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명왕성- Plutón

[memory] — recuerdo.

Su pecho se encogió de repente, arraigando una sensación nostálgica en su corazón que no supo cómo expresar.

La música que se enredaba entre las rosas de la florería le pareció llena de melancolía, pero no comprendía a qué se debía aquel sentimiento oculto dentro de él. El triste piano que se oía desde otra habitación comenzó a sonar entre el silencio que albergaba el lugar, pues era el único cliente en ese momento. La soledad en la florería le permitió escuchar con claridad la melodía y hubo un segundo en el que casi derrama una lágrima, absorto en un pensamiento lejano.

Pero la voz de una un muchacho interrumpió su confundido pesar, sonriéndole desde detrás del mostrador.

—¿Eso es todo? —preguntó el hombre, sosteniendo una sonrisa dulce.

Jimin asintió con la cabeza, tragando saliva, creyendo que así el nudo en su garganta se desvanecería.

—¿Es... alguien que toca aquí? —se atrevió a preguntar, mientras sacaba su billetera a la vista y dejaba el dinero en el mostrador. El joven envolvió las flores en un lindo papel de color rosado claro.

—Ah, sí —respondió él, corriendo un mechón de cabello hacia atrás—. Es mi compañero de piso. Si le molesta, le puedo decir que pare.

—Oh, no, no —negó Jimin con la cabeza—. Preguntaba porque es una melodía hermosa.

La sonrisa del joven se ensanchó, dejando ver la admiración que contenía su mirada por el muchacho.

—Él mismo las compone —declaró alzando las cejas, asintiendo varias veces con la cabeza como muestra de su orgullo—. Siempre amó la música.

Jimin delineó una sonrisa débil en sus labios y asintió. Cargó el ramo de flores entre sus manos y, como despedida, agachó la cabeza.

—Que tenga buen día —saludó.

Jimin caminó hacia la salida de la florería, alargando el tiempo en el que escuchaba la música hasta que sus pies lo sacaron fuera de la edificación.

Se preguntó a sí mismo la razón de su decaimiento. Pero no se trataba de tristeza lo que había en su pecho, sino una nostalgia que no sabía muy bien de dónde había salido. Por un momento creyó reconocer la canción, pero en su memoria no aparecía la procedencia de ésta. Intentando ignorar la música que aún podía oírse en la lejanía, "tal vez la he escuchado en la radio", pensó, y se encaminó nuevamente hacia su casa con hombros caídos.

En su antiguo hogar, un lugar que visitaba a diario, se reposaba su madre enferma oculta bajo las mantas que la protegían del frío. Cuando ella vio a su hijo entrar por la puerta de la habitación, una sonrisa brillante brotó en sus labios.

Jimin se sorprendía que aquella mujer aún pudiese sonreír con tanta naturalidad, después de todo. El silencio de la casa que su padre había dejado por cobarde, la ausencia de su hijo por diferentes razones y la constante enfermedad que la seguiría hasta sus últimos días. Park Jimin admiraba tanto a su madre que dudaba que alguna persona pudiese sobrepasar la valentía que ella le ponía a la vida.

Él arrastró una silla por la madera del suelo, encaminándola hasta al lado de la cama. Posó un beso sobre la frente de su madre y le sonrió, entregándole el ramo de flores.

—Estás linda, mamá —le dijo, sosteniendo su temblorosa mano.

—Gracias, Jimin, son hermosas —musitó con honestidad, dejando que sus ojos se cristalizaran de emoción—. ¿Cómo estas, cielo?

—Estoy muy bien. He terminado otra pintura, pero no pude traértela —comentó con una sonrisa débil—. ¿Y tú, má?

—Oh, yo estoy bien. Me he estado riendo mucho con los programas en la televisión. —Ella alcanzó el rostro de su hijo y apoyó su mano en su mejilla—. Estoy muy feliz de que estés aquí.

Jimin no pudo evitar soltar un suspiro, cerrando sus ojos al tacto de su madre. Cada vez que aquella mujer lo tocaba, la piel se le erizaba y el corazón se le oprimía.

—Nunca faltaría a verte, madre.

...

Los oídos le dolían y el pecho le retumbaba por la música alta de la discoteca. Sus manos envolvían un vaso de alcohol que apenas tocó, absorto en sus pensamientos inseguros y lejanos de la fiesta. Sus ojos se plasmaban en la risa abierta que tenía la persona frente a él, rodeado de amigos y personas con las mismas expresiones, riendo y hablando a los gritos sobre la música.

Yoongi quería largarse de allí. Odiaba tener que estar fingiendo, tener que estar sonriendo en una situación donde no se sentía cómodo ni feliz. Al parecer, su pareja risueña parecía estar disfrutando del momento.

Y sí, ambos tenían miedo de dejar salir a la luz su relación, pero era Seung quien perduraba en la larga y eterna oscuridad que ocultaba su amor. Dios sabe cuánto Yoongi juntó el valor para enfrentar a su familia, a sus amigos, a sus conocidos, y contarles sobre lo que tenían. Seung siempre se negaba a decir la verdad y se metía en un mundo de mentiras y falsas sonrisas, donde creía estar a salvo de las miradas que podría llegar a recibir de las personas a su alrededor.

Yoongi tomó un sorbo de su bebida, arrugó la nariz ante el sabor amargo pero gustoso y se limpió la boca con el dorso de la mano, expectante de la hora en su muñeca. Debía acercar su oído a las palabrerías de sus compañeros, comentando chismes que le eran indiferentes.

Mujeres y hombres bailaban sudorosos en el medio de la pista, y Yoongi fantaseaba con mover su cuerpo al ritmo de la música junto a Seung por una vez en la vida, sin ser juzgado. Además, sin que Seung intente apartarse de él como si Min Yoongi no fuera nada. Y es que a veces su pecho parecía querer explotar ante la indiferencia "fingida" de Seung, cuando sus ojos se desviaban a ver a una mujer que sus amigos apuntaban y él debía seguirles el juego.

Que se rompa en pedazos su corazón, total, Seung era su dueño y podía hacer lo que quisiera con él. Pero Yoongi odiaba haber perdido toda su dignidad, haciéndola inexistente en su interior, sólo por amar demasiado a una persona que le daba vergüenza decir quién era realmente. Los sentimientos se le mezclaban: amor y odio al mismo tiempo.

Aquella noche, privada de sentimientos buenos, Seung se puso a bailar con una muchacha linda, bajita, de piel suave y pálida. Sus amigos se reían, hacían bromas entre ellos, mientras que Yoongi se la pasó con un nudo en la garganta y un temblor incontenible en sus manos. Odiaba la sensación de impotencia, porque lo único que quería hacer era aproximarse a ellos dos, apartarlo de esa chica y besarlo frente a todo el mundo.

Pero, oh, cuidado, Seung se sentiría humillado.

Así que sus pensamientos decidieron arrancarlo de su banco y dirigirlo entre la multitud danzante y eufórica, encaminándose hacia la puerta de salida de la discoteca. Su cuerpo se chocaba con el resto, sus pies insistían en caminar apresurado, saturado en angustia. Cuando la muchedumbre cesó, el paso del aire entró a sus pulmones y cerró los ojos sin dejar de caminar. Cuando levantó sus párpados y vio la salida, su cuerpo atropelló a otro más débil que el suyo. Sus ojos se giraron a encontrar a la persona que casi había tumbado y su boca se abrió para disculparse, pero se quedaron atascadas detrás de su garganta.

La muchacha que había chocado era de tez blanca, ojos enormes y brillantes, con un cabello largo y lacio, y su mano estaba entrelazada a la de un muchacho joven, de la misma estatura que él, con un cabello brilloso y castaño. Sus ojos se cruzaron por un momento y los segundos en los que sus pupilas no pudieron apartarse, un escalofrío recorrió por la columna de Yoongi.

Yoongi se aclaró la garganta antes de pronunciar palabra.

—Lo siento —se disculpó con la cabeza gacha. No esperó a que la pareja respondiera; continuó su camino con pasos apresurados.

El frío que se manifestó de repente lo golpeó como un puñetazo en la cara. Tal vez no era sólo el viento que lo hacía tiritar y le provocaba dolor. Quizás era la razón de que, adentro, donde se suponía que era un ambiente cálido y alegre, estaba su novio fingiendo no amarlo.

Min Yoongi caminó hasta casa esa noche con rabia encerrada en sus puños, para luego yacer en una habitación oscura que era similar a un cajón ahogado en penas.

Cuando llegó el alba, Seung vino hacia él. Con ojeras bajo sus ojos y la camisa manchada de alcohol, se sentó en la cama de Yoongi y lo miró de reojo. El rubio estaba aliviado de que su compañero de piso se encontrara durmiendo a esta hora; si veía el estado en el que se encontraba su "amigo", lo sacaría a escobazos.

—¿Por qué... te fuiste? —preguntó Seung, apenas pudiendo pronunciar las palabras. Yoongi apretó los labios, tapándose con las sábanas y señalando hacia la puerta.

—No quiero verte —le dijo, volteando la cara—. Estás borracho. Te quedaste toda la noche allí, sabiendo que yo me había ido.

—¿Qué querías que hiciera? ¿Que fuera detrás de ti? —balbuceó, tambaleándose en la cama. Ni siquiera podía estar sentado y erguido—. Mis amigos me estaban viendo. Si me iba... iban a pensar raro.

Yoongi bajó la cabeza. Sus ojos se concentraron en sus dedos pálidos, para luego ver la mano de Seung apoyarse sobre la suya. Yoongi se atrevió a levantar la mirada, encontrándose con unos ojos penosos, llorosos.

—Siempre haces lo mismo... —susurró él. Dejó caer los párpados porque sabía que la mirada de Seung podía corromperlo por dentro.

—Yo te amo, Suga —musitó, acariciando su mejilla—. Lo hago por tu bien.

Dicho aquello, él acercó sus caras y plantó un corto beso en sus labios. Yoongi frunció el ceño mientras el otro apoyaba su piel contra la suya, pero se fundió en aquel acto, imposible de apartarlo. Por un momento, todo se borró de su mente. Decidió creerle al hombre que amaba.

Cuando volvió a acostarse soñó con manos que lo abrazaban, una cabellera castaña y revoltosa haciéndole cosquillas en la cara, con ojos que penetraban su alma como una melodía pacífica y hermosa, de otro mundo, lejos de ser recordado al despertar.

...

Sus dedos se volvían uno con las teclas bajo ellos, convirtiendo un movimiento en melodías que podía meterse en la piel, fresca como el aire de otoño.

Yoongi había estado viendo las teclas blancas y negras de su piano, sacando armonías de su interior. No obstante, su mente no se encontraba en aquel lugar. Sus pensamientos, distantes y confusos, lo llevaban a un universo donde sólo se encontraba él, en plena soledad. Pero no era un pensamiento vacío, más bien un sentimiento de añoranza. Por alguna razón, él extrañaba algo, pero no sabía el qué. O a quién.

Entre la música que resonaba en su habitación y el olor a flores que se adentraba desde el pasillo, el vibrar de su celular fue el que lo apartó de su sueño despierto.

El emisor era Jungkook, quien decía:

«Buenos días, Yoongi! ¿Quieres venir al departamento? Ya hemos terminado la mudanza.»

Yoongi observó por un rato el mensaje, pensando en si realmente tenía ganas de ir.

«Claro, iré en un rato», terminó por decir.

«Bien, te esperamos!»

Yoongi arrugó el entrecejo al leer la palabra "esperamos", pensando que el único que se había mudado había sido Jungkook. Se dijo a sí mismo, pensativo, que tal vez Taehyung estaría viviendo ahora con él.

Yoongi, habiéndose puesto la chaqueta de cuero oscura, caminó por el pasillo de la casa que daba la puerta hacia la florería. Se colocó una bufanda, un gorro sobre su cabello rubio y se encaminó hacia la salida con pasos largos.

—¿A dónde vas? —preguntó su compañero de piso, envolviendo en papel flores de todos colores.

—Jungkook me invitó a su departamento. Volveré en un rato —avisó, retrocediendo en sus pasos para sacar el segundo juego de llaves que colgaba del gancho en el mostrador—. ¿Quieres venir, Jin?

Jin hizo una mueca y achicó los ojos, cruzándose de brazos. La respuesta era obvia y la sonrisa de Yoongi se llenó de gracia.

—Sabes que tengo que seguir atendiendo.

—Pues ahí te quedas.

Yoongi salió, cerrando los ojos ante el viento helado que se inmiscuyó hacia sus mejillas y su nariz. Metió las manos en los bolsillos y sacó el celular, iluminando su cara con la pantalla brillante. Había escuchado de Jungkook que el edificio en el que se había mudado se llamaba Haneulgwa Ttang y que no se encontraba muy lejos, decidiendo descubrir la locación en Internet. Para su fortuna, el camino se marcó en el mapa y sus pies comenzaron a dirigirse hacia su destino.

Inmerso en las señales de su pantalla, asegurándose de no perderse, sus ojos no se fijaban en el camino por el que pasaba. Escuchaba las voces ajenas de desconocidos pasar por su lado mientras Yoongi levantaba la mirada un segundo para luego volver a bajarla. Cuarenta minutos le tomaría llegar allí a pie, así que decidió acortar el viaje y subirse a un autobús.

Ya llegando y divisando el edificio detrás de la arboleda, Yoongi marcó el número de Jungkook, bajando en la parada del autobús. Se encaminó con pasos largos y perezosos por la acera con el celular pegado al oído, pero al ser atendido, la voz de Jungkook no fue quien habló del otro lado.

—¿Hola? —dijo—. Lo siento, Jungkook no se encuentra.

—Eh... ¿quién eres? —preguntó Yoongi con arrugas en su entrecejo. Hubo un corto silencio detrás de la llamada.

—Soy su amigo. Jungkook salió a comprar —indicó con voz amable—. Pero puedo avisarle que lo llamaste.

—Oh, está bien. De todas formas estaba yendo para su departamento —mencionó, rascándose la cabeza—. Gracias.

Pero cuando cortó, achicó los ojos sin dejar de dar pasos hacia adelante. Se adentró al edificio, aliviado por el silencio que contenía las instalaciones. Poca gente venía de acá para allá, tomaban las escaleras eléctricas, hablaban con la recepcionista... Yoongi se dirigió directamente hacia el ascensor, marcando el piso en el que su amigo vivía.

Los pasillos del edificio estaban callados como un desierto. Yoongi deambuló entre ellos, revisando el número sobre las puertas. Su celular vibró y cantó en su bolsillo, sorprendiéndolo ante el repentino ruido.

—¡Suga hyung! —se oyó del otro lado.

—Tae —contestó Yoongi, con voz modulada..

—Jungkook olvidó su teléfono. Estamos afuera comprando algo para comer, pero entra de todas formas. Jiminnie te abrirá la puerta —dijo Taehyung, escuchándose de fondo a Jungkook y gente hablar.

—Oh, de acuerdo.

Antes de que pudiera decir algo más, Tae terminó la llamada.

Yoongi había escuchado hablar a sus amigos de este tal "Jiminnie". Que era de su misma estatura, que era buen bailarín, que pintaba cuadros y que su risa era contagiosa. Pero Yoongi aún no lo conocía personalmente y se estaba armando una escena en la cabeza de cómo debería saludarlo y si debería entablar conversación; iban a estar solos en la casa si los otros dos no llegaban rápido.

Tan pronto como él tocó la puerta, ésta se abrió, dejando ver al joven asomarse y preguntar, con cejas levantadas:

—¿"Suga" hyung?

Yoongi se quedó sin habla por unos segundos.

—Sí —asintió, aclarándose la garganta—. Min Yoongi.

—Oh, claro —sonrió el otro. Su sonrisa levantaba sus mejillas, que parecían suaves como el terciopelo—. Park Jimin.

Ambos estrecharon manos y Jimin se apartó de la puerta, dejando pasar al mayor dentro del departamento.

Yoongi se paseó por el pasillo estrecho, asomándose por las puertas que cruzaba, contemplando el nuevo hogar de su amigo. Aún había algunas cajas sin acomodar, y algunos muebles estaban en mitad de camino, pero la mayoría de las cosas estaba en su lugar. Yoongi pasó confiado hacia la pequeña sala de estar, donde había una mesa de patas cortas sosteniendo un lienzo con colores sobre él.

—Ah, perdón por el desorden, estaba pintando un cuadro para decorar las paredes —dijo Jimin, apresurándose a juntar los pinceles sucios desperdigados por la mesa y el suelo.

Yoongi esbozó una sonrisa, sacudiendo la cabeza.

—No, está bien, no me molesta —entonó, levantando una mano en el aire—. Puedes continuar.

Entonces Yoongi se sentó en el sofá, sacó el celular y el silencio reinó en el departamento. A veces sus ojos se desviaban para ver qué hacia Jimin, contemplando cómo sus manos se movían y deslizaban al compás de su pincel, plasmando imágenes únicas e irreversibles en el lienzo. Le recordaba a su pasión por la música, cómo sus manos se entrelazaban y se hacían uno con su piano. Los ojos de Jimin parecían brillar con la misma intensidad que los suyos al hacer lo que le apasionaba. A primera impresión, Yoongi pensó que Jimin lucía como un chico cálido y simpático.

Pasaron unos cuantos minutos cuando Park Jimin levantó la mirada y se quedó observando a Yoongi, quien mantenía la boca cerrada y las pupilas centradas en el contenido de su celular.

—¿Nos hemos visto antes? —soltó Jimin, levemente frunciendo el ceño, como si estuviese intentando recordar con fuerza.

Yoongi alzó la vista, quedándose callado por un momento y levantando las cejas.

—¿De verdad? —preguntó.

—No lo sé —se encogió de hombros—. Pero tu rostro me parece familiar.

—Tal vez alguna foto mía con Jungkook que has visto de pasada —comentó Yoongi.

Jimin permaneció en silencio y luego asintió una vez con la cabeza, regresando los ojos a su pintura.

—Sí, tal vez.

Pero lo cierto era que Yoongi también creía conocer el rostro de Jimin de antes. Quizá se cruzaron por la calle en algún momento o quizá ambos estaban confundidos, quién sabe.

La puerta del departamento se abrió y terminó con el silencio que ambos habían creado entre ellos. Taehyung llegó a la sala con una bolsa en mano y un chocolate en otra, dejando ver a Jungkook asomarse por detrás.

—¿Ya se conocieron? —preguntó Tae con una sonrisa.

—No, ni hemos hablado. Pasé sin saludarlo y todo —respondió Yoongi con tono sarcástico. Aquello sacó una sonrisa de los labios de Jimin.

—Suga hyung —saludó Jungkook, levantando las manos en el aire—. He aquí mi palacio.

—Nuestro palacio, querrás decir —agregó Jimin, sin despegar la vista de la pintura.

Yoongi miró a ambos y luego dejó la mirada sobre Taehyung, quien comía de su chocolate como si fuese lo último que comería en el día (o en la vida).

—¿Pensé que vivirías con Taehyung? —dijo Yoongi, sin saber bien si se trataba de una afirmación o pregunta. Tae sacudió la cabeza y se sentó a su lado.

—Me han dejado de lado.

—Eso es mentira —señaló Jungkook, apuntando con su dedo índice al muchacho—. Él mismo dijo que no quería vivir con nosotros.

La risa de Taehyung resonó entre las cuatro paredes, con una sonrisa tonta y tierna.

—Es que no podía, Jungkookie. Sabes no puedo dejar mi casa —dijo, abalanzándose hacia él para abrazarlo desde atrás.

Los tres comenzaron a hablar de cosas que Yoongi no entendía, y lo menos que pudo hacer fue volver la vista a su celular.

Comieron las cosas que Jungkook y Taehyung habían comprado. Taehyung ayudó a Jungkook a mover algún que otro mueble de acá para allá, mientras Yoongi y Jimin hacían el vago. Pusieron un poco de música y las charlas y risas no pararon hasta caer la noche. Yoongi, de cierta manera, se sentía fuera de ese grupo. Los tres eran alegres, chillones, carismáticos. No es que él no pudiese ser así; Yoongi tenía días en los que podía gritar por cualquier cosa, reírse a carcajadas y bailar aleatoriamente. Y otros en los que prefería quedarse en silencio, quieto y sólo ver. Ese era uno de esos días.

Pero eso no le quitaba la satisfacción que sentía al ver a los muchachos sonreír como si lo malo del mundo no existiera. Era feliz con tan sólo verlos a ellos felices.

Sin embargo, parecía que su felicidad no quería quedarse por mucho tiempo.

—Y luego dijo "¡preferiría morir!" —exclamó Jungkook, haciendo reír a los otros dos.

La mesa ya estaba puesta, llena de platos de comida que comenzarían a devorar a continuación, pero antes de que Yoongi pudiese probar bocado, su celular vibró bajo su bolsillo.

—Disculpen —dijo, apartándose de la mesa al ver el nombre de Seung marcado en su pantalla. Caminó por el pasillo hasta alejarse lo suficiente para que los demás no oyeran su conversación—. ¿Qué pasó? —preguntó, una vez fuera del alcance del resto.

—Suga —se escuchó del otro lado. Seung tenía la voz ronca, grave—. ¿Dónde estás?

—Vine al departamento de Jungkook. Ha terminado su mudanza.

—Vine... a tu casa. Seokjin dijo q-que te habías ido hace horas. ¿Por qué te fuiste sin decirme nada?

Yoongi arrugó el entrecejo. Seung arrastraba las palabras y apenas podía entenderlo.

—¿Qué diablos, Han Seung? —entonó Yoongi con voz prepotente, pero aún susurrando para que sus amigos no lo escucharan—. ¿Has tomado? ¿A esta hora?

—Es tu culpa —dijo a la par de un hipo—. Te traje flores y ni siquiera estás aquí... Estás con esos tipos.

—Voy a colgar.

—¡E-Espera! —gritó apresurado—. También... también te llamé por otra cosa. —Seung hizo una pausa y se oyó el sonido de su cuerpo echándose en algún lugar cómodo—. Tuve una pelea. Me duele mucho la cabeza y creo que me he lastimado.

Yoongi abrió la boca, dejando entrar el aire y atravesar su garganta. Tragó saliva, relamiendo sus labios y poniéndose inquieto.

—¿Estás bien? ¿Con quién tuviste una pelea? ¿Dónde estás? —Se escuchó un quejido del otro lado, alarmando más al rubio—. Seung, por Dios, ¿dónde estás? ¿Qué ha pasado?

—Estoy en mi casa. Ven.

Y la llamada se terminó.

Yoongi se quedó mirando su celular hasta que la pantalla se quedó en negro, atolondrado por segundos. Volvió en sus pasos y miró a los chicos que lo esperaban con cara de "¿qué pasó?"

—Tengo que irme —indicó, caminando hasta sus cosas y colocándose la chaqueta con cierto apresuro—. Lo siento, algo ha surgido. Pero gracias por la comida.

Jungkook se puso de pie y lo miró con ojos confusos.

—¿Está todo bien? —preguntó Taehyung.

—Sí, pero... —Yoongi se frenó a sí mismo. Ellos no sabían nada de su relación, ni tampoco tenían por qué saberlo—. Es un amigo. Parece que se ha lastimado y me ha llamado para ir a verlo.

—Oh... —fue lo único que Jungkook pudo decir.

Yoongi tragó saliva cuando se enfrentó a la mirada de Jimin. Sus pupilas no se separaron por algunos segundos y el calor subió a todo su cuerpo. Parecía que el otro quería decir algo, pero sus labios permanecían sellados y sus ojos no se apartaban. No sabía la razón, pero el corazón le latía tan rápido que parecía que le explotaría. El mayor agachó la cabeza, despidiéndose de todos, e ignoró la sensación de ahogo que sintió al abandonar el departamento.

Yoongi llamó a un taxi que cruzaba justo la calle frente a él. Se subió y rápidamente arrancó hacia la dirección de Seung. La ansiedad le hacía comerse las uñas y no podía evitar mover, constantemente, el pie bajo el asiento.

Habiendo llegado en diez minutos a la casa, Yoongi pagó rápido y salió casi corriendo. Tocó la puerta varias veces, sin importarle el dolor que le causó en sus nudillos la fría madera. Después de esperar bajo la noche helada durante un momento, la puerta se abrió y Seung se apartó, dejándolo pasar a la velocidad de la luz. La casa estaba oscura, apenas con una luz encendida al fondo, pero Yoongi se preocupó más por buscar la mirada de Seung y por heridas que pudiesen verse en su rostro.

Pero no encontró nada.

—¡Eh! —entonó, llevando ambas manos hacia el rostro de su pareja—. ¿Estás bien, Seung? Cuéntame qué ha pasado. ¿Te duele aún?

Seung sonrió y rodeó sus brazos sobre la cintura de Yoongi.

—Te extrañé.

—No estoy para bromas. Contéstame lo que te he preguntado.

—No estoy herido, Suga.

Yoongi achicó los ojos, aún no entendiendo del todo.

—¿De qué hablas? Dijiste...

—Lo que dije fue mentira —expuso Seung, echando la cabeza hacia atrás, aún vistiendo una sonrisa victoriosa en su rostro—. Quería tenerte para mí.

No podía creerlo. Se le había secado la boca, dejándola abierta como expresión de incredulidad. Las palabras se le habían atragantado en la garganta, por lo que su respuesta fue empujarlo y zafarse de su agarre.

—¿Eres imbécil? —cuestionó frunciendo el ceño—. ¡Me preocupé por ti!

Seung siguió sonriendo, esta vez dejó escapar una pequeña risita. Volvió a acercarse a Yoongi, dejando sus rostros a meros centímetros.

—Te necesito, Min Yoongi —declaró, susurrando contra los labios del otro—. Sabía que no vendrías si no te hacía preocupar por mí. Quería que estuvieses conmigo y no con ellos.

Seung fue plasmando cortos besos sobre la piel aterciopelada de Yoongi, yendo desde su mejilla hasta su cuello. Sus manos se atrevían, provocadoras, a rozar su espalda y su cintura, causándole escalofríos en todo su cuerpo.

—Seung —llamó Yoongi, cerrando los ojos ante el tacto de su novio—. Estoy enojado contigo.

Pero sus palabras no coincidían con sus acciones, pues no había rechazo alguno ni sus manos apartaban al otro.

Esa noche, bajo los besos y caricias de Seung, soñó con otra persona, pero lo olvidó para cuando el alba llegó.

...

Cuando la cena terminó y la hora de dormir se colocó en las agujas del reloj, Jimin juntó el cuadro que estaba a medio terminar y lo llevó a su habitación, donde tenía el resto de sus pinturas realizadas. Su habitación aún era un desastre y eso le molestaba, pero el cansancio en sus ojos lo obligó a echarse en su cama y dejar caer sus párpados. Su mente, en cambio, parecía querer volar y ser libre por un rato más. Dejó salir un suspiro inconsciente, cuando en su cabeza se plasmó la imagen de Yoongi mirar hacia abajo con su celular. Recordó las facetas de su rostro por unos segundos, casi sumido en un sueño, cuando de repente sus ojos se abrieron de par en par y se llevó a sí mismo a sentarse en el borde de la cama.

Se levantó, sintiendo el frío piso en sus pies descalzos, y cruzó al otro lado de la habitación con rapidez para fijarse en sus viejas pinturas. Entre los lienzos apoyados en el suelo, sacó uno y lo levantó a la altura de su rostro.

Se quedó pasmado.

La pintura, llena de color, con líneas delicadas y rodeada de flores, dibujaba a un hombre en ella. Su expresión y las facetas de su rostro, su piel blanca y sus ojos únicos... En el cuadro se podía contemplar exactamente el mismo rostro que Min Yoongi y Jimin no pudo evitar que su corazón diera un vuelco.

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