Capítulo 8
Iria
Mierda. Eso fue todo lo que se me vino a la cabeza cuando vi a decenas de agentes de policía adentrarse en la fábrica. Dylan se levantó rápidamente de su asiento y nos cogió de las manos a Clare y a mí, que mirábamos en shock la situación, al igual que otras muchas personas a nuestro alrededor.
—¡Vámonos!
Pero eso no pudo ser. Alguien me empujó con una fuerza bestial, y mi mano se soltó de la de Dylan.
—¡Iria! —gritó, pero era tarde.
Una masa de gente me arrastraba hacia una salida diferente mientras yo hacía esfuerzos sobrehumanos para apartarme de la multitud. Grité con cada empujón fuerte que impactaba contra mi cuerpo, y me sentí un jarrón de cristal decidiendo si caerse del estante o no.
De pronto, un tacto familiar se colocó en mi muñeca. Miré a mi alrededor, y al fin le vi: Lucas me sujetaba como podía, empujando a la gente con más fuerza de la que tenían los demás, y llegó hasta mí.
—¡Ven, por aquí!
Le seguí como pude, aunque él no soltó mi mano en ningún momento. Corrimos más rápido de lo que yo era capaz de soportar, pero no me detuve hasta estar fuera de la fábrica. El viento fresco azotó mi rostro nada más salir, y giré la cabeza hacia la fábrica según nos alejábamos corriendo. Las luces de los coches de policía rodeaban el lugar, y pensé que todo había pasado, pero no fue así.
—¡Alto ahí! ¡Policía, levanten las manos!
Lucas y yo nos quedamos estáticos. El color blanco definía perfectamente el estado de mi piel, y una gota de sudor frío recorrió mi frente. Sin embargo, Lucas parecía tranquilo. Suspiró y se dio la vuelta, aún con su mano atrapando la mía. Me paralicé al ver la pistola que nos apuntaba directamente a la cabeza, y creo que Lucas notó cómo apreté su mano.
—Soy Lucas O'Dell —dijo.
—Sé quién eres —respondió el policía, que bajó su arma—. ¿Y ella?
Lucas me miró de refilón.
—Es mi novia —tosí; me atraganté con mi propia saliva al escucharle, pero me recompuse rápidamente e intenté no mirar al policía—. Me debéis algo.
—Toma. —El policía sacó de un bolsillo de su chaleco antibalas un sobre blanco y se lo lanzó a Lucas, que lo atrapó al instante—. Esto no ha ocurrido.
—¿No ha ocurrido qué?
El policía sonrió antes de darse la vuelta y marcharse tranquilamente. Yo aún seguía con la boca abierta, pero no tuve tiempo de preguntar nada, ya que Lucas me arrastró hasta llegar a su deportivo. Me soltó la mano, dejándola fría de repente, y abrió el coche rápidamente para sacar una camiseta del maletero, tapando su torso desnudo. No pude sentir más decepción, pero eso jamás lo admitiría.
—¿Te parece esta suficiente razón para hacerme caso cuando te digo algo? —masculló, cerrando el maletero y poniéndose una sudadera.
—Tú lo sabías, ¿no? —cuestioné—. No, más bien, tú diste el chivatazo a la policía. Lo que no entiendo es por qué.
—Por esto —señaló el sobre—. Ya tengo el dinero de mi madre. ¿Te ha gustado mi victoria en la pelea, Pepitas?
Una sonrisa triunfal se dibujó en su rostro y yo reí.
—Admito que ha sido una jugada maestra —murmuré—, pero, ¿y Clare y Dylan?
—Dylan sabe qué hacer y a dónde ir en estos casos, igual que todos los que estaban ahí. De todas formas, no contaba con vuestra presencia esta magnífica noche y mi querido amigo no sabe nada de lo que he hecho —murmuró subiendo al coche—. Sube.
—Ni loca me monto otra vez en esa máquina de muerte y destrucción.
Lucas me miró con el ceño fruncido.
—O subes o aquí te quedas.
Bufé; quedarme en medio de nada al lado de una fábrica de peleas clandestinas a la que acaba de entrar la policía no me parecía la mejor de las opciones. No tuve más remedio que subirme al asiento del copiloto, ponerme el cinturón y rezar para no morir esa noche. Lucas pisó el acelerador y el coche rugió, pero estoy segura de que fui yo chillando de terror.
El conductor se reía mientras yo evitaba por todos los medios abrir los ojos. Íbamos a una velocidad que, desde luego, no estaba permitida y superaba cualquier límite establecido. Al cabo de un rato, redujo la marcha considerablemente, y fue cuando me atreví a mirarle.
—Estas algo pálida, Pepitas —rio con sorna.
—¡Eres un estúpido! ¿¡Tú sabes que nos podemos matar!?
—Conduzco realmente bien —presumió—, no tienes de qué preocuparte.
—El que debería preocuparse eres tú, que te vas a comer una buena y merecida multa —bufé.
Lucas tan solo rio, y yo me quedé mirando por la ventanilla el paisaje nocturno de la ciudad de Nueva York.
—¿Por qué lo hiciste?
—¿El qué?
—Contarle a la policía dónde se hacían las peleas ilegales —le miré—, si tú eres uno de los que más beneficios obtiene.
—La policía también da grandes recompensas —dijo—, a veces, más cuantiosas que las peleas.
—Pero es tu gente...
—Esas personas me importan un bledo —masculló—. Yo gano dinero a costa de quien sea, y más si es por mi madre. Además, hay muchos otros sitios donde pelear.
—Qué guay —murmuré.
—¿Qué?
Lo miré; Lucas tenía sus ojos clavados en los míos. Su azul profundo me embaucó, y por un momento perdí el hilo de la conversación.
—Que no tienes ningún tipo de principio —solté, suspirando—. Vas a lo loco, pensando nada más que en ti mismo y en tus beneficios, no te importa nada más.
—¿Acaso crees que la gente que estaba ahí no merece estar pudriéndose en la cárcel? —respondió con recelo—. Muchos son traficantes de drogas, armas y personas. Hay mafiosos, camellos y toda clase de escoria. Creí que ya te habías dado cuenta tras nuestro primer encuentro, Pepitas.
Lo pensé un momento, y puede que tuviera algo de razón. Había hecho algo correcto y sabio, a costa de gente que merecía estar entre rejas. Ese cerdo imbécil que me acosó... Ojalá la policía le hubiera puesto entre rejas.
—Igualmente, sigues peleando para ellos. Solo alimentas un león que ya tiene suficiente comida.
—Suelo pelear por dinero, pero si no me gustara, no lo haría —dijo—. No lo hago para entretener a nadie, es porque me gusta lo que hago.
—Un trabajo un poco cutre, ¿no? —Alcé una ceja para que viera que iba en broma.
—Un poco, sí.
Mi móvil comenzó a vibrar y no pude continuar la conversación con Lucas. Atendí la llamada de Clare, que automáticamente empezó a gritar como una loca:
—¿¡DÓNDE CARAJOS ESTÁS!?
—Clare, tranquila, estoy con Lucas, me sacó de la...
—¡Joder! Tíratelo.
Sacudí la cabeza.
—No voy a hacer eso —murmuré—. Veo que estás bien.
—Sí, Dylan me sacó de la fábrica y me llevó a un local algo siniestro, porque estaba completamente abandonado. Acabamos de salir hacia la universidad —suspiró—. Tía, yo quería fiesta.
Me reí; hasta en la peor situación, mi amiga solo pensaba en comer, ir de compras y salir de fiesta. Era algo que agradecía ver en alguien, sobre todo la positividad y los pensamientos agradables, pues era todo lo contrario a mí.
—Otro día ya —sonreí—. ¿Sigues con Dylan?
—Claro, ¿quién te crees que me está llevando?
—Pues ya sabes, tíratelo.
—¡Estás en manos libres, idiota!
Y colgué, riendo sin poder parar. Lucas me miró de forma extraña, y una pequeña sonrisa dibujada en su rostro.
—¿Te llevo a la uni?
Asentí.
—Es lo mejor, mañana iré a trabajar temprano —dije.
—Entonces, mañana también me verás la cara —sonrió—. Supongo que ya sabes hacer café y no tendré que verte recoger uno por uno los granos del suelo.
—Lamento tener que verte también mañana, pero te agradezco que me enseñaras a usar la cafetera, si no me verías recogiendo el café otra vez.
—En el fondo, te gusta estar conmigo.
Yo reí amargamente.
—Me gusta cuando estás ausente de mis días —dije—, porque si apareces, automáticamente hay problemas a mi alrededor. Pareces una especie de imán.
Lucas rio y ese simple gesto me hizo sonreír. Llegamos a la universidad sobre la una y cuarto de la madrugada, y me despedí de Lucas, agradeciéndole que me hubiese llevado y me hubiese evitado un destino fatal en la comisaría de policía. Volví a la residencia y me adentré en mi habitación buscando la paz reconfortante de la cama y mi pijama calentito. Envié un mensaje a Clare diciéndole que había llegado, y automáticamente después, Morfeo me llevó en sus brazos.
***
A la mañana siguiente, me preparé rápidamente. Eran las nueve y media, y quise llegar lo antes posible al café de María y ponerme a trabajar. Salí de la habitación con la mochila a la espalda y el abrigo: las temperaturas habían descendido considerablemente y hacía mucho frío. Esperé ansiosa el autobús en la parada y me reconforté con la calefacción del vehículo una vez llegó. Me bajé en la parada correspondiente y caminé apresurada hasta llegar al café.
Al girar la esquina de la calle, se me cayó el alma a los pies. La imagen era, sencillamente, horrible: la pobre María estaba delante de las puertas de su establecimiento con los brazos extendidos, intentando que dos enormes hombres trajeados no pasaran al interior. Corrí hacia ellos cuando los vi dispuestos a empujarla, y así hicieron.
—¡María!
Llegué justo a tiempo para impedir su caída. La mujer se agarró a mí como pudo y yo logré mantenerla en pie.
—¡Brutos insensibles!
—Señorita, le recomiendo que no se meta en esto —dijo un hombre rubio.
—Pues resulta que trabajo aquí y me voy a meter, y si María no os deja pasar, yo tampoco.
Y junto a María, me puse en la puerta, cuidando de la anciana, que dejó caer unas lágrimas de tristeza.
—Niña, vamos a dejarles pasar, nos pueden hacer daño..
—No, María, este sitio es tuyo, no te lo pueden quitar así como así —murmuré—. Lucas vendrá pronto, ya lo verás.
—Señorita, usted y la señora tienen dos minutos para apartarse de las puertas o las echaremos a un lado nosotros mismos —aseguró el compañero del rubio.
—Pues os recomiendo que esperéis sentados porque no me pienso apartar —gruñí entre dientes.
—Usted misma.
Ambos hombres nos acorralaron a María y a mí contra las puertas del café. Nos sacaban dos cabezas de altura y tres cuerpos de anchura. Fueron avanzando lentamente; el rubio cogió a María de los brazos y con sutileza la apartó. Ella quiso poner resistencia, pero el gorila la sujetó bien, mientras el moreno venía a por mí.
—Como me toques un solo pelo...
—¿Qué harás, niñita? —rio con sorna.
—Ella tal vez nada, pero yo te juro que te mataré. —Lucas apareció justo por detrás de los gorilas—. Quítale a mi madre tus asquerosas manos de encima.
El rubio, con una mueca de enfado, se apartó de María, que volvió corriendo hacia mí. Yo la abracé un instante, pero necesitaba ver todos y cada uno de los movimientos que hacía Lucas, así que estiré el cuello para poder verle por encima de los corpulentos hombres. El joven sacó el sobre blanco del bolsillo interior de su cazadora y se lo tiró a los hombres, como si fuera un pedazo de carne para un perro.
—Ahí tenéis vuestro puto dinero.
Ambos hombres sonrieron satisfechos, y se montaron en un todoterreno negro que salió a mucha velocidad de la calle. Suspiré de alivio; por los pelos. Lucas había aparecido en el momento adecuado.
—¿Estáis bien?
Un hilo de preocupación asomaba en su voz y en sus iris. Yo miré a María, que temblaba de frío y angustia, y me abrazaba fuertemente.
—Hijo mío... Qué miedo he pasado.
La mujer pasó a abrazar a su hijo, que la rodeó con mucha ternura. Después de un rato, se separó y abrió la puerta del café. Nos adentramos en el interior, donde hacía un poco más de calor, y me quité el abrigo.
—¿Tú estás bien? —preguntó Lucas, entrando al café unos pasos por detrás de mí.
Asentí.
—Lo peor ha pasado —suspiré—. Por un momento pensé que me iba a hacer algo, pero... Es la segunda vez que me salvas, caballero de brillante armadura.
Lucas sonrió, pero no fue igual que las otras veces, sarcástica o burlesca. No, esa vez fue la primera que le vi sonreír con sinceridad, tal vez hasta con una pizca de cariño. Sonrojada por mis pensamientos de niña enamorada, dejé la chaqueta y la mochila tras el mostrador, alejándome de él.
—Ya me debes tres. —Y ahí volvía a estar el chico egocéntrico y estúpido que conocía.
Lo miré ceñuda.
—¿Cómo que tres?
—Ayer, en la fábrica —sonrió—, te salvé de pasar una bonita noche en el calabozo. La primera vez que nos vimos, también te saqué de una situación peliaguda, y hoy esto.
Sonreí con suficiencia.
—Muy bien, listillo, me acabo de convertir en un genio que por lo visto debe concederte tres deseos —rodé los ojos, divertida—. ¿Alguna petición?
—Tal vez más adelante, Pepitas.
Lucas me guiñó un ojo que alimentó el rubor de mis mejillas, pero yo reí, pensando que no tenía remedio. De pronto, el joven de ojos azules se apoyó en el mostrador, con una mirada penetrante, como si estuviera interesado en estudiarme. Lo miré frunciendo el ceño.
—¿Qué pasa?
—¿Siempre has estado llena de pecas, Pepitas? —soltó de pronto.
La pregunta me dejó un poco descolocada, y parpadeé varias veces mientras la analizaba.
—Eh... Pues sí, ¿por?
Lucas no respondió. Sonrió de lado y luego entró a la cocina, evitando mi pregunta. Sin saber muy bien qué había pasado, me preparé para atender a un cliente que justo atravesaba las puertas del local. Tomé su pedido en la mesa y me entretuve preparándolo, hasta que me di cuenta de que Lucas salía disparado del café. Lo miré extrañada mientras se alejaba hacia su coche y el motor rugía mientras se marchaba.
La mañana continuó bastante tranquila, hasta que media hora antes de las dos, María decidió cerrar. Volví a la universidad pensando en Lucas, en su extraña manera de irse horas atrás. Ni siquiera se despidió, por lo que supuse mal en el momento en el que vi una sonrisa diferente a la habitual en su rostro. Ya me estaba acostumbrando a sus cambios de humor repentinos, a sus sonrisas sarcásticas y a sus ojos, que dejaban congelado cualquier ambiente.
Me pregunté qué era lo que me llamaba la atención de un chico como Lucas, tan solitario, misterioso, tan egocéntrico e insensible. Tenía sentimientos que solo le veía mostrar cuando estaba cerca de su madre, pero el resto del tiempo y con los demás seres humanos, parecía un cofre lleno de secretos custodiado por pinchos de hielo. Tampoco estaba segura de por qué quería averiguarlos, porque creía que él no era mi tipo y que jamás podríamos congeniar.
Al llegar al campus, entré en la cafetería en busca de Clare y Dylan, pero no los encontré. Miré entre mis mensajes y Clare no había visto el que le mandé la noche anterior. Un hilo de preocupación empezó a coserse por cada poro de mi piel. ¿Y si después de la llamada les pasó algo a los dos? ¿Y si habían tenido un accidente? ¿Tal vez solo estaban dormidos? Comí como si un tornado amenaza con llevarse volando mi filete de ternera y mis patatas fritas, y fui rápidamente al edificio residencial.
Toqué con fuerza la puerta de Clare, pero no me abrió. Estuve llamando por lo menos cinco minutos, pero la puerta no se movió.
—Joder.
Cogí el móvil y la llamé: saltaba el contestador. Opté por llamar a Dylan, pero tampoco me lo cogía. La preocupación aumentó; Clare no hacía gran cosa los sábados, ver pasarelas de moda en la tele y poco más, y si hubiera salido me habría avisado, o al menos me hubiera respondido al mensaje.
Decidí ir a ver a Dylan para ver si sabía algo de mi amiga. Corrí por el campus hasta la residencia de los chicos. Por suerte para mí, encontré a Julen acercándose a la puerta también. Parecía pensativo cuando le ataqué a preguntas.
—¡Julen! —El mencionado se giró para verme con mala cara—. ¿Sabes dónde está Clare?
—Ni lo sé ni me importa —masculló.
—Por favor —supliqué—, no sé nada de ella desde ayer.
—Tal vez no quiera hablar contigo, no veo dónde está el problema.
Bufé irritada; de veras odiaba a este idiota.
—La habitación de Dylan es la trescientos sesenta —soltó de pronto—. Habla con él.
Dicho aquello, se adentró al edificio cerrándome la puerta en las narices. Resignada a entrar al círculo de testosterona que se respiraba, abrí la puerta y subí las escaleras hasta el piso correspondiente a la habitación de Dylan. Toque el número trescientos sesenta con desesperación, rezando para que Dylan abriera.
Al cabo de unos minutos de mucho llamar, un somnoliento Dylan abrió la puerta. Tenía solo una toalla alrededor de su cintura, tapando su virilidad, el pelo despeinado y una mirada de cansancio abrumadora.
—¿Iria?
Su voz estaba ronca y parecía llena de confusión.
—Por favor, dime que Clare está contigo —murmuré, sintiendo en mi garganta un apretado nudo.
—Eh... —Dylan se pasó la mano por el pelo—. Sí, está aquí. Pero, oye...
—¡Clare!
Dylan no tuvo tiempo de detenerme cuando pasé a la habitación y vi a mi amiga, completamente desnuda y solo cubierta por la sábana de la cama del joven. Me miró con cara de susto, y luego me mostró una sonrisa amplia que escondía un «lo siento». Bufé enojada.
—Vais a tener que darme muchas, pero que muchas explicaciones.
Bueno, y hasta aquí el capi :) No olvidéis votar y comentar :D
Abrazo de oso, Vero~~
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