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11. Aprendiz en cubierto

Capítulo once

Aprendiz en cubierto




—¿Dónde estás? —preguntó Lucy al vacío. Como era de esperar, no hubo respuesta.

Estaba parada de espaldas a la entrada subterránea a la tumba, abrumada por la inmensidad del paisaje que tenía delante: el enorme pastizal por el que habían cabalgado hasta aquí, los frondosos bosques en el oeste, las montañas narnianas ocultas detrás. Y más allá, acurrucada bajo un viejo árbol que sobresalía entre el pasto, estaba Julia. Su cabello negro caía en cortinas delante de su cara, y Lucy no estaba segura de si lloraba o si solamente estaría pensando. Se acercó a su amiga y se sentó junto a ella con cautela.

—¿Cómo estás?

Julia levantó la vista sin dejar su posición fetal. Se encogió de hombros y permaneció callada.

—No te preocupes por lo que acaba de suceder —dijo Lucy—; yo fui reina aquí durante años y me subestiman todavía. No hay nada que pueda hacer.

Hubo un silencio prolongado. Julia miraba el paisaje con ojos tristes, y Lucy solamente se atrevía a mirarla de a ratos, temiendo una furia bajo la aparente tranquilidad de su amiga. Fue por ello que, cuando Julia jadeó, Lucy se paró de un salto y se tambaleó en sus pies.

—¿Está todo bien? —preguntó Lucy. Los ojos de Julia brillaban triunfantes.

—Creo que tengo una idea. Mira, quizás no podamos hacer que cambien de idea —dijo—, pero sí podemos aprovecharnos de sus mentes cerradas.

—¿Qué quieres decir? —Lucy la miró con interés, volviendo a sentarse a su lado.

—Quiero decir —siguió Julia— que voy a poder entrenarme a pesar de que no quieran que una niña se arriesgue y se acerque a las espadas.

—Pero Peter dejó en claro que...

—Peter, Peter, Peter. Por suerte él deja siempre alguna laguna en sus palabras. Escucha: él dijo que ninguna chica sería parte del ejército.

—No entiendo a dónde quieres llegar con eso.

—Lo que intento decir es que quizás no dejen que Julia Dawson luche... pero no tengo por qué ser Julia.

Hizo una pausa, y pronto los ojos de Lucy brillaron.

—¡Te disfrazarás! —exclamó. Julia asintió y se abrazaron—. Cómo no adiviné antes... Oh, Julia, sabes que puedes contar conmigo, solamente dime qué hacer y te ayudaré.

A Julia le pareció extraño tener a una reina de Narnia tan dispuesta a ayudarla, pero se guardó el pensamiento para sí.

—Gracias. Y si quieres puedes unirte —le dijo a Lucy.

—Bueno, eso ya es otra cosa. Me daría miedo si Peter y los otros me descubrieran. Pero evidentemente a ti no te importa. —Julia sonrió—. Me conformo con que tú lo logres.

—Perfecto. Ahora, volvamos antes de que salgan a buscarnos y ya sospechen de nosotras. Las chicas no deben estar en campo abierto, es peligroso, ¿recuerdas? —agregó con sorna—. Nos podría picar un mosquito.

Ambas rieron. Las chicas no cabían en sí por la emoción y los nervios.

El campamento entero estaba pasando la noche en los pabellones: uno para hombres y otro para mujeres. Como estaba lleno de centauros, náyades y otras criaturas, el pabellón de las chicas estaba suficientemente poblado como para perder de vista a Susan. A las doce de la noche Julia salió de su cama y fue a la puerta en puntillas de pie. La luna iluminaba la entrada a la tumba, que estaba delante del campamento. Desde su posición podía espiar el pabellón de los chicos y ver como la silueta de una niña llegaba desde allí con discreción. Cuando Lucy llegó a la puerta y le dio la bolsa a Julia, ambas se abrazaron.

—Todo salió bien —susurró Lucy. Sus ojos reflejaban la plata de la luna. Julia le hizo un gesto y ambas volvieron con sigilo a sus camas y ocultaron la bolsa en una funda para que pareciera una almohada más.

A la mañana siguiente, cuando el centauro líder tocó el cuerno para llamar a todos, Julia apenas podía moverse por el sueño.

—Vamos, vamos, no debemos perder tiempo —urgió Lucy.

Julia se estiró y rodó fuera de las sábanas. Buscó la almohada falsa y se ocultó detrás de unas toallas colgadas.

Pocos minutos después, una figura bajita y encapuchada se dirigía a un punto de encuentro para prácticas. Se escabulló entre los minotauros, que sostenían espadas, y se colocó cerca de los enanos. Fue un alivio comprobar que no era mucho más alta que Trumpkin.

Edmund, el instructor, no tardó en aparecer.

—Buenos días —dijo, frotando las manos—. ¿Tienen todos sus espadas? —Nadie repondió—. Bien. Empezaremos con movimientos individuales, intenten copiarme. Sé que no todos tienen experiencia con la espada, pero seré paciente. Solamente les pido que no se rindan.

Al principio, todos se veían bastante contrariados al ser guiados por un jovencito, pero el enano Trumpkin les aseguró a todos su habilidad, y pronto comenzaron a tomarlo en serio. Daba buenos consejos y aceptó batirse a duelo en un simulacro con uno de los minotauros. Ganó Edmund, por supuesto, y ya en la segunda clase todos lo veían como a un héroe, como un verdadero rey de Narnia.

Julia, que estaba encapuchada en todas las clases, escondida entre los enanos más altos, lo observaba con asombro desde el primer momento y trataba de seguir los pasos, pero no tenía ni la mitad de fuerza que el resto de los soldados. Alguno que se daba cuenta de ello la miraba con desdén, pero ella simplemente desviaba la vista y trataba de seguir el ritmo de la clase. Además, temía ser descubierta si mantenía la mirada en alguien.

Con un gran dolor en la espalda, especialmente cerca del hombro derecho, Julia volvió a encontrase con Lucy, que estaba juntando flores a una larga distancia del pabellón de mujeres. La historia para tapar la ausencia de Julia era que estaban juntas recolectando plantas allí atrás, y como era de día, Lucy consiguió permiso para ir sin escoltas de seguridad.

—¿Entonces te está yendo bien? —le preguntó Lucy a Julia luego de la tercera clase mientras colgaban ropa de un árbol atrás del pabellón para que se secara. La canasta con flores esperaba cerca de sus pies.

—Sí. Tu hermano es muy bueno.

Lucy sonrió con picardía, y Julia le arrojó una camisa mojada. Por un momento se miraron, mudas, y luego rompieron a reír. Comprobaron que nadie se había asomado por las carcajadas, pero siguieron susurrando.

—Ustedes dos son muy lindos juntos —se explicó Lucy.

—Si tú lo dices...

—Soy la reina. Debes darme la razón aunque diga tonterías.

—Claro, majestad.

Terminaron de colgar la ropa y volvieron con los canastos vacíos al pabellón. A mitad de camino se encontraron con un minotauro que daba una vuelta de vigilancia, y Julia se paró en seco.

—La ropa —dijo con un hilo de voz.

—Ya hemos colgado todo —dijo Lucy, pero Julia sacudió la cabeza.

—No, no, la ropa de soldado. La espada. He dejado todo bajo el fresno.

Dejaron caer los canastos y se apresuraron a volver por el mismo camino, hasta que vieron al minotauro, que ahora examinaba la ropa. Llamó a un compañero, y Julia y Lucy se quedaron escondidas viendo cómo miraban los ropajes. Julia temblaba. Si descubrían que eran de ella...

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —Lucy de repente había salido de su escondite y gritaba a todo pulmón—. ¡Socorro! —volvió a intentar. Los minotauros se dieron vuelta y corrieron a atenderla.

—¿Qué pasa?

—¿Alteza? ¿Se encuentra bien?

Julia salió de su escondite de un salto y dijo:

—¡No ve nada! ¡Se ha quedado ciega! ¡Se va a desmayar!

Los minotauros, sorprendidos por la aparición repentina de ambas, corrieron hacia ellas. Lucy se dejó caer al suelo para que la levantaran.

—Espero que aguante hasta llegar al curandero... —dijo Julia, saltando en nerviosismo—. ¿Saben qué? Iré a buscar ayuda. Ustedes busquen un mejor lugar para que se acueste.

Los minotauros mostraban cierto recelo, pero pronto estuvieron ocupados con la tarea de ayudar a su reina. Entonces Julia salió corriendo hacia los pabellones, se escabulló detrás de los arbustos y dio una media vuelta para volver a la sombra del árbol. Pasó por detrás de la escena con los minotauros y Lucy, quien interpretaba muy bien su papel. Tomó el ropaje de soldado que había dejado tontamente olvidado y también la espada, y se quedó detrás de unos vestidos mojados, esperando a tener el camino despejado al cien por ciento.

Mientras, se recordó que le debía una a Lucy. Había sido una gran ayuda.


————


¡les recuerdo que la historia está sin terminar!

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