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Capitulo 28

— Me atrevo a decir que tienes AH1N1.

— ¿Qué? — Este doctor debe de estar jugando con mis sentimientos.

— Bien, pues tienes los síntomas. Tus defensas se encuentran muy, pero muy bajas. Tengo que mandarte medicamentos por una semana. Un medicamento cada 6 horas, otro cada 8 horas. Usted — le habla a mi madre— puede ayudarle con un jugo de uva combinado con hígado crudo.

¿Qué? Odio el jugo de uva al igual que esa carne. Ni siquiera puedo mirar la carne sin que me de ganas de vomitar. Ojalá el doctor me de los medicamentos en jarabe. No quiero tomar píldoras.

 — Te daré incapacidad de 8 días.

Para acabar de matarme...  

*

Pasé varios dias encerrada en casa. Apenas anoche, viernes, mi madre me dio permiso para salir un rato. Estaba a punto de enloquecerme. Incluso le lloré para que me dejara respirar aire fresco. Pero mi salud no ha mejorado.

Hoy mi madre me ha dado la noticia de que vamos a ir a la casa del señor Miguel. Según lo que he escuchado, el hombre hace unas reuniones en su apartamento de 4:00 p.m. a 6:00 p.m.. Hablan de la biblia y cosas así. Un culto en casa.

*

— Papá, en serio que no me siento bien. No quiero salir.

— Vamos, Amelia. Deja esa actitud. La palabra de Dios es medicina a los huesos. En cuanto lleguemos, toda dolencia se irá de tu cuerpo.

Como siempre, mi madre hablando por mi padre.

Me piden que me vista decente. Por mi, iría en pijama.

Mi estómago no para de dolerme. Me cansa soportar mi cuerpo con mis piernas.

Llegamos a nuestro destino y me doy cuenta de que el señor Miguel vive en un edificio de apartamentos.

— ¿Qué piso es?

—  El cuarto piso, Amelia.

— ¿Hay elevador?

— No. Toca escaleras.

Qué bien. Gracias a Dios. Justo lo que necesito en este momento. No puedo estar parada, mucho menos subir escaleras. Subo a mi ritmo.  

Entramos al apartamento que tiene la puerta abierta. Dios, ¿qué es esto? Qué lugar más estrecho, ¿cómo hacen 30 personas para estar tan amontonadas aquí? Creo que me estoy mareando.

Me siento y no saludo a nadie. Nadie comprende mi dolor en este momento. Desearía estar en mi cama, bajo mi cobija; pero no, en cambio, debo de estar aquí un sábado en la tarde. Ya asisto a una iglesia. No es correcto el hecho de que yo esté aquí.

Las personas entran y se sientan. Son un montón de ancianos y adultos. Veo que ingresa una mujer con un bebé. Oh, no. Detesto esas criaturas. Todos los que entran saludan a Miguel y a una señora, quien parece ser su esposa. En primera fila se encuentra ella y tres chicos más. El mayor de ellos parece de mi edad.

Miguel inicia con una oración para empezar la prédica...

Okay, okay. Algo anda mal aquí. 

¿No vamos a cantar? ¿Acaso no saben que antes de iniciar, debemos hacer alabanza y adoración a Dios? No puedo creer que sean 2 horas él hablando y hablando de seguido.

*

Estamos en casa. La verdad no puedo creer que me hayan obligado a ir a esa reunión, conociendo mi estado de salud. Me siento ofendida.

Esa prédica estuvo súper extensa. No pudo ser más molesto. Se la pasó dos horas hablando... ¡Dos horas! No hubo música, mucho menos una banda. Por si fuera poco, hacía calor, y no había ventilador.

 — Amelia, tenemos que hablar contigo.

Mi padres entran a mi habitación y se sientan en mi cama.

— ¿Te acuerdas que habíamos comentado algo sobre cambiarte de colegio?

Asiento con mi cabeza.

— Bien — sigue mi madre—. Resulta que los hijos del pastor estudian en un colegio adventista. Los adventistas son un poco parecidos a nosotros. Lo único es que no hacen nada los sábados y no comen carne de... ay no se qué animal. El caso es que es un colegio con principios cristianos.

— ¿Qué es lo que quieren decir, realmente?

— Son dos cosas, Amelia. Uno, la próxima semana, será la última en tu colegio. Vamos a presionar para que nos den tu información académica para cambiarte a este colegio adventista. Dos, ya no seguiremos asistiendo a la iglesia. Nos congregaremos en la casa de Miguel.

— ¿Tan rápido? Sólo hemos asistido un sábado.

Dios... no pueden estar hablando en serio.

— Lo sabemos. Pero hemos recibido la confirmación en nuestro espíritu. Somos conscientes de que la palabra predicada en la casa de Miguel, es una palabra pura, no adulterada.

— ¿Adulterada? Lo dices como si la iglesia fuera un lugar, no sé, lleno de personas diabólicas.

—  No es eso. Miguel nos dice la verdad de la palabra de Dios. Todo lo que hemos hecho hasta ahora ha sido inmundo ante los ojos de Dios.

— ¿Como qué?

— Los pastores de las iglesias sólo quieren el dinero de las personas. La alabanza es algo mundano. Dios no puede recompensar al pecador. Dios no puede amar a una persona pecadora.

— ¿Cómo dices eso? Todos somos pecadores, nadie es santo.

— Si, Amelia. Nosotros somos santos.

Mi madre esta confundiendo un poco las cosas.

— No, mamá. Un santo es una persona perfecta. 

— ¡Exacto! Jesús fue perfecto en este mundo. Es por eso que debemos ser cómo él. Cuando lleguemos a su nivel, seremos perfectos. Somo santos porque estamos destinados a ser como Jesús.

Rayos... nada de esto hace que me sienta mejor.

Pero, ¿qué les ha metido en la cabeza?

Amelia Novoa
2011






¡HOLA! ¿CÓMO VAN?

Verán, tuve tiempo de escribir un nuevo capítulo. Les quise introducir al inicio de los problemas de Amelia.

Recordar una historia es más difícil que escribir una novela.

Al recordar, vuelvo a sentirme como hace algunos años. Escribir estas cosas me hace reflexionar. Muchos capítulos los he escrito llorando.

No puedo asegurar que siga subiendo cada semana. Hoy tuve tiempo y pude hacerlo. Por ahora, subiré capítulo en cuanto pueda.

¡Saludos, abrazos y besos! 

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