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초 은하단 - Supercúmulos


Mientras los coches pasen, mientras las risas se oigan, mientras un columpio se oxide, mientras una televisión se apague, mientras dos cuerpos se amen, mientras unos ojos lloren. Mientras la vida pase, tú, solo y frío, verás cómo se detiene todo y el olor a escarlata se impregnará en tu recuerdo. 

[cataclysm] — cataclismo.

Y correr no fue suficiente, porque la nada misma yacía en su hogar envuelta en el aroma a cigarrillo que comenzaba a esfumarse en el silencio del caos.

—¡Yoongi! ¡¡Yoongi!!

Gritar un nombre al que nadie respondía le provocaba escalofríos, como si la persona a la que le suplicaba su regreso estuviese encerrada en los confines del mundo. La lluvia, azotando con fiereza y sin descanso la ciudad, no le prohibieron seguir clamando por el amor de su vida incluso aunque su voz se cortara y se desvaneciera con un ardor en su garganta.

Lo peor fue que ninguna puerta estaba forzada, ni las ventanas rotas, ni desorden dentro de las habitaciones. No había existido una pelea, ni siquiera el aire contenía el aliento de una discusión. Yoongi había salido por su única voluntad.

¿Qué le hizo salir hacia afuera? ¿Por qué no le avisó? Por un momento, Jimin creyó lo peor, pero al segundo se arrepintió hundido en culpa porque sabía que su pareja jamás haría algo así para lastimarlo. Creía con seguridad de que Yoongi no sería capaz de irse con Seung solo. Así que, con manos temblorosas, llamó a Seokjin al teléfono para preguntarle si sabía algo sobre el paradero de su novio. Sino, estaba dispuesto a llamar a la policía.

—¿Yoongi? —preguntó Seokjin del otro lado de la llamada—. Espera, ha llegado alguien al lugar. —Se oyó cómo su voz se alejaba del micrófono del celular y le decía a la persona que había entrado—: El restaurante está cerrado... —Un silencio confuso y luego, una pregunta—. ¿Qué haces aquí?

Jimin abrió los ojos de par en par cuando escuchó la voz confundida de su amigo. La desesperación comenzaba a carcomerlo una vez más.

—¡Jin-hyung! —gritó—. ¿Es Seung? ¿Seung está ahí? ¿Está con Yoongi? ¡Seokjin, responde!

A lo lejos podía escucharse una voz, no era capaz de oír con precisión, pero sabía que alguien le estaba alzando la voz a Seokjin. Tuvieron una conversación un tanto corta, tensa, Jimin no podía escuchar con claridad de qué es lo que estaban hablando. Continuó con la oreja pegada al parlante de su celular y trató de agudizar su oído, pero el micrófono pareció distorsionarse y ya no podía distinguir entre palabras, o gritos, o estruendos detrás de la llamada. Ya no podía escuchar nada y tampoco podía respirar.

Jimin salió corriendo hacia el coche y se subió a toda velocidad, marcando el número de Namjoon tan rápido como pudo. Con una mano en el volante y la otra sosteniendo el celular, manejó con el corazón en la garganta hacia la casa de Seokjin.

—¡Namjoon! —exclamó al segundo que fue atendido—. ¡Creo que Seung está en casa de Jin-hyung! Por Dios, Yoongi... Yoongi se ha perdido, no sé qué mierda le ha hecho Seung, tengo mucho miedo, estoy yendo para allá y...

¡Tranquilo, tranquilo! —interrumpió el otro—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué crees que Seung está en casa de Seokjin? ¿De qué estás hablando cuando dices que Yoongi se ha perdido?

Jimin dobló en una esquina sin fijarse si venía algún coche y apretó el acelerador, no siendo capaz de controlar el temblor de su cuerpo.

—Llamé a Yoongi y me contestó Seung. Él no está en casa. Llamé a Seokjin y alguien entró al restaurante y luego no pude oír nada más —explicó rápidamente, arrastrando las palabras mientras tartamudeaba.

Está bien, cálmate. Saldré ahora mismo hacia la casa de Seokjin, así que no te preocupes. Todo saldrá bien, Jimin.

"Todo saldrá bien". Qué nefasta manera de decirlo. ¿Cómo puede el todo salir bien, cuando hay tantas cosas que podrían ocurrir?

...

Sus zapatos, llenos de barro, llegaron hasta la puerta de entrada. Se quedó mirando por el ventanal las flores que rodeaban los asientos de un restaurante y, a lo lejos, un hombre de espaldas con un celular pegado a la oreja. Sonrió, porque estaba seguro de que él estaba recibiendo la llamada de la persona con la que había hablado hacía pocos minutos.

Seung abrió la puerta de vidrio con seguridad, alzando la barbilla mientras pasaba tranquilamente hacia el restaurante de Seokjin. Lo vio voltearse con el ceño fruncido y luego bajar el celular hacia su pecho.

—El restaurante está cerrado... —Seokjin se detuvo y arrugó más su entrecejo, mirando de arriba abajo a Seung, quien aún no abría la boca—. ¿Qué haces aquí?

—Suga me envió. Necesito su ropa, sus pertenencias, ya sabes, esas cosas. Va a vivir conmigo —dijo sin una pizca de vergüenza.

Seokjin alzó una ceja y tapó el micrófono de su celular.

—¿Por qué no me dices dónde está Yoongi y terminas con toda esta ridiculez? —inquirió, serio. Seung suspiró.

—Mira, no tengo demasiado tiempo. —Seung comenzó a caminar a través del restaurante y Seokjin se puso en su camino, dándole un empujón con su mano.

—Lárgate o llamaré a la policía, Seung.

Las manos de Seung comenzaron a sudar; aun así, no se apartó ni un centímetro. Hizo su cuello tronar y sus ojos se afilaron con frialdad.

—¿No lo entiendes? —cuestionó, achicando los ojos—. Min Yoongi y yo nos amamos. Estamos destinados. Deberías apoyar la felicidad de tu amigo. Tenemos un gran amor, ¿por qué nadie lo entiende?

Seokjin arrugó la cara y lo señaló con el dedo, llenándose las palabras de rabia.

—No, lo que tú tienes es una enferma obsesión —escupió con firmeza en su voz—. Vete de aquí y aléjate de Yoongi o te arrepentirás.

Seung soltó una risa que lo puso enfermo de tan sólo escucharlo. Sus ojos, cínicos, se oscurecieron como la peor pesadilla.

—No sabes nada. No sabes nada de mí, ni de él, ni de lo que sentimos. ¡Qué podrías saber!

—¡Yoongi no te ama! ¡Ya no más! —gritó Seokjin, al borde de explotar. Apretó sus puños y se detuvo a respirar para contener las ganas de lanzarle un puñetazo en la cara—. Tú nunca podrás hacerlo feliz, tuviste tu momento y lo desperdiciaste. Perdiste los ojos que te amaban y ahora es demasiado tarde para recuperarlos. Y tendrás que aguantártelo, porque Yoongi no volverá a ti, porque tú no te lo merecerás ni en cien vidas más. —Hizo una pausa, alzando la barbilla, confiado de sus palabras—. Si lo hubieses notado antes, quizá todo sería diferente. Pero ya te has convertido en nada, Seung, y si te murieras, nadie lloraría tu desgraciada vida. Yoongi está feliz, enamorado de Jimin, viviendo con él y tú no puedes hacer nada al respecto.

Todo el cuerpo de Seung se tensó y las manos le temblaron, obligado a dar un paso atrás. El habla se le quedó atorada en la garganta y una mueca nerviosa se formó en su boca. Su rostro se había enrojecido de la frustración por no poder contrarrestar sus palabras, como también la sorpresa de oír la voz de Seokjin levantarse con rabia. Sus pupilas tiritaban, con sus ojos casi desorbitados. Un pitido se metía en su oído y devoraba su consciencia con las palabras "Yoongi está feliz y enamorado de Jimin".

No. No, no, no, no, no, no.

Yoongi no estaba enamorado de Jimin. Yoongi estaba enamorado de Seung. Eso es lo que él creía con seguridad. Había estado esperando por él durante todo un año, ¿cierto? Debía ser así, porque Yoongi le juró amor eterno. ¿Qué podía saber un tipo como Seokjin sobre lo que Yoongi sentía, sobre lo que ellos sentían? Nada. Nadie sabía nada, nadie podía entender nada. Seung tenía incrustado en su mente las palabras de amor de Yoongi y jamás se irían, y estaba seguro de que Yoongi seguía teniendo los mismos sentimientos por él. Nada había cambiado; ni el tiempo, ni un tipo entrometiéndose en sus caminos, podía romper ese lazo que se había creado entre ambos. Para él, su amor era para siempre, incluso después de la muerte.

Seung dio media vuelta con el pecho apretado y el estómago revolviéndose. Dio varios pasos alejándose de la silueta de Seokjin porque no soportaba la idea de ser humillado como si fuese un imbécil. No escucharía más las insensateces que ese tipo decía porque no conocía nada sobre Yoongi ni él. Porque no entendía lo que era el verdadero amor.

Sin embargo, su mente gritaba, chillaba, se convertía en caos. Park Jimin se venía a su cabeza y todo lo que quería hacer era desgarrar sus entrañas y mostrárselas a Yoongi para que viera que ese hombre no era más que un simple humano aburrido, como todos los demás.

Sus pies pesaban como ladrillos que le impedían seguid dando pasos. Miró hacia atrás. Seokjin ya no lo observaba; estaba de espaldas alejándose hacia los pasillos que lo llevaban al interior de la casa. Seung respiraba agitadamente con la sangre hirviendo, conteniendo una mente atada a mil pensamientos que amenazaban a su cordura y un corazón que sólo quería amor.

Creyó ver a una mujer sentada en los rincones del bar. No volteó hacia ella. Los ojos estaban pegados en la nuca de Seokjin que los segundos la hacían alejar cada vez más. Sus manos se movieron por sí solas, siendo arrastradas por el camino que sus pies marcaron. Estaba temblando aunque no se diera cuenta. Podía oír el silencio como si se tratara de la música más hermosa del mundo, y también oía la voz de la mujer, una voz que lo había estado persiguiendo desde hacía tiempo. La ignoró. Ignoró todo lo que lo rodeaba, todo lo que existía. Sólo podía ver una única cosa y era el rostro de Yoongi. Él será mío, mío para siempre, se decía, mientras un jarrón de flores era envuelto entre sus manos y se estrellaba contra la cabeza de Seokjin.

Pensó, mientras el cuerpo de Seokjin se desvanecía sobre sus pies, que el color de su sangre era diferente al de Young-mi cuando la apuñaló sesenta y tres veces en el estómago.

No se contentó cuando vio al hombre que, apenas siendo capaz de moverse, seguía consciente y se removía con inutilidad en el suelo. Odiaba verlo suplicar por su vida. Hacía unos momentos tenía la valentía de gritarle, ¿y ahora pedía no morir? Seung estaba asqueado de aquella escena.

La sangre caía por uno de sus ojos y sus manos temblaban tanto que era imposible que lograra tomar el celular que intentaba recoger. Seung le dio una patada en el estómago y aplastó el celular bajo su zapato, escuchando los gemidos y las palabras incomprensibles que alguien con la cabeza partida podía soltar. Podía ver cómo las lágrimas se unían a las manchas rojas y no podía evitar recordar la última imagen que tuvo de aquella joven a la que asesinó, como si ellos se asemejaran de cierta manera.

Ambos tenían un color único en su sangre. ¿Era la sangre tan hermosa de ver siempre? ¿O era suerte la que había tenido con sus dos víctimas? No podía saberlo. Más no se detuvo a pensar en cuánto adoraba ver la sangre manchar los suelos, sino que se aseguró de que su cabeza siguiera sangrando cuando propició un segundo golpe encima de la herida.

Y esta vez, ya no había consciencia que siguiera moviendo el cuerpo de Seokjin. Esta vez, su pecho permaneció contra la frialdad del suelo y el carmesí pegándose a su camisa mientras creía que los cielos le susurraban una canción abrazándolo con las penas de un adiós.

...

Tic. Toc.

Era como si estuviesen incrustadas en el interior de sus oídos. Las agujas del reloj lo estremecían imitando la voz del tiempo. "Rápido, rápido, apúrate, el tiempo se acaba."

Apenas siendo capaz de ponerse de pie, ahora con su ropa ya puesta para cubrir su desnudez, se dirigió hacia la ventana agarrándose de muebles y paredes. La sangre de sus manos chorreaba, dejando manchas en su trayecto hecho. Con sus pies desnudos sucios de su propia sangre y helados como la lluvia afuera, se atrevió a sacar medio cuerpo por la ventana. Al segundo de que vio el final de aquella altura, su cabeza dio vueltas y tuvo que sujetarse con fuerza de la pared.

Es sólo un segundo piso, no es tan alto, se convencía a sí mismo. Sin embargo, los efectos de la droga hacían su vista aún más nublosa y parecía como si se encontrara en la punta del más alto edificio.

La soledad de aquellos callejones le provocaba náuseas. Nadie a quien acudir, nadie a quien pedirle que salve su maldita vida. Y no podía tardarse; el reloj estaba corriendo y en cualquier momento podría oír la puerta a sus espaldas abrirse cuando Seung llegara. No tenía otra opción. No existían otras posibilidades.

Acercándose más al borde de la ventana, ahora todo su cuerpo estaba fuera y sólo se sostenía con sus manos; sus palmas estaban clavándose en el resto de vidrios que habían quedado sobresaliendo, pero ni siquiera lo notaba. Pestañeó varias veces tratando de focalizar la vista, pero por más que intentara, todo se oscurecía aún más. Las paredes de ladrillo del otro lado del departamento se movían como si tuvieran vida propia y la lluvia parecía hablarle en un idioma que se le hacía imposible comprender.

No sabe cuántas veces respiró profundo para traer sus sentidos a la normalidad. Los sonidos que lo estaban aturdiendo se silenciaron de un segundo a otro y sólo logró escuchar sus propios latidos, más fuertes que los rayos que marcaban el cielo. Por un momento, la voz de alguien lo sacudió en su lugar y volteó tan rápido que casi cae de la ventana. La solitaria oscuridad de la vivienda ahondó en su pecho una sensación de puro terror. Podía jurar que había oído a alguien, pero la nada misma era tan profunda en ese lugar que decidió regresar la mirada hacia el final de la lluvia.

Entonces, se insistía a sí mismo: salta, salta de una vez. Su cuerpo tembloroso se acercó aún más al borde y dejó caer sus párpados con un último suspiro. Salta, dijo, y la melodiosa lluvia se convirtió en acompañante de su valentía cuando sus pies dejaron de estar sobre la ventana y la gravedad tomó su cuerpo hacia abajo.

El golpe contra su cuerpo fue tan repentino que tardó segundos en reaccionar ante el impacto. El dolor comenzó a subir a través de sus piernas y sus brazos, llenando sus ojos de lágrimas agrias. Haciéndose uno con el dolor y el llanto de los cielos, intentó ponerse de pie varias veces, pero sus piernas flaqueaban al momento en que todo su peso se posaba sobre ellas. Al menos supo que ningún hueso se había roto en la caída, para su suerte, pues no necesitaba de ninguna otra herida grave que imposibilitara su escape.

Con el corazón en la garganta y el dolor perturbando en todo su cuerpo, deambuló contra la pared hasta salir a la calle frente al departamento. Los coches viajaban rápido por la tormenta y no se veía ni un alma caminar por la acera. Logró alcanzar la calle y mirar hacia todos lados, esperando a que alguien apareciera para su rescate. No sabía cuánto más podía aguantar consciente; los ojos se le cerraban, la vista se le nublaba y apenas caminaba.

Era el ropaje de la pena. Lo rojo se desvanecía por la ira de la lluvia y ésta se unía al raudal de lágrimas que desprendían sus ojos, convertidos en las sombras de las que alguna vez había temido.

Justo cuando creyó que nadie aparecería, una mujer salió desde las puertas del otro lado de la calle sosteniendo un paraguas. Su cuerpo se tensó cuando vio a Yoongi mirarla, embarrado de pies a cabeza y con la sangre uniéndose a la suciedad. Por un momento, la mujer asustada se quedó observándolo como si tuviese miedo a acercarse. Cuando los ojos de Yoongi le mostraron debilidad, corrió hasta él y le tendió una mano, gritando con temblor ante el hombre moribundo. Se encargó de llevarlo al hospital más cercano y Yoongi pudo dejarse llevar por un sueño que lo consumió.

...

—No tienes heridas graves. Deberás usar esta crema para los hematomas en el cuello y no descuidar las vendas en tu mano —avisó la doctora—. Cuando alguien venga a buscarte, podrás irte.

Su cuerpo descansaba sobre las blancas sábanas del hospital. En la sala yacía una muchacha en la camilla de al lado, que se miraba ambas muñecas vendadas. Su madre, supuso Yoongi, estaba sentada junto a ella con la misma expresión perdida y acongojada.

Cuando la doctora se fue de la habitación, el ambiente se silenció de desgracia y una espera que carcomía la mente. Yoongi miraba el reloj correr y luego llevaba su vista hacia la puerta, deseando que apareciera la silueta de Jimin a través de ella cuanto antes.

Mientras nadie era capaz de posar un pie en aquella sala, la mujer a su lado le hablaba a su hija en voz baja. Yoongi no podía oír con claridad lo que decía, pero entendió algo sobre la muerte de alguien.

—Y nunca volverá. ¿Por qué debo quedarme aquí sola? —le preguntó la joven, a su madre. Con ese comentario, Yoongi casi podía ver las lágrimas en los ojos de la madre.

—No estás sola, cariño. Tu padre, tu hermano y yo estamos aquí. —Hizo una pausa, pasando una mano por el cabello enmarañado de la chica—. Y ella ahora está en un lugar mejor.

¿Qué es un lugar mejor?, se cuestionó Yoongi. ¿Un lugar donde no existe el dolor? Pero si éste no existe, ¿cómo podría existir el amor? Porque es el amor quien extiende la inmundicia y la enfermedad, quien se encarga de plantar la infelicidad y soledad, quien arraiga llantos y enamora a la muerte. Es el amor quien crea el dolor, y sin amor, ¿qué sería de las pobres e inocentes almas? No hay mejor lugar que la podredumbre de su propio mundo.

Yoongi volteó a ver sorprendido cuando oyó un jarrón estrellarse contra el suelo. La muchacha había lanzado el florero con impotencia mientras sollozaba como si su mundo se hubiese destruido.

—¡No está en un lugar mejor! —gritó—. ¡La asesinaron, la hicieron sufrir hasta su último segundo y su alma jamás tendrá descanso!

Todo el cuerpo de la muchacha tiritaba con el llanto, ferviente de ira y desesperación. Yoongi se vio a sí mismo apretando los puños, sintiendo el corazón temblar dentro de su pecho. La joven, inundada de una depresión turbia, era incapaz de acallar los sollozos agudos y los nervios a flor de piel que gritaban por auxilio.

La doctora apareció corriendo para ayudar a calmar los nervios de la joven, quien ahora temblaba tanto que se asemejaban a los ataques epilépticos. La desolación con la que dejaron a su madre fue inmensurable, tanto que su rostro palideció y se vio obligada a dejar a su hija que ya dormía por los efectos de la medicación.

Yoongi quería salir de allí. Quería dejar de ver sufrimiento, de saber sobre la muerte, de escuchar sobre la tragedia. Yoongi no quería saber nada, simplemente quería volver a casa y ser consolado entre brazos de puro afecto.

¿Por qué no estás conmigo, Park?

El tiempo había sido cruel una vez más de no correr tan rápido como Yoongi lo deseó, pero cuando el silencio volvió a reinar entre las cuatro paredes una vez que la joven quedó dormida, llegó la persona por la que Yoongi había estado esperando.

El corazón se le apretó y sintió como si todo cayera repentinamente sobre él. Al segundo en que vio los ojos de Jimin cruzarse con los suyos, pareció como si su alma se desprendiera de su cuerpo sólo para abrazar al hombre que amaba. El menor corrió hasta él y enredó sus brazos por su cintura y, de cierta manera, sus extremidades no eran suficientes para saciarse del calor corporal del otro. Cuando por fin pudo sentir la respiración de su amante contra su cuello, las lágrimas saltaron por sí solas y el dolor que había estado conteniendo floreció desde lo más profundo de su ser.

Jimin apretaba su cuerpo como si temiera a perderlo. Acariciaba su rostro con manos desesperadas, con una mirada de pura angustia por ver los colores verde y morado en su cuello, y los cortes que las vendas en su mano cubrían. Las palabras no le salían por el llanto que resguardaba en su garganta, aunque ya con sus ojos podía decir mil palabras que Yoongi era capaz de entender.

El mundo desapareció porque sólo ellos dos existían en él. No se detuvieron a pensar qué dirían los pacientes de la misma sala, ni la doctora que se encontraba allí, ni nadie que pudiese verlos. El que se encontraba en la camilla plantó un casto beso en los labios del otro, llevando sus pulgares hacia las ojeras mojadas que su pareja tenía.

Permanecieron un tiempo añorando el brillo de sus miradas cuando se perdían en el otro. Jimin pasaba la yema de sus dedos sobre la piel de porcelana de Yoongi, queriendo asegurarse de que aquel ser etéreo frente a él era tan real como lo era en su cabeza; quería asegurarse de que no era una mentira de que Yoongi estaba vivo, junto a él, respirando y con un corazón que latía.

—Tuve tanto miedo, Yoongi —lloró Jimin en un susurro—. No aparecías por ningún lado. Seung tenía tu celular... ¿Qué te ha hecho ese bastardo? ¿Dónde está ahora? ¿Qué ha pasado?

Su voz se alzaba con cada pregunta que hacía.

—Vámonos de aquí, hablaremos en otro lado —dijo con voz rasgada, casi inaudible.

Jimin se puso de pie pero no despegó su vista de Yoongi. Su semblante estaba oscuro, con ojos que no dejaban de estar húmedos. Las manos temblaban y su labio inferior tiritaba como si necesitara decir algo.

—Seokjin está en el hospital —mencionó. El cuerpo entero se le heló al escuchar aquello—. Seung lo atacó. No ha despertado y... —Jimin se tomó la cabeza cuando los recuerdos se plantaron en su consciente—. Los doctores dicen que...

—Cállate —interrumpió Yoongi, más una súplica que una orden. Permaneció sentado en la cama, sin temblar, sin llorar, sin decir nada. La mirada se le había perdido en algún punto de la sala y se sentía a punto de morir.

Su pecho se estaba desgarrando del dolor. El aire no le estaba entrando bien a los pulmones, como si nuevamente se estuviese ahogando dentro de esa tina llena de pesadillas. Su cabeza zumbaba como un nido incesante de abejas y no había forma de acallar esos gritos internos que lo estaban atormentando.

¿Por qué Seung había atacado a Seokjin? ¿Qué tanto daño le había hecho? ¿Por qué estaba pasando todo esto? Pesadilla viviente es lo que se había convertido, floreciendo a su paso el cataclismo perenne que acababa hasta con la más afanosa esperanza.

—Es mi culpa... —susurró, haciéndose pequeño mientras abrazaba sus rodillas. En cualquier momento, creía él, perdería la cordura y cuando lo hiciera no habría retorno para su sanidad.

Jimin se acercó a él y se arrodilló para quedar a su altura, colocando sus brazos sobre sus piernas. Acarició su cintura para hacer que sus miradas se cruzaran. Cuando Yoongi llevó sus cristalizados ojos hacia los de Jimin, el menor le negó con la cabeza.

—No es tu culpa, cielo. —Hizo una pausa al ver que las pupilas del mayor no se limpiaban de la culpa—. Seung perdió la cabeza. La policía ya está trabajando en ello. Tú sólo tienes que descansar y... y ya veremos qué pasa luego.

Yoongi sacudió la cabeza. Se separó de su pareja y tragó saliva, respirando agitadamente.

—No lo entiendes —carraspeó. Tuvo que recuperar su voz un momento antes de seguir hablando—. Si yo no hubiese ido con él, nada de esto habría ocurrido. Casi me asesina. Atacó a Seokjin. Fue mi culpa por hacerle caso y yo...

—¿De qué estás hablando?

Ahora, Jimin se había tensado. Ya ninguna parte de su cuerpo tocaba la piel de Yoongi y había retrocedido un paso, frunciendo el ceño. El sudor frío revolvió su estómago cuando ahora veía más que culpa en la mirada de Yoongi. Veía pura penumbra de una noche que aclamaba por una minúscula luz, pero que a la vez no permitía que la luminiscencia siquiera se aproximara.

—Me encontré a Seung en la calle —contó, dejando que su voz temblara todo lo que quisiera—. Fui hasta su casa porque tenía la chaqueta que mi hermano me regaló... Y luego ocurrió todo. Ni siquiera me di cuenta de que...

—Espera... Espera un maldito momento —espetó Jimin, poniéndose de pie de un salto. Su pecho se inflaba y desinflaba tan rápido que Yoongi creyó que en cualquier momento se desmayaría. Los nudillos se le pusieron rojos de tanto apretar los puños y escuchó sus dientes rechinar con impotencia—. ¿Fuiste... Fuiste por propia voluntad? ¿Justo luego de que esa misma mañana me contaras todo el daño que él te provocó? —Las pupilas de Jimin tiritaban y lo observaban demandando una explicación. El corazón se le partía—. Min Yoongi, ¿por qué fuiste a la casa de ese enfermo cuando sabías lo peligroso que podía ser?

Lucía como si todas las palabras existentes se hubiesen borrado de la memoria de Yoongi. Abría una y otra vez la boca para hablar, pero nada, ni un sonido, salía de ésta. ¿Qué podía decir? Cuando ni siquiera él estaba seguro de lo que hacía, ni de lo que había hecho. Porque una insulsa chaqueta no había puesto sus pies dentro de su departamento, sino había sido su inmortal deseo de saber, de adentrarse en el pasado y revelar tanto misterio que lo había rodeado, de enfrentar a esos monstruos de un tiempo atrás que continuaban por dejar huellas aún en el presente.

—¿Por qué lo hiciste? —volvió a interrogar Jimin, esta vez, su voz tuvo tanta tristeza dentro de ella que Yoongi rompió en llanto.

—Quería saber... quería saber por qué él se empeñó tanto en arruinarme la vida —musitó con el alma rota—. Y sin darme cuenta, terminó por arruinármela aún más.

Jimin cerró sus ojos, tomando su cabello entre sus manos. El recuerdo de la sangre cuando se adentró a la florería persistía inmarcesible y el cuerpo de su amigo tendido sobre el suelo casi sin vida volvía a dejar sin aire sus pulmones. Se alejó aún más de Yoongi con pasos que resonaban en la cabeza del mayor y le hacían perder aquel alivio que había recibido de ver a Jimin una vez más.

Y por primera vez, Yoongi pudo ver cómo los ojos de Jimin lo contemplaban con desprecio.

—Intentas echarle toda la culpa a Seung —comenzó—, pero no te das cuenta que eres tú el que está empeñado en arruinar su propia vida.

Las palabras eran capaces de hacer muchas cosas, hasta el punto de asesinar un desdichado corazón.

¡Tanto tiempo sin hablarnos! Espero que estén teniendo bonitos días(?) Perdonen la demora, como siempre, y gracias por leer❤️ ¡Todavía no puedo creer que llegamos a los 41K de leídos y 6k votos! No saben lo feliz y la ilusión que me hace, de verdad. 

He escrito un one-shot YoonKook llamado Catarsis, para los que les interesa esta shipp, la historia se encuentra en mi perfil🌺

Nos vamos adentrando cada vez más a la última etapa de esta historia, aunque no quisiera terminarla jamás kjasdjs Les quiero agradecer a todos de corazón por votar y dejar sus comentarios, de tomarse el tiempo de mandarme mensajitos que me alegran el día entero. En serio, muchísimas gracias, siempre voy a estar agradecida con ustedes por todo. 

¡Espero que les haya gustado! Nos leemos en el siguiente. Muchos muakis❤️🌺

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