Capítulo 19
—Pensé que morirías —habló Xirack mientras acariciaba tiernamente su cabello.
Marco se acomodó entre las pieles que conformaban su colchoneta y largó un suspiro mientras aun sentía el dolor de la picadura del Scarafax.
—Si te soy sincero... también lo pensé —confesó, con la mirada clavada en el techo rojo de la carpa. Desvió la mirada y la centró en el fino rostro de ojos brillantes de su compañera, alzó su mano y la acarició con ternura.
Xirack sonrió con alivio al sentir su caricia en torno a su piel. Dejó su mano encima de la suya y la mantuvo así un buen tiempo.
—Pero volviste.
—Tenía que hacerlo. No podía dejarte, no... no quiero dejarte.
—Yo tampoco.
El calor emanado de la hoguera frente a ellos hacía de aquel lugar mucho más acogedor e íntimo. La bella de Dorma Prime se acercó un poco a él, anticipando algo que marco llevaba buscando concretar desde hacía bastante tiempo. Pero antes de que el destino dictara su sentencia; el escándalo afuera de la carpa hizo que la chispa que acrecentaba en aquellos dos se extinguiera en cuestión de segundos.
—¡Anda, te reto, hijo de puta, acércate y te arrancaré el maldito corazón! —vociferó una varonil voz en el exterior.
—Yo conozco esa voz —mencionó él.
—Armaste un completo escándalo. —Replicó su compañera mientras palmeaba suavemente su pecho.
—¿Yo? —reclamó—. Eso debió ser obra de ustedes, yo estaba muy ocupado muriéndome.
—Pero no estás muerto —se levantó del lecho de pieles y avanzó hacia la entrada de la carpa. Marco cruzó los brazos y frunció el ceño.
—No todavía.
Abrió las telas que conformaban la entrada de la carpa y salió, encontrándose a su reducido grupo custodiando el lugar para que así los Nalakih's no entrasen. Dutch y Ben la observaron directamente, entonces asintió con una sonrisa sobre sus labios.
—¡Lo sabía! —el hombretón entró a la carpa, seguido por el menudo mecánico.
—¡Hasta que se dignan en aparecer!
—Hijo-de-puta —prolongó sus palabras hasta llegar a él y abrazarlo con fuerza, después lanzó una risotada.
—Oh, cuidado, grandote, aún estoy algo lastimado.
—¡Marco! —Benjamin estaba igual o más feliz de verlo con vida.
—¿Qué hay, chico? —palmeó su hombro y alcanzó a ver con sorpresa el pequeño ser alienígena que lo acompañaba.
—Tú sí que eres un hueso duro de roer, Ramírez —concedió Dutch Hollander, agradecido de ver a su amigo nuevamente con vida.
—Bueno, ya me conoces, me gusta molestar.
—Estás vivo —la voz de James Deckard imperó en el lugar. Entró por completo a la carpa y se mostró antes los Cazarrecompenzas.
—Deckard.
—Sé... que no estás de ánimos todavía, ni tampoco quiero ser portador de malas noticias, pero tenemos problemas.
—Qué raro —soltó ya con la resignación de saber que no obtendría respiro alguno. Se incorporó hasta quedar sentado y encogió los hombros—. ¿De qué se trata esta vez?
—Rhollo.
—Lo suponía.
—Estuve hablando con los nativos, recolectando información, y todo apunta a que busca asesinarte.
—Eso ya lo sabía, me lo dejó muy en claro cuando esos pinches insectos nos atacaron en la llanura.
—Sin embargo es el por qué te quiere muerto lo que debería preocuparnos. —Se acuclilló y cruzó las manos—. Todo parece indicar que eres por así decirlo, "digno" de convertirte en el siguiente líder de la tribu, y teme que quieras usurpar su lugar.
—¿Otra vez con eso? No podía esperar otra cosa de un puto salvaje —talló sus ojos con hastío y suspiró—. No quiero su estúpida tribu, ni tampoco su lugar o lo que sea que eso signifique, lo único que quiero es largarme de aquí de una vez.
—Como todos nosotros, Marco. Pero me temo que no será fácil conseguirlo —movió su barbilla como buscando las palabras apropiadas o la manera correcta de soltar una bomba así—. Rhollo ha convocado un consejo para mañana en la noche, busca que los ancianos consejeros le den la aprobación que necesita para asesinarte sin contemplaciones.
—Mierda —largó Ben Wrax. Deckard asintió con pesadez—. ¿Entonces qué haremos? ¿E-escapar?
—No llegaríamos a ningún lado, aun si robamos provisiones o algunas de esas bestias... Ellos conocen estas tierras, nos encontrarían con facilidad, o sino; acabaríamos muriendo de hambre o deshidratación o cualquier otra cosa allá afuera en el desierto. Como ven esto no es un panorama muy esperanzador.
—¿Entonces qué podemos hacer? —cuestionó Xirack apretando su mano.
—Puedes derrotarlo en un duelo —arremetió la guerrera Nalakih entrando igualmente en la carpa—. La gente ya empieza a hablar de ustedes, los respetan, incluso creo que los admiran. Usa eso a tu favor; reta a Rhollo a un combate, mátalo y apodérate de la tribu.
El silencio se apoderó del lugar, como una entidad siniestra que presagiaba nada más que un tormento para los asolados sobrevivientes.
—Marco no puedes hacer eso, estás muy débil, si peleas... Morirás.
—¿Nadie más puede matarlo? —dudó James. Sallah Nu negó firmemente.
—Si cualquiera de ustedes quisiera retarlo se tomaría como una gran ofensa, serían torturados y posteriormente asesinados. Solo aquel que demuestre el coraje suficiente y sea digno ante los ojos de su clan; será merecedor a retar al Ulkhali.
—Dios —recitó Ben Wrax—. ¿En entonces qué haremos?
Las miradas cargadas de duda arribaron contra él, aún convaleciente, tenía que encargarse de la situación, solo él podía.
—Necesito un momento... —habló finalmente, pero sonaba frio e inexpresivo, tal y como un condenado cuya sentencia ya había sido dictada—. Solo... déjenme solo, ¿sí?
—Está bien, amigo —Dutch se levantó y en el proceso le siguieron todos, menos ella.
—Ve a descansar, Xi —ni siquiera la veía a los ojos—. Lo necesitas.
—Sabes que estaré aquí, cuando lo necesites.
—Lo sé. Anda, ve. Ya veré qué hacer.
Para cuando salieron de la carpa ya estaba amaneciendo, uno más de los áridos días que conformaban aquel inclemente paramo que no dejaba de ponerlos a prueba. Ben se alejó del lugar y se paseó por los lares de aquella aldea, los Naha'la era un pueblo que nunca descansaban, constantemente se la vivían inmersos en sus rusticas actividades para subsistir.
Los guerreros entrenaban o practicaban sobre sus Élabis para así volverse mejores jinetes, las mujeres del hogar preparaban los alimentos, fabricaban ropas o demás indumentarias para pasar los días y las noches de la manera más cómoda posible. Los niños jugaban sin mucho apuro, pero eran los jóvenes quienes se encaminaban al camino de la guerra; los entrenaban, poniéndoles arduos desafíos físicos que hacían ver a cualquier entrenamiento militar como un juego de niños. Siguió su recorrido, sintiendo sobre su espalda y cuello el incesante calor de los soles hermanos en el cielo, hasta que llegó a un cuenco de agua verdosa, donde hundió la cara y se refrescó como si no hubiese un mañana.
Se bañó casi por completo, y cuando salió para respirar nuevamente se encontró con un grupito de niños quienes lo miraban con intriga.
—Hola —saludó. Pero los niños se rieron y después se marcharon con apuro. Confundido Benjamin se giró y se topó directamente con un fornido jinete de cabellera larga y marcas de cortes adornando todo su cuerpo. La sangre le bajó de sopetón y le hizo ponerse pálido como la luna—. Hey... s-solo estaba refrescándome.
El Nalakih frunció el ceño y gruñó, Ben retrocedió una vez que lo vio tomar la empuñadura de su afilada hoja. Entonces Sallah Nu entró en la escena, empujó al guerrero y le lanzó una catedra de insultos y reclamos que solo entre ellos pudieron entender. La guerrera le vociferó una última frase y él solo respondió escupiendo al suelo. Después se marchó, no sin antes dedicarle una fulminante mirada al joven mecánico.
—Carajo —farfulló agitado—. ¿Qué se supone que fue todo eso?
—Thoggo —contestó, indiferente—. Es uno de los guardias de Rhollo, parece que a tu gente y a ti no los dejarán de molestar hasta que la asamblea se lleve a cabo.
—Fantástico —recorrió hacia atrás su húmedo cabello y apretó su nariz—. Significa que estamos en la mira de ese maldito, estamos en riesgo.
—Puede ser —aseguró. Pasó su mano hacia atrás y de una funda sacó una lanza, de fina madera rojiza y punta de hueso totalmente afilada, la giró un poco y después se la entregó—. Toma, es tuya.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
—Llevaba tiempo trabajando en ella, yo tengo la mía así que no hay problema con que te la quedes, a final de cuentas; te la ganaste.
La mirada del estupefacto mecánico cayó sobre la arma, después en ella. Sallah notó su confusión y le incitó a seguirlo.
—Para nuestro pueblo la guerra lo es todo. Vivimos de ella, y para ella. "Nacemos de la sangre y la arena." Es nuestro lema, nuestro estilo de vida se reduce a eso —se recargó contra un corral de madera, dentro del mismo se podían ver algunos jóvenes entrenando el combate—. Cuando un Nalakih alcanza la mayoría de edad tiene dos caminos: o se convierte en un sabio y así guía con sus conocimientos al clan, o se vuelve un guerrero; y entrega su vida por su gente. Para nuestro pueblo no hay mayor honor que ser un guerrero. Y cuando se es joven y busca convertirse en uno, tiene que pasar por múltiples pruebas, pero la que lo termina de formar es marchar a las llanuras y sobrevivir ante los Scarafax. Muchos no lo logran, pero para la sorpresa de muchos, tú sí lo conseguiste.
—Yo no marché por voluntad propia, ni tampoco maté a esa cosa por que quisiera hacerlo, sino porque debía hacerlo.
—No importa el camino que tomes, al final el destino será el mismo. La gran diosa Azarah nunca se equivoca, es tu destino ser un guerrero, y ahora lo puedes ser.
Ben observó la lanza.
—¿Crees... que puedas enseñarme a luchar?
—Rara vez los mayores son entrenados, se empieza cuando niños, pero... —lo analizó de pies a cabeza—... algo en tus ojos me dice que vale la pena intentarlo.
Ben sonrió.
—Si fuera tú no me emocionaría mucho —saltó el corral y entró en la arena de combate—. El camino de la sangre suele ser difícil de cruzar.
—Estoy cansado de correr —saltó el corral pero su bota quedó atrapada en una estaca; acabó estampándose de cara contra la arena. Sallah Nu sonrió.
—Bien, prepárate. Tenemos mucho por hacer.
Las horas pasaron lentas y lastimeras para el pobre mecánico de la Tierra. El entrenamiento de Sallah era sumamente extenuante, mucho más que el de Marco, esperaba que gracias a ello sus habilidades mejoraran mucho más rápido, o que al menos algo le quedara si tenía que enfrentarse a los Nalakih's que los querían muertos.
La noche arribó y el entrenamiento cesó finalmente. Benjamin se tendió contra la arena y bebió desesperadamente de la cantimplora de su maestra, exhausto miró hacia el cielo y como este se notaba abarrotado de estrellas, brillante y majestuoso como una pintura surrealista.
—El cielo en Yogghar es hermoso —comenzó diciendo la guerrera—. Pero nada se le compara con su aspecto en el Festival del desierto. Cada diez años un cometa pasa e ilumina el cielo con un aura blanca, volviendo todo muy hermoso, así que todos aprovechan y montan una fiesta monumental, nada se le compara.
—Suena agradable.
—Lo es —observó el firmamento junto a él—. Si las cosas terminan bien, espero vivirlo una y otra vez, por mucho tiempo.
—Sallah, ¿cómo es que sabes mi idioma? Se nota que lo dominas muy bien, y no he visto a muchos de tu tribu que lo hablen. —La guerrera suspiró, llevando su memoria a revivir viejos recuerdos.
—Hace ya varias lunas la tribu se encontraba en Solum, llevábamos un par de días en el reino, simplemente festejando ya que habíamos ganado una batalla contra un clan enemigo. En fin, estábamos en una taberna, entonces me topé con una esclava, unos miembros de otro clan querían abusar de ella, yo luché contra ellos y por derecho la esclava pasó a ser mía luego de ganarles. Se llamaba Dara Kalisz, y venía de una de las muchas colonias humanas de Saturno. Era muy inteligente y feroz, y pronto se convirtió en mi amiga. Le enseñé a defenderse y ella me enseñó a hablar su idioma, me contó sobre su mundo, sus costumbres, como era todo diferente de aquí. Y durante un tiempo ella estuvo conmigo... hasta que una noche nos emboscaron los Nagori, mucha gente murió, entre ellos Dara. —Guardó silencio por algunos minutos—, vivimos de la guerra y para la guerra, pero hace tiempo que la lucha dejó de ser la respuesta a cualquier conflicto, necesitamos cambiar, yo... quiero cambiar.
—Suenas como alguien que debería estar al mando. —Profirió con toda sinceridad que pudo expresar. La guerrera amarró unos hilos de su lanza y bufó.
—Nunca antes ha habido una mujer Ulkhali. —Admitió con pesadumbre. Pero Ben Wrax no menguó sus ánimos.
—Bueno, tú misma lo dijiste, es momento de cambiar.
Le sonrió. Pero el sonar de un cuerno a través de toda la Aldea Caminante les arrancó de su momento de paz.
—¿Qué sucede? —dudó apurado. Todos salían de sus carpas y chozas y se marchaban en dirección a la gran carpa a mitad del asentamiento.
—La asamblea, ya va a empezar. —Se levantó rápido y le tendió la mano, esperaba que estuviera muy lastimado como para hacer movimientos bruscos—. Vamos.
El cuerno sonó un par de veces más. Marco intentó levantarse pero aún se encontraba muy debilitado, tomó aire y se apoyó contra uno de los postes que cimentaban su carpa, hizo fuerza y comenzó a ponerse en pie.
—Venga, cabrón, tú puedes —consiguió incorporarse finalmente. Estuvo a nada de avanzar hacia la salida, pero una figura siniestra entró primero.
Sin duda era un Nalakih, su constitución física y ojos dorados le delataban. Pero este vestía ropajes oscuros que ocultaban su rostro y que le brindaban un aspecto ciertamente amenazador. Él y Marco se batieron en un duelo intenso de miradas hasta que lo vio desenfundar una hoja curva, similar a una khopesh egipcia.
—Mierda... —expulsó. El Nalakih rugió y blandió su arma en su dirección, lanzando un golpe perpendicular que de pura suerte esquivó.
Se hizo para atrás, pero su sicario se precipitó a atacarle una vez más. Nuevamente se meneó entre la carpa, esquivando sus feroces cortes hasta que su atacante clavó la hoja contra uno de los postes de hueso de la carpa. Marco le soltó un puñetazo y él guerrero tropezó. Raudo huyó hacia la salida, pero algo atrapó su pierna y de un tirón lo hizo caer de bruces al suelo; el Nalakih llevaba un látigo.
Empezó a jalarlo y llevarlo nuevamente en su dirección. Desesperado, Marco intentó zafarse, pero le fue imposible y acabó a los pies de su atacante. El guerrero desenfundó una daga y la llevó contra su cuello. Marco atrapó sus manos y con todas sus fuerzas buscó apartar la afilada punta de su carne, forcejó con él y logró mandarlo a un lado suyo, se incorporó nuevamente y lanzó varios puñetazos contra el asesino.
—¡Hijo de puta! —rugió colérico al sentir como le apuñalaba el costado. Malherido se tendió contra el suelo, se arrastró de espaldas viendo como el Nalakih se levantaba y avanzaba en su dirección con toda la intención de terminarlo de una vez. Apretó los dientes y buscó con qué defenderse, pronto el brasero se plasmó ante sus ojos.
Mandó una patada contra sus pies y consiguió derribarlo, se arrastró con rapidez y sometió a su atacante, estrellándolo varias veces contra el suelo. Pronto la máscara del Nalakih se manchó de sangre, pero no se detuvo.
—¡Así que querías matarme, eh cabrón! —lo apresó de su cabellera y lo llevó forzadamente hasta el brasero, acercó su cara contra las brasas, mostrándole el calor que le esperaba—, mala idea —batalló, pero tras un esfuerzo inhumano consiguió hundir su rostro contra el ardiente metal del brasero.
El nativo sollozó sin parar, agitando sus manos y pataleando como un demente. Marco apretó más, sintiendo entre su nariz el aroma de su piel siendo derretida. Continuó así hasta que el guerrero dejó de moverse.
Dentro de la gran carpa, los Naha'la escuchaban atentos el discurso de Rhollo, quien plasmaba su odio desmedido contra los forasteros, argumentando que no era posible que un ser inferior a su raza pudiese ser merecedor de portar el manto del Ulkhali. Muchos le daban la razón, pero la inconformidad de la gente se percibía con claridad en la mirada de los nativos, así como también de los demás Ulkhalis de otras tribus.
Habían aprovechado el revuelo y la llegada de los forasteros como una oportunidad para alzar la voz y revelarse ante el cruento dominio de Rhollo. Nunca antes alguien, en especial un forastero, se había animado a tanto, no solo el expresarse contra alguien como Rhollo, sino incluso enfrentarse a él en multitud de ocasiones, desafiando su poderío. La gente gritaba y apelaba por lo que cada quien creía correcto, mientras que los pobres sobrevivientes de la Nexus miraban expectantes, viendo como la tormenta se acrecentaba cada vez más.
Rhollo impuso el silencio, vociferando palabrerías en torno a los forasteros.
—¿Hodges? —habló Deckard.
—Quiere... matarnos.
—Que novedad —mencionó Dutch, viendo como la multitud los observaba. Los ancianos trataron de razonar con el poderoso Ulkhali, pero no lo consiguieron, en su lugar parecieron hacerlo enfurecer más.
Rhollo avanzó en su dirección, bramando y gritando sin control. Todos se pusieron a la defensiva, listos para actuar. Sallah Nu se puso en su camino, pero el gigante la encaró.
—¿Algo que agregar antes de que la cosa se vaya a la mierda? —volvió a inquirir Dutch sin bajar la guardia.
—Alega que si su líder no está aquí es porque es un cobarde, igual que ustedes —reviró Sallah con apuro.
—Prepárate, niño. —Susurró Xirack pasándole un cuchillo discretamente. Ben tembló.
—Merecer muerte —profirió el gigante mientras desenfundaba dos de sus características sables de hojas curvas.
El ambiente se tensó como la cuerda de un arco. Todo estaba a punto de estallar, pero justo cuando la batalla iba a dar comienzo; Marco Ramírez, cubierto de sangre y llevando la cabeza cercenada del Nalakih en su mano, entró en el lugar, dejando a todos estupefactos.
—Marco... —musitó Xirack.
—Su líder, es un cobarde —arrojó la cabeza del sicario ante la mirada de todos—. Lo mandó asesinarme, antes de que pudiera aceptar o negarme al duelo.
Sallah Nu tradujo para todos. Rhollo abrió los ojos como nunca. Los ancianos le miraron con desgano, después observaron a los forasteros y hablaron nuevamente.
—Los ancianos te dan la razón, Marco Ramírez, Rhollo es un cobarde —habló ella—. Pero no pueden interceder por ti o por él, tienen que arreglarlo mutuamente, como las leyes del desierto lo dictan.
—Diles que no se preocupen —pasó a observar al hombretón frente a él—. Porque yo, Marco Ramírez, de la Tierra, desafío a Rhollo en un combate a muerte por el título del Ulkhali.
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