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CAPÍTULO 25.

La mente de Luna viajó a lugares inpensables mientras iba rumbo a Ottery Saint Catchpole.

¿Cómo viviría con la verdad ahora?

¿Podría confiar en las palabras de Viktor?

¿O todo aquella había sido una manera muy cruel y vulgar de sacarse el peso de encima?

Viktor Krum le había revelado secretos sobre su familia que no tenían sentido. Secretos que su mente jamás hubieran pensado, creado ni imaginado.

¿Realmente las personas eran capaces de todo con tal de tener poder?

¿Eran capaces de sacar del camino a quien fuera con tal de obtener la gloria?

¿Incluso a los seres que decían amar supuestamente?

—¿Estás bien? —le preguntó Astoria a la rubia mientras la mencionada llevaba la vista perdida en el paisaje.

—No Astoria, no me encuentro bien.

—¿Ustedes rompieron?

Ella meditó por un momento.

—Sí, hemos roto.

La Slytherin no supo que contestar ante eso, sabía que nada de lo que dijera haría que su amiga se sintiera mejor.

— ¿Vas a denunciarle? Ya sabes, es un aliado de tú sabes quién. Estarías en todo tu derecho de hacerlo si es que quisieras— farfulló—, sería deportado y tendría que ser juzgado en Bulgaria.

—No, no lo haré. Prometió que me enviaría documentos importantes, supuestas noticias que necesito ver con mis propios ojos.

—¿Qué? —chilló por lo bajo—, no dejes que vuelva a embaucarte, probablemente son todas mentiras para que no le denuncies.

Luna no emitió otro comentario sobre el tema y permaneció en silencio. Un silencio que era el panorama general del expreso.

Luego del funeral de Dumbledore todos habían sido enviados a casa. Hogwarts no era un lugar seguro ahora que no existía director, ahora que no existían certezas de quien estaría al mando, de quien podría proteger a los estudiantes tras los muros ahora que Lord Voldemort era un peligro latente a cada minuto.

Cuando el expreso llegó al andén 9¾, Astoria y Luna descendieron juntas. Ambas brujas se abrazaron fuerte y desearon parabienes para las vacaciones. Lo más seguro era que no se verían debido al clima tenso que imperaba en Inglaterra; los Greengrass vivían en el centro de Londres mágico donde los acontecimientos estaban arduos por todo lo sucedido con Dumbledore.

Siendo honestos, no era seguro para nadie estar fuera de casa.

—Te escribiré— dijo Astoria despidiéndose.

—Te quiero— concluyó Luna.

Sus ojos volaron por el sitio, no sabía qué era lo que tenía que hacer ahora. No tenía idea de cómo enfrentar la información que su cabeza guardaba. Mientras sus pensamientos divagaban en busca de su padre –quién había mencionado en una carta días atrás iría a buscarla–, una cabellera pelirroja irrumpió en su campo de visión.

—Luna, querida —saludó con la efusividad que la caracterizaba.

—Señora Weasley —saludó la rubia complacida de verla. Ella siempre era muy gentil y la quería bastante, solía preocuparse con ella e invitarla a todos los eventos que surgían en la casa de la familia.

Ellos habían sido vecinos desde hacía muchos años.

—Te ves algo pálida querida, ¿te encuentras bien?

—Sí, sólo me encuentro cansada por el viaje —contestó —¿Ha visto a mi padre?

—De eso mismo te quería hablar, me pidió que te llevara conmigo a casa en el Ford Anglia, debía hacer algunos trámites de la editorial y no quería que volvieras sola a casa— sonrió con amabilidad—. Me ofrecí a llevarte junto con los chicos.

—Oh, perfecto—masculló.

El tiempo que pasaría sin la mirada inquisidora de su padre le ayudaría a despejar las ideas que tenía. Pensaría en qué era lo que creía, analizaría las palabras de Viktor en profundidad y definiría cuál sería el próximo paso por hacer.

Ronald, Ginny y Molly subieron al auto y la última comenzó a conducir el vehículo sobre los cielos de Londres. A lo largo de toda su vida, Luna jamás había subido en el auto de los Weasley debido a que su mismo padre mencionó que era ilegal que un mago tuviera ese tipo de artículos; no obstante parecía ser que la familia pelirroja no tenía ningún reparo en continuar usándolo a pesar de que hubieran muggles que podían verlos.

—Tiene efecto de invisibilidad— comentó la señora Weasley al notar que Luna estaba preocupada —¿Estás segura de que te encuentras bien, cariño?

—Madre, deja de acosar a Luna —señaló Ginny—, en ocasiones a ella no le gusta conversar demasiado y esta es una de esas veces. No seas tan intensa.

—Está bien, está bien. No tienes porqué regañarme señorita que soy tu madre.

Cuando las verdes colinas se asomaron entre las nubes. La rubia empezó a impacientarse, jugó con sus dedos de manera inquieta y alisó su falda con algo de ansiedad.

¿Cómo haría para poder verificar ciertos datos?

Jamás había visto algo extraño en casa, nunca había presenciado algo ilógico por parte de su padre, sin mencionar lo estrafalario de su vestuario y los temas a los que le daba atención en el periódico; por lo que la tarea de no volverse completamente loca estaba haciéndose muy difícil.

Una vez que estacionaron el auto en una colina cercana a la casa de Luna, esta se despidió con la mano de sus amigos y sonrió a Molly.

—Luna, ¿en la tarde podrías darme más hierbas para hacer el ungüento cicatrizante para Bill? Ya se encuentra muy bien, sin embargo quiero que lo continúe aplicando hasta antes de la boda.

—No hay problema, señora Weasley. Durante la tarde se lo haré llegar— declaró caminando en dirección a casa.

Se mentalizó con el fin de no parecer demasiado obvia, o para que su padre no creyera que estaba viviendo un ataque de histeria. Respiró y sacó la varita para indicar la clave de acceso a la puerta. En este tiempo convocar hechizos de protección era lo más común, pues no podía confiarse en nadie.

Durante algunos meses, Luna había olvidado aquello y se reprendía mentalmente por haber caído en una situación tan tonta. Pero ahora tenía otra preocupación rondando sus pensamientos y no podía dejar que su orgullo Ravenclaw la inhabilitara.

Debía parecer normal para poder averiguar ciertos embrollos familiares.

Que no eran simples, de ellos dependía lo que siempre creyó.

—¡Luna! ¿Luna, eres tú? —oyó gritar a su padre desde la oficina de editor que mantenía en la casa.

—Sí, soy yo—mencionó con obviedad. No había nadie que más que pudiera ser, a menos que él estuviese esperando a alguien más.

Su padre salió con una pluma en la mano y los anteojos en la cabeza. Se hallaba ocupando unas ropas extravagantes y llevaba el cabello recogido en una cometa desordenada. Se asomó con una sonrisa y a ella no le quedó más que sonreír también.

—Perdona por no poder haber ido a recogerte cariño—se excusó —, pero tú sabes que las ideas surgen y no puedo dejarlas pasar—mencionó haciendo alusión a sus publicaciones—. Creo que es momento de vengar la muerte de Dumbledore mediante la verdad cariño ¿Cómo te sientes sobre eso? Imagino que debió de ser doloroso.

Sin pensarlo, las palabras de su padre traían más que nunca a la palestra su conversación con el mago.

«—Quiero saber qué es lo que sucedió, quiero saber porqué me usaste —exigió Luna —¿acaso ahora estoy metida en un lío por culpa tuya? ¿Mi padre estará afectado? ¡Merlín te dejamos entrar en casa!

Viktor entornó los ojos y suspiró, tras oír las palabras de Luna pudo saber hacia donde guíar la conversación.

—¿Y acaso no recuerdas lo tenso que se colocó tras haberle preguntado por tu madre? No puedes decir que no lo notaste.

Luna se exasperó, pues no comprendía qué era lo que podía tener que ver su madre con lo que ella estaba preguntando.

—No desvíes el tema, te pido que puedas ser sincero por una vez y darme claridad ¿Estoy implicada en algo por tu culpa o no? ¡Dime!

—No, al menos he intentado que nadie sepa sobre tí. Nadie que sea de este círculo —dijo finalmente.

—¿Responderás por qué yo?

Era el momento de decir la verdad y dejar de lado las caretas con las que se presentó inicialmente. Quiso hacerlo por ella y por el sentimiento que había surgido entre ellos, por lo que de verdad sentía por ella.

Tu familia tiene una relación directa con las reliquias de la muerte, supongo que eso lo sabes —murmuró —. Debía acercarme a tí.  .  .

Luna empezaba a entenderlo todo, cerró los ojos y dejó que el oxígeno llenara sus pulmones.

—Oh, ya veo. Así que esa era la misión que tenías que darle al señor tenebroso.

—Sí, él necesitaba saber si es que eran reales. Si de verdad existían y de ser así quería hacerse de ellas para poder obtener el poder, para poder convertirse en el amo de la muerte.

—¿Yo que tengo que ver en eso? No sé nada.

—Tú no, pero tus padres sí. Tus padres son investigadores, habían estudiado el tema durante años. Averigüe sobre quienes destacaban en investigación y apenas llegué al Profeta me nombraron a los Lovegood— señaló —, no sabía cómo hacerlo, no sabía cómo acercarme; incluso pensé en pedirle una pasantía a tu padre pero hubiera sido muy evidente.

Luna tenía puestos sus orbes celestes sobre los oscuros de Viktor. Quería saber cuánto antes todo lo que había detrás de toda esta situación, sin embargo otra parte de ella sentía miedo. No estaba preparada para escuchar las palabras del búlgaro.

—Entonces aquel día fui a ver a Cedric, habíamos sido amigos. Fue cuando te ví y te reconocí debido a los periódicos que habían salido a la luz en el mundo mágico cuando el señor tenebroso regresó —le contó —, sabía quién eras y decidí que era el destino el que te había puesto frente a mí.

—Osea que siempre fue esa tu intención —susurró para sí misma —, siempre quisiste sacarme información.

—Eso cambió la noche del festival de Hogsmeade —rebatió antes de que siguiera discutiendo—, te oí cantar y se me erizaron los vellos. Algo cambió en mi interior, quise conocerte más, quise saber más de tí pues eras una mujer increíble.

Viktor aquel día había decidido que había algo más.

Él estaba sintiendo más cosas de lo que había querido.

—Eso no estaba en mis planes, quererte no estaba en mis planes—recalcó —. Sólo quería obtener la información que tus padres tenían sobre las reliquias de la muerte para poder dársela a Lord Voldemort, después irme de vuelta a casa y obtener detalles de hechizos y encantamientos de magia oscura.

—¿Osea que todo esto fue por magia oacura? ¿Por ser más poderoso? No eres diferente a cualquier mago, a cualquier hombre.

—Pues no, no soy diferente. Pero tú sí, tú eras un ángel— confesó —, y eso fue demasiado para mí, fui débil y dejé de lado mi objetivo, me involucré contigo cuando eras de quien debía sacar información.

—Ya no quiero saber más.

—Sí, mereces saber lo que sucedió —farfulló—. Debes saber todo lo que encontré en mi investigación, sobre tu familia, sobre tus padres, sobre Xenophilius Lovegood.

—¡No tienes ningún derecho a hablar sobre él! Deja a mi padre fuera de esto, no trates de remediar tus errores ensuciando el nombre de otro mago.

—¿Enserio crees eso? Pues entonces si no me crees no te importa que diga que la carrera de tu madre estaba despegando mucho más alto que la de tu padre y eso fue percibido por importantes agentes del periodismo en el mundo mágico.

Luna tenía tan poca información de su madre que le fue imposible decirle que se quedara en silencio y no hablase de ella. Su necesidad le pedía que siguiera sin importar lo que descubriera.

—Tu madre era una bruja brillante que tenía demasiado conocimiento y le ofrecieron un puesto en un renombrado periódico en Estados Unidos, no obstante el puesto era sólo para ella, no para ambos.

De pronto la bruja comenzó a dimensionar hacia donde se dirigía la plática.

—Basta.

—Ella había descubierto la veracidad de las reliquias, sabía con exactitud el lugar de procedencia y donde yacían ahora y tu padre se obsesionó con el hecho de que no compartirían el éxito.

—¡Cállate!

—Apenas tu madre aceptó el puesto, vino su trágica muerte ¿debido a un hechizo mal ejecutado? —murmuró con ironía ¿la gran Pandora Lovegood fallecida por no saber hacer un hechizo? No lo creo.

En ese momento la mano de Luna fue a dar en la mejilla de Viktor. El golpe seco retumbó en las paredes de la habitación y se apresuró a la puerta. El mago no hizo nada y dejó que ella se fuera rápidamente, sin embargo antes de que saliera agregó.

—Sé que ya no confías, ni confiarás en mí. Pero creo que deberías preguntarte donde están los reportes médicos de la defunción de tu madre— le dijo en voz fuerte—.No están en San Mungo ¿No crees que eso es extraño? Como si tu padre hubiera querido tapar alguna cosa.

—No todo el mundo es mentiroso como tú.

—Pero tu padre sí, él se quedó con el crédito de las investigaciones de tu madre. Y creeme que vendería el alma a quien sea con tal de un poco de reconocimiento»

Luna pestañeó dejando de lado esa conversación. Tenía que aprender a disimular lo que sentía, si quería saber la verdad tenía que dejar de ser un libro abierto.

—Fue muy triste, la muerte de Dumbledore fue muy dura. Casi tan dura como la de mi madre— declaró y pudo vislumbrar un poco de tensión en el rostro de su padre.

— Lo siento cariño.

—Yo también lo siento, no te imaginas cómo.



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