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Capítulo 13

Una vez que el ataque de las tropas de la Federación falló y la nodriza soltó al Arácnido, las tropas regresaron rápidamente a sus puestos.
Incluso luego de su encuentro con Khroll, Lylum quedó en un estado de catatonía total, parecía estar inmersa en otro mundo, completamente ajena a lo que sucedía a su alrededor, no fue hasta que Altham le gritó, que reaccionó nuevamente.

—¿Q-qué? —pronunció confundida, miró a su alrededor, estaba nuevamente en la enorme sala donde los militares de alto rango planeaban las estrategias a seguir en la batalla. Si antes no había orden, ahora todo estaba hecho un caos.

—El plan falló, debemos irnos —la sujetó de la mano pero ella reaccionó soltándose al instante.

—No iré a ninguna parte —pareció volver a la realidad muy rápido.

—Lylum, mi deber es protegerte —replicó.

—Pues hazlo, pero no me iré de aquí, esa cosa destruirá la ciudad a no ser de que hagamos algo al respecto.

—¿Qué? —estaba realmente confundido por su reacción. Era como si repentinamente sintiera la necesidad de ayudar a la Federación—. Creo que no comprendes la situación, ese desgraciado matará a todos, debemos irnos ya, antes de que ocurra una masacre.
Ella lo miró con desilusión.

—¿Qué hay de Jonh? ¿Qué hay de los demás? ¿Planeas abandonarlos? —Altham no encontró respuesta—. ¿Planeas abandonar a todo el planeta a su suerte? Pensé que tu deber era preservar la paz...

—Lylum... —ella negó repetidas veces, se cruzó de brazos y respiró.

—Todo, absolutamente todo lo que está pasando es por mi culpa, si en mi está el poder detener esto, entonces lo haré, no puedo permitir que más inocentes mueran por mi causa —lo miró una última vez—. Pelearé contra Khroll, y salvaré a este planeta, aun si eso me cuesta la vida.

Avanzó hacia la mesa de los altos mandos, todos estaban en caos, discutiendo sin control sobre qué más podían hacer para frenar al Arácnido.

—Coronel —lo llamó, pero este no reaccionó, estaba inmerso en sus asuntos—. ¡Coronel! —le dio un tirón a su uniforme, inmediatamente reaccionó.

—¿Ah, qué? ¿Qué quieres? —respondió con molestia y sin prestarle mucha atención.

—Tengo un plan para detener la invasión —dijo, y en ese momento un silencio se instauró en toda la mesa, las miradas fueron automáticamente en su dirección, en especial la de Mendoza.

—¿Qué? —fue lo único que alcanzó a decir.

—Creo que tengo una idea de cómo detener esto.

—¿En serio? ¿Y cuál es? —preguntó, más como una broma que otra cosa.

—Esa cosa —apuntó a la nodriza en el cielo—, es lo que está ocasionando todo este desastre, si logramos destruirla, detenemos al Arácnido y detenemos la invasión.

Nuevamente el silencio, hasta que Mendoza escupió una carcajada única que se extinguió como una llama entre el océano más helado.

—Buena observación, hija, pero creo que no te das cuenta que es lo que hemos tratado de hacer desde el principio —aseveró apretando sus facciones con cierta molestia.

—Sí, pero han fallado en un factor clave.

—¿Y cuál es? —preguntó uno de los oficiales en la mesa.

—Que Khroll antes que destruir todo y a todos, me quiere a mí —pasó su vista por encima de la mesa—. Si logro adentrarme en su nave, tal vez pueda destruirla desde dentro y detener el ataque.

Las miradas desconcertadas no se hicieron esperar, realmente nadie esperó tal idea y tampoco cómo asimilarla.

—Espera un momento, ¿acaso quieres que te mandemos con ese maldito? Si eso pasa entonces obtendrá lo que quiere, y no tendrá reparo en acabar con todos nosotros —habló una mujer en la mesa, a juzgar por las medallas en su uniforme seguramente era alguien mucho muy importante para los mandos de la Federación.

—Con todo respeto, lo que están haciendo es inútil. Yo misma he visto cómo opera esa cosa —apuntó nuevamente al gigantesco cúmulo de picos negros que conformaban la nodriza—. Y ustedes también. Pudo borrar a un planeta el doble de grande que éste en cuestión de minutos, si no ha atacado es porque o fue severamente dañada tras impactar contra la Nexus... o porque espera una oportunidad adecuada para hacerlo.

—¿Y cuál es tu plan? —dudó nuevamente la mujer—. ¿Que te mandemos allá llena de flores, como un maldito tributo?

—Yo... —no pensó que llegaría siquiera a poder hacerlos el considerar su idea.

—Denme una nave y un puñado de soldados —habló una voz, Lylum giró y miró a Altham, quien avanzó firme hasta posicionarse frente a los altos mandos—. Mientras Lylum distrae a Khroll, nosotros plantamos una bomba en el reactor de la nave, escapamos, hacemos volar esa cosa y acabamos con esto de una vez.

Se sorprendió completamente al verlo, no fue la única que apreció en sus palabras una gigantesca cantidad de determinación y compromiso.

—Hace días le di a Jonh Riley la misma oportunidad y solo su nave regresó... —mencionó el impacientado Coronel.

—Jonh está vivo, y créame, no se quedará de brazos cruzados y sin hacer nada. Si no ha regresado es porque está ocupado.

—Lo que dicen es suicidio, ¿qué les hace pensar que puede funcionar?

—Porque ella tiene razón, Khroll la necesita, de lo contrario ya hubiera destruido el planeta —miró de reojo a la mujer celeste—. Y suicidio o no, Coronel, es la mejor opción que tenemos para acabar con esta matanza —aseveró cruzando los brazos.

Todos los presentes en la mesa compartieron una mirada mutua, mientras debatían internamente sobre si hacerlo o no.

—Puede funcionar —habló un hombre casi en una esquina.

—Puedo darles una nave —comenzó a decir el Coronel Mendoza—, puedo darles también un poderoso explosivo, pero necesitamos tiempo y planear con cuidado nuestros movimientos. Retírense, una vez que todo esté listo, procederemos con este caballo de Troya.

Altham se inclinó, sujetó con delicadeza el antebrazo de Lylum y se la llevó de ahí. Prácticamente no hubo necesidad de que algún soldado o guardia los guiara a su cubículo, ellos llegaron sin problema.

—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó una vez que llegaron a la puerta de la habitación.

—Es mi deber protegerte —la abrió y entró.

—Estoy algo confundida, ¿no eras tú el que quería abandonar todo porque no veía una salida? —Mostró un amago de sonrisa.

—Durante unos instantes, abandoné completamente mis ideales, dejé que el temor me consumiera, olvidé lo que significaba ser un Denjay. Cargaré con ello el resto de mi vida, pero todavía tengo la oportunidad de cumplir con mi deber —se hincó frente a ella—. Juro, que jamás volveré a olvidar el porqué de estar aquí, mi deber es proteger a todo ser vivo en el cosmos, ya que eso me lo han encomendado las estrellas. Además, mi deber es proteger al Último Guardián, tuyo es mi corazón, tuyo es mi cuerpo, tuya es mi alma, soy tuyo hoy y siempre, hasta que mi deber se cumpla. Permíteme servirte y no volverte a fallar —agachó la cabeza con solemnidad.

—No seas dramático, Altham —rio y se acuclilló dejando sus resplandecientes manos sobre su rostro barbado—. Será un honor tenerte a mi lado —limpió una solitaria lágrima en el rostro de aquel hombre—, y espero no fallarte a ti, ni al universo.

La oscuridad del túnel apenas y era proporcional al aroma a mierda que abundaba en todas partes. Sobre sus cabezas había una serie de linternas que parpadeaban intermitentemente al vaivén del andar de aquella máquina de allá arriba, incluso a veces caían pedazos de escombro, parte de ellos pensaba en que si habían logrado sobrevivir a la masacre en la superficie no hubiese sido solo para morir sepultados entre agua y heces.

Hubo una sacudida leve y todos se detuvieron, nuevamente cayó polvo y pequeñas rocas, de ahí en más, nada.
Siguieron avanzando.

—Había oído de estar en la mierda —habló Minck y pisó un charco—. Pero esto es ridículo —volteó hacia Jonh Riley, quien tenía una mirada ausente e inexpresiva—, lo siento. Supongo que las bromas de mal gusto solo me gustan a mí.

—Me gustan tus bromas —le respondió su amigo—. Es solo que estoy algo distraído.

—Es de esperarse, todo ha estado tan loco en estos días, me sorprende que sigamos vivos.

Siguieron avanzando en los túneles que formaban el alcantarillado de la ciudad. Chickari se acercó a él.

—¿Qué haremos ahora, Capitán? —preguntó la joven. Jonh frunció el ceño, cuantas veces no había escuchado eso y había logrado dar una respuesta, pero justo en ese momento, fue cuando simplemente no supo qué responder.

—Detecto una gran cantidad de movimiento a pocos metros de aquí —habló Daff, miró detenidamente su radar y comprobó que no estuviera dañado.

—¿Movimiento? —inquirió Shepard—. ¿Tropas de Khroll?

—Negativo, señor, parece otra cosa.
Mientras caminaban, cada vez más se podía escuchar lo que parecían ser voces, atravesaron unos cuantos callejones para encontrar una sección del lugar, del cual emanaba una gran cantidad de luz y actividad.
Avanzaron lentamente solo para ver que al final del túnel, había vida...

Y no cualquier tipo, parecía toda una rudimentaria civilización, similar a las múltiples colonias espaciales más allá de los cuadrantes o en los Bordes Exteriores. El lugar estaba lleno de gente que convivía en una comunidad hecha mayormente de pequeñas viviendas y callejuelas en desgracia, decir que el lugar era un recinto tal vez hubiese sido mucho.

—No puede ser... —dijo el soldado Lenox.

—Comunidades del Velo, había oído rumores de estas pero... No creí que fuesen reales —aseguró Shepard.

—Te falta ensuciar más seguido tus botas, Comandante —le respondió Minck, basta fue su sorpresa al ver que ni Jonh ni él parecían muy sorprendidos al ver aquella decadente civilización.
Comenzaron a bajar por una escalera oxidada y llena de mugre.

—¿Conocían este lugar?

—No exactamente —respondió Jonh—. Pero si algo nos ha enseñado el vivir sin ley, es que nunca estás solo. Estas colonias subterráneas se hicieron para albergar la indecencia del exterior, si afuera te parece un lugar retorcido, espera a ver sus cañerías —llegaron a las calles.

—Mierda —exclamó Thompson. Minck soltó una risita burlona.

—Sí, mierda, inmundicia, diversión un tanto retorcida y mucho más.

Comenzaron a recorrer las calles, bien era verdad que en el exterior las calles eran algo sucias, allí abajo era algo simplemente repugnante. Todo parecía ser parte de un mercadillo en el cual todos los puestos eran de cosas realmente extrañas, ilegales o hasta desagradables.
Con fachadas de madera podrida, metal oxidado o ladrillo en descomposición, aquellos callejones eran simplemente algo increíble. Pero más increíble eran las personas del lugar, entre su mayoría indigentes, enfermos, criminales de poca monta, prostitutas, mercenarios, y muchos refugiados de la invasión.

—¿Qué clase de evacuación hicieron ustedes? —cuestionó Jonh al ver las pobres almas en desgracia quienes literalmente tuvieron que descender hasta la mierda para poder sobrevivir.

—Ya te lo dije, Riley, no es fácil sacar a tantas personas con tan solo un intento. No todos lograron llegar a los cargueros.

—¿Y los que no llegaron, qué?

—Deberán esperar.

—¿Esperar a qué? ¿A que lleguen más transportes o a que termine la invasión?

—O a que todos mueran —repuso Chickari. Cada callejón era transitado por demasiada gente, algunos que pedían dinero, o personas desagradables que insultaban al ver a cualquiera, hasta comerciantes y demás individuos no muy agradables a la vista.

—Ahora que tocamos el tema —miró de reojo a Shepard—. ¿A dónde van todos los transportes de evacuación?

—A las Colonias Exteriores, ahí la Federación les asignará un refugio temporal, una vez que este desastre termine... podrán regresar a la tierra.

Llegaron a una zona bastante más amplia, una especie de intersección, Jonh caminó hasta un pequeño puesto, le pidió a la anciana un encendedor. Ella le ofreció uno a cambio de algunas unidades efectivas, buscó en sus bolsillos y no encontró nada.

—¿Tienes cambio? —le preguntó a Shepard. Se colocó un cigarrillo y levantó las cejas esperando que le diera una respuesta.
Buscó en un compartimento de su armadura y le dio un par a la anciana, le dio el encendedor y prendió el cigarrillo.

—¿Qué hacemos, Jonh?

—No puedo pensar claramente si no tengo o un cigarro o un trago —aspiró el humo y lo dejó salir—. Ya te lo había dicho, pensé que estabas prestando atención.

—Debemos de salir de aquí y buscar como regresar a la base.

—¡Mira nada más! —se oyó una voz entre la multitud, la gente se abrió como una especie de acto mesiánico y dejó ver en el fondo a un hombre, cabello largo y sucio como su aspecto general y su ropa, sonrió mostrando sus dientes podridos y se acercó a ellos—. ¡La Federación nos honra con su presencia!

Se comenzó a acercar, de igual forma más personas se aproximaban a ellos, no se veían amigables en lo absoluto.

—Señores, por favor, sigan caminando, no hay nada que ver aquí —vociferó el recto Comandante. Entonces el hombre de dientes podridos dejó escapar una repugnante carcajada acompañada con algo de tos.

—Olvida eso, Shepard, no es la forma de hablarles —fumó una última vez y arrojó el cigarrillo sobre la calle, caminó un poco y observó a los hombres que los rodeaban—. Ustedes, largo.

—Mira eso, Rorch —alzó la voz un sujeto con la piel cubierta con extrañas ronchas, se rascó el cuello y mostró su lengua—. También están ellos, los de la Infinity.

Basta fue su sorpresa al ver que aparentemente los reconocían.

—Creo que somos famosos —habló Minck, el pequeño grupo se había puesto alerta, en cuestión de segundos aquella intersección de calles se había vaciado por completo.

—Tienes razón, ustedes trajeron al Guardián —claramente se veía que ninguno estaba bien de la cabeza—. ¿Y dime, dónde está la zorra azul?

—Cierra tu sucia y maloliente boca antes de que te arrepientas —replicó acariciando la empuñadura de su pistola.

—¡Vete a la mierda! —replicó molesto, nuevamente tosió—. Ustedes creen que pueden venir a este lugar y soltar órdenes como si fueran los dueños —negó repetidamente y sonrió—. No, este sitio nos pertenece.

Uno de ellos corrió desenfrenado hacia Lenox, él lo recibió golpeándolo directamente al rostro. Entonces los demás atacaron.

—¡No maten a la chica, voy a divertirme con ella!

Un afroamericano con partes robóticas de mala calidad atacó a Jonh, él evitó el golpe de su cuchillo, le propinó un puñetazo en el rostro y este cayó al suelo sin más.
Rorch salió corriendo con un cuchillo en mano, se dirigió hacia él, entonces desenfundó su pistola y disparó contra su pierna, el hombre de los dientes podridos cayó de rodillas sin dejar de gritar. Apuntó su pistola contra su frente y jaló el gatillo, sus sesos se regaron por todo el suelo, guardó su arma y miró al resto.

La mayoría de los hombres que buscaban atacarlos salieron despavoridos al ver que sus otros semejantes eran derrotados con cierta facilidad, al final aquella intersección quedó llena de personas inconscientes y uno que otro cadáver.

—¿Todos bien? —no ameritó respuesta, miró a Chickari—. ¿Niña, tú, qué tal?

—En una pieza, Capitán —miró el cadáver de Rorch—. Gracias.
Asintió, entonces un numeroso grupo de hombres armados salieron de entre los callejones, todos tenían el rostro cubierto, como si fuesen una especie de mercenarios. Apuntaron sus armas contra ellos, fue inútil mostrar resistencia, eran demasiados como para combatirlos.

—¡Suelten sus armas! —clamó uno de ellos meneando su rifle.

—¡Ni hablar! —respondió Shepard, alzó su rifle, pero ni siquiera sabía a quién apuntarle.

—Shepard, bájala —dijo Jonh, ya resignado. El Comandante miró a su alrededor, no solo los superaban en número, sino también en armamento, y aunque pudiesen salir de ahí aunque fuese de milagro, quien sabe cómo les iría en el resto de aquella comunidad.

—Mierda —masculló—. Soldados, bajen sus armas.

Pareció costarles trabajo el obedecer, pero lo hicieron. Aquellos hombres de rostro cubierto los sometieron y se los llevaron de ahí.

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