Capítulo 12
Al día siguiente fui a visitar a Natalia, me pidió que fuéramos al cementerio y yo acepté aunque sabía que eso nos iba a colocar peor. La compañía de Jesse me había ayudado bastante, de hecho, sus consejos me ayudaron mucho, cada vez que a mi viene la melancolía recuerdo momentos felices con Cody y pasa poco a poco.
Camino junto a ella en silencio, las hileras de lápidas parecen ser infinitas. Ella me guía hacia la de él y cuando se detiene se me hace un nudo en el estómago. El ramo de rosas tiembla en mis manos y lo apego a mi pecho mientras siento como algo helado recorre mi columna.
–Visualízalo contigo, él sigue aquí.
Natalia se arrodilla y quita las hojas sobre la lápida de Cody.
Cody Sammer (1998 –2016)
Me arrodillo junto a ella y coloco el ramo, mis manos tiemblan cuando lo hago.
–Descansa Cody –digo en un susurro–. Mi hermano.
El viento sopla y las hojas en la tierra se mueven. Mi cabello se revuelve y tapa un poco mi rostro. Me coloco los mechones tras las orejas y me giro a ver a Natalia, tiene los ojos cerrados y una pequeña sonrisa.
El viento vuelve a soplar y siento algo extraño, como si no estuviéramos solas. No me espanto, me siento... bien, me siento en paz de alguna manera. Una lágrima cae sobre su tumba y sonrío al recordar su sonrisa o lo que me estaría diciendo en estos momentos, "No lloriquees, te ves mejor alegre"
Me levanto y miro a mi alrededor, estamos solas. Me alejo un poco mientras espero a que Nat se desahogue un poco, me fijo en las lápidas de al lado y leo los nombres en ellas.
La familia Warner, madre e hijo.
Ana Warner (1980 –2010) y Jason Warner (2005 –2010)
Ambos murieron en la misma fecha, el chico era tan joven. Pero de un momento a otro tuve la sensación de haber tenido un Déjà vu.
–Estoy lista –pasa su mano bajo sus ojos para limpiar las lágrimas. Salgo de mis pensamientos y regreso a la realidad. Asiento mientras regresamos al auto.
Parece serena mientras maneja, pone música clásica en el camino. –No te había agradecido –dice seria viendo hacia la carretera.
– ¿De qué?
–Por regresar... te arriesgaste aunque sabías que era peligroso, no te hicimos caso... debí hacerte caso.
–No es tu culpa, eres humana –digo sin pensarlo mucho.
–Pero... aun no entiendo algo.
–Dime.
– ¿Cómo sabías que algo así iba a pasar?
Mi respiración cambia pero trato de verme serena ante su pregunta. No sé qué contestar "¿intuición?", suena demasiado tonto.
–Sé que eso no fue sólo adivinado al azar, algo pasó... algo te pasó.
Trago saliva. –Nada me pasó.
– ¿Cómo sabías que iba a pasar? –Insiste, su voz ya no está llena de tranquilidad
–Fe ciega –le recuerdo.
–No puedo –niega totalmente–. Cody murió y no es tiempo para ocultar secretos.
Me quedo callada, tenía razón. No era tiempo de guardar secretos pero esto... es demasiado para ella y está demasiado débil para procesarlo todo.
–No ahora Nat...
–Ahora Abby –exige demandante–, no estoy de humor para secretos, nosotras no nos tenemos ninguno o al menos yo no. ¿Qué te pasa?, ¿ahora dudas de mi amistad? –Pregunta en tono ofendido.
– ¿Qué?, ¡claro que no! –Exclamo consternado viendo la dirección que tomaba esto–. Nunca dudaría de nuestra amistad. Eres como mi hermana.
–Entonces dime lo que sucede.
No hablo, miro al frente y me doy cuenta de que estamos cerca de mi casa.
– ¿Eres humana? –Pregunta entrecortadamente.
Me giro a verla con los labios presionados.
–Siempre he sido la misma Abby que conociste y siempre lo seré –no niego lo que piensa pero tampoco lo acepto.
Por suerte mi casa ya está cerca.
Agarra con fuerza el volante. –No eres... –Niega con la cabeza con el rostro echo mueca– no eres humana –se ríe falsamente–. ¿Qué se supone que eres? –Se estaciona frente a mi casa y la abrazo antes de abrir la puerta–. Soy tu mejor amiga –y bajo del auto.
Escucho cuando su auto arranca y se va.
Es lo mejor.
Mamá, Jared y yo habíamos quedado en un acuerdo. "nada de ponernos en peligro" ahora nos veíamos bajo amenaza. Los cazadores no han dado indicios de aparecer pero eso no significa que no lo vayan a hacer. El plan es, en caso de Jared no usar sus poderes en público y en mi caso, no salir sin su permiso, no hablar sobre nosotros con "nadie" y pasar desapercibida.
Aún no era un origen pero tenía ciertos dones liberados, velocidad y tolerancia al fuego. Y lo de "velocidad" aún no estaba segura de cómo activarlo siempre que quiera. Jared y yo aceptamos, mamá por otro lado habló con Lilith sobre lo mismo, también ellos pasarían desapercibidos. Jared aún seguía sin hablar con los hermanos Thompson pero tampoco era grosero con ellos, simplemente los evitaba.
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–Por favor –le pido mientras lo sigo hasta la cocina.
–Ya te dije que no –gruñe Además... no sé por qué te interesa tanto –abre la nevera y vuelve a gruñir–. Te dije que no te acabaras la leche.
–En la mañana todavía había –me encojo de hombros–. ¿Entonces?, ¿lo harás?
–No.
–Se los debemos, uno de ellos me salvó.
Se gira y me mira con el entrecejo fruncido.
– ¿Ese es un chantaje emocional?
Miro hacia otro lado. –Eso no importa, vas a hacerlo
–Pero mira –ríe con sarcasmo–, ya no es una pregunta.
–No –afirmo con sequedad–. Ya no lo es.
Rueda los ojos. –Está bien, lo meteré en el equipo cuando regresemos a jugar.
–Gracias –asiento levemente.
Sabía cuál puesto Sebastian cubriría, pero era digno de hacerlo, prefería que fuera él que cualquier extraño y además, se lo debía.
Mamá baja las escaleras con ropa en una canasta.
– ¡Mamá! –Grita Jared.
Mamá hace una fea mueca ante su tono. – ¿Qué quieres Jared?
–Abby se acabó la leche –sonríe en mi dirección.
Lo miro mal. Qué traidor.
–Pues compra más –le responde sin muchas ganas.
–Pero ella se la acabó.
Levanto las manos. –Bien, yo voy pero deja de lloriquear.
–Gracias –sale de la cocina con una sonrisa de satisfacción que le llega hasta las orejas.
Es peor que una niña.
Agarro las llaves y salgo, está oscuro y la luz amarillenta de la farola se refleja en los vidrios del auto. No sé porque Jared no puede ir, para algo le compraron su motocicleta
Pulso el botón del mando y el auto produce un pitido que me da a entender que está abierto. Las calles estaban casi desiertas pero no podía decir lo mismo del supermercado, tendría que hacer una larga fila por nada.
Entro y veo los pasillos llenos, una niña pasa a mi lado con un carrito de compras. Me dirijo a la sección de lácteos. Sin embargo no encuentro de la que a Jared le gusta, escojo una al azar y me la llevo, si no le gusta pues que vaya a buscarla a otro supermercado. Veo las grandes filas, busco con la mirada la caja más vacía, para mi mala suerte la caja rápida está cerrada.
Pero qué oportuno.
Me paso a la sección de libros. No hay mucha variedad, sólo unos cuantos libros dañados de Stephen King, ya los había leído todos. Unos cuantos infantiles y revistas. Agarro el libro escondido entre las revistas "El Resplandor" del mismo autor.
Sonrío, después de todo el viaje había tenido su parte buena, era el único de los estantes que aún no había leído y se miraba interesante. Por suerte la portada estaba a salvo, ningún rayón ni tampoco tenía hojas rotas o dobladas.
–Creo que debí esconderlo mejor.
Me giro al escuchar a alguien detrás. Es un chico, uno muy guapo.
Su cabello es de un rubio tan claro que parece blanco al igual que la nieve y sus ojos, de un café claro tan extraño que parecen de color naranja. Totalmente hermosos. Sus pómulos muy marcados, sus labios, uno más relleno que el otro, están curvados hacia un lado pero no de una manera típica, no. Esa sonrisa parecía... oscura.
Parpadeo varias veces confundida. Me doy cuenta que me lo quedé viendo por demasiado tiempo.
– ¿Cómo dices? –Pregunto apenada.
El chico señala el libro en mi mano con su dedo índice.
–Ese libro –su voz es aterciopelada–, lo había escondido tras las revistas.
Tardo un poco en reaccionar pero lo hago. –Sólo lo estaba observando –digo en voz un poco baja.
No hables con extraños.
La situación me recordó un poco a "la caperucita roja" la cosa tenía chiste ya que yo llevaba una sudadera roja y él... bueno, parecía feroz.
Dejo el libro en su lugar y agarro mi encargo. Cuando me doy la vuelta siento como se acerca y apresuro el paso hasta que me agarra del brazo.
Mi pulso se acelera. – ¿Te conozco? –Pregunta con el entrecejo fruncido.
Abro la boca para contestar pero me cuesta hacerlo.
–Creo que no –respondo soltándome de su agarre.
El chico se da cuenta de mi incomodidad y se aleja un poco, dándome espacio.
Sacude la cabeza. –Parece que me he equivocado –afirma lentamente.
No se disculpa por haber actuado de esa forma tan rara ni por haber agarrado mi brazo de esa forma.
–No hay problema, pero tengo que irme ahora –señala las cajas ya medio vacías y girándose de nuevo, su voz me detiene por segundos.
–Soy Caín –su voz se vuelve ronca–, quisiera conocer tu nombre.
¿Mi nombre?, ¿por qué demonios quiere saber mi nombre?
–Soy... –Pienso en algún nombre al azar–. Soy Valeria.
¿Tengo cara de Valeria? bueno, espero que sí.
–Lindo nombre –dice asintiendo.
Me siento incómoda.
– ¿Abby?
Escucho como alguien me llama y aprieto los labios y me doy un golpe mental. Miro al chico. No se mira enojado ni desconcertado por mi mentira, más bien... parece divertido. Vuelven a llamarme.
–Que pases buena noche Abby –dice Caín lentamente, pasa a mi lado y agarra el libro, me mira hasta que dobla el pasillo y desaparece.
Me quedo sin habla. ¿Qué ha sido eso? Alguien me toma por el brazo y estoy a punto de lanzar un puñetazo pero miro quien es y bajo mi mano.
–Me asustaste –suelto el aire.
Su ceño está fruncido. – ¿Quién era ese chico? –Pregunta viendo por donde desapareció.
–No lo sé –contesto haciendo lo mismo.
Tuerce el gesto. –Así que hablando con extraños... –Me mira con una ceja levantada.
– ¿Me vas a dar sermones? –Le hago una mueca, no iba a echarle la culpa pero tampoco quería su reprimenda.
– ¿Debería?
Niego con la cabeza.
– ¿Era un origen? – Pregunto dudosa aunque sus rasgos sin duda parecen inhumanos. Con sus ojos que parecían de fuego y su cabello de nieve.
Jesse niega y la tensión que sentía hace unos segundos desaparece. No era peligroso, bueno, no a nivel sobrenatural.
–No, un simple humano. No sentí nada en él pero eso no quita el hecho de que pudo haberlo sido.
–Lo sé... –Caigo en cuenta–. ¿Qué haces aquí?
–Mamá no tenía unas cosas y me mandó a comprarlas –se encoge de hombros–. Di como cinco vueltas antes de encontrar este supermercado.
–Me hubieras marcado, tienes mi número.
–No quería molestar –mira hacia mis manos–. ¿Hiciste ese gran recorrido por leche? –Sonríe burlón.
–Jared se quedó sin desayuno para mañana –miro el reloj, es tarde–. Me tengo que ir –le explico levantando mi mirada hacia él.
–Está bien –se aclara la garganta y parece no saber que decir–. Adiós.
–Adiós.
Mira hacia otra parte y luego a otra. Entreabre la boca pero vuelve a hacerla y hace de ella una fina línea.
–Eh... ¿no crees que es mejor que te acompañe a casa?
Su pregunta me sorprende. –Yo, yo vine en el auto de mamá.
–Bueno yo también vine en auto, puedo ir detrás del tuyo, si quieres claro.
–Y –yo bueno, creo que sí –me río–. Supongo que te acompañaré a hacer tus compras –esta vez él quien se ríe.
–Me parece que sí.
"Harina, huevos, aceite, pan, papel aluminio..."
Empujo el carrito mientras veo lo siguiente en la lista. –La harina –hago una pausa levantando la vista del papel–. Creo que está en el siguiente pasillo.
Durante el tiempo que pasamos de un lado a otro, nos hacíamos pequeñas preguntas, sin involucrarnos demasiado en los temas personales del otro.
–La verdad era malo, los profesores no se involucraban demasiado en las clases –se queja Jesse–. Zack siempre criticaba eso.
–Eso y el que no hubiera una biblioteca.
Se ríe ante la afirmación. –Exacto.
Me cuenta sobre su antiguo instituto en Bretder. Agarro la harina y la pongo en el carrito, vamos hacia lo siguiente en la lista.
– ¿Piensan hacer un pastel? –Eso es lo que parece según los ingredientes que llevan.
–Sí, bueno no es que sea extraño. A mamá le gusta la repostería, hace algo cada día.
Mi estómago ruge. –Oh Dios que delicioso. Mamá rara vez hace reposterías y cuando lo hace... le quedan un poco pasadas de buenas.
–Odio las cosas dulces –hace una mueca.
– ¿Cómo siquiera puedes decir eso? –Lo miro mal mientras simulo hacerme la ofendida.
–Bueno, al crecer rodeado de galletas, pasteles y cosas así puede que me haya quitado el anhelo de comerlas.
–Tu mamá debería poner un puesto, yo sería clienta fija te lo aseguro –se queda callado. Giro mi cabeza para verlo, camina relajado, sus manos están en los bolsillos de sus pantalones–. ¿Dije algo malo?
–No –suelta aire–, lo que pasa es que... ella no lo hace directamente por el temor de ser conocidos. Prefiere que seamos una familia más del pueblo. Pero les vende algunas cosas a las panaderías.
–Me imagino que eso no le quita las ganas de hacer su propio puesto.
–No, no, lo hace.
– ¿Y tú qué opinas?, ¿debería hacerlo, arriesgarse?
–En parte estoy de acuerdo con ella, el exponernos demasiado haría que dieran con nosotros fácilmente, sólo tendrían que preguntar nuestra dirección y listo –calla un momento analizando la situación–. Pero también pienso que debería hacerlo, ¿de qué sirve la vida si no puedes hacer lo que te gusta, lo que quieres?
Su manera de decirlo es tan él, correcto y firme.
– ¿Y si...? –Me callo porque sé que me estoy metiendo demasiado.
Jesse choca su hombro con el mío de broma.
– ¿Y si...? –Repite.
Me quedo desconcertada, quiere mi opinión. Jesse Thompson y su orgullo van a escuchar mi opinión, esto es increíble.
– ¿Y si te ayudo a convencerla junto con mamá? Ellas dos son como mejores amigas, mamá querría que ella lo hiciera.
Se queda pensativo. – ¿Enserio lo harías? Después de cómo te traté... no entiendo cómo puedes seguir hablándome.
Me detengo. – ¿Qué cómo puedo...? ¿Es en serio?
–Si, yo... yo sé cómo soy, soy despiadado y no me importa herir los sentimientos de los demás, no me importan las vidas del resto con tal de que mi familia esté bien... no me importaría matar si ellos están bien. No soy una buena persona, alguien bueno no pensaría así y tú –mira a nuestro al rededor y baja la voz– tú no fuiste la excepción a mis malos tratos.
Lo miro a los ojos. –Tienes razón, fuiste un idiota, lo eres la mayoría del tiempo –sonríe pícaro ante mi sinceridad–. Pero no eres una mala persona, ¿crees que eres el único que es capaz de darlo todo por su familia? pues no, te lo aclaro Jesse Thompson. No lo eres –entreabre la boca para hablar pero lo detengo–, espera, déjame hablar –vuelve a guardar sus manos en los bolsillos y asiente con la cabeza para que siga–. Ahora... tu manera de ser, nunca pensé en conocer a alguien como tú.
– ¿Nunca conociste a alguien así de idiota? Que pequeño es este pueblo –por sus poros brota el sarcasmo.
–Sí, nunca conocí a alguien tan idiota como tu pero tampoco había conocido a alguien que volviera a una masacre para salvarme –deja de sonreír–, alguien que me ayudara con la pérdida de la manera en que tú lo hiciste. Eso demuestra que no eres tan idiota, pienso que tienes una máscara.
– ¿Una máscara? –Frunce el ceño confundido.
–Sí, simulas ser duro, una persona sin sentimientos delante de todos, pero cuando estás sólo o te sientes cómodo se te olvida ponerla de nuevo.
Entorna los ojos en mi dirección pero no dice nada.
–Y sí, me he dado cuenta de eso. A veces se te olvida usarla conmigo, otras veces haces o dices cosas para compensar tu olvido.
–Una máscara –repite como si estuviera en trance.
–Me gustaría... que no la usaras, ahora sé que la usas, no tienes porqué usarla más.
Mira de un lugar a otro y cuando por fin me mira a mí, me provoca un escalofrío.
–Entonces, ¿eso es lo que crees de mí? –Pregunta desconcertado. Cuando asiento, sigue hablando–. Creo que nunca me habían dicho algo así en mi vida –su sonrisa es sincera, no es burlona como las típicas de él–, pero creo que estás equivocada, no hay máscara, sólo soy yo –su voz poco a poco se vuelve más dura. –. No sé por qué no puedes verlo.
–Creo que me pregunto lo mismo de ti –alargo mi mano y agarro lo siguiente en la lista–. Aceite –y lo meto en el carrito.
Caminamos sin hablar más del tema. Lo miro de reojo, se mira incómodo.
– ¿Qué me dices de ti? –Recobra la conversación aun con las manos en los bolsillos.
– ¿De mí? no hay mucho que saber...
–Dime... ¿cómo reaccionaste al saber que eras... especial?
Me pienso la repuesta. No actué paranoicamente.
–Supongo que bien, no me alteré.
–Me refiero a tus pensamientos –me aclara.
–Bueno... todo cambió, siempre me han gustado las historias ficticias en donde existen los seres sobrenaturales, los vampiros, hombres lobo, hadas, hechiceros y siempre quise ser especial. Me imaginaba que tenía poderes, soñaba que así era –me río un poco–. Y luego mi madre me dice que parte del mundo que soñé era verdad... sin embargo no me gusta la forma en que algunos ven a los humanos, yo sé que ya no lo soy y que nunca lo fui y en parte me alegra saber que de verdad soy especial pero también me asusta. Ahora esta es mi vida, no es una historia, no es un libro. Es la realidad y podría no controlarlo, el poder podría consumirme... podrían cazarme.
–Esos son los miedos de todos nosotros, el no poder ser más fuerte que nuestro poder, el morir en manos de los cazadores y peor... ver a los que más quieres hacerlo –me mira pensativo–. ¿Cuál es la parte que menos te gusta?
–No lo sé, creo que es el no poder elegir a mi pareja. No me gusta la idea de que tenga un alma gemela, es como si... no lo sé –declara finalmente sin saber que decir.
– ¿...Te quitaran el derecho de elegir a quien amar? –Completa por mí.
–Exacto –sonrío al ver que me entiende–, eso me asusta. El no querer a esa persona o que no sea suficiente para mí.
–Por lo que he escuchado... eso nunca se ha dado, siempre las almas gemelas concuerdan y se terminan adaptando al otro.
– ¿A ti no te asusta? –Lo miro y él hace lo mismo.
Suelta aire y mira dirige su atención a otro lado.
–No es algo que me importe mucho. Hay orígenes que se la pasan buscando a su otra mitad y la encuentran y otros que no, que mueren sin siquiera conocerla así que no me esfuerzo mucho en dar con esa persona y si en algún momento llega... –ríe duramente–. Pobre chica, creo que se va a decepcionar.
– ¿Por qué lo dices?
–No soy un chico romántico, eso no me interesa y eso es lo que las chicas quieren. Quieren detalles, palabras suaves y llenas de sentimiento, quieren actos románticos pero yo no... Yo soy quien soy y no tengo tiempo para eso, no está en mis prioridades tener pareja.
Devuelvo mi vista al frente.
–Bueno, tal vez cambies de opinión cuando la encuentres, a tu alma gemela. Digo, ella va a completarte, te hará feliz.
Guarda silencio un momento, dubitativo ante mi comentario.
–No creo que ella tenga tanta influencia en mí como para cambiarme –sonríe de lado lleno de confianza.
–Creo que deberíamos apostar.
–Me parece bien –me mira con desafío infantil–. Si gano... tienes que hacer algo por mí.
Entrecierro los ojos en su dirección, un tanto nerviosa.
– ¿Qué cosa?
– ¿Acaso no confías en que ganarás? –Ríe sarcásticamente.
–Claro que si –me enderezo y le respondo con tono orgulloso–. Está bien y si yo gano... quiero que congeles el parque.
– ¿Por qué quieres que congele el parque? –Tuerce el gesto confundido.
–Siempre quise que fuera de hielo para patinar durante toda la madrugada. Es algo que está en mi lista de deseos extraños.
– ¿Tienes una lista? ¿Qué otras cosas hay ahí?
–Muchas cosas extrañas, el nombre lo dice –me burlo de él y me mira mal–. De acuerdo... escribo las cosas que quisiera hacer pero... son cosas como ver a un hechicero, besar a un vampiro –se ríe y lo golpeo en el hombro–. Hey, hice esa lista desde pequeña así que no te burles.
–Bien, bien –continua riendo por lo bajo–. ¿Qué más?
–Mi favorita: el que haya un apocalipsis zombie.
–Serías la primera en morir –sentencia en tono burlón, estaba claro que lo estaba disfrutando.
–Creo que saldrías corriendo... Aunque sé que no es verdad.
La imagen de Jesse luchando me viene a la cabeza.
–Esa sería otra apuesta...
Nos la pasamos charlando, a veces cosas serias y otras veces cosas tontas como las listas de deseos extraños. Al final llevamos todo a la caja, le avisé a mamá lo de Jesse acompañándome y así salimos del supermercado. El auto de Jesse siguiéndome atrás, lo podía ver por el retrovisor. Me había agradado, pero no el Jesse que todos creen conocer, sino el Jesse real, el que siente
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