다중 우주 - Multiverso
Desgarra las rosas de mis entrañas y piérdete en el delirio rojo de mi océano.
[the man who had loved so much] — el hombre que tanto había amado.
El día en que tuvo que enterrar a su madre en el patio de su casa, llovía como si la furia de los cielos intentara bañar sus pecados.
Un pequeño de diez años, cavando el pozo que abrazaría los huesos de su madre al final de su patio. Qué escena más siniestra, siendo testigo y culpable su padre, quien yacía bajo el techo del hogar contemplando los flacuchos brazos del niño usar arduamente la pala contra la tierra. Un objeto contundente era sostenido por sus manos, pero ni una gota de sudor caía por su frente ante el forcejeo que había ocurrido anteriormente dentro de la habitación.
—Nunca abrirás la boca sobre esto, o te abriré el pecho a ti también.
Eso es lo que su padre le había susurrado al oído. El pequeño grabó esas palabras en su cabeza como si estuviese rayando una pared con una cuchilla. "Terminaré enterrado junto a madre si no hago lo que me dice", pensaba el niño.
Después de unas horas, llamaron a la policía y anunciaron la desaparición de la mujer de la casa. Corto de palabras se quedó el niño al observar las lágrimas mentirosas que caían sobre el rostro de su padre cuando se enfrentó a las autoridades. En ese momento, pensó que el hombre que le había dado la vida se veía increíble. Lo admiraba por haberse limpiado las manos de crimen y jamás haber sido descubierto.
Y pensó en aquella situación; él embarrado con la vida de su madre mientras de niño cavaba su tumba, queriendo imitar la frialdad y cinismo de su padre al asesinar a una persona. Cuando estaba cavando el pozo para Young-mi, recordó el rostro deformado de su madre a golpes, con varias heridas en el vientre donde crecía su bebé y los cabellos teñidos de su propio lago carmesí. Seung creyó que la sangre de Young-mi no se veía tan extravagante como la de su progenitora, pero se había llenado de orgullo al ser capaz de pintarse las manos de rojo sin el accionar de nadie más.
Todos los días, desde el momento en que atravesó el pecho de la joven Young-mi con el filo de las tijeras, los gritos de dolor y desesperación lo aturdían como una melodía salvaje arrancada de los confines de la Tierra. Le recordaban lo cruel que había sido, lo inhumano de sus actos, pero sonreía; Seung sonreía por haberse devorado el alma de alguien tan precioso como lo fue ella. El sonido de su voz aún vivía en su cabeza y él se carcajeaba ante la insistencia de Young-mi después de la muerte, persiguiéndolo entre los rincones de la penumbra, queriendo despedazar hasta el último trozo de carne colgando de sus huesos. Pero Seung no temía a su sombra, no temía a su presencia, ni a sus ojos inexplicablemente impávidos cuando se enfrentaban a los suyos. Antes se acurrucaría en su cama y le gritaría que por favor lo dejara en paz, correría para escapar de aquella pesadilla. Ahora, Seung se quedaba horas mirando la silueta de Young-mi en el rincón de su habitación, observándose mutuamente con palabras mudas.
Él creía que su presencia se debía al amor que le había tenido en vida. Enfermo en su egocentrismo, Seung se deleitaba con su presencia por creer que se debía a la afectividad con la que sus manos se habían posado sobre el cuerpo de la muchacha alguna vez. Y Young-mi ya no le hablaba, ya no se movía. Se quedaba estática contra las paredes de la casa y todo lo que hacía era observarlo sin pestañear. La mente de Seung ya, de tan ausente de cordura, se había convencido que Young-mi no era producto de su imaginación, sino el resultado de su alma suplicando por un poco más de pasión.
Si sólo supiera que su inconsciente lo engañaba y lo llevaba cada vez más cerca del precipicio de su vida, su sonrisa se evanescería ante el sentimiento tan agonizante de la desesperación.
...
Tendido en su cama, las pupilas de Yoongi recorrían toda la extensión del techo en un sueño consciente, mientras oía a Jungkook cantar del otro lado de la habitación. Sus manos se tocaban frenéticamente y su cuerpo temblaba ante la abstinencia de un cigarrillo que saciara sus pensamientos. Está aquí, está aquí, está aquí. Escuchaba a su mente suplicarle silencio, porque todavía podía oír el murmullo de la multitud ahogando su andar y la sonrisa fatídica de Seung calándose hasta sus huesos.
Después de tanto tiempo, él había regresado a la ciudad. Se había atrevido a pisar el suelo donde tantos crímenes había cometido, andando por las calles sin una pizca de remordimiento ni culpa, ni temiendo a que reconocieran su rostro. Tan cínico era que después de tantos años, lo primero que hizo fue mostrarle una expresión de victoria, como burlándose de su miseria.
Y Yoongi ya no podía soportar tanta ira volcánica dentro de él.
Se sentó en la cama, tratando de calmar sus nervios al respirar profundamente. Buscó con la mirada un cigarro, pero había tirado la última caja que le quedaba y se había obligado a sí mismo a no comprar más. Entonces, con un cosquilleo en la punta de sus dedos, no se le ocurrió otra idea en su insana cabeza que tomar el celular entre sus manos y marcar un número.
Esperó el tono de llamada con desesperante ansia, golpeando los pies contra el suelo constantemente, mientras se comía las pocas uñas que tenía.
—¿Hola? —respondieron. La voz del otro lado era suave.
Sabía que era tarde en la noche, pero necesitaba verla.
—Suran... —habla con la voz ronca—. ¿Estás libre ahora?
Hubo un momento de silencio del otro lado de la línea, como si estuviese razonando el porqué de la llamada.
—Oh, Yoongi. —Suran se aclara la garganta—. Sí, estoy libre. ¿Quieres que nos veamos?
—Sí, si es posible.
—Uhm, espera... —Hubo un sonido, como si se hubiese quitado el celular del oído y le habló a alguien más por lo bajo. Luego, volvió a acercarse a la llamada—. Sí, estoy sola en mi casa, puedes venir. Jackson no está.
—De acuerdo, en un momento voy.
Y cortó.
Se quedó unos segundos contemplando la nada, preguntándose si lo que hacía era lo correcto. Pero ya no le importaba regirse por los reglamentos insulsos de lo que estaba bien o mal; el deseo que lo estaba carcomiendo desde adentro era más grande que la moral y la cordura misma.
Yoongi se puso de pie y se vistió, arrancando sus pasos fuera de la habitación. Jungkook estaba con su celular en las manos mientras tarareaba una canción y Yoongi pasó por su lado, encaminándose hacia la salida del departamento.
—¿A dónde vas? —preguntó el menor.
—Volveré más tarde. —Yoongi regresó su mirada a Jungkook y forzó una sonrisa—. Iré a saciar mi mente.
...
Sus voces se unían en charlas en las cuales Yoongi fingía interés. Ella pintaba sonrisas coquetas en sus labios, pasaba una mano por su cabello y pestañeaba con sutileza varias veces, como si quisiera llamar la atención del hombre cercano a ella. Suran hacía chistes y se tocaba la boca, mientras el vino rojo pintaba sus bonitos labios.
Ambos sabían para qué se encontraban en el desierto ambiguo de aquella casa. Ambos sabían que sus ropas eran muros para lo que sus venas pedían. Para Yoongi no hacían faltas charlas innecesarias ni intentos inútiles en atraer al otro, pues sabía que desde el primer segundo las pupilas ajenas habían caído ante las suyas. Ya sabían que aquellas miradas sólo terminarían en una sola cosa. Y Yoongi, cuando la vio desnuda bajo él, de piel sedosa y pálida, pensó en que podría caer rendido ante ella si su corazón no le perteneciera en su totalidad a alguien más.
Tuvo que llenarse de fábulas en el interior para ser capaz de rozar su piel contra la suya. Sólo debía cerrar sus ojos y no hacer caso a los besos que iba abandonando Suran en la extensión de su cuerpo; ignoraba las caricias de sus manos y las imaginaba diferentes, más etéreas, más inefables. Intentaba imaginar que aquellos labios eran nacientes de flores rojas inundadas de lujuria, y no seca y simple carne pegada al rostro de una mujer insípida. Lástima para él, pues ni la utopía en sus arterias podía hacerlo creer que sus caricias no eran vacías porque ningún roce entre ellos creó un incendio en su corazón ni inundó sus ojos de lluvia.
Yoongi quería morir cuando sintió sus labios pegarse a otros, tan desconocidos e inexplorados, salientes de algún lugar remoto al cual jamás quería ir. Abrazó con mentiras el cuerpo ajeno y sintió su calor sin pizca de afecto. Todo para ahogar el sentimiento personificado; todo lo hacía para sosegar las voces que le gritaban que se despojara de su cordura, que lanzara su alma a los abismos del pecado y la maldad.
Y cuando se encontró con Suran durmiendo desnuda a su lado en una cama que le era tan ajena que lo desconcertaba y provocaba náuseas, sintió que había tocado fondo. Se evanesció de aquella habitación como pudo, haciendo el menor ruido para no sacar de ensueños a la muchacha. Viajó descalzo hacia el patio trasero de la casa y se encontró con el silencio desopilante del vecindario y la noche. Quiso ahogarse en una promesa rota y así lo hizo. Buscó y halló en algún rincón de la casa un paquete de cigarrillos de la marca que a él no le gustaban, pero aun así, lo posó sobre sus labios y lo encendió tal y como encendió la llama insana que ardía en su pecho.
Esperó sentado en una hamaca vieja y oxidada que colgaba de un árbol a que su mente se aclarara e imaginara todos los posibles desenlaces. Ahogó sus pulmones en humo y permaneció quieto hasta que su consciencia estuviera preparada para manchar aún más su juicio. Y cuando se sintió listo, se puso de pie y camino con pasos pesados y apresurados hacia el interior de la casa, buscando con la mirada lo que había ido a buscar en primer lugar.
El arma que yacía sobre la mesa la primera vez que entró a esa casa ya no se encontraba a la vista. Recorrió sigilosamente todas las habitaciones del lugar y no encontró nada. Supuso que Jackson se la había llevado cuando salió a la calle, pero incluso con ese pensamiento en mente, no se detuvo hasta haber revisado cada pequeño rincón de la casa.
—¿Qué estás haciendo?
La voz de Suran lo sorprendió, pero no lo suficiente como para hacerlo voltear. Sus manos estaban posadas sobre un mueble viejo, con candado. Había estado intentando abrirlo, pero sin la llave le era imposible.
—Necesito...
—¿Estás buscando el arma?
Yoongi giró a verla, inexpresivo. Estuvo unos segundos observándola, como si quisiera hablarle con la profundidad de sus ojos. Quizá Suran comprendió algo, porque sus cejas se alzaron de repente y caminó un tanto titubeante hacia una caja que yacía clavada contra la pared. De allí, sacó una de sus armas, diferente a la que Yoongi había visto con anterioridad.
—¿Para qué la quieres? —preguntó con el ceño fruncido, sin acercarse a él.
—¿Para qué se usan las armas? —preguntó retórico. No apartaba la mirada de ella, quien cada vez se veía más preocupada.
—Pues para varias cosas. Defensa propia, amenazas, instaurar miedo... Pero tu mirada me dice que la usarás para lo que se ha creado. —Hace una pausa, como si temiera a hablar de más—. Matar, ¿cierto? ¿A quién quieres matar, Min Yoongi?
Yoongi extendió la mano en el aire, sin aproximarse a ella, mirándola con pura frialdad en sus ojos. Suran pensó que aquella mirada se asemejaba a las pupilas de un insensible psicópata y tiritó en su lugar, tragando saliva.
—¿Me darás el arma? —cuestionó él con voz modulada.
Suran dio un paso hacia atrás por puro instinto y apretó los labios, negando con la cabeza.
—Dime qué planeas hacer. ¿Por qué debería darte un arma a ti, de todas las personas?
—Porque mataré al hombre que le quitó la vida a Young-mi.
El aire se le escapó de los pulmones y dejó de temblar de inmediato. Lo miró con los ojos abiertos de par en par, anonadada, pero también tratando de ver a través de su mirada si lo que decía era cierto. Se le secó la garganta y su mandíbula tembló cuando quiso hablar.
—¿A Seung...? —Suran tragó en seco y trató de serenarse y respirar, pero falló—. ¿Cómo que vas... cómo que vas a matarlo? ¿De qué mierda hablas, Yoongi? ¡Ni siquiera la policía puede encontrarlo!
Yoongi ni siquiera se inmutaba. Estaba absorto en sus pensamientos y en cómo encontraría su ubicación, porque lo único que sabía es que había vuelto a la ciudad.
—Porque a la maldita policía no le interesa encontrarlo ahora. Han pasado años ya. —Da un paso hacia adelante y extiende más la mano—. No me importa dónde termino yo; si me meten en la cárcel o si me muero. Dame el arma y déjame acabar con esta mierda de una vez por todas.
Su voz comenzaba a perder la paciencia y su mano temblaba en el aire. Suran lo veía y se le nublaba la vista; el sólo imaginar la vida de Seung acabando le provocaba una explosión de adrenalina en sus venas y le arrebataba el aliento de los pulmones. Ella bajó la mirada hacia el arma que yacía entre sus manos y los ojos se le llenaron de lágrimas, aturdida. Suran sólo pudo pensar en el cuerpo podrido de Young-mi bajo tierra y el corazón se le volvía a estrujar de la impotencia y la soledad. Una hermana perdiendo la vida por su ausencia y su familia desmoronándose en el dolor y la desesperanza. Una casa llena de recuerdos quemada hasta las cenizas. Suran quería justicia, quería paz para la pobre alma de su mejor amiga, pero sabía con certeza que la policía había abandonado el caso por el pasar de los años.
Ninguno se regía por lo que era correcto, sino por lo que cesaría el dolor en sus corazones. El arma fue sostenida por Suran en el aire, estirando el brazo hacia Yoongi sin atreverse a cruzar miradas. Él no dudó en tomar el arma entre sus manos una vez ella se la entregó. Yoongi no necesitó llenar su voz de palabras vacías ni despedidas innecesarias, simplemente salió tan rápido de allí que el mundo le dio vueltas, pero no se detuvo en ningún momento. Se chocó contra el frío de la madrugada que se coló por sus venas, aunque la sangre le hervía y le encendía la cabeza. Sus pies deambularon hasta que el amanecer bañó los edificios de la ciudad del color naranja y sus pupilas no dejaron de temblar, buscando con la mirada la silueta que se había incrustado en su mente.
Aunque recorriera horas y horas las calles de Seúl, aunque se lastimara los pies y las piernas le flaquearan, no era capaz de encontrar siquiera la sombra de Seung. Lloró lágrimas inmateriales de rabia y frustración y gritó hacia los cielos desgarrándose la garganta. Sus piernas lo llevaron hacia un último lugar donde cayó rendido y exhausto. Una vez allí, ya no pudo levantarse ni aunque quisiera.
Las cenizas que quedaban de un antiguo hogar lo abrumaron y convirtieron su pecho en una pequeña bola de papel arrugada. Se imaginó a Young-mi viviendo en ese lugar y cerró los ojos, aturdido con su imagen ensangrentada y su torso desgarrado en locura. Yoongi se dirigió hacia el interior de la casa, sentándose en el medio de la sala fronteriza, rodeado de esa negrura que abandonaba el fuego cuando se comía la vida y los recuerdos. Con todo su cuerpo tiritando, Yoongi permaneció mirando el agujero donde antes había una puerta, esperando con el arma en mano a que Seung se apareciera en cualquier momento.
Ven, ven, ven, repetía en su cabeza. No se atrevía a pestañear, ni a respirar demasiado fuerte. El pecho le latía a toda velocidad y sentía que se quedaba sordo con el estruendo de su corazón. No le importaba que su celular estuviese vibrando en su bolsillo, no se podía permitir distraerse siquiera una milésima de segundo, pues estaba seguro de que en cualquier momento podría manifestarse el diablo en persona.
No sabe cuánto tiempo esperó allí. Las calles volvieron a ser pintadas de negro ante el conticinio caer sobre ellas, ahogadas en el silencio de otra madrugada y el sueño del vecindario. El cuerpo le suplicó movimiento al comenzar a temblar constantemente, pero Yoongi ya no podía siquiera estirar las piernas ante el dolor de sus músculos. El frío de la noche lo abrazó como si jurara hacerle compañía durante todo el tiempo que su presencia permaneciera allí.
Si Yoongi se concentraba, podía percibir el olor a sangre que hacía años se había derramado en la otra habitación. Podía ser producto de su imaginación o su locura, pero también era capaz de oír los gritos y llantos de Young-mi suplicando por su vida. Miró sus manos y las vio teñidas del rojo que nacía de las heridas. No temió ante la imagen, ni se sorprendió. Al pestañear, la sangre desapareció de sus manos al ser pura falacia creada en su cabeza. Las alucinaciones lo estaban acorralando hacia el precipicio de su cordura, pero Yoongi no temía. No le importaba caer en el vacío de la demencia y ahogarse en el charco de su propia mente; lo único que quería era ver con el último brillo consciente de sus ojos a Seung morir bajo las garras de la venganza.
La inmarcesible ira se estaba enraizando en su interior y ya no podía contenerse más en el recipiente del alma humana. Hubo un momento en que ya no oía siquiera los murmullos de su corazón. Puro silencio. Agobiante silencio ensordecedor en el cual se ahogaba como si el mismísimo océano aplastara toda su existencia. Y fue allí cuando sintió en la quietud del desamparo la misma presencia que había sentido la primera vez que había pisado aquella casa.
Sabía que algo se encontraba rondando en los restos del incendio. Ante el enmudecimiento de la brisa, una voz airosa y casi inaudible susurró "no aquí, no aquí", evanesciéndose en la infinidad de la noche. Su pecho se infló y contuvo la respiración al sentir un escalofrío recorrer su espalda. Giró la cabeza hacia todos lados, sintiéndose acompañado no sólo por el frío y la desesperanza, sino por el alma de alguien ajeno y sin cuerpo físico.
—No aquí... —susurró con la boca seca. Intentó ponerse de pie y las piernas le flaquearon, volviéndolo al suelo otra vez. Debía calmarse y tratar de darle calor a sus piernas, que habían estado quietas y dobladas durante un día entero. Se movió como pudo hasta la pared y se sostuvo de ella ante un intento más de levantarse. Esta vez, logró mantenerse parado y esperó unos minutos a que la sangre circulara correctamente por su cuerpo entumecido y repleto de hormigueos. Cuando por fin pudo recomponerse, miró hacia atrás y decidió dejar la casa de Young-mi, sin saber realmente dónde sus pies lo dirigían.
...
Cuando entró a su departamento, Jungkook comenzó a llorar y corrió hasta él para empujarlo y luego abrazarlo. El corazón le iba a toda velocidad y gritaba cosas que Yoongi no se detenía a escuchar ni prestar atención.
—¡Llamé a la policía, idiota! —bramó el menor, apretando los puños de la frustración—. Llamé a todos los chicos y ninguno sabía dónde estabas... —sorbió con la nariz y se seca los ojos—. ¿Dónde diablos estabas?
—Estaba esperando —murmuró por lo bajo, con la mirada perdida. Jungkook frunció el ceño, aturdido.
—¿Esperando? ¿Esperando qué? —Lo miró de arriba abajo con un nudo en la garganta y el pecho arrugándose por verlo en aquel estado—. ¿...Te has estado drogando?
Yoongi ni siquiera levantó sus pupilas para verlo a los ojos. Se mantuvo quieto contra la puerta del departamento, esperando a que Jungkook lo dejara ir a su habitación.
—Pero no apareció —susurró.
Las manos de Jungkook temblaron y se aproximó un poco más al mayor, dejando que su mandíbula tiritara.
—Yoongi... ¿te encuentras bien?
Yoongi lo observó. Se preguntó si Jungkook realmente lo había estado mirando todo este tiempo en el que se quedó a vivir con él. Se cuestionó si en verdad había creído que había estado sonriendo por placer y gusto, y no por la más mínima ilusión del autoengaño. Volvió a mirar sus pies y después se preguntó a sí mismo: ¿me encuentro bien?
—Ya no creo ser Min Yoongi —bisbiseó. Un par de lágrimas se asomaron por sus ojos y se extrañó, pues en su garganta no sentía ningún sollozo cercano—. Si preguntas si él está bien, creo que la respuesta sería no.
Jungkook tapó su boca y las lágrimas mojaron sus mejillas. Sacudió la cabeza, como si no quisiera creer que la persona frente a él no era la misma que había pasado tantos años a su lado, la persona que los había reunido a todos, ese alguien que soportó todo el dolor del mundo y aun así fue capaz de arrancar una sonrisa.
Yoongi se alivió de ver al otro llorar. Sintió como si se descargara con tan sólo observar las lágrimas ajenas y dejó de necesitar ahogarse en la angustia propia. Miró hacia el suelo y sus labios quebraron un silencio ante un suspiro que se escurrió.
—¿Puedo ir a mi habitación? —preguntó inexpresivo.
No esperó a que Jungkook le respondiera, porque éste estaba anonadado ante la fría mirada moribunda del mayor y con el corazón partido al darse cuenta de que la pobre alma del mayor ya había perecido en el abismo siniestro de la desesperación.
Yoongi no volteó a pronunciar más palabras vacías; se encerró en su cuarto y se tendió en la cama, sintiendo cómo los músculos chillaban ante la comodidad de las sábanas y comenzaban a relajarse. Si sólo su mente pudiese relajarse de aquella manera, quizá no habría comenzado a hablar solo para calmar la soledad. Yoongi empezó a fingir que alguien le hablaba y él le respondía, sin apartar la mirada del techo. Ni siquiera estaba seguro de si su boca pronunciaba las palabras correctamente, simplemente se llenaba la cabeza del ruido de su voz para acallar los gritos del silencio que devoraban su cordura. Quizá ya la habían devorado entera y Yoongi aún no se daba cuenta.
Hubo un momento en el que su voz sólo quiso articular el nombre de su ángel, pero su garganta no pudo traer a la realidad aquel sonido que lo arrancaba de la oscuridad. Pensó que no era merecedor del ruido de las letras unidas que formaban su nombre, y entonces se inundó de otras palabras que no le provocaban nada en absoluto.
Cuando se cansó de sus propios murmuros en la luminiscencia de aquellas cuatro paredes, se sentó en la cama y sacó el arma de su pantalón, dejándolo sobre la suavidad de las mantas. La contempló como si estuviese esperando a que tuviese vida propia y se moviera bajo su mirada lúgubre. Entonces, le vino a la mente una idea extraña. Tomó el celular entre sus manos y marcó un número que se sabía de memoria desde hacía años. Estaba seguro de que nadie respondería, pero de todas formas llevó el parlante de su teléfono a su oído y esperó.
Si hubiera sabido que aquella voz aparecería del otro lado de la llamada, no hubiese tardado tanto en marcar aquel número.
Se le secó la garganta y el corazón comenzó a palpitar con todas sus fuerzas, suplicándole un poco de calma y paz.
—¿Min Yoongi?
Oyó una risa corta y la vista se le nubló. Tomó el arma en sus manos y contuvo la respiración.
—¿Dónde estás? —Habló tan bajo que por un segundo pensó que el otro había sido incapaz de escucharlo.
—¿Vendrás a visitarme?
Yoongi se detuvo a sí mismo y creyó que lo que estaba oyendo no era real; que su mente seguía absorta en los engaños y que ahora las alucinaciones producían voces ajenas y traían pesadillas incluso cuando no existía utopía en sus venas. Cerró los ojos y tragó saliva, tratando de resistirse contra la locura.
—¿Dónde estás? —volvió a preguntar. Esta vez su voz nació fuerte y modulada.
—No esperaba oír tu dulce voz después de tanto tiempo. ¿Crees que es momento del reencuentro? —Aquello lo dijo en tono de burla y Yoongi ahogó su garganta de maldiciones y gritos de desesperación—. Si tanto quieres verme, te diré dónde estoy. Yo también te extraño, Suga.
Yoongi se puso de pie tan pronto oyó la dirección. Volvió a guardar el arma en su jean y se detuvo frente a la salida antes de dar paso fuera de la habitación. Las manos le temblaban tanto que no era capaz de tomar el pomo de la puerta y se le hacía imposible controlar sus pupilas que se sacudían ante la adrenalina y la rabia. Apoyó una mano sobre la pared, respirando entrecortado y rápido.
Había llegado el momento y no sabía qué sentía en su pecho que se le inflaba y desinflaba a toda velocidad, doliéndole y ardiéndole como si tuviera incrustada una daga de hielo seco. Apretó con fuerza sus ojos y se le vino a la mente la imagen de un océano rojo llorando desde las rosas de entrañas ajenas. Salió de la habitación y dio un portazo, dirigiéndose hacia la salida sin oír la voz de Jungkook llamarle otra vez.
La noche parecía querer llorar, grisácea en el cielo y fría en el viento. Yoongi caminó a toda prisa hacia las calles y pidió un taxi, dejándolo a unas cuadras de la dirección que Seung le había dicho. Era un vecindario oscuro; los faroles de luz apenas funcionaban y titilaban, ensombreciendo su camino apesadumbrado hacia el lugar. Por esos lares, apenas había casas y los campos desolados hacía la oscuridad aún más penetrante. Se encaminó hacia adelante, con una mano sobre el arma que se ocultaba bajo la tela de su camisa y con los ojos abiertos de par en par, tratando de divisar forma alguna de cualquier persona que se acercara repentinamente. Se encontró con un cartel oxidado que marcaba un desvío hacia otra ruta. Según Seung, el edificio en el que se encontraba estaba luego de la arboleda que lograba divisar después del cartel.
Atravesó los altos árboles que lo enfrascaban aún más en la penumbra y lo alejaba de la poca iluminación de la ruta. Cuando salió de ese camino de tierra, fue capaz de ver el edificio de tres pisos, viejo y arruinado en el abandono. Se adentró hacia el campo y se dirigió hacia la soledad de la construcción que parecía caerse a pedazos.
—Estaba esperándote.
Yoongi giró de inmediato hacia su costado y su garganta se llenó de ira al ver la sonrisa tan despreciable de Seung. Estaba apoyado contra la pared, de brazos cruzados y el brillo de la luna se reflejaba en la negrura de sus ojos.
Y ahí estaba, frente a él, tan fácil de matar con un simple disparo. ¿Por qué Yoongi no era capaz de sacar el arma y apuntarle? Su cuerpo se había convertido en piedra y no estaba respirando, abrumado con la simple presencia que lo bañaba en el pasado y lo ahogaba en una tina de desazones.
Se le hacía irreal su persona. El sentimiento con el que había abandonado el departamento había huido al encontrarse con la verdad frente a sus ojos. Era como si estuviese contemplando al tormento personificado; la sonrisa jocosa, los ojos oscuros en demencia, la posición tan tranquila con la que lo recibía. Todo de Seung le provocaba escalofríos y lo hacía querer desvanecerse de ese ambiente.
Seung caminó desfachatado hacia la puerta de la casa, mirando hacia Yoongi cuando se adentró en ésta. Yoongi no dudó un segundo en seguirle el paso dentro.
—Sabes por qué estoy aquí —habló Yoongi, apretando los puños hasta dejar sus nudillos blancos. La cabeza le dolía y el olor a marihuana allí dentro parecía pegarse hasta en sus huesos. Seung se volteó a mirarlo y alzó una ceja, con movimientos lentos, como si se estuviese burlando de su ingenuidad.
—Antes de que hagas algo estúpido, ¿no quieres escuchar una historia? —Su sonrisa se ensancha y sus ojos no pestañean ni un segundo, irradiando locura a través de sus pupilas—. Estoy seguro de que quieres saber cómo maté a la bonita de Young-mi.
El estómago se le revolvió y las náuseas viajaron hasta su garganta. Las paredes se le movieron, abrumado de tan sólo oír el nombre de Young-mi escurrirse por los fríos labios del contrario. Los bramidos en su mente le estaban rogando que acabara todo allí, que le arrancara el maldito corazón a ese demente y que se lo diera de comer a los perros. El borde entre su cordura y locura era tan fino que casi no existía, y eso Yoongi lo sabía.
En un segundo en el que su miedo se esfumó y la rabia lo llenó ferviente cegando cualquier razón en su cabeza, sacó el arma veloz de su pantalón y apuntó a la cabeza de Seung. Allí estaba él, tan cercano a la muerte, mirándolo a los ojos sin una pizca de temor en su mirada. Yoongi quería verlo suplicar por su vida pero Seung no movió siquiera un músculo al verlo portar un arma.
—¿Crees que me da miedo? —inquirió él, ladeando la cabeza—. Sé que no lo harás.
—Vine todo el camino hasta aquí para matarte, ¿crees que no lo haré? —espetó Yoongi, tensando la mandíbula.
Seung sonríe y da un solo paso hacia adelante.
—Tienes la misma mirada que puso Young-mi cuando la valentía le quitó la vida. ¿Sabías que antes de que la apuñalara, me gritó un montón de cosas? —se ríe, negando con la cabeza como si no comprendiera el razonamiento de la joven—. Atada a una cama, sin poder escapar... ¿creía que si me gritaba, iba a perdonarle la vida? ¿La iba a tratar bien? —Hizo una pausa; sus irises claramente se vieron como si estuviese recordando el momento en el que la mató—. Me dijo que te dejara... Me dijo que tú ya no me amabas, que era mejor si me rendía... —La voz le cambió. El tono de su voz se apagó y su mirada cayó al suelo. Se tocó las manos y volvió a mirar a Yoongi—. Sabía que no era real. Entonces tuve que matar a la maldita para que se callara la jodida boca.
Yoongi rebosó de ira y dio un paso hacia adelante, sacudiendo el arma hacia Seung una vez más.
—¡Cállate, hijo de puta! ¡Maldito enfermo! —gritó, con los ojos llenándosele de lágrimas y con la garganta seca. Tenía los ojos abiertos de par en par, inundado en la furia—. ¡¡Voy a volar tu jodida cabeza, bastardo!!
Seung sonrió.
—No me dispararás porque no puedes.
"No puedes". Su mente se blanqueó como los días de invierno. Dejó de oír la voz de su cabeza y al mirar directamente a la oscuridad de sus ojos, pudo verse a sí mismo pereciendo en ellos. Yoongi bajó el arma un poco y le disparó una pierna, cerrando los ojos ante el impacto y el sonido que lo aturdió un segundo. Un grito desgarrador atravesó la garganta de Seung y cayó al suelo, tomándose la pierna para contener la sangre que chorreaba sin parar hacia el piso.
Yoongi miró el arma en sus manos y luego volvió a llenar sus pupilas en el carmesí que se derramaba como la lluvia que comenzó a caer afuera. Lo observó revolcarse del dolor en el suelo y se le llenó la cabeza de satisfacción. Pero aún no era suficiente para él. Se dirigió hasta él a toda prisa y empujó la frente de Seung con la boca de la pistola.
—Arrepiéntete —escupió, apretando los dientes—. Arrepiéntete de lo que has hecho. ¡¡Arrepiéntete, hijo de puta, por quitarle los años a Seokjin y asesinar a Young-mi!! —Sus bramidos rajaban su garganta y todo su cuerpo temblaba ante la rabia descontrolada.
Seung lo miró un segundo y dejó de gritar. Su mano se fue hacia su bolsillo y de un momento a otro, estaba armado con un cuchillo. El filo de acero se acercó a toda velocidad hacia la mano de Yoongi y apenas le rajó la muñeca, de no ser porque el otro apartó el brazo rápidamente. La sangre salpicó el rostro de Seung y el arma cayó al suelo.
Seung no esperó siquiera a que Yoongi pudiera reaccionar. Se abalanzó hacia él y lo lanzó al piso, aplastándolo con su propio peso. Levantó el cuchillo en el aire y empujó con todas sus fuerzas hacia abajo, dirigiendo el arma letal hacia la cabeza del contrario. Yoongi alcanzó su brazo y apenas fue capaz de evitar que su ojo fuese atravesado con el filo.
—¿Sabes qué sería mejor? —espetó Seung, forcejeando contra él para cortar su rostro con el cuchillo—. Cortarte la cabeza y colgarla en esta misma habitación.
Yoongi empujaba su brazo, ambos temblando por la fuerza ejercida, tratando de quitárselo de encima. Veía el cuchillo aproximarse cada centímetro más, tan cercano a su ojo que podía sentir el frío del acero suspirar sobre su pupila. Ante la desesperación, movió su cabeza hacia un costado y le lanzó un puñetazo al rostro que lo mandó a volar hacia el otro lado. Yoongi se paró a toda velocidad y corrió hacia el arma, pero antes de llegar a ella, sus pies se resbalaron al ser tironeados y cayó de pecho nuevamente contra la dureza de la madera. Seung apretó el agarre en sus piernas y lo arrastró hacia él, preparando nuevamente el cuchillo en su mano. Esta vez, Yoongi le dio una patada en el centro del torso y lo empujó hacia atrás, quitándole el aire en un instante.
En cuanto Seung se dobló entero por el dolor, buscando desesperado oxígeno, Yoongi volvió a correr hacia la pistola. La tomó en sus manos y giró rápido, disparando sin siquiera haber apuntado a su objetivo. La bala viajó hacia el vidrio de una ventana haciéndola trizas en un instante, demasiado lejos de Seung como para herirlo. Volvió a apretar el gatillo, pero nada salió del cañón y se congeló en su lugar, desconcertado. Se maldijo a sí mismo por haber estado tan cegado ante la locura y no haberse dado cuenta de que sólo contaba con dos balas.
Al ver a Seung levantarse nuevamente, Yoongi dio varios pasos hacia atrás, dirigiéndose hacia las escaleras a su espalda.
—¿Te quedaste sin tu juguetito? —pregunta Seung, encorvado, con una mano en el muslo que sangraba sin parar. Cuando Yoongi intentó correr hacia los peldaños del segundo piso, Seung lo alcanzó en un instante y lo empujó sobre los escalones, tomando su cabello y tirando de su cabeza hacia atrás, colocando el cuchillo en su mejilla. Un grito salió de la garganta de Yoongi y el otro rió—. No me gustaría deformar tu rostro a golpes, eres muy hermoso para eso... Pero si me obligas, no tendré otra opción, Min Yoongi.
Yoongi, sin dudarlo ni un segundo, tomó el filo del cuchillo con su mano y lo apartó de su rostro de un tirón, aprovechando la sorpresa de Seung para propinarle un codazo en su cuello. Quitándole el aire una vez más y dejándolo aturdido, volvió a darle un puño en el rostro y salió corriendo hacia las escaleras, intentando escapar.
Subió al segundo piso a toda velocidad, llenándose la ropa y la piel de su propia sangre. Miró hacia todas partes, buscando algún objeto contundente con el que pudiera defenderse, pero en el triste abandono de aquel edificio sólo yacían viejos muebles inservibles.
Desde el primer piso, Yoongi podía oír a Seung gritar exasperado.
—¡No te escapes, Min! ¡Esta vez sí voy a matarte!
Yoongi siguió corriendo, buscando la próxima escalera que subir. Al atravesar un pasillo, encontró el camino al último piso. Se tropezó con los escalones y se sostuvo de la pared para correr hacia arriba, mirando hacia todas partes buscando algo que lo salvara. El frío en aquel lugar se adentraba por un enorme ventanal abierto, con todos los cristales rotos, permitiendo que el viento empujara el llanto de los cielos en la habitación. El grito de los truenos lo hicieron sobresaltar y comenzó a entrar en pánico. Revisó cada rincón del cuarto, pero no era capaz de encontrar ninguna cosa con la que pudiera deshacerse de Seung.
Y lo oía acercarse; podía escuchar el chirriar del cuchillo contra la pared mientras el otro subía lentamente por las escaleras, sabiendo que allí arriba no tenía escapatoria. Los pasos se aproximaban pesados y seguros.
—Te arrancaré la piel y la colgaré fuera de esta casa —decía Seung en voz alta para que el otro fuera capaz de escucharlo en la distancia.
Yoongi tiritó en el lugar y siguió buscando con la mirada otra alternativa. Se prohibió morir sin antes matarlo a él. No podía permitirse caer como Young-mi bajo las manos de un demente asesino. Estaba obligado a ganarle al diablo, a detener toda aquella penumbra que lo había estado consumiendo desde hace años atrás. No podía perder ante el ser que le había arrancado el alma en vida, a él, y a tantas personas más. Pensó en que Jungkook estaría toda la vida preguntándose dónde había desaparecido en una tormentosa noche. Pensó que Namjoon y Hoseok querrían hacer justicia por cuenta propia. Pensó que Taehyung caería más fondo al pozo de la depresión en su ausencia. Yoongi pensó en que no podía morir, no cuando sus manos aún no estaban manchadas de la sangre ajena.
Cuando Seung llegó al tercer piso, con la nariz sangrando y la pierna empapada en rojo, Yoongi ya se encontraba frente al ventanal, observándolo fijamente y sin moverse.
—Allí estás —masculló Seung. Su mirada estaba teñida de puro frenesí desproporcionado—. ¿Crees que de verdad quisiera matarte? No, Suga... te quiero vivo, encerrado bajo un sótano, sólo mirándome a mí. ¿No quieres vivir también? Puedo perdonarte si te arrodillas ante mí y me suplicas por tu vida. —Una sonrisa cínica y escalofriante se delineó en sus labios.
Ni una palabra pudo salir y romper la quietud de los labios de Yoongi. Esperó inmóvil. Esperó a que el otro se acercara poco a poco, analizando cada movimiento que sus músculos hacían. Seung se movía tembloroso por su pierna herida y apenas apoyaba el pie sobre el suelo.
—¿Me pedirás que te mantenga vivo? —preguntó Seung, conteniendo su violencia. Tenía los ojos tan vacíos que era capaz de erizar la piel de cualquiera que cruzara miradas con él.
—No —alcanzó a pronunciar—. Si yo muero, tú te vendrás conmigo.
Seung apretó la mandíbula, apuntándolo con el filo del cuchillo.
—¡No me hagas matar a la persona que amo, no otra vez! —bramó con las pupilas desorbitadas.
Y ante el silencio de Yoongi, Seung se abalanzó hacia él para atravesar su corazón. Teniéndolo lo suficientemente cerca, Yoongi alcanzó a tomar su brazo e intentó detener su ataque, pero la fuerza de Seung fue mayor y sólo alcanzó a desviar el golpe hacia abajo, haciendo que el filo de su cuchillo cortara la piel de su abdomen. Yoongi soltó un grito ante el corte, pero no se detuvo a encorvarse por el dolor, sino que con su otra mano, donde ya había preparado un trozo de vidrio, apuntó hacia el estómago del contrario y atravesó su piel de un empujón.
La sangre manchó sus zapatillas y Seung se miró el abdomen por un momento, anonadado por la presión insoportable en su carne. Quiso arrematar nuevamente con el cuchillo, pero había perdido la fuerza con la que sostenía su arma y Yoongi aprovechó para desviar el último impulso hacia el pecho del otro.
La última mirada que Seung le dio fue iluminada por los truenos que se arrastraban por la extensión del cielo. La sangre brotó de su torso como si las rosas florecieran de sus entrañas y perecieran un instante después de nacer en la infinidad del dolor. Seung apenas fue capaz de levantar su mano lentamente, llevando sus dedos temblorosos hacia la mejilla de Yoongi. Manchó su piel con la sangre de su cuerpo y cuando su mano volvió a caer a su costado, Yoongi se apartó para que el cuerpo moribundo del contrario se desplomara por la altura del ventanal. Antes de que su mirada perdiera su última luminiscencia, Seung vio la silueta de Young-mi detrás de Yoongi, para que luego ésta desapareciera como cenizas esparcidas en el aire. Yoongi empujó a Seung hacia el borde del edificio y lo vio caer seco contra el cemento, metros abajo.
El ruido de su cuerpo chocando fríamente contra el suelo lo aturdió de repente y Yoongi cayó sentado al piso. Llevó una mano hacia su abdomen, tocándose la herida que no paraba de sangrar. Bañado en sangre, se arrastró por el suelo, intentando levantarse y salir de aquel desierto.
La vista se le nublaba y el ruido estrepitoso de la lluvia lo dejaba sordo. Bajó las escaleras con pasos cortos y lentos, temblando con cada escalón que bajaba. La sangre de su cuerpo iba pintando las paredes en las que sostenía su peso. Se le entumecían las extremidades por el frío, pero aquello no lo detuvo a seguir deambulando hasta salir de aquella casa en ruinas. Cuando la lluvia lo azotó con la furia del pecado, Yoongi buscó su celular en los bolsillos de su pantalón. Con las manos temblorosas, sostuvo su celular contra su oreja, sin dejar de caminar. Creyó que si se detenía un segundo, se desplomaría sobre el campo y la lluvia sería testigo del escape de su vida.
—¿Yoongi? ¡Yoongi! —al otro lado de la llamada, la voz de Jungkook gritó desesperado.
Responde, responde, se decía a sí mismo, pero no podía sacar la voz de su garganta. Un tropiezo lo mandó al césped embarrado y el celular cayó demasiado lejos para él como para tomarlo nuevamente en sus manos. Seguía oyendo la voz de Jungkook gritar desde el parlante, pero le era imposible encontrar las fuerzas para levantarse y responder.
Yoongi cerró sus ojos y sintió la lluvia acariciar su piel, uniéndose al lago carmesí de su sangre. Fue incapaz de volver a abrir los ojos una vez sus párpados cayeron. Sintió cómo el aire de sus pulmones se desvanecía poco a poco, entre suspiros entrecortados, doloridos. En aquel momento, donde el frío ahogaba su pecho y las lágrimas del cielo lo encerraban, pensó que por fin había logrado sacar de adentro de su pecho la oscuridad que lo absorbía y devoraba.
Se lamentó por el pequeño de Jungkook, quien de seguro se le partiría el corazón y lloraría todas las noches en su ausencia infinita. Quiso ser capaz de abrazarlo una vez más y decirle que lo sentía por todos los problemas que le había causado. También deseó haber hablado un poco más con Taehyung, pedirle perdón por hacerle malgastar todo su dinero en drogas y mierdas innecesarias. Con los ojos aún cerrados, pensó en Namjoon y Hoseok, en su dolor, en su angustia. Se ahogó en el sentimiento de querer abrazar a aquellos dos amigos que había tenido durante más de la mitad de su vida y decirles cuánto los amaba, cuánto los extrañó todos esos años en los que no se vieron. Ojalá pudiese volver a ver a Seokjin y tomar su mano, hablándole y diciéndole lo mucho que añoraba su voz, aunque éste no fuera capaz de oírlo en aquel sueño profundo en el que estaba inducido.
Y por último, pensó en su ángel. Oyó su voz cantarle mientras la lluvia se llevaba su suciedad y su vida también. En el delirio entre la vida y la muerte, por fin fue capaz de verlo; ver su rostro, sus manos, sus brazos, sus piernas, sus hermosos y galácticos ojos, llenos de melancolía y nostalgia. Deseó con toda la fuerza con la que su corazón podía desear que Jimin pudiera vivir rodeado de flores pintadas de felicidad y sonrisas. Deseó que su corazón pudiera perdonarlo por no volver a abrazarlo una última vez, por no poder besarlo una última vez, por no poder amarlo una última vez. Le pidió disculpas al cielo, suplicando que su mensaje llegase al alma de su ángel, que pudiera comprender que no decidió abandonarlo, sino que fue la única opción que su cabeza perdida en locura encontró. Y pensó en sus tiernas manos tocando su rostro, acariciando su pecho, rozando su piel. Pensó en sus labios cuando susurraban su nombre y provocaba que mil estrellas explotaran dentro de su corazón. Pensó en la suavidad de su amor y en lo etéreo que era el sólo contenerlo en sus brazos; ni el tiempo, ni la vida, ni la muerte, fue capaz de arrancar ese recuerdo.
Pensó que si moría, quería morir con el recuerdo cálido de sus amigos, de su eterno amor. Y que, cuando cerrara los ojos para siempre, pudiera ver en la infinidad de sus universos que aún existía ese Min Yoongi que tanto había reído, que tanto había amado.
El próximo, el último. ME DUELE LA VIDA. Díganme sus opiniones sobre este capítulo, qué les ha parecido. Espero que les haya gustado;;❤
Muchísimas gracias a todxs por seguir esta historia, de verdad no encuentro palabras para agradecer todo el apoyo y el amor que he recibido a través de este fanfic. Lxs amo mucho. Nos vemos en el próximo🌺
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro