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호그 천체 - Objeto de Hoag


Y los cielos lloraron.

[in the darkness of a lonely memory] — en la oscuridad de una memoria solitaria.

Sus ojos lo conocieron a los diecisiete años. Su corazón, a los dieciocho.

Ella era amante de las flores. Él odiaba su olor.

Cuando cayeron enamorados, a ella no le importó el no recibir flores como lo había soñado, aunque él hizo todo lo posible para entregarle una de diferente color cada día.

Cuando se casaron, él se aseguró de llenar su habitación con las rosas más preciosas y de los colores más indescriptibles. Ella no entendía cómo es que podía enamorarse un poco más cada segundo que pasaba.

Yon era una joven vivaz que amaba a su marido con la fuerza más pura. Kwan era el hombre de su vida, quien la amaba de igual manera.

Siempre estuvo segura de que Kwan la adoraba. Él le traía flores aunque las odiara, él le acariciaba el cabello hasta que se durmiera, él se quedaba despierto durante las noches para verla descansar. Park Kwan veía a Yon como si fuera el mismísimo Sol; a veces, sentía que debía apartar su mirada, pues su brillo lo dejaba ciego por momentos. Estaba asombrado por su belleza física, pero de lo que estaba enamorado era del corazón de aquella muchacha.

El tiempo en el que supieron que tendrían un hijo, ambos derramaron lágrimas de alegría en el hombro del otro, aunque Yon ya no tiene en su memoria el momento de dar a luz a su primogénito.

A ella le gustaba mecer a su hijo entre sus brazos, enfrentando la luz del sol que se adentraba por el ventanal de su hogar mientras se echaba en el respaldar de su nuevo sillón. Siempre oía un piano tranquilo en el apartamento de al lado y se dormitaba con su bebé apegado su pecho.

La primera vez que lo llamó por su nombre, el niño sonrió con sus ojitos cerrados. "Jimin, porque su sabiduría será más alta que el cielo", había dicho aquella vez.

Incluso durante los años, el amor continuó y se fortaleció. Dos hijos ahora y sus vidas parecían estar en el tope de la felicidad. El tiempo les permitió ver a Jimin y Jihyun crecer saludables, fuertes, llenos de cariño para dar, con mentes repletas de valor y espíritu. Cuando notaron el talento en las manos de Jimin para el dibujo, se encargaron de comprarle pinturas y lienzos para que desatara aquella creatividad que se expandía día a día. Se les reventaba el corazón de orgullo al verlo pintar, pues en sus ojos estaba el mismo brillo que ellos tenían al intercambiar miradas entre sí.

Yon no había llorado ni una vez luego de tener a su segundo hijo, no hasta que el caos llenó aquella casa por una simple discusión y ella recibió una bofetada de su marido. Lo peor fue que no le dolió el golpe, sino el acto. Y que Jimin lanzó una de sus pinturas contra la pared al presenciar la escena.

Padre e hijo se gritaron el uno al otro, se dijeron mil cosas, incluso frente al hijo menor. Ese día, Yon se encerró en su cuarto porque estaba asustada del ambiente que se había creado entre familia. Antes de caer dormida con la cara empapada, deseó con todas sus fuerzas que la tristeza que los rodeaba en ese momento desapareciera como las nubes del cielo.

Se atrevió a perdonarlo cuando vio las lágrimas de su marido frente a ella, se atrevió a sentir su abrazo sincero rodearla y hacerla desaparecer del mundo en el que vivían. Sus brazos la llevaban hacia la más grata cúspide del placer sin hacer nada más que contenerla y, sin ellos, Yon sentía que se moría. Se decía a sí misma que no se culpara por ser débil ante los ojos del amor de su vida, sino que culpara a su corazón, por dejarse ser amado y por amar tanto.

Y luego, los síntomas de su enfermedad se mostraron demasiado tarde. A veces Kwan se preguntaba si ella habría tenido una oportunidad si la vida les hubiese avisado antes.

Si tanto amor se tenían, ¿por qué la dejó, entonces?

Porque fue cobarde, egoísta; tuvo tanto miedo que huyó. No se imaginaba una vida sin Yon, tampoco soportaba la idea de tener que verla día a día morir en sus brazos. Kwan se negó a tener que ver en los ojos el dolor y la desesperación de la mujer que más amaba en su vida. Tenía miedo de perder la cabeza frente a sus hijos entre tanta angustia y desamparo.

Kwan le habló sobre sus preocupaciones a su esposa. La miró a los ojos cuando el miedo se expresó a través de su voz. Ella estaba recostada en su cama con un libro sobre su regazo, oyendo las palabras que salían desde el pecho del hombre. Cuando el silencio se formó entre ambos, Yon dijo, con una mirada indiferente: "Ya sé que voy a morir. No me haré tratamientos, no quiero alargar una vida miserable. Ni para mí, ni para ti, ni para nuestros hijos."

Esa fue la última vez que se vieron durante un largo tiempo. Cuando Kwan salió por esa puerta, luego Yon fue incapaz de recordar su espalda al momento de su abandono.

Lo que recuerda de aquellos buenos tiempos eran las notas que Kwan sabía dejarle sobre la mesita de luz cuando se iba al trabajo o salía a hacer las compras. Yon despertaba y siempre se encontraba con una rosa y una nota al lado. No recuerda muy bien el contenido de todas ellas, pero la que más recuerda fue la última que recibió. Junto a una rosa blanca, yacían las letras de su marido trazadas con una pluma negra y limpia, que decían: "en el cielo que tuvimos, tú siempre fuiste mi Sol."

Si hubiese sabido que aquella sería la última nota y la última flor, Yon habría salido corriendo en busca de su marido para expresarle toda su gratitud y amor en un solo beso de despedida.

Era una lástima que estuviese recordando todo aquello cuando su cabeza parecía querer explotar y el llanto de su hijo menor la estuviera aturdiendo como si fuesen dagas en su sien. No comprendía muy bien qué estaba ocurriendo. Veía muchos rostros mirándola, rostros preocupados, asustados. Jihyun estaba allí. Mina también. ¿Dónde estaba Jimin?

Park Yon sintió cómo su peso era sacado de la cama y la subían a una camilla. Tenía sabor a sangre en su boca. Le dolía absolutamente todo y no podía mover los brazos. Si mal no recordaba, creía haber vomitado tres veces minutos atrás. O cinco veces. No estaba segura. Lo que vio al ser trasladada a lo largo de su casa, fueron las pinturas más bonitas que había visto jamás. En ese momento, no supo quién las había hecho.

Perdió la noción del tiempo mientras la ambulancia la llevaba hacia el hospital. Cuando se encontró con la inconsciencia entre delirios y alucinaciones, soñó con la música de un piano muy triste; el olor a rosas impregnándose en su ropa y unos brazos que la sostenían con confianza.

Cuando despertó ya no sentía dolor, pero estaba tan débil que apenas podía respirar. El ambiente no olía a flores, sino a remedios y a gente enferma. Odiaba aquel lugar tan helado de compañía. Escuchaba detrás de la puerta una voz familiar y una desconocida. Las dos personas hablaban por lo bajo, pero el eco tan lúgubre de esas cuatro paredes hizo que las voces retumbaran hasta sus oídos.

"El tumor se ha expandido", es lo que oyó. "No podemos hacer mucho más, lo sentimos."

Ella sólo permaneció tumbada allí, sin que la noticia la tomara por sorpresa. Pestañeaba lentamente y la vista se le nublaba por momentos. Estaba llena de cables, tenía un respirador en su nariz y boca que le incomodaban. Sabía que no tenía mucho tiempo en sus manos. Le preguntó al universo, cerrando sus ojos, si le permitía estar tan sólo un tiempo más con sus hijos y el amor de su vida. Yon no obtuvo respuesta.

...

Estaba de visita con su médico para quitarse el yeso cuando recibió la llamada de Jimin. Lo ahogó el frío y el temor, y cuando acabó la consulta con el doctor, corrió tan rápido como pudo hasta la calle para tomar un taxi. Temblando en la parte trasera del coche, le repetía a Jimin a través del teléfono que pronto estaría allí con él, que todo estaría bien y que, por favor, dejara de llorar.

Cuando llegó al hospital donde se encontraba la señora Park, le lanzó quién sabe cuánto dinero al taxista en el regazo y salió a toda prisa por la avenida. Los coches tuvieron que frenarse de golpe cuando cruzó la calle y él le restó importancia a lo que pudiera pasarle, centrándose en llegar lo más rápido posible a las puertas del edificio.

Ya en el interior del hospital, apretó el paso por los pasillos en busca de la habitación donde se encontraba la madre de Jimin. Su corazón se rompió un poco cuando vio el cuerpo del otro sentado en una de las bancas del pasillo, con la cara entre sus manos y los codos en las rodillas. Jimin escuchó pasos acercarse y de inmediato supo de quién se trataba.

Corrió a los brazos de Yoongi y lo apretó tan fuerte que, por un momento, el mayor se quedó sin aire. Comenzó a tiritar bajo su abrazo como una hoja indefensa. Jimin ocultó el rostro en el cuello del contrario y, sollozando, dijo:

—Se ha puesto peor, Yoongi. No creí que sería tan pronto y yo...

—Está bien, ángel, está bien —susurró Yoongi contra su cabellera. Plantó un casto beso en su cabeza y continuó—: No tienes que decirme nada. Trata de respirar, ¿sí? ¿Quieres que te traiga agua? ¿Quieres salir afuera a tomar aire?

—No —negó Jimin, separándose un momento. Se secó la cara, la cual estaba toda mojada por las lágrimas y miró el suelo, aún con su labio inferior temblando—. Quiero que te quedes conmigo.

Yoongi tomó su cara, besó su nariz y trató de sonreírle, aunque él también quería llorar.

—Me quedaré siempre a tu lado.

Volvieron a abrazarse y esta vez Jimin soltó un suspiro que parecía haber estado conteniendo desde horas atrás.

Se sentaron en el pasillo a unas cuantas habitaciones alejadas de la de su madre, acercándose un poco más al aire de uno de los ventanales. Una vez Jimin calmó todos sus nervios mientras Yoongi sostenía su mano, él empezó a hablar. Le explicó que el tumor ya había tomado muchas partes importantes en su cabeza, que el tiempo ya era impreciso y efímero. No sabían cuándo terminaría ese dolor que sentía. Lo único que podían hacer era sedarla para que se fuera sin mucho sufrimiento.

La voz se le quebró cuando dijo que, de la nada, no conoció a ninguno de ellos. Ni a Jihyun, ni a Mina, ni a él. Que estando a su lado, hablando, su mirada se volvió tenebrosa y confusa y perdió la razón minutos después.

—No puede mover el brazo izquierdo. Tiene la mitad de la cara tiesa, apenas puede hablar —musitó Jimin, mirando el suelo—. Lo único que pudo decirnos es que nos amaba mucho. Y luego dejó de reconocernos.

En ningún momento levantó la cabeza para intercambiar miradas. Hablaba con el tono bajo como si estuviese hablando consigo mismo. ¿Cómo consolar a un pobre hombre que tenía el corazón destrozado? Porque no tenía siquiera una idea, Yoongi no tenía ni siquiera en la garganta las palabras que podrían salirse por su boca. Sólo fue capaz de acariciar el dorso de su mano y se sintió inútil e impotente, porque Jimin ni siquiera reaccionó a ello.

Estuvieron callados durante quince minutos, sentados tan cerca que sus hombros estaban pegados. Luego divisaron a Mina salir de la habitación de Yon y caminar hasta ellos con ojeras debajo de sus ojos.

—Despertó —dijo con voz ronca—. Ella quiere decirte algo. Jihyun te está esperando.

Jimin se levantó en un segundo y, sin decir nada, salió a paso apresurado hacia la habitación de su madre.

Mina se sentó en el lugar que antes ocupaba su amigo y soltó un suspiro, echando el peso de su cuerpo contra la pared. Miró de reojo al de cabello gris e hizo una mueca descontenta.

—Sé que quizá te sientas aturdido con todo esto —comenzó ella—, pero no hay nada que tú puedas hacer. Jimin y Jihyun no tienen consuelo en este momento, no intentes mejorar la situación.

Yoongi se mordió el labio e inconscientemente apretó sus puños, sin desviar la mirada de la soledad del pasillo y la tristeza que aquellas paredes emanaban. Su pecho dolía por la realidad que debía enfrentar y su odio por el mundo se potenciaba con cada segundo.

—Tú tampoco puedes hacer nada —le respondió sin mirarla.

Mina soltó una risa seca y, al segundo, su semblante se oscureció de nuevo.

—Sí, tienes razón. Y no sabes cuánto odio eso —musitó. Su mandíbula tembló y comenzó a llorar con su boca cerrada, tratando que los sonidos de su sollozo no retumbaran entre los corredores.

Yoongi ni siquiera giró su rostro para verla. Prefirió permanecer quieto en su lugar, porque sabía que ambos estaban en la misma posición en aquel hospital repleto de desdichas. Ninguno podía hacer o decir nada para mejorar la situación y aquello, para ellos, significaba la más grande infelicidad.

Y ahí en la habitación con olor a medicamentos, estaban madre e hijos encerrados entre el silencio de sus cuatro paredes. Con luces que la obligaban a achicar sus ojos, Yon miraba a sus dos hijos frente a ella mientras mantenía una mano sobre su pecho desgastado. Lo que más le dolía en ese momento no eran la decena de cables alrededor suyo, ni la falta de aire, ni el agudo pitido en su cabeza, ni que la mitad de su cuerpo estaba inmovilizado. Lo que más le dolía a Yon era ver a sus hijos con los ojos llenos de desconsuelo y las mejillas enrojecidas por el llanto. No dijo nada sobre eso, porque sabía que tenía contadas las palabras en su garganta y no podía darse el lujo de hablar de lo que quisiera.

—Cuando su padre llegó a casa...—Yon habló, lentamente pronunciando y arrastrando las palabras—. Él lloró. Lloró como nunca lo había visto llorar.

Era imposible que Jihyun dejara el sollozo; cada vez que oía la voz de su madre tan débil y rota, el corazón se le arrugaba como una hoja de papel. Jimin respiró y contuvo el nudo en su garganta y el dolor en su pecho. Miraba a Yon y apretaba sus labios, mientras que todo su cuerpo temblaba por querer dejar escapar el llanto.

Ella llevó despacio sus pupilas al techo, y mirando la blancura de éste, continuó:

—Me dijo que se dio cuenta de cuánto dolor había provocado en nuestra familia, pero que no se arrepentía. —Tuvo que esperar unos segundos para recuperar el aire que había perdido mientras decía lo anterior—. No se arrepintió de habernos dejado, porque sabía que si se quedaba, todo hubiese sido peor. Peor para nuestra relación, peor para ustedes; un ambiente que yo no deseaba en mis últimos momentos... Y tú, Jimin, mi hijo, sentiste lo mismo que él cuando te fuiste. Tuviste miedo de verme, porque yo también tenía miedo de mí misma.

Jimin bajó la cabeza y apretó sus ojos con fuerza, intentando que las lágrimas no cayeran por sus pestañas.

—Lo siento tanto, mamá... —susurró, y allí fue cuando las lágrimas brotaron sin poder ser evitadas.

—No te estoy culpando, cariño —suspiró, y movió un poco su mano para que Jimin la tomara. El hijo mayor mordió su labio y sostuvo su mano que no paraba de tiritar—. Entiendo lo que hiciste. Entendí que si te quedabas, con el tiempo ibas a perder esa hermosa sonrisa que tienes. Estar lejos te ayudó a rearmar tu cabeza y respirar un poco de todo lo que estaba ocurriendo... Siendo el hermano mayor, siempre tuviste esa mentalidad de que debías hacer todo para ayudar. —Yon tosió y Jimin apretó su mano, con el corazón en la garganta. Unos segundos después, recuperando su voz, prosiguió—: Y tu padre... se fue porque yo misma se lo pedí. Le dije que no me haría tratamientos para alargar una vida de puro dolor. Quería irme tan lúcida como era posible... Quería irme siendo yo, Park Yon, y no alguien enredado en un trillón de realidades a causa de los medicamentos.

...

Cinco días transcurrieron y Yon no volvió a hablar. Recibió visitas de todos sus familiares, de sus amigos, de gente que solía verla trabajar cuando era más joven y la admiraba. Ella sólo podía sonreír y asentir con la cabeza.

Yoongi pensó que sería algo lindo pintar de colores la habitación tan monótona trayendo las flores favoritas de la señora Park. La mirada de la mujer cambió en cuanto pudo ser capaz de oler ese aroma tan típico de rosas y le agradeció con un rostro de pura plenitud.

Mientras la noche se hacía presente y el cielo se matizaba de negro, Yoongi y Jimin descansaban en la sala mientras el menor leía un libro y el otro miraba su celular. Hacía unas horas que sus amigos habían vuelto a sus hogares, pero Yoongi le avisó a Seokjin que iría un poco más tarde a la florería. En cuanto Jihyun y Mina, Jimin los obligó a descansar en la casa, pues ninguno se había despegado del lado de Yon por días.

En la tranquilidad del lugar, Jimin dijo que iría a buscar unos cafés para ambos y algún aperitivo mientras su madre dormía. Le dio un beso en la mejilla al mayor y salió de la sala hacia los pasillos. Cuando él estuvo afuera, Yon se removió en su cama y luego abrió sus ojos, llevándolos hacia Yoongi como si quisiera decir algo. Él sólo se acercó a ella, acomodó su almohada y su manta y le acarició la cabellera repleta de canas.

—Sé que estás enamorado de mi hijo... —carraspeó. Yoongi la miró estático. Abrió y cerró la boca unas varias veces, realmente sin palabras que decir—. Y él de ti.

—Señora Park, no es necesario que hable. Descanse y...

—Recuerdo cómo él me hablaba de ti. Recuerdo cómo su mirada cambió cuando comenzó a decir tu nombre de otra manera. —Su voz era tan baja que Yoongi apenas podía escucharla. Acercó la silla a su lado y la miró mientras los ojos de Yon sonreían. Él pensó que tenía los mismos bonitos rasgos que Jimin—. Tengo en mi mente un cuadro muy precioso de mi Jimin... Cuando lo terminó hace cuatro años, él me dijo: "no sé cómo he pintado a este hombre. Solamente se me escapó de las manos, como si tuviera vida y ahora respirara en mi lienzo..." —dijo Yon, con la vista en el techo y una sonrisa que no se mostraba en sus labios. Tosió, pestañeó lentamente, y siguió—: ¿Quién diría que el de la pintura eras tú, Yoongi?

Yoongi dejó de respirar durante un momento. Sintió cómo se le heló el pecho y todo ese frío recorrió su cuerpo entero, haciendo que los escalofríos le dieran una sacudida por un segundo. Vio a los ojos a la mujer que ahora no apartaba su mirada de él. Podía escuchar sus latidos bombeando con fiereza en sus oídos gritándole que dijera algo, pero se había quedado mudo. Buscó, entre la desesperación y el desconcierto, la mano de la señora Park para atraparla con las suyas y buscar una explicación más razonable.

Ella cerró sus ojos y suspiró con el rostro sereno.

—Has sido amado desde hace tanto tiempo.... —musitó, con la voz alejándose cada vez más—. Y un amor así, no muere nunca.

El silencio que inundó la habitación provocó que el llanto se colara entre el espacio de flores, recuerdos y melancolías. En la oscuridad de una memoria solitaria pudo verse la luminiscencia de un amor ajeno, dándole la esperanza de una vida sublime y añorada. Fue capaz de ver crecer a sus hijos, a pesar de que no pudo ser capaz de ver nacer a sus nietos. Tuvo la oportunidad de existir en el mismo tiempo que el amor de su vida, y nunca se arrepintió de nada de lo que hizo en sus cincuenta y tres años. Con su mano entrelazada a la de Yoongi, con el corazón lleno de cariño, con la vida hecha. Se dio el lujo de amar y ser amada, de concebir vida, de construir un hogar. Se dio la oportunidad de vivir.

Y en la noche que atraía tristezas, Park Yon murió y los cielos lloraron.

ya me puse sad gg

Espero que les haya gustado el capítulo. Muchas gracias por leer y comentar, los amo mucho ❤️

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