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4. Caspian

Capítulo cuatro

Caspian

—¿Dónde quiere que la dejemos, señor? —preguntó el enano.

Caspian miró desde lo alto de su caballo negro a la muchacha que cargaban entre varios. Ella tenía el cabello tan oscuro como la noche, sus ojos negros, la piel color bronce. Una telmarina, seguramente. La tenían inmovilizada y amordazada y, si hubiera podido hablar, probablemente hubiera gritado insolencias a todos los narnianos que la rodeaban.

—Átenla al árbol —comandó.

—¿Podemos sacrificarla? —preguntó entusiasmadamente otro de los enanos.

—No, eso es lo que haría mi tío. Yo soy diferente.

Hubo un leve murmullo entre varios enanos, pero pronto se callaron al ver el gesto de su líder.

—Pero invadió el suelo narniano, mi señor —le recordó el enano con la cabeza gacha. Su voz era aguda, y subía y bajaba el volumen con cada palabra—. Ha ofendido a nuestros antepasados...

Caspian negó con la cabeza.

—Déjenla allí, ya veremos qué haré con ella. Ahora...

Se oyeron los cascos de los centauros contra el suelo, galopando hacia ellos. Caspian dio la vuelta con su caballo para ponerse de frente a la tropa que acababa de llegar. Todos se veían muy agitados.

—¿No hallaron a los reyes? —preguntó Caspian.

—No, señor. Ni rastro de ellos —informó el centauro más viejo, que tenía una barba que le llegaba hasta el ombligo. Caspian suspiró con resignación—. Pero sí hemos visto a unos telmarinos en la parte sur de la isla.

—Ve y vigílalos. Llévate ambas tropas.

—Pero, señor, no puede quedarse solo...

—¡Dije que vayan! Yo puedo hacer las cosas por mi cuenta. Buscatrufas, tú te quedarás conmigo.

El tejón, Buscatrufas, asintió.

—Yo también me quedaré con usted, majestad —dijo el líder de los centauros—. Mi hijo me puede reemplazar como cabeza de la tropa. Quiero asegurarme de que nada le suceda a usted.

—Bien. ¡Vayan, rápido!

Los centauros cargaron a los enanos a sus espaldas y salieron al galope, yendo por donde habían venido. Varios faunos y osos parlantes corrieron detrás de ellos, alejándose, hasta que Caspian quedó solo con a quienes había permitido permanecer.

Y el enano insistente, que no paraba de hablar, también se había quedado.

—Majestad, ¿está seguro de que no quiere sacrificar a la intrusa...?

—No —dijo Caspian con fastidio—, y es la última vez que respondo esa pregunta. —El enano bajó la cabeza, intimidado. — Ahora, sáquenle eso de la boca a la muchacha; quiero oír lo que tiene para decir.

Buscatrufas y el centauro se agacharon al lado de la morena, que estaba ahora pálida del miedo, retorciéndose bajo la presión de las sogas que la mantenían atada al árbol. Con la boca ahora libre, respiró varias veces hasta volver a tener su color normal.

—Telmarina —se dirigió el líder a ella—, explícanos qué haces en tierras narnianas.

—Majestad, ¿no cree que debería usar métodos más...?

—¡Nikabrik! —lo reprendió Buscatrufas—. Disculpe, Caspian. Siga, por favor.

Caspian inclinó la cabeza, esperando a que la chica contestara. Pero era en vano, ya que parecía haber perdido el habla. Su mirada, antes amenazante, ahora estaba aterrada y hasta daba pena verla en ese estado.

El líder, desde lo alto de su caballo negro, desenvainó su espada y apuntó al pecho de la chica, con el rostro delatando cuán poco le gustaba esta parte del protocolo. Pero no llegó a pedirle que dijera sus últimas palabras antes de que se oyera a alguien gritar:

—¡Lucy! ¡Vuelve aquí! —Era una voz femenina, y aterrada. —¡Lucy!

Los gritos alarmaron a los pocos que aún quedaban en este claro del bosque. El sol ya estaba posicionándose alto en el cielo, iluminando a través de los árboles, por lo que Caspian y sus seguidores se ocultaron entre la espesura. Ya no estaban seguros a la vista de quienes estuvieran viniendo. Desde el escondite pudieron ver a una chica de cabello marrón salir de detrás de un arbusto, espantando las ramas, y a otra, mayor y de cabello más oscuro, siguiéndola.

—Lucy —dijo la segunda, sacándose una rama enganchada en el vestido—, ¿por qué no haces caso?

—Tengo que encontrar a Julia, y ustedes se estaban tardando demasiado.

—No es por ser pesimista, créeme, pero hace mucho que Julia desapareció. No creo que la encontremos en este bosque inmenso...

—Ah, claro, no eres pesimista, Su. Solamente perdiste la esperanza.

Lucy hizo un ademán de seguir adentrándose en la espesura, pero Susan la detuvo.

—En serio, creo que debemos volver.

Caspian se incorporó desde su escondite, asombrado por la belleza de Susan, para hablarle, pero ambas muchachas lo vieron y gritaron.

—¡Allí están! —exclamó alguien desde más adentro del bosque. Se oyeron pasos, ramas rotas, murmullos... Susan y Lucy se sostuvieron contra un árbol, sorprendidas por la presencia de humanos en lo que creían que era una isla desierta, y también asustadas por su espada.

—Señoritas... —dijo Caspian con tono calmo, tratando de tranquilizarlas—. Soy...

—¡Ustedes dos! —El dueño de la voz había aparecido. Era un chico rubio y alto que blandía una espada. — ¡Váyanse!

Detrás de él apareció un chico de cabello negro, también con una espada, que luchaba agitadamente contra un enorme minotauro. La bestia tenía un hacha como arma, y la mecía delante del chico sin lograr hacerle daño. El rubio empujó a las chicas fuera del camino, y eso fue suficiente para Caspian. Salió de su escondite, armado con su espada, y apuntó al pecho del rubio. Éste respondió con un golpe que estuvo cerca de pegarle a Caspian, pero no lo suficiente.

Mientras ellos dos se batían a duelo, el minotauro había sido herido por el otro chico, encendiendo la furia de Caspian, ya que la bestia era parte de su ejército. De todos modos, aun así no podía ganarle al rubio, que luchaba muy bien. Cuando trató de darle la estocada de la muerte, escuchó un grito agudo detrás de él y sintió cómo alguien saltaba y se colgaba de su espalda, impidiéndole luchar.

—¡Paren! ¡Paren!

La prisionera era la que colgaba de él. Se sacudió para sacársela de encima, pero ella se había aferrado fuertemente a su cuello. Cuando el rubio la vio, sus ojos se agrandaron y bajó la espada. Caspian, sorprendido, se meció por una última vez para liberarse. La chica cayó al suelo, y, cuando quiso darle por fin aquella estocada letal, reaparecieron las dos chicas en vestido que había visto antes, Susan y Lucy. Sus miradas de desesperación lo hicieron detenerse.

—¡No peleen! —suplicó Lucy, arrodillándose sobre las hojas del suelo.

Caspian frenó su movimiento, bajando un poco su espada, y el otro chico no la volvió a subir. El de cabello negro estaba en guardia unos metros más allá, apuntando hacia él y a la vez mirando de reojo al herido minotauro, que yacía en el suelo. Alrededor de ellos se estaban formando todos los integrantes del ejército de Caspian, que habían regresado de su búsqueda de telmarinos, atraídos por los gritos. Todos estaban con las armas afuera, listos para atacar, esperando la orden de su líder.

Pero Caspian no prestaba atención a todo eso, solamente tenía ojos para la espada del muchacho contra el que había estado peleando.

—¿De dónde sacaste esa espada? —le preguntó de repente.

—Es mía —respondió fríamente él.

Un enano apareció detrás de las chicas, y Caspian lo reconoció de inmediato.

—¡Trumpkin!

—Caspian, majestad... —dijo el enano, haciendo una reverencia.

—¿El príncipe Caspian? —preguntó el rubio.

—Sí —respondió él, casi escupiendo la palabra y volviendo a levantar la espada. Ya no confiaba en él. —¿Y tú quién eres?

—¡Peter! —gritó Susan para advertirle.

Caspian sacudió la cabeza y volvió a mirar la espada. No se había equivocado en su primera sospecha.

—¿Peter, el sumo monarca?

—Parece que soy yo. Nos llamaste, ¿no es verdad?

—Sí, pero... creí que serían mayores.

—Si quieres podemos regresar en un par de años... —dijo el de cabello negro, que se había acercado, dejando al minotauro atrás.

—Edmund, no seas tonto —dijo Susan con reproche.

—No, no, está bien, simplemente no esperaba que fueran así.

Miró a Susan, y luego volvió la vista a Peter.

—Nosotros tampoco esperábamos que fueras así —dijo Edmund, y Susan puso sus brazos en jarra. No aprobaba el comportamiento de su hermano.

—Julia, ¿estás bien? —preguntó Lucy, dejando perplejo a Caspian.

—¿Quién es Julia?

—Yo —respondió con enojo la prisionera desde el suelo—. Gracias por cuidarme mientras mis amigos me buscaban —dijo con ironía, sintiéndose más fuerte de lo que era. Caspian le tendió una mano para ayudarla a levantarse, y ella, luego de pensarlo unos momentos, la aceptó.

—Lo siento. Creí que eras una telmarina.

—En verdad que no entiendo ni la mitad de la conversación que estuvieron teniendo todos ustedes, pero sigan adelante, no se preocupen. Ya me acostumbré a estar perdida.

Julia se sorprendió que la dejaran hablar tanto sin interrumpirla. Caspian debía estar muy avergonzado de su comportamiento, porque ni siquiera la miraba a los ojos, simplemente fijaba la vista en sus pies.

—Un enemigo común une incluso a los más antiguos enemigos —dijo Nikabrik, y Julia se preguntó qué diablos estaba pasando ahí.

—¿Todos los reyes de Narnia están locos? —le preguntó a Lucy—. ¿O sólo ustedes cinco?

Lucy sonrió, y su sonrisa se esfumó tan rápido como había venido al ver cómo estaba Julia.

—Tus brazos... están lastimados. ¿Te hicieron daño?

—Fueron las sogas, no te preocupes. Casi me matan, pero por lo demás no hubo problemas. Oye, ¿de dónde sacaron esa ropa? ¿Y las armas?

—Encontramos el palacio en el que vivíamos.

—¿En serio? ¡Genial!

—Está en ruinas. Llegamos a la cámara del tesoro y encontramos nuestras pertenencias. Todos querían armarse antes de salir a buscarte, pero yo solamente me cambié y salí corriendo por ti. Y Susan vino detrás de mí, gritando como loca —agregó con una risita.

Mientras las chicas hablaban, Caspian y Peter, acompañados por Edmund, estaban intercambiando información sobre la situación de Narnia. Nikabrik, el enano al que habían salvado los cuatro hermanos durante la ausencia de Julia, y quien les había contado sobre el príncipe Caspian, estaba hablando en una esquina con el enano que quería sacrificar a Julia, llamado Trumpkin, con el tejón Buscatrufas, y un ratoncito con sombrero y espada que tenía una voz bastante potente, teniendo en cuenta su tamaño.

—Qué tierno... —dijo Lucy al ver al ratón, quien, al oír eso, saltó y desenvainó su espada.

—¿Quién dijo eso? —preguntó, ceñudo, apuntando su espadachín hacia todos lados.

—Yo... señor. Lo siento, no quise ofenderlo.

—Oh, su alteza —dijo él con tono más amable y haciendo una reverencia—, disculpe. Con el mayor respeto, déjeme decirle... Yo creo que el coraje no debe ser medido por el tamaño del portador, sino que el portador debe ser medido por su coraje.

Julia sonrió al oír eso. Se sintió identificada, ya que a menudo era despreciada por su altura.

—Y también creo que "corajudo" o "valiente" describe mejor a un caballero narniano. Ahora, sumo monarca Peter, hemos esperado tanto tiempo su regreso... el de todos ustedes. Hay muchas leyendas narrando sus vidas, majestades. Mi corazón y mi espada están a su disposición —agregó emocionado con otra reverencia.

—Al menos alguien aquí sabe usar bien la espada —comentó Peter con simpatía.

—Reepicheep a su servicio —agregó el ratón.

Edmund volvió a guardar su espada y se acercó a las chicas.

—¿Estás bien? —le preguntó a Julia.

—Sí, gracias. Aunque si no hubiera sido por ustedes... —Hizo un gesto que indicaba muerte. Edmund asintió, comprendiendo.

—Agradécele todo a Lucy, ella se escapó para buscarte.

—Hola —dijo Susan, acercándose al grupo—, Julia, hay ropa para ti en el Cair Paravel. También podemos conseguirte armas o algo para que andes preparada.

Julia asintió, ya que no pensaba a negarse a nada después de haber visto una faceta extraña en todos los narnianos. Caspian le ofreció a Susan su caballo, pero ella terminó aceptando la ayuda de los centauros. Los cuatro hermanos y Julia se montaron a ellos, y Caspian a su caballo negro, y guiaron al ejército hacia la playa. En ese momento, Julia sintió felizmente que, por primera vez, formaba parte de algo.

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¡Hola! Al fin actualizo, después de tanto tiempo. Espero que les haya gustado. Por favor, dejen su opinión y su voto, son muy importantes para mí :)

Les mando un saludo,

Madame Weasley.

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