Capítulo 16
Acarició la azulada superficie de aquel cristal, rozando delicadamente con la yema de sus dedos el último recuerdo tangible de su amor perdido. Suspiró, cerrando sus ojos y llevando la gema contra su pecho, el poseerla le producía una tristeza inconmensurable, al igual que una nostalgia que lo transportaba a los últimos y muy agónicos momentos que tuvo a su amada, la pena de revivir aquel trágico evento le hacía trizas el corazón, pero aun así nunca se la quitaba.
Cada vez más se convencía de que era un masoquista, pues solo en los momentos de dolor era cuando se sentía plenamente vivo. Abrió sus ojos y acabó con la cerveza que tenía en frente.
—Capitán Riley —Chickari llegó hasta la barra donde residía, tomándolo completamente por sorpresa. Guardó la gema y trató de disimular.
—Diablos, niña —exclamó—. Avisa para la próxima, o me matarás de un susto.
—¿Qué tiene ahí? —cuestionó curiosa luego de ver el llamativo colgante en su cuello.
—No es nada.
—Oh vamos, dígame que es.
—Ya te dije que no es nada —zanjó tajante, Chickari borró su sonrisa.
—Lo lamento, no debí entrometerme... —acomodó su cabello y miró hacia otro lado. Jonh blanqueó los ojos y lanzó un bufido.
—Lo siento, ¿sí? —arremetió con pesadumbre—. Es solo... que no me gusta hablar de ello. Me trae malos recuerdos —sacó el collar y se lo mostró con claridad.
—Cielos... —lo tomó con delicadeza—. Es muy hermoso.
—Es un zafiro ganimiano, son muy raros de conseguir estos días. —Nuevamente lo guardó—. Le... le perteneció a alguien, a alguien muy especial para mí, que ya no está, por eso no me gusta hablar de ello.
—Entiendo, y no se preocupe, no le diré a nadie —le guiñó un ojo, Jonh esbozó una sonrisa y agitó su cabello.
—¿Y bien, qué es lo que querías decirme antes de tu berrinche?
—El señor Mori te llama, dice que es tiempo de planificar el siguiente movimiento.
—Bien —acabó su cerveza de un trago y se limpió los labios con el dorso de su mano. Se alejó de la pequeña zona de suministros y se encaminó al segundo piso para encontrarse con los demás.
Había convencido a Bakú Mori de unirse a su lucha. Gracias a ello todos sus mercenarios y hombres bajo su mando se sumaron a las filas de la Federación, pero sus tácticas en la lucha serían distintas. Mientras que Mendoza y Khroll jugaban una ofensiva desde la distancia, ellos atacarían de frente y sin escalas, directamente contra el Arácnido. Atravesó el centro de aquel sector repleto de chatarra hasta que subió a una planta en la cual alistaban todo el equipo necesario para emerger nuevamente a la superficie.
Justo frente a una pequeña esfera holográfica estaban Shepard, Mori, Minck y algunos más que se les unirían en el ataque.
—Jonh Riley —mencionó el avejentado guerrillero al verlo llegar—. Te estábamos esperando.
—Ya estoy aquí —cruzó sus fornidos brazos y frunció el ceño con intriga—. ¿Cuál es el plan?
—El Arácnido se ha movilizado ya varios kilómetros de aquí, viendo su trayectoria, planea llegar a la base central de la Federación —habló Shepard mientras movía las imágenes en tiempo real. Aquella máquina avanzaba con parsimonia en dirección al Departamento de Asuntos Universales, destruyendo todo a su paso—. Si no lo detenemos antes, las fuerzas de Mendoza serán diezmadas en minutos, la batalla terminará y la Tierra acabará por ser colonizada por los invasores.
—Por ello debemos interceptarlo antes de que llegue —Bakú movió la proyección y la centró en una gran estructura que separaba dos porciones de la ciudad—. El puente Exegon, para cruzar en dirección a la base de la Federación indudablemente deberá atravesarlo, será ahí donde lo atacaremos. —Amplió la imagen de la estructura—, nos movilizaremos por tierra, usando algunos vehículos, colocaremos explosivos en la base y cuando llegue: boom, detonamos el puente, el Arácnido cae y se destruye contra el suelo.
—Necesitarás algo de gran poder para conseguir semejante explosión —mencionó Minck desde la cima de una caja de armas. Buscaba ver el panorama de mejor manera.
Bakú chasqueó los dedos y uno de sus hombres llevó un pequeño maletín hasta su presencia, lo abrió y con sumo cuidado sacó un recipiente con un brebaje azul brillante.
—Plasma Jodarriano, altamente volátil, en las Guerras Exteriores usábamos esto para destruir las naves enemigas, créeme mi verdoso amigo, esta cosa lo hará volar en miles de pedazos.
—Entonces... colocamos las cargas y esperamos a que pase —acarició su barbilla—. Necesitaremos mucha gente para eso.
—Tengo al momento alrededor de dos mil soldados listos para salir.
—¿Dos mil? —replicó Shepard—. Justo ahora hay más de cuatrocientos mil hombres de la Federación luchando por resistir las fuerzas de Khroll, ¿y tú esperas que venzamos a esa máquina con solo dos?
—Las guerras no se ganan con los ejércitos, sino con la estrategia. Si tomamos por sorpresa a Khroll y destruimos su máquina, aseguraremos el destino de nuestro planeta antes que la Federación.
—Es arriesgado —mencionó Daff—. Creo que deberíamos notificar a la base, así tendríamos más apoyo en tierra.
—Las comunicaciones no funcionan, el Arácnido ha interferido en toda la ciudad, estamos solos en esto —enunció Jonas Raeken, el segundo al mando en toda la operación de Mori.
—Bien, entonces ¿cómo llegaremos hasta Exegon? —inquirió Jonh Riley, Bakú Mori sonrió, desplazó la imagen y mostró un vehículo gigante: una unidad terrestre de diez ruedas, del porte de al menos dos tanques, artillada y con un blindaje de grado militar.
—Usaremos algunos de estos bebés.
Minck silbó al ver la magnificencia de los Barredores. Dichos vehículos eran implementados en conflictos de igual o mayor magnitud.
—Esas máquinas le pertenecen a la Federación —arremetió Shepard.
—Bueno, ahí lo tienen, al final su ejército sí nos ayudará —el guerrillero soltó una carcajada y se alejó cojeando de ahí.
—Vayan al nivel inferior por sus armas y equipo, estén preparados, partimos en unas cuantas horas —avisó Raeken y se marchó también.
—Bien, creo que le echaré un ojo a esos transportes, solo... para asegurarme de que caminan bien —bromeó Minck y bajó de su caja. Jonh estuvo a nada de seguirlo, pero Shepard lo atrapó del brazo.
—No confío en estos terroristas, Riley. No tenemos suficientes tropas, además, todo el equipo que poseen es robado, esa es un crimen de nivel tres.
—Shepard, estamos en guerra, todo está permitido. —Palmeó su acorazado hombro—. Anímate, hombre, quizás te den una medalla después de esto.
—O tal vez un juicio marcial.
—Sí, eso, si sobrevivimos...
Lylum recorrió gran parte del cuartel de la Federación en busca de Altham, lo había perdido de vista desde hacía un buen rato. En aquellos instantes ya ni se preocupaban por darle una escolta, todos los soldados debían presentarse en sus estaciones o en la lucha, ya nadie era prescindible, era alarmante.
Miles y miles de soldados luchaban sin parar en las calles mientras que ella únicamente se preparaba para el siguiente ataque de su hermano, cómodamente mirando desde la distancia. Llegó un momento para aquella chica azul que ya no se podía quedar de brazos cruzados. Tras algunos minutos de caminata entre los desolados pasillos y sectores de la base finalmente dio con el monje, lo encontró en una sala de entrenamiento. Se había despojado de su túnica mientras se batía en duelo contra dos proyecciones holográficas.
La noche que Khroll se había presentado por primera vez ante sus ojos, Altham no dudó ni un segundo en atacar, pero el Guardián Oscuro, aun sin estar presente en carne viva; resultó demasiado fuerte para él. Pero aquel monje en lo absoluto era débil.
Su estilo de combate era único, una mezcla de finos movimientos suaves y perfectamente coordinados que le daban gracia y estilo al moverse, como si estuviese practicando alguna especie de danza. Después cambiaban con rapidez para abrirle paso a un vertiginoso arte marcial que combinaba la rapidez con la fuerza de manera casi perfecta. Sus ataques eran veloces y certeros, mientras que su dominio con la espada era de admirarse y para temerle. Sumado a que bajo esa tosca túnica ocultaba un atlético cuerpo, digno de un guerrero sin dudas.
Se quedó mirándolo un buen tiempo hasta que se detuvo, guardó su arma y pareció empezar a meditar. Avanzó hasta él y carraspeó un poco, el monje abrió su ojo y sonrió.
—Lylum —hizo una reverencia hacia la nada y la atendió.
—Hola —saludó intrigada.
—¿Pasa algo?
—No, solo... pasaba por aquí y te vi entrenando, es bastante impresionante lo que haces.
—Gracias, necesito prepararme para lo que sigue.
—Hablando de eso —irrumpió de repente—. Creo que lo he estado pensando, y si en verdad Mendoza nos dejará ir tras Khroll, entonces necesito estar preparada. ¿Quién sabe qué ocurrirá una vez que nos veamos cara a cara? Quiero estar lista, necesito... estarlo.
—¿Así que lo que quieres es...?
—Quiero que me entrenes —imperó con decisión—. Enséñame lo que sabes, enséñame a luchar, a controlar lo que soy, entréname para así convertirme en lo que realmente estoy destinada a ser: el Último Guardián.
Las palabras de la chica estaban cargadas de determinación, igual que de incertidumbre, Altham lo sabía, ella era la única que verdaderamente podía hacerle frente a Khroll y garantizar la victoria de la luz en la guerra que estaba suscitándose en aquellos instantes, pero para lograrlo debía estar preparada.
—Mis conocimientos acerca del Guardián son meramente teóricos, y... tampoco he sido ascendido como Maestro Denjay. Pero... —clavó su mirada en los resplandecientes ojos de la chica, sonrió y meneó la cabeza con aprobación—... lo haré, lo necesitas, todos lo necesitamos, te entrenaré lo mejor que pueda y cuando llegue el momento, será el destino quien determine el curso de este conflicto de manera permanente.
No esperó que después de hablar ella le recibiera con un abrazo. Se despegó y la vio sonreír.
—Gracias.
—Ni lo menciones —avanzó hasta un estante repleto con armas, tomó un bastón de metal y lo giró con una sola mano, después lo azotó contra el suelo causando un estruendoso eco—. Empecemos con lo básico.
La guerra lo mantenía ocupado, lo ponía a pensar en tantas cosas que lo alejaban de los pensamientos que tanto quería evitar, eso, y la bebida, aquel era el mejor remedio que tenía para olvidar. Al menos la mayoría de las veces, pues en el pequeño bar de la base de Bakú Mori se encontraba bastante melancólico, más de lo acostumbrado.
Dio un trago más al amargo brebaje y lanzó un quejido, se giró y vio como los guerrilleros de Bakú Mori movilizaban todo al hangar, más pronto de lo esperado se irían y solo el destino sabía qué le depararía al afligido Capitán. Negó y mantuvo su mirada en el vacío, durante años se había alejado todo lo posible de su pasado, repitiéndose cada noche que ya no era más aquel hombre que solía ser, que aquellos días habían terminado, y ahora, la vida lo había puesto justo en el mismo lugar, lo había regresado a ser lo que tanto despreciaba: un soldado.
—Esta es por ti, papá, al final lo conseguiste —alzó su tarro y bebió con efusividad. Buscando ahogar sus recuerdos en el alcohol.
Shepard llegó al lugar, se aproximó hacia el solitario ente en la barra y antes de llamar su atención, miró el difuso y casi imperceptible número de serie en su cuello, la marca de los Stacks, parecía que había intentado borrarse el suyo, pero aquella inscripción grabada sobre la piel no se iría con facilidad. Una vez Stack, siempre un Stack.
Instintivamente acarició la suya y llegó hasta sentarse junto con él.
—No es muy recomendable beber antes de una misión, ni tampoco beber en realidad.
—No me sermonees, Shepard —bebió y dejó escapar un quejido—. Es para tomar valor, y no sentir tanto los golpes. —El Comandante lo analizó de pies a cabeza y habló nuevamente:
—No lo entiendo —giró su asiento hasta darle la espalda a la barra—. ¿Cómo es que alguien como tú pudo llegar a ser un Stack?
—¿Alguien como yo? —viró sus profundos ojos hacia él—. ¿Un canalla, dices?
—Sabes a lo que me refiero.
—Pues... debo admitir que no estaba en mis planes. Mi padre era un minero mercader, trabajaba en el cinturón de asteroides cerca de Centuron Prime, mi madre no trabajaba, atendía el hogar, nunca fuimos pobres pero tampoco éramos ricos, vivíamos al día. En fin, ya tenía suficiente edad, así que era prácticamente inevitable que me dedicara a lo mismo que él, pero no, mi padre quería algo diferente para mí, quería verme en lo más alto, quería que su hijo fuese un héroe, que fuese un Stack. Pero la vida da muchas vueltas y uno rara vez obtiene lo que realmente quiere... —apretó el mentón y guardó silencio un buen rato—... una noche después de salir a comprar algunas cosas encontré la puerta de mi casa abierta, entré y vi a mis padres tendidos en el suelo —hizo una pausa y negó ligeramente y con pesar—. Un infeliz drogadicto se había metido a robar, tanto mi madre como mi padre intentaron defenderse, pero el bastardo infeliz los asesinó a sangre fría. Hubiera terminado igual de no ser porque alguien llamó a la policía por el escándalo, el sujeto escapó y yo terminé solo. Durante un tiempo me las arreglé a como pude, acabé en la calle. Hacía trabajos por aquí y por allá, pero solo lo hacía con un motivo.
—Querías encontrar al asesino —aseguró Shepard, Jonh alzó las cejas y asintió—. ¿Lo hiciste?
—Sí... —admitió, sin siquiera parpadear—. Para cuando lo encontré no era más que un simple miserable que mendigaba en las calles para sobrevivir. Una basura, nada que valiera la pena ver con vida.
—¿Y qué hiciste?
—Lo que debía hacer. Le volé la puta cabeza —dio un último y muy amargo trago a su bebida—. Se llamaba Roger Phillips, sabes, han pasado muchos años de eso, pero su nombre... creo que es algo que repetiré hasta el día que muera. Bien, volviendo al tema, la policía me encontró, pude ir a la cárcel, pero creo que di con las personas indicadas, por lo que terminé enlistándome para hacer pruebas para los Stacks.
Nadie pensó que una rata como yo pudiese librar siquiera la primera prueba, pero lo hice, y no solo eso, ascendí rápido hasta convertirme en Teniente con tan solo veinticuatro años de edad, y cuando menos me di cuenta ya era un soldado, yendo de acá para allá a través de la galaxia, arreglando los problemas que otros habían causado. Toda una aventura...
Shepard no dijo nada, solo se limitó a escuchar y contemplar las expresiones lastimeras en aquel hombre afligido por su intrigante pasado.
—¿Y por qué te fuiste? ¿Por qué un soldado ejemplar como tú le daría la espalda tan abruptamente a la Federación?
—Fue por la propia Federación por lo que me fui —tomó aire y cerró los puños—. Fue en la Lucha Askariana, mi pelotón había sido mandado a un planetoide remoto cerca del Cuadrante Gama, se decía que La Unión se ocultaba ahí. Nos encomendaron acabar con los guerrilleros y limpiar el planeta, lo hicimos, pero fue justo antes de irnos que todo se fue al demonio —llevó su cabello hacia atrás y suspiró—. Se suponía que evacuaríamos las aldeas y mantendríamos a salvo a los civiles, pero... las órdenes cambiaron, y se nos encomendó matarlos a todos, ya que habían participado como cómplices de La Unión.
—Imposible —arremetió con incredulidad—. Leí los expedientes, dijeron que el planeta había sido purgado por los terroristas.
—No, Shepard, no fue La Unión, fuimos nosotros. —Lamió sus labios y por unos instantes su mente lo llevó a revivir las escenas de aquellos días, mostrándole el fuego, la sangre, la muerte y la destrucción, todo orquestado por las mismas personas a quien otrora les había entregado su lealtad—. No tuve el valor para hacerlo, no podía, así que hice algo que jamás pensé que haría; y traicioné a la Federación, después de eso me convertí en un fugitivo, un desertor, no importaba a donde fuera, ellos me encontrarían y me juzgarían por mi desacato y mis crímenes contra la Federación, por lo cual mi única alternativa fue morir, y empezar de cero. Mi nombre original es Nolan, Nolan Riley, pero para dejar de ser fugitivo tuve que dejar todo atrás, morir oficialmente y empezar de cero, siendo Jonh Riley.
Pareció que la historia de Jonh había sido mucho más impactante de lo que imaginó. Se notaba asqueado, no quería creerle, pero muy en su corazón sabía perfectamente que la Federación era capaz de eso y más. Lo habían orillado a cambiar su nombre, su vida, y todo por desobedecer una orden directa, era monstruoso, y lo hacía estremecer.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Tú me lo pediste —encendió un cigarrillo y Shepard lo vio convertirse en el cínico y poco empático mercenario a quien otrora había conocido en primer lugar—. Te lo cuento para que tengas esto en cuenta; puedes arrestarme cuando acabe todo esto, o puedes incluso sacar tu arma y volarme los putos sesos ahora mismo... —el humo se escurrió entre sus dedos—, o puedes mirar a otro lado y seguir jugando al soldado que siempre has sido.
Una sirena empezó a sonar y arrancó a aquellos dos de su letargo. Jonh llevó su cigarrillo hasta sus labios, tomó sus armas y se encogió en hombros.
—Es hora de irnos.
El Comandante Robert Shepard clavó su mirada en aquel ente sin precedentes, un solo hombre, con una gran oscuridad tras de sí y un destino incierto por delante. Endureció el mentón y sin más se puso de pie y se encaminó al hangar.
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