas de mujeres se juntaban y buscaban entrar. Sallah se acercó a él y bebió de su cuenco.
—Nuestra gente no cree en la unión de dos personas —mencionó, mientras meneaba las caderas y pasaba suavemente sus manos a través de su cuerpo—. Cualquiera que desee estar con alguien de la tribu, puede hacerlo, siempre y cuando el otro esté de acuerdo. Pero el Ulkhali tiene privilegios, él puede estar con quien desee, y todas quieren servirle igual.
Varias mujeres los rodearon, y cual si se tratara de una fuerza hipnótica, comenzaron a restregar sus cuerpos sobre ellos, así como también a inundarlos de caricias. Sallah Nu tomó a una guerrera y la besó con fervor, después se apartó y besó a otra, después ambas besaron su cuello y se adueñaron de su cuerpo.
—Aquí no existen los limites —acabó recostándose sobre un manojo de mantas con varias hembras nativas.
Xirack pasó de largo el impresionante espectáculo y marchó en dirección a la carpa del Ulkhali, se abrió paso entre las nativas que se acumulaban en la entrada y llegó hasta el lugar, Marco estaba recostado en un montón de mantos de piel y cuero, mientras que las mujeres a su alrededor bailaban y buscaban seducirlo de muchas maneras, levantó una ceja y cruzó los brazos.
—¿Te diviertes?
—Un poco —respondió él, sonrió y pasó sus manos tras su nuca—. Parece que soy toda una celebridad por aquí.
—Ya veo —mencionó, cruenta y sin ningún atisbo de gracia en sus palabras. Barrió con sus penetrantes ojos a las mujerzuelas del lugar y abrió la cortina—. ¡Largo, todas!
Ninguna necesitó entender el español para saber qué había dicho. Todas abandonaron el lugar a toda prisa, Marco rio un poco más y se incorporó, soltando un quejido en el proceso.
—¿Te duele? —preguntó seriamente.
—Un poco —confesó y sujetó su costado—. ¿Por qué?
Ella no dijo nada. Miró hacia afuera de la carpa y cerró la cortina, Marco la miró detenidamente, el fuego del brasero iluminaba su piel y sus ojos con un brillante destello que la hacía relucir como una pintura surrealista y verdaderamente hermosa. Avanzó hasta situarse frente a él, giró la cabeza a un lado como si lo estuviera analizando, y entonces llevó sus manos hasta la parte superior de su traje, lentamente bajó el cierre de este y le dejó ver por unos instantes lo que este ocultaba. Tragó saliva y se irguió más, entonces se retiró todo el traje y quedó desnuda ante él.
—Xi...
Saltó encima de él y rápido empezó a besarlo con lujuria. Marco no perdió tiempo, la giró y se posó encima de ella, acarició su cabello y después su mejilla, guardando la imagen de sus radiantes ojos sobre su memoria.
—Te amo —dijo, ella mordió su labio inferior y siguió besándolo mientras se preparaban para continuar.
Ben abandonó a las nativas, estaba agobiado y necesitaba aire más que nada, recorrió una buena parte de la aldea, viendo como todos festejaban por todas partes al ritmo de la música. Como si se tratara de un enorme festival.
Avanzó atarantado hasta que una silueta llamó su atención, era una mujer, pero esta yacía cubierta por una túnica oscura, y lo único que se percibía de ella eran sus labios pálidos, alzó su mano y le indicó acercarse, Ben negó varias veces, el mareo provocado por el licor y la asfixiante experiencia con las nativas lo habían dejado más atontado de lo que pensaba. Se acercó a un jarrón lleno de agua y se mojó la cara, ya más avispado regresó su mirada hacia donde estaba la mujer, y para su sorpresa seguía ahí, no era una alucinación.
La mujer sonrió y le indicó seguirla hasta una pequeña carpa de cuero negro, la cual resaltaba de las demás por tener el cráneo de una criatura cornuda en la entrada. Se quedó mirando el siniestro adorno unos cortos instantes y después entró, una sucesión de penetrantes aromas llegaron a su nariz, y por más distintos que fuesen uno del otro, le llamaban poderosamente la atención por lo agradables que se sentían. Dentro, la carpa rebosaba de amuletos, pergaminos y demás piezas que le intrigaban demasiado, era como un museo pequeño dedicado al esoterismo y las artes ocultas.
—Benjamin Wrax —habló entonces la mujer que yacía mezclada entre la oscuridad, apartó la túnica y mostró su cuerpo esbelto que apenas cubría con algunas tiras que componían un ropaje unido. Se sentó frente a una fogata y le invitó a hacerlo también—. Las estrellas presagiaban tu llegada.
—¿Cómo es que sabes mi idioma? —cuestionó asombrado, tomó asiento y preso de la curiosidad miró a la nativa.
La mujer cubría su cabeza con un impresionante penacho de plumas y colmillos, mientras que sus ojos se ocultaban gracias a una tiara de cuernos. Sonrió, mostrando así su lengua oscura y dientes manchados de una tinta negra.
—Yo hablo todas las lenguas —respondió, sin ocultar su sonrisa. Su voz era susurrante y penumbrosa—. Las estrellas me las han enseñado.
—¿Qué es este lugar? —llevó sus ojos en distintas direcciones, la única luz que se percibía era la de la fogata frente a ellos.
—Esta es la Antesala de la Luna, el lugar donde nos comunicamos con el cosmos, y los dioses —trituró unas raíces y las arrojó contra el fuego, este reaccionó con un estallido y adoptó un color verde esmeralda.
—Cielos —musitó impresionado.
—Te he visto, terrestre, desde antes las estrellas anunciaban tu llegada a Yogghar —le apuntó con el dedo—. Tú y tu gente resguardan a la princesa celeste.
—Lylum —dijo, ella asintió. Tomó una suerte de cascabel y lo agitó mientras lanzaba un cántico gutural.
—El cosmos susurra, busca llamarte, quiere que cumplas tu destino.
—¿Mi destino?
La mujer arrojó un cristal al fuego y en un segundo las llamas dejaron atrás su color original y se pintaron con un azul profundo.
—La grandeza te aguarda, Ben Wrax, tal vez aun no lo entiendas, pero tú eres parte esencial en todo esto, el destino del universo depende de ti y de ella.
—Lylum —corrigió, sudoroso y algo mareado—. Ella es quien debe derrotar a Khroll y restaurar el balance.
—Sí, pero tú labor es mucho más importante —movió sus manos ante las llamas y abrió la boca con sorpresa—. Sin ti, la balanza se perdería y todo se cubriría en oscuridad. En tu camino encontrarás incontables pruebas, obstáculos que buscarán a toda costa evitar que cumplas con tu destino.
—¿De qué estás hablando? ¿Cuál es mi destino?
—Tú y ella están unidos por la eternidad. No es ninguna casualidad que las estrellas los juntaran, no, estás destinado a protegerla, y con ella, al cosmos.
—Eso... eso debe de ser un error, mírame, no soy nadie.
—La grandeza no es algo que cualquiera aspire a conseguir, tienes que perseverar y encontrarla tú mismo.
—¿Cómo?
—Ya lo verás —se puso de pie y su figura acrecentó en torno a las sombras que profería aquel fuego—. Ten mucho cuidado, Ben Wrax, el camino no será fácil, pero si actúas con sabiduría, el universo te compensará, serás un héroe, serás... una leyenda.
Sacó un pequeño cristal y lo arrojó al fuego, este se extinguió y todo se cubrió de tinieblas. Pronto la inmensidad de la nada lo inundó, ya no estaba en la carpa, ni mucho menos en Yogghar, era como estar en un limbo, sitiado entre la muerte y la eternidad. Cerró sus ojos, buscando inútilmente escapar de la avasallante oscuridad que lo cubría todo, entonces percibió una luz que arrancó el miedo de su pecho y le hizo regresar, abrió sus ojos y vio una etérea figura que a medida que avanzaba; pintaba la penumbra con interminables galaxias, estrellas, planetas y demás cuerpos celestes, creaba vida, y alejaba la oscuridad.
Avanzó hacia ella, encontrando finalmente a Lylum ante sus ojos, suspiró, sintiendo la hermosa plenitud que su sola presencia emanaba, alargó su mano y acarició su rostro, dejándose llevar por la emoción y el inconmensurable sentimiento que rápido inundaba su pecho. Se acercó y le robó un beso, el cual correspondió sin dudar, juntos, nadaron entre el infinito océano de estrellas, sintiéndose uno mismo, y fundiéndose con la eternidad.
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