─ Si lo hubiera sabido desde el principio, no me habría involucrado tanto en esta farsa.

¿Cómo he llegado a este punto? ¿Soy yo? ¿Son ellos? ¿Es Dios?

¿Quién tiene la culpa? ¿Mi corazón y sus deseos? ¿Mis padres y sus restricciones? ¿Dios y su palabra?

¿Cómo puede todo este jodido problema ser parte de un propósito eterno, o de un amor incondicional? ¿Es esto lo que significa realmente ser cristiano, asistir fielmente a las predicas de nuestro pastor cada sábado? Es realmente estúpido. Por mucho que vaya a esos discipulados, no cambio. No produce un efecto positivo en mi, hace lo opuesto. Me enfurece, arde mi pecho al ver tanta gente como ovejas detrás de un hombre que por ser pastor, le creen cuanta cosa diga.

Están jodidos. Puta vida, sí que lo están. Todo es pecado, todo es iniquidad, todo es del diablo. Nada es del espiritú del Señor, sino tinieblas de Satanás, obras de la carne.

¿A quién le cabe en la cabeza que es pecado la mayoría de cosas que el ser humano vive a diario? No puedo asimilarlo.

Es como una especie de plaga. Ojala fuera de esas pestes que afectan la salud, pero esta es mucho peor. Es una maldita peste que afecta mentalmente a los que siguen en ese redil. Te cambia la manera de pensar, comportamiento, incluyendo los gustos personales.

¿Alguien puede ver la gravedad del asunto desde mi punto de vista?

Tengo 18 años, soy mayor de edad, estoy en una de las mejores etapas de mi vida. Debería de ser libre para tomar mis decisiones, afrontar las consecuencias, sean cuales sean. Pero no. 18 putos años y no puedo ni siquiera hacerme un tinte en el cabello, no puedo usar jeans rotos, no me permiten que me aplique labial, tampoco delinear mis ojos.

Tengo unas hermosas tobilleras, con dijes de corazones y bobadas así, pero no, no las puedo usar. No es digno de una hija de Dios, según mis padres, que use esos accesorios. Incluso, cuando me tomo algunas selfies, me tienen estrictamente prohibido sacar la lengua y hacer el famoso "duck face". Realmente no sé de dónde sacan tanta mierda.

Oh... la verdad es que, si, yo sé de dónde la sacan...

No me dejan escuchar música que no sea cristiana. Mi madre se molesta si esa música no es de un idioma que yo conozca. Ella empieza con esa historia de que si entiendo lo que están cantando, y si no, ¿por qué lo escucho? Sería más sencillo si se conformara con saber de que habla de su gran Dios, y ya. Por un tiempo, intenté escuchar sólo música clásica. No es mundana, tampoco cristiana. Pero vaya, es divina, más me obligaron a dejar de escuchar canciones de ese género. Ellos creen que las piezas musicales que sean de sonidos instrumentales, son para disipar la mente. Piensan que es un alucinógeno, que hace que la persona que escucha se eleve. Es imposible dejar la música que tanto he amado, sobre todo cuando ha sido parte vital de mi existencia.

Sólo escucho mis canciones cuando estoy por fuera de mi casa, y cuando ellos no están cerca de mí.

No tengo dominio sobre mis propias pertenencias. Mi celular, no es mío. Ellos me lo quitan cuando quieran y por el tiempo que deseen. Revisan constantemente mis conversaciones en WhatsApp, incluyendo mi última conexión. Si mantengo en línea, empiezan a decir que con quién hablo tanto; si no me conecto en muchas horas, dicen que debo estar más pendiente, por si ellos me escriben. No puedo tener una conversación por chat normal con mis amigas, hablar de las pendejadas que salgan de nosotras, porque me regañan. Así que, la mayoría de los mensajes que me envían ellas, o yo a ellas, los elimino.

Mi madre es más... exasperante con todo este asunto. Están tan, pero tan enfermos, que me revisan mi historial en el Google Chrome de mi celular. Como si no existiera el modo incógnito.

Por eso, y por muchas razones más, tengo bloqueadas muchas aplicaciones, incluso escondidas en carpetas, que sólo yo puedo acceder a ellas.

Mis padres no tienen ni la más mínima idea de que yo uso Instagram, Facebook y Snapchat.

Todo, absolutamente todo, lo tengo que ocultar.

Espero con ansias que llegue el día en el que pueda mostrar lo que soy. Que no me dé miedo enseñarles a mis padres lo jodida que estoy. Vaya que sí, sí que lo estoy. Soy una maldita depravada.

Me encanta como se escucha. Maldita depravada.

Cuando paso por la entrada de mi casa, soy Amelia Novoa, la hija de Dios, la santa en pos del camino hacia la vida eterna. Pero al salir del techo de mis padres, soy Amelia Novoa, la chica con sed de rebelión, que respira y sangraría por conseguir esa anhelada libertad. Libertad de la que todos hablan, pero yo nunca la he podido ver.

─ Déjame ser feliz a mi manera, porque tu no me haces feliz, ─ me río como una sínica ─ si es que realmente estas por ahí escuchándome.

Rayos. No debería de estar peleando aquí, tengo sueño que recuperar.

Respiro profundo. Algún día todo este martirio acabará.

David...

¡David! Mierda, ¿por qué? De todas las mujeres que viven en Cali, justo te enamoraste perdidamente de mí. De igual forma, yo de ti.

¿Qué hallaste en mí? Desearía vivir para complacerte, ¿pero cómo? No puedo cumplir mis sueños, ¿cómo alguien como yo, puede satisfacer a alguien como tú? Necesitas a una mujer, que no esté tan rota como yo. Te he amado así, con mi alma cubierta de polvo. Te he adorado con lo poco que soy. Creo que ahora estoy, de la manera como tu llegaste por primera vez a mi.

Recuerdo cómo nos conocimos. Lo nuestro era prometedor.

Mi vida, mi corazón. Ojalá pudiera decirte en este momento que te anhelo infinitamente.

¿Por qué el destino se empeñó en separarnos? ¿Por cuánto tiempo no podré poseerte, en todo el sentido de la palabra?

Quisiera decirle esto a él, pero creo que nunca seré capaz.

Vuelvo a acostarme, esta vez de lado y acurrucada, pongo la cobija encima de mi cuerpo. Cierro mis ojos y le deseo a David una feliz noche, relajo mi mente. No quiero otra pesadilla.

Amelia Novoa
2015