소 마젤란 은하 - Pequeña Nube de Magallanes
Y si nos ama, ¿por qué nos convierte en soledad y tristeza? Nos deja con el alma quebrada, nos abandona entre las lagunas de una oscuridad absorta de angustias. Y si nos ama, ¿por qué nos deja morir en vida?
[the silence of emptiness] — el silencio del vacío.
El sonido del silencio lo estaba sofocando. El agua cubría todo su cuerpo y se detenía en la comisura de sus labios. La tina ya se había enfriado de las horas en las que había pasado ahí metido; sus dedos estaban arrugados como si la vejez hubiese caído en sus manos y las extremidades le tiritaban constantemente. Tenía los labios morados y sabía que debía salir pronto, pero ni siquiera hacía el esfuerzo de levantar su peso helado de allí.
No estaba sintiendo el frío. Estaba sintiendo más bien vacío, desamparo en su máxima expresión. Jimin estaba tratando de despedazar todo dentro de él y no perder la cordura, pensando en que existía una manera de salvarse a sí mismo del desamparo en el que se había metido. Pero estaba envuelto en recuerdos que no peregrinan, sino que viven, crecen, se hacen uno con el alma. Se superan, claro, se aprende a convivir con ellos. No desaparecen. En ese momento, Jimin necesitaba hacerlos desaparecer.
Metió la cabeza dentro del agua y se mantuvo en la prohibición de su oxígeno con ambos ojos abiertos.
El agua difuminando su vista le daba ardor en sus ojos, dándoles un tono colorado. No se atrevió a buscar aire porque le gustaba cómo allí se ahogaban y oprimían sus pensamientos. Su pecho se sentía pesado; no sabía si era la presión del agua y la falta de aire, o el dolor que sentía por tener la mirada de su madre en la cabeza. Incluso si cerraba los ojos, podía verla sonriendo.
Quería detener esa imagen de alguna forma. Quería hacerla desaparecer de su memoria, al menos por un único minuto, para poder respirar. Sin embargo, parecía que el recuerdo de su madre sobre la camilla con latidos inexistentes no deseaba dejarlo en paz ni una milésima de segundo. Y de alguna manera, olvidó que estaba bajo el agua.
Tenía los párpados caídos, el peso del agua oprimía todo su cuerpo y olvidó cómo respirar. Con el silencio aturdiendo sus oídos y la soledad apretando su pecho, su mente se puso en blanco y su cuerpo se paralizó. Los segundos pasaban. Se estaba ahogando.
Jimin no sabía que sentirse al borde de la muerte podía sentirse tan... relajador.
Sus pulmones exigían aire y obligaron a su boca abrirse, dejando que toda el agua entrara por su garganta y fuera por los lugares incorrectos. Entró en pánico cuando su cuerpo comenzó a dar espasmos por la falta de oxígeno, no porque se estaba muriendo, sino porque escuchaba sonidos fuera del cuarto de baño. Había alguien en la casa y debía salir del agua, pero Jimin no tenía fuerzas para salir de la tina.
—...imin... —escuchó. O eso creyó. Quizá ya estaba delirando. La voz sonó tan lejos que le pareció irreal—. Ji...in...
No, no es irreal.
Fue lo más real que había escuchado en mucho tiempo. Sabía muy bien de quién provenía esa única voz áspera y grave.
Jimin abrió sus ojos bajo el agua y se empujó con las pocas fuerzas que le quedaban. Cuando se arrancó a sí mismo de la presión del agua, el aire entró a sus pulmones como una patada en el pecho y comenzó a toser, desesperado.
—¿Jimin? ¿Dónde estás? —oía del otro lado de la puerta. Yoongi había entrado a la casa.
El menor tosió escupiendo el agua que se había inmiscuido a su organismo y salió de la bañera apenas pudiendo ponerse de pie. El agua chorreó por todo el suelo y casi cae de rodillas, de no ser porque sostuvo su peso contra la pared. Caminó hasta la bata que colgaba en un gancho y se envolvió con ella, agachándose y pegando sus rodillas contra su pecho en busca de calor. Temblaba sin parar y parecía que estaba a punto de caerse muerto sobre el suelo.
—Estoy... —Su voz salió demasiado baja. Volvió a toser—. Estoy en el baño. Me estoy bañando —dijo. Los pasos de Yoongi se acercaron y se detuvieron justo delante del baño.
—¿Estás bien? —preguntó detrás de la puerta—. En un rato tenemos que irnos. ¿Necesitas algo?
Jimin miró el suelo y cerró los ojos despacio. Aún seguía temblando, aunque él no se diese cuenta.
—No. Saldré en un momento.
Se puso de pie. Todo el cuerpo le dolía y aún seguía helado. Decidió entonces encender la calefacción y tomar el secador de cabello para tirarse el aire caliente contra la piel. Luego de unos minutos tiritando frente al espejo, su calor corporal volvía a su ser y lo tranquilizaba un poco. Incluso así, su rostro seguía demacrado y sus labios parecían no recuperar color. Pintó su cara intentando darle un tono más natural y repasó sobre sus labios un color rosado que se asemejaba más a lo normal.
Se miró a sí mismo con una mueca de desagrado. Aun no le cabía en la cabeza cómo es que había sido tan estúpido para descuidarse de esa manera. ¿Morir? No. Él no quería morir. Menos si tenía a tantas personas que dejaría atrás. Jamás se le cruzaría por la cabeza el crear tanto daño entre la gente que amaba.
Salió del baño envuelto en su bata y se dirigió hacia la habitación de su madre. Allí yacía su traje negro sobre la cama, evocando el trágico recuerdo de lo que era la vida; de cómo iba y venía, cómo jugaba con el corazón y se esfumaba de un momento a otro. Él quería mantener su propia vida cerca, no dejarla ir; no hasta que su destino final llegara. Incluso si permanecer con la mente tranquila era difícil en aquel momento. Casi imposible.
Jimin oía desde la cocina a Yoongi mover algunos platos o vasos. Escuchó el chillido de la pava sobre el fuego y el agua calentándose. No se movió del umbral de la puerta y siguió mirando el traje tan ajeno a él. No quería ponérselo, no cuando fue regalado para una ocasión tan bonita como lo fue la graduación de su hermano. No quería ponerse ese traje y llegar al funeral con la cabeza gacha para luego tener que soportar las palabras insulsas de gente que ni siquiera quiso verdaderamente a su madre.
Se echó el cabello hacia atrás y soltó un gran suspiro, que le trajo una pequeña sacudida de llanto. Pero, las lágrimas no cayeron. Fue su pecho que tembló con la angustia insoportable que albergaba. Y ver aquella habitación, ahora vaciándose de las propiedades de quien le dio la vida, arrugaba su alma sin descanso.
El tiempo estaba pasando y no tenía opción. Se vistió para despedirse de la mujer que más amó en su vida y se quedó frente al espejo, acomodando con desgano la corbata en su cuello. Por el reflejo del espejo, vio a Yoongi caminar hacia él. Le encantaba cómo se le veía aquel traje oscuro con su cabello gris, se veía como la noche más fría y tormentosa.
El mayor lo abrazó por detrás, pasando sus manos suavemente por sus caderas y apoyando su barbilla sobre su hombro. Ambos se mecieron despacio en la comodidad del otro.
—Te preparé un té para que te relajes un poco —musitó Yoongi, rozando su nariz en el cuello del menor—. ¿Cómo estás, ángel?
Jimin suspiró y giró su cuerpo para abrazar completamente a Yoongi. Dio un pequeño beso a su oreja y luego apoyó la mejilla en su hombro, mirando hacia la pared.
—Estaré bien —susurró, cerrando los ojos. Incluso si todavía no podía sentir por completo ese abrazo y fundirse en él, le bastaba con saber que Yoongi estaba ahí para él, que existía a su lado, que respiraba en su presencia. Si era contenido por aquellos brazos que lo cuidaban, Jimin creía que el tiempo lo ayudaría a superar la muerte de su madre, porque a pesar del tiempo ser cruel, también era comprensivo y consejero si era compartido.
...
La ironía que yacía sobre el cielo más azulado en meses y el sol que se posaba sobre las flores nacientes le incomodaba en lo más profundo de su ser. El día de su funeral, un día oscuro para él, estaba pintado de los colores más cálidos y de una paz inefable. Escondió sus ojos hinchados detrás de sus mechones de cabello y caminó con la cabeza gacha junto a su hermano hasta el altar donde descansaba la foto de su madre y los arreglos florales.
El funeral estaba lleno de gente que él medio conocía, medio desconocía. Los visitantes lo saludaban a él y a su hermano para darles sus condolencias y pasaban hacia la sala principal haciéndole reverencias al retrato de Yon. Luego de eso, cuando la mayoría se encontraba del otro lado de la sala, Jimin decidió permanecer en soledad frente al altar.
Todas las flores favoritas de Yon se encontraban rodeando su foto, tan sonriente como lo había sido siempre. Jimin esperó que su alma estuviese sonriendo desde donde estuviera, y que si otra vida se le era dada, deseó que ella pudiera tener la oportunidad de vivir mucho más años llena de alegría.
Permaneció frente al altar con la comisura de sus labios hacia abajo, permitiendo que su mandíbula temblara. No estaba llorando; Jimin simplemente quería sentir el silencio en su cuerpo y suspirar los miles de dolores que tenía dentro. La soledad que yacía en aquella sala le hacía traer tantos recuerdos a la mente que el pecho se le incendiaba en agonía y suplicaba por que aquellas memorias se alejaran un momento y lo dejaran en paz.
Antes de que las lágrimas se derrumbaran por sus ojos, oyó los pasos de alguien adentrarse a la habitación. Estaba seguro de que era Yoongi, pero supo al segundo de que éste venía acompañado. No esperaba que la figura más alta que se encontraba junto a su amado se tratara de su mismísimo padre.
Fue un segundo en el que se quedó estático como si no reconociera el lugar en el que se encontraba. Se le vino a la memoria las últimas palabras que oyó de su padre el día que los abandonó y sus ojos se cristalizaron de repente. Su rostro se enrojeció de la rabia y casi salta hacia él para golpearlo con todas sus fuerzas. Lo hubiese hecho de no ser porque Yoongi notó su ira y se interpuso en su camino, soltando su nombre en el aire con la voz más estricta que había oído jamás. Su cuerpo entero se tensó ante la mirada del mayor, y luego volteó a mirar a su padre.
Jimin apretó sus puños y sus ojos desorbitados buscaron una explicación a la inmunda presencia de aquel hombre.
—Quería despedirme —susurró Kwan, como si temiera a que su voz pudiese enojar aún más a su hijo.
Su sola presencia lo descolocó del mundo. Se sintió como si le hubiesen echado un balde de agua helada en el día más gélido del año. Le costó incluso abrir su boca para hablar porque, todavía, la idea de que su padre estuviese justo delante de él se le hacía inaudita. Los miles de sentimientos le nacían desde el estómago y subían como si fueran insectos que devoraban todo a su paso. Pestañeó varias veces porque creyó que sus ojos se borroneaban y se le hacía imposible mirar a los ojos al hombre que había dañado tanto a su madre.
—No puedo... No puedo creer que tengas el descaro de venir hasta aquí —soltó Jimin, arrugando la nariz. Se le habían llenado los ojos de lágrimas radiantes de impotencia, pero no quería empezar a llorar frente a él. Se aguantó el temblor en su garganta y apretó con fuerza sus labios.
Yoongi caminó rápido hasta el menor y lo tomó de la mano. Lo obligó a intercambiar miradas para sosegar aquello que estaba sintiendo con sólo una expresión.
—No hagas esto ahora —le pidió Yoongi con voz suave—. Déjalo despedirse apropiadamente.
Jimin lo miró a los ojos y su ceño se arrugó aún más, esta vez lleno de incomprensión, como si aquello lo hubiese ofendido de gran manera. Apartó su mano de la de Yoongi y dio un paso hacia atrás. Su corazón estaba dando saltos dentro de su pecho y pensó que en cualquier momento perdía la conciencia, porque de repente las paredes empezaron a dar vueltas y un pitido gritaba en su oído rompiendo poco a poco su cordura.
Lo dejó medio aturdido el hecho de que Yoongi estuviese del lado de ese hombre. Incluso todas las mierdas que había hecho, todo el daño que había provocado, todo el sufrimiento. Abandonó a su familia en el momento en el que fue más necesitado, y Yoongi lo sabía perfectamente. Ahora lo defendía frente a sus narices... ¿Cómo él era capaz de hacerle eso?
Jimin se echó el cabello rosado hacia atrás y sacudió la cabeza. Hizo otro paso retrocediendo y luego se hizo a un lado, para después pasar tan lejos como le fue posible de aquellos dos sujetos. Dio pisadas fuertes y rápidas y evitó todo contacto con las otras personas que se encontraban en el lugar. Oyó incluso la voz de su hermano llamarle, pero lo ignoró para salir a toda prisa hacia las calles y dejar que el aire entrara a sus pulmones. No sabía si era cosa suya o qué estaba pasando exactamente, pero el sonido de la vida parecía alejarse como si fuera un tren en marcha, y la vista se le nublaba por la ilusión de humo que su mente creaba. Perdió la cuenta de las veces que intentó respirar profundo el aire fresco y calmarse, pero los nervios se le habían subido tanto que ya no era capaz de organizar ningún pensamiento coherente.
¿Por qué se sentía tan miserable? ¿Por qué debía sentir como si todo bajo él se derrumbara y se hiciera pedazos? ¿Por qué era tan insoportable el recuerdo de su madre?
Se fue lejos. Corrió tan rápido como pudo para escapar del dolor que lo estaba quemando por dentro. Quiso perder en el camino la silueta de su padre tan jorobada, tan decaída, tan demolida, llena de ruina y desamparo. Quiso olvidarse de la foto de su madre sonriendo entre flores que no eran hermosas, sino catastróficas, nacidas solamente para causar daño y hacer estragos en el corazón. Se ahogó en un sollozo incontrolable y la necesidad desesperante de respirar normal, pero el sufrimiento se pegaba en su pecho y lo apretaba, obstruía el paso al oxígeno.
Ni siquiera supo en qué momento había llegado a la casa de su madre. Apenas podía mantenerse estable, caminaba tambaleándose y el sudor recorría su rostro por haber corrido sin parar. Deambuló por las habitaciones y se detuvo junto a la pared de la cocina, observando la foto familiar que colgaba sobre un clavo viejo. Silencio. Tanto silencio le perturbaba. Las sonrisas de los cuatro juntos, abrazados, unidos por la alegría, le provocaron náuseas. Aquella imagen debía hacerle sonreír de la nostalgia, pero fue más una puñalada en el pecho y lo convirtió en impotencia. Jimin rápidamente tomó la foto de un manotazo y la estalló contra la pared del otro lado de la habitación. Los vidrios del retrato se esparcieron por el suelo y así cayó él también, quedándose sentado con la espalda contra la pared.
Lo que más le dolía era que se veía a sí mismo en los ojos de su padre. Además de que jamás podría haber enmendado lo que le había hecho a la mujer que le dio la vida, incluso si ella había dicho que lo comprendía. Dejar atrás a tu familia no era algo para comprender. Era algo para despreciar. Y aquella sensación era tan detestable que lloró lo más fuerte que pudo, desgarrándose la garganta por la frustración de todo.
—¿Por qué...? —sollozó, golpeando numerosas veces la parte trasera de su cabeza contra la pared—. ¿Por qué te la has llevado tan temprano? Dios mío, ¿por qué has desatado tanto dolor?
Miró hacia el techo como si esperara respuesta. El silencio ensordecedor lo frustró aún más. Soltó un grito de rabia hacia el aire y le dio puñetazos al suelo como si no encontrara otra forma de descargarse. Le dolía respirar, incluso le dolía estar despierto.
Si Dios existía, ¿por qué se ocupaba de crear tanto sufrimiento en el alma de las personas? Necesitaba saber por qué debía sentir el deseo de esfumarse cuando parecía que su corazón se derrumbaba y él se caía del mundo.
Jimin dejó caer todo su cuerpo al suelo y permaneció tendido sobre las baldosas donde una vez jugó y corrió a carcajadas; donde ahora yacía llorando y desatando toda la congoja que sentía por la pérdida de su madre, por la culpa, por el odio inconmensurable. Nunca había sentido tanta soledad en su vida.
...
Su rostro estaba siendo apretado por las manos suaves del mayor y su corazón parecía querer explotar. No podía mirarlo a la cara, no cuando sus lágrimas caían por sus dedos y la molestia aún pesaba sobre su conciencia. Yoongi le hablaba, le decía que lo mirara a los ojos. Jimin no escuchaba a sus palabras.
—Jimin, por favor, préstame atención.
Jimin negó con su cabeza y apartó las manos de Yoongi con brusquedad.
—No te imaginas ni un poco lo que sentí cuando decidiste estar del lado de ese hombre—soltó, apretando los dientes. Aún seguía sentado en el suelo, y Yoongi había intentado levantarlo cuando lo encontró sollozando en un rincón; lo que el mayor recibió fueron insultos y quejas del otro.
—¿Estar de su lado? —espetó con el ceño fruncido—. ¿De qué demonios estás hablando?
—Déjame solo, Yoongi. No quiero hablar de mierdas con nadie.
Trató de levantarse para alejarse, pero el contrario lo tomó del brazo y lo obligó a quedarse.
—No eres el único que sufre. Tú perdiste a tu madre y él perdió al amor de su vida —dijo con total seriedad—. Y creo que nadie en este mundo se merece perder a la persona que ama.
—¿Entonces por qué la dañó de esa manera?
—En el amor no hay forma de que salgas ileso.
Jimin bajó la mirada y un par de lágrimas brotaron de sus ojos. Pasó las manos por su rostro y sorbió su nariz, sacudiendo la cabeza lentamente.
—Nos dejó en el momento en el que más lo necesitábamos, fue un maldito cobarde —musitó con voz temblorosa—. Y yo también lo hice, por eso es que me duele tanto verlo. Porque me veo a mí mismo en mi padre, y lo odio. Odio que él exista en mí, odio haber sido un jodido desgraciado por dejar a mi madre por miedo a todo, por miedo a volver a casa, que mi padre no estuviese allí y que yo tuviera que convertirme en alguien más fuerte. Pero no podía ser más fuerte, Yoongi. No puedo serlo ahora ni nunca lo seré porque soy un maldito cobarde, justo como mi padre.
Yoongi acomodó el cabello de Jimin, acarició su mejilla y dejó la mano sobre el borde de su cuello, tocándolo casi como un suspiro.
—Tienes que aprender a perdonarlo, y perdonarte a ti también. Eso es lo que tu madre deseaba, porque Yon los perdonó en el momento que volvieron a ella. Ella no necesitaba que se arrodillaran a sus pies suplicándole perdón, porque sabía que ambos estaban arrepentidos de todo. No necesitó que le dieran mil razones por las cuales se fueron, porque con sólo mirar a sus ojos, supo dónde se escondía la verdad. Miedo. Y tuvieron miedo de ver a alguien que se moría, tuvieron miedo de amar con locura a la vida cuando ésta ya se estaba yendo. —Yoongi plantó un beso en su frente y suspiró, tomando las manos de Jimin y sintiendo su temblor sobre las suyas—. Entonces, por favor, trata de perdonarte como tu madre te perdonó, mi amor.
¿Y qué podría decir frente aquellos ojos que lo hipnotizaban y lo hacían amarlo cada vez más? Su boca se hizo una línea y escondió su rostro en el pecho del mayor, pasando sus brazos por la cintura de éste y cerrando sus ojos, deshaciéndose un momento del mundo para poder sentir el calor de Yoongi y su amor apegándose a su cuerpo.
Estuvieron un rato abrazados mientras Yoongi sentía que los latidos de Jimin se serenaban. De a momentos, dejaba castos besos sobre su piel para calmarlo, para hacerlo sentir amado.
—Quiero ir a ver a mi mamá —dijo Jimin, después de un largo beso—. Salí corriendo de allí. Fue incorrecto. No quiero quedarme aquí en el día de su funeral. Quiero despedirme apropiadamente.
Yoongi asintió con la cabeza, acariciando su cabeza, y ambos se pusieron de pie para volver de nuevo a un lugar que probablemente ya estaba vacío de personas. Anteriormente Yoongi había llamado a Jihyun y a Mina para avisarles que Jimin se encontraba con él y que no tenían nada de qué preocuparse. Les pidió que, por favor, los dejaran solos durante un momento, para así no atosigar más la pobre mente del menor. Jihyun le agradeció por la dedicación que le daba a la "amistad" con Jimin y prefirió dejar a su hermano en sus manos.
Entraron a la sala de velatorio en silencio, tomados de la mano. Ya no había nadie allí, por lo que Jimin pudo suspirar un tanto aliviado. Se acercaron al altar y Jimin se arrodilló frente al retrato de su madre y pegó su frente contra el suelo, temblando como una pequeña hoja que debía ser protegida.
—Lo siento mucho, mamá, por todo. —Sorbió su nariz para no dejar caer más lágrimas—. Haré todo lo posible para llenarte de orgullo, para que me veas desde donde quiera que estés, y que tu alma descanse en paz.
Yoongi dejó que sus labios formaran una suave sonrisa y se arrodilló junto al contrario. Acarició su espalda con cariño y luego hizo la misma reverencia que Jimin. Con la cabeza contra el suelo, Yoongi expresó:
—Cuidaré a su hijo y lo haré muy feliz, señora Park.
Jimin suspiró y apartó la mirada, sintiéndose cálido por un momento a causa de la voz tan suave de Yoongi. Fue extraño para él que cuando sus ojos se plasmaron en un lugar cualquiera, cayeron sobre una rosa blanca y un trozo de papel escrito. Se puso de pie para alcanzar la nota que yacía justo detrás del retrato de Yon, y tomó la rosa entre sus dedos.
"Esta vez, mis letras no son de buenos días, ni un saludo de bienvenida. Esta vez, esta es la última nota que podré escribirte.
No creo que existan palabras para expresarte cuán destrozado estoy por cómo te esfumaste de este mundo, cuando siempre mereciste vivir con los pies sobre la Tierra hasta que el Sol y la Luna compartieran el mismo cielo. No vi el último brillo en tus ojos, pero sí recuerdo la más preciosa sonrisa y la guardo con cariño dentro de mí. Fui egoísta y decidí mantenerte en mi memoria de la forma más pura. Espero algún día recibir perdón, si es que eso es siquiera posible. Sólo espero que La Vida decida darte otra oportunidad y renazcas en otro ser igual de imperfecto a como fuiste en este tiempo; imperfecto con millones de perfecciones, con millones de bellezas, con la infinidad de tu brillo que opacaba hasta la más grande estrella.
Me bastó con verte un segundo para poder saber que en realidad puedo amar con toda el alma.* Nuestros cuerpos no pudieron estar juntos hasta la eternidad, pero estoy seguro de que nuestras almas seguirán el camino unidas. Te amo hoy y siempre, mi rosa más bella.
-Kwan."
Jimin quitó sus pupilas del papel y contuvo la respiración. Sus manos temblaron, pero su rostro se mantuvo calmado. Cerró sus ojos para buscar la paz que se suponía debía estar dentro suyo para permanecer sereno; volver a llorar no estaba en sus planes porque ya le dolía físicamente. Apretó la nota y la rosa contra su pecho, como si las palabras se convirtieran en persona. Quiso que aquel abrazo se impregnara en la esencia de esa nota y, así, pueda llegar hasta el alma de su madre.
Nunca supo cuánto amor su padre le tuvo a su madre. Quizá era tan grande que ni siquiera sus hijos podían dar cuenta de ello. Pero, incluso las palabras más comunes, Kwan las había descrito como si fueran las últimas de su propia vida, convirtiéndolas a cada una en únicas. Había dejado parte de su vida dentro de ellas y eso fue, probablemente, lo que dio un poco de calidez al pobre y roto corazón de Park Jimin.
...
Las viejas notas de un piano ensimismaban un esplendor alrededor de un nuevo lugar. Único y solitario, aquel instrumento de música fina y apasionada se encontraba en mitad de un cuarto desértico. Las manchas de pintura en las paredes y los montones de diario sobre el suelo no le impidieron tocar la más pura canción que había compuesto hacia su amado, convirtiendo aquella melodía en la primera que inundaba la vivienda. Lo que recibió como recompensa por su hermosa música fueron abrazos, besos, caricias y algo más.
Un poco más de un año del fallecimiento de Park Yon, Yoongi y Jimin habían decidido mudarse juntos a un nuevo apartamento. Habían tenido dificultades durante el camino, pero gracias a la ayuda de sus amigos fueron capaces de salir adelante.
Su relación ya estaba afianzada y todos los de su alrededor sabían de ella. Se habían hecho presentes algunos celos por parte de Jihyun, una que otra expresión de sorpresa, millones de preguntas y curiosidades, pero nada fuera de lo normal. En realidad, todos ya estaban un poco acostumbrados a su proximidad y el aprecio que se tenían aquellos dos se podía ver en sus miradas.
La manera en la que llevaba Jimin la muerte de su madre y ahora el acercamiento que intentaba su padre tener de vuelta con sus hijos era bastante serena. Había tenido mil y una discusiones con su hermano sobre Kwan, y al final comprendió que volver a relacionarse con él no sería tan malo. Quizá, incluso, podría llegar a confiar en él una vez más.
En cuanto al grupo Bangtan Boys, su amistad cada vez era más fuerte y aquel lazo que compartían los siete se había transformado en un lazo de familia. Eran inseparables. A pesar de ciertas peleas (como cualquier grupo de amigos tiene), el aprecio que se tenían por el otro podía superar cualquier cosa.
Seokjin había ganado mucha popularidad con su nuevo emprendimiento; florería-bar. Al principio, Yoongi le había dicho que era una idea estúpida y que nadie iba a querer pasar la tarde tomando un café alrededor de un montón de plantas. Sin embargo, su idea revolucionó. La mayoría de su clientela eran chicas adolescentes: una, porque Seokjin era demasiado atractivo y llamaba la atención, y dos, porque las muchachas veían súper romántico ese lugar lleno de colores. Por supuesto, el mayor del grupo se la pasó mirando a Yoongi con aires de grandeza, dejando entrever que sus ojos decían "te lo dije" con arrogancia. Yoongi sólo podía estar feliz que hubiese funcionado.
Hacía poco tiempo que Jungkook y Taehyung se habían abierto a sus compañeros para contarles que estaban juntos. Aunque Jimin ya lo sabía hace mucho, fingió sorpresa. Le pareció tierno ver a los dos tímidos y avergonzados hablar sobre ello, pero se alivió que hubiesen tenido la confianza necesaria para contarles sobre su relación. En ese momento, Hoseok había dicho algo como "¡y yo aquí sigo solo!", provocando risotadas en los demás. La realidad era que todos estaban muy felices, porque los siete pasaban por una etapa de sus vidas en las cuales estaban llenos de alegrías y buenas noticias.
Un día en el que Yoongi se estaba encargando de terminar la pintura de la última pared que quedaba, Seokjin se había quedado para hacerle café y comer galletas juntos.
—¿No piensas ayudar? —le cuestionó Yoongi, manchado hasta el cabello con la pintura blanca. Seokjin estaba sentado en una silla, bien alejado de él, observándolo trabajar arduamente.
—Nah —dijo—, me voy a ensuciar. Traigo ropa nueva. ¿Viste lo linda que es mi camiseta? La amo.
—Entonces no hubieses venido.
Seokjin le sacó la lengua y volvió a posar sus ojos sobre la pared mitad blanca, mitad gris. Su expresión entonces cambió a una más pensativa y un suspiro se escurrió por sus gruesos labios, serenando su semblante. Cuando habló, su voz salió suave y baja; Yoongi casi que no fue capaz de oírlo.
—Creo que nunca he sido tan feliz en mi vida —mencionó, mirándose las manos. Una risita salió de su boca y se quedó sonriendo con placidez—. Y ni siquiera es mi propia felicidad. Estoy feliz por ti, Yoongi, y por los demás. Y... —suspiró nuevamente—, me llena tanto el corazón que estés mucho mejor, que hayas logrado tanto en tan poco tiempo. Se nota tanto el amor que le tienes a Jimin que a veces les tengo envidia. Envidia de la buena, ya sabes. —Yoongi se quedó mirándolo como si las palabras se hubiesen atorado en su garganta. Seokjin prosiguió—: De verdad espero que esta felicidad persista por mucho tiempo, ¿sabes? Porque hace muchos años que te conozco y esta es la primera vez que te veo sonreír sólo porque pintas una sucia pared.
Yoongi dejó escapar una risa corta y agachó la cabeza. Se sintió apenado por la repentina confesión de su amigo, pero se rió para ocultar aquello. Estaba contento. Tan contento que el corazón le latía a toda velocidad.
—También espero eso, Jin —pronunció, y sus manos volvieron al arduo trabajo de pintar.
...
Rozando sus pieles con cuidado, el calor que el cuerpo del otro emanaba los hacía caer en un mundo del que jamás se cansaban. Sus besos de buenas noches después de apaciguarse junto al otro en miles de abrazos y caricias, eran lo que Yoongi más amaba. Jimin se quedaba dormido al instante, acurrucado junto a él para buscar calidez dentro de las mantas. En cambio, Yoongi prefería quedarse un rato despierto y contemplar las bonitas pestañas del menor y sus mejillas rosadas productos del sudor. Le encantaba pegarse a él y rozar su nariz contra la del otro y mirarlo lo más cerca que pudiera. Amaba cada detalle de él, incluso esos pequeños granitos que le salían en la frente a los cuales les ponía nombres estúpidos como "Señor Feliz", "Patata", "Osito". Jimin se reía de eso, entonces le gustaba tenerlos, porque así recibía más tonterías de parte de su hyung y le encantaba.
Cuando la noche se hacía más oscura y sus ojos comenzaron a cerrarse, oyó el molesto sonido de su celular vibrando sobre la mesa junto a la cama. Lo dejó sonar por un rato, pensando en que si no contestaba, pronto se callaría. Sin embargo, no hubo calma durante un minuto entero y se resignó a girar en la cama para coger el celular; se sentó al borde de ésta y miró la pantalla con ojos pequeños, tratando de analizar el número desconocido que aparecía frente a él. Miró la hora en su reloj. Eran las cuatro de la mañana pasadas.
—¿Quién es? —preguntó con voz prepotente pero baja, intentando no despertar a Jimin.
El silencio que se escuchó del otro lado le provocó escalofríos y tragó saliva.
—Suga, quiero verte.
Esa voz. Esa voz que tanto había odiado y que casi estaba olvidando. El estómago se le revolvió y sintió el frío más intenso en mucho tiempo. Los nervios que le nacieron le nublaron la vista por un momento; era inconsciente de que sus uñas se estaban clavando en su muslo de tal manera que se estaba lastimando.
Tardó en responder porque se había quedado en blanco al oír ese tono nuevamente contra su oído. Trató de buscar de donde fuera la valentía para hablar, y cuando lo hizo, su voz tembló como si todo el pasado hubiese vuelto a su ser.
—¿...Seung? —alcanzó a susurrar.
Y LO PROMETIDO ES DEUDA.
ahre yoro porque nunca había tardado tanto en subir capítulo. Estoy con la facultad y todo, tengo mil cosas que hacer y no tenía tiempo para nada *cries*. La semana que viene tengo dos parciales el mismo día y tengo que entregar más trabajos, así que no me verán hasta Mayo porque voy a estar estudiando :^) Voy a hacer todo lo posible para traerles capítulos seguidos, so, eso.
Mil gracias por leer, ojalá la espera haya valido la pena❤️🌺 Bye
—*esta frase la escribió Hogi de IBT en Facebook. Quise usarla (con su permiso) porque me llegó al cora, bai—
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