Capítulo 9
Iria
Sentada en la cama deshecha de Dylan, esperaba pacientemente a que los dos tórtolos salieran del baño. Hacía un buen rato que Clare había ido a darse una ducha y Dylan a vestirse, pero me pareció escuchar sonidos que no tenían nada que ver con lo que se suponía que estaban haciendo. Cansada, me levanté, toqué la puerta, y con voz de enfado dije:
—Me voy.
—¡No, espera!
El seguro de la puerta desapareció, y aparecieron Dylan y Clare completamente vestidos y con sonrisas de disculpa. Yo me crucé de brazos.
—He estado preocupada por los dos —reñí—. ¡Pensaba que os había pasado algo! Menos mal que solo os habéis acostado y no os han secuestrado o algo así.
—Verás, podemos explicártelo... —empezó Dylan.
—Cuando cortaste la llamada, Dylan y yo hablamos de que nuestra amistad de estaba convirtiendo en un tonteo que se podía terminar comenzando algo más —sonrió Clare—. Así que... Bueno, lo que pasó, pasó.
—¿Y ahora estáis juntos?
La respuesta fue ver cómo la pareja se cogía de la mano con timidez. Quise estar enfadada con Clare, pero no podía ocultar la alegría de que hubiera encontrado a alguien en condiciones, aunque fuera en tan poco tiempo. Aun así, rodé los ojos y lo camuflé.
—Muy bonito y todo —solté—, pero podríais haber respondido mis mensajes, alguna llamada, o haber dejado una notita en mi puerta diciendo «nos hemos acostado, con cariño, Clare y Dylan».
—Lo siento mucho, Iria —respondió Clare, mordiéndose el labio, cosa que hacía cuando estaba arrepentida de algo—, la próxima vez te lo diremos. Tienes razón, estuvo mal no avisarte de que pasaría aquí la noche...
—Yo también lo siento —añadió Dylan avergonzado.
Tras poner una mueca de enfado, sonreí.
—Tenéis suerte de que os quiera mucho. —A ambos se les iluminaron los ojos—. ¡Me alegro mucho por vosotros!
Mi amiga soltó un gritito de emoción antes de abrazarme. Dylan sonrió y, dándole la mano a mi amiga, salimos de la habitación para volver a nuestros respectivos cuartos. Saqué las llaves de mi habitación mientras oía a los tórtolos hablar como si tuvieran algodón de azúcar en la lengua:
—Luego nos vemos, mi niña bonita —dijo Dylan.
—Hasta luego, mi amor.
—Y así, Romeo y Julieta se despidieron en la puerta —reí yo, cerrando rápidamente para no seguir escuchando sus mimos.
Fue inútil, porque me cambié de ropa en el baño por un cómodo pijama, y al salir seguía oyéndolos hablar en la puerta. Llevaban quince minutos despidiéndose y me empezaron a resultar cansinos desde el minuto uno, pero no salí a quejarme como anciana, con escoba en mano, pues acababan de comenzar su relación. Cuando oí que Clare cerraba la puerta, saqué el libro de Anatomía Humana y me puse a estudiar.
Sin embargo, había algo en mi cabeza que no dejaba a los párrafos del libro contenerse en mi memoria: mi amiga y Dylan. ¿Cómo es que me di cuenta, pero no lo vi venir? Es decir, no esperaba que fuese a suceder tan pronto, cuando ni siquiera llevan dos días conociéndose. Supongo que el amor es cuestión de química, no de tiempo, y en pocos días dos personas pueden llegar a conocerse más que las que llevan años intentándolo.
Moví esas cursilerías mías a un cajón chirriante en el fondo de mi cabeza. Yo nunca había tenido una relación romántica con nadie, ni siquiera sexual. La única que sabía eso era Clare, que no me juzgó nunca. Ella creía que la primera vez llegaba cuando dos personas estaban destinadas y que debía perderse la virginidad cuando fuera el momento y la persona adecuada. Yo coincidía en su razonamiento, aunque ella no hubiese llevado a cabo su propio consejo.
Al cabo de unas horas, unos golpes en mi puerta me sacaron de los párrafos del libro de anatomía. Fui a abrir, y me sorprendí mucho al encontrar a Lucas al otro lado. Tenía el rostro sereno, sus ojos fríos en paz, y parecía mucho más relajado que esa mañana.
—Hola, Pepitas —saludó.
—Eres la última persona a la que pensaba encontrarme hoy —reí—. Hola, Lucas, ¿quieres algo?
Esa pregunta pareció dejarle indispuesto.
—La verdad es que... No sé muy bien qué hago aquí.
Alcé una ceja, confusa.
—Vienes a la universidad, entras por la puerta de la residencia femenina, subes las escaleras, tocas mi puerta, ¿y no sabes qué haces aquí?
El joven se encogió de hombros.
—Quería saber si tenías algún plan esta noche —murmuró.
Me quedé totalmente en blanco. ¿Eso era una broma y yo estaba siendo la víctima? ¿Lucas me estaba invitando a salir? El joven pareció leer las preguntas que se habían formulado en mi cabeza.
—Es que pensaba hablarte un poco de las reformas que vamos a hacer en el café —susurró, y quise entender que era para que nadie lo oyera.
—¿Qué reformas? —cuestioné, sorprendida.
—Ven esta noche y lo sabrás. —Una sonrisa triunfal se dibujó en sus carnosos labios, mientras enganchaba con sus dientes el piercing, y un cosquilleo recorrió mi estómago.
Me lo pensé un segundo antes de responder, pero me dejé llevar por su mirada embaucadora.
—Está bien —dije—. ¿Dónde quedamos?
—¿Qué tal si te recojo en una hora?
—Muy bien.
Lucas sonrió y movió las cejas de forma sensual.
—Esto es algo profesional, no creas nada del otro mundo.
Rodé los ojos.
—Ya quisieras que yo fuera otra de las mujeres que caen rendidas a tus pies —reí.
—Lo serás.
Dicho eso, se acercó a mí repentinamente, quedando muy cerca de mi rostro. Su perfume era de un olor exquisito, a menta y café, y su piel desprendía un calor suave; justo cuando iba a cerrar los ojos por puro acto reflejo, susurró:
—Adiós, Pepitas.
Se apartó de mi con una sonrisita ladeada y una mirada traviesa, y se alejó por el pasillo, con sus pesadas botas resonando por las paredes. Con los ojos como platos, pude reaccionar para cerrar la puerta, pero me quedé apoyada en ella, todavía recordando su aroma y el calor que emanaba su cuerpo. Mi corazón latía desbocado, y suspiré confusa: «¿¡qué demonios me hacías, Lucas!?».
Desde que apareció en mi vida, todo se puso patas arriba: fui dos veces a un antro lleno de drogas y alcohol, en una ocasión, acudió la policía. Me tuve que ir de mi amado trabajo de bibliotecaria a un café en el que mi jefa era su madre. Me había salvado dos veces de caer en las garras de malos hombres, y ahora me invitaba a salir con la excusa de hablarme de reformas cuando apenas ganaban dinero para pagar la hipoteca, y ahora se había acercado como si fuera a besarme... Con la vida tranquilita que llevaba yo, donde la única pizca de locura la aportaba Clare, había aparecido Lucas para multiplicar esa chispita por cien.
Me metí en la ducha y estuve un largo rato bajo el agua caliente, disfrutando el único momento tranquilo que me quedaba del día. Envuelta en la toalla, me acerqué al armario para decidir qué ponerme. No sería nada demasiado elegante y ostentoso, pero desde luego tampoco iría en chándal. Opté por unos vaqueros rotos ajustados, las Converse blancas, un top negro y una camisa blanca encima. Sequé mi cabello y lo alisé, dejándolo suelto, y apliqué un poco de bálsamo en mis labios. Me miré al espejo detenidamente: mi cabello rubio llegaba más o menos por la mitad de mi espalda, alisado, y las gafas camuflaban un poco mis ojos avellana. Observé de nuevo mis pecas, esas que tanto le llamaban la atención a Lucas, y me pregunté qué tenían de especial, puesto que mucha gente las tenía.
Sacudí la cabeza negando; no, a Lucas no le llamaba la atención. Solo íbamos a hablar de las reformas que harían en el café, aunque yo no sabía ni con qué dinero las harían, ni de qué tipo, ya que el establecimiento era coqueto, lindo, y se encontraba en perfecto estado. Todo aquello olía a chamusquina.
Unos golpes en la puerta me avisaron de que Lucas ya estaba esperando. Al abrir, sus ojos azules recorrieron todo mi cuerpo sin dejarse un solo centímetro, y vi algo en su mirada que no supe descifrar. Cogí el abrigo, el bolso y las llaves, y cerré la puerta de la habitación, evitando sonrojarme al ver que seguía observándome atentamente.
—¿Qué miras tanto? —pregunté.
—Te miro a ti —murmuró—. Estás... Estás muy guapa.
—Gracias.
Luego, observé la camisa negra que se le ceñía al cuerpo, marcando cada músculo de su tonificado torso, sus vaqueros negros rotos y sus típicas botas. Llevaba las mangas recogidas por los codos, y el cabello negro, completamente despeinado, apuntaba en direcciones diferentes. Sus ojos azules brillaban tenuemente. El tipo era jodidamente caliente, y eso a mi cuerpo no se le pasó por alto.
Tragué saliva y comencé a caminar por el pasillo hacia las escaleras. Oí los pasos de Lucas tras de mí, y me alcanzó en la salida de la residencia.
—¿Huyes de mí? —preguntó divertido.
—No, que va —contesté—. Es solo... que tengo hambre y quiero cenar.
—Te llevaré a un sitio nuevo, a ver si te gusta.
Automáticamente, fruncí el ceño: dado su gusto por los coches, imaginé que el que tenía por la comida era bastante similar. Nos montamos en el deportivo y comencé a rezar antes de subir, y cuando llegamos al establecimiento, me quedé paralizada. Era el restaurante más prestigioso de Nueva York, hasta las estrellas del mundo del cine y de la música debían reservar mesa con meses de antelación.
—Estás de broma, ¿no? —murmuré, mientras aparcaba.
—¿Me ves cara de payaso?
—La verdad, sí —reí—. Pero esto es una locura, no tengo dinero para pagar ni una botella de agua en este sitio.
—Voy a invitarte a cenar, Pepitas —sonrió—, por esta vez, no tienes que pagar nada.
—¿Qué?
No respondió; se bajó del coche, dejándome con la boca abierta. A continuación, bajé yo, negando rotundamente.
—No, no puedo aceptar eso —dije—, no soporto deberle nada a nadie.
Lucas bufó.
—Pepitas, por favor, no montes un pollo por una cena.
—Es que es una cena en el Haute Cuisine de Nueva York —solté—. Solo ibas a hablarme de las reformas del café, que por cierto no me extraña que las vayas a hacer si tienes dinero para pagar una cena aquí.
Lucas me miró durante un largo rato, y vi cómo sus ojos derramaban la poca paciencia que tenía por todos lados, desbordándose por la acera.
—Invitarte a salir es una de las cosas más complicadas a las que me he enfrentado jamás, y mira que he tenido peleas en mi vida —murmuró—. No voy a hacer ninguna reforma en el café, era una excusa para que vinieras conmigo.
Sonreí triunfal.
—Sabía que era una excusa barata.
—Me debes tres favores —recordó—, y quiero que vengas a cenar conmigo. Tómatelo como que te estoy pidiendo uno de los tres deseos, Pepitas.
Suspiré pesadamente; tenía razón en que le debía tres favores. Si cenar con él iba a ser uno de ellos, no solo me libraría antes de la pesada carga de tener que cumplir sus deseos como el genio de una lámpara, sino que, además, comería maravillosamente bien. Al final, acabé cediendo, y vi la sonrisa triunfal en los labios de Lucas.
—Menuda broma de cámara oculta —murmuré.
El joven caminó a mi lado hasta el local.
—Por una vez, relájate y disfruta —susurró cerca de mi oído, haciéndome cosquillas con su aliento.
Se acercó al mostrador de recepción saltándose la cola y recibiendo malas miradas por parte de algunos que en esta esperaban. Enseñó al camarero una tarjetita que indicaba la reserva, y muy amablemente nos dejó pasar. Nos adentramos al restaurante y abrí la boca al ver tanta cantidad de lujos ostentosos e innecesarios. Las mesas estaban ordenadas de forma aleatoria, y en cada pared había una obra de arte diferente. El techo tenía arañas de cristal por todas partes, iluminando el restaurante, y el suelo era de un mármol blanco brillante.
—Madre mía... —murmuré, y tragué saliva con dureza.
Lucas se giró para mirarme momentáneamente y sonrió, pero siguió caminando. El camarero nos guio hasta una mesa más pequeña, que estaba adornada por un candelabro, y vajilla bañada en oro.
Nos sentamos en nuestras respectivas sillas, y automáticamente miré a Lucas con cara de querer vomitar ante tanto lujo. Él se rio sonoramente.
—Veo que estás como en casa, ¿eh?
Lo miré con amargura.
—Este sitio apesta a clases sociales a las que yo no pertenezco —murmuré.
—¿Ah, yo sí? —Lucas alzó la ceja, interrogante.
—Eres tú quien me ha traído a cenar aquí —respondí, frunciendo el ceño—, así que dinero tienes... Espero.
—Claro que no tengo dinero, he venido a pedir lo más caro y hacer un simpa.
Rodé los ojos ante su tono irónico, y cogí una carta para mirar el menú. Abrí los ojos como platos al ver que el plato más barato eran ciento cincuenta dólares, y eran unas simples gambas.
—Dios mío...
Lucas rio.
—¿Te fías de mí? —preguntó, quitándome la carta de las manos.
—La verdad es que no —suspiré—, pero no quiero pedir un plato del que sepa el precio.
El joven sonrió, y pasó las hojas de la carta, echando un vistazo a cada plato. Cuando se decantó, llamó al camarero, que vino tan rápido como si hubiera esperado durante horas a que levantáramos la mano. Sacó una libreta del bolsillo de su camisa y se preparó para escribir:
—La señorita quiere solomillo de cerdo en salsa de especias y queso gourmet, y yo tomaré trucha asada con guarnición de verduras salteadas y trufa molida.
Abrí la boca hasta el suelo al oírlo. ¡Todo sonaba extremadamente caro! Quise coger la carta para mirar los precios, pero Lucas se la entregó al camarero, adivinando mis intenciones. Me miró con una sonrisa triunfal (tan típica en él) y yo bufé.
—Eres odioso —suspiré.
—En el fondo me estás cogiendo mucho cariño. —Sus iris parecían una tormenta a punto de estallar.
—Mira, Lucas, si he venido aquí es porque te debo tres favores y ya me has pedido uno. No los malgastes de una forma estúpida.
El joven sonrió.
—Hay algo más que te quiero pedir... Pero temo que no aceptes
Hizo un puchero y yo enarqué la ceja.
—Suéltalo —pedí.
—Un beso.
Abrí tanto los ojos que pensé que se me saldrían de las cuencas, pero luego empecé a reír como una loca.
—Tienes toda la razón, no acepto.
Lucas sonrió de lado, y vi en su mirada una chispa de perversión.
—Ya lo veremos.
Justo cuando iba a decir algo más, la comida apareció ante nosotros. No negaré que tenía una pinta escandalosa y me estaba llamando a gritos. Una suave capa de queso fundido cubría la carne, que estaba sobre una especie de salsa que, tal como pidió Lucas, estaba cargada de especias que le daban un sabor intenso y exótico. Pasamos toda la cena en silencio, y tenía tanta hambre que tuve que ignorar cientos de veces la extraña sensación de que me observaban. Estaba por suponer que era Lucas, pero cuando fui a mirarle, él tomaba un trozo de su trucha, y volví a concentrarme en mi comida.
Al terminar, el camarero nos retiró los platos y trajo la carta de los postres, pero yo estaba llenísima, y no podía probar un bocado más.
—¿Estás segura? —preguntó Lucas, antes de llamar al camarero.
—Completamente, estoy llena.
Lucas le dijo lo que quería al camarero en voz baja para que no lo pudiese escuchar. El hombre asintió sonriendo, y se marchó apresurado a atender otra mesa. Miré a Lucas, ceñuda.
—¿Qué le has dicho?
—Mi postre. —Una sonrisa aduladora se presentó en sus labios, y un cosquilleo recorrió mi espina dorsal.
No dije nada más, y esperé pacientemente a que el camarero volviese con un plato enorme de helados de chocolate y nata, sobre una teja de almendras, sirope de chocolate y hojas de menta. La boca se me hizo agua al verlo y en seguida me arrepentí de no haber pedido nada. Lucas me miró divertido.
—¿Quieres?
Le miré como si fuera un cachorrito abandonado en la carretera, y él rio. Me ofreció la cuchara y yo la cogí rápidamente, metiéndola en el helado y llevándola a mi boca para degustar el chocolate, la nata y la teja. Juntos eran una combinación exquisita y mi paladar pidió más, así que tomé otra cucharada y se la devolví a Lucas, aún con la boca llena. Él me miraba divertido, y una sonrisa perversa.
—Parece que tenías un hueco libre.
Sonreí, mostrando todos los dientes manchados de helado. Automáticamente me di cuenta, y me tapé la boca como si fuera a escupir fuego. Lucas soltó una carcajada que fue como música para mis oídos, y terminó su postre tranquilamente. Le miré atentamente: en ese momento, no veía por ningún lado el chico misterioso, sarcástico y frío que había conocido. Veía a un Lucas completamente diferente, con sus lados carismático y divertido juntos, en perfecta combinación. Le vi relajado, y con la mirada en calma, hasta que sus ojos dieron con un elemento externo a mí.
Su mirada se dirigía directamente a algo tras de mí, y su cuerpo se tensó entero. Le miré con preocupación por un instante, y al volver la vista atrás, descubrí el objetivo directo de Lucas: un hombre alto, pelo negro canoso, ojos azules, mandíbula cuadrada y cuerpo esbelto. Era casi una copia exacta de Lucas, pero con unos años más: su padre, sin duda, el parecido era abrumador.
Miré al joven, que había soltado la cuchara de forma brusca sobre el plato, y luego le vi abrir los ojos como si hubieran sido sustituidos por dos enormes bolas de billar, mientras echaba chispas de furia contenida. Apretó los dientes cuando el hombre se paró en nuestra mesa, y me recorrió por completo con la mirada.
—Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí —dijo—. Mi hijo predilecto.
—No me molestes —respondió Lucas.
Una mujer rubia acompañaba al padre de Lucas, y nos miró a los dos con desagrado y superioridad. Cogió al hombre del brazo, y adoptó una postura con la que pensé que le dolería la espalda. Fruncí el ceño cuando el hombre cogió mi mano y la besó sutilmente.
—Tú debes de ser la nueva chica de Lucas —soltó—. Yo soy Víctor O'Dell, su padre. Es un placer conocer una joven tan bella como tú. ¿Cómo te llamas?
Retiré la mano suavemente de la suya, y forcé una sonrisa. ¿Cómo que «la nueva chica de Lucas»? ¿Qué puesto ocupaba en su ranking? ¿Cuántas mujeres había traído Lucas aquí antes de mí?
—Iria.
—Qué bonito nombre —dijo Víctor.
—Precioso —respondió con sarcasmo su acompañante, con voz de pito y un acento que parecía ruso.
La mano de Víctor apareció en mi campo de visión, se detuvo en mi mentón, y giró mi cabeza delicadamente para mirarme directamente. Traté de apartarme, pero acentuó el agarre, y de pronto la silla de Lucas chirrió por el suelo de mármol, y él mismo apartó a su padre de mí. Le miré sobresaltada: tenía los ojos llenos de odio e ira, y parecían dos enormes dagas de hielo que amenazaban con atravesar a su padre.
—Como la vuelvas a tocar...
—¿Qué? —se burló Víctor—. Vaya, así que la maldición era verdad... Te estás...
No le dio tiempo a terminar la frase, ya que su hijo le empujó bruscamente, chocando contra un camarero que tiró sin querer los platos de su bandeja sobre el traje reluciente de Víctor. Todo el mundo contempló el espectáculo, murmurando cosas entre dientes, pero yo solo pude levantarme de inmediato, pensando en interponerme en caso de venganza. Sin embargo, el hombre solo miró furioso a Lucas, que empezaba a respirar con dificultad.
—Vámonos. —Su voz estaba ronca y llena de odio, pero sabía que no era por mí.
Obedecí sin rechistar. Cogí el bolso y el abrigo y fui tras de Lucas, que salió del restaurante con los puños muy apretados y adquiriendo un color blancuzco. Lo seguí, disculpándome con la mirada a la gente que nos miraba escandalizada, y el aire frío impactó en mi rostro como si hubiera sido un puñetazo. Nos montamos en el coche sin decir nada, pero le miré de reojo en repetidas ocasiones para pedirle por favor que redujera la velocidad. No me hizo caso ninguna de ellas, y yo clavaba las uñas en el cuero del asiento, rezando para no tener un accidente.
—Lucas, por favor...
—¡CÁLLATE YA!
Mis labios se unieron y no se volvieron a separar en todo el camino. Mis ojos picaron por el horrible tono que había utilizado conmigo, pero debía comprenderle. Estaba furioso por lo que había pasado, por la aparición estelar de su padre en el restaurante, y por el encuentro precipitado que habían tenido. La calle de la universidad apareció ante mis ojos, pero Lucas no paró en el campus. Observé por el retrovisor cómo la universidad iba quedando atrás, y lo miré confusa, aunque sin decir nada.
—Lo siento, pero todavía no te voy a llevar a la universidad. —Un ligero pánico revolvió mi estómago y se me repitió la cena—. Tengo que compensarte por esto.
—No es...
—Lo es —finalizó—, te lo debo, Pepitas.
Y hazta aquí :) No olvidéis votar y comentar :D
Abrazo de oso, Vero~~
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