
Contrapposto.
Me dejas intrigada
como una voluta frunciendo el ceño,
y esos caracteres de tus manos
que parecen contrafuertes
sin peso, ligeramente plumas
convertidas en palios convexos
durmientes de la resaca
del péndulo que hinca
sus cuerdas
en los ríos rampantes
de sus caderas
y salta y disuelve sus manos
dentro de su aguacero.
Ella es una Dafne intrépida
ese Ocaso del mirlo
en el vientre de la mujer durmiente,
sencilla rama que rodea todo su pecho de flores
y que endurece guirnaldas
con el respaldo de un ligero
contraste de piedra,
y ese contrapposto, que reposa
en mi cuerpo,
esos vértices que se desbocan
por la noche,
y que se ponen boca a bajo.
Y ese brote de pétalos
o bultos incandescentes,
esa salida de ascensores terrestres
o aspersores vegetales,
que se abocan
a esa realidad triunfante
de su humanidad danzante
y esa divinidad que
reposa en su espalda
y de sus hombros caen esferas
epítetos de columnas que invaden
su línea serpentinata
y la perseverancia de sus pies,
derrotando líneas semirrectas
obstruidas por el creciente
despecho de la tierra
acoplándose a los cambios de las manos
y los severos naufragios.
Pero Mercurio,
es una escala vibrante semiobtusa,
incorporando en las rampas
que levantan las faldas de su cintura.
Por ahí resbala la cordura
y nuestra inevitabilidad se vuelve
una escalera imperturbable.
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