중력 - Gravedad
Hay diez centímetros de silencio
entre tus manos y mis manos
una frontera de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios
y algo que brilla así de triste
entre tus ojos y mis ojos. —Mario Benedetti.
[i'm sorry, heart, but i'm killing you] — perdón, corazón, pero voy a matarte.
Jungkook estuvo en su casa por un buen rato. Hablaron sobre varias cosas; cosas de las cual no se hacían problema, cosas que los distraían a ambos de las malas situaciones que estaban pasando. Aunque a veces no fueran los que más se hablaban del grupo, siempre tenían algún tema en común para entretenerse, sin embargo, el silencio también era bienvenido en momentos de calma.
Una hora después de que el menor pusiera una película en su laptop, el timbre de su casa sonó. Yoongi se removió en el sillón e hizo un ruido de queja, indicándole a Jungkook que fuera él a abrir la puerta.
El castaño se levantó con pesadez y, al mirar por el pestillo, se encontró con un desconocido parado frente a la puerta. Abrió ésta y saludó al hombre de afuera.
—Oh, buenas tardes —saludó el hombre, pestañeando varias veces—. Uhm, ¿Park Jimin está en la casa?
Jungkook miró hacia atrás para verificar si Yoongi había escuchado, cuando lo vio acercarse justo detrás de él.
Yoongi miró al desconocido por encima del hombro de Jungkook, achicando los ojos.
—No, no está en casa —contestó el mayor—. ¿Para qué lo necesita?
Se extrañó, pues él no era alguien que Yoongi conociera de vista, ni tampoco, probablemente, de nombre.
—Ah, venía a charlar con él sobre mi propuesta, pero lo contactaré luego. Si puede decirle que vine, le agradecería —mencionó amable. Cuando el hombre estaba a punto de darse la vuelta y marcharse, Yoongi lo detuvo al hablar.
—Espera —dijo—. ¿Qué propuesta?
El hombre lo miró confundido y luego rascó su cabeza, incómodo.
—Eh... Si no está al tanto, creo que no tengo el derecho de contarle. Lo siento, pero sería mejor si Park se lo dijera.
Astuto, Yoongi cambió la expresión de su rostro y lo miró fijamente a los ojos.
—Sí sé de qué propuesta hablas —mencionó, sereno—. Sólo quería saber qué temas querías hablar con él para luego decírselo.
Jungkook lo miró de reojo, levemente frunciendo el ceño. Notó que el hombre no se dio cuenta de la mentira de Yoongi y al instante tomó confianza.
—Oh, bueno, quería venir a decirle que si cambiaba de opinión respecto a mudarse a Estados Unidos, habían cambiado algunas condiciones. Mi madre dice que la galería de arte sería...—Y Yoongi dejó de escuchar.
Su rostro se puso pálido y tragó fuerte, tratando de centrar su mirada en el hombre frente a él. Se tocó las manos con nerviosismo y mordió su labio, observando los papeles que sacaba el desconocido. Tenía un montón de letras, pero ninguna podía ser distinguida a las pupilas temblorosas de Yoongi.
Jungkook tocó su hombro y luego forzó una sonrisa, dirigiéndose al hombre.
—¡Está bien! Nosotros le diremos cuando llegue. Gracias por avisarnos —indicó, cortando la conversación. Una vez el hombre se despidió, Jungkook cerró la puerta detrás de ellos y apoyó ambas manos sobre los hombros del más bajo—. Yoongi, ¿estás bien?
—¿Estoy mal o escuché "mudarse a Estados Unidos"? —preguntó con los ojos abiertos de par en par.
Jungkook apretó los labios y enarcó las cejas, negando despacio con la cabeza.
—Eso es lo que dijo.
—¿Tú sabías de esto?
—Acabo de enterarme, justo como tú.
Yoongi pasó una mano por su cabello y miró al techo, sintiendo una extraña sensación que comenzaba a ahogarlo. Se alejó de Jungkook para caminar de un lado a otro en la sala, sintiéndose agobiado y algo más. Sentía algo más en su pecho, tan raro que no podría definirlo ni aunque estuviese en sus cinco sentidos.
Movió su cuello y observó el cuadro colgado en la pared más lejana; su propio retrato pintado con los colores que jamás creyó tener formaban unos ojos que lo miraban. Lo miraban como si quisieran tener voz propia y decirle algo. Allí fue cuando se dio cuenta de que lo que estaba sintiendo en el pecho era una vaga esperanza.
—Mudarse a Estados Unidos... —murmuró para sí mismo, mirando el suelo.
—No te preocupes, Yoongi, dijo "cambiar de opinión". Eso quiere decir que Jimin ya le ha dicho que no.
—No estoy preocupado —señaló Yoongi. Tomó aire y esbozó una sonrisa que, a los ojos de Jungkook, se vio tan enfermiza que lo llenó de miedo—. Tienes que ayudarme, Jungkook. Ayúdame a convencerlo de que se vaya.
El menor arrugó el entrecejo y su expresión no mostró nada más que desconcierto puro.
—¿Has perdido la cabeza? —cuestionó, anonadado.
—Hace tiempo ya —asintió—. ¿No te das cuenta de que es la oportunidad de que se largue?
—Oh, Dios, creo que de verdad te has vuelto loco. ¡Escúchate, Yoongi! —exclamó Jungkook. Se estaba sintiendo desesperado por cómo los irises de su amigo habían cambiado drásticamente, llenándose de penumbra mientras hablaba.
—¿Cuál es el maldito problema? Estoy intentando ayudarlo. No puede quedarse aquí, no conmigo. No quiero que se quede en la mierda en la que nos encontramos todos. Debes ayudarme, por favor.
Jungkook desvió la mirada y apretó los ojos, sacudiendo la cabeza.
—No puedo hacer eso. Simplemente no puedo —musitó, sin atreverse a mirarlo a los ojos—. Si él se va... si Jimin se va, ¿no te va a doler?
La mirada de Yoongi brilló con algo que parecían lágrimas, pero ni una cayó por sus mejillas. En cambio, sus labios ya no formaron una sonrisa enfermiza, sino una de melancolía.
—Me va a doler todo hasta que ya no pueda sentir nada, ¿pero, qué más da? —Negó lentamente con la cabeza, caminando hasta el sofá para sentarse y mirar sus propios pies—. Yo ya estoy perdido, Jungkook, pero él tiene oportunidad. Tiene la oportunidad de ser feliz en otro lugar, de rehacer su vida. Yo quiero darle esa oportunidad.
El otro deambuló por la habitación, temiendo que en cualquier momento Jimin cruzara la puerta. Se tocó las manos y siguió negando la cabeza.
—Lo siento, Yoongi, pero no voy a ayudarte —mencionó sincero, con la mirada llena de congoja—. No quiero que sea feliz sin nosotros. No quiero que se vaya y sonría mientras nosotros nos quedamos aquí. Y sí, Yoongi, así de egoísta y maldito soy, pero conozco a Jimin mucho antes que tú y no podría convencerlo de dejarnos a todos en un momento así. Juntos... Juntos podemos salir de esto, ¿no te parece? —Cuando Jungkook hablaba, la voz le temblaba y los ojos se le cristalizaban en lágrimas.
Y no es que Yoongi creyera que Jungkook era cruel al pensar así. Era inocente. Inocente en creer que juntos podrían solucionar las cosas, cuando en realidad era la razón de todas sus desgracias. La torre en la que estaban se estaba agrietando y debían dispersarse para que no les cayera encima y los aplastara a cada uno de ellos. Alejarse era la forma en la que sobrevivirían.
¿Cómo decirle a un muchacho que tenía los ojos llenos de esperanza y el corazón tan puro que las personas a su alrededor estaban tan rotas que ya no había forma de juntar sus pedazos? Porque Yoongi sabía de la inocencia de Jungkook, sabía sobre su pureza y sobre el amor que les tenía a todos sus amigos. No quería romperlo a él, el único que cargaba con todo el dolor de sus compañeros y aun así mantenía la ilusión de que todo se resolvería estando juntos. Él era diferente de Jimin, diferente a todos. Si pudiera, también le diría que se largara y se alejara lo más que pudiera, pero sabía muy bien que Jungkook no podría hacerlo ni en un millón de años.
—Perdóname, Kookie —susurró Yoongi, sin levantar la vista—. No debí pedirte tal cosa.
—¿Y qué vas a hacer? —inquirió, sentándose a su lado.
Soltó un suspiro pesado y se encogió de hombros.
—Lo haré yo mismo —finalizó.
...
No sabe a dónde se habían ido las melodías que alguna vez tocó con gran pasión. Sus dedos esperaban a que les diera la orden de moverse, pero no respondían a ninguna danza que provocaran música en sus oídos. Sus manos levitaban sobre las teclas del piano y no había nada que las hiciera bajar. El eco del silencio en la habitación parecía insultarlo y desdeñarlo. ¿A dónde había ido esa devoción por la música, esa pasión impregnada en la piel de sus dedos? ¿Acaso había volado tan lejos como su ambición a la vida y el anhelo a amar? Yoongi no sabía cómo se vivía cuando no existían sueños, ni deseos, ni apetito por absolutamente nada. Min Yoongi respiraba, más no existía.
Mientras su mente divagaba entre penumbras afónicas y pasajes helados, el silencio le abrió los oídos a un llanto débil que atravesaba las capas de la pared. Se mantuvo quieto frente al instrumento callado y giró su cuello para oír si aquello no había sido más que un juego de su cabeza. El sollozo sí existía, pero tan pequeño que apenas era capaz de escucharlo.
Yoongi, entonces, se puso de pie y salió de la sala para adentrarse al cuarto donde Jimin se encontraba sentado en la cama, dándole la espalda. Cuando la luz de la otra habitación lo sorprendió, el menor pasó rápidamente ambas manos por su rostro para quitar las lágrimas.
—¿Por qué lloras, ángel?
—No estoy llorando.
Jimin no se giró porque sabía que sus ojos lo delatarían. Incluso su voz seguía temblando y el respirar le era dificultoso. Yoongi sólo necesitaba mirar su lejana espalda para saber lo que el otro sentía. Caminó hasta quedar frente a él y se arrodilló en el suelo, pasando sus brazos por su cintura y apoyando la cabeza en el pecho cálido de Jimin. El sentir los latidos de su corazón tan apresurados hizo que sus manos temblaran, pero lo sostuvo tan fuerte en aquel abrazo que no permitió mostrar una pizca de debilidad en aquel momento.
Jimin posó su mejilla contra la cabeza de Yoongi y dejó que las lágrimas salieran como quisieran. No hizo sonido, ni habló; sólo lloró abrazando su mundo.
—Quiero que te vayas... —susurró Yoongi, cerrando sus ojos al temer por cualquier reacción que tuviese el otro. Apretó aún más su agarre en su espalda y dejó que su mandíbula tiritara ante el silencio confundido del menor—. ¿Me escuchaste?
—Te escuché.
Su voz. Su voz no fue de enojo ni tristeza. Su voz fue tan vacía que pareció ajena a Jimin.
Yoongi creyó que le sería fácil el decirle que se marchara tan rápido como pudiese. Todo el tiempo se había convencido a sí mismo de que sería un alivio pronunciar esas palabras frente a su amante. Lo que en realidad estaba ocurriendo es que su mundo se estaba haciendo trizas bajo él y lo único que podía hacer era suspirar frases que terminaban por romperlo todo.
—¿Te irás? ¿Te irás a Estados Unidos? —cuestionó, levantando la mirada y encontrándose con el brillo de sus ojos—. Sé la propuesta que te han dado. ¿Te irás?
Jimin lo miraba como si fuera un desconocido. Las lágrimas aún se asomaban por sus ojos, sólo que esta vez ninguna era tan valiente como para rodar por sus mejillas.
—Dije que no te dejaría —aclaró, acariciando la mejilla de Yoongi—. Dije que me quedaría a tu lado.
Yoongi negó con la cabeza y apoyó su frente sobre las rodillas del contrario.
—No entiendes nada. ¡Maldita sea! ¿Por qué no lo entiendes? —espetó, escondiendo su rostro y toda su angustia bajo las oscuras sombras que se formaban en la habitación.
—Yoongi, basta.
—¿No te das cuenta? He muerto incontables veces en esta vida y no sé si lo habrás notado, pero yo ya no existo como solía hacerlo en el tiempo en que me conociste —señaló, apretando la mandíbula con impotencia—. Me conociste con grietas, pero ahora yo ya estoy muerto. Min Yoongi ya no existe, Jimin.
Jimin tomó su cara entre ambas manos y lo obligó a que lo mirara directamente a los ojos. El menor ya no contenía el sollozo, dejaba que la tristeza se derramara por su mirada y se convirtieran en dagas contra el pecho de Yoongi.
—¡Deja de decir esas cosas, ya detente! Tú no has muerto, tú sigues aquí, conmigo, ¿está bien? —La voz le raspaba la garganta, sus manos lo tocaban suplicantes. Jimin ya no soportaba oír palabras tan crueles escurrirse por los labios de aquel hombre que tanto adoraba. Si pudiera, le arrancaría el habla para que no pudiera insultarse a sí mismo, para que no pudiera provocarse más heridas.
Y allí estaba otra vez, ese deseo despreciable de mantenerlo cerca y jamás soltarlo. Yoongi no quería verlo a los ojos y saber que ellos no podrían volver a encontrarse. Por eso es que sus párpados caían y se dejaba estar ciego, mientras sus oídos eran devorados por los sollozos que soltaba un ángel desamparado.
—No seguiré aquí contigo, Jimin. No puedo estar aquí. Ya no más.
Hubo un momento en el que Jimin no supo cómo articular las palabras. Tenía demasiado frío aunque afuera el sol estuviese despertando a todas las flores del vecindario. El pecho se le incendiaba y creía que estaba desvaneciéndose como cenizas en el aire.
—¿...Qué quieres decir? —preguntó, dubitativo, aterrado de lo que pudiera oír. Se retractó al segundo de hacer aquella pregunta, porque al ver el rostro de Yoongi, supo al instante qué respuesta obtendría.
—Ha sido un tiempo ya en el que me he estado sintiendo vacío por completo. No hay nada que quiera, no hay nada que ame. —Yoongi tomó el coraje de abrir sus ojos y enfrentar la realidad que lloraba frente a él. Tomó ambas manos de Jimin con fuerza, temiendo a que se rompiera en mil pedazos justo en aquél momento—. Sé que tú lo has notado, sé que sabes todo sobre mí. Sé que ya sabes que no podemos estar juntos, mi ángel, mi amor.
—No me digas eso, por favor, Yoongi —rogó Jimin, apartando rápidamente las manos—. Ya no hablemos de esto. Ya no lloraré más. Por favor, basta.
Yoongi negó despacio y, con la cabeza gacha, musitó:
—Siempre creí que no existiría el segundo en el que no te quisiera a mi lado. Jamás estuve tan equivocado en mi vida.
Era como matar a la luna. Otra vez, el silencio era el más violento de todos. Tanto silencio que era capaz de escuchar sus latidos detenerse y su respiración cesar. Un segundo pareció una eternidad ante los ojos que veían una galaxia deshacerse en la infinidad del dolor. Su ángel ya no se encontraba allí, sólo su cuerpo físico se mantenía quieto en el final de la cama. Buscó, torpemente, que sus pupilas volvieran a encontrarse, pero sólo se topó con una estrella apagándose.
Lluvia caía de sus pestañas, manteniendo la vista perdida en sus propias manos. Jimin sentía que se estaba metiendo al fondo del mar sin ahogarse, sin respirar, sin nada que lo sacara de ese agobio. Ahí estaba él, cayendo a la oscuridad que lo apretaba como si quisiera arrebatarle todo lo que tenía adentro y convertirlo en la nada misma. Nunca supo que podría existir tal sensación, semejante sentimiento; algo que pudiera partirte el alma y la vida en un instante. No sólo su corazón se estaba desintegrando en el ácido de la desesperanza, sino que algo más profundo en su interior se estaba haciendo trizas.
Era como si su amante mismo lo hubiese apuñalado sin siquiera una pizca de compasión. Dolía más ver que en los ojos de Yoongi ni siquiera amenazaban las lágrimas con asomarse. No lloraba, ni lo haría cuando él ya no estuviera allí.
¿Y a dónde habían quedado todos esos momentos del pasado? ¿Dónde habían quedado las risas, las bromas, las sonrisas sinceras, los coqueteos, las pláticas interminables? ¿Acaso todo aquello no era para siempre? ¿Acaso la vida los había engañado, haciéndoles creer que su unión era eterna? Tan cruel, tan devastador, tan cínico el tiempo era. Rompiendo corazones, matando almas, acabando vidas. Tiempo, ¿cuánto te has llevado ya?
—¿Es el final? —preguntó Jimin con la voz más minúscula que podría tener.
Yoongi trató de secar el rostro del menor, pero era tan inútil como tratar de sanar su roto corazón.
—Perdóname, Jiminnie, perdóname por todo lo que te he hecho —susurró, fijando un pequeño beso en los nudillos del otro—. Perdóname por no ser capaz de tener tu amor, ni ser merecedor de él. Yo sólo...—El pecho se le oprimía tanto que le quitaba el aire—. Sólo quiero que seas feliz y aquí, conmigo, no lo eres. —Cuando Yoongi vio que se estaba alejando, lo sostuvo de los hombros tan fuerte como pudo—. Tú eres y serás el único que puede atravesar mi alma, Jimin. Por eso estoy alejándome, porque ya no quiero matar ni un centímetro más de ti.
—Lo sigues haciendo, Min. Estás matándome.
Y terminar aquello era como terminar la vida de ambos. Vivir era tan complicado, tan indescifrable, tan extraordinario. Terminar haría que todo fuera tan lento hasta la muerte, tan rápido durante la vida. Incluso en esa habitación, los segundos pasaban tan rápido que llegaban a ser inexistentes, pero en cuanto la presencia de uno abandonara al otro, todo correría lento y torturador hacia el final.
Jimin se puso de pie y secó su rostro rojo e hinchado por el llanto. Aún podía sentir cómo su pecho se arrugaba y se hacía pequeño, nublándole la vista y el sentido. Estaba seguro de que esa sensación de tormento no se iría jamás. Quiso alejarse de Yoongi, pero el mayor tuvo un acto reflejo de tomar su brazo. Con ese roce, todo se le vino encima: los recuerdos, los besos, los abrazos, las caricias, las promesas.
Él, que gustó de la miel de sus dulces promesas, de la esperanza que cultivó en el jardín que habitaba en el centro de su pecho. Él, cual rendido al amor se había dejado nacer, morir y renacer infinitas veces, porque era sabido que el amor mataba y revivía. Él, amando más de lo que se puede amar, ahora amaba a alguien que ya no tenía ni una pizca de lo que antes fue. Él, Park Jimin, ahora tenía enfrente a alguien que parecía no conocer; alguien tan roto que lo humano ya no estaba, tan destrozado que no había piezas que encajaran de nuevo; alguien que estaba enfrascado en miseria y esa miseria le arrancaba las ganas de vivir, le quitaba la pasión, la felicidad, la respiración.
Desconocía qué era más doloroso; el ser desechado por no ser suficiente para hacerlo sentir algo, o verlo morirse en vida sin poder hacer nada. Cualquiera de ellas era insoportable cual música de instrumento desafinado. ¿Cómo era alguien capaz de seguir cuando se comprendía tanto dolor? Cuánta impotencia, cuánta congoja debía guardar un simple ser humano. Pero, ¿por qué, inclusive cuando dolía tanto amar, uno seguía añorando por el amor cada día, cada momento, cada segundo? ¿Por qué se anhelaba el dolor insufrible y devastador? Hermoso era ser despojado de la felicidad de la ignorancia y ser adentrado en el mundo inefable para perecer ante los cráteres del sentimiento.
Cuando lo miró nuevamente a los ojos, se preguntó: ¿Dónde te habrás ido, mi cielo?, porque aquellos ojos sin lágrimas no eran los de Min Yoongi, ni esas palabras tan crueles eran las de su amor. Y se cuestionó si él había sido en parte culpable de la muerte de su pobre corazón o si había ignorado, de tan tonto e ingenuo, los segundos en los que se desmoronaba justo delante de él.
...
No hubo momento en el cual se miraran con rencor, ni despreciaran la presencia del otro. Sabían bien que terminar la relación no significaba guardarse las partes que odiaban del otro, sino mantener en la piel lo que más amaron de cada uno. Incluso cuando los abrazos y las miradas llenas de melancolía los sacudiera, ya no había vuelta atrás.
Jungkook no había parado de llorar en todo el camino hacia el aeropuerto. Taehyung lo abrazaba y acariciaba su cabello como siempre lo hacía, pero también mantenía el semblante bajo, al igual que Hoseok. Cuando sus pies los llevaron hacia la multitud que se despedía y se alejaba quizá para siempre, el pecho de Yoongi se desinfló de temor y alivio.
Y allí estaba él, con maletas y mochilas colgando de sus brazos, preparado para largarse quién sabía cuánto tiempo; quizá una semana, un mes, un año o una vida. Mina lo abrazaba y lloraba en su pecho mientras Jihyun intentaba apartarla con una risa triste. Jungkook fue el primero en acercarse a Jimin y enredarlo en sus brazos, diciéndole cosas al oído que Yoongi no fue capaz de oír. Luego Taehyung se unió al abrazo, tragándose el nudo en la garganta y apretando los ojos, intentando que la realidad no lo golpeara tan duro. Hoseok, cuando los dos menores se alejaron del otro, se acercó y le dio un rápido pero fuerte abrazo, apretando su mano.
—No voy a morirme, sólo me iré al otro lado del mundo —dijo Jimin, tratando de sonreír—. Seguiremos hablando por teléfono y haremos Skype y todas esas cosas...—Se detuvo a sí mismo, porque la congoja en su garganta le obstruyó el paso a las palabras.
—¡Por supuesto! —indicó Hoseok con voz temblorosa—. Seguiremos en contacto.
—Díganle a Namjoon que lo siento —suspiró Jimin, casi susurrando—. Ya he hablado con él antes de venir aquí, pero... Díganle eso, por favor.
Taehyung asintió con la cabeza y sostuvo la mano de Jungkook con firmeza.
Una voz resonó en todo el aeropuerto, marcando la hora de subirse al avión. Jimin abrazó por última vez a Mina y a Jihyun, y luego sus ojos se posaron sobre Yoongi.
Yoongi no sabía cómo se hacían las despedidas. ¿Debería apretar su mano? ¿Debería hacerle una reverencia? ¿Debería decir algo en absoluto? Su pecho se sentía caliente. Las manos le sudaban frío. Los ojos de Jimin se veían preciosos. ¿Por qué era lo más hermoso que había visto en su vida y lo estaba dejando ir? Y oh, no había palabras, ellas no existían cuando se trataba de amar y de abandonar. ¿Cómo podía Yoongi despedirse de alguien que había traído a su vida la más pura felicidad que jamás había sentido? Se sentía como estar cayendo en el vacío infinito.
Cuando Jimin se acercó hacia él, todo su cuerpo tembló. El corazón saltó dentro de su pecho y la garganta se le llenó de algo que no había tenido hacía tiempo. El mundo, alrededor, se evanesció como las grandes nubes del cielo.
Quería abrazarlo y nunca dejar que se escapara de entre sus brazos. Quería besar su nariz, sus pómulos, sus párpados, su frente, sus labios. Quería hacerlo reír y que sus ojos desaparecieran entre sonrisas. Quería volver a casa y tocarle mil y una melodías que calmaran su revoltosa mente. Quería acurrucarse en su pecho y escuchar los latidos de su corazón, embelesarse en la belleza de su roce y enamorarse un poquito más de la suavidad de su piel. Quería recostarse sobre la comodidad de su sofá y apreciar el armonioso silencio que sólo ellos dos podían tener. Quería volver a escuchar de sus labios alguna canción con su dulce voz y que lo llevara a dormir. Quería seguir amándolo día y noche, cada minuto, cada segundo, cada instante.
No pudo hacer ninguna de esas cosas.
En cambio, Jimin buscó entrelazar sus dedos juntos y fue él quien besó su frente, su nariz, sus pómulos. Fue Jimin quien besó sus labios por última vez y fue él, quien, después de todo, pronunció las últimas palabras.
—Fue maravilloso poder amarte, Min Yoongi.
Sus manos, cuando Jimin caminaba alejándose, siguieron unidas hasta que la punta de sus dedos dejaron de tocarse y la distancia se convirtió en océanos llenos de galaxias y estrellas que lloraban, cubiertos de añoranza y soledades nostálgicas.
Bam. He vuelto rápido(?).
Hice un tracklist de Infinite, sfs. Son dos horas de canciones de pura sadness para seguir llorando :^) Por si quieren escucharlo, está en Spotify: https://open.spotify.com/user/11177262750/playlist/41w25G554NjpRqVPrd5ItR ¡Díganme qué les parecieron las canciones! Las elegí pensando en la música y la letra acorde a la historia. ¿Cuál creen que se asemeja más a Infinite? ¿Agregarían alguna? Si no pueden abrirlo por cualquier razón, voy a dejar en los comentarios la lista de canciones.
Perdonen la crueldad de este capítulo, hasta a mí se me salieron un par de lágrimas ah. ¡Espero que les haya gustado! Nos leemos en el próximo capítulo, muakis🌺
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