지구 - Tierra
[I'm just happy to see you] — sólo estoy feliz de verte.
No querrás que ellos sepan.
Y Yoongi lo sabía muy bien. La felicidad que una vez había tenido por decirles ahora se había transformado en un miedo perenne que apenas lo dejaba dormir. Pero Seung no paraba, y eso es lo que lo hacía peor. Constantemente debía escuchar sus palabras: "¿no tienes miedo a que lo descubran?". Sin que Yoongi se diera cuenta, Seung se estaba metiendo en su inconsciente y plantando la única idea del terror, una idea que parecía arraizarse con fuerza en su piel y contaminar todo lo que encontrara a su paso. Yoongi se estaba pudriendo como una flor que nadie regaba.
Un mes después de que Yoongi comenzara a ignorar a Jimin, el silencio en sus casillas de mensajes lo tenía encerrado en una desesperación devastadora. Detestaba la sensación de ahogo cuando lo extrañaba. ¿Por qué extrañaba a un desconocido? ¿Por qué se empeñaba en pensar en alguien que no era nada en su vida?
Odiaba a Park Jimin. Lo odiaba por haberse calado en todo su ser desde el primer segundo en que sus ojos se encontraron.
Haciéndose la tarde-noche, Yoongi miraba a Seokjin que iba de acá para allá. Sus estudios y la florería lo tenían agotado y su tiempo apenas podía usarlo para lo que quisiera.
—Hey, cálmate de una vez —dijo Yoongi—. Yo estoy ateniendo. Tú ve a estudiar.
—Es que no te necesito aquí, necesito que lleves un pedido a una casa —mencionó Seokjin apurado, armando con rapidez un ramo de claveles rojos.
—¿Un pedido? —inquirió frunciendo el ceño—. Nosotros no hacemos pedidos.
—Es para una mujer que no puede salir de casa. Le he dicho que se las llevaría hoy. —Seokjin tomó las llaves que colgaban en un gancho del pasillo y se las tiró al otro—. Ve en la camioneta, te daré la dirección.
Yoongi se encogió de hombros y recibió las flores que Jin había terminado de armar, metiendo un papel entremedio para su receptor. En él decía "gracias por su compra". Con un asentir de cabeza, Yoongi dejó su casa atrás para dirigirse hacia el domicilio.
Supuestamente debía tardar no más de diez minutos en coche, pero la suerte que tenía Yoongi era increíble y parecía que los dioses se burlaban de él. Varias calles antes de llegar a la casa, la camioneta se quedó sin gasolina.
Jodido Kim Seokjin, pensó con rabia, obligado a dejar la camioneta apartada en una calle que no conocía, en un barrio en el que nunca había estado. Comenzó a caminar calle abajo, fijándose los números de las casas y los nombres de familia escritos con madera sobre las puertas. Escuchaba los truenos lejanos aproximándose cada vez más, atento a que la lluvia no lo tomara por sorpresa. Bajó la mirada para verificar nuevamente la dirección que Seokjin le había escrito con letra rápida y, al volver la vista al frente, vio caer a una mujer de rodillas sobre la fría acera. No estaba a más de cincuenta metros, por eso, Yoongi apretó el paso para ayudarla.
Al llegar a su lado casi corriendo, ella levantó la cabeza para mirarlo.
—¿Está usted bien? —le preguntó amable, sosteniendo su mano para que ella pudiese ponerse de pie. El delgado cuerpo de la mujer temblaba, como si estuviese hecha de papel al ras de la brisa. Aquello no le prohibió esbozar una de las sonrisas más puras que Yoongi había visto jamás.
—Muchas gracias, muchacho —dijo con voz suave. Él notó las bolsas de basura que había intentado dejar en el canasto frente a su hogar. Yoongi las levantó del suelo y las colgó en el basurero—. Oh... eres muy amable —musitó abriendo los ojos levemente. Los ojos de la mujer pronto se posaron sobre el ramo de flores que sostenía, y su curiosidad le hizo decir: —¿Esos claveles son míos?
Yoongi pestañeó varias veces y llevó su mirada hacia el apellido que colgaba sobre la puerta de su casa.
—¿Usted es la señora Park? —preguntó. La mujer asintió con una sonrisa.
Ella le dijo que le siguiera el paso, apenas capaz de caminar, dando pasos cortos y lentos. Yoongi la acompañó sosteniendo su brazo para evitar que cayera una vez más y ambos se adentraron a la casa, quitándose los zapatos antes de dar más pasos hacia el interior.
El aroma a flores sorprendió a Yoongi, contemplando cómo todo el pasillo contenía jarrones con diferentes tipos de flores bien cuidadas. Observó todo con cuidado y silencio, admirando el arte que era el vasto hogar y los colores que contenía. Parecía una pieza de arte, pero de alguna manera se sintió triste, ya que el silencio en ese lugar le indicaba una cierta soledad que vivía aquella mujer día a día. Sin embargo, las paredes resguardaban cuadros y pinturas que le hacían compañía, y Yoongi no pudo evitar esbozar una sonrisa amarga de añoranza.
Esperó a que la mujer se sentara después de buscar un jarrón y apoyarlo sobre la mesa, entregándole el ramo de claveles rojos que desprendían un olor único. Ella las tocó con cuidado, las miró con cariño y las metió en el agua para que siguieran con vida. Entonces llevó sus pupilas claras hacia el joven rubio y sonrió.
—¿Quisieras tomar un té? —preguntó ladeando la cabeza—. Me has ayudado y te has tomado la molestia de traer estas flores hasta aquí. Sería muy grosero de mi parte no invitarte a tomar algo.
Yoongi la miró con las cejas alzadas y miró hacia la ventana más cercana. Las nubes de tormenta ya estaban sobre la casa, pero aún las gotas no tocaban el suelo. Entonces asintió una sola vez, atreviéndose a sentarse en la silla al pedido de la mujer.
Él se quedó echando un vistazo a la decena de cuadros que colgaban en las blancas y limpias paredes. Cada uno era mejor que el otro, como si el correr de los años fuera parte de aquellos lienzos, cada uno en orden. Todos tenían una similitud en sus trazos, Yoongi se preguntó si eran todos del mismo autor. La belleza en ellos lo embelesaba con una paz indescriptible. Soltó un suspiro por ello, absorto en el arte, las flores y el universo de la casa.
—¿Quién es el autor de las obras? —inquirió Yoongi. Se sentía enamorado de esos cuadros.
—Mi hijo —respondió ella, dándose la vuelta desde la mesada para mostrar unos ojos de puro orgullo—. ¿A que son hermosos? —dijo, volviendo la vista a sus manos que preparaban el té en dos tazas.
Yoongi le sonrió y concordó con ella, deleitándose con los colores. Estaba seguro de que cada uno de ellos tenía una historia detrás y él estaba deseoso de conocerlas. Suspiró una vez más y escuchó cómo la lluvia comenzaba a caer sobre el techo, aumentando su fuerza con el pasar de los segundos.
La señora Park detuvo sus movimientos y giró para ver por el ventanal del jardín, luego volvió los ojos hacia Yoongi.
—Ah... ¿Debes volver caminando?
—Tengo la camione...—Yoongi se detuvo a sí mismo, recordando que la camioneta ya no arrancaría—. Probablemente —sonrió incrédulo—. Llamaré a un amigo para que venga a recojerme, no hay problema.
—Ahora me siento culpable por retenerte —rió, entregándole la taza al muchacho y sentándose frente a él—. Hacía tiempo que no recibía flores. Mi hijo siempre me traía cualquier tipo de flor y yo las cuidaba como si fuesen parte de él. Pero hace tiempo dejó de hacerlo. Dijo que la florería donde las compraba había cerrado.
Yoongi la observó en silencio, oyendo atentamente a sus palabras. Se estaba sintiendo nervioso de repente, así que secó a palma de sus manos con su pantalón.
—Pero —continuó ella—, la florería no cerró, no sé por qué me mintió. Descubrí que era la florería de los Kim, en un barrio no tan lejos de aquí —esbozó una sonrisa—. ¿Eres algún familiar de Kim Seokjin?
Yoongi retuvo una sonrisa. Que Dios me ayude si fuese su familiar, pensó con gracia.
—No, sólo somos amigos y compañeros de piso —aclaró Yoongi—. ¿De dónde lo conoce?
Ella guardó un mechón de cabello que caía en su rostro detrás de su oreja, sonriendo.
—Conozco a su padre, es un hombre muy trabajador y noble —manifestó—. Me presentó a su hijo hace poco. Seokjin es un jovencito bastante simpático y encantador —dijo con una risita.
Continuaron hablando sobre anécdotas que a ella le parecían justas para la ocasión, y Yoongi disfrutaba de algo que nunca había hecho; oír con atención las historias que una desconocida soltaba como si fuese cantado, llevada por las experiencias de su larga vida y de cómo el tiempo de cada arruga en su rostro contenía un recuerdo.
Sin embargo, entremedio de charlas serenas se escuchó abrir la puerta de la casa, llamando la atención de ambos.
Yoongi escuchó un estornudo seguido de un quejido detrás del pasillo. La mirada de la señora Park delineó felicidad y logró ponerse de pie.
—Hijo, estoy aquí en la cocina —habló la mujer en voz alta para que pudiera oírla. Yoongi sintió un nerviosismo subirle hasta la garganta y deseó desde lo más profundo salir de allí.
Y cuando el pasillo se oscureció por la sombra que se acercó a pasos lentos, la silueta que se manifestó tensó todos los músculos del cuerpo del rubio. Chorreando agua por el cabello y la ropa, Jimin apareció por el umbral de la puerta, luciendo desconcertado ante la presencia de Yoongi. Yoongi aguantó la respiración y quiso levantarse, pero la voz de la mujer detuvo sus acciones.
—¡Ah, Jimin! —exclamó ella, aproximándose a él sin tocarlo—. Te traeré una toalla, quédate aquí.
Ella caminó sosteniéndose con la pared y Jimin ni siquiera tuvo la reacción de moverse. Su cuerpo no respondía, perplejo y confundido.
Permanecieron callados por un rato. Yoongi miraba el té enfriarse en la taza, tensado por completo. Que maldito idiota soy, pensó Yoongi. Nunca pensó que de los cientos de Parks en la ciudad, aquella sería la casa de la madre de Park Jimin. Quería enterrarse vivo.
—Le... le traje las flores a tu madre —mencionó Yoongi, como si necesitara dar alguna explicación de su estadía.
Jimin no abrió la boca. Cuando Yoongi levantó la vista, el menor ni siquiera lo estaba mirando. Algo dentro suyo se oprimió y tuvo que volver a agachar la cabeza.
La señora Park volvió con una toalla y la posó sobre la cabeza de Jimin, secándolo con cuidado.
—¿Por qué te viniste con esta lluvia? —preguntó.
—Comenzó a llover de camino —contestó él con los ojos en el suelo.
Ella le sonrió y giró a ver a Yoongi, quien permanecía helado en su lugar.
—Él trajo los claveles desde la florería —indicó—. Su nombre es Min Yoongi, trabaja con el hijo del señor Kim —presentó. Las pupilas de Jimin se cruzaron con las del mayor por un segundo—. Lo invité a tomar un té porque se tomó la molestia de venir hasta aquí y me ayudó cuando caí afuera.
Al instante de decirlo, se dio cuenta de la preocupación que creó en los ojos de su hijo y se arrepintió de hablar.
—¿Qué? —entonó Jimin, sobresaltándose. La miró de arriba abajo y vio las marcas en el pantalón de su madre, justo en las rodillas—. Dios, ¿cómo pasó? ¿Qué estabas haciendo? ¿Te lastimaste?
Antes de que pudiese decir algo, Jimin la obligó a sentarse en la silla y se arrodilló frente a ella, fijándose en los leves raspones sobre la débil piel de sus piernas. Se levantó otra vez sólo para andar apurado hacia el baño y buscar agua oxigenada y banditas.
—Estoy bien, cielo —suspiró su madre, secándole el cabello a Jimin mientras éste le limpiaba las rodillas. Sentía las manos temblorosas de su madre acariciar su cabeza y de alguna manera se sintió agradecido de que alguien haya estado en el momento que cayó. Y que ese alguien fuese Yoongi.
Yoongi observó la escena de madre e hijo y la melancolía le creció en el pecho.
—Y al parecer retrasé a Yoongi en nuestra casa —indicó ella, encogiéndose de hombros.
Jimin arrugó el entrecejo, incómodo.
—Te dije que buscaría otra florería —dijo el él en un susurro, apenas Yoongi fue capaz de oírlo. El rubio hizo una mueca y desvió la mirada, poniéndose de pie y acomodándose la chaqueta.
—Ya me estaba yendo —avisó él, sonriéndole a la señora—. Muchísimas gracias por el té, estuvo delicioso.
—Ah, ¿pero no era que no tenías en qué volver?
—Llamaré a un amigo para que me recoja —respondió, pensando en Namjoon.
—Oh, de acuerdo —asintió ella—. Ten buenas noches, querido.
Yoongi agachó su cuerpo en forma de saludo y dio un último vistazo a Jimin, quien no levantó la cabeza ni buscó sus ojos como solía hacerlo antes de todo.
El rubio salió de la casa y se quedó bajo el pequeño techito del jardín, esperando a que Namjoon respondiera su teléfono.
—¿Hola?
—Ah, buenas, Namjoon. ¿Estás ocupado? —preguntó.
—Oh, eres tú, Yoongi —dijo—. Algo así, ¿por?
Yoongi se rascó la nuca, suspirando.
—He venido a hacer una entrega y se me ha acabado la gasolina de la camioneta, y como verás, está lloviendo a cántaros. ¿Puedes venir a buscarme? Te pagaré la cerveza.
Escuchó una risita burlona del otro lado.
—Aunque lo de la cerveza es tentador, de verdad no puedo ahora mismo.
El rubio soltó un bufido y luego agachó la cabeza, resignado.
—Agh... Bueno, está bien, no hay problema. Me las arreglaré.
Dicho aquello, se despidió y agradeció de todas formas, colgando la llamada para volver a suspirar. Observó las calles llenándose de agua poco a poco, inundadas de lluvia como si fuesen piletas. Se asomó hacia la calle y se empapó con tan sólo sacar la cabeza fuera del techo que lo protegía de la tormenta. Tampoco traía dinero encima ni para llamar un taxi. Así que, antes de que sacara todo su cuerpo de la protección del techo, la puerta detrás de él se abrió y la luz de la casa lo alumbró de repente. Yoongi se giró a ver a Jimin con la boca como una línea, mirándolo fijamente.
—Mi madre me presta su coche, puedo llevarte a tu casa —dijo, no tan convencido de aquello. Su voz era baja y Yoongi quiso escucharlo reír de la nada. Qué lástima que debía mantenerse alejado, pues sino le hubiese sonreído abiertamente por la amabilidad.
—Ah... Gracias —fue lo único que pudo pronunciar. No quería volver a desear cruzar miradas con aquél tipo. No quería embelesarse en esos ojos.
Jimin sacó el auto de la cochera y esperó a que Yoongi entrara sin decirle nada. La señora Park lo saludó desde el ventanal frontal mientras le sonreía. Le hacía acordar a su propia madre cuando lo despedía al irse a la escuela.
Con vacilación y la piel erizada, Yoongi abrió la puerta del acompañante y se sentó junto a Jimin, sin que ninguno de ellos se mirase o hablase. Mataría a Kim Seokjin por meterlo en aquella casa.
Jimin manejó con cuidado y despacio, sin apartar la vista del frente, dándole espacio a miradas de parte del mayor que no eran percibidas por el primero. Yoongi soltó un suspiro agotado.
Aún no comprendía, no se entendía a sí mismo, ni entendía lo que causaba la presencia de Jimin en él. Lo que sí sabía era que odiaba la forma en la que las pupilas de Jimin lo evadían.
Se sentía irreal. Cada segundo sobre aquél coche, cada mirada que no era encontrada, cada suspiro, el perfil de Jimin, el aroma a petricor que llevaba impregnado en la ropa, su lengua humedeciendo sus labios partidos, y el silencio... El silencio acababa con toda su existencia. Lo doblaba, lo oprimía y acababa por destruirlo con sus garras. Necesitaba oír la voz de Jimin, aunque fuera tan sólo una palabra. Necesitaba que sus ojos se vieran otra vez y no con esa incomodidad de ahora, no con la pena y la molestia que se había formado entre ellos como una pared.
Pero no había nada que hacer y detestaba pensar de esa manera, tan necesitado. Ellos eran simples desconocidos y Yoongi mismo lo había constatado.
Jimin era su desconocido favorito.
Cuando el auto frenó frente a la florería, algo más se rompió dentro suyo. Tardó cinco segundos en reaccionar y moverse, porque ni siquiera en ese momento Jimin dijo algo. Se limitó a darle un vistazo de reojo, como si lo estuviese echando fuera del coche. Y fue así como Yoongi lo tomó; abrió la puerta, bajó del coche encontrándose con la lluvia caer sobre sus hombros y le dedicó una última mirada al castaño. Fueron segundos en los que sus ojos no se apartaron, esta vez ambos se mantuvieron quietos ante la tensión que crecía entre ellos. Jimin asintió una vez, hizo una mueca y volvió a arrancar el coche, alejándose demasiado rápido para el gusto de Yoongi.
Yoongi entró con pasos pesados a la florería, revolviéndose el cabello que había sido mojado por pocas gotas. Vio a Seokjin asomarse por el pasillo de su casa y un insulto salió de entre sus dientes.
—Si no eres un jodido idiota, lo has hecho a propósito, por lo que volvemos al primer término —dijo Yoongi, pasando por su lado para encaminarse hacia su cuarto y colgar su chaqueta húmeda.
—¿Qué? —entonó Jin, desconcertado—. ¿Por qué me dices eso? ¿Y por qué vuelves tan tarde, qué estuviste haciendo?
—Resulta que el inteligente de mi amigo me hizo ir en una camioneta que no tenía gasolina —soltó Yoongi—. Tuve que caminar hasta la dirección para entregar las malditas flores, ¿y adivina qué? La casa era de la madre de Park Jimin. Te puedes imaginar el resto.
Seokjin abrió la boca y la cerró de golpe. Achicó los ojos, siguiéndole el paso al rubio hasta la cocina.
—Primero, no sabía que la camioneta no tenía gasolina. Segundo, ya sabía que era la madre de Jimin.
El rostro de Yoongi se deformó en rabia y frunció el ceño, volteándose para fulminarlo con la vista.
—¿Qué mierda? —espetó—. ¿Me mandaste allí a propósito? ¿Me estás jodiendo, Seokjin?
El mayor alzó las manos en el aire y sacudió la cabeza.
—¡Claro que no! —mencionó—. Simplemente debías entregar las flores e irte. No sabía que él iba a estar allí. —Hizo una pausa y se cruzó de brazos—. Además, aún no tengo idea de por qué hay tanto odio entre ustedes.
Odio es lo único que no existe entre nosotros, pensó Yoongi.
—No nos llevamos bien, eso es todo. Me cae mal, le caigo mal, ¿qué más se puede hacer? No le quiero ver la cara y punto.
Seokjin vio cómo Yoongi escapaba de las explicaciones tras esconderse en su cuarto. Todavía desconocía quién era su pareja o por qué había tensiones entre él y el menor, pero de algo estaba seguro; Jin nunca había visto a Yoongi tan feliz como lo había sido con Jimin.
...
Él soñaría y luego escribiría canciones, para luego darles vida con la música que producían sus dedos sobre el blanco y negro. Él vería que en sus ojos no se reflejaba nadie de su alrededor; no sus padres, no sus amigos, no Seung. El único que se fijaba en su cabeza mientras creaba canciones era Jimin, pero él diría que eran canciones para alguien; para un alguien desconocido, alguien sin importancia, alguien cualquiera, alguien inexistente.
Oh, ojalá Park Jimin fuera inexistente, pues el dolor de no tenerlo también lo sería.
En sus desvaríos fuera de este mundo, Yoongi recibió un mensaje de Seung de que lo acompañara hacia el supermercado para comprar las reservas de comida. Como quería salir de ese lugar oscuro que era su habitación, reinante de cosas frías y sombrías, Yoongi accedió a ir. Le dijo a Seokjin que volvería en un rato y que traería la cena.
Seung viajó en su motocicleta llevando al rubio detrás y ambos llegaron al supermercado cuando el sol se estaba poniendo. La gente ocupaba gran parte de los pasillos blancos que contenían las mercancías, y el constante hablar de las personas irritaba el ánimo de Yoongi. Siguió por detrás los pasos lentos de Seung mientras éste se paseaba mirando las góndolas que le brindarían alimentos.
Y entre la muchedumbre que deambulaba con carritos llenos de comida, Yoongi pudo divisar a una pareja frente al estante de libros. Una pareja linda, tierna, ella más bajita que él, él con la espalda erguida mientras rozaba su cuerpo con la muchacha. El brazo de Jimin era sostenido por la joven, muy bonita al parecer de Yoongi. Nada cruzó por su cabeza en ese momento. Se quedó viendo a los dos por unos segundos y, como si hubiese sentido su presencia, Jimin volteó y se encontró con los ojos del mayor. Yoongi inmediatamente giró para verificar que Seung no lo había visto, pero cuando quiso volver a encontrar miradas con el otro, vio cómo Jimin se alejaba y le sonreía a su compañera de forma serena.
—¿Quieres que lleve KitKat? —preguntó Seung, sobresaltando a Yoongi de repente. Yoongi lo miró mientras pestañeaba varias veces y asintió rápido. Dio vuelta su rostro otra vez, pero la espalda de Jimin ya había desaparecido entre la multitud.
Después de que ambos recogieran todo lo que debían comprar, volvieron a la casa de Seung para guardar los alimentos en la alacena.
—Llévame a casa después —avisó Yoongi mientras se subía a una pequeña escalera para colocar los paquetes en la parte más alta de la estantería. Pero Seung no respondió, así que volteó para mirarlo. Seung estaba parado en la puerta con los ojos clavados en su celular, concentrado, leyendo lo que contenía aquella pantalla—. Hey, acabo de hablarte.
Seung levantó la cabeza sorprendido, dando un saltito en el lugar al oír la voz de Yoongi.
—Ah, sí, lo siento —dijo—. Sí, te llevo luego.
Yoongi frunció el ceño por su reacción, pero le restó importancia al volver a lo que estaba haciendo.
—Sabes, he estado pensando... Lo que le dije a mis padres, sobre estudiar arquitectura —mencionó Yoongi, bajándose de la escalera con un salto. Se sacudió las manos, limpiándoselas, y se fue a la cocina para tomar un vaso de agua.
—¿Cuál es el problema? —preguntó, guardando el celular en su bolsillo.
—Que lo dije sólo para complacerlos.
Seung hizo una mueca y se rascó la nuca.
—Entonces... ¿no estudiarás?
—Agh... no lo sé —bufó, lanzando su cuerpo hacia el sofá de la sala—. Si les digo que no quiero estudiar, que quiero ser músico... Se van a negar rotundamente. Dejarían de verme como su propio hijo.
Seung se acercó lentamente y se apoyó en el respaldar del sillón, pasando sus largos brazos por el torso de Yoongi.
—¿No confías en tus padres? —inquirió, haciendo una mueca con su boca. Apoyó su barbilla en la cabeza del rubio mientras éste se removía y se quejaba.
—Yo confío en ellos, ellos no confían en mí —declaró—. Pensarán que seré la vergüenza de la familia si intento alcanzar mi sueño y dejar los estudios atrás.
Seung suspiró y caminó hasta sentarse a su lado.
—Haz lo que te plazca. Al fin y al cabo, es tu vida y tienes una sola, ¿hm?
Yoongi esbozó una sonrisa y suspiró, apoyando su cabeza en el hombro de su novio. Se sintió bien con las simples palabras del pelinegro, había extrañado que él lo apoyara de esa forma. Seung esperó un rato y luego se aclaró la garganta.
—Cambiando de tema... —comenzó, pasándose la mano por la nariz—. He estado pensando todo este tiempo de muchas cosas. Y no quiero que te sientas acorralado mientras estás conmigo.
Yoongi lo miró con el ceño fruncido.
—¿De qué estás hablando?
—Lo que te he dicho. Sobre no ver más a ese tal Jimin —dijo. Yoongi permaneció gélido en su lugar—. O sobre juntarte con tus amigos. He cambiado de parecer. Puedes hacer lo que quieras, juntarte con quien quieras, porque yo confío en ti.
El rubio tragó saliva y siguió mirándolo en confusión.
—Yo no... no me siento acorralado estando contigo.
Mentira.
—Y aprecio mucho que confíes en mi —continuó Yoongi—. Tú también eres libre de juntarte con quien quieras porque también confío en ti. Y las relaciones no se basan en atar al otro, Seung, así que... estoy feliz de que me digas esto.
Seung le sonrió y plasmó sus labios en un tierno beso. Aquel beso le pareció a como los que recibía antes de ser novios, un beso cálido y nostálgico.
...
Las manos le tiritaban y estaba dudando entre si hacerlo o no. Se había estado conteniendo durante un mes, pero eso ya no era necesario.
No sabía lo que estaba haciendo, no se conocía a sí mismo en aquel momento. El corazón le latía a mil y el calor se le había subido a las mejillas.
De verdad voy a hacerlo, pensaba. No iba a negar que tenía miedo y que quizás era estúpida la idea. Pero ese hecho no le importó.
Buscó entre los nombres y apretó en el suyo, relamiéndose los labios resecos. Podía ver la foto de perfil en una esquina, tan sonriente como siempre. A Yoongi le gustaba mucho que sus ojos formaran líneas cuando se reía.
Pero no había entrado a su chat con cientos de mensajes sólo para mirar su foto. Se atrevió a escribirle a Jimin después de tantos suspiros llenos de angustia.
12:19 am
Jimin.
Ni siquiera sabía si estaba despierto, o si querría hablar con él. Al menos debía intentarlo.
Se arrepintió de haber enviado ese mensaje al segundo en el que las tildes de leído marcaron en su celular. Bloqueó la pantalla por reflejo, queriendo evadir cualquier respuesta que recibiera del otro.
El sonido de la notificación le comió el estómago de nervios y alzó su valentía desde el suelo para volver a abrir el chat.
12:21 am
Yoongi hyung, ¿está todo bien?
Lo había estado evadiendo durante un mes y lo primero que hacía era preguntar sobre su estado. Desconoció el por qué, pero aquello le causó ternura.
12:22 am
Oh, sí, estoy bien.
12:22 am
Sólo... quería hablar. Pero creo que es bastante tarde. ¿Estabas yendo a dormir?
Las tildes se marcaron, pero tardó unos minutos en responder. Ese tiempo pareció eterno a los ojos de Yoongi.
12:26 am
No, estaba viendo una película con Kookie.
12:26 am
Tú y yo siempre podemos hablar.
Todo, absolutamente todo, se encendió dentro suyo. Yoongi, ahogado en una repentina taquicardia y con un calor que ardía en su rostro, apoyó una mano en su pecho y respiró despacio.
¿Por qué me provocas esto, Park Jimin?, pensó, escondiendo todo su cuerpo bajo las sábanas.
🌷Significado de las flores
Claveles rojos: corazón que suspira.
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