은하 - Galaxia
[the breath of an angel]— la respiración de un ángel.
Las pupilas le tiritaron como pequeñas hojas de otoño siendo sacudidas por la ventisca. Frío espeluznante, es lo que sentía. No del frío que uno siente cuando el clima está oscuro, sino el frío que se te cala en los huesos, ese que te carcome la cabeza; el frío de estar aterrado. Miraba su reflejo. De fondo, enfermeros charlando en mitad del pasillo. Muchos pasos, oía muchos pasos. No podía dejar de temblar. Le dolía el cuerpo.
Echó su aliento hacia el espejo y, cuando el vaho se pegó en él, pasó la yema de su dedo por encima.
"No me atraparán", escribió con manos titubeantes. Pronto sus letras desaparecieron y volvió a encontrarse con su rostro demacrado.
No estaba muy seguro si su mente le estaba jugando una mala pasada a causa de las pastillas o si realmente había perdido la cabeza; no obstante, fuese como fuese, no podía quitarse la imagen de una mujer al fondo del pasillo, iluminada apenas por la pocas luces del hospital nocturno. Luego de las voces, Seung dejó de dormir.
Continuaba mirando las noticias sobre Young-mi, lo cual lo dejaban tranquilo cuando apagaba la televisión, pues no había ni rastros de ella ni progresos sobre el sujeto de la muestra del ADN. Estaba bastante sorprendido, pues no pensó que después de semejante incendio, sus huellas digitales quedarían marcadas de igual manera.
"No es importante mientras no sepan de mi existencia", había pensado en aquel momento. Pero la sensación de sentirse perseguido había acabado con su sueño en los últimos días. Pronto le darían el alta y saldría del infierno en el que estaba, es lo que creía con certeza.
Se recostó en la oscuridad de la sala y echó un suspiro cuando pudo cerrar sus ojos.
El frío no se iba. Comenzaba desde la punta de sus pies hasta el borde de su cabeza. Se hizo pequeño sobre la cama y abrió los ojos, intentando ver algo entre las sombras de la noche. No sólo vio a alguien parado en la esquina de la habitación, sino que también oyó esa voz otra vez.
"Estás perdido", dijo la voz de la mujer. Al instante, los pies descalzos de Seung tocaron el suelo al sentarse en el borde de la cama. El sudor helado recorrió su rostro y la piel escondida debajo de su ropa.
—¿Qué te he dicho? —espetó Seung—. ¡Lárgate de aquí! ¡Fuera, fuera, fuera!
La risa que escuchó luego de sus gritos se caló en sus oídos de forma horrorosa.
"¿De verdad crees que vas a escaparte de todo?", cuestionó. "Tu alma sufrirá tanto que ni siquiera el infierno te abrirá las puertas".
Seung intentó mantener la calma, pero su cabeza parecía explotar. No podía controlar su respiración y sentía todo el miedo del mundo apretando e incrustándose en su pecho. Se puso de pie de un salto y arrojó las muletas hacia donde la sombra de la mujer se manifestaba.
—¡¡Desaparece!! —gritó, rasgándose la garganta con la palabra arrancada desde su estómago. Las muletas chocaron contra la pared y ni una silueta volvió a aparecer en ese rincón.
Seung volvió a sentarse, la taquicardia atacando su corazón y los pulmones exigiendo más oxígeno para vivir. Miró hacia arriba y tomó aire, esperando a que los nervios se sosegaran de una vez por todas y que el fantasma que lo perseguía se extinguiera para siempre.
...
El susurro del piano se metió en sus oídos cuando el silencio era quien reinaba en la casa. Posaba su única mano sana en las teclas blancas y negras, no para crear música, sino para hacer ruido; un ruido que hacía travesías a su alrededor y terminaba en el fondo de su pecho, instalando sosiego puro y calidez. Desde pequeño tenía aquella costumbre, la de encerrarse en su habitación para oír los sonidos de su instrumento favorito y lograr calmar todos aquellos pensamientos que lo llenaban de intranquilidad. Ahora, en casa ajena, las paredes que una vez fueron sus amigas lo escuchaban con puras memorias en sus grietas.
Recuerda a su madre enseñarle su primer amor en el mismo lugar en el que se sentaba ahora, cómo ella le sonreía con dicha cuando las primeras canciones salían tal cual estaban creadas. Tiene un recuerdo patente en su memoria: el día en el que compuso su primera melodía. Las veces que habrá sonreído al recordar cómo su madre lo abrazó con toda la fuerza del mundo y le musitó un te amo al oído, cómo sus ojos reflejaron el más puro cariño y orgullo que una mujer podría tener. Yoongi siempre quiso llenar de gozo el corazón de su madre y, en esos tiempos, lo había conseguido.
No estaba muy seguro de si eso seguía de la misma manera.
Porque sus ojos ya no reflejaban ese mismo orgullo que alguna vez tuvieron. Ahora, cuando las palabras salían de su boca y expresaban una triste verdad, toda su mirada cambió de repente.
No sabe de dónde ni cómo, pero Yoongi alcanzó a juntar valor y decirles sobre su sexualidad. Ambos padres estaban frente a él, sentados, sin decir ni una cosa después de su confesión. En ese momento de silencio, Yoongi se preguntaba, ¿por qué él debía tener aquella conversación, cuando el resto de heterosexuales ni siquiera se les cruzaba por la cabeza confesar su normalidad? Casi se sintió envidioso de esas personas, pero entonces recordó que sin su bisexualidad no se habría enamorado de Jimin, y toda vacilación pasó.
A los ojos de sus padres, Yoongi podría parecer un monstruo. Eso es lo que siempre había pensado; eso es lo que Seung le había instalado en la cabeza. Todo ese temor ilusorio había nacido desde unas vagas palabras de un hombre que vivía su vida infelizmente, haciendo daño por capricho y queriendo ser el ombligo del mundo. Mucho le tomó a Yoongi darse cuenta de que, si sus padres realmente lo amaban, lo perdonarían.
Sin embargo, luego se cuestionaba, ¿por qué debían perdonarlo? ¿Por ser como es? ¿Por nacer de una forma y no de otra? ¿Por amar? Siempre vio, desde muy pequeño, cómo a la gente le gusta amar. Le gusta ver el amor, le gusta olerlo, sentirlo, tenerlo, apreciarlo. Se deja representar en telenovelas, películas, libros, pinturas, canciones. El amor es querido por todos, porque todo el mundo necesita de él, porque sin el amor uno no vive. Entonces, ¿por qué algunos amores son peores que otros? ¿Por qué el diferente se odia si es, de todas maneras, la misma pasión?
No lo entendería con preguntas internas, ni tampoco entendería cómo es que un simple gusto podía crear tanta tristeza en los ojos llorosos de su madre y tanta rabia en los de su padre. Él incluso pensó que algo estaba mal consigo mismo, por herirlos, por defraudarlos. Tuvo que tomarse un segundo para recomponer sus pensamientos, porque la situación tenía intenciones de destrozar la valentía que había levantado y no podía permitir que eso sucediera.
—Quizás estás confundido.
Cuando ella habló, una lágrima rodó por su mejilla arrugada y se cayó al dorso de su mano, la cual descansaba sobre la mesa con un temblor interminable.
—No lo estoy, mamá.
—¿No es una moda? —comentó su padre, apresurado—. Digo, algo así como... lo viste en Internet, en la televisión, no lo sé —dijo, moviendo las manos con alteración. Intentaba verse calmado, pero eso es lo que menos estaba.
—¿Una moda? ¿Es una maldita broma?
—¡Yoongi, por Dios! —chilló su madre, golpeando las palmas sobre la mesa—. ¿Cómo vienes y nos dices esta cosa? ¿Qué te he hecho para que me trates así, hijo? —Y sollozó más fuerte que antes.
No sabía qué responder. Estaba fuera de su alcance; las palabras que se le venían a la cabeza eran tan insulsas que sabía que no serían suficientes para hacerles entender. ¿Qué más podía hacer?
—No entrarás al Reino de los Cielos —balbuceó su padre, sacudiendo la cabeza y agachando la mirada.
—Te crié lo mejor que pude —continuó—, hice todo lo que una madre puede hacer por su hijo. Te enseñé qué estaba bien y mal... ¿Cómo es que tú...? —Cubrió su boca con una mano y se dejó contener por los brazos de su marido.
Yoongi estaba por volverse demente.
Se puso de pie y llevó sus dedos a sus cabellos, echándolos hacia atrás y soltando un gran suspiro, deseando que toda esa sofocación que sentía dentro se acabara. Deambuló de acá para allá, apretando los puños y cerrando los ojos, atragantándose cuantas palabras se le venían a la mente. Debía pensar bien antes de hablar, no quería empeorar todo (si es que era posible).
—Miren, yo, no sé cómo explicarles —indicó—. No es la forma con la que me criaste, mamá, ni es el Internet, ni toda la estupidez que creen que me "hicieron así".
—Estás enfermo —declaró su madre sin parar de llorar, pero, esta vez, con una mirada de enojo—. Y nosotros, como tus padres, debemos ayudarte a sobrellevar esto.
—¡No, maldita sea! —exclamó con frustración, dejando sus manos en su cabeza—. ¡No estoy enfermo, ni necesito ayuda! ¡Lo único que necesito es que comprendan que soy de esta manera y nunca fui diferente! Por favor, escúchenme, compréndanme. —Yoongi arrastró las patas de la silla hasta colocarse junto a ellos. Se sentó y miró a ambos a los ojos, tomando las manos de su madre con cuidado entre las suyas—. Necesito que me entiendan desde el lado de padres, no del lado de Dios.
Los brazos de su padre aún rodeaban los hombros de la mujer, quien no podía contener su abatimiento y temblaba con los espasmos del llanto. Ella apartó sus manos rápidamente y soltó el agarre de Yoongi.
—No puedo... simplemente no puedo...
—Mamá, por favor —dijo, y luego volteó a su padre—. Papá. —Su voz estaba al borde de quebrarse.
El hombre agachó la cabeza y acarició la espalda de su esposa. Ella cerró sus ojos y cubrió su rostro con ambas manos, dejando salir el sollozo aún más fuerte.
—¡Preferiría que estuvieras muerto a que digas estas cosas, Yoongi!
Y eso fue lo último que quiso oír.
Su voz no existió en esa casa después de escuchar esas palabras. Le fue imposible articular, tampoco se esforzó en ello. Permaneció estático frente a ellos, anonadado, como si el alma se le hubiese escapado del cuerpo. Todo el temblor que había estado sintiendo se detuvo, intercambiando la sensación por un dolor insoportable y férvido que crecía sobre su pecho de manera constante. Su mundo derrumbándose era una expresión insuficiente para referirse a todo lo que su cabeza estaba comprendiendo durante ese momento.
Las manos le sudaban, las pupilas le tiritaban y el aire entraba dificultoso a su cuerpo. Si se quedaba un minuto más allí, se desvanecería. Yoongi se puso de pie y se quedó quieto. Miró a su madre y en su cabeza las imágenes de una mujer tierna, gentil y alegre se compararon con las de ahora; alguien que lloraba, llena de decepción, llena de odio. Ningún hijo debía vivir para presenciar la mirada así de una madre, ni menos ser capaz de oír semejantes palabras de disgusto hacia uno mismo. Su padre tampoco habló, ni se opuso a la mujer, por lo que tomó su silencio como un asentimiento a su manifestación.
Podría haberse quedado para seguir intentando; ¿para qué?, fue lo que se preguntó. Después de eso, no había nada más que Yoongi pudiera hacer. Todo el dolor ya estaba dicho y hecho.
Caminó hasta la puerta con los ojos clavados en el suelo. Sus pies apenas pudieron arrastrarlo hasta la salida y detenerse justo frente a ella. Volteó de nuevo, porque le dolía escuchar el quejido entre llantos de su madre y los grandes suspiros desanimados de su padre. Apretó sus labios y salió hacia el frío invierno que lo abrazó como único consuelo. Se vio solo en una de las últimas noches de febrero, una de las últimas noches en las que el frío ahogaría cada transeúnte al pasar. Se alejó del hogar y bajó a la calle con pasos pesados y lentos. Arrastraba la suela de sus zapatos sobre la acera helada y buscaba conforte en las luces que iluminaban su cuerpo moribundo al andar.
Único era en una calle donde lo más que se oía era el aullar de los perros a una lejanía incierta. Sus pasos acababan siendo más tardíos conforme los minutos pasaban. Ni siquiera se tomó el tiempo para llamar un taxi; no tenía ni las fuerzas para articular palabra ni tampoco estaba deseoso de verle la cara a otro ser humano.
Era poco decir que tenía el corazón destrozado. Abatido como un animal, despreciado como una aberración. ¿El amor es acaso una terrible enfermedad?
La ventisca soplaba sobre su cuello como la respiración de un ángel; era fría, liviana y le recordaba que estaba vivo, al menos por unos cortos segundos. Fue a parar a una pequeña plaza, donde buscó un banco viejo y roto donde se sentó. Allí sintió cómo todo le cayó de golpe y la garganta estaba a punto de soltar el nudo, pero sacó fuerzas desde lo más profundo y no se dejó llorar. En cambio, sacó un cigarro de su bolsillo, lo encendió y se hizo tan pequeño como pudo en aquél lugar solitario, habitado únicamente por las melodías que cantaban las copas de los árboles y el suspirar entristecido del viento.
...
—Quiero emborracharme.
Seokjin miró el cuerpo tendido de Yoongi sobre su cama y suspiró. Le lanzó una almohada para que se acomodara en su estómago y el otro no se negó; se arrastró por la cama, colocó la almohada sobre el torso de su amigo y apoyó la cabeza sobre éste, mirando el techo mientras el mayor leía. De fondo se podía escuchar un drama que sonaba en la televisión.
—¿De qué te va a servir emborracharte? —preguntó Seokjin.
—Uhh, no sé, ¿dejarme inconsciente un rato, por lo menos? —Recibió un golpe en la cabeza por decir aquello—. Hey, podrías tener un poquito de compasión. Soy una persona accidentada.
—Estarás más accidentado si no dejas de decir tonterías. —Seokjin rodó los ojos cuando escuchó al otro bufar y agregó—: Te has sacado muchos pesos de encima al hablar con tus padres y contarme sobre Seung.
—Pero ahora tengo un peso más: su odio. Y ya no sé cómo sentirme —dijo, su voz sonando más pequeña de lo que hubiese querido. Tocó la tela de su camiseta sin apartar los ojos de una mancha que había en el techo—. Jin, quisiera ser feliz por una vez en mi vida. Que dure. Que me llene. Quiero ser tan feliz que hasta pueda llorar incluso por eso, ¿entiendes?
A Seokjin le entraron ganas de abrazar al rubio tirado sobre él. Sin embargo, sabía que si hacía eso, Yoongi lo patearía. Así que, en cambio, comentó:
—¿Deberíamos irnos de viaje?
—¿Qué?
—¡Sí, irnos de vacaciones! —exclamó, dejando el libro a un lado de la cama—. Podemos ir a la montaña, hacer esquí, ¡incluso podemos alquilar una cabaña e invitar a los chicos! ¿Qué dices?
Yoongi achicó los ojos y negó con la cabeza.
—No estamos en época de vacaciones. Los demás tienen trabajo y universidades que atender.
—¡Aish, siempre tan pesimista! Paso todos mis días en la florería y en la universidad, ¡quiero tiempo para mí! ¡Y tú también lo necesitas, porque parece que estás por volverte loquito y asesinar a media ciudad! —dijo, sacudiendo todo su cuerpo exageradamente mientras hablaba—. Pueden pedir algunos días de descanso, simplemente tienen que intentarlo, maldita sea. ¡Y no me vengas con que no quieres, porque te arrastro con la camioneta, eh!
Yoongi se quedó en silencio y lo observó con la cara arrugada, sin poder reírse de las tonterías que hablaba su mayor. Rodó los ojos y se encogió de hombros.
—Tú les preguntarás a los demás, no me metas en eso —concluyó, y Seokjin alzó las manos y gritó un "wuu" al aire.
—No te arrepentirás, Yoongi. Hay que hacer este tipo de cosas alguna vez en la vida.
Dicho aquello, Seokjin volvió a su libro y Yoongi se durmió con la cabeza apoyada en su estómago.
Soñó con un sol que rajaba la tierra y tocaba su piel con crueldad, iluminando cada parte del campo donde crecían miles de flores. Soñó con manos desgastadas, huesos inutilizados. Se quejó por sus dedos y se deshizo en llanto solo, arrugado como un papel al que habían tirado. Creyó estar solo en su desgracia, cuando otras manos tocaron su rostro y secaron las lágrimas que empapaban sus mejillas. Levantó la cabeza y vio aquellos ojos que tanto adoraba cada día, cada noche, cada segundo. Lloró por su belleza, lloró por su toque. Lloró porque en él veía algo que ya estaba muerto dentro suyo: esperanza. Soñó con el hombre de manos tiernas acariciándolo, conteniéndolo, pero no era suficiente.
—¿Por qué lloras? —le preguntó el hombre. El otro negó con la cabeza.
—Quise preguntarte lo mismo una vez... y no me oíste.
El hombre permaneció callado ante aquello.
—¿Por qué lloras? —volvió a cuestionar al rato—. Tus lágrimas me duelen. Por favor, no llores más, mi paraíso.
—Pero no tengo nada más.
—Me tienes a mí.
—Eres efímero. Te me puedes escapar, te me esfumarás como cenizas en el aire. Y prefiero morir antes de que ocurra eso, ángel.
Yoongi despertó con dolor de cabeza y lágrimas a los costados de sus ojos. Se removió en la cama y se dio cuenta de que se encontraba solo en la habitación de Seokjin, junto a un libro ya terminado. Se sentó en la cama y se tocó el rostro; estaba frío y húmedo por un llanto inconsciente. Últimamente, podía dormir poco y nada. Sus sueños se volvían innumerables, extraños, trayéndole sensación de añoro y olvido. Había veces en las que se asustaba de sí mismo porque su inconsciente parecía tener tantos secretos y sentimientos, como si parte de ellos le pertenecieran a otra persona.
Siguió quieto sobre la cama y pasó una mano por su cara, tratando de que el sueño no le ganara otra vez ni que la paranoia entrara a su cabeza. Se mordió las uñas y continuó mirando un punto en la pared, hasta que oyó la puerta de la habitación abriéndose, dejando ver a Hoseok al entrar.
—Ah, Jin hyung me dijo que te viniera a despertar —dijo, su tono sonando alegre, pero su expresión cambió cuando vio el rostro pálido de su amigo—. ¿Qué ocurre? ¿Te sientes bien?
Yoongi asintió una vez pero no muy convencido. Se miró la mano y volvió a echar su cuerpo a la cama.
—Me siento raro.
Hoseok frunció el ceño y se sentó junto a él, ladeando la cabeza.
—¿Cómo raro?
—Siento que estoy siendo perseguido —contó, vacilante—. He tenido sueños... y lo veo a él. Lo veo en todos lados, siempre conmigo.
El menor achicó los ojos. Se sentía confundido, pero la preocupación era más grande comparada; los ojos de Yoongi se veían tan agotados y tristes que le causó una presión en su pecho.
—¿A quién, hyung? —preguntó.
—A Jimin.
Hoseok abrió su boca y la cerró al instante. Permaneció callado por un rato porque no estaba del todo seguro qué contestar. Incluso a Yoongi parecía no importarle si respondía o no, porque volvió a cerrar sus ojos como si quisiera volver a dormir.
—Espera, espera —mencionó Hoseok—, ¿qué significa eso?
Yoongi se encogió de hombros.
—¿Cómo voy a saberlo? —inquirió—. Lo peor de todo es que... soñé que lo veía, pero me dolió verlo. Y lo dejé. Lo abandoné. Lo dejé solo y lo he visto llorar en mis sueños, Hoseok. No sé qué significa eso, ni nada de lo que me pasa últimamente.
Cada vez que hablaba sobre Jimin y recordaba sus sueños, podía sentir cómo algo en él se rompía cada vez más.
Hola, compañeros de lectura ahq
Tanto tiempo me tardé para hacer esta caca de capítulo? Soy incredibol :'^)
Prepárense para morir el domingo con el álbum : ) *explota*
Gracias por leer💕 Nos vemos en el siguiente.
(ESTE EDIT ES HERMOSO, ME LO HIZO UNA PERSONITA EN TWITTER @ymxaesthetic <3 Es precioso, lloro. Vayan a darle amors porque todo lo que hace es muy bonito💖)
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