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Capítulo 15

Un fornido hombre de brazos robóticos y un sujeto lleno de tatuajes llevaron por la fuerza a Jonh Riley hasta donde aquel hombre les indicó, y mientras todas las personas observaban con detenimiento aquel suceso él solo pensaba en qué era lo que les harían. Estaba acostumbrado a meterse en problemas, en especial con peces gordos, pero involucrar gente inocente era algo nuevo para él.

Aquel hombre que disparó con anterioridad se mostró como la persona a cargo, ciertamente todos los criminales del lugar se acercaban y hablaban con él con mucho respeto. Era un adulto cuya piel morena y cicatrices de antiguas batallas le hacían saber a Jonh que no era cualquiera, para poder dominar entre la escoria debía ser alguien importante, o muy ruin.
Lo arrodillaron frente a él, levantó la cabeza y lo miró directamente.

—Así que tú eres quien ha estado causando todo el revuelo por aquí —mencionó, su voz seca y un tanto aguda ilustró sus años de madurez—. Caminas y te pavoneas junto a los Stacks, sin embargo, no pareces un Stack —lo analizó a profundidad—, así que... ¿quién eres?

—Un turista —bromeó, entonces el hombre de brazos robóticos lo golpeó, Jonh soltó un quejido y escupió sangre.

—Más respeto para el Gran Señor.

—¿El Gran Señor? ¿Qué es esto, una especie de culto? —bromeó nuevamente y otra vez recibió un golpe.

—Basta, Rick —se levantó, apoyado de su bastón se dirigió a él, sujetó su rostro y lo alzó para verle con detenimiento—. Tu rostro, ya es conocido en todos los confines de esta galaxia y las demás. Eres el hombre que trajo la maldad nuevamente a nuestro universo.

—Te equivocas anciano, solo soy un Cazarecompensas.

—Tus ojos, son oscuros, pero sinceros. Puedo ver en ti un gran coraje y espíritu, estás aquí por algo —desenfundó una pistola y la apuntó contra su cabeza—. Así que me dirás lo que quiero saber, o morirás.

—Adelante, no eres el primero que intenta jalar el gatillo con la intención de matarme —reconoció, ya bastante cansado de aquella rutina. El hombre se mostró intrigado.

—Bien —cortó cartucho y comenzó a acariciar el gatillo. Entonces Jonh observó sus ojos, no estaba bromeando.

—¡Jonh! —gritó Chickari. El hombre miró con intriga a sus acompañantes en la celda.

—Creo que tienes razón, ya muchos han tratado de matarte y no lo han conseguido —dirigió el arma contra ellos—. Veamos qué tal les va a ellos.

—Basta, basta, basta —le detuvo, antes de que algo más pudiese suceder. Suspiró intranquilo—. Bien. Me llamo Jonh Riley. Yo encontré al remanente de los Guardianes, y... también fui el que atrajo la atención de Khroll.

—Ves, no es tan difícil cooperar —guardó su arma. Jonh prestó atención en la peculiar en la ropa que traía puesta, sonrió ligeramente.

—También sé quién eres tú.

—No me digas —no pareció darle importancia.

—Sí, aunque es curioso que los hombres que diriges no lo sepan —finalmente le prestó atención—. Eres Bakú Mori, sobreviviente de la Batalla del Agua roja, asesino de Athorag el Cruel, eres un héroe de guerra... —alzó la voz para que todos escucharan.

El hombre lo miró fijamente, endureció el rostro y sostuvo su cabello con fuerza.

—No sabes quién soy.

—Por favor, ¿ahora cualquiera puede conseguir un traje de Los Flechas Rojas? — lamió sus ensangrentados labios—. No cualquiera puede reunir un número de escoria tan grande y convertirlos en una milicia, eres un soldado, una leyenda viviente, combatiste en las Colonias Exteriores. —Cierto respeto y admiración se palpó en su hablar, aquel hombre era todo menos una rata más de alcantarilla.

—Mis años de combate ya terminaron —admitió resignado y dándole finalmente la razón sobre su identidad, avanzó hasta una caja y se sentó—. Y los de todos aparentemente.

—Si eso fuese verdad, ¿entonces que ganarías reuniendo semejante cantidad de armamento? —Cuestionó sagaz, luego negó—. Conozco esos ojos, no te quedarás con los brazos cruzados mientras ese genocida maldito sigue allá afuera, no, lo que tú quieres es enfrentarlo.

—Solo un loco enfrentaría a Khroll el Oscuro.

—La locura a veces es el combustible de los héroes.

—¿A qué quieres llegar con todo esto?

—Necesitamos tu ayuda. Tienes un arsenal lo suficientemente capaz de acabar con esa cosa de allá arriba, tienes la experiencia y el coraje, y no solo eso, tienes a la gente, un ejército que te seguirá hasta el fin, peleen junto a nosotros y salvemos no solo la ciudad, sino el planeta entero. —Observó a los soldados de su regimiento, criminales, pero no necesitaban más para ir a luchar—. Escucha, lo veo en tus ojos, sé lo que ansía tu corazón.

—¿Y qué es? —lo había puesto a pensar demasiado.

—Una batalla... por la cual ser recordado...

Bakú Mori acarició su barbilla, asintió un poco y le apuntó con su bastón.

—Tienes coraje, hijo, y una gran bocota.

—Me lo dicen seguido —se levantó y firmemente se posó ante el héroe de guerra—. ¿Entonces... nos ayudarás con Khroll?

Las dunas que lo cubrían todo desde hacía días acabaron por desvanecerse en un santiamén, dejando frente a su camino una áspera llanura amarillenta de la cual apenas y algunas estructuras arenosas sobresalían como montículos afilados.

La tormenta los había alcanzado, pero no era eléctrica ni tan violenta como la que tuvieron que enfrentar la primera vez. En su lugar se trataba de una poderosa marejada de viento arenoso que nublaba su vista y los hacia andar con mucha más lentitud. Los Naha'la, a pesar de ser una tribu guerrera y resistente a las condiciones de aquel planeta, parecían tenerla difícil para sobrepasar sus caminatas en medio de una tormenta, parecían avanzar con más precaución, tal vez aquello era lo más difícil para ellos.

—¡No te separes, chico! —vociferó Marco mientras buscaba mantener el paso junto con el grupo.

Ben alzó sus manos sobre sus ojos, aquel tormentoso ventarrón no le daba una visión clara de lo que tenía en frente, así que perderse entre la tormenta era una posibilidad, una que no quería experimentar. Una figura repleta de paños en el rostro llegó hasta él, era Deckard.

—¿Estás listo? —cuestionó tras arribar junto a él.

—¿Qué? ¿Ahora, lo harás ahora?

—Aprovechemos la tormenta, así no podrán seguirnos.

—Deckard, yo...

—Prepárate, chico. —Dijo finalmente. Recorrió un poco de la cuerda que lo ataba y cuando sintió el tirón de quien lo llevaba, lo jaló con toda su fuerza hasta que consiguió derribarlo de su Élabis.

El guerrero Nalakih se estampó contra la firme superficie arenosa, pronto toda la caravana se detuvo, Rhollo le rugió, pero el guerrero se levantó y lleno de ira avanzó hacia el Capitán Deckard, entonces lo vio desenfundar un cuchillo.

—Bien, ¡¿qué esperas?! —rugió, listo para enfrentarlo, pero el guerrero pareció caer abruptamente contra el suelo una vez más, su grito resonó a través de todo el grupo y en un instante tan solo su arma quedó.

Intrigado, Ben Wrax miró a su alrededor. Más y más Nalakih's empezaron a caer y desaparecer entre la arena, las bestias empezaron a rugir y los guerreros parecieron entender lo que pasaba. Pronto desmontaron y se desplazaron alrededor de la caravana, como esperando un siguiente ataque.

—¿Qué está sucediendo? —cuestionó Xirack tras unirse con los demás rehenes.

—¡Ahí, miren! —alertó un sobreviviente. La arena empezaba a romperse desde dentro, como si algo se arrastrara a toda velocidad en su dirección.

Pronto algo emergió; un ser de buen tamaño, de aspecto desagradable y aterrador, como un insecto monstruoso que cargó en dirección al joven mecánico. Ben retrocedió, pero la criatura lanzó un bramido mientras mostraba su boca repleta de colmillos afilados, gritó a todo pulmón. Entonces una afilada lanza se incrustó contra la cabeza desprovista de ojos de aquel monstruo. La Nalakih que otrora lo había estado hostigando saltó de su transporte y remató a la bestia con una segunda estocada de parte de una de sus armas.

—¡Atrás! —demandó, fiera y capaz. Alzó su lanza y junto con el resto de guerreros de su tribu le hizo frente a los insectos.

Las criaturas emergían y atacaban en cuestión de un parpadeo, llevándose a rastras a sus víctimas y perdiéndose entre las profundidades de la arena.

—¡Ey, danos armas! —solicitó Marco, pero la guerrera le gruñó en respuesta. Pronto una de esas cosas saltó de entre la arena y ella le atravesó el estómago con su daga. La bestia insectoide meneó sus patas sin parar hasta que la arrojó de una patada y la dejó morir sobre el suelo.

—¡Mierda, ahí viene otra! —alertó Dutch Hollander mientras que las placas arenosas se rompían y aquello avanzaba en su dirección como un torpedo.

Marco miró en todas direcciones, sin más remedio llegó hasta la guerrera, le arrebató una de sus lanzas que llevaba colgando y antes de que el insecto pudiese emerger lo atravesó, su grotesco chillido penetró sus oídos y les generó un escalofrío.

—¡Marco! —Deckard alzó sus manos, de un tajo cortó sus ataduras y lo liberó. El Capitán se aproximó a una de las carretas y arrancó una pieza de hueso con la cual empezó a liberar a los demás.

—¡Atrás de mí, Ben! —mandó Xirack, el muchacho le hizo caso. Se quedó tras ella, viendo con dificultad como aquellas criaturas atacaban sin parar y se llevaban a cada vez más miembros de la tribu.

Abrió sus ojos con miedo al ver como la arena se remoloneaba en dirección a la guerrera de piel pálida. Sosegado miró como se aproximaba peligrosamente a sus pies y finalmente saltaba encima de ella. La criatura buscó morderla y rasgar su piel con sus afiladas extremidades, pronto la chica quedó a su merced.

—Mierda.... mierda.... —farfulló temeroso, buscó en el suelo hasta que dio con su lanza, la tomó y sin más se enfiló contra la bestia. La atravesó desde el costado y la hoja perforó su exoesqueleto y carne hasta brotar del otro lado. Entonces cayó sin vida, dejando a la estupefacta guerrera a salvo.

Agitado Ben extendió su mano y la ayudó a levantarse. No le agradeció, en su lugar lo empujó y recibió a una más de aquellas cosas que intentaron brotar de la arena. Le arrojó la lanza y simplemente dijo:

—Pelea.

La encarnizada lucha siguió por buen tiempo, ya ni siquiera los Naha'la luchaban solos, los sobrevivientes igual se habían emparejado en el combate, defendiendo sus propias vidas. Marco avanzó entre la tormenta y el pandemonio luego de escuchar una serie de gritos, viró en dirección a una carreta y encontró a una de aquellas cosas trepando para alcanzar a unos niños, quienes aterrados no dejaban de llorar. Apretó el mentón y con todas sus fuerzas le arrojó la lanza hasta atravesarla y asesinarla a tiempo. Los niños estuvieron a salvo, se giró, y fue cuando un golpe le llegó al rostro, cayó sobre la arena y encontró una colosal figura tratando de asesinarlo.

Rodó lejos de su alcance y evitó la estocada. Rhollo arrancó su arma y se dirigió a él.

—¡Cabrón, hijo de puta! —masculló y se puso de pie a toda prisa. El imponente Ulkhali meneó su arma y más de una vez se acercó a su carne, pero no lo consiguió. Rugió cual bestia y lanzó un golpe más. Marco aprovechó que la hoja se incrustó en la arena y rompió la empuñadura de una patada para después propinarle un puñetazo que lo catapultó contra una de las carretas. Llegó hasta él y trató de golpearlo nuevamente, pero el gran Rhollo lo atrapó por el brazo y sin problemas lo arrojó hasta caer contra el suelo.

Tosió violentamente y escupió un poco de sangre, mientras, Rhollo desenfundó una lanza y se encaminó a él. La tormenta ya se había apaciguado, pero su violento encuentro no.

Rugió y alzó su arma, pero Marco rodó evitando su golpe, lo pateó y lo derribó, se arrastró hasta llegar con él y machacarlo con golpes, su rencilla siguió. Mientras que el líder de la tribu buscaba zafarse, el impasible Cazarrecompensas no dejaba de golpear su rostro con sus puños. Rhollo era enorme, pero aun así Marco no se dejaba vencer con facilidad.

No fue hasta que en uno de sus últimos puñetazos que Rollo lo atrapó y lo estrelló contra una de las criaturas moribundas, la cual se agitó sin control, apresó su espalda y hundió un aguijón contra su costado. Marco gritó en agonía.

—¡Marco! —Xirack corrió hasta llegar a él, la picadura de aquella cosa lo había dejado fulminado. De un segundo a otro se había puesto pálido y lleno de sudor, al igual que tembloroso como un cachorro mojado.

—Por Dios... —mancilló Benjamin Wrax al ver a su oficial al mando tendido sobre el suelo, luchando por vivir.

Rhollo escupió, largó algo en su lenguaje y ante la expectante mirada de los demás sobrevivientes; trató de ejecutarlo. Pero Xirack se interpuso.

—¡Atrás! —clamó enfurecida—. ¡Atrás, ni se te ocurra tocarlo, cobarde!

Tal vez no muchos hablaban el idioma, pero hasta ellos, siendo una cultura tan salvaje y despiadada no podían ignorar los hechos. La guerrera pálida se acercó al Ulkhali y le gritó una serie de palabrerías, pronto Rhollo se vio acorralado y más de algún Nalakih le dio la razón a la fémina.

—Hodges... ¿qué mierda está pasando? —demandó saber el Capitán Deckard.

—Parece que no están contentos con Rhollo, creo... creo que están apelando a nuestro favor.

El intercambio de violentas voces siguió, hasta que Rhollo se marchó nuevamente, no sin antes mirar con desprecio a los sobrevivientes. Un grupo de ancianos Nalakih's hablaron con el traductor y llegaron a un acuerdo, se acercaron al agónico Marco Ramírez y lo levantaron.

—¡¿Ey, qué le hacen?! —vociferó Xirack.

—Tranquila, tranquila —dijo Hodges—. Son los curanderos, lo-lo van a intentar ayudar.

La fiera de Dorma Prime no dijo nada, se alejó de allí y negó mientras insultaba a regañadientes. Pronto el resto de la caravana empezó a prepararse para seguir.

—¿Y ahora qué pasa? —inquirió Dutch al ver que ni los azotes ni las ataduras regresaron.

—Creo... que nos han aceptado temporalmente en su tribu...

—No iré a ningún lado con esos malditos salvajes —imperó Xirack Kattani. Dutch se acercó a ella y la tomó de los hombros.

—Xi... no tenemos más opción. Solo ellos podrán salvarlo.

—Maldición... —apretó los labios con impotencia—. Bien... sigamos a estos desgraciados, pero si se atreven a hacerle daño... yo misma los asesinaré a todos.

Importándole poco lo que los Nalakih's pudiesen hacerle, Xirack se trepó en la carreta de los curanderos, los demás no tuvieron más remedio que emparejarse a la caravana y seguir su trayecto a través de aquel desolador infierno.

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