Capitulo 19
Los meses transcurren cuando menos lo imaginamos. Mi hermano pidió vacaciones para venir a Cali a estar unas semanas con nosotras. Nos ha compartido mucho de Dios; aunque sea cristiano, él nos sigue amando y tratando de la mejor manera, respeta que seamos católicas.
Me gusta ir a la misa, aunque a veces no sé qué hacer cuando el sacerdote nos dice que confesemos nuestros pecados, ¿qué acto de maldad he cometido hasta ahora? Puedo recordar algo, será porque contadas veces he hecho trampas en los exámenes, eso no está bien; o por lo menos eso es lo que nos han enseñado. Quizá no este realmente bien que mis exámenes con bajas calificaciones las esconda o las tire a la basura, o que no apruebe una materia. Puede que esté mal reírme muy duro y aturdir a los presentes, como mi padre dice que no debería. De pronto es eso.
Me agrada tanto ir a la iglesia, que ya soy paje junto a Sara, debemos llegar un poco más temprano para vestirnos. Nosotras dos y otros niños atendemos al sacerdote mientras da la misa a los congregados. La parte más divertida es cuando alguno de nosotros debe hacer sonar la campana en el momento de la Santa Cena; pero todavía no se me ha presentado la oportunidad de realizarlo.
El ambiente en mi hogar ha cambiado muchísimo. El amor es palpable y la unión es visible. Gracias a Dios, gracias a él y a la Virgen María, que han cambiado nuestras vidas... por lo menos la de mi madre y la de Sara.
En lo que a mí respecta, sigo siendo... yo. Creo que mis experiencias y pasado han definido mis gustos y mi personalidad.
Una vez fui a una fiesta de noche, que había organizado una amiga de nuestro salón e invitado a casi todas - que por cierto, jamás he vuelto a salir para ese propósito -, con mi mejor amiga Lizeth, lo somos desde tercero de primaria. Ella es igual de pequeña que yo, su cabello es negro y ondulado, ojos color café oscuros, cuerpo bonito y curvas suavemente definidas. Para nada parecida a mí. Su padre y ella me hicieron el favor de recogerme a la entrada de mi unidad residencial e ir a la fiesta. Cuando llegamos, lo primero que me impacto fue que las luces estaban a apagadas, lo único que iluminaba el lugar eran unas cuantas luces de colores. Desde ahí, perdí la confianza porque no pensé que fuera a ser tan parecido a las fiestas de los adultos, como a las que antes iba cuando no éramos católicos...
Me impresionó de igual manera, que al entrar hubiera tantos chicos, me asusté muchísimo. Pero nada se comparó con el momento cuando vi que había un gran espacio para bailar. Fue horrible para mí, muchas memorias se hicieron vida en ese momento. Por un instante olvidé a todas las chicas y chicas de mi edad en el lugar, y sólo pude observar a mi madre; ella ahí bailando con otros sujetos que no eran mi padre, todos ebrios y sin conciencia.
En ese momento tomé la gran decisión de la noche, quedarme sentada. La música no era de mi gusto, sólo se escuchaba reggaeton y bachata. Daddy Yankee y ese grupo Aventura, que todas se mueren por el cantante de la banda. Es feo, tienen pésimos gustos. Empecé a ver a cada una de mis compañeras bailando con chicos.
- ¿Entre todos se conocen? - le pregunté gritando a Lizeth para que lograra escucharme.
- No creo. Yo no conozco a ninguno, sólo Eva sabe quiénes son porque ella es la anfitriona -. Pienso que eso fue lo que escuché, hace mucho ruido aquí adentro.
Siempre me he preguntado eso, ¿cómo hacen para bailar y pegar su cuerpo tanto al de la otra persona, cuando ni siquiera saben cuál es su nombre? Yo no puedo ni podría, es realmente extraño. Se supone que el baile, la danza es algo muy profundo e íntimo que no se hace con cualquiera; así como dar un beso o confesar un secreto. Aunque no puedo negar que antes de empezar a ir a la iglesia, bailé dos veces con dos chicos diferentes. Ahora que lo recuerdo, me da vergüenza de mi misma.
Una vez fue en una fiesta de Halloween que hicieron en mi unidad, bailé con un chico que me parecía muy lindo, pero era perro y ya se había besado a todas las chicas de la unidad. Hicieron una especie de concurso barato donde debíamos bailar, pero sólo pusieron reggaetón - ¡reggaeton! - y una canción estresante que sólo trata de la mesa que más aplauda. Me sentí muy mal después de eso. Me di cuenta de que no quería ser una persona así. Pero no fue mi primera vez.
La primera vez fue fuera de Cali, tuvimos que viajar a Neiva para no sé qué, mentiría si dijera la razón exacta. En una de las tantas fiestas a las que tuve que ir, no quería dormir porque mi madre estaba con todas sus primas y primos alborotadores, esos que por todo beben y hacen fiesta. El asunto es que para protegerla de quien fuera, no me fui a la cama, pero estaba muerta del aburrimiento. Tomé una de las decisiones más estúpidas de mi vida, y fue bailar con un chico una canción de merengue, ¡odio el merengue! Lo que uno hace por proteger a los suyos, ¿no?
Esa fiesta no tuvo fin, hasta la 8:00 a.m. estuvieron bebiendo y escuchando rancheras. Desayunamos y siguieron bebiendo. Almorzamos y mi madre siguió bebiendo. Ella no tenía voluntad para detenerse, sólo paró cuando ya ninguno iba a dar más dinero para licor. Ya era hora de irnos, pero ella no se podía valer por sí misma, no era capaz de hablar o abrir los ojos; sus primos se vieron obligados a llevarla cargada a la silla del copiloto del carro en el que nos íbamos. Creo que nunca olvidare ese momento en el que mi madre sólo tuvo fuerzas para sacar la cabeza por la ventanilla y expulsar todo lo que había bebido y comido. Nos hizo para un asqueroso momento la muy... no. Debo olvidarlo, es pasado. Eso no viene al caso.
No entiendo el por qué estas experiencias me atormentan tanto.
Bueno, ya, volvamos al presente.
Lizeth y yo no salimos a bailar por dos razones: la primera, porque no queríamos; la segunda, porque ningún chico nos invitó. Al parecer, la mirada de todos los chicos se dirigía sobre las que estaban ahí como perritas falderas detrás de ellos, y las que estaban mostrando mucha piel.
Por suerte, el padre de Lizeth nos fue a recoger temprano, únicamente tuvimos que ver todo ese espectáculo hasta las 10:00 p.m.
Cambiando de tema, ¡esta semana nos han dado una gran noticia en nuestra escuela! ¡Vamos a hacer nuestra primera comunión! Por fin probaré esa hostia.
Amelia Novoa
2009
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